Capítulo 7
Damon
sonrió, haciendo que Elena se estremeciese de deseo.
–Me
parece que todavía me gustas más cuando te pones dominante y mandona.
Antes
de que a ella le diese tiempo a contestar, Damon la estaba haciendo retroceder
de nuevo contra la pared. Bajó la cabeza y Elena sintió un delicioso calor. Lo
agarró con fuerza, enterrando los dedos en su pelo. Sus lenguas se entrelazaron
con ansia, como si no se cansasen la una de la otra.
Elena
pensó que había aguantado demasiado tiempo aquel deseo, y después dejó de
pensar al notar las manos de Damon en su espalda, bajándole la cremallera del
vestido. Dejó de besarla y siguió la línea de su mandíbula hasta el hombro,
para allí bajarle el tirante del vestido. A ella le costó respirar, bajó las
manos y se apretó contra la puerta, le temblaban las piernas. Habían pasado de
cero a mil kilómetros por hora en treinta segundos.
Al
bajarle el tirante, el vestido cayó, dejando un pecho desnudo al descubierto. Damon
retrocedió un momento y lo miró. Y Elena tuvo que hacer un enorme esfuerzo para
no desmayarse con la intensidad de aquel momento. Notó cómo se le erguía el
pezón y se mordió el labio para evitar rogarle a Damon que se lo acariciase.
Él lo
hizo de todos modos, al tiempo que le decía con voz ronca:
–Eres
tan bella… He soñado tanto con esto, Elena. He soñado contigo.
Le
pasó el dedo pulgar por el pezón una y otra vez y luego inclinó la cabeza y
lamió a su alrededor antes de metérselo entero en la boca y hacerla gritar.
–Ahora
tú… –le dijo después, desesperada–. Quiero verte.
Damon
se incorporó y con gran sensualidad y confianza en sí mismo, se quitó la ropa
sin dejar de mirarla.
Unos
segundos después estaba completamente desnudo delante de ella, haciendo que se
le dilatasen las pupilas al dejar al descubierto la formidable erección. A Elena
se le había olvidado lo grande que era.
Damon
volvió a acercarse y le levantó la barbilla con un dedo. Luego le bajó el otro
tirante del vestido hasta que éste le cayó hasta la cintura. Sólo hizo falta
darle un pequeño tirón para que fuese a parar al suelo junto a la ropa de él. Elena
se había quedado sólo con las braguitas de encaje negras y los tacones. Damon
la recorrió con la mirada y ella notó calor por todo el cuerpo, en especial,
entre las piernas.
Damon
le quitó la horquilla que le sujetaba el pelo, dejando que la melena cayese
sobre sus hombros y luego le dijo con voz ronca:
–¿Estás
excitada, Elena?
Ella
respondió con un elocuente gemido mientras Damon trazaba el valle de su escote
con su dedo índice. Había estado excitada de pensar en él desde que había oído
el helicóptero que lo había llevado a Merkazad.
Y
volvió a gemir al ver que Damon se ponía de rodillas delante de ella y le
quitaba los zapatos.
–Quiero
probarte.
Le
bajó las braguitas y se las quitó. Y luego separó las piernas con cuidado antes
de agarrarle la derecha y colocársela encima del hombro, abriéndola para él.
Elena
supo que no había marcha atrás y tuvo que llevarse el puño a la boca al notar
su respiración caliente sobre la piel. Él la acarició con la lengua, prestando
especial atención al clítoris. Y Elena tuvo el clímax más intenso de toda su
vida.
Cuando
perdió la fuerza de las piernas, Damon la sujetó. Luego se incorporó y la tomó
en brazos para llevarla hasta la cama. Una vez allí, Elena no pudo aguantar
más.
–Damon…
te deseo.
Él se
inclinó sobre su cuerpo y le contestó.
–Y yo
a ti. Te deseo tanto que casi me duele.
Elena
lo abrazó por el cuello y abrió las piernas antes de decirle:
–Dime
dónde te duele y te daré un beso para curarte.
Damon
se llevó un dedo a los labios.
–Aquí…
Ella
le dio un beso en la boca, sacó la lengua y la acarició con ella, le mordisqueó
con suavidad el labio inferior.
Luego
se apartó y vio que a Damon le brillaban los ojos. Éste señaló su pecho.
–Y
aquí, también…
Elena
pasó las manos por sus costados, notando cómo se estremecía, y le acarició un
pezón con la lengua hasta que notó que se endurecía.
