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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

06 junio 2013

Oasis Capitulo 07

Capítulo 7

 

     Damon sonrió, haciendo que Elena se estremeciese de deseo.
     
–Me parece que todavía me gustas más cuando te pones dominante y mandona.

     Antes de que a ella le diese tiempo a contestar, Damon la estaba haciendo retroceder de nuevo contra la pared. Bajó la cabeza y Elena sintió un delicioso calor. Lo agarró con fuerza, enterrando los dedos en su pelo. Sus lenguas se entrelazaron con ansia, como si no se cansasen la una de la otra.


     Elena pensó que había aguantado demasiado tiempo aquel deseo, y después dejó de pensar al notar las manos de Damon en su espalda, bajándole la cremallera del vestido. Dejó de besarla y siguió la línea de su mandíbula hasta el hombro, para allí bajarle el tirante del vestido. A ella le costó respirar, bajó las manos y se apretó contra la puerta, le temblaban las piernas. Habían pasado de cero a mil kilómetros por hora en treinta segundos.

     Al bajarle el tirante, el vestido cayó, dejando un pecho desnudo al descubierto. Damon retrocedió un momento y lo miró. Y Elena tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no desmayarse con la intensidad de aquel momento. Notó cómo se le erguía el pezón y se mordió el labio para evitar rogarle a Damon que se lo acariciase.

     Él lo hizo de todos modos, al tiempo que le decía con voz ronca:

     –Eres tan bella… He soñado tanto con esto, Elena. He soñado contigo.

     Le pasó el dedo pulgar por el pezón una y otra vez y luego inclinó la cabeza y lamió a su alrededor antes de metérselo entero en la boca y hacerla gritar.

     –Ahora tú… –le dijo después, desesperada–. Quiero verte.

     Damon se incorporó y con gran sensualidad y confianza en sí mismo, se quitó la ropa sin dejar de mirarla.

     Unos segundos después estaba completamente desnudo delante de ella, haciendo que se le dilatasen las pupilas al dejar al descubierto la formidable erección. A Elena se le había olvidado lo grande que era.

     Damon volvió a acercarse y le levantó la barbilla con un dedo. Luego le bajó el otro tirante del vestido hasta que éste le cayó hasta la cintura. Sólo hizo falta darle un pequeño tirón para que fuese a parar al suelo junto a la ropa de él. Elena se había quedado sólo con las braguitas de encaje negras y los tacones. Damon la recorrió con la mirada y ella notó calor por todo el cuerpo, en especial, entre las piernas.

     Damon le quitó la horquilla que le sujetaba el pelo, dejando que la melena cayese sobre sus hombros y luego le dijo con voz ronca:

     –¿Estás excitada, Elena?

     Ella respondió con un elocuente gemido mientras Damon trazaba el valle de su escote con su dedo índice. Había estado excitada de pensar en él desde que había oído el helicóptero que lo había llevado a Merkazad.

     Y volvió a gemir al ver que Damon se ponía de rodillas delante de ella y le quitaba los zapatos.

     –Quiero probarte.

     Le bajó las braguitas y se las quitó. Y luego separó las piernas con cuidado antes de agarrarle la derecha y colocársela encima del hombro, abriéndola para él.

     Elena supo que no había marcha atrás y tuvo que llevarse el puño a la boca al notar su respiración caliente sobre la piel. Él la acarició con la lengua, prestando especial atención al clítoris. Y Elena tuvo el clímax más intenso de toda su vida.

     Cuando perdió la fuerza de las piernas, Damon la sujetó. Luego se incorporó y la tomó en brazos para llevarla hasta la cama. Una vez allí, Elena no pudo aguantar más.

     –Damon… te deseo.

     Él se inclinó sobre su cuerpo y le contestó.

     –Y yo a ti. Te deseo tanto que casi me duele.
     Elena lo abrazó por el cuello y abrió las piernas antes de decirle:

     –Dime dónde te duele y te daré un beso para curarte.

     Damon se llevó un dedo a los labios.

     –Aquí…

     Ella le dio un beso en la boca, sacó la lengua y la acarició con ella, le mordisqueó con suavidad el labio inferior.

     Luego se apartó y vio que a Damon le brillaban los ojos. Éste señaló su pecho.

     –Y aquí, también…

     Elena pasó las manos por sus costados, notando cómo se estremecía, y le acarició un pezón con la lengua hasta que notó que se endurecía.

     Él cambió de postura y su erección frotó la zona más íntima de Elena. Ella movió las caderas hacia él instintivamente. Lo deseaba tanto que gimió desesperada cuando Damon se apartó para ponerse protección.

     Pero enseguida volvió y se tumbó encima de ella, la besó con pasión. La penetró de un solo empellón, haciéndola dar un grito ahogado. Había pasado tanto tiempo que Elena se notaba tensa y se movió para acomodar en su interior la erección de Damon.

     Pero la tensión se calmó en cuanto él empezó a moverse. Elena se abrazó a su cintura para que entrase todavía más y disfrutó de la fricción de su pecho contra el de ella. Y siguieron así hasta llegar al clímax. Por un segundo, Elena sintió miedo por la intensidad con la que lo estaba sintiendo, pero luego se abrazó a Damon y se dejó llevar.

     Después sólo se oyó la respiración entrecortada y el latido de los corazones de ambos. Damon se quitó de encima de ella, haciendo que se sintiese repentinamente despojada, y se odió a sí misma por sentirse así. Recordaba que Damon nunca había sido demasiado cariñoso después del coito, así que le sorprendió que la abrazase con fuerza.

     Se quedó así mucho tiempo, escuchando la respiración de Damon. No podía dormir. A pesar de haber desnudado su alma delante de ella, era demasiado orgulloso para mostrar su vulnerabilidad.

     Deseó no estar allí cuando despertase, así que se apartó con cuidado de sus brazos y tomó una bata que había a los pies de la cama. Se la puso con manos temblorosas y miró a Damon antes de irse a su habitación, donde entró en el baño, se quitó la bata y se dio una ducha de agua caliente.

     No quiso llorar y se odió a sí misma por ser tan débil. De repente ya no se sentía segura de sí misma y volvía a ser la Elena ingenua y buena, que jamás había aprendido a protegerse. Entonces oyó un ruido y se giró, y vio a Damon en la puerta de la ducha. Ella se tapó los pechos y balbució:

     –¿Qué…?

     Damon estaba muy serio.

     –Apostaría a que no te has acostado con nadie en mucho tiempo. Estabas casi tan rígida como la primera vez que estuvimos juntos.

     Ella se sintió humillada, sintió náuseas.

     –Eso no es asunto tuyo –le dijo.

     –Bueno, si te sirve de consuelo, yo tampoco he sido capaz de acostarme con nadie desde que te besé en la fiesta del sultán el año pasado.

     Damon entró en la ducha y Elena ya no se sintió tan humillada.

     –¿No?

     –No he querido tocar a nadie hasta que no he vuelto a verte a ti.

     –¿Y la rubia que estaba contigo en el castillo?

     Él hizo una mueca.

     –Me siguió y no conseguí sacarla de la habitación. Llevaba varias noches sin dormir, así que no tenía fuerzas para echarla.

     Damon tomó las manos de Elena y las apartó de su pecho. Luego tomó jabón y empezó a acariciarle el cuerpo, lavándoselo. Ella se apoyó en la pared, le pesaban los párpados y sólo podía ver cómo Damon se iba excitando cada vez más. Él la hizo girar y se colocó justo detrás, agarrándole los pechos con las manos llenas de jabón y apretándola contra su cuerpo.

     Luego la acarició también entre las piernas y murmuró con voz ronca:

     –No puedo esperar más… apoya las manos en la pared…

     Ella lo obedeció y notó cómo Damon le separaba más las piernas y guiaba su erección entre ellas hasta penetrarla.

     Damon le acarició el clítoris con una mano y con la otra le apretó un pecho. Elena hizo un esfuerzo por respirar y mantener la cordura mientras el agua caía sobre ambos.

     El clímax llegó enseguida. Elena dio un grito ahogado y echó la cabeza hacia atrás mientras Damon se vaciaba en su interior. Después del último empellón, se quedó inmóvil, derramando su semilla dentro de Elena. Ésta casi no pudo ni sentirse alarmada, estaba demasiado afectada, temblando.

     Damon hizo que se diese la vuelta y la abrazó con fuerza, le dio un rápido beso en los labios.

     –¿Estás bien?

     Ella sólo pudo asentir. No era capaz de articular palabra. Dejó que Damon la sacase de la ducha y la envolviese en una enorme toalla. Se había equivocado. Su relación jamás había sido así. Había sido increíble, sí, pero aquello… iba más allá de lo que había podido sentir con un hombre antes. En ese momento, acababa de dejar de ser una mujer inocente, virgen e idealista.

     Damon la secó antes de secarse él y le envolvió el pelo en una toalla. Luego se puso él otra alrededor de la cintura y la llevó al dormitorio, donde se sentó a su lado en el borde de la cama.

     Elena seguía aturdida de tanto placer. Entonces miró a Damon y se dio cuenta de que éste tenía ambas manos apoyadas en las piernas, y la cabeza inclinada. Estaba muy serio.

     –No he utilizado protección.

     –No creo que haya problema. Estoy en un momento seguro del ciclo…

     Le dijo ella, apartando la vista al darse cuenta de que iba a tener que contarle lo que había ocurrido.

     –Sabré si estoy embarazada dentro de un par de semanas.

     –¿Cómo? –le preguntó él con el ceño fruncido.

     Ella respiró hondo

     –Porque ya he estado embarazada una vez y reconozco los síntomas enseguida. Perdí el bebé cuando sólo llevaba un mes de embarazo.

     Él se giró a mirarla, pero no había comprensión en su mirada, sólo compasión.

     –¿Por eso hacía tanto tiempo que no estabas con nadie?

     Elena tardó un segundo en darse cuenta de que Damon no la había entendido. Y entonces dejó de sentir ganas de contarle la verdad. ¿De qué le serviría, si parecía evidente que no se daba por aludido? Además, después de todo lo que él le había contado la noche anterior, Elena no quería darle otro motivo más para que se sintiese culpable.

     –Más o menos… –le respondió–. Mira, estoy muy cansada. Me gustaría irme a dormir. Sola.

     Él tardó unos segundos en preguntarle:

     –¿Estás segura de que quieres estar sola?

     Elena asintió. Damon se levantó y salió de la habitación. Ella se metió en la cama todavía enrollada en las toallas. Se hizo un ovillo y lloró en silencio por el bebé que no había llegado a nacer.


     Damon estuvo despierto mucho tiempo, pensando en lo que Elena le había contado. La idea de que hubiese estado embarazada de otro lo llenaba de emociones ambiguas. Sobre todo, de celos.

     Siempre se había jurado a sí mismo que no daría vida a otro niño en aquel mundo tan superpoblado.

     Sobre todo, porque le aterraba la idea de no poder protegerlo de los horrores de la vida. De los horrores que él mismo había presenciado, que llevaba en la sangre y que no quería transmitir a un hijo. Por eso había tomado la drástica decisión de hacerse una vasectomía casi diez años antes.

     Le había dicho a Elena lo de la protección más bien preocupado por las enfermedades de transmisión sexual, aunque ella había entendido que lo que le preocupaba era que pudiese dejarla embarazada. Sólo de pensar en aquello volvió a excitarse.

     Damon hizo una mueca y se giró en la cama, le dio un puñetazo a la almohada y apoyó otra vez la cabeza. Ya entendía el porqué del cambio de Elena en los últimos años y, curiosamente, él sintió la necesidad de saber más… y de protegerla.


     Al día siguiente Elena estaba paranoica, como si todo el mundo la mirase. Por suerte, tuvo reuniones a lo largo de casi todo el día, así que no tuvo que enfrentarse a Damon.

     En un momento dado entró en el cuarto de baño y se miró en el espejo, para ver si se le notaba algo raro. Tenía ojeras porque había dormido mal y le brillaban los ojos.
     Entonces salió de uno de los baños una mujer a la que conocía.

     Elena le sonrió y se lavó las manos. La otra mujer le devolvió la sonrisa e hizo amago de marcharse, pero luego dudó y le dijo:

     –Sé que no es asunto mío, pero creo que deberías saber que Ahmed, el asesor del sultán Klaus, ha ido por ahí haciendo correr el rumor de que Damon Salvatore y tú…

     Elena se ruborizó y respondió con voz tensa: –Gracias por contármelo.
     La otra mujer se marchó y Elena volvió a mirarse al espejo. Suspiró. Por eso la miraba tanto la gente. En realidad, su reputación le daba igual, no era tan tradicional como otras mujeres que vivían en su país. No tenía familia y el hecho de que uno de sus padres hubiese sido europeo siempre había sido ya una rareza.

     Pero todo el mundo iba a enterarse de que se estaba acostando con Damon, y él podría hacer otra muesca pública en el cabecero de su cama.

     Se mantuvo erguida y se arregló el pelo antes de salir del baño con la cabeza bien alta. No tenía nada de lo que avergonzarse. Sólo podía arrepentirse de que Damon hubiese vuelto a seducirla.


     –Esta noche tengo que ir a una fiesta benéfica. Me gustaría que me acompañases.

     Elena miró a Damon. Volvía a ir vestido de esmoquin y estaba esperándola. Ella intentó no sucumbir a su encanto masculino. Estuvo a punto de decirle que no, quería decirle que no, pero dudó. Su postura parecía ser de poder y autoridad, pero Elena vio en él cierta vulnerabilidad.

     –¿Qué fiesta es?

     La expresión de Damon era indescifrable.

     –La de una organización benéfica que fundé hace unos años.

     Elena no pudo evitar mostrarse sorprendida y él sonrió con cinismo al ver la cara que ponía.

     –Veo que no me considerabas un filántropo, ¿verdad?

     Ella pensó que Damon la sorprendía constantemente y eso avivaba la curiosidad que sentía por él.

     –La organización lleva el nombre de otra persona, pero, en esencia, es mi proyecto.

     A Elena se le ocurrieron miles de preguntas, pero se contuvo.

     –Estaré lista en quince minutos.

     Damon inclinó la cabeza y la vio entrar en su dormitorio. Se había temido que le dijese que no quería acompañarlo y sintió náuseas al darse cuenta. Dejó escapar el aire que había contenido con el corazón acelerado. No sabía por qué se sentía obligado a pedirle a Elena que fuese con él, pero no había podido evitarlo. Llevaba todo el día sintiéndose frustrado por no poder estar cerca de ella, y eso no le gustaba. No obstante, dado que le había desnudado su alma la otra noche, ¿qué más daba todo lo demás?

     La tierra se estaba moviendo debajo de sus pies y no podía pararla. Cada vez la deseaba más y estaba empezando a olvidarse de las demás mujeres con las que había estado en los últimos seis años.

     Anduvo con impaciencia de un lado a otro mientras esperaba y entonces la oyó. Se giró, preparándose para verla, pero no le sirvió de nada. Estaba preciosa con un vestido morado sin tirantes que resaltaba el maquillaje ahumado de sus ojos. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros.

     Se acercó a ella sin poder refrenarse y la agarró de la mandíbula y de la mejilla. Notó cómo temblaba, cómo se le entrecortaba la respiración y vio cómo se le oscurecían los ojos.

     –Eres mía, Elena –le dijo sin pensarlo.
     Ella entrecerró los ojos, se volvió misteriosa. Se estaba cerrando a él y eso no le gustó.

     –Y todo el mundo lo sabe, Damon –le respondió en tono cínico–. Después de la escenita que montaste anoche, todo el mundo habla de nosotros.

     Damon notó calor en el vientre al pensar en que el otro hombre hubiese tocado a Elena.

     –Bien. Porque todavía no hemos terminado, tú y yo –le dijo en voz baja.

     E inclinó la cabeza para besarla. Ella se resistió al principio, pero luego apoyó el cuerpo contra el de él y abrió la boca con un delicioso suspiro. Damon se excitó todavía más.

     Él retrocedió y Elena mantuvo los ojos cerrados unos segundos más. Tenía las mejillas sonrojadas. Damon se contuvo para no gemir, pero entonces la vio abrir los ojos y fulminarlo con ellos, y la notó temblar.

     –Una noche más, Damon –le respondió con voz ronca–. Eso es todo. Mañana volvemos a Merkazad y lo nuestro se habrá terminado.

     Elena sabía que, después de la revelación que Damon le había hecho acerca de su niñez, no lograría mantenerse indiferente mientras hacían el amor durante tanto tiempo. Deseaba poder abrazarlo, reconfortarlo, sanar sus heridas, pero él le había dejado claro que eso era lo último que quería.

     Todo en el interior de Damon rechazó aquel ultimátum automáticamente a pesar de sentir el deseo de protegerse a sí mismo. ¿Pero acaso no era lo que él le había dicho que iba a pasar? ¿A caso cualquier mujer en su sano juicio no quería que aquello se terminase? Cualquier mujer en su sano juicio…

     Se encogió de hombros.

     –Si es lo que quieres.

     Elena apretó la mandíbula.

