CAPÍTULO 04
-Disculpe señora Salvatore,
es sólo que... esta situación es un poco inusual. Elena hizo una
mueca para sus
adentros por la
forma en que
María inmediatamente la había llamado «señora Salvatore» en su
desarticulado inglés. Ella probó con su oxidado español
–Por favor, María,
llámeme Elena – Le dijo a la otra mujer con simpatía –Sé que debe ser extraño
para usted que yo esté aquí, de pronto, de esta manera, pero mi única
preocupación es Nick y llegar a conocerlo –
La otra mujer quedó
obviamente sorprendida al oír a Elena hablar en español, pero todavía se veía
tensa y preocupada. No muy segura de cómo manejar la situación.
–Mire –dijo Elena –todo
lo que quiero hacer por el momento es estar con usted y con Nick. Después de
todo, él no me conoce, así que se tiene que acostumbrar a mí –
María se veía aliviada,
¿le habría recomendado Damon que no despegara la vista de Nick mientras ella
estuviera por allí? Claro que ella no lo pondría por delante a él.
María le contó cómo era
la rutina, mientras un feliz Nick jugaba en el césped con una gran variedad de
juguetes, mayormente autos. Elena pudo sentir cómo se le erizaban los vellos de
su nuca, pero no se dio vuelta. Era muy consciente de que Damon estaba mirando
desde una de las ventanas que daba al jardín principal.
Con decisión empujó al
fondo de su mente todo pensamiento acerca de su marido. Tenía
dos horas para
estar con Nick
y las exprimiría
al máximo. También empujó la
emoción que amenazaba con entrar en erupción continuamente cada vez que miraba
a su hijo, robusto y hermoso. Su personalidad
ya estaba consolidada,
muy claramente. Tenía
más de un parecido con su padre. En forma
tambaleante caminó hacia ella y, mientras le daba a María una sonrisa
tranquilizadora, dejó que le tomara la mano y tirara de ella hacia abajo, hasta
la tierra para que lo ayudara a jugar con sus coches.
Damon miraba por la
ventana, con los brazos cruzados con fuerza sobre su pecho. Vio que Nick
parecía feliz acogiendo a Elena en su vida, como si ella no se hubiera alejado
de él, como si no lo habría rechazado justo en su momento más vulnerable.
Sintió una rabia
creciente en nombre de su hijo, y tuvo que contenerse para no salir y alejar a Nick
de sus garras. Y sin embargo..., él parecía feliz. Y ella no parecía aburrida
o irritada. Odiaba
admitirlo, pero Nick
era naturalmente
cauteloso con los
extraños y, sin embargo, con Elena, desde el primer momento en el hotel, no
había mostrado nada de esa cautela, era casi como si la hubiera reconocido. Damon
sacudió la cabeza. Eso no podía ser posible...
Elena estaba
en el suelo,
asintiendo con paciencia
a los balbuceos incoherentes de Nick, que se
expresaba con toda la seriedad de un niño en una misión en
la que creía
ser entendido. Iba
vestida todavía con
esa falda andrajosa y la remera,
y la falda se le había subido mostrando un poco de las largas piernas, pálidas
y tersas. Sintió que sus entrañas se contraían, y la decisión se afianzó
duramente dentro de él. Se volvió bruscamente, alejándose de la ventana y se
acercó a la mesa para coger el teléfono.
Al día siguiente, Elena
entró a la casa. Nick acababa de ser llevado a dormir su siesta. Caminando por
el vestíbulo pensaba que quizás algún día sería capaz de pasar tiempo con Nick
y no sentir que su corazón se salía de su pecho cada vez que lo miraba.
Su pie estaba en el
último peldaño de la escalera principal, cuando oyó su nombre mencionado con
tono autocrático. Bien, no iba a haber ningún respiro, entonces. Era como si Damon
fuera una especie de mago, atrapándola justo en sus momentos más vulnerables.
Se volvió de mala gana y esperó que sus ojos no se vieran muy brillantes. Damon
estaba en el marco de la puerta de la habitación que ella suponía era la de su
estudio, al fondo se veía una gran mesa.
– ¿Podrías venir aquí,
por favor? – Su tono hacía que lo de «favor» sonara ridículo.
Asintió con
la cabeza brevemente, en forma
lacónica, y caminó
hacia él, evitando mirarlo. Él se
apartó para darle paso y ella contuvo el aliento, no queriendo respirar su
olor, su esencia. Estaba tan concentrada en evitar ser consciente de él que por
un momento no vio al hombre que estaba parado y que le estaba tendiendo una
mano. Damon se lo estaba presentando.
–Este es mi abogado,
Ricardo Sánchez –
Elena dio un paso
adelante para estrechar su mano, aún un poco aturdida por no haber reparado en
él –Señor Sánchez –
Su corazón comenzó a
latir alocadamente de nuevo. Los papeles del divorcio. Tenía que ser. Sintió
que un entumecimiento, a modo de coraza protectora, la cubría. A pesar de que
había estado esperando esto desde el momento en que había llegado a España,
estaba sorprendida de que no le diera ninguna oportunidad para probarse a sí
misma... que estuviera cumpliendo su amenaza.
