-No.
-Pero dijo que me
ayudaría.
-Eso fue antes de que
me diera cuenta de que usted está loca.
Elena dejó la pluma
sobre la mesa y se puso de pie.
-Por favor, discúlpeme.
-¿Adónde va?
Damon la siguió hasta
la puerta, la tomó de un brazo y la hizo dar la vuelta para que lo mirase.
Caramba, vaya que la había ofendido. Odió ver lágrimas en sus ojos, especialmente,
sabiendo que él era el motivo de su desesperación.
-Va a quedarse aquí
hasta que yo decida qué haré con usted -dijo con tono áspero.
-Yo decido mi futuro,
no usted, Damon. Suélteme. No voy a quedarme donde no soy bien recibida.
-Se quedará.
A la orden, Damon
agregó una mirada furiosa, para ver si ella cedía. No funcionó. Elena no se
dejaba intimidar. Es más, le devolvió la misma mirada.
-Usted no me quiere,
¿lo recuerda? -lo desafió.
Damon sonrió.
-Oh, claro que la
quiero. Lo que no quiero es casarme con usted. Estoy siendo totalmente sincero
con usted y por el rubor de sus mejillas me doy cuenta de que la he
abochornado. Es demasiado joven e inocente para meterse en este ridículo juego
en el que se ha embarcado. Deje que mi padre...
-Su padre está,
demasiado enfermo para ayudarme -lo interrumpió. Tiró con fuerza de su brazo
para liberarse de la mano de Damon-. Pero hay otros que me ayudarán. No tiene por
qué preocuparse.
Damon no podía explicar
por qué se sentía insultado. Pero esa era la verdad.
-Ya que mi padre está
demasiado enfermo para cuidar de usted, entonces esa responsabilidad pesa sobre
mis hombros.
-No, se equivoca. Su
hermano, Jeremy, actuará como mi tutor. Es él el que sigue en la línea.
-Pero Jeremy también
está convenientemente enfermo, ¿lo ha olvidado?
-No me parece que esta
enfermedad tenga nada de conveniente. -Damon. No discutió ese punto con ella.
De hecho, prefirió hacer como que no la había escuchado.
-Como su tutor temporal
durante la enfermedad de mis familiares, seré yo quien decida adónde irá y
cuándo. Y no me mire con esa expresión desafiante, jovencita -le ordenó-.
Siempre me salgo con la mía y, para cuando caiga la noche, me habré enterado
por qué tiene tanta prisa en casarse.
Elena meneó la cabeza. Damon
le tomó el mentón para mantenerle quieta la cabeza.
-Dios, qué obstinada
que es. -Le apretó la nariz y luego la soltó.- Regresaré en unas horas.
Compórtese, Elena. Si se marcha, iré detrás de usted.
Matt y Paul esperaban
en el vestíbulo. Damon pasó junto a ambos y luego se detuvo.
-No permitan que se
vaya -les ordenó.
Matt asintió de
inmediato. Elena abrió los ojos desmesuradamente. -Ellos son mis guardias, Damon
-le gritó. Maldito, la había tratado como a una niñita cuando le apretó la
nariz y cuando le habló con ese tono tan condescendiente. Y ahora ella estaba
comportándose así.
-Sí, son sus guardias
-coincidió Damon. Abrió la puerta principal de la casa y se volvió hacia ella-.
Pero deben responder ante mí, ¿no es así, muchachos?
Los dos guardias
asintieron en silencio de inmediato. Elena estaba tan furiosa que por poco
gritó a los cuatro vientos su opinión sobre los arrogantes métodos de Damon.
Dignidad y decoro. Las
palabras hacían eco en su mente. Sentía que la madre superiora estaba de pie,
detrás de ella, mirándola por encima del hombro. Era una ridiculez, por supuesto,
porque la monja estaba a años luz de distancia. Sin embargo, sus lecciones
habían echado raíces en ella. Elena se obligó a asumir una expresión serena y,
simplemente, asintió.
