Capítulo 10
Cuando casi
habían llegado a la clínica, Elena se dio cuenta de que había olvidado tomarse
la medicación para el dolor que debía haber tomado una hora antes de someterse
al tratamiento. Rápidamente, se tomó un par de analgésicos que llevaba en el
bolso, aunque se suponía que sólo tenía que tomar uno. El segundo era para compensar
el retraso en tomarlo.
Pero tampoco le importó demasiado. Quería tener un
niño de Damon, costara lo que costara.
Damon pasó a la sala una vez que hubieron instalado
a Elena y le hubieron tomado las constantes vitales y la temperatura. Entró
sonriendo, apoyándose ligeramente en el bastón.
Ella le sonrió tímidamente.
-¿Te gusta mi traje nuevo? -dijo señalando la bata,
intentando hacer una broma.
-Me gusta más lo que hay dentro -dijo él, inclinándose
para besarla.
Sus palabras la dejaron sin hablar de puro placer.
-¿Recordó tomarse la medicación contra el dolor?
-preguntó la enfermera.
Ella enrojeció y sacudió la cabeza.
-Pero me he tomado dos de las pastillas que tomo
habitualmente para el dolor menstrual.
La enfermera, una mujer morena de mediana edad,
asintió a Elena.
-Eso debería ser suficiente.
Damon se puso tenso a su lado en cuanto pronunciaron
la palabra «dolor».
-¿Qué medicinas para el dolor? Pensaba que esta
técnica era indolora. ¿Qué ocurre?
Elena lo tomó de un brazo para calmarlo.
-Es sólo por precaución. No hay nada de qué preocuparse.
El médico y yo ya hemos hablado de esto.
-¿Estás segura? Tal vez podamos esperar...
-No -dijo ella, tomando aire-. Quiero hacerlo.
Su ceño fruncido indicaba que a él no le convencía
la idea.
-¡Enfermera! Tal vez debiera tomar la medicina
ahora. Seguro que tienen la medicina para estos casos.
La enfermera puso cara de duda.
-En efecto, pero no creo que sea muy prudente
mezclar las dos medicinas. Algunos analgésicos no presentan ningún problema,
pero otros...
Elena la interrumpió.
—No pasa nada. Estaré bien, Damon. No tiene importancia.
Veinte minutos después agarraba la mano de Damon con
una fuerza terrible y lamentaba terriblemente su seguridad anterior.
La incomodidad de tener un catéter en el interior de
su útero había sido soportable, pero en aquel momento en la zona inferior de
su cuerpo el dolor era insufrible. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la
angustia de Damon era también evidente. El había intentado detener el
procedimiento ante los primeros signos de dolor, pero ella había querido
continuar. Él la acompañó dándole fuerzas y para ella fue muy importante
comprobar el apoyo que podía recibir de él en el momento de tener al niño.
-¿Queda mucho? -preguntó Damon. Si la respuesta
hubiera sido afirmativa, su reacción habría sido impredecible.
-Unos segundos más y habremos acabado.
Así fue, pero el doctor le dijo que tendría que permanecer
en la posición que estaba, con las caderas elevadas, durante una hora más.
Pero los dolores no cesaban. Ella no dijo nada para que no la creyesen débil,
pero Damon pareció darse cuenta.
Le sujetó la mano y con la mano libre le masajeó el
vientre con movimientos circulares. Después de unos minutos de acunarla de este
modo y, a pesar del dolor, ella cayó en un profundo sueño.
Se despertó de un sobresalto cuando entró la enfermera
y le dijo que podía vestirse.
Damon había seguido acariciándola todo el rato. A
pesar de su timidez, no le importó que él no saliera de la habitación mientras
se vestía. Su presencia le resultaba reconfortante y no estaba dispuesta a
dejarlo marchar.
-¿Estás mejor? -preguntó Damon, mientras la ayudaba
a vestirse como si fuera un niño pequeño.
-Sí. La próxima vez recordaré tomarme la medicina,
te lo aseguro -ella le sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa.
La miraba como si hubiera dicho algo repugnante.
-No habrá próxima vez, piccola mia.
Sus palabras no dejaban lugar a dudas. Ella quería
un hijo y se preparó para pelear, pero de repente todo se volvió borroso y su
cabeza empezó a dar vueltas y vueltas... Cuando las piernas le fallaron,
intentó agarrarse a Damon.
Se despertó en una cama con los gritos de Damon. Estaba
echándole la culpa al médico de todo, desde sus dolores hasta el estado de la economía mundial. O al
menos eso creía oír.
