Capítulo 6
Los campos que rodeaban la granja
Whitegates no eran atendidos por nadie. El Land Rover de Damon estaba en el
patio, pero no había más vehículos.
Tensa, ante la posibilidad de
encontrarse con él, Elena bajó de su auto, llevando las medicinas con cuidado.
La señora Forbes abrió a su llamada y la recibió con una sonrisa.
— No podía ser más oportuna. Estoy preparando el té para la señora
Salvatore. Se alegrará de que este aquí para compartirlo con ella. Pase.
—Ha sido un día muy caluroso. Trataba de aspirar un poco de la
brisa de la tarde a tiempo para tomar el té.
Elena no pudo negarse. A pesar de su
aparente alegría, era evidente que la mujer se sentía muy sola.
—Lo tengo. De hecho, me alegro de que me invite. No sé si Bonnie
la informó que me han encargado la organización del festival de verano. No
tengo idea de lo que debo hacer y Bonnie sugirió que usted podría ayudarme —no
todo era verdad, pero en esa ocasión no se sintió culpable. La mentira piadosa
quedó más que compensada al ver la expresión de interés de la anciana.
—Tendrás que movilizar a todo el pueblo —le advirtió— Es
probable que el enlonado haya sido contratado ya, pero no estará de más que lo
compruebes. Caitlin tendrá disponible, para ti una lista de números telefónicos
y, de no ser así, yo puedo ayudarte. Siempre guardo mis agendas y allí los
tengo.
La señora Forbes sirvió el té y se
marchó, sin interrumpirlas. Elena se sorprendió de no sentirse incómoda frente
a la madre de Damon.
—Bonnie me dijo que esperas un hijo. Lo imaginé cuando estuviste
aquí hace unos días.
¿En realidad fue así? se preguntó Elena
alarmada.
—Debe ser difícil para ti: una vida que empieza combinada con la
pérdida de tu esposo.
Allí estaba de nuevo; la referencia a
su inexistente esposo, la compasión que no merecía.
—Este lugar necesita niños. Sé que Bonnie siempre está
insistiendo que Damon se case y yo debo reconocer que sería agradable tener a
otra mujer aquí. Mi cuñada y yo fuimos muy buenas amigas y todavía la extraño.
Un hijo, por cariñoso y atento que sea, es un pobre sustituto para una compañía
femenina. Y el mismo Damon ha cambiado en fechas recientes; está muy preocupado.
Sé que algo lo molesta, pero no he podido averiguar de qué se trata. En un
principio pensé que era la granja, pero ahora creo que es algo más profundo que
eso... algo más personal. Lo siento, querida —brindó a Elena una sonrisa
avergonzada— Debo aburrirte al hablar de mi familia. ¿Dónde estábamos?...
Elena no pudo más que aceptar que la
mujer cambiase el tema de conversación, volviendo al asunto del festival. La
irritaba darse cuenta de que quería saber más acerca de Damon. Tenía el
terrible deseo de preguntar a Anabelle cómo era Damon cuando niño.
¿Qué le ocurría? Al perder a Caroline
decidió no volver a involucrarse con lazos emocionales con otro ser humano.
Pero ya era demasiado tarde, se dijo;
ya estaba emocionalmente comprometida con su hijo por nacer.
Su hijo por nacer. Se llevó las manos
al vientre
—Querida, ¿estás bien? —la preocupación en el tono de voz de Anabelle
la hizo volver a la realidad.
—Estoy bien. Sólo estaba.
—Reafirmando que no estás soñando —sugirió la mujer con voz
baja— Yo solía hacer lo mismo. Estaba muy emocionada cuando descubrí que
esperaba a Damon. No hay nada como la experiencia de tener el primer hijo. Damon
nació aquí en la granja, porque me tardé mucho en ir al hospital. Pobre David,
estaba horrorizado, pero estuvo aquí conmigo cuando Damon nació. ¡Debiste haber
visto su rostro! Tú dirías que un hombre del campo está acostumbrado al milagro
de la vida, pero cuando vio a Damon —movió la cabeza y sonrió con gentileza; de
pronto su expresión cambió al ver el rostro pálido de Elena— ¡Dios santo!
Perdóname. Qué falta de tacto.
—No... por favor... —Elena se puso de pie con torpeza. ¿Cómo
podía explicarle que no fue la referencia a su esposo lo que la alteró, sino el
saber que Damon nunca miraría a su hijo de la forma que su padre lo miró a él?
¿Qué su hijo o hija nunca conocería el amor y la ternura de un padre? Y ella
sería quien privaría a la criatura de ese amor. —Debo irme, ya se hace tarde.
Están esperándome en el hotel —salió casi corriendo, dejando a la mujer
boquiabierta.
¿Qué pasaba con ella? Probablemente
afectó a Anabelle Salvatore con su comportamiento, pero, ¿cómo podía decirle la
verdad?
Regresó al pueblo a toda velocidad,
reprendiéndose por lo aprisa que condujo, pero en vez de detenerse en el hotel,
fue a su librería. Quería estar sola.
Los pintores habían concluido la
jornada y se habían marchado. El olor a pintura fresca era muy fuerte, pero no
la afectó en esa ocasión.
Entró en la casa por la puerta
posterior. Fiel a su palabra, Roger se ciñó a lo tradicional y los muros lucían
varias capas de pintura blanca cremosa que hacían resaltar el color de las
vigas de madera.
Lentamente bajó la escalera. El olor
a pintura era más fuerte en la tienda que en la casa. Contuvo el aliento al ver
el progreso del mural. Y se distinguía el trazo de un castillo de cuento de
hadas, un dragón y un puente levadizo al fondo. Al frente estaban los trazos de
pequeños animales ocultos detrás y entre hongos, y un enorme árbol. Tocó una de
las criaturas diminutas y descubrió que estaba llorando.
Esos súbitos cambios emocionales le
eran tan desconocidos que seguían asombrándola. Se limpió las lágrimas con las
palmas de las manos, tensándose al oír que alguien entraba por la puerta
posterior.
Supo de quién se trataba aún antes de
que la puerta se abriese. La invadió una sensación de inevitabilidad que la
mantuvo en trance, sin poder moverse. Damon también estaba quieto, enmarcado
por el quicio de la puerta abierta, llevando la mirada de su pálido rostro al
muro recién pintado.
—Mi madre se quedó preocupada por ti. Me dijo que te vio
alterada... algo referente a tu esposo.
—No... No me alteró. Yo. . . —horrorizada, sintió que los ojos
se le llenaban de lágrimas de nuevo.
Damon se acercó y la tomó en sus
brazos; durante un momento largo, ella se dio el lujo de apoyarse en él. Era un
error; sabía que era un error, pero la tentación era demasiado fuerte.
Damon la sintió moverse.
— ¿Por qué siempre tratas de mantenerme a distancia? —preguntó
con firmeza— ¿Qué es lo que hice?
—Nada... no se trata de ti... Damon... por favor, retírate, no
puedo explicarlo.
—No tienes que hacerlo. Es el sentimiento de culpa, ¿no es
cierto?
Su intuición la asombraba y durante
un instante creyó que lo sabía todo, pero continuó, tranquilo:
—Te sientes culpable porque hicimos el amor poco después de la
muerte de tu esposo.
Seguía sin soltarla, sus dedos
ejercieron mayor presión en sus brazos, pero nada amenazador había en su
actitud.
—Creo comprender como te sientes. Hiciste el amor conmigo por
desesperación, como un desafío a la muerte. Pensaste que nunca volveríamos a
vernos. Pero lo hicimos y no tienes porqué sentirte culpable. Sigo deseándote, Elena.
Te deseo más de lo que he deseado a ninguna mujer en mi vida; pero tú,
deliberadamente, me mantienes alejado.
Estaba tan cerca de la verdad, que se
sintió invadida por el pánico.
— ¿Has pensado en la posibilidad que yo no te considere lo
bastante atractivo para repetir lo que para mí no fue más que una aventura de
una noche? —preguntó con rudeza— Pareces haber profundizado mucho sobre los
supuestos motivos psicológicos de esa noche, pero, ¿qué te hace pensar que
fuiste el único? Hasta donde tú sabes, yo.
— ¿Podrías meterte en la cama con el primer hombre que se cruce
en tu camino? No lo creo. Esa noche que te hice el amor, fue como si lo hiciera
con una virgen, o una mujer que hacía mucho, mucho tiempo que no hacía el amor
—hablaba muy bajo, como si lo hiciese consigo mismo y no con ella— Y cada vez
que saco el tema a colación, tú te retraes. ¿Qué es lo que tanto temes, Elena?
—Quizá temo el ser chantajeada a repetir la experiencia ¿No has
pensado en eso?
— ¿En verdad piensas así? —preguntó, palideciendo y con la boca
muy apretada— No, no lo creo. Sabes muy bien que…
— ¿Que qué, Damon? —lo desafió— Te conozco tan poco como tú a
mí. Somos dos desconocidos que nos acostamos juntos y eso es todo; y en cuanto
a mí concierne, quiero olvidar esa noche.
— ¡Pues yo no! —ya estaba disgustado. Elena lo había herido en
su orgullo y quizá en más— Y creo que mientes. Es probable que quieras olvidar
esa noche, pero no puedes, ¿no es así? —ya casi murmuraba, con un tono
seductor, atormentándola con recuerdos que ella prefería olvidar. Él le hablaba
con la misma voz sensual que empleó aquella noche. Se estremeció de pronto, al
recordar cómo se sintió.
—Damon, esto es ridículo —las palabras salieron de su boca en
una nota alta y asustada— No sé por qué haces esto.
— ¿No? —le lanzó una mirada incrédula y burlona— Entonces, quizá
deba mostrártelo.
Elena debió apartarse mientras tuvo
la oportunidad, porque ésta ya había desaparecido y tenía el cuerpo oprimido
contra el muro, atrapada por el de él. Advertía su calor y, contra su voluntad,
su carne respondía a su incitación. Sentía cómo sus músculos se contraían al
luchar para controlar sus emociones.
— ¿Recuerdas qué sentías cuando te tocaba de esta forma, Elena?
¿Y así? —sus dedos recorrieron el brazo de Elena y su piel tembló. Sentía la
intolerable necesidad de tocarlo. Su camisa de mangas cortas dejaba sus brazos
al descubierto y mostraba su cuello bronceado. Unos rizados vellos negros
vibraban en el cuello de la prenda blanca y Elena se estremeció, consciente de
su masculinidad. ¿Qué había en ese hombre que la hacía despertar sensualmente a
él?
—Me deseas —murmuraba las palabras contra su boca y el pánico la
invadió.
—No... —hasta para ella, su negativa fue débil y poco
convincente.
—Sí —Elena sentía el calor de su aliento— Sólo dame la
oportunidad de demostrarte cómo podrían ser las cosas entre nosotros, Elena.
Ella sentía un nudo en la garganta.
La boca de Damon acariciaba sus labios, lenta y sensualmente. Sus labios se
abrieron sin oponer resistencia y se estremeció al sentir la punta de su lengua
cuando se movió, tentadora, dentro de su boca.
El tormento sensual cerró su mente a
todo lo que la rodeaba. Sus brazos subieron al cuello de Damon, acariciando con
los dedos los cabellos en su base. Sintió cómo su pecho se expandía al aspirar
de forma brusca, como respuesta a su caricia, y sus senos estaban oprimidos
contra el firme muro de músculos.
—Damon —gimió su nombre en su boca abierta, en una súplica que
no necesitaba interpretación. Su cuerpo decía lo que sus labios no podían.
Lo deseaba con desesperación y
urgencia, lo deseaba de la misma forma en que lo hizo aquella noche en el
hotel. Él se movió, sosteniendo su peso contra su cuerpo mientras sus dedos
desabrochaban los botones de su blusa con movimientos certeros.
El exquisito deleite de tener la mano
de Damon contra su piel era indescriptible. Su seno se hinchó contra la palma
de su mano, con el pezón erguido. Lo escuchó lanzar un gemido de placer, cuando
su boca volvió a la suya, y ese breve sonido delator sólo contribuyó a su excitación.
Lo deseaba. Quería sus manos y su
boca sobre su piel; quería su cuerpo dentro del suyo, lo quería a él. Se aferró
a Damon con desesperación, con la respiración agitada, con los ojos muy
cerrados mientras su cabeza caía contra el brazo de él, poniendo al descubierto
la suave vulnerabilidad de su garganta a sus ojos y sus labios.
Se sacudió profundo bajo la llama
aterciopelada de sus labios al acariciar su piel suave. Una vena saltaba
inquieta en la base de su cuello y él la tocó con la lengua y después con la
boca, como si quisiera beber la fuerza de vida que pulsaba en ella.
El contacto de sus manos y su boca
era insoportablemente erótico, pero no era suficiente. Ella quería más,
quería... Un ligero sollozo desgarró los músculos de su garganta y, como si
comprendiese su necesidad, él acercó más su cuerpo al de ella, colocando una
pierna dura entre sus muslos temblorosos.
