Capítulo 10
Aquella noche, al regresar a casa después de cenar, Elena se sentía como un trapo. Por una vez, su gozo de crear joyas había sido eclipsado por otra cosa: Damon, y su necesidad de protegerse de él. Le impresionaba que él no tuviera ningún sentimiento hacia ella, y sin embargo pudiera hacerle sentir como si fuera la única mujer en el mundo.
Había estado muy solícito toda la noche. Elena se había dicho que estaba fingiéndolo, pero cuando Meredith y Klaus los habían dejado a solas para acostar a sus hijos, Damon se había girado hacia ella y la había besado apasionadamente, como si lo necesitara; y ella, con su cuerpo traicionero, le había correspondido.
Sólo se habían separado al oír un burlón: «arriba hay habitaciones libres, si queréis...». Elena se había sentido terriblemente expuesta y abrumada.
— ¿En qué piensas?
Acababan de llegar a casa y ella estaba descalzándose en el vestíbulo. Miró fugazmente a Damon, y luego bajó la cabeza y se
Encogió de hombros, con una poderosa necesidad de protegerse.
—En nada. Sólo espero que a Meredith le gusten los pendientes y la pulsera. Es la primera vez en mucho tiempo que creo algo para alguien, y...
Damon se le había acercado y le hizo elevar la barbilla. Ella se derritió.
-Le encantarán. A Klaus le han gustado mucho. Tienes un gran talento.
Elena se ruborizó y se detestó por ello. ¿Por qué no podía quedarse indiferente?
Damon la agarró del brazo y ella se estremeció e intentó soltarse.
-¿Una última copa? —propuso él con un brillo especial en su mirada.
Elena necesitaba alejarse, pero algo en la expresión de él hizo que el corazón se le detuviera. Se encogió de hombros.
—De acuerdo.
Siguió a Damon al salón. Estaba perpleja: diría que él quería comentar algo.
Con sus copas en la mano, y tras un largo momento de silencio, Damon habló por fin:
—Elena, creo que ambos sabemos que cualquier acuerdo que tuviéramos ha terminado. Ni puedo ni voy a detenerte si quieres marcharte.
A Elena se le encogió el corazón hasta el punto de que sintió que iba a desmayarse. Abrió la boca para decir algo; pero él no había terminado.
-Pero no quiero que te vayas.
— ¿No? —inquirió ella.
El corazón volvía a latirle. Vio que él negaba con la cabeza.
-Aún no hemos terminado. Todavía te deseo.
Nada relativo al amor u otros sentimientos, lamentó ella.
¿Qué esperaba, después de haber oído su conversación con Klaus?
—El taller de joyería es tuyo, Elena, siempre que estemos juntos. Después de este encargo de Klaus, y con un poco de publicidad, recibirás muchos más. Éste podría ser el comienzo de una fructífera carrera para ti.
Él ni siquiera estaba pidiéndose que se quedara porque ella quisiera. No podía permitir que viera su profundo dolor. Elena forzó una sonrisa.
— ¿Estás diciéndome que, si me quedo contigo hasta que tú o yo nos hartemos, me ayudarás a lanzar mi carrera? ¿Y qué ocurrirá si no quiero quedarme?
La mirada de él se ensombreció. Apretó la mandíbula.
-No creo que tengas problemas en ponerte por tu cuenta, pero no me negarás que yo te ofrezco un trampolín que te colocaría a otro nivel.
Elena sintió náuseas. Lo que él estaba haciendo era una crueldad, y al mismo tiempo le ofrecía la luna. Pero ¿podría ella soportar compartir su cama, sabiendo que algún día él la dejaría marchar, si bien con una fulgurante carrera?
De pronto, toda su ambición le pareció banal. El amor que sentía por Damon valía más que todas las carreras. Pero estaba claro que él no sentía lo mismo, y si alguna vez decidía asentarse, sería con alguien más apropiado que ella. Sintió que algo en su interior se rompía en mil pedazos. Dio un sorbo a su copa y miró a Damon.
