Capitulo 17
—¿Dónde
coño te has metido? —Damon llevaba un Stetson y unas gafas de sol de alta tecnología
con los cristales amarillos y la montura metálica. Varias horas antes, él había
sido su amante, pero ahora se había convertido en un obstáculo en su camino.
Desde el principio, le había entregado pequeños retazos de sí misma, pero la
noche anterior le había entregado una parte importante, y ahora tenía intención
de recuperarla.
—Si
querías montar en bicicleta esta mañana, deberías haberme despertado. Pensaba
salir a dar una vuelta de todas maneras.
—¿Esta
camioneta es tuya?
—No
puedes tener una granja sin tener una camioneta. —La gente comenzó a asomar la
cabeza por los escaparates de las tiendas. La agarró del brazo y la apoyó
contra el lateral de la camioneta—. ¿Qué estás haciendo aquí, Elena? Ni
siquiera me has dejado una nota. Estaba preocupado.
Ella
se puso de puntillas y le plantó un beso rápido en esa mandíbula beligerante.
—Tenía
que venir al pueblo para mi nuevo trabajo, y no tenía ningún medio de
transporte, así que tomé prestada la bici. Te la devolveré.
Él
se arrancó las gafas de sol.
—¿Qué
nuevo trabajo? —Entrecerró los ojos—. No me lo digas.
Ella
señaló con el vaso de café al deportivo Corvette descapotable de la acera de
enfrente.
—No
es un mal trato. Tiene un coche genial.
—No
vas a pintar el perro de esa vieja.
—No
tengo dinero suficiente ni para cubrir una de tus propinas en el MacDonald.
—Nunca
he conocido a nadie tan obsesionado con el dinero como tú. —Se volvió a poner
las gafas de sol—. Admítelo, Elena. Le das demasiada importancia al dinero.
—Bueno,
vale, en cuanto me convierta en una deportista millonaria dejaré de hacerlo.
Él
sacó bruscamente la cartera, cogió un fajo de billetes y se los metió en los
bolsillos de los vaqueros.
—Tu
fortuna acaba de dar un giro inesperado. Ahora, ¿dónde está la bicicleta?
Tenemos cosas que hacer.
Ella
sacó el dinero. Un montón de billetes de cincuenta. Su mirada resentida se
reflejó en las lentes amarillas de Damon.
—¿Para
qué es esto exactamente?
—¿Cómo
que para qué es? Es para ti.
—Eso
ya lo tenía claro, pero ¿qué he hecho para merecerlo?
Damon
sabía con exactitud a dónde quería ir a parar, pero él era experto en hacer
pases de touchdown a contrapié para despistar, así que lanzó uno.
—Te
has pasado el fin de semana en Knoxville eligiendo muebles para mí.
—Acompañé
a April a elegir tu mobiliario. Y me compensaron adecuadamente con grandes
raciones de comida, un hotel de primera y un masaje. A propósito, gracias. Fue
genial.
—Ahora
eres mi cocinera.
—¿Cocinera?
Si sólo te has comido tres tortitas y algunas sobras.
—¡Me
has pintado la cocina!
—Pinté
parte de la cocina y el techo del comedor.
—Ahí
lo tienes.
—Y
tú a cambio me has dado, comida, casa y transporte durante una semana —dijo
ella—. Eso nos deja a la par.
—¿Llevas la cuenta? ¿Y que hay del mural que vas a
pintar en el comedor? Murales. Quiero cuatro, uno en cada
pared. Voy a hacer que Matt redacte hoy un jodido contrato.
Ella
le metió los billetes en el bolsillo.
—Deja
de intentar manipularme. No te importan nada esos murales. Eso fue idea de
April.
—Sí
que me importan. Me gustó la idea desde el principio, y me gusta cada vez más.
Y es la solución perfecta. Pero por alguna razón, te da miedo pintarlos.
Explícamelo. Explícame por qué te asusta tanto la idea de pintar unos murales
para un hombre con el que estás en deuda.
—Porque
no quiero hacerlo.
—Te
estoy ofreciendo un trabajo digno. Tiene que ser mejor que trabajar para ese
viejo murciélago loco.
—Ahórrate
la saliva, ¿vale? Hasta ahora, el único servicio de verdad que te he
proporcionado ocurrió anoche, e incluso un asno estúpido como tú tiene que
darse cuenta de que no puedo aceptar tu dinero después de eso.
Él
tuvo la desfachatez de burlarse.
—¿Estábamos
en la misma cama? Porque tal y como yo lo recuerdo, yo fui el único que
proporcionó un jodido servicio. ¿Quieres reducirlo todo a dinero? Maravilloso.
Entonces deberías pagarme. De hecho, te voy a enviar la factura. ¡Mil dólares!
Eso es. Me debes un montón de pasta por los servicios prestados.
—¿Mil
dólares? Sí, ya. Cuando he tenido que fantasear con mis antiguos novios para
poder excitarme.
No
fue el golpe contundente que ella había esperado dar porque él se rió. No era una risa pesarosa, que le habría levantado el ánimo,
sino una risa absolutamente divertida.
—¡Chica!
Elena
se sobresaltó cuando Nita escogió ese momento para salir de la Peluquería-Spa
de Barb con las garras recién pintadas en color carmín aferradas al bastón.
—¡Chica!
Ven a ayudarme a cruzar la calle.
Damon
le dirigió a Nita una sonrisa odiosamente alegre.
—Buenos
días, señora Garrison.
—Buenos
días, Señor Farsante.
—No
soy farsante, señora. Soy Damon.
—No
lo creo. —Le pasó el bolso a Elena—. Chica, llévame esto, es muy pesado. Y mira
mis uñas. Será mejor que no hayas malgastado la gasolina mientras estaba ahí
dentro.
Damon
enganchó el pulgar en el bolsillo de los vaqueros.
—Me
siento mucho mejor ahora que veo lo bien que os lleváis las dos.
Elena
agarró a Nita por el codo y la ayudó a cruzar.
—Su
coche está aquí.
—Ya lo veo.
—Pasaré
por su casa para recoger la bicicleta cuando vuelva a la granja —gritó Damon—.
Que tengan un buen día.
Elena
fingió no escucharlo.
—Llévame
a casa —dijo Nita mientras se volvía a sentar en el asiento del acompañante.
—¿Y
el banco?
—Estoy
cansada. Te haré un cheque.
«Sólo
serán tres días», se dijo Elena a sí misma, mientras echaba un último vistazo a
la camioneta.
Damon
había apoyado un pie en la boca de incendio y una de las bellezas locales se le
había colgado del brazo.
Cuando
regresaron a la casa de Nita, la anciana insistió en que Elena llevara a Tango
a dar un paseo para que se fueran conociendo. Como Tango debía tener
unos mil años y no estaba por la labor, Elena lo dejó dormitar bajo un seto de
hortensias mientras ella se sentaba a su lado fuera de la vista de la casa e
intentaba no pensar en el futuro.
Nita
la manipuló para que le hiciera el almuerzo, pero primero, Elena tuvo que
limpiar la cocina. Mientras secaba la última cacerola, una camioneta plateada aparcó detrás de la casa. Observó cómo Damon salía y recogía la bici que había dejado en la
puerta trasera. La tiró sobre la parte posterior de la camioneta y luego
se volvió hacia la ventana donde ella permanecía de pie y la saludó con el
Stetson.
Jack
oyó primero la música y luego vio a April. Era de noche, pasaban de las diez, y
ella estaba sentada en el porche delantero de la casita de invitados encorvada
sobre una lámpara metálica, pintándose las uñas de los pies. Los años se
evaporaron. Con el top negro y los
pantalones cortos rosas se parecía tanto a la veinteañera que él recordaba
que se olvidó por dónde iba y tropezó con la raíz de un árbol que sobresalía de
la cerca de madera.
April
levantó la vista. De inmediato volvió a bajarla. Se había pasado de rosca con
ella la noche anterior, y a ella no se le había olvidado.
Durante
todo el día había sido testigo de su implacable eficiencia mientras dirigía a
los pintores que, al fin, habían aparecido, había discutido con el fontanero,
había supervisado la descarga de un camión lleno de muebles y lo había evitado
con total deliberación. Sólo las miradas que le dirigían los hombres le eran
familiares.
Se
detuvo al pie de las escaleras de madera y señaló con la cabeza la música
estridente. Ella estaba sentada en una vieja silla Adirondack y apoyaba el pie
en el asiento.
—¿Qué
estás escuchando? —preguntó Jack.
—Skullhead
Julie —April mantuvo la atención fija en los dedos de sus pies.
—¿Quiénes
son?
—Un
grupo alternativo de las afueras de Los Ángeles. —El pelo largo cortado en
capas le cubrió la cara cuando se estiró para bajar el volumen. La mayoría de
las mujeres de su edad se habían cortado el pelo, pero ella no seguía la moda.
Cuando todas las demás imitaban a Farrah, April había optado por un corte
geométrico que hacía resaltar esos asombrosos ojos azules, y la había
convertido en el centro de atención.
—Siempre
has sido única en descubrir nuevos talentos —dijo él.
—Ya
no lo hago.
—Lo
dudo.
Ella
sopló para secarse los dedos, otra excusa para no mirarle.
—Si
vienes a buscar a Riley, llegas tarde. Se cansó y se quedó dormida en uno de
los dormitorios de invitados.
Jack
apenas había visto a Riley a lo largo del día. Durante toda la mañana, ella
había seguido a April, y por la tarde se había ido con Damon en una bicicleta
púrpura que él había sacado de la camioneta nueva. Cuando regresaron, tenía el
rostro encendido y sudoroso, pero estaba feliz. Debería haber sido él el que le
comprara una bicicleta, pero no se le había ocurrido.
April
metió el pincel en el bote de esmalte.
—Me
sorprende que hayas tardado tanto. Podría haberle echado alcohol en su vaso de
leche, incluso podía haberle llenado la cabeza con historias de tu sórdido
pasado.
—Ahora
estás siendo presuntuosa. —Apoyó un pie en el escalón inferior—. Anoche me pasé
de rosca. He venido a disculparme.
—Adelante.
—Creía
que acababa de hacerlo.
—Vuelve
a intentarlo.
Él
merecía eso y más, pero no pudo contener una sonrisa cuando subió los escalones
del porche.
—¿Quieres
que me humille?
—Para
empezar no estaría mal.
—Lo
haría, pero no sé cómo. Hace años que la gente no hace más que besarme el culo.
—Inténtalo.
—Empezaré
por admitir que tú tenías razón —dijo él—. No sé qué hacer con Riley. Lo que me
hace sentir estúpido y culpable, y como tampoco sé cómo resolver eso, me
desquité contigo.
—Prometedor.
Continúa.
—Dame
alguna pista.
—Estás
muerto de miedo y necesitas mi ayuda esta semana.
—Bueno,
eso, también. —A pesar de su aire agresivo, él sabía que la había lastimado.
Últimamente parecía lastimar a todo el mundo. Miró hacia el bosque donde las
luciérnagas comenzaban a revolotear. La pintura descascarillada le arañó el
codo cuando se apoyó contra uno de los pilares del porche—. Daría algo por un
cigarrillo.
April
bajó el pie del asiento y subió el otro.
—Yo
no me muero por fumar. Ni por las drogas, si te digo la verdad. Para mí lo
difícil es el alcohol. Me aterra pensar que voy a vivir el resto de mi vida sin
una copa de vino o un margarita.
—Pero
quizás ahora puedas controlarlo.
—Soy
alcohólica —le dijo con una honestidad que lo sorprendió—. No puedo volver a
beber nada, ni una gota.
En
el interior de la casita de invitados, sonó el móvil de April. Con rapidez,
cerró el bote de esmalte y salió disparada para contestar. Cuando la puerta
mosquitera se cerró de golpe detrás de ella, él metió las manos en los
bolsillos. Había encontrado un par de planos para el porche cubierto. Su padre
había sido carpintero, y Jack había crecido entre planos y herramientas, pero
no podía recordar la última vez que había sostenido un martillo entre las
manos.
Él
miró a través de la mosquitera la sala vacía y oyó la voz apagada de April. Al
diablo con todo. Entró. Ella estaba de espaldas y pegaba la frente en el brazo
que apoyaba contra uno de los muebles de la cocina.
—Sabes cuánto me importas —dijo ella en voz tan baja
que Jack apenas entendió las palabras—. Llámame mañana,
¿vale?
Habían
pasado demasiadas décadas para volver a sentir la vieja puñalada de los celos,
así que centró la atención en el folleto que había sobre la encimera. Cuando lo
cogió, ella cerró el móvil y le señaló el folleto.
—Es
de un grupo en el que participo de voluntaria.
—¿Galería
de corazones? No lo conozco.
—Son
fotógrafos profesionales que se ofrecen voluntarios para hacer retratos
asombrosos de niños que esperan ser adoptados. Los exhibimos en galerías
locales. Son más personales que las fotografías identificativas que toman los
de Servicios Sociales, y muchos de esos niños han encontrado una familia que
los adopte por medio de las exposiciones.
—¿Cuánto
tiempo llevas haciéndolo?
—Unos cinco años. —Regresó lentamente hasta el
porche—. Comencé llevando la campaña de un fotógrafo que
conozco, buscando ropa que reflejara la personalidad de los niños, ayudándolos
a sentirse cómodos. Ahora soy yo la que hago las fotos. O por lo menos las
hacía hasta que vine aquí. Te sorprendería cuánto me gusta.
Él
se metió el folleto en el bolsillo y la siguió hasta el porche. Quería
preguntarle por el tío que la había llamado, pero no lo hizo.
—Me
sorprende que no te casaras nunca.
April
cogió el esmalte de uñas y volvió a sentarse en la silla Adirondack.
—Para
cuando maduré, había perdido interés en el matrimonio.
—-Me
cuesta imaginarte sin un hombre.
—Deja
de sonsacarme.
—No
estoy sonsacándote nada. Sólo digo que me cuesta conciliar a la April de antes
con la de ahora.
—Quieres
encasillarme —dijo ella con sequedad.
—Supongo.
—Quieres
saber si sigo siendo la chica mala responsable de la caída de tantos hombres
buenos demasiado débiles para mantener cerrada la cremallera.
—Algo
así...
Ella
se sopló el dedo gordo del pie.
—¿Quién
era la morena que vino la semana pasada con tu séquito? ¿Tu ayuda de cámara?
—Una
ayudante muy eficiente a la que nunca he visto desnuda. ¿Mantienes ahora una
relación seria con alguien?
—Una
muy seria conmigo misma.
—Eso
está bien.
April
siguió pintándose las uñas.
—Háblame
sobre Marli y tú. ¿Estuvisteis casados cuánto... cinco minutos?
—Año
y medio. La vieja historia de siempre. Yo tenía cuarenta y dos y pensé que ya era hora de sentar cabeza.
Ella era joven, bella y dulce... o por lo menos eso creía en ese
momento. Me encantaba su voz. Todavía me gusta. El infierno no se desató hasta
que estuvimos casados, fue cuando descubrimos lo mucho que nos odiábamos
mutuamente. Añadiré que esa mujer no captaba los sarcasmos. Pero no todo fue
malo. Tuvimos a Riley.
Después
de Marli, Jack había mantenido dos largas relaciones bien aireadas por la
prensa. Aunque a él le habían gustado mucho ambas mujeres, siempre faltaba
algo, y con un matrimonio fallido a las espaldas, no deseaba volver a cometer
el mismo error.
April
terminó de pintarse las uñas, cerró el bote de esmalte y extendió esas piernas
interminables.
—No
te deshagas de Riley, Jack. No la mandes a ningún campamento, ni con la hermana
de Marli, y, sobre todo, no la envíes a un internado. Deja que viva contigo.
—No
puedo hacerlo. Tengo una gira. ¿Qué se supone que haría con ella? ¿Llevarla de
hotel en hotel?
—Ya
se te ocurrirá algo.
—Tienes
demasiada fe en mí. —Él se quedó mirando fijamente la desvencijada cerca—. ¿Te
contó Riley lo que sucedió anoche con Damon?
April
levantó la cabeza con rapidez, como una leona olfateando el peligro que
acechaba a su cachorro.
—¿Qué
pasó?
Jack
se sentó en el escalón superior y le contó lo que había ocurrido con exactitud.
—No
estoy tratando de disculparme —dijo al final—, pero Riley estaba gritando y él
la perseguía.
April
se levantó de la silla.
—Damon
jamás le haría daño. No puedo creer que lo atacases. Tienes suerte de que no
rompiera ese estúpido cuello tuyo.
Tenía
razón. Aunque se mantenía en forma para dar lo mejor de sí en esos conciertos
que llevaban su marca personal, no era digno rival para un deportista de élite
de treinta y un años.
—Más
tarde Damon y yo mantuvimos una pequeña charla, o al menos la mantuve yo. Aireé
todos mis pecados con total franqueza. Sobra decir cómo se lo tomó Damon.
—Déjalo en paz, Jack —le dijo ella con aire
cansado—. Ya ha tenido suficiente mierda de nosotros dos.
—Sí.
—Jack miró la puerta—. No quiero despertar a Riley. ¿Te importa si se queda a
dormir aquí esta noche?
—No.
—April se dio la vuelta para entrar, y él empezó a bajar las escaleras, pero se
detuvo a la mitad.
—¿No
sientes curiosidad? —dijo Jack, dándose la vuelta para mirarla—. ¿No te
gustaría saber cómo serían ahora las cosas entre nosotros?
April
detuvo la mano en el pomo de la puerta. Por un momento no dijo nada, pero
cuando habló, su voz era tan fría como el acero.
—Ni
lo más mínimo.
Riley
no podía oír lo que hablaban su padre y April, pero las voces la habían despertado. Era una sensación
agradable estar en la acogedora cama de la casita de invitados mientras ellos
hablaban. Habían tenido a Damon, así que debían haberse querido en algún
momento.
Se
frotó la pantorrilla con el otro pie. Ese día se lo había pasado tan bien que
se había olvidado de estar triste. April le había encargado cosas fáciles, como
recoger flores para ponerlas en un jarrón o llevar agua a los pintores. Esa
tarde había salido a montar en bicicleta con Damon. Pedalear sobre los caminos
de tierra había sido duro, pero él no la había llamado gorda ni nada por el
estilo, y le había dicho que tenía que lanzarle el balón por la mañana para
poder practicar. Sólo de pensarlo se ponía nerviosa, y alborozada también. Elena
se había ido, pero cuando le había preguntado a Damon por ella, él había
cambiado de tema. Riley esperaba que Elena y Damon no rompieran. Su madre
siempre estaba rompiendo con algún tío.
Oyó
que April se acercaba, así que se cubrió con la sábana hasta la barbilla y
cerró los ojos por si se decidía a entrar para ver cómo estaba. Riley ya había
notado que April hacía ese tipo de cosas.
Durante
los días siguientes, Elena se dijo a sí misma que era bueno que Damon se mantuviera
alejado porque ella necesitaba todo su ingenio para tratar con Nita. Aun así,
lo echaba muchísimo de menos. Quería creer que él también la estaba echando de
menos, pero, ¿por qué iba a hacerlo? Ya había conseguido lo que quería.
Una
familiar sensación de soledad la invadió. Nita había decidido que también
quería salir en el retrato de Tango, pero quería que Elena la pintara
como había sido en su juventud, no como era ahora. Eso había implicado rebuscar
en un montón de álbums de fotos antiguos, con Nita pasando página tras página y
señalando con una uña color carmín los defectos de todos los que se habían
fotografiado con ella: un compañero en la escuela de baile, una compañera de
piso con pinta de furcia o la larga serie de hombres que la habían agraviado.
—Pero,
¿a usted le gusta alguien? —dijo Elena con frustración la mañana del sábado
sentada en un sofá de terciopelo blanco de la sala, rodeada de álbums
descartados.