Su peso y su calor brindaron un breve
descanso a su necesidad, pero no duró mucho. Se arqueó, suplicante, contra él y
dejó escapar un grito salvaje y fiero de placer cuando la boca de Damon
encontró un seno y lo chupó con fuerza.
La cabeza le daba vueltas, el corazón
le latía con fuerza, su cuerpo estaba encendido de excitación y deseo.
—Damon.
—Sí… si…. —su voz le era desconocida y gruesa. Sus manos
temblaban al tocarla.
La explosión del escape de un coche
en la calle, la hizo recuperar el sentido. Con un suave gemido de dolor, apartó
a Damon, cubriendo su cuerpo semidesnudo.
—Elena.
—Por favor, vete, Damon... —suplicó, avergonzada y llena de
disgusto consigo misma. Hasta su voz temblaba.
—No, maldita sea, no lo haré. Quiero saber qué es lo que te hace
rechazarme cuando los dos sabemos que me deseas tanto como.
— ¡No! —la atormentada negativa le fue arrancada, dejando su
garganta adolorida — No... Tú me hiciste desearte, Damon, yo.
— ¡Mientes! —exclamó, ignorando sus temblorosas palabras—. Me
deseabas... tal como me deseaste aquella noche.
—No... No... Te odio, Damon —era el grito de una criatura
perdida y vio cómo él torcía la boca al comprenderlo.
— ¿Por qué? —la desafió — ¿Porque puedo hacerte olvidar a tu
esposo? ¿Sabes qué me gustaría hacer, Elena? Me gustaría hacerte olvidar la
existencia de cualquier otro hombre.
La vehemencia en sus palabras la
asombraba.
—Me gustaría hacerte olvidar todo, menos lo que sientes cuando
te toco. Me gustaría hacerte olvidar.
—Que llevo en mi seno el hijo de otro hombre —tenía que
detenerlo. No podría tolerar más. Lo vio palidecer y el dolor en sus ojos—
Tengo un compromiso con mi hijo, Damon. No puedo enredarme en una aventura
contigo... ni siquiera quiero hacerlo. Ya te lo dije. En el futuro, por favor,
déjame en paz —le dio la espalda y se mordió un labio para no retirar sus
palabras.
—Vine a disculparme por lo que dije anoche —comentó Damon con
voz baja— pero no importa lo que diga o haga, ¿no es así, Elena? Estás decidida
a mantenerme alejado de tu vida. ¿Crees que eso es lo que tu esposo habría
deseado? ¿Realmente era de esos hombres que te habría hecho ser una monja el
resto de tus días?
— ¿Que te hace pensar que lo seré? —le espetó Elena con
amargura— Eres demasiado arrogante, Damon. Parece que solo porque tú me deseas,
yo debo corresponderte
—Pero me deseas.
—No —le mintió con brutalidad— Solo quiero a un hombre,
cualquier hombre. Es algo que tiene que ver con mi hijo. Me afecta de esa forma
—Mientes
Elena tenía la sensación de que si se
movía, él saltaría sobre ella como un animal salvaje Por vez primera desde que
lo conoció, sintió temor de él. Lo había presionado demasiado. En su temor de delatarse
había hablado de más. Apartó la vista de Damon, temblando de miedo y angustia.
Una lágrima solitaria escapó y corrió por su mejilla
— ¡Dios mío! ¿Qué nos estamos haciendo uno al otro?
Elena escuchó la angustia en la voz
de Damon y se sintió apenada. Ella era la culpable de la situación. Ella era la
responsable.
—Me marcho, pero no habré de rendirme —le advirtió— Debe haber
una forma de penetrar tu coraza, de demostrarte que la vida debe seguir. Sé que
me deseas, Elena, y a pesar de tus palabras, sé que no eres una buscona.
— ¿Por qué yo? —gritó ella, angustiada— ¿Por qué no una de las
chicas que Bonnie arroja a tu paso?
—Quisiera saberlo —respondió él con tono sombrío — Lo único que
sé es que no ha habido una sola noche, desde que te conocí, que no haya
despertado anhelándote en mis brazos.
Una vez que él se hubo marchado, Elena
se percató de que lo que le había dicho también era válido para ella. Luchó
contra ese conocimiento, contra el reconocerlo, pero era cierto. No estaba
segura de qué era lo que sentía por él, pero sí sabía que tendría que
aplastarlo de inmediato.