-La única razón por la cual he aguantado vivir en casa de mi padre, cuando él me odia, ha sido Katherine. Tras la muerte de Caroline, me prometí que me quedaría con ella hasta que estuviera preparada para volar por su cuenta. Cuando yo acabé la universidad, quise que nos mudáramos juntas, pero
Los negocios de mi padre empezaron a ir mal y tuvimos que quedarnos en casa. Además, Katherine está estudiando derecho. He trabajado para pagarle la universidad, pero eso significaba que no podíamos independizamos.
Damon escuchaba en silencio e inmóvil.
—Llevo mucho tiempo esperando ser libre, Damon. Ahora que Katherine se ha casado con Stefan, por fin puedo vivir mi vida.
— ¿Y eso es lo que quieres, a pesar de lo que yo te ofrezco?
Ella asintió y sonrió nerviosa.
—Ese encargo de Klaus es más de lo que podría haber soñado. Y ya debes de haberte dado cuenta de que yo no estoy hecha para ser la amante de nadie.
Damon se puso en pie, alto y dominante. Con rostro impenetrable.
—Tengo que ir a Nueva York mañana para unos negocios. Estaré fuera unas dos semanas. Piénsate lo que te he dicho, y luego decide. No voy a obligarte a que decidas ahora.
Elena asintió lentamente, con una punzada de dolor.
-De acuerdo.
Y eso fue todo. Se levantó, dejó su copa en la barra y se giró.
-Estoy cansada. Me voy a dormir.
—Buenas noches, Elena.
Y ella salió de la habitación, sabiendo que era la última vez que vería a Damon Salvatore.
***
Dos semanas después, según entraba en la mansión, Damon supo que Elena se había marchado. Era la primera vez que una mujer lo dejaba; en su arrogancia, ni se había planteado la posibilidad. Tampoco la había llamado, como si al no preguntar, ella no se hubiera marchado. Pero sí lo había hecho.
Damon entró al taller. Todo estaba limpio y ordenado. Había una nota:
Querido Damon:
He dejado todo a la vista para que te sea más fácil deshacerte de ello. Sé que sonará raro después de lo que hemos pasado, pero gracias por todo.
Te deseo lo mejor, Elena
Damon arrugó la nota y se quedó un rato de pie con la cabeza gacha. Y entonces, rugiendo de ira, pasó el brazo por la mesa de trabajo y lanzó las herramientas y los materiales por los aires.
Tres meses después…
A Elena le dolían los riñones. Se los cubrió con las manos y se estiró hacia atrás. Estaba embarazada, y de un día para otro había empezado a notársele. El día después de su última conversación con Damon había manchado un poco y había creído que era el periodo, pero no había sido así. Al mes siguiente, cuando no le había bajado, los análisis habían confirmado el embarazo.
—Deberías sentarte, cariño, y aliviar tus pies de tanto peso.
Elena sonrió a Mary, la mujer con la que trabajaba en el pequeño café para turistas junto a la abadía de su antiguo colegio, al oeste de Irlanda.
—No voy a ponerme de parto por un poco de dolor en los riñones.
La otra mujer, a quien conocía desde que estudiaba en el colegio, donde Mary era cocinera, sonrió ampliamente.
—Tal vez no. En ese caso, atiende al recién llegado. Yo diría que con él cerramos hoy. El último autobús de turistas está saliendo del aparcamiento ahora.
Elena agarró su cuaderno y una bandeja y salió. el sol la cegó por unos instantes y, cuando pudo ver, le pareció que alguien alto y grande se ponía en pie. Al instante supo quién era: Damon.
Creyó que iba a desmayarse dé la impresión. Al segundo siguiente, estaba sentada en una silla, con Damon agachado frente a ella, y Mary a su lado.
— ¿Estás bien, Elena? ya sabía yo que no debías pasar tanto tiempo de pie. Eres tan testaruda...
