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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

16 febrero 2013

Dolor y Amor Capitulo 10


Capítulo 10
Cuando casi habían llegado a la clínica, Elena se dio cuenta de que había olvidado tomarse la medicación para el dolor que debía haber tomado una hora antes de someterse al tratamiento. Rápidamente, se tomó un par de analgésicos que llevaba en el bolso, aunque se suponía que sólo tenía que tomar uno. El segundo era para compensar el retraso en tomarlo.
Damon se quedó en la sala de espera mientras ella se cambiaba de ropa y se ponía una bata azul de hospital. Nunca había imaginado que se quedaría embarazada en un ambiente estéril y rodeada de médicos.
Pero tampoco le importó demasiado. Quería tener un niño de Damon, costara lo que costara.
Damon pasó a la sala una vez que hubieron instalado a Elena y le hubieron tomado las constantes vitales y la temperatura. Entró sonriendo, apoyándose ligeramente en el bastón.
Ella le sonrió tímidamente.
-¿Te gusta mi traje nuevo? -dijo señalando la bata, intentando hacer una broma.
-Me gusta más lo que hay dentro -dijo él, inclinán­dose para besarla.
Sus palabras la dejaron sin hablar de puro placer.
-¿Recordó tomarse la medicación contra el dolor? -preguntó la enfermera.
Ella enrojeció y sacudió la cabeza.
-Pero me he tomado dos de las pastillas que tomo habitualmente para el dolor menstrual.
La enfermera, una mujer morena de mediana edad, asintió a Elena.
-Eso debería ser suficiente.
Damon se puso tenso a su lado en cuanto pronuncia­ron la palabra «dolor».
-¿Qué medicinas para el dolor? Pensaba que esta técnica era indolora. ¿Qué ocurre?
Elena lo tomó de un brazo para calmarlo.
-Es sólo por precaución. No hay nada de qué preo­cuparse. El médico y yo ya hemos hablado de esto.
-¿Estás segura? Tal vez podamos esperar...
-No -dijo ella, tomando aire-. Quiero hacerlo.
Su ceño fruncido indicaba que a él no le convencía la idea.
-¡Enfermera! Tal vez debiera tomar la medicina ahora. Seguro que tienen la medicina para estos casos.
La enfermera puso cara de duda.
-En efecto, pero no creo que sea muy prudente mezclar las dos medicinas. Algunos analgésicos no pre­sentan ningún problema, pero otros...
Elena la interrumpió.
—No pasa nada. Estaré bien, Damon. No tiene impor­tancia.


Veinte minutos después agarraba la mano de Damon con una fuerza terrible y lamentaba terriblemente su seguridad anterior.
La incomodidad de tener un catéter en el interior de su útero había sido soportable, pero en aquel mo­mento en la zona inferior de su cuerpo el dolor era insufrible. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la angustia de Damon era también evidente. El había in­tentado detener el procedimiento ante los primeros sig­nos de dolor, pero ella había querido continuar. Él la acompañó dándole fuerzas y para ella fue muy importante comprobar el apoyo que podía recibir de él en el momento de tener al niño.
-¿Queda mucho? -preguntó Damon. Si la respuesta hubiera sido afirmativa, su reacción habría sido impredecible.
-Unos segundos más y habremos acabado.
Así fue, pero el doctor le dijo que tendría que per­manecer en la posición que estaba, con las caderas ele­vadas, durante una hora más. Pero los dolores no cesa­ban. Ella no dijo nada para que no la creyesen débil, pero Damon pareció darse cuenta.
Le sujetó la mano y con la mano libre le masajeó el vientre con movimientos circulares. Después de unos minutos de acunarla de este modo y, a pesar del dolor, ella cayó en un profundo sueño.
Se despertó de un sobresalto cuando entró la enfer­mera y le dijo que podía vestirse.
Damon había seguido acariciándola todo el rato. A pesar de su timidez, no le importó que él no saliera de la habitación mientras se vestía. Su presencia le resul­taba reconfortante y no estaba dispuesta a dejarlo mar­char.
-¿Estás mejor? -preguntó Damon, mientras la ayuda­ba a vestirse como si fuera un niño pequeño.
-Sí. La próxima vez recordaré tomarme la medici­na, te lo aseguro -ella le sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa.
La miraba como si hubiera dicho algo repugnante.
-No habrá próxima vez, piccola mia.
Sus palabras no dejaban lugar a dudas. Ella quería un hijo y se preparó para pelear, pero de repente todo se volvió borroso y su cabeza empezó a dar vueltas y vueltas... Cuando las piernas le fallaron, intentó aga­rrarse a Damon.