Él
cambió de postura y su erección frotó la zona más íntima de Elena. Ella movió
las caderas hacia él instintivamente. Lo deseaba tanto que gimió desesperada
cuando Damon se apartó para ponerse protección.
Pero
enseguida volvió y se tumbó encima de ella, la besó con pasión. La penetró de
un solo empellón, haciéndola dar un grito ahogado. Había pasado tanto tiempo
que Elena se notaba tensa y se movió para acomodar en su interior la erección
de Damon.
Pero
la tensión se calmó en cuanto él empezó a moverse. Elena se abrazó a su cintura
para que entrase todavía más y disfrutó de la fricción de su pecho contra el de
ella. Y siguieron así hasta llegar al clímax. Por un segundo, Elena sintió
miedo por la intensidad con la que lo estaba sintiendo, pero luego se abrazó a Damon
y se dejó llevar.
Después
sólo se oyó la respiración entrecortada y el latido de los corazones de ambos. Damon
se quitó de encima de ella, haciendo que se sintiese repentinamente despojada,
y se odió a sí misma por sentirse así. Recordaba que Damon nunca había sido
demasiado cariñoso después del coito, así que le sorprendió que la abrazase con
fuerza.
Se
quedó así mucho tiempo, escuchando la respiración de Damon. No podía dormir. A
pesar de haber desnudado su alma delante de ella, era demasiado orgulloso para
mostrar su vulnerabilidad.
Deseó
no estar allí cuando despertase, así que se apartó con cuidado de sus brazos y
tomó una bata que había a los pies de la cama. Se la puso con manos temblorosas
y miró a Damon antes de irse a su habitación, donde entró en el baño, se quitó
la bata y se dio una ducha de agua caliente.
No
quiso llorar y se odió a sí misma por ser tan débil. De repente ya no se sentía
segura de sí misma y volvía a ser la Elena ingenua y buena, que jamás había
aprendido a protegerse. Entonces oyó un ruido y se giró, y vio a Damon en la
puerta de la ducha. Ella se tapó los pechos y balbució:
–¿Qué…?
Damon
estaba muy serio.
–Apostaría
a que no te has acostado con nadie en mucho tiempo. Estabas casi tan rígida
como la primera vez que estuvimos juntos.
Ella
se sintió humillada, sintió náuseas.
–Eso
no es asunto tuyo –le dijo.
–Bueno,
si te sirve de consuelo, yo tampoco he sido capaz de acostarme con nadie desde
que te besé en la fiesta del sultán el año pasado.
Damon
entró en la ducha y Elena ya no se sintió tan humillada.
–¿No?
–No
he querido tocar a nadie hasta que no he vuelto a verte a ti.
–¿Y
la rubia que estaba contigo en el castillo?
Él
hizo una mueca.
–Me
siguió y no conseguí sacarla de la habitación. Llevaba varias noches sin
dormir, así que no tenía fuerzas para echarla.
Damon
tomó las manos de Elena y las apartó de su pecho. Luego tomó jabón y empezó a
acariciarle el cuerpo, lavándoselo. Ella se apoyó en la pared, le pesaban los
párpados y sólo podía ver cómo Damon se iba excitando cada vez más. Él la hizo
girar y se colocó justo detrás, agarrándole los pechos con las manos llenas de
jabón y apretándola contra su cuerpo.
Luego
la acarició también entre las piernas y murmuró con voz ronca:
–No
puedo esperar más… apoya las manos en la pared…
Ella
lo obedeció y notó cómo Damon le separaba más las piernas y guiaba su erección
entre ellas hasta penetrarla.
Damon
le acarició el clítoris con una mano y con la otra le apretó un pecho. Elena
hizo un esfuerzo por respirar y mantener la cordura mientras el agua caía sobre
ambos.
El
clímax llegó enseguida. Elena dio un grito ahogado y echó la cabeza hacia atrás
mientras Damon se vaciaba en su interior. Después del último empellón, se quedó
inmóvil, derramando su semilla dentro de Elena. Ésta casi no pudo ni sentirse
alarmada, estaba demasiado afectada, temblando.
Damon
hizo que se diese la vuelta y la abrazó con fuerza, le dio un rápido beso en
los labios.
–¿Estás
bien?
Ella
sólo pudo asentir. No era capaz de articular palabra. Dejó que Damon la sacase
de la ducha y la envolviese en una enorme toalla. Se había equivocado. Su
relación jamás había sido así. Había sido increíble, sí, pero aquello… iba más
allá de lo que había podido sentir con un hombre antes. En ese momento, acababa
de dejar de ser una mujer inocente, virgen e idealista.
