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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

08 noviembre 2012

Comprado Epílogo


CAPÍTULO DIECIOCHO


 Elena estaba de espaldas a la puerta, pero sintió que los hermanos volvían a la habitación y se tensó.


—Bonnie —le dijo Damon a su hermana tras tomar aire—, te doy la enhorabuena por haber sido madre. Me alegro también de que te vayas a casar con mi hermano y te pido perdón si te he ocasionado algún daño.


Elena no se atrevía a mirarlo, tenía la mirada centrada en sus manos.



—Señor Salvatore, gracias —contestó Bonnie—. No hace falta que me pida perdón. Sé lo que... bueno, da igual lo que sepa, lo que importa es que Stefan y yo estamos juntos y que nuestra hija está bien.


Elena levantó la mirada en aquel momento y sus ojos se encontraron con los de Damon.


—Elena, por favor, ven —le dijo él.


Elena fue a ver a su sobrina mientras Damon la esperaba a cierta distancia, pues no sabía si iba a ser capaz de volver a ver a la niña.


Una vez fuera de la clínica, Elena sintió que una curiosa calma se había apoderado de ella. Era evidente que ver a su sobrina no había obrado ningún cambio en Damon. Aquello significaba que ella sí que iba a tener que hacer cambios. No podía seguir así.


Se giró hacia Damon, que le estaba abriendo la puerta del coche como si tal cosa. Aquel simple gesto la enfureció. ¿Acaso se creía que podía seguir adelante como si no hubiera sucedido nada?


— ¿Qué te ocurre? —le preguntó Damon al ver que no subía al coche.


—No me voy a ir contigo —contestó Elena.


— ¿Cómo? Claro que te vienes conmigo. Venga, tengo que estar de vuelta en Roma esta noche y hace frío. Haz el favor de entrar en el coche.


—No, no me voy a ir a Italia contigo. Se terminó, Damon—contestó Elena negando con la cabeza.


—Elena, por favor, podemos hablar en el coche —insistió Damon presa del pánico—. Si quieres quedarte unos cuantos días, me parece bien. Mandaré el avión a recogerte cuando quieras volver... o, si lo prefieres, puedes tomar tú un vuelo. Ya sé que...


— ¡No! —Lo interrumpió Elena—. No entiendes nada. Lo que te estoy diciendo es que esto se acabó. Quiero que te vayas. Yo me quedo aquí. Soy consciente de que nos volveremos a ver en la boda de nuestros hermanos o en algún otro lugar, pero nuestra relación ha tocado fondo. Se acabó, Damon—contestó Elena con sumo dolor.


—No, no lo acepto —contestó Damon como loco—. Seré yo el que ponga fin a esta relación cuando a mí me dé la gana.



 —Ése es, precisamente, el problema —contestó Elena con tristeza—. Es cierto que algún día pondrás fin a nuestra relación y yo no podré soportarlo.


Damon la miró confuso y Elena se dio cuenta de que sólo había una manera de deshacerse de él, así que tomó aire y echó los hombros hacia atrás.


— ¿Qué quieres decir? —le preguntó Damon.


—Quiero decir que... soy una estúpida y me he enamorado de ti —declaró.


—Eso es imposible —contestó Damon sorprendido—Yo no te pedí en ningún momento que te enamoraras de mí.


A Elena le entraron ganas de reírse a carcajadas.


—No le puedes pedir a nadie que no se enamore de ti porque enamorarse es incontrolable, nadie puede controlar su corazón y mi corazón te quiere, Damon, pero no quiero medias tintas, lo quiero todo, no quiero una relación temporal, quiero una relación para toda la vida, quiero casarme y tener hijos, quiero sentir la felicidad que sienten Bonnie y Stefan, quiero envejecer contigo, lo quiero todo... y sé que tú no quieres lo mismo. Es obvio.


Damon se quedó mirándola azorado y Elena supuso que sus palabras no le hacían sentir absolutamente nada. Sin embargo, Damon se estaba debatiendo entre confiar de nuevo y no volver a confiar jamás. La última vez que había creído en otra persona había sufrido mucho.


Aquello lo llevó a dar un paso atrás, hacia el coche.


—Por lo que veo, has tomado una decisión.


Elena asintió y sintió una intensa pena al ver que Damon permanecía calmado, distante y frío. Aquel hombre no tenía corazón.


— ¿Quieres que te lleve a algún sitio?