—Estoy bien, Mary, de verdad —la interrumpió Elena, temiendo que revelara demasiado—. Sólo es dé la impresión. Este hombre es... un viejo amigo.
La astuta irlandesa los miró y sacó conclusiones al instante.
— ¿Seguro que estás bien? ¿Quieres que os deje a solas?—preguntó la mujer.
Elena asintió, aunque se hubiera colgado de ella, rogándole que se quedara. Pero no podía hacerlo. Debía hablar con el padre de su hijo.
—Estoy bien, Mary, de verdad. Vete a casa.
-¿Y tú qué vas a hacer? no tienes coche y te has dejado la bici en casa.
-Yo me ocuparé de llevarla a casa —intervino Damon, por primera vez.
El efecto en Elena fue devastador. Mary se marchó con recelo, pero por fin los dejó solos. Damon se puso en pie y Elena se estremeció,como si llevara un tiempo congelada y estuviera volviendo lentamente a la vida. Agradeció llevar el amplio delantal, que disimulaba su secreto.
Él la miró con tanta intensidad que la dejó sin aliento.
-¿Vienes al trabajo en bici por esas carreteras? Elena asintió.
—Sé que intimidan un poco, pero una vez que te acostumbras...
-¿Que intimidan? ¡Son suicidas!
Al ver el rostro de él, censurándola y con algo más, Elena se puso en pie. La impresión de verlo allí empezaba a disiparse.
¿Cómo podía presentarse allí y hablarle de banalidades, como si nada hubiera sucedido?
—Damon, no creo que hayas venido para hablar de las carreteras irlandesas. ¿Cómo me has encontrado?
Él se pasó la mano por el cabello y la miró con intensidad.
—Me he pasado todo un mes insistiéndole a tu hermana para que me dijera dónde estabas.
Elena se sentó de nuevo, con las piernas temblándole. Después de marcharse de la mansión, se había quedado en Atenas un mes, pero como Damon no había hecho nada por encontrarla, algo se había roto en su interior.
—No tenía pensado venirme aquí, pero cuando me enteré...—comenzó ella, y se detuvo.
No podía comunicarle así lo más trascendental que le había sucedido nunca. Siempre había planeado que anunciaría a Damon que estaba embarazada de él, pero una vez que estuviera recuperada y hubiera decidido hacia dónde dirigirse. No había esperado encontrárselo tan pronto. ¿Cómo acogería la
noticia, después de lo que le había oído hablar con Klaus? sus palabras se le habían grabado a fuego.
Giró la cabeza, le dolía mirarle. Él se agachó e hizo que lo mirara. Al ver su expresión torturada, Elena se estremeció. De pronto, tuvo la certeza de que era el momento. La distancia no había curado su dolor, ni aclarado las cosas, sólo las había empeorado.
— ¿De qué te enteraste, Elena?
Ella sintió un delicado revoloteo en su interior, como si el bebé le exigiera que dijera la verdad. —estoy embarazada, Damon —anunció.
Durante un largo momento, no sucedió nada. Ninguno se movió. Y entonces, Damon hizo lo que Elena menos esperaba: empezó a desabrocharle el delantal. A ella se le aceleró el corazón.
—Damon, ¿se puede saber qué...?
Él se detuvo un momento y le tapó la boca con un dedo.
—Shh.
Le quitó el delantal, y el vientre abultado de ella quedó expuesto en toda su gloria bajo su camiseta ajustada. Damon lo acarició con las manos, y Elena se lo permitió, sorprendida. Sentir que le tocaba el vientre le generaba muchas emociones. Vio la expresión maravillada de él, y reprimió el impulso de recrearse en una peligrosa fantasía.
— ¿Por qué has venido, Damon?
— ¿Cómo puedes preguntármelo? deberías haberme informado —replicó él.
A Elena le invadió la vergüenza. Dos meses atrás, cuando había descubierto que estaba embarazada, las hormonas se habían apoderado de ella, y la idea de poder encontrarse con él, o verlo con otra mujer, había sido insoportable. Así que, se había marchado al lugar más lejano que conocía.
Elevó la cabeza. No podía pensar con Damon tan cerca. Se puso en pie con dificultad y se lo quitó de encima. Al instante, sintió que le faltaba algo.
—Damon, nuestra relación nunca tuvo como objetivo estar juntos para siempre, incluso aunque quisieras que siguiera siendo tu amante. Oí tu conversación con Klaus Mikaelson en tu despacho —desveló, sorprendida por haberlo dicho—. Sabía que las cosas terminarían antes o después.
Se lo quedó mirando, pero la expresión de él era impenetrable. Y ella estaba tan sensible que cualquier cosa la desestabilizaba.
—Si has venido a pedirme que vuelva a ser tu amante...
Él se cruzó de brazos y clavó la mirada en su vientre.
—Creo que hemos ido más allá de ese punto, ¿tú no?
-No permitiré que creas que, sólo porque estoy embarazada, voy a aceptar un matrimonio de conveniencia —saltó ella, a la defensiva.
—Basta.
Ella se detuvo. Vio que él soltaba los brazos y se le acercaba, pero no podía recular porque tenía una mesa detrás. Elevó una mano a modo de barrera.
—Damon, por favor, no...
-¿No qué? ¿Que no te toque? no puedo evitarlo, si estamos en la misma habitación. ¿Que no vaya en tu busca? tampoco puedo. Habría llegado a los confines de la tierra para encontrarte.
A Elena se le aceleró el pulso. él le soltó el cabello, que le había crecido en los últimos meses, y le cayó pesadamente sobre los hombros. Tomó un mechón entre los dedos y se acercó a ella hasta rozar su vientre. Elena sintió que el cuerpo se encendía, después de aquellos meses.
—Cuando me dejaste, Elena Gilbert, me sumí en una zona sombría.
Ella lo miró como hechizada, a su pesar.
—Al regresar de Nueva York y encontrar tu nota, arrasé con el taller de joyería y regresé a Nueva York durante un mes, donde pasé demasiado tiempo en un grasiento bar irlandés—explicó él y rió amargamente—. Luego, cuando creí haberlo superado, regresé a Atenas. He sido tal ogro que he hecho llorar a Calista, he despedido a multitud de empleados, y Meredith y Klaus no me hablan.
Ella ahogó un grito.
—Sólo después de esos dos meses de tortura, me permití admitir el dolor de que habías elegido marcharte en lugar de quedarte a mi lado. Y entonces, tuve que convencer a tu hermana para que me dijera dónde estabas.
Elena inspiró hondo, sintiendo como si saltara al vacío.
—Pero Damon, no me pediste que me quedara: me dijiste lo que me darías si me quedaba. Era algo condicional.
Damon la miró a los ojos, y por primera vez ella vio su vulnerabilidad.
-No tuve el valor de pedirte que te quedaras si querías. Me aterraba que pudieras decir que no, creí que mi única opción era intentar obligarte a hacerlo.
Elena sacudió la cabeza. Algo frágil empezaba a florecer en su corazón.
-Sinceramente, creo que me habría marchado igual.
Vio que él empezaba a encerrarse en sí mismo, así que agarró su mano y se la llevó al pecho, donde el corazón le latía desbocado.
—Y no porque no quisiera quedarme, sino porque tenía demasiadas ganas de hacerlo.
Sacudió la cabeza y sintió las lágrimas inundándole las mejillas. Ya no le importaba, no podía contenerlas, no con su bebé creciendo en su interior.
-Te amo, Damon. Me enamoré de ti con tanta fuerza, que me superó. No podría soportar la idea de estar contigo sólo hasta que te aburrieras y decidieras conseguirte una nueva amante, o una esposa.
