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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

26 octubre 2012

Comprado Capitulo 08


CAPÍTULO OCHO

Aquella noche, Elena intentó comerse la sopa de champiñón, pero estaba distraída y no podía parar de subirse el tirante de la blusa. Se había cambiado de ropa porque le parecía que la falda y la camisola que llevaba antes revelaban demasiado pero lo que llevaba ahora era peor.


Damon se encontraba irritado y de mal humor. Se había pasado toda la tarde castigándose a sí mismo por haberle insistido a Elena para que lo acompañara a Italia. Aunque todas las razones que se había dado eran sólidas y válidas, lo cierto era que el deseo había sido lo que lo había llevado a insistir tanto.

Elena lo miró y volvió a subirse la manga, pero la tela volvió a resbalar por su hombro, así que suspiró y se rindió. En aquel momento, oyó que Damon exclamaba algo y levantó la mirada.

— ¿Qué pasa? —le preguntó.

—Deja ya la camisa en paz —contestó Damon apretando los dientes.

Elena lo miró confusa. En aquel momento, la manga de seda dorada volvió a deslizarse sobre su piel.

—La prenda es así, debe caer y dejar los hombros al descubierto —comentó Damon en tono torturado.

—Ya lo sé, pero no quiero parecer una buscona medio desnuda mientras cenamos. Estaría mucho más a gusto con mi ropa...

—No, esa ropa es horrible, deberíamos quemarla contestó Damon. Elena puso los ojos en blanco.

—Me refería a mi ropa de verdad. Me perdieron la maleta al volver de África. Por eso, tenía tan poca ropa y tan grande. Era de Bonnie, que es bastante más alta que yo. Aunque te cueste creerlo, no soy tan vulgar, Damon.

—Es la primera vez que dices mi nombre —contestó Damon.

— ¿Cómo?

—Es la primera vez que me llamas por mi nombre de pila.

Era verdad y lo había hecho de manera fácil y natural, sin pensarlo. Incluso con cierta familiaridad.

Elena se encogió de hombros y se concentró en la sopa.

—Supongo que es porque tengo que ir acostumbrándome. No creo que quieras que te llame señor Salvatore  delante de los demás.


—Claro —contestó Damon mirándola intensamente, fijándose en la sensual curva de su hombro.

Ninguno de los dos volvió a hablar hasta que llegó Julieta con el segundo plato.

—Vamos a la terraza. Julieta nos servirá el café allí.

Elena obedeció mientras pensaba en lo increíble que era la vida. Hacía tan sólo un par de días se había desmayado delante de aquel hombre en el vestíbulo de su casa y ahora estaba vestida de seda y lino, salía a la terraza con él para tomar un café después de cena.

—Es increíble, ¿verdad? —le preguntó Damon al ver que Elena observaba el lago. Elena miró al hombre que tenía junto a ella y sintió que le faltaba el aire.

—Sí —contestó refiriéndose a ambos, al lago y a él

Damon la miró y Elena se ruborizó avergonzada, pues la había sorprendido mirándolo, así que se apresuró a girarse y a elegir una butaca para sentarse. Se sentía expuesta con aquella ropa, pero lo cierto era que también se sentía sensual. Damon no dejaba de mirarla, sentía sus ojos sobre ella.

Cuando Julieta les llevó el café, Elena se relajó un poco, pero, cuando Damon se acercó para aceptar la taza que el ama de llaves le tendía, la miró de manera extraña y Elena se volvió a poner nerviosa, lo que la llevó a dar un trago apresurado al café. Al instante, sintió un penoso dolor en el mismo lugar en el que se había quemado aquella mañana.

— ¿Qué te ocurre? —le preguntó Damon corriendo a su lado.

—Nada, sólo que esta mañana me he quemado y ahora me ha dolido al beber —le explicó Elena—. Estoy bien, de verdad.

Aprovechando que Julieta se había ido, Damon se colocó en cuclillas a su lado, le colocó una mano sobre la rodilla y la miró. Elena sintió que el dolor desaparecía al instante. La estaba mirando de manera peligrosa, su mano le estaba quemando a través de la ropa.

«Oh, no, por favor...».

Damon se puso en pie y tiró de ella para que hiciera lo mismo. Sus cuerpos estaban muy cerca. A continuación, le agarró la cabeza, la mandíbula. Elena no podía respirar.

— ¿Qué haces? Estoy bien.

—Sólo estoy mirando —contestó Damon—. Abre la boca. Elena obedeció aunque se sentía estúpida.
—Saca la lengua.

Volvió a obedecer aunque se sentía todavía más estúpida.

Al ver aquella lengua pequeña y rosada, Damon creyó que enloquecía y, sin pensar en lo que hacía, dejó que la yema de su dedo pulgar resbalara sobre el labio inferior de Elena, que se apresuró a retirar la lengua. Damon se percató de que su ritmo respiratorio había cambiado
y se había acelerado.

—Damon... De verdad, soy enfermera. No es nada.

—Yo no diría eso —contestó Damon.

Era evidente que no se refería a la quemadura Y, en un abrir y cerrar de ojos, se inclinó sobre ella y sus labios encontraron. En cuanto sus bocas se tocaron, Elena pensó que era inevitable y sintió una fuerza que la aterrorizó.

Ahora estaba claro. Damon la encontraba atractiva. La tenía rodeada con un brazo y la apretaba contra él mientras con la otra mano la había tomado de la nuca para besarla mejor. Elena tenía que descansar las manos en algún sitio y lo hizo en su cintura. Sintió que sus pechos entraban en contacto con el torso de Damon y le pareció que florecía con las caricias de aquel hombre. Sus lenguas se tocaron, se reconocieron y bailaron.

Damon se apartó, le dio un pequeño mordisco en el labio inferior y volvió a besarla hasta dejarla sin aliento.

Cuando el beso terminó, a Elena le costó levantar la mirada. Se sentía drogada, incapaz de moverse pensar. Apenas podía abrir los ojos.

Entonces sintió una brisa fría que la despertó y que le hizo apartarse. Damon la dejó ir. Elena tenía muy claro que no debía olvidar, así que se irguió y, a pesar de que lo que más le apetecía en el mundo era apretarse contra él y rogarle que volviera a besarla, no lo hizo.

—No sé qué ha pasado...

—Si quieres lo repetimos para que te quede claro —la interrumpió Damon. 

Elena dio un paso atrás y se volvió a sentar.

—Esto no se va a volver a repetir. El hecho de que haya tenido que volver contigo a Italia por circunstancias que los dos conocemos no quiere decir que quiera tener una relación sexual contigo. No me interesas lo más mínimo, ¿me oyes? No pienso permitir que me utilices.

Damon se quedó mirando a la mujer que tenía frente a sí. Estaba excitado y tenía muy claro que, algún día, conseguiría acostarse con Elena Gilbert. Iba a pasar casi un mes con él, así que había tiempo de sobra. No aguantaría más de una semana con la atracción que había entre ellos, así que ignoró el deseo que lo embargaba en aquellos momentos y sonrió civilizadamente.

—Por favor, perdóname. Lo único que quiero es que te sientas a gusto, que seas una invitada feliz mientras estés en mi casa.

Elena lo miró con cautela. ¿Una invitada feliz? Difícil. Más bien, prisionera en una jaula de oro. Aquel hombre tramaba algo.

—Me voy a la cama —anunció para esconder el deseo que la emborrachaba.


Damon asintió y le dijo adiós con la mano. A continuación la observó mientras se iba. Una vez a solas, la expresión de su rostro cambió por completo, tornándose en una expresión tan tensa y siniestra que, de haberla visto Elena, habría salido corriendo.

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