—No, gracias —contestó Elena—. Lo único que quiero es que te vayas.


Sin apenas mirar atrás, Damon se montó en el asiento trasero y cerró la puerta. Elena se quedó en el bordillo mirando cómo el coche se alejaba, sola y pensando en que era una suerte estar tan cerca de una clínica si se desmayaba.


Cuando peor lo pasaba era por la mañana, cuando alargaba el brazo y encontraba la cama vacía y fría y recordaba que Damon ya no estaba.


Una mañana, recordó la última conversación que habían tenido y supuso que, al final, cuando había mencionado que podía ir al orfelinato y consultar el registro, Damon había terminado por creer su historia por muy coincidente que hubiera parecido con la suya.


El hecho de que les hubiera pedido perdón a Bonnie y a Stefan indicaba que había aceptado la verdad. ¿Cómo no iba a aceptarla después de haber visto a Lucía, que era exactamente igual que Stefan?



 Sin embargo, a pesar de todo, era absurdo obsesionarse con las palabras. Damon era incapaz de  dejar  que  ninguna otra persona fuera dueña  de  su  corazón,  pues  estaba  lleno  de demonios y contradicciones.


Aquella semana, Elena se hospedó en un hostal cercano a la clínica. Por las mañanas, iba a visitar a Bonnie y a Stefan y, por las tardes, volvía al hostal y lloraba sin parar por haberse enamorado de un hombre como Damon.


Aquel fin de semana, volvió a su casa de Oxford para preparar la mudanza. Bonnie le había dicho que se fuera con ellos, pero Elena no quería porque la casa en la que ellos estaban era de Damon.


En aquel momento, llamaron al timbre, lo que obligó a Elena a salir de la cama. Se sentía como si tuviera cien años. Sabía que sería la señora Smith, su vecina. Solía ir todos los fines de semana a la misma hora para pedirle el favor de que le trajera un poco de leche de la tienda de la esquina, así que Elena se puso unos vaqueros viejos y una sudadera y abrió la puerta intentando sonreír.


—Buenos días, señora Smith.


—Siento mucho volver a molestarte, pero me duele la cadera a causa de la lluvia y...


—No pasa nada —contestó Elena poniéndose los zapatos y el abrigo.


«Si usted supiera el favor que me está haciendo obligándome a salir de casa...», pensó. Cuando volvía a casa desde la tienda, Elena iba hojeando el periódico que había comprado y no se dio cuenta de que en la puerta había varios hombres hasta que levantó la mirada para ver por dónde iba. En cuanto reconoció a uno de ellos, se le cayó la leche de las manos.

También  el  periódico.  Al  instante,  la  sorpresa  y  el  dolor  se  apoderaron  de  ella  y  la impulsaron a pasar frente a los hombres directamente hacia la puerta de su casa.


—No... No, déjame en paz, Damon—gritó intentando meter la llave en la cerradura.


Damon la tomó de sus manos, que temblaban, agarró a Elena del brazo y la giró hacia sí. Tenía un aspecto terrible. Estaba pálido y tenía ojeras. Elena sintió pena por él e incluso estuvo a punto de acariciarle la mejilla.


—Dios mío, Damon... ¿qué te ha pasado? Estás...


—Casi tan mal como tú —contestó Damon.


—Si has venido a insultarme...


—Claro que no —contestó Damon pasándose los dedos por el pelo—. ¿Acaso no lo ves?


—No, no veo nada.


Damon se hizo a un lado y Elena reconoció a los otros hombres. Se trataba del periodista y del fotógrafo a los que ella había acudido en Italia, los mismos hombres que la habían acompañado a casa de Damon en el lago Como.

— ¿Qué hacen aquí?



 —Les he pedido que me acompañaran en calidad de testigos —contestó Damon.



Elena lo miró confusa cuando Damon se arrodilló ante ella en mitad del charco de leche.


—Elena, me he comportado como un idiota. He sido un estúpido. Cuando me separé de ti, me dije que no te necesitaba, que no te quería, que no te amaba...


Elena sintió que se mareaba. Damon la estaba mirando y ella no se podía mover.