Pero pronto descubrió que no sería
tan fácil. Fue Caitlin quien la informó que Damon estaría a cargo del grupo de
hombres que se encargaría de conseguir e instalar el equipo para el festival.
—Es lógico, ya que la fiesta se realizará en su propiedad. Verás
que es una tremenda ayuda.
Ella no quería su ayuda, se dijo con
rebeldía al salir de la vicaria. Era viernes por la tarde y los decoradores
terminarían su labor esa noche.
Al día siguiente cenaría con Bonnie y
su esposo, y de pronto consideró que no tenía nada apropiado que ponerse. Su
embarazo era evidente y ya era hora de que adquiriese ropa de maternidad. Si
pudiese escapar del compromiso de la cena. Pero era imposible.
Ya eran más de las seis de la tarde
cuando los decoradores terminaron. Roger fue por Elena al hotel para que diese
su aprobación final.
El mural era una verdadera obra de
arte. Conejillos rubicundos se asomaban detrás de hongos gigantescos; un dragón
feroz luchaba contra un caballero galante; una estrambótica escalera subía por
encima del puente levadizo y conducía al castillo. En una esquina se asomaba
una bruja de expresión malvada, mientras agilaba un caldero hirviente.
En la pared opuesta había otro mural
ilustrando escenas espaciales, para gustos más complicados; rayos láser y naves
espaciales de todos tipos surcaban el oscuro cielo infinito. Elena contemplaba
los murales en silencio.
— ¿Y bien? —preguntó Roger.
—Son fabulosos, justo lo que yo quería. Ahora el problema va a
estar en que los chicos estarán más interesados en ellos que en los libros.
La idea original fue que los murales
distrajesen a los menores mientras sus padres veían libros, pero ahora Elena
esperaba que lo que veían en los muros despertase en ellos el deseo de leer
acerca de lo que miraban.
—En verdad son maravillosos —comentó al trío expectante— No
puedo expresarles lo feliz que estoy.
Después de que los pintores se
marcharon, recorrió la casa de arriba abajo. Sólo una habitación tenía papel
tapiz. La del niño... y había escogido uno en tonos azul pastel con motivos
infantiles. Roger pintó el techo de un profundo azul cielo, con nubes blancas,
haciendo juego con el papel tapiz. Todavía era demasiado pronto para pensar en
la compra de los muebles para la habitación, pero ya sabía qué era lo que
quería.
El lunes instalarían las alfombras, y
en el transcurso de la semana llegarían las cortinas y los muebles. Podría
mudarse el siguiente fin de semana y a partir de entonces podría dedicarse a
montar la tienda. La bodega, al fondo, ya estaba llena de cajas de libros.
Tendría que publicar un anuncio en el periódico, buscando una asistente, quizá
una joven recién salida de la escuela.
Regresó al hostal y estaba a punto de
entrar en su habitación, cuando la administradora la alcanzó.
—Recibí un mensaje de Bonnie para usted. Dijo que el señor Salvatore
pasará por usted mañana por la noche, para que no tenga que conducir su auto.
Elena se quedó congelada en su sitio.
¿Qué pretendía Bonnie? Pensó en llamarla para cancelar su asistencia, pero,
¿cómo hacerlo? ¿Seguiría Bonnie jugando a la casamentera? Rechinó los dientes
con impaciencia. Cada vez que veía a Damon, su fuerza de voluntad se
debilitaba. En cada ocasión que se encontraba con él deseaba decirle la verdad.
Algunas veces hasta llegó a imaginar cuál sería su reacción.
Parte de su ser
quería apoyarse en él; parte anhelaba la cercana comunicación que habían
compartido; parte de ella quería que él compartiese con ella la alegría de su
hijo, pero era sólo una parte muy, muy pequeña. No deseaba compromisos con
nadie. El perder a Caroline la lastimó demasiado para arriesgarse a perder a
alguien más. Quizá era ilógica, pero así era como se sentía y nada lo
cambiaría.
Hizo el amor con Damon bajo una
fuerte tensión emocional que la hizo olvidar todo lo demás, y muy en su
interior estaba el temor de que, de alguna forma, Damon todavía podría conjurar
esa emoción.
Ella no quería eso. Quería vivir su
vida libre del dolor que viene con el amor.
Pero ella llevaba a su hijo. Un hijo
que ya amaba. Eso era diferente, se dijo con terquedad; el amar a su hijo era
seguro, en una forma no podía ser el amar a Damon.
Amarlo. Se estremeció y apartó el
pensamiento de su mente.
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