Se despertó en una cama con los gritos de Damon. Es­taba echándole la culpa al médico de todo, desde sus dolores hasta el estado de la economía mundial. O al menos eso creía oír.
-¿Damon? -la palabra sonó como un susurro, pero él se volvió al instante, centrando toda su atención sobre ella.
-¿Cómo estás? ¿Aún sientes dolor?
-Sólo un poco. Estoy algo mareada.
-Le he dicho a su marido que probablemente sea por estar en ayunas. Le daremos un vaso de zumo para aumentar su nivel de azúcar antes de que se vaya a casa —la calma habitual del doctor parecía ahora un poco forzada.
Ella asintió, pero Damon no pareció tan contento con la explicación.
-Si es eso, deberían haberle dado algo antes de de­cirle que se vistiera. ¿Qué habría pasado si hubiera es­tado sola? Podría haberse hecho daño al caer al suelo -su voz se elevaba con cada palabra. Estaba gritando de nuevo.
Ella hizo un gesto y se llevó la mano a la sien.
-Lo siento, tesoro. Un marido fuera de control no es lo que necesitas ahora, ¿verdad?
-¿Me sostuviste? -preguntó ella.
-Sí. Por un momento dudé si podría mantenernos en pie a los dos, pero eres tan pequeñita, cara mia. Pude colocarte de nuevo en la cama.
Una enfermera llevó un vaso de zumo de manzana que Damon tomó de sus manos. La mirada que le lanzó la hizo salir sin decir nada. Colocó un brazo alrededor de Elena y la ayudó a incorporarse y a llevarse el vaso a los labios.
Ella bebió y le dijo:
-Serás un padre maravilloso.
Él sacudió la cabeza y dijo, muy serio:
-No si para ello es necesario repetir lo que te han hecho hoy.
¿Y si ella no podía quedarse embarazada? ¿Seguiría queriéndola a su lado? La duda la aterraba.
Damon insistió en que se fuera a la cama tan pronto como llegaron a casa. Ella sabía que tenía que pasar el resto del día en posición horizontal para aumentar las opciones de concebir, pero había pensado quedarse en el sofá de la sala de estar.
-Pero no quiero quedarme en la cama. Puedo estar tumbada en la sala -mientras discutía con Damon, éste la ayudaba a ponerse el camisón.
-Estás dolorida. Necesitas descansar.
-¡No quiero! -dijo ella apretando los dientes.
Él sonrió, la primera expresión de felicidad en toda la mañana.
-Pareces una niña protestona.
-No creas que puedes tratarme como si lo fuera. Quiero estar abajo y no aburrirme aquí sola.
-No, tesoro.
Ella lo miró fijamente.
-¿ A ti te habría gustado estar todo el día recluido en una habitación? Ya sé que tú estuviste mucho tiem­po en el hospital, pero podías trabajar. Tu secretario personal estaba contigo, yo te visitaba, Stefan te visita­ba e incluso la bruja malvada te visitaba.
-¿Quieres que llame a Caroline para ver si quiere ve­nir a hacerte compañía? -preguntó él, sabiendo a quién se refería ella-. He oído que está en Milán.
¿Dónde lo había oído? ¿Había preguntado por ella? El pensar que él aún se interesaba por las idas y veni­das de su ex prometida la enfureció aún más. Se levan­tó con decisión y golpeó las almohadas para mullirlas con más energía de la que realmente era necesaria.
-La última persona en el mundo con la que quiero pasar el día es con ella.
-¿Qué te parece pasarlo conmigo? -¿Acaso estaba diciendo que pensaba quedarse con ella todo el día?- ¡Tú estuviste conmigo en el hospital!
-Pero creía que volverías al trabajo después de ir a la clínica —pasaba tanto tiempo ocupado en sus nego­cios, que no lo veía casi nunca.
-No pienso dejarte sola después de lo que acabas de pasar.
Ella sonrió.
-Gracias..
-No me lo agradezcas -tomó el teléfono y llamó por la línea interna-. Pediré que nos suban algo de co­mida.
Ella asintió mientras pedía un almuerzo para los dos. Cuando colgó, fue a buscar una silla para colocar­la al lado de la cama, pero ella le hizo sitio en el borde de la cama.
-Puedes sentarte aquí si quieres.
-No creo que sea una buena idea.
-¿Por qué?
-Estar a tu lado en la cama me hace pensar cosas que no debo en este momento, cara.
Ella pensó que estaba de broma, a pesar de su cara seria, así que respondió en consecuencia:
-Estoy segura de que sabrás controlarte.
-No tienes ni idea de cómo funciona la mente de un hombre, te lo aseguro -estaba muy serio, pero se colo­có en la cama a su lado-. ¿Cómo te encuentras?
-Hambrienta -dijo con sinceridad.
-Yo también -dijo él, sonriendo.
-Podías haber comido algo.
-No, si tú no lo hacías.
-¿Es eso algo típico de los machos?
-Es típico de los Salvatore -dijo acariciándole los labios.
-Eres un hombre muy especial -frotó los labios contra su dedo, pero no abrió la boca para chupárselo. No estaba dispuesta a ser rechazada de nuevo. Aunque comprendiera mejor sus motivos, aún estaba dolida.
-Soy tan especial que he permitido que mi mujer pase por un trance dolorosísimo antes que enfrentarme a mis propios miedos -dijo, con la cabeza inclinada.
Ella lo miró sorprendida por lo que acababa de decir.
-No te entiendo, caro, ¿Qué te asusta?
Él echó la cabeza hacia atrás y algo muy poderoso brillo en sus ojos.
-Nunca me llamas así. Usas palabras cariñosas con Stefan, pero nunca conmigo.
Ella se sintió andando entre tinieblas, y antes de de­cir o hacer algo que pudiera molestarlo, decidió pre­guntarle:
-¿Eso te molesta?
-Sí.
Aquello era algo muy difícil de admitir para un hombre con el temperamento de Damon.
-Con Stefan, es normal porque no significa nada -quiso devolverle a Damon su sinceridad-. Contigo, esas palabras significan demasiado.
-Así que no las dices -dijo él, tomándole la mano.
Ella tragó saliva y se decidió a hablar.
-Para mí, tu nombre es una palabra cariñosa.
Él le beso la palma de la mano. Un ruido en el pasi­llo anunció la llegada de su almuerzo y la conversación terminó en ese momento.
Después de comer, Elena bostezó.
-No sé por qué estoy tan cansada. No he corrido una maratón ni nada parecido -él ni siquiera la había dejado andar hasta el coche y la había llevado en una silla de ruedas. Ella pensaba que, si se hubiera sentido más seguro, la habría llevado en brazos.
-Lo has pasado mal.
-Ahora me siento mucho mejor -intentó calmarlo ella.
Él la miró unos segundos, como si quisiera leerle el pensamiento. Después se levantó y llevó la bandeja al pasillo. Al volverse tenía una expresión tan grave en el rostro, que casi le produjo dolor físico.
No volvió a sentarse, sino que se quedó parado jun­to a la ventana, agarrando el bastón con fuerza.
-Cuando me casé contigo, no estaba seguro de po­der volver a andar.
Ella ya lo sabía. Si hubiera creído completamente en su recuperación, no se habría casado con alguien tan ordinario como ella.
-Pero tú creías en mí y eso era lo que yo necesitaba -cada palabra sonaba como si se la estuviesen arran­cando de las entrañas-. No pensaba en si sería lo mejor para ti y me avergüenza reconocerlo.
-Tenías miedo.
Sus hombros se pusieron rígidos pero no lo negó.
-Sí.
-Lo entiendo.
Él se giró con el rostro atormentado.
-¿Sí? ¿Cómo puedes entenderlo cuando a mí me cuesta tanto? Fui egoísta, tesoro. No me preocupé por tú felicidad, sólo por la mía.
Ella sacudió la cabeza al recordar su tierna intro­ducción al sexo.
-No creo que fuera así.
-Tal vez tengas razón. En mi arrogancia pensé que, casarte conmigo y compartir mi cama sería suficiente para ti.
Ella también lo había pensado.
-Acepté sabiendo que era lo único que incluía tu oferta.
-Porque me querías y yo utilicé ese amor para obte­ner lo que yo quería, lo que necesitaba.
-No se puede utilizar lo que se entrega libremente -ella no quería que se ahogara en la culpa. No podrían avanzar si seguían anclados en el pasado.
-¿Lo entregaste libremente?
Ella lo miró a los ojos. No era el momento de ocul­tar nada.
-Sí.
-¿Cómo puedes decir eso cuando te seduje para que aceptaras mi propuesta matrimonial, cuando te arrebaté tu virginidad para que no pudieras volver a hablar de anulación?
Realmente se sentía culpable.
-Pero yo te quería. Me encanta lo que me haces sentir cuando me tocas.
-Eso es verdad, tesoro. Pero, entonces ¿qué ocurrió anoche?
-No me dejaste tocarte -y eso le dolió mucho.
-Tenía miedo.
Nunca había esperado oír esas dos palabras salir de la boca de Damon.
-¿Por qué? -creía saberlo, pero tenía que asegurar­se.
-No estoy seguro de poder comportarme como un verdadero hombre.
-¿Tienes miedo de que no consiga excitarte lo sufi­ciente como para hacerme el amor?
-Porca miseria, ¿de dónde has sacado eso?
-Acabas de decir...
-He dicho que no sabía si podría realizar el acto. No he dicho nada de tu belleza ni de la sensualidad de tu cuerpo.
-Pero si yo fuera más tu tipo de mujer, ¿te resultaría más fácil?
Para ella, eso tenía sentido, pero él la miró como si se hubiera vuelto loca.
-Tú eres mi tipo de mujer.
Ella cerró los ojos para no ver la lástima en los de él.
-No hace falta que digas esa clase de cosas.
Él se sentó en la cama y, con un dedo, le recorrió el contorno de la cara.
-¿Te he mentido alguna vez, piccola mia?
Ella sacudió la cabeza, con los ojos aún cerrados.
-Entonces, si te digo que eres la mujer más sexy que he conocido, ¿me creerás?
No pudo mantener los ojos cerrados y vio su dulce y burlona sonrisa.
-Tú... yo...
-Nunca le había hecho el amor a una mujer que me hiciera sentir más hombre.
-Pero dijiste...
-Que no estoy seguro de poder mantener la erec­ción, pero cuando te hago el amor, tu respuesta me ex­cita sin que mi cuerpo esté implicado en ello.
-¿Tú...? ¿Alguna vez...? ¿Has...?
Él rió.
-Si lo que quieres preguntarme es si he reaccionado físicamente ante ti en alguna ocasión, la respuesta es sí. No ocurrió la primera vez que te toqué, y eso me preo­cupó. Pero pensé que, cuando recuperase la sensibili­dad, podría recuperar eso también.
-¿No ocurrió?
-No lo sé.
Le tomó la cara entre las manos con expresión ator­mentada.
-Te he hecho pasar hoy por todo ese dolor porque yo, Damon Salvatore, tuve miedo de intentarlo.
Pero él no sabía que fuese a ser doloroso. Ella le ha­bía ocultado ese detalle porque sabía que él no la deja­ría continuar con ello.
-No es culpa tuya.
Él sacudió la cabeza.
-Dijiste que habías notado una respuesta... -no po­día pronunciar la palabra erección.
-Sí. Muchas veces cuando te he tocado he sentido algo, nunca tanto como anoche.
-Pero no me dejaste continuar.
-No.
-¿Por qué? ¡No lo entiendo!
-Si no duraba... si no podía llegar al climax... -su voz se apagó. Ella ya sabía a lo que se refería: se habría sentido humillado.
-Yo haría lo que fuera por ti.
-Sí, y hoy lo has demostrado -retiró las manos de su cara-. Nunca olvidaré tus lágrimas de esta mañana, ni el momento en que te has desmayado.
-No ha sido culpa tuya -repitió ella-, el médico me dijo el primer día que algunas mujeres sufrían mucho dolor, pero no te lo quise decir. Sinceramente, no creí que me pasara a mí, y deseaba tener un hijo tuyo de verdad.
-Si me hubiera enfrentado a mi cobardía, tal vez ese sacrificio no habría sido necesario.
Ella le hizo girar la cara para que la mirase a los ojos. Era típico de Damon echarse a la espalda toda la res­ponsabilidad.
-No eres un cobarde, Damon. Te has enfrentado a tu parálisis y has luchado.
-Pero no me enfrenté a mis miedos y tú has pagado por ello.
Al ver brillar sus ojos, Elena no pudo más y, sin preocuparse por si había estado en posición horizontal el tiempo suficiente, se sentó en la cama y le lanzó los brazos al cuello.
-No, Damon. Quise tener un hijo contigo. No me preo­cupaba el cómo tenerlo. Deseaba tanto ese hijo...
Él la besó suavemente, con dulzura.
-¿Cómo te encuentras?
-Mejor.
-¿Ya no te duele nada?
Ella sacudió la cabeza.
-Tal vez debiéramos comprobar si puedo darte hijos con más placer del que has recibido esta mañana, ¿no?
-Estás seguro de que quieres intentarlo.
-Si, amore.
Su amor... si fuera verdad. Ella sonrió; su dulce mi­rada, su deseo de arriesgarse al fracaso... por ella. Con eso le bastaba.

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