-¿Damon? -la palabra sonó como un susurro, pero él
se volvió al instante, centrando toda su atención sobre ella.
-¿Cómo estás? ¿Aún sientes dolor?
-Sólo un poco. Estoy algo mareada.
-Le he dicho a su marido que probablemente sea por
estar en ayunas. Le daremos un vaso de zumo para aumentar su nivel de azúcar
antes de que se vaya a casa —la calma habitual del doctor parecía ahora un poco
forzada.
Ella asintió, pero Damon no pareció tan contento con
la explicación.
-Si es eso, deberían haberle dado algo antes de decirle
que se vistiera. ¿Qué habría pasado si hubiera estado sola? Podría haberse hecho
daño al caer al suelo -su voz se elevaba con cada palabra. Estaba gritando de
nuevo.
Ella hizo un gesto y se llevó la mano a la sien.
-Lo siento, tesoro. Un marido fuera de control no es
lo que necesitas ahora, ¿verdad?
-¿Me sostuviste? -preguntó ella.
-Sí. Por un momento dudé si podría mantenernos en
pie a los dos, pero eres tan pequeñita, cara mia. Pude colocarte de nuevo en la
cama.
Una enfermera llevó un vaso de zumo de manzana que
Damon tomó de sus manos. La mirada que le lanzó la hizo salir sin decir nada.
Colocó un brazo alrededor de Elena y la ayudó a incorporarse y a llevarse el
vaso a los labios.
Ella bebió y le dijo:
-Serás un padre maravilloso.
Él sacudió la cabeza y dijo, muy serio:
-No si para ello es necesario repetir lo que te han
hecho hoy.
¿Y si ella no podía quedarse embarazada? ¿Seguiría
queriéndola a su lado? La duda la aterraba.
Damon insistió en que se fuera a la cama tan pronto
como llegaron a casa. Ella sabía que tenía que pasar el resto del día en
posición horizontal para aumentar las opciones de concebir, pero había pensado
quedarse en el sofá de la sala de estar.
-Pero no quiero quedarme en la cama. Puedo estar
tumbada en la sala -mientras discutía con Damon, éste la ayudaba a ponerse el
camisón.
-Estás dolorida. Necesitas descansar.
-¡No quiero! -dijo ella apretando los dientes.
Él sonrió, la primera expresión de felicidad en toda
la mañana.
-Pareces una niña protestona.
-No creas que puedes tratarme como si lo fuera.
Quiero estar abajo y no aburrirme aquí sola.
-No, tesoro.
Ella lo miró fijamente.
-¿ A ti te habría gustado estar todo el día recluido
en una habitación? Ya sé que tú estuviste mucho tiempo en el hospital, pero
podías trabajar. Tu secretario personal estaba contigo, yo te visitaba, Stefan
te visitaba e incluso la bruja malvada te visitaba.
-¿Quieres que llame a Caroline para ver si quiere venir
a hacerte compañía? -preguntó él, sabiendo a quién se refería ella-. He oído
que está en Milán.
¿Dónde lo había oído? ¿Había preguntado por ella? El
pensar que él aún se interesaba por las idas y venidas de su ex prometida la
enfureció aún más. Se levantó con decisión y golpeó las almohadas para
mullirlas con más energía de la que realmente era necesaria.
-La última persona en el mundo con la que quiero
pasar el día es con ella.
-¿Qué te parece pasarlo conmigo? -¿Acaso estaba
diciendo que pensaba quedarse con ella todo el día?- ¡Tú estuviste conmigo en
el hospital!
-Pero creía que volverías al trabajo después de ir a
la clínica —pasaba tanto tiempo ocupado en sus negocios, que no lo veía casi
nunca.
-No pienso dejarte sola después de lo que acabas de
pasar.
Ella sonrió.
-Gracias..
-No me lo agradezcas -tomó el teléfono y llamó por
la línea interna-. Pediré que nos suban algo de comida.
Ella asintió mientras pedía un almuerzo para los
dos. Cuando colgó, fue a buscar una silla para colocarla al lado de la cama,
pero ella le hizo sitio en el borde de la cama.
-Puedes sentarte aquí si quieres.
-No creo que sea una buena idea.
-¿Por qué?
-Estar a tu lado en la cama me hace pensar cosas que
no debo en este momento, cara.
Ella pensó que estaba de broma, a pesar de su cara
seria, así que respondió en consecuencia:
-Estoy segura de que sabrás controlarte.
-No tienes ni idea de cómo funciona la mente de un
hombre, te lo aseguro -estaba muy serio, pero se colocó en la cama a su lado-.