-¿Estará fuera mucho
tiempo, Damon? -le preguntó con bastante calma.
El no creyó en su
aparente serenidad. Sabía que lo que más deseaba era gritarle a viva voz. Damon
sonrió.
-Tal vez -le contestó-. ¿Me echará de menos?
Ella le imitó la
sonrisa. -Tal vez no.
La puerta se cerró con
sus carcajadas.
Y no lo echó para nada
de menos. Damon no regresó sino hasta pasada la hora de la cena. Elena se
sintió agradecida de que hubiera estado fuera, porque no quería interferencias
y ese hombre no sabía hacer otra cosa.
Se mantuvo ocupada con
todos sus compromisos. El resto de la mañana y durante toda la tarde, recibió a
los viejos amigos de su padre. Llegaron, uno tras otro, para presentarle sus
respetos y ofrecerle su ayuda en lo que pudieran mientras Elena permaneciera en
la ciudad. La mayoría de la gente que vino de visita tenía su título de nobleza
dentro de la respetada sociedad, pero también desfilaron artistas y
trabajadores.
El padre de Elena había
tenido una gran variedad de amistades. El hombre había sabido juzgar muy bien
el carácter de las personas, una cualidad que la princesa creía haber heredado.
Ese día descubrió que todos los amigos de su padre eran de su agrado también.
Phil Dwyer fue su
último visitante. El hombre anciano y barrigón había sido el representante de
su padre en Londres y todavía manejaba algunos bienes de Elena. Dwyer había
ocupado el honorable cargo de suscriptor del Lloyd's de Londres durante más de
veintitrés años. Su reputación como agente era de lo más calificada. No solo
era ético sino también muy inteligente. El padre de Elena había ordenado a su
esposa, quien, a la vez, había hecho lo propio con su hija, que en caso de su
muerte, Dwyer sería la persona a quien cualquiera de las dos debía consultar en
materia financiera.
Elena lo invitó a
cenar. Tyler y Caroline sirvieron la cena. Claro que la dama de compañía fue la
que tuvo el mayor trabajo, pues el mayordomo se dedicó a escuchar la
conversación de la mesa. Estaba asombrado de que una mujer supiera tanto sobre
el mercado financiero, y en silencio, se prometió que más tarde informaría a su
señor sobre lo que había escuchado.
Dwyer pasó más de dos
horas dándole recomendaciones varias. Elena agregó una propia y luego completó
las transacciones. El agente sólo utilizaba las iniciales de la muchacha cuando
presentaba los valores ante los suscriptores del Lloyd's, porque era
inconcebible que una mujer pudiera invertir en la bolsa. Hasta el mismo Dwyer
se habría sorprendido si hubiera sabido que las sugerencias de Elena habían
sido propias. Pero ella entendía los prejuicios que el hombre podía tener
contra las mujeres. Durante todo ese tiempo la princesa había superado el
escollo inventando un viejo amigo de la familia, a quien llamaba tío Kris. Le
dijo a Dwyer que, en realidad, no los unía ningún lazo sanguíneo, pero que por
el afecto que se había ganado a lo largo de todos esos años, ella lo
consideraba como un pariente. Para asegurarse de que Dwyer no lo investigara,
mencionó que tío Kris había sido íntimo amigo de su padre.
Y Dwyer pareció sosegar
su curiosidad con la explicación de Elena. No oponía objeciones a aceptar
órdenes financieras de un hombre, aunque en más de una oportunidad comentó lo
extraño que le resultaba que tío Kris le permitiera firmar con sus iniciales.
De inmediato quiso conocer personalmente al consejero y honorable pariente,
pero al instante Elena le dijo que tío Kris había optado por recluirse
últimamente y que se negaba a recibir o estar acompañado. Completó la mentira
diciendo que los visitantes habían perturbado su tranquila rutina desde que se
había mudado a Inglaterra. Como Dwyer recibía una jugosa comisión por cada
oferta que hacía a los suscriptores, y como hasta el momento, tío Kris nunca se
había equivocado en sus cálculos, no le convenía contravenir a la princesa. Si
Kris no quería conocerlo personalmente, había que darle el gusto. Lo último que
deseaba en el mundo era apartar a su cliente. Entonces concluyó en que Kris no
era más que un excéntrico.