Damon
la secó antes de secarse él y le envolvió el pelo en una toalla. Luego se puso
él otra alrededor de la cintura y la llevó al dormitorio, donde se sentó a su
lado en el borde de la cama.
Elena
seguía aturdida de tanto placer. Entonces miró a Damon y se dio cuenta de que
éste tenía ambas manos apoyadas en las piernas, y la cabeza inclinada. Estaba
muy serio.
–No
he utilizado protección.
–No
creo que haya problema. Estoy en un momento seguro del ciclo…
Le
dijo ella, apartando la vista al darse cuenta de que iba a tener que contarle
lo que había ocurrido.
–Sabré
si estoy embarazada dentro de un par de semanas.
–¿Cómo?
–le preguntó él con el ceño fruncido.
Ella
respiró hondo
–Porque
ya he estado embarazada una vez y reconozco los síntomas enseguida. Perdí el
bebé cuando sólo llevaba un mes de embarazo.
Él se
giró a mirarla, pero no había comprensión en su mirada, sólo compasión.
–¿Por
eso hacía tanto tiempo que no estabas con nadie?
Elena
tardó un segundo en darse cuenta de que Damon no la había entendido. Y entonces
dejó de sentir ganas de contarle la verdad. ¿De qué le serviría, si parecía
evidente que no se daba por aludido? Además, después de todo lo que él le había
contado la noche anterior, Elena no quería darle otro motivo más para que se
sintiese culpable.
–Más
o menos… –le respondió–. Mira, estoy muy cansada. Me gustaría irme a dormir.
Sola.
Él
tardó unos segundos en preguntarle:
–¿Estás
segura de que quieres estar sola?
Elena
asintió. Damon se levantó y salió de la habitación. Ella se metió en la cama
todavía enrollada en las toallas. Se hizo un ovillo y lloró en silencio por el
bebé que no había llegado a nacer.
Damon
estuvo despierto mucho tiempo, pensando en lo que Elena le había contado. La
idea de que hubiese estado embarazada de otro lo llenaba de emociones ambiguas.
Sobre todo, de celos.
Siempre
se había jurado a sí mismo que no daría vida a otro niño en aquel mundo tan
superpoblado.
Sobre
todo, porque le aterraba la idea de no poder protegerlo de los horrores de la
vida. De los horrores que él mismo había presenciado, que llevaba en la sangre
y que no quería transmitir a un hijo. Por eso había tomado la drástica decisión
de hacerse una vasectomía casi diez años antes.
Le
había dicho a Elena lo de la protección más bien preocupado por las
enfermedades de transmisión sexual, aunque ella había entendido que lo que le
preocupaba era que pudiese dejarla embarazada. Sólo de pensar en aquello volvió
a excitarse.
Damon
hizo una mueca y se giró en la cama, le dio un puñetazo a la almohada y apoyó
otra vez la cabeza. Ya entendía el porqué del cambio de Elena en los últimos
años y, curiosamente, él sintió la necesidad de saber más… y de protegerla.
Al
día siguiente Elena estaba paranoica, como si todo el mundo la mirase. Por
suerte, tuvo reuniones a lo largo de casi todo el día, así que no tuvo que
enfrentarse a Damon.
En un
momento dado entró en el cuarto de baño y se miró en el espejo, para ver si se
le notaba algo raro. Tenía ojeras porque había dormido mal y le brillaban los
ojos.
Entonces
salió de uno de los baños una mujer a la que conocía.
Elena
le sonrió y se lavó las manos. La otra mujer le devolvió la sonrisa e hizo
amago de marcharse, pero luego dudó y le dijo:
–Sé
que no es asunto mío, pero creo que deberías saber que Ahmed, el asesor del
sultán Klaus, ha ido por ahí haciendo correr el rumor de que Damon Salvatore y
tú…
Elena
se ruborizó y respondió con voz tensa: –Gracias por contármelo.
La
otra mujer se marchó y Elena volvió a mirarse al espejo. Suspiró. Por eso la
miraba tanto la gente. En realidad, su reputación le daba igual, no era tan
tradicional como otras mujeres que vivían en su país. No tenía familia y el
hecho de que uno de sus padres hubiese sido europeo siempre había sido ya una
rareza.
Pero
todo el mundo iba a enterarse de que se estaba acostando con Damon, y él podría
hacer otra muesca pública en el cabecero de su cama.