¿Cómo te encuentras?
-Hambrienta -dijo con sinceridad.
-Yo también -dijo él, sonriendo.
-Podías haber comido algo.
-No, si tú no lo hacías.
-¿Es eso algo típico de los machos?
-Es típico de los Salvatore -dijo acariciándole los
labios.
-Eres un hombre muy especial -frotó los labios
contra su dedo, pero no abrió la boca para chupárselo. No estaba dispuesta a
ser rechazada de nuevo. Aunque comprendiera mejor sus motivos, aún estaba
dolida.
-Soy tan especial que he permitido que mi mujer pase
por un trance dolorosísimo antes que enfrentarme a mis propios miedos -dijo,
con la cabeza inclinada.
Ella lo miró sorprendida por lo que acababa de
decir.
-No te entiendo, caro, ¿Qué te asusta?
Él echó la cabeza hacia atrás y algo muy poderoso
brillo en sus ojos.
-Nunca me llamas así. Usas palabras cariñosas con
Stefan, pero nunca conmigo.
Ella se sintió andando entre tinieblas, y antes de
decir o hacer algo que pudiera molestarlo, decidió preguntarle:
-¿Eso te molesta?
-Sí.
Aquello era algo muy difícil de admitir para un
hombre con el temperamento de Damon.
-Con Stefan, es normal porque no significa nada
-quiso devolverle a Damon su sinceridad-. Contigo, esas palabras significan
demasiado.
-Así que no las dices -dijo él, tomándole la mano.
Ella tragó saliva y se decidió a hablar.
-Para mí, tu nombre es una palabra cariñosa.
Él le beso la palma de la mano. Un ruido en el pasillo
anunció la llegada de su almuerzo y la conversación terminó en ese momento.
Después de comer, Elena bostezó.
-No sé por qué estoy tan cansada. No he corrido una
maratón ni nada parecido -él ni siquiera la había dejado andar hasta el coche y
la había llevado en una silla de ruedas. Ella pensaba que, si se hubiera
sentido más seguro, la habría llevado en brazos.
-Lo has pasado mal.
-Ahora me siento mucho mejor -intentó calmarlo ella.
Él la miró unos segundos, como si quisiera leerle el
pensamiento. Después se levantó y llevó la bandeja al pasillo. Al volverse
tenía una expresión tan grave en el rostro, que casi le produjo dolor físico.
No volvió a sentarse, sino que se quedó parado junto
a la ventana, agarrando el bastón con fuerza.
-Cuando me casé contigo, no estaba seguro de poder
volver a andar.
Ella ya lo sabía. Si hubiera creído completamente en
su recuperación, no se habría casado con alguien tan ordinario como ella.
-Pero tú creías en mí y eso era lo que yo necesitaba
-cada palabra sonaba como si se la estuviesen arrancando de las entrañas-. No
pensaba en si sería lo mejor para ti y me avergüenza reconocerlo.
-Tenías miedo.
Sus hombros se pusieron rígidos pero no lo negó.
-Sí.
-Lo entiendo.
Él se giró con el rostro atormentado.
-¿Sí? ¿Cómo puedes entenderlo cuando a mí me cuesta
tanto? Fui egoísta, tesoro. No me preocupé por tú felicidad, sólo por la mía.
Ella sacudió la cabeza al recordar su tierna introducción
al sexo.
-No creo que fuera así.
-Tal vez tengas razón. En mi arrogancia pensé que,
casarte conmigo y compartir mi cama sería suficiente para ti.
Ella también lo había pensado.
-Acepté sabiendo que era lo único que incluía tu
oferta.
-Porque me querías y yo utilicé ese amor para obtener
lo que yo quería, lo que necesitaba.
-No se puede utilizar lo que se entrega libremente
-ella no quería que se ahogara en la culpa. No podrían avanzar si seguían
anclados en el pasado.
-¿Lo entregaste libremente?
Ella lo miró a los ojos. No era el momento de ocultar
nada.
-Sí.
-¿Cómo puedes decir eso cuando te seduje para que
aceptaras mi propuesta matrimonial, cuando te arrebaté tu virginidad para que
no pudieras volver a hablar de anulación?
Realmente se sentía culpable.
-Pero yo te quería. Me encanta lo que me haces
sentir cuando me tocas.
-Eso es verdad, tesoro. Pero, entonces ¿qué ocurrió
anoche?
-No me dejaste tocarte -y eso le dolió mucho.
-Tenía miedo.
