Capítulo 12
—¿Qué dices que has hecho?
Damon alejó el teléfono de la oreja y
dio un respingo ante la retahíla de improperios.
—Salgo para la isla. Vamos todos —exclamó
Stefan—. Esto es justo lo que yo temía que ocurriera. Las obras deben comenzar
de inmediato.
Damon paseaba junto al pequeño risco
sobre el mar mientras Elena esperaba en el coche. Los obreros no se habían
mostrado muy contentos al saber que las obras se paralizarían, hasta que Damon les
prometió pagarles el salario completo durante la espera.
—No mováis el culo de Nueva York —contestó
a su amigo—. No necesito tres niñeras. He hecho lo correcto, Stefan. Hasta
saber qué demonios prometí o dejé de prometer, o lo que sucedió la primera vez
que vine aquí, lo correcto es esperar.
—¿Y desde cuándo te preocupas por lo
correcto? —preguntó Stefan—. Estamos hablando de negocios. Cueste lo que
cueste, hay que seguir adelante.
—¿Y qué sabes tú de este trato, Stefan?
¿Qué es lo que no me estás contando?
—Escucha —contestó su amigo tras un
prolongado silencio—, no sé lo que sucedió allí. Lo que sé es que antes de que
te marcharas de Nueva York dijiste que volverías con un contrato de venta y que
te importaba un bledo cómo conseguirlo.
Damon se dirigió de regreso al coche y
vio a Elena apoyada contra la puerta.
—Pues de momento no voy a cambiar de
opinión —continuó tranquilamente la conversación—. Asumo toda la
responsabilidad.
—Por supuesto que la asumes —exclamó Stefan
irritado—. Todos hemos hecho sacrificios, Damon. Con este complejo de
vacaciones y la fusión con hoteles Forbes, estamos a punto de ser muy ricos.
Seremos la mayor empresa vacacional de lujo del mundo.
Damon suspiró. Era consciente de los
sacrificios hechos por todos. Stefan incluso iba a casarse con la hija de Forbes
para consolidar el trato. Estaban a punto de conseguir todo aquello que habían
deseado.
—Confía en mí, Stefan. Dame un poco de
tiempo. Lo solucionaré, siempre lo hago.
—Una semana, Damon —contestó su amigo
tras emitir un prolongado suspiro—. Si dentro de una semana no han empezado las
obras, iré allí con Klaus y Cam.
Damon colgó el teléfono y lo guardó en
el bolsillo. Suspiró y se acercó al coche de Elena. Debía estar cansada, al
igual que él, apenas había dormido.
Debía concentrarse en recuperar la
memoria y aclarar su relación con Elena Gilbert.
—¿Va todo bien? —preguntó ella
mirándolo de reojo.
—Sí —Damon arrancó el coche.
—¿Te apetece desayunar?
Él emitió una especie de gruñido. No
pareció un «no», de modo que lo tomó por un «sí».
—Te prepararé tu desayuno favorito.
—¿Mi favorito? —él la miró de reojo.
—Huevos Benedictina.
—Eso es —murmuró Damon—. Supongo que
ya te lo había dicho.
—Sí.
Por el gesto hosco, era más que
evidente que a Damon no le apetecía hablar. A ella le gustaba madrugar, pero a
su abuela no tanto y siempre la acusaba de estar demasiado animada por las
mañanas, y más de una vez le había dicho que se callara y la dejara en paz.
—Gracias.
Él ladeó la cabeza.
—Por lo que has hecho. Significa
mucho, no sólo para mí, también para la gente de la isla.
—Debes comprender que se trata sólo de
una solución temporal —él parecía incómodo—. No puedo suspenderlo
indefinidamente. Hay muchas personas que dependen de mí y que me han confiado
su dinero.
—Pero comprenderás que jamás te habría
vendido la tierra si no me hubieras hecho esa promesa —contestó ella—. El
resultado sería el mismo.
—No hablemos más de ello por ahora —Damon
suspiró y le apretó la mano—. No hay una solución sencilla, recupere o no la
memoria.
Por primera vez ella consideró su
punto de vista. Si había dicho la verdad, no le debía haber resultado nada
fácil anular la operación.
Por mucho que le hubiera mentido
anteriormente, en esos momentos se comportaba honorablemente, y le iba a salir
muy caro.
—Comprendo que no es fácil para ti —Elena
lo besó suavemente en la mejilla—, y aprecio el gesto. He recibido la llamada
del sheriff y del alcalde.
—¿Están enfadados contigo? —preguntó
él.
—Creen que soy joven e ingenua —ella
suspiró—. Están demasiado ocupados lamentándolo por mí por haber sido engañada
por un seductor.
—Es tu tierra —contestó Damon irritado—.
No puedes permitir que otros te obliguen a quedártela sólo porque no quieran
ver cambiar sus vidas.
—Crecí aquí —Elena se encogió de
hombros—. Me consideran un miembro de su familia. Y la familia no se traiciona.
Muchos opinan que he hecho exactamente eso, y quizás tengan razón. Sabía que si
tú y yo seguíamos juntos, no me quedaría aquí. Sabía que tendría que
trasladarme a la ciudad por tus negocios. Y en aquellos momentos no me importó.
Damon aparcó el coche en el camino de
entrada de la casa y apagó el motor.
—O sea que estabas dispuesta a
abandonarlo todo por estar conmigo.
—Sí —contestó ella—. Es la verdad. Y
no lo digo para hacerte sentir culpable.
—No sé qué decir.
—No digamos nada —Elena sonrió—.
Desayunemos. Me muero de hambre. Después iremos a comprarte algunas cosas y
quizás luego nos sentemos en la terraza a disfrutar del día.
De repente, y después de que el día no
hubiera arrancado demasiado bien, Damon se sintió animado ante los planes que
tenían por delante.
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