     –Sí, es lo que quiero. Esto se termina aquí, en París, para siempre.

     Él sintió que la ira y algo mucho más ambiguo crecía en su interior. Alargó la mano y tomó la de ella.

     –De acuerdo. Ahora, vamos. No podemos perder ni un segundo de nuestra última noche juntos.


     «Nuestra última noche juntos». Minutos después, sentada en el coche, Elena tuvo que contener las lágrimas al darse cuenta de que seguía desesperadamente enamorada de Damon y tenía que resignarse a su futuro. ¿Cómo podía haber pensado que ya no estaba enamorada de él? Y, lo que era todavía peor, ¿cómo había podido enamorarse todavía más?
     Todavía le retumbaban en la cabeza sus propias palabras de que lo suyo terminaba en París. Sabía que sólo había sido un patético intento de que Damon pensase que era inmune a él. Elena sabía muy bien que cuando volviesen a Merkazad, bastaría con que Damon la tocase para volver a su cama. La única manera de protegerse sería volviendo a los establos, donde estaría sana y salva. Patético. Se escondería entre los caballos para aprovecharse de su miedo porque sabía que no podía confiar en sí misma estando cerca de él. Y cuando lo pensaba, deseaba automáticamente ayudarlo a superar aquel miedo. Patético.

     En ese momento Damon le tomó la mano y la acercó a él. Su rostro esculpido estaba entre las sombras y Elena no pudo resistirse. Cuando él inclinó la cabeza y la besó, ella se entregó a aquella locura.

     Al llegar al lujoso hotel instalado al pie de los Campos Elíseos, Elena estaba aturdida. Por eso no se dio cuenta de que Damon estaba nervioso hasta que no estuvieron dentro. Le estaba agarrando la mano con mucha fuerza, aunque la expresión de su rostro era impasible.

     Una mujer castaña, atractiva y de mediana edad, vestida con un traje de chaqueta negro los estaba esperando. Damon se la presentó a Elena, era la coordinadora de la organización. Hablaron en un francés rápido que Elena entendió. La mujer explicó que todo el mundo acababa de terminar de cenar y ya podían empezar los discursos, después tendría lugar una subasta. Damon asintió y siguieron a la mujer por una puerta lateral para sentarse a una mesa que estaba en la parte frontal de un salón de bailes.

     Elena se dio cuenta de que todo el mundo miraba a Damon, en especial, las mujeres.
     No supo de qué organización benéfica se trataba hasta que no empezaron los discursos, y le alegró mucho saberlo. Recientemente, había leído un artículo dedicado a ella tras haber ganado un prestigioso premio. La organización era conocida por su trabajo en la creación de escuelas y centros de ayuda psicológica para niños en países africanos con conflictos. Se les ofrecía acudir a aquellos lugares para estar a salvo y recibir ayuda para superar sus horribles experiencias, con vistas a rehabilitarlos con sus familias, o a cuidar de ellos hasta que pudiesen ser independientes.

     Había muy pocas organizaciones que ofreciesen una ayuda tan completa a largo plazo. Y era normal que Damon hubiese querido crearla, él no había tenido la suerte de recibir ayuda para curar sus heridas.

     Elena observó aturdida cómo un joven africano de unos dieciocho años se subía al podio. Con desgarradora elocuencia, habló de su experiencia como niño soldado y cómo la organización le había salvado la vida. En esos momentos vivía en París y asistía a la Sorbona, donde estudiaba Derecho. Cuando terminó de hablar, tanto Elena como muchas otras personas del público tenían lágrimas en los ojos. Todo el mundo se puso en pie para ovacionarlo.

     El joven bajó del podio y fue directo hacia Damon, que le dio un gran abrazo. Luego se lo presentó a Elena, que sólo fue capaz de saludarlo. Cuando el joven se alejó para recibir la felicitación de otras personas, Elena se dio cuenta de que Damon estaba emocionado y había una luz en sus ojos que no había estado allí antes.

     Él la miró y Elena abrió la boca, preguntas y emociones daban vueltas por su cabeza y por su vientre. Damon le puso un dedo en los labios y le dijo en tono enigmático mientras negaba con la cabeza:

     –No quiero hablar de ello. Esta noche, no, pero tal vez entiendas por qué la creé.
            Damon puso gesto de alivio al ver que asentía. Y ella se dio cuenta de que se había enamorado otro poco más de él.

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