Nunca había esperado oír esas dos palabras salir de
la boca de Damon.
-¿Por qué? -creía saberlo, pero tenía que asegurarse.
-No estoy seguro de poder comportarme como un
verdadero hombre.
-¿Tienes miedo de que no consiga excitarte lo suficiente
como para hacerme el amor?
-Porca miseria, ¿de dónde has sacado eso?
-Acabas de decir...
-He dicho que no sabía si podría realizar el acto.
No he dicho nada de tu belleza ni de la sensualidad de tu cuerpo.
-Pero si yo fuera más tu tipo de mujer, ¿te
resultaría más fácil?
Para ella, eso tenía sentido, pero él la miró como
si se hubiera vuelto loca.
-Tú eres mi tipo de mujer.
Ella cerró los ojos para no ver la lástima en los de
él.
-No hace falta que digas esa clase de cosas.
Él se sentó en la cama y, con un dedo, le recorrió
el contorno de la cara.
-¿Te he mentido alguna vez, piccola mia?
Ella sacudió la cabeza, con los ojos aún cerrados.
-Entonces, si te digo que eres la mujer más sexy que
he conocido, ¿me creerás?
No pudo mantener los ojos cerrados y vio su dulce y
burlona sonrisa.
-Tú... yo...
-Nunca le había hecho el amor a una mujer que me
hiciera sentir más hombre.
-Pero dijiste...
-Que no estoy seguro de poder mantener la erección,
pero cuando te hago el amor, tu respuesta me excita sin que mi cuerpo esté
implicado en ello.
-¿Tú...? ¿Alguna vez...? ¿Has...?
Él rió.
-Si lo que quieres preguntarme es si he reaccionado
físicamente ante ti en alguna ocasión, la respuesta es sí. No ocurrió la
primera vez que te toqué, y eso me preocupó. Pero pensé que, cuando recuperase
la sensibilidad, podría recuperar eso también.
-¿No ocurrió?
-No lo sé.
Le tomó la cara entre las manos con expresión atormentada.
-Te he hecho pasar hoy por todo ese dolor porque yo,
Damon Salvatore, tuve miedo de intentarlo.
Pero él no sabía que fuese a ser doloroso. Ella le
había ocultado ese detalle porque sabía que él no la dejaría continuar con
ello.
-No es culpa tuya.
Él sacudió la cabeza.
-Dijiste que habías notado una respuesta... -no podía
pronunciar la palabra erección.
-Sí. Muchas veces cuando te he tocado he sentido
algo, nunca tanto como anoche.
-Pero no me dejaste continuar.
-No.
-¿Por qué? ¡No lo entiendo!
-Si no duraba... si no podía llegar al climax... -su
voz se apagó. Ella ya sabía a lo que se refería: se habría sentido humillado.
-Yo haría lo que fuera por ti.
-Sí, y hoy lo has demostrado -retiró las manos de su
cara-. Nunca olvidaré tus lágrimas de esta mañana, ni el momento en que te has
desmayado.
-No ha sido culpa tuya -repitió ella-, el médico me
dijo el primer día que algunas mujeres sufrían mucho dolor, pero no te lo quise
decir. Sinceramente, no creí que me pasara a mí, y deseaba tener un hijo tuyo
de verdad.
-Si me hubiera enfrentado a mi cobardía, tal vez ese
sacrificio no habría sido necesario.
Ella le hizo girar la cara para que la mirase a los
ojos. Era típico de Damon echarse a la espalda toda la responsabilidad.
-No eres un cobarde, Damon. Te has enfrentado a tu
parálisis y has luchado.
-Pero no me enfrenté a mis miedos y tú has pagado
por ello.
Al ver brillar sus ojos, Elena no pudo más y, sin
preocuparse por si había estado en posición horizontal el tiempo suficiente, se
sentó en la cama y le lanzó los brazos al cuello.
-No, Damon. Quise tener un hijo contigo. No me preocupaba
el cómo tenerlo. Deseaba tanto ese hijo...
Él la besó suavemente, con dulzura.
-¿Cómo te encuentras?
-Mejor.
-¿Ya no te duele nada?
Ella sacudió la cabeza.
-Tal vez debiéramos comprobar si puedo darte hijos
con más placer del que has recibido esta mañana, ¿no?
-Estás seguro de que quieres intentarlo.
-Si, amore.
Su amor... si fuera verdad. Ella sonrió; su dulce mirada,
su deseo de arriesgarse al fracaso... por ella. Con eso le bastaba.
genial¡ espero el próximo¡
ResponderEliminar