–Por favor, siéntate, Elena
–
Elena se sentó
bruscamente en el asiento que le había indicado Damon, observando cómo él
caminaba alrededor de la mesa y se sentaba. Incluso con vaqueros y remera
parecía formidable, terriblemente poderoso. El sol entraba en forma oblicua en
ese momento y doraba sus cabellos con un aura de oro oscuro. Ella parpadeó y
desvió la mirada a su abogado, que estaba sentado a su derecha. Era
relativamente joven, calculó que andaría por los cuarenta y tantos años, y era
bien parecido, aunque de una manera muy almidonada. Él la miró entonces, y le
sonrió. Elena se sintió momentáneamente desconcertada por este gesto de
cortesía, después de cuarenta y ocho horas de tensión. Ella se la devolvió, y
su boca se sintió extraña en el movimiento.
–Ricardo –
El nombre fue dicho con
un tono brusco de impaciencia. Elena se sonrojó y desvió la mirada, sintiéndose
culpable, sin saber por qué.
Damon la fulminó con la
mirada, y luego a su abogado – ¿Si no te importa podrías mostrarle a mi esposa
los papeles, por favor? –
–Por supuesto – El
abogado de Damon se dio vuelta y extrajo un legajo de papeles. Le entregó una
copia a Damon y otra a Elena, y él se quedó con otra.
Estaban escritos
en español, pero Elena pudo
entenderlos inconfundiblemente. Eran, efectivamente, los papeles del
divorcio. Algo duro e inflexible se instaló en su pecho, dificultándole la
respiración.
–Creo que encontrarás
que todo está en orden. Muy estándar – La amargura teñía la voz de Damon –Tu
derecho a beneficiarte del acuerdo prenupcial no se modifica. Después de
considerarlo cuidadosamente creo que sólo causará más problemas que beneficios
batallar contra tu derecho a ello, lo que podría haber hecho después de tu…
acto de desaparición –
Elena alzó la vista y
con las manos apretando los papeles le dijo –Damon, ya te he dicho que… –
Él movió una mano
delgada, interrumpiéndola con la violencia de su gesto – Disculpa, pero el
señor Sánchez está bien enterado de las circunstancias, así que tu actuación no
es necesaria aquí.
Ella miró al otro
hombre, que ahora evitaba su mirada y parecía incómodo. Muy bien. Damon no iba
a escucharla. Si estaba empeñado en darle el dinero, entonces simplemente lo
depositaría directamente en una cuenta fiduciaria para Nick, y tal vez donara
algo a…
–Así que, si
simplemente firmas la última página aquí... –
Elena miró con
incredulidad a Damon al ver que había volteado las páginas repletas de
jerga técnica legal
para indicarle una
línea de puntos.
La indignación la invadió –Tienes que estar bromeando –
Damon cerró de golpe el
legajo y sus cejas se juntaron –Si estás pensando en convertir esto en un
teatro para tratar de hacerme creer que no quieres esto… –
Elena se puso de pie
bruscamente, cada célula le gritaba que no le dejara ver cómo la afectaba esto.
Qué tan duro era para ella aceptar la cruda realidad de que su matrimonio se
terminaría para siempre –Por supuesto que no lo haré.
¿Pero de verdad crees
que soy tan estúpida, que dócilmente te permitiría poner esto bajo mi nariz y
esperar que lo firme así, sin más, como si fuese un simple
permiso de ausencia? –
Tiró los papeles sobre la mesa como si le hubiesen clavado un aguijón,
aterrorizada de que él los hubiera visto temblar en sus manos –Están totalmente
en español, que no es mi primera lengua –
–Tú lo hablas con
fluidez… –
–Sí, pero no los
términos jurídicos. ¿Cómo sé que no has añadido una cláusula subrepticia acerca
de la custodia, que implique la renuncia a mis derechos sobre Nick?
Él también se puso de
pie, y se encrespó ante ella desde el otro lado del escritorio. Era evidente
que se sentía tocado en su honor.
–Por supuesto que no he
hecho nada de eso. Son sólo los papeles del divorcio, lisa y llanamente –
–Bueno, pues yo no voy
a firmar absolutamente nada hasta que haya hablado con mi propio abogado y él
los revise. Cuando él diga que están bien, entonces los firmaré –
Damon se sentía impotente.
Atrapado. Y sin embargo, sabía que lo que ella decía tenía sentido. En otra
circunstancia, si fuera una persona diferente, le hubiera aconsejado tomar
exactamente el curso de acción que había propuesto.
–En español – Elena oyó
decir al abogado nerviosamente –Ella tiene razón. Tenemos que enviar una copia
a su propia gente –
Elena miró al abogado
de Damon –Y envíelos en inglés. No voy a asumir el gasto adicional de que mi
abogado contrate un traductor – Su bravuconada enmascaraba el intenso dolor.
–Por supuesto – le
aseguró el hombre, con algo que se parecía a respeto, reflejado en sus ojos
oscuros.