—Tenías razón. El corazón sabe perfectamente lo que quiere y mi corazón te quiere a ti, te necesita y te ama. Esta última semana me he dado cuenta de que, si no te tengo en mi vida, mi futuro será horrible —declaró con lágrimas en los ojos—. Ha sido sólo una semana, así que no quiero ni plantearme lo que sería toda la vida sin ti. Ahora comprendo lo que me ha sucedido. Cuando todo esto estalló, cuando vi el paralelismo que existía entre lo que estaba sucediendo ahora y lo que me había sucedido antes, simplemente tuve celos de Stefan porque él tuvo el coraje para enamorarse y para creer que todo le saldría bien, tuvo la valentía de volver a confiar. Quiero que sepas que tú, pequeño tornado, me encandilaste desde el primer momento. No quise admitírmelo a mí mismo y, por eso, retorcía todo lo que tú hacías y decías de la peor manera posible. Lo hice porque era un cobarde, porque no quería volver a confiar en nadie.


Elena sintió que los ojos se le humedecían y tuvo que tragar saliva varias veces. Debía de estar soñando Sin embargo, la presencia de los periodistas significaba que todo era real.


—Por favor, dime que no he llegado demasiado tarde —suplicó Damon tomándola de las manos.


Elena negó con la cabeza. No sabía qué decir, no sabía por dónde empezar. Su corazón latía aceleradamente,  estaba  encantada  de  volver  a  verlo  y  de  escuchar  lo  que  le  estaba diciendo.


—No, no es demasiado tarde —contestó mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Damon sintió que el alivio y la alegría se apoderaban de él, tomó Elena entre sus brazos y la levantó por los aires. Elena le tomó el rostro entre las manos y comenzó a besarlo por todas partes de manera apasionada y nerviosa.



Entonces, se dio cuenta de que el fotógrafo estaba disparando su cámara sin cesar y de que el reportero tomaba notas, pero no le importó. Ella se limitó a abrazar con fuerza a Damon, a aspirar su olor y a susurrarle al oído.


— ¿Les podrías decir que se fueran? Damon asintió.

—Quería que me creyeras, quería demostrarte que puedes confiar en mí. Elena sonrió y volvió a besarlo.


 —Bueno, ya basta —le dijo Damon a los periodistas—. Ya tenéis lo que queríais.


Elena no se podía creer que hubiera puesto su corazón al descubierto en público. Y lo había hecho por ella.



 Damon estaba a punto de girar la llave cuando Elena se dio cuenta de una cosa.


— ¡La leche de la señora Smith! —exclamó.


— ¿Si vamos por ella te casarás conmigo? —contestó Damon. Elena asintió feliz.

Los asombrados periodistas fotografiaron a Damon Salvatore  y a Elena Gilbert entrando agarrados de la mano en la tienda de la esquina a comprar leche y al día siguiente todo el mundo supo que se iban a casar aquel mismo invierno en la casa que Damon tenía en el lago Como.



Tres años y medio después


Damon recogió el juguete que había quedado tirado en el suelo del vestíbulo, se paró cuando estaba a punto de subir las escaleras y miró a su alrededor.

Había pruebas por todas partes de que allí vivía un niño pequeño. Un niño pequeño y ahora otro todavía más pequeño.


Damon sintió que el corazón se le llenaba de felicidad y siguió subiendo las escaleras. Y pensar que había creído que jamás podría experimentar tanta felicidad. Y pensar que se la había negado a sí mismo. Y pensar que había renunciado al amor y a la alegría de encontrar a su alma gemela y de formar una familia.


Damon se estremeció al pensar en que había estado a punto de no vivir todo aquello.


En aquel momento, su esposa salió a recibirlo. Se estaba abotonando el vestido y le sonrió. Damon sintió que sonreía de manera natural al verla y aceleró el paso.


Elena parecía algo cansada, había engordado un poco y tenía más pecho porque estaba amamantando a su recién nacido. A pesar de todo, Damon sintió que el deseo se apoderaba de él como la primera vez que la había besado.


Podía decir a ciencia cierta que nunca había visto a ninguna mujer más guapa. Cuando llegó junto a ella, la tomó en brazos y Elena lo miró y puso los ojos en blanco mientras Damon la llevaba hacia el dormitorio.


—Damon Salvatore, ¿cuándo vas a dejar de llevarme por ahí en brazos? Tengo piernas...


La puerta se cerró tras ellos y durante un rato sólo se oyeron voces hablando en susurros, risas, gritos de placer y paz.


Por lo menos, durante un rato...

                                FIN  


CHANTAJE A UN MILLONARIO  DE Abby Green           
                 
           Recuérdame

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