Después de la cena,
regresaron al salón, donde Tyler sirvió a Dwyer una copa de oporto. Elena se
sentó sobre el sillón, frente a su invitado, y escuchó varias anécdotas
divertidas sobre los suscriptores que se agolpaban, en los pisos del Royal
Exchange. Le habría encantado ver en persona los relucientes pisos de madera,
atiborrados de cabinas de madera, a las que llamaban casillas, donde los suscriptores
llevaban a cabo sus operaciones. Dwyer te contó una historia muy peculiar que
había comenzado por el año 1710 a la que se denominaba como un Visitante en la
Sala. Un camarero, le explicó, conocido como el Riñón, subía a una especie de
púlpito y leía los periódicos en voz alta y clara, mientras la audiencia de
caballeros permanecía sentada en sus respectivas mesas, bebiendo sus tragos. Elena
tuvo que contentarse con imaginarse la escena mentalmente, pues no estaba
permitida la entrada a las mujeres en el Royal Exchange.
Damon volvió a la casa
justo cuando Dwyer terminaba su copa. Arrojó la capa en dirección a Tyler y
luego se dirigió al salón. Se detuvo de inmediato al ver que había visitas.
Elena y Dwyer se
pusieron de pie. Ella presentó al invitado con su anfitrión. Damon ya sabía
quién era Dwyer. También se quedó impresionado, porque la reputación del hombre
era muy famosa en el negocio de los astilleros. Muchos consideraban que ese
agente era un genio financiero. Damon lo admiraba. En la bolsa de comercio,
Dwyer era uno de los contadísimos individuos que siempre anteponía los
intereses de sus clientes a los propios.
Se le consideraba
honorable en el más amplio sentido de la palabra y para Damon, esa era una
cualidad esencial en un agente.
-¿He interrumpido
alguna reunión importante? -preguntó.
-Estábamos terminando
nuestros negocios -respondió Dwyer-. Es un placer conocerlo, señor -continuó el
agente-. He seguido el desarrollo de su empresa y debo felicitarlo. De poseer
sólo tres barcos a tener más de veinte en sólo cinco años, es muy
impresionante, señor.
Damon asintió.
-Mi socio y yo tratamos de mantenernos siempre
muy competitivos -dijo.
-¿Ha considerado la
posibilidad de ofrecer a la venta acciones de su empresa a terceros, señor?
Vaya, pero si hasta yo mismo estaría interesado en invertir en una empresa tan
estable.
A Damon le latía la
pierna dolorosamente. Cambiaba de posición constantemente, hacía gestos de
sufrimiento y, finalmente, meneó la cabeza. Deseaba sentarse, mantener la
pierna en alto y beber coñac hasta que el dolor lo abandonase. Sin embargo, no
se daría el gusto. Siguió cambiando de posición una y otra vez, hasta que
terminó por apoyarse en el sillón, tratando de concentrarse en la conversación
que mantenía con el agente.
-No -anunció-. Las
acciones del astillero Esmeralda pertenecen a medias a Richard y a mí. No nos
interesa que terceros posean ningún porcentaje de ellas.
-Si alguna vez cambia
de parecer...
-No lo haré.
Dwyer asintió.
-La princesa Elena me
ha comentado que usted es su tutor temporal mientras el resto de sus familiares
se reponen de la enfermedad que los aqueja.
-Correcto.
-Vaya honor el que ha
recibido -le dijo Dwyer. Hizo una pausa para sonreír a Elena-.
Protéjala bien, señor.
Esta joven es un exótico tesoro.
Elena se sintió
avergonzada por el elogio de Dwyer. Sin embargo, distrajo su atención cuando su
agente preguntó a Damon por su padre.
-Acabo de verlo
-contestó Damon-. Ha estado bastante mal, pero ya está mejorando.
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