Se volvió hacia Damon
–También me gustaría telefonear al señor Lockwood ahora, para que me asesore al
respecto –
Ella tenía la barbilla
levantada y los brazos cruzados a la defensiva, Damon inexplicablemente se
sentía como si debiera pedirle disculpas. Pero desechó ese sentimiento. Esta
mujer había cometido
un crimen que
no muchos perdonarían. ¿Qué
derecho tenía de venir a darle lecciones de moral? Apretó los dientes, cogió el
teléfono y se lo entregó. Ella primero miró el aparato y luego a él.
–En privado – Su tono
áspero bien podría haber despintado de las paredes. Damon la miró durante un
momento prolongado. La tensión crepitaba. Elena
sintió un poco de pena
por el señor Sánchez.
No quedó bien parado
ante Damon, pues todo lo que había hecho no había servido. Pero la culpa la
tenía él, que no podía negar la manera visceral en que ella lo hacía reaccionar
y lo había incitado a convocar a esta reunión y a que tuviera los documentos
redactados en un tiempo récord. Habló con exagerada cortesía –Voy a mandar a
una de las criadas para que te lleve un teléfono inalámbrico a tu habitación.
Allí tendrás toda la privacidad que necesitas –
–Gracias –
Y con la cabeza bien en
alto salió de la habitación. Una vez afuera su cabeza se venció, pero se
apresuró a subir las escaleras, casi como si Damon pudiera volver a llamarla, o
llevarla de vuelta y obligarla a firmar. Ella sabía que no importaba lo que
hubiera ocurrido, él no sería capaz de hacer algo tan turbio como para añadir
una cláusula acerca de la custodia. No era su estilo. Pero tuvo razón
al imponerse. Sería
una tonta si
le dejara pensar
que podía llevársela por delante.
Una vez en su
habitación, se acercó a las ventanas abiertas y se paró observando el patio. Su
belleza, silenciosa y quieta la tranquilizó, y la hizo consciente del dolor en
su corazón. El dolor que le producía saber la forma tan descaradamente obvia en
que Damon se habría divorciado de ella en el acto, si hubiera tenido la opción,
desechándola como si no fuera más que un pedazo de goma de mascar en su zapato.
No debería estar sintiendo esto, pero lo sentía. Entonces eso significaba que…
Un golpe breve en la
puerta la sorprendió. Al abrir vio que era la criada que la había despertado la
otra mañana. Tomó el teléfono inalámbrico con una sonrisa forzada y luego marcó
el número de Tyler Lockwood, efectuando la llamada. Le explicó brevemente lo
que había sucedido, y le advirtió que le llegarían los papeles del divorcio.
Una vez hecho esto,
respiró hondo y se estremeció. Ya estaba. El principio
del fin.
El principio del
fin de un
matrimonio de conveniencia.
De un matrimonio no destinado a
ser consumado, que nunca debería haber dado lugar a que hubiera un bebé. Pero
lo hubo. Y no se arrepentía de eso ni por un segundo. Ni siquiera cuando le
había causado más dolor y pesar de lo que se creía capaz de soportar. Y se
mantendría resistiendo hasta probarse a sí misma
ante Damon, hasta
llegar a algún acuerdo que le permitiera vivir su propia vida y ver a Nick, y
formar parte de su vida también.
El resto de la semana Elena
evitó a Damon tanto como le fue posible. Lo veía en el desayuno y al anochecer,
cuando mantenían una conversaban forzada durante la cena. Pero el resto del
tiempo se encerraba en su oficina, o se iba en su auto, o estaba con Nick.
Por su parte, ella
disfrutaba de su corto tiempo con Nick todos los días, cuando podía verlo,
antes de su siesta. Y lo disfrutó aún más cuando María se fue evidentemente
relajando en su presencia, más predispuesta a usar el tiempo que Elena pasaba
con Nick como un pequeño descanso para ella. Traía un libro y leía mientras Nick
y Elena jugaban.
Hoy, sin embargo,
cuando María tomó a Nick para llevarlo a dormir su siesta, él dejó escapar un
grito de angustia, queriendo claramente seguir jugando con Elena. Su corazón se
rompió y María le sonrió con simpatía –Se lleva muy bien con usted. Pero me
temo que las instrucciones del señor Salvatore
fueron muy claras –
–María, no tiene que
darme explicaciones. Aquí estoy en su territorio, y en el de
Nick… –
La mujer se sonrojó
incómodamente mientras Nick aún gimoteaba en sus brazos
–Lo sé, pero usted
parece... – Ella se sonrojó de nuevo –buena. Y usted es su…
–
– ¿Qué está pasando
aquí? –
Sus cabezas se
volvieron al unísono, viendo que Damon cruzaba el césped caminado hacia ellos.
Tomó a Nick de los brazos de María e inspeccionó su cara llorosa y sus labios
temblorosos.
María se apresuró a
hablar –No es más que cansancio, señor Salvatore. Es hora de su siesta, pero lo
estaba pasando muy bien jugando con Ele… – Ella se detuvo –…la señora Salvatore –
Damon miró a María y
luego a Elena, como si sospechara que algo había sucedido. Tenía un aspