Capítulo 08
—¿Te encuentras lo bastante bien para
viajar? —preguntó Damon durante la cena.
—Damon, estoy bien —Elena levantó la
vista del delicioso filete que estaba devorando.
—Quizás deberías ir a ver a un obstetra
antes de marcharnos.
—Si te hace sentir mejor, iré a ver a
mi médico en cuanto regresemos a la isla, pero desde luego puedo viajar. Aunque
si tienes algún asunto que tratar aquí, puedo adelantarme yo.
—Iremos juntos —Damon frunció el ceño—.
Es importante que regresemos sobre nuestros pasos y repitamos lo que hicimos en
mi anterior visita a la isla. Quizás la familiaridad consiga que recupere la
memoria.
—¿Qué te ha dicho el médico?
Damon se mostró visiblemente incómodo.
A pesar de compartir una mesa aislada del resto de los comensales, miró a su
alrededor, temeroso de que alguien pudiera oírles.
—Cree que hay una razón psicológica
detrás de todo —frunció los labios—. Si tan feliz era y tan enamorado estaba,
¿por qué desear olvidarlo? No tiene sentido.
Ella fue incapaz de reprimir un
respingo.
—No pretendía herirte —se apresuró a
aclarar él—. Es que hay demasiadas cosas que no comprendo. Quiero regresar
porque quiero encontrar a la persona que perdí allí. El hombre al que dices
amar, y que te amaba, es un completo extraño para mí.
—Al parecer, ambos lo somos —susurró
ella—. Quizás no exista. Quizás lo imaginé.
—Pero lo que no hemos imaginado es a
ese bebé —Damon bajó la vista a la barriga, oculta tras la mesa—. Él o ella es
real, lo único real de toda esta situación.
—El bebé no es lo único real. Mi amor
por ti era real. Niegas poder ser esa persona. Y se supone que, si de repente
recuperas la memoria y tu amor por mí, debo olvidar sin más todo este rechazo.
Elena bajó la vista y entrelazó las
manos antes de inclinarse hacia delante.
—Dime, Damon, ¿a qué hombre debo
creer? ¿Al hombre que me dice que no soy su tipo y que no podría haberme amado,
o al amante que pasó cada noche en mis brazos mientras estuvimos en la isla? No
importa lo que recuerdes mañana, o al día siguiente, siempre sabré que una
parte de ti se rebela ante la mera posibilidad de estar conmigo.
—Elena, yo… —extendió las manos en un
gesto desesperado.
—No lo hagas, Damon —ella sacudió la
cabeza—. No lo empeores pretendiendo que no quisiste decirlo. Al menos en eso
has sido sincero. Pero no olvides que no eres la única víctima en todo este
asunto.
—Lo siento de veras —contestó él con
evidente sinceridad—. Me estoy portando como un bastardo egoísta. Sé lo que
estás sufriendo y que nada de esto es fácil para ti. Perdóname.
Damon le tomó la mano.
Elena sintió una opresión en el pecho
y tuvo que contenerse para no arrojarse en sus brazos. Deseaba susurrarle su
amor al oído. Deseaba suplicarle que no la abandonara jamás. Pero lo único que
podía hacer era mirarlo con desesperada frustración.
—¿Y qué pasa si no recuperas la
memoria jamás?
—No lo sé —contestó Damon.
Elena se reclinó en la silla y soltó
la mano.
—¿Qué has metido en la maleta? —preguntó
forzando una sonrisa.
—Aún no la he hecho —él pareció confuso
ante el cambio de conversación.
—Nos marchamos mañana por la mañana y
no sabes cuánto tiempo estarás ausente. ¿Vas a dejarlo todo hasta última hora?
—No sabía qué llevar —él hizo una
mueca—. Dijiste algo sobre chanclas y trajes de baño.
—Bueno, ahora hace demasiado frío para
bañarse. Hace buen tiempo, pero el agua está fría.
Damon se volvió hacia la orquesta que
tocaba y luego la miró a ella.
—Cuéntame, Elena, ¿alguna vez
bailamos?
Sorprendida, ella sólo pudo sacudir la
cabeza.
—Entonces te propongo que bailes
conmigo ahora —se puso en pie y le ofreció una mano.
Hechizada por su tono de voz, le tomó
la mano y dejó que la condujera a la pista de baile.
Elena cerró los ojos y suspiró
mientras se pegaba a él. El calor de su cuerpo la abrazaba y su aroma le
acariciaba la nariz. Respirando profundamente, se guardó la esencia en lo más
profundo de su ser.
¡Cómo le había echado de menos!
Incluso en los momentos en que lo había odiado, en que se había puesto en lo
peor, había permanecido despierta en la cama recordando las noches en que
habían hecho el amor arrullados por la música de las olas del mar.
Durante unos instantes, Elena se
abandonó a su ensoñación.
Levantó la vista hacia él mientras Damon
interponía su mano entre sus cuerpos y le acariciaba la muñeca.
—Eres un interesante dilema, Elena.
—¿Dilema? —ella enarcó las cejas.
Elena ladeó la cabeza
inquisitivamente.
—Te juro que no te recuerdo. Te miro y
me quedo en blanco. Pero cuando te tengo cerca, cuando te toco… —su voz se
convirtió en apenas un susurro—. Me siento como si…
—¿Como si qué? —ella sintió un
escalofrío en la columna.
Damon parecía perplejo, como si
buscara las palabras adecuadas. Pero al final suspiró y le acarició todo el
cuerpo con la mirada.
—Encajáramos —se limitó a contestar.
Ella sintió que el pulso se le
aceleraba y la esperanza inundaba sus venas. No sabía si abrazarlo o besarlo,
de modo que se limitó a sonreír con tal pasión que las mejillas le dolían.
—Es increíble que algo tan sencillo
pueda hacerte tan feliz —murmuró él.
—Es que encajamos —asintió Elena mientras
le tomaba el rostro entre las manos ahuecadas.
Damon le sujetó la nuca con una mano,
le abrazó por la cintura con el brazo libre y la izó hasta que sus labios
estuvieron a la misma altura.
Era como si nunca se hubieran separado.
La besó como había hecho en tantas ocasiones, sólo que… había algo diferente
que ella no lograba descifrar. Algo más profundo, más emotivo.
Elena suspiró contra sus labios con
una mezcla de tristeza y felicidad. Cuando al fin Damon se apartó, la miró con
ojos oscuros mientras su cuerpo se estremecía contra ella y deslizaba una mano
hasta su mejilla para acariciarla.
—Una parte de mí te recuerda, Elena.
Una parte de mí se siente como si hubiera regresado a casa cada vez que te
beso. Eso tiene que significar algo.
—Encontraremos el camino de regreso, Damon.
No te dejaré marchar así como así. No te dejaré marchar sin luchar. Conseguiré
que recuerdes. No sólo por tu felicidad, sino por la mía también.
—Me fascinas, Elena. Y empiezo a
comprender que cayera rendido ante ti desde el principio.
—Vamos a conseguirlo —contestó ella
con convicción—. Juntos haremos que regrese.
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