Nita
señaló una página con un dedo nudoso.
—Me
gustaron en su momento. Pero por aquel entonces era demasiado ingenua con
respecto a la naturaleza humana.
A
pesar de la frustración de Elena por no poder comenzar el cuadro, sentía cierta
fascinación por la vida que Nita había llevado mientras crecía en el Brooklyn
de la guerra y durante los años cincuenta y sesenta cuando daba clases de baile
de salón. Había tenido un breve matrimonio con un actor de cine que según ella
se pasaba la vida borracho, había vendido cosméticos, había trabajado como
modelo en ferias de muestras y había sido azafata en algunos restaurantes de
lujo de Nueva York.
Al
principio de los años setenta, había conocido a Marshall Garrison y se había
casado con él. En la foto de boda aparecía vestida de blanco; una voluptuosa
rubia de larga melena platino, ojos muy maquillados y labios pintados de carmín
que miraba con adoración a un distinguido hombre de mediana edad. Tenía caderas
delgadas, piernas interminables y la piel de porcelana, el tipo de mujer que
hacía volver la cabeza a los hombres.
—Creía
que yo tenía treinta y dos años —dijo Nita—. El tenía cincuenta y me preocupaba
lo que pensaría cuando descubriera que en realidad tenía cuarenta. Pero estaba
loco por mí, y ni siquiera le importó.
—Señora Garrison, en esa foto parece muy feliz. ¿
Qué sucedió ?
—Que
vine a Garrison.
Al
seguir mirando el álbum, Elena observó que, con el paso del tiempo, la sonrisa
complaciente de Nita se había vuelto gradualmente amarga.
—¿De
cuándo es ésta?
—Es
la fiesta de Navidad de nuestro segundo año de casados. Cuando ya había perdido
la esperanza de gustarle a la gente del pueblo.
Las
expresiones resentidas de las mujeres mostraban con exactitud cómo les había
sentado que la descarada mujer de Brooklyn con enormes pendientes y faldas
demasiado cortas les hubiera birlado al soltero más cotizado del pueblo. En
otra página, Elena estudió una foto de Nita en la fiesta de unos vecinos;
mostraba una sonrisa tensa en la cara. Elena miró luego una foto de Marshall.
—Su
marido era muy guapo.
—Eso pensaba él.
—¿A
usted no le gustaba?
—Creía
que era un hombre de carácter cuando me casé con él.
—Lo
más probable es que se lo absorbiera mientras le chupaba la sangre.
Nita
curvó los labios mostrando los dientes; era su manera favorita de mostrar
desaprobación. Elena había oído el chasquido que lo acompañaba más veces de las
que podía contar.
—Pásame
la lupa —exigió Nita—. Quiero ver si la comadreja de Bertie Johnson aparece en
esta foto. Es la mujer más fea que he conocido, pero tuvo el valor de criticar
mi manera de vestir. Le dijo a todos los que la querían escuchar que yo era
ostentosa. Por supuesto, me vengué de ella.
—¿Con
pistola o con cuchillo?
Nita
volvió a chasquear la lengua.
—Cuando
su marido perdió el empleo, la contraté para que me limpiara la casa. A la
señora Altiva y Poderosa no le gustó nada, sobre todo cuando la hacía limpiar
los baños dos veces.
Elena
no tuvo problema para imaginar a Nita sometiendo a la desafortunada Bertie
Johnson. Era lo que Nita había estado haciendo con ella los últimos cuatro
días. Le exigía que le hiciera galletas caseras, le ordenaba limpiar lo que Tango
ensuciaba, e incluso le había encargado contratar una nueva mujer de la
limpieza; algo imposible porque nadie quería trabajar para ella. Elena cerró el
álbum.
—He visto fotos más que de sobra para empezar a trabajar. Tengo
los bocetos previos acabados, y si me deja tranquila por un rato esta tarde
puede que avance un poco.
Nita
no sólo había decidido que quería aparecer en el cuadro, sino que también
quería que el retrato fuera de gran formato para poder colgarlo en el vestíbulo.
Elena le había informado que necesitaba una tela más grande y que le costaría
más caro. De esa manera ganaría suficiente dinero para comenzar de nuevo en
otra ciudad si es que alguna vez lograba salir de Garrison, algo que Nita se
esmeraba en impedir.
—¿Cómo
vas a pintar algo decente cuando te pasas el día soñando con ese jugador de
fútbol americano?
—No
sueño con él. —Elena no le había visto el pelo desde el martes, y cuando había
ido a la granja para recoger sus cosas, él no estaba.
Nita
cogió su bastón.
—Acéptalo,
señorita fanfarrona. Tu compromiso se ha terminado. Un hombre así busca algo
más en una mujer de lo que tú le puedes dar.
—Algo
que usted no deja de recordarme.
Nita
la miró con aire satisfecho.
—Sólo
tienes que mirarte al espejo.
—¿Ha
pensado alguna vez lo cerca que está de la muerte?
Nita
curvó los labios y mostró los dientes.
—Te
ha roto el corazón, pero no quieres admitirlo.
—No
me ha roto el corazón. Para su información soy yo quien utilizo a los hombres,
no ellos a mí.
—Ah,
es cierto, se me olvidaba. Eres una auténtica Mata-Hari.
Elena
cogió dos de los álbums.
—Me
voy a mi habitación para ver si me pongo manos a la obra. No me interrumpa.
—No
irás a ningún sitio hasta que me hagas el almuerzo. Quiero un sándwich de
queso. Y de Velveeta, no esa porquería que compraste.
—Esa
porquería es queso Cheddar.
—No
me gusta.
Elena
suspiró y se dirigió a la cocina. Mientras abría la nevera, oyó un golpe en la
puerta de atrás. El corazón le brincó en el pecho. Se apresuró a abrir y vio
que eran April y Riley. A pesar de cuánto se alegraba verlas, no pudo evitar
sentir una pizca de desilusión.
—Entrad.
Os he echado de menos.
—También
nosotras te hemos echado de menos. —April le palmeó la mejilla—. En especial tu
comida. Habríamos venido ayer a visitarte, pero me retrasé con cosas de la
granja.
Elena
abrazó a Riley.
—Estás
muy guapa. —Desde que Elena no la veía, hacía cinco días, el cabello largo y
sin forma de Riley había sido sustituido por un corte de pelo que le enmarcaba
el óvalo de la cara. En lugar de esas ropas tan apretadas y de mal gusto,
vestía unos pantalones cortos color beis que le quedaban como un guante, y una
camiseta verde que resaltaba el color de sus ojos y su piel aceitunada que ya
no estaba pálida.
—¿Quién
anda por ahí? —La anciana se materializó en la puerta de la cocina y le dirigió
a April una mirada despectiva—. ¿Y tú quién eres?
Elena
frunció el ceño.
—¿Soy
yo la única que oye un caldero hirviendo?
April
contuvo una sonrisa.
—Soy
el ama de llaves de Damon Salvatore.
—-Elena
aún sueña con tu jefe —dijo Nita con mofa—. No ha venido a verla ni una sola
vez, pero Elena no admite que se ha acabado del todo.
—Yo
no sueño con él. Yo...
—La
pobre vive en un cuento de hadas, creyendo que el Príncipe Azul vendrá a
rescatarla de su patética vida. —Nita jugueteó con uno de sus collares y señaló
a la niña—. ¿Cuál era tu nombre? Era algo raro.
—Riley.
—Parece
el nombre de un niño.
Antes
de que Elena pusiera a Nita en su lugar, Riley dijo:
—Quizá.
Pero es mejor que Trinity.
—Si
tú lo dices. Si hubiera tenido una niña la hubiera llamado Jennifer. —Señaló la
puerta con el bastón—. Ven a la sala conmigo. Necesito unos jóvenes ojos que me
lean el horóscopo. Cierta persona que yo me sé no se digna a hacerlo. —Fulminó
a Elena con la mirada.
—Riley
vino a verme a mí —dijo Elena—, y va a quedarse aquí.
—La estás mimando de nuevo. —Miró a Riley con
desaprobación—. Ella te trata como a un bebé.
Riley
se miró las sandalias.
—No
es cierto.
—¿Bien?
—dijo Nita con impaciencia—. ¿Vienes o no?
Riley
se mordisqueó el labio.
—Supongo
que sí.
—Ni
se te ocurra. —Elena pasó el brazo por los hombros de Riley—. Te quedas aquí
conmigo.
Para
su sorpresa, Riley se retiró poco a poco tras un momento de vacilación.
—Ella
no me da miedo.
Nita
ensanchó las fosas nasales.
—¿Por
qué debería darte miedo? A mí me gustan los niños.
—De
cena —replicó Elena.
Nita
le mostró los dientes, luego le dijo a Riley:
—-Venga, muévete.
—Quédate
donde estás —le dijo Elena a Riley que ya comenzaba a seguir a Nita a la sala—.
Eres mi invitada, no la de ella.
—Lo
sé, pero supongo que tengo que ir con ella —dijo Riley con tono de resignación.
Elena
intercambió una mirada con April, que asintió imperceptiblemente con la cabeza.
Elena se plantó una mano en la cadera y señaló a Nita con el dedo.
—Se
lo juro, si le dice algo desagradable, le prenderé fuego a su cama después de
que se quede dormida. Lo digo en serio. Riley, luego me cuentas todo lo que te
ha dicho.
Riley
se frotó el brazo con nerviosismo.
—Eh...,
vale.
Nita
frunció la boca y se dirigió a April.
—¿La
has oído? Eres testigo. Si me pasa algo, llama a la policía. —Miró a Riley—.
Espero que no escupas al leer. Es algo que no soporto.
—No,
señora.
—Habla
más fuerte. Y yergue esos hombros. Tienes que aprender a caminar derecha.
Elena
esperaba que Riley mostrara una mirada de derrota, pero la niña aspiró
profundamente, enderezó los hombros y la siguió a la sala.
—No
des importancia a nada de lo que te diga —gritó Elena—. Es una mujer muy
mezquina.
Cuando
desaparecieron, Elena clavó la mirada en April.
—¿Por
qué va con ella?
—Está
probándose a sí misma. Anoche sacó a Puffy después de anochecer cuando
no era necesario, y esta mañana, cuando vio una serpiente en el estanque, se
obligó a acercarse para mirarla, aunque estaba blanca como el papel. —Le señaló
a Elena una silla—. Es demasiado frustrante. Tuvo valor para escapar de
Nashville, algo que me pone los pelos de punta, y se enfrentó a su padre, pero
parece que le da miedo todo lo demás.
—Es
una gran chica. —Elena se asomó a la sala para asegurarse de que Riley aún
seguía con vida, luego sacó la caja de galletas de la alacena y la puso en la
mesa de la cocina.
—¿Cómo
puedes vivir con esa mujer? —April cogió una de las galletas que le ofrecía Elena.
—Me
adapto a cualquier cosa. —Elena cogió otra galleta y se sentó en una de las
sillas doradas de la cocina, enfrente de April—. Riley es una niña asombrosa.
—Sospecho
que Damon es la razón de todas esas pruebas de valor que se hace Riley. Le oí
sin querer decirle a la niña que tenía que ser fuerte de mente.
El
tigre dorado había hecho irrupción en la cocina.
—¿Al
final la ha aceptado como su hermana?
April
asintió y le contó a Elena lo que había pasado el martes por la noche, la misma
noche que Damon había asaltado su caravana y habían acabado haciendo el amor. Elena
había sabido en su momento que él estaba dolido, y ahora entendía la causa.
Mordisqueó la galleta y cambió de tema.
—¿Cómo
van las cosas en la granja?
April
se estiró como un gato.
—Los
pintores ya han acabado, y han comenzado a llegar los muebles. Pero los
carpinteros que iban a hacer el porche cubierto aceptaron otro encargo durante
el boicot y no pueden volver hasta dentro de dos semanas. Aunque parezca
mentira, Jack se ha puesto con él. Comenzó el miércoles.
—¿Jack?
—Cada
vez que necesita que le echen una mano, le ladra a Damon para que le ayude. Hoy
trabajaron juntos toda la tarde sin apenas dirigirse la palabra. —Cogió otra
galleta y lanzó un suspiro de satisfacción.
—Dios
mío, están buenísimas. No sé por qué os peleasteis Damon y tú, pero me
encantaría que os reconciliarais para que volvieras y cocinaras. Riley y yo
estamos cansadas de sandwiches y cereales.
Ojala
las cosas fueran tan sencillas.
—En
cuanto acabe este retrato, me voy de Garrison.
April
pareció decepcionada, lo que resultaba muy agradable.
—Entonces,
¿se supone que habéis roto oficialmente?
—Nunca
hemos estado comprometidos. Damon me recogió hace dos semanas en la carretera
de Denver. —Elena le contó todo sobre Jamie y el traje de castora.
April
no pareció demasiado sorprendida.
—Tienes
una vida muy interesante.
En
la sala, Riley terminó de leer el horóscopo que le auguraba a la señora
Garrison un nuevo romance, lo que hizo que Riley sintiera tal vergüenza que
deseó estar haciendo cualquier otra cosa. Como estar en la cocina con April y Elena.
Pero Damon le había dicho que tenía que dejar de mostrar a la gente lo asustada
que estaba. Le había dicho que observara cómo Elena se cuidaba de sí misma e
hiciera lo mismo, pero sin tener que utilizar la fuerza a menos, claro está,
que fuera absolutamente necesario.
La
señora Garrison le arrebató el periódico como si pensara que Riley pudiera
hurtarlo.
—Esa
mujer de la cocina. Creí que se llamaba Susan. Es lo que decían en el pueblo.
Nadie
salvo Elena sabía que April era la madre de Damon.
—Creo
que April es su segundo nombre.
—¿Qué
relación tienes con ella? ¿Qué pintas tú en la granja?
Riley
pasó el dedo por el brazo del sofá. Deseaba poder decirle a la señora Garrison
que Damon Salvatore era su hermano.
—April
es amiga de mi familia. Es algo así como mi madrina
—-Bah.
—La señora Garrison clavó los ojos en ella—. Tienes mejor aspecto que la semana
pasada.
Debía de ser por el pelo. April la había llevado a
la peluquería, y también le había comprado ropa nueva. Aunque sólo hacía una semana,
a Riley le parecía que se le notaba menos la barriga, seguramente porque no
tenía tiempo de aburrirse y comer. Cada vez que quería ir a la casita de invitados tenía que caminar, y tenía que
pasear a Puffy. Montar en bicicleta por las colinas era duro, y Damon
quería que le lanzara el balón. Algunas veces deseaba poder sentarse con él y
hablar, pero a él le gustaba estar en movimiento todo el rato. Había comenzado
a pensar que era hiperactivo como Benny Phaler, pero tal vez fuera porque en el
fondo era un chico y le gustaba jugar al fútbol.
—Me
he cortado el pelo —dijo—. Además, no estoy comiendo tanto y he estado montando
muchísimo en bici.
La
señora Garrison hizo un mohín, y Riley observó que el lápiz de labios se le
había corrido.
—Elena
se puso hecha un basilisco en Josie's sólo porque dije que estabas gorda.
Ella
se retorció las manos en el regazo y se recordó lo que Damon le había dicho
sobre defenderse ella sola.
—Sé
que lo estoy. Pero lo que me dijo me hizo daño.
—Entonces
tienes que dejar de ser tan sensible cuando es obvio que alguien tiene un mal
día. Además, ahora no pareces tan gorda. Es bueno que estés haciendo algo al
respecto.
—No
lo hago a propósito.
—Da
lo mismo. Deberías estudiar baile para poder moverte con gracia. Yo daba clases
de baile de salón.
—Fui
a clases de ballet un tiempo, pero no se me daba bien, así que lo dejé.
—Deberías
haber continuado. El ballet imprime carácter.
—La
profesora le dijo a mi au-pair que yo la volvía loca.
—¿Y
dejaste que se saliera con la suya? ¿Dónde está tu orgullo?
—No
creo que tenga demasiado.
—Pues
ya es hora de que hagas algo al respecto. Coge ese libro de ahí, póntelo en la
cabeza y camina.
Riley
no quería, pero cruzó la estancia hacia la mesa dorada donde estaba el libro y
se lo puso encima de la cabeza. Se le cayó de inmediato. Lo recogió y volvió a
intentarlo con más éxito.
—Extiende
las manos hacia los lados para mantener el equilibrio —le ordenó la señora
Garrison—. Expande el pecho y cuadra los hombros.
Riley
probó y decidió que se sentía más alta y más mayor.
—Así.
Ahora pareces alguien que tiene una buena opinión sobre sí misma. Quiero que de
ahora en adelante, camines de esa manera, ¿entendido?
—Sí,
señora.
April
asomó la cabeza por la puerta.
—Riley
es hora de irnos.
A
Riley se le cayó el libro de la cabeza y se inclinó para recogerlo. La señora
Garrison entrecerró los ojos como si estuviera a punto de decir que Riley era
torpe y gorda, pero no lo hizo.
—¿Quieres
trabajo, chica?
—¿Trabajo?
—A
ver si te quitas la cera de los oídos. Vuelve la semana que viene y podrás
sacar a Tango a pasear. Elena no sirve para eso. Ella dice que sí, pero
en realidad lo único que hace es sacarlo ahí cerca y dejarlo dormir.
—Porque
es demasiado viejo para caminar —gritó Elena desde la cocina.
La
señora Garrison frunció el ceño como si estuviera pensando que ella también era demasiado vieja para
caminar. Por alguna razón, Riley tenía menos miedo de ella. Le había
gustado lo que le había dicho la señora Garrison de que al fin parecía alguien
más segura de sí misma. April, Damon y su padre siempre le decían cosas
bonitas, pero estaban tratando de que adquiriera autoestima, y Riley no se
creía todo lo que decían. La señora Garrison no se preocupaba de cosas como la
autoestima, así que si le decía algo bueno, debía ser verdad. Riley decidió practicar más con el libro cuando regresara a la granja.
—¡Elena,
tráeme el bolso!
—¿Tiene
un arma allí dentro? —preguntó Elena.
Riley
no podía creer la manera en que Elena hablaba a la señora Garrison. La señora
Garrison debía necesitarla de verdad o ya habría despedido a Elena. Se preguntó
si Elena ya lo sabría.
Cuando
la señora Garrison tuvo el bolso, sacó un billete de cinco dólares y se lo
tendió a Riley.
—No
te compres ni caramelos ni nada que engorde.
El
padre de Riley siempre le daba billetes de veinte y no necesitaba más dinero,
pero no podía rechazarlo.
—Gracias,
señora Garrison.
—Recuerda
lo que te enseñé sobre la postura. —Cerró el bolso—. Elena irá a buscarte en
coche a la granja para traerte la semana que viene.
—No sé si todavía estaré por aquí —dijo Riley. Su padre no le había dicho qué día se irían, y le
daba miedo preguntarle, más que nada, porque quería quedarse en esa granja
durante el resto de su vida.
De
camino a la granja, April palmeó la pierna de Riley. No dijo nada. Sólo le
palmeó la pierna. También le daba un montón de abrazos y le acariciaba el pelo,
y Riley había bailado con ella. A veces, April actuaba como una madre, pero
ella no hablaba de calorías y novios. Además, la madre de Riley jamás habría
dicho las palabrotas que April decía. A Riley le gustaba cómo olía April, a
madera y flores, y a bloc de notas. Nunca lo reconocería abiertamente, pero algunas
veces estar con April era todavía mejor que estar con Damon, porque Riley no
tenía que correr de un lado para otro detrás del balón todo el rato.
Sonrió,
aunque tenía un montón de preocupaciones. No podía esperar para decirle a Damon
que había estado sola con la señora Garríson y que apenas se había asustado.
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