Se
mantuvo erguida y se arregló el pelo antes de salir del baño con la cabeza bien
alta. No tenía nada de lo que avergonzarse. Sólo podía arrepentirse de que Damon
hubiese vuelto a seducirla.
–Esta
noche tengo que ir a una fiesta benéfica. Me gustaría que me acompañases.
Elena
miró a Damon. Volvía a ir vestido de esmoquin y estaba esperándola. Ella
intentó no sucumbir a su encanto masculino. Estuvo a punto de decirle que no,
quería decirle que no, pero dudó. Su postura parecía ser de poder y autoridad,
pero Elena vio en él cierta vulnerabilidad.
–¿Qué
fiesta es?
La
expresión de Damon era indescifrable.
–La
de una organización benéfica que fundé hace unos años.
Elena
no pudo evitar mostrarse sorprendida y él sonrió con cinismo al ver la cara que
ponía.
–Veo
que no me considerabas un filántropo, ¿verdad?
Ella
pensó que Damon la sorprendía constantemente y eso avivaba la curiosidad que
sentía por él.
–La
organización lleva el nombre de otra persona, pero, en esencia, es mi proyecto.
A Elena
se le ocurrieron miles de preguntas, pero se contuvo.
–Estaré
lista en quince minutos.
Damon
inclinó la cabeza y la vio entrar en su dormitorio. Se había temido que le
dijese que no quería acompañarlo y sintió náuseas al darse cuenta. Dejó escapar
el aire que había contenido con el corazón acelerado. No sabía por qué se
sentía obligado a pedirle a Elena que fuese con él, pero no había podido
evitarlo. Llevaba todo el día sintiéndose frustrado por no poder estar cerca de
ella, y eso no le gustaba. No obstante, dado que le había desnudado su alma la
otra noche, ¿qué más daba todo lo demás?
La
tierra se estaba moviendo debajo de sus pies y no podía pararla. Cada vez la
deseaba más y estaba empezando a olvidarse de las demás mujeres con las que
había estado en los últimos seis años.
Anduvo
con impaciencia de un lado a otro mientras esperaba y entonces la oyó. Se giró,
preparándose para verla, pero no le sirvió de nada. Estaba preciosa con un
vestido morado sin tirantes que resaltaba el maquillaje ahumado de sus ojos.
Llevaba el pelo suelto sobre los hombros.
Se
acercó a ella sin poder refrenarse y la agarró de la mandíbula y de la mejilla.
Notó cómo temblaba, cómo se le entrecortaba la respiración y vio cómo se le
oscurecían los ojos.
–Eres
mía, Elena –le dijo sin pensarlo.
Ella
entrecerró los ojos, se volvió misteriosa. Se estaba cerrando a él y eso no le
gustó.
–Y
todo el mundo lo sabe, Damon –le respondió en tono cínico–. Después de la
escenita que montaste anoche, todo el mundo habla de nosotros.
Damon
notó calor en el vientre al pensar en que el otro hombre hubiese tocado a Elena.
–Bien.
Porque todavía no hemos terminado, tú y yo –le dijo en voz baja.
E
inclinó la cabeza para besarla. Ella se resistió al principio, pero luego apoyó
el cuerpo contra el de él y abrió la boca con un delicioso suspiro. Damon se
excitó todavía más.
Él
retrocedió y Elena mantuvo los ojos cerrados unos segundos más. Tenía las
mejillas sonrojadas. Damon se contuvo para no gemir, pero entonces la vio abrir
los ojos y fulminarlo con ellos, y la notó temblar.
–Una
noche más, Damon –le respondió con voz ronca–. Eso es todo. Mañana volvemos a
Merkazad y lo nuestro se habrá terminado.
Elena
sabía que, después de la revelación que Damon le había hecho acerca de su
niñez, no lograría mantenerse indiferente mientras hacían el amor durante tanto
tiempo. Deseaba poder abrazarlo, reconfortarlo, sanar sus heridas, pero él le
había dejado claro que eso era lo último que quería.
Todo
en el interior de Damon rechazó aquel ultimátum automáticamente a pesar de
sentir el deseo de protegerse a sí mismo. ¿Pero acaso no era lo que él le había
dicho que iba a pasar? ¿A caso cualquier mujer en su sano juicio no quería que
aquello se terminase? Cualquier mujer en su sano juicio…
Se
encogió de hombros.
–Si
es lo que quieres.
Elena
apretó la mandíbula.
–Sí,
es lo que quiero. Esto se termina aquí, en París, para siempre.
Él
sintió que la ira y algo mucho más ambiguo crecía en su interior. Alargó la
mano y tomó la de ella.
–De
acuerdo. Ahora, vamos. No podemos perder ni un segundo de nuestra última noche
juntos.
«Nuestra
última noche juntos». Minutos después, sentada en el coche, Elena tuvo que
contener las lágrimas al darse cuenta de que seguía desesperadamente enamorada
de Damon y tenía que resignarse a su futuro. ¿Cómo podía haber pensado que ya
no estaba enamorada de él? Y, lo que era todavía peor, ¿cómo había podido
enamorarse todavía más?
Todavía
le retumbaban en la cabeza sus propias palabras de que lo suyo terminaba en
París. Sabía que sólo había sido un patético intento de que Damon pensase que
era inmune a él. Elena sabía muy bien que cuando volviesen a Merkazad, bastaría
con que Damon la tocase para volver a su cama. La única manera de protegerse
sería volviendo a los establos, donde estaría sana y salva. Patético. Se escondería
entre los caballos para aprovecharse de su miedo porque sabía que no podía
confiar en sí misma estando cerca de él. Y cuando lo pensaba, deseaba
automáticamente ayudarlo a superar aquel miedo. Patético.
En
ese momento Damon le tomó la mano y la acercó a él. Su rostro esculpido estaba
entre las sombras y Elena no pudo resistirse. Cuando él inclinó la cabeza y la
besó, ella se entregó a aquella locura.
Al
llegar al lujoso hotel instalado al pie de los Campos Elíseos, Elena estaba
aturdida. Por eso no se dio cuenta de que Damon estaba nervioso hasta que no
estuvieron dentro. Le estaba agarrando la mano con mucha fuerza, aunque la
expresión de su rostro era impasible.
Una
mujer castaña, atractiva y de mediana edad, vestida con un traje de chaqueta
negro los estaba esperando. Damon se la presentó a Elena, era la coordinadora
de la organización. Hablaron en un francés rápido que Elena entendió. La mujer
explicó que todo el mundo acababa de terminar de cenar y ya podían empezar los
discursos, después tendría lugar una subasta. Damon asintió y siguieron a la
mujer por una puerta lateral para sentarse a una mesa que estaba en la parte
frontal de un salón de bailes.
Elena
se dio cuenta de que todo el mundo miraba a Damon, en especial, las mujeres.
No
supo de qué organización benéfica se trataba hasta que no empezaron los
discursos, y le alegró mucho saberlo. Recientemente, había leído un artículo
dedicado a ella tras haber ganado un prestigioso premio. La organización era
conocida por su trabajo en la creación de escuelas y centros de ayuda
psicológica para niños en países africanos con conflictos. Se les ofrecía
acudir a aquellos lugares para estar a salvo y recibir ayuda para superar sus
horribles experiencias, con vistas a rehabilitarlos con sus familias, o a
cuidar de ellos hasta que pudiesen ser independientes.
Había
muy pocas organizaciones que ofreciesen una ayuda tan completa a largo plazo. Y
era normal que Damon hubiese querido crearla, él no había tenido la suerte de
recibir ayuda para curar sus heridas.
Elena
observó aturdida cómo un joven africano de unos dieciocho años se subía al
podio. Con desgarradora elocuencia, habló de su experiencia como niño soldado y
cómo la organización le había salvado la vida. En esos momentos vivía en París
y asistía a la Sorbona, donde estudiaba Derecho. Cuando terminó de hablar,
tanto Elena como muchas otras personas del público tenían lágrimas en los ojos.
Todo el mundo se puso en pie para ovacionarlo.
El
joven bajó del podio y fue directo hacia Damon, que le dio un gran abrazo.
Luego se lo presentó a Elena, que sólo fue capaz de saludarlo. Cuando el joven
se alejó para recibir la felicitación de otras personas, Elena se dio cuenta de
que Damon estaba emocionado y había una luz en sus ojos que no había estado
allí antes.
Él la
miró y Elena abrió la boca, preguntas y emociones daban vueltas por su cabeza y
por su vientre. Damon le puso un dedo en los labios y le dijo en tono
enigmático mientras negaba con la cabeza:
–No
quiero hablar de ello. Esta noche, no, pero tal vez entiendas por qué la creé.
Damon
puso gesto de alivio al ver que asentía. Y ella se dio cuenta de que se había
enamorado otro poco más de él.
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