Damon gimió como un hombre en el corredor de la muerte al que hubieran indultado. La abrazó fuertemente. Elena estaba a punto de echarse a llorar ante la enormidad de todo aquello. Damon se separó y le enjugó las lágrimas.
—Mi dulce Elena, no llores, por favor... necesito que repitas lo que acabas de decir.
-Te amo —afirmó ella entre sollozos—. Y estoy muy feliz de estar embarazada de tu bebé.
Damon la abrazó.
—Y yo.
Cuando ella pasó de los sollozos al hipo, la ayudó a sentarse y se arrodilló a sus pies. Elena se sentía expuesta y vulnerable. Damon había dicho muchas cosas, y no estaba molesto con el embarazo, pero no había dicho que ella le importara...
—Lo que oíste ese día en mi despacho —comenzó él avergonzado—, fue mi lado más cobarde. Desde el momento en que te vi junto a la piscina, te deseé. Pero cuando me enteré de quién eras, todo cambió. Sé que no es excusa, pero utilicé la boda de tu hermana para tenerte cerca, aunque malinterpreté la razón por la que era importante para vosotras. Le besó la mano.
—Cuando Klaus me cuestionó acerca de ti ese día, me tocó un punto sensible: me di cuenta de que lo que sentía por ti era mucho más profundo que mero deseo. Toda mi vida había bloqueado las emociones, evitado la intimidad, aterrado de que mi mundo se viniera abajo como cuando era niño. Todo eso no podía decírselo a Klaus, y cuando le vi tan protector respecto a ti, me puse celoso.
Posó la mano en su vientre abultado, y la miró con intensidad.
—Los temores de mi niñez no eran nada comparados con imaginarme el vivir sin ti. Te amo, Elena, y amo a este bebé. Quiero que regreses a casa conmigo y te cases conmigo.
Ella fue a decir algo pero él se lo impidió.
—Y no es sólo porque estés embarazada —aseguró, y la besó en el vientre—. Sino porque no puedo vivir sin ti. Así que, si no vienes a casa conmigo, me mudaré yo aquí contigo, porque no pienso apartarme de tu lado nunca más. Te he echado tanto de menos...
Elena sujetó el rostro de él entre sus manos. El corazón iba a estallarle de alegría. Lo besó tiernamente, hasta que él la sujetó por la nuca y el beso se transformó en algo más tórrido.
Elena se apartó, jadeante.
-Pídemelo de nuevo.
La mirada de Damon era puro fuego, y su mano en el vientre de ella, como una marca.
— ¿Quieres casarte conmigo, Elena? porque te amo más que a todo, y no puedo vivir sin ti.
-Sí, Damon. Y quiero regresar a casa contigo. De pronto, algo ensombreció su ilusión. Damon la miró preocupado.
— ¿Qué sucede?
—Tu padre... debe de odiarme. Seguro que no aprueba esto. Damon sonrió.
—Mi padre es un hombre mayor, y ha cumplido su deseo de toda la vida de regresar a su hogar. Está deseando enterrar la enemistad entre nuestras familias, y desde luego no te responsabiliza a ti de ella.
Elena sintió un enorme alivio. Vio que él sonreía.
—Y ahora, ¿podemos volver a casa?
—Sí, por favor.,
Damon le ayudó a ponerse el abrigo, y ella le señaló la abadía gótica. Lo miró tímidamente, y él sintió que se le hinchaba el corazón de gozo.
—Cuando estaba en ese colegio, solía imaginarme que un guapo príncipe me rescataba y me llevaba a casa.
Damon la abrazó fuertemente, y sintió el abultado vientre apretándose contra él. Su bebé. Eran una familia.
—Pues si no te importa que tu príncipe haya venido un poco tarde, y todavía esté quitándose el barro de las botas, me gustaría rescatarte y llevarte a casa —dijo con voz ronca.
Elena sonrió emocionada.
—No me conformaría con ningún otro.
FIN
Corazones Rivales
de Abby Green
genial el final¡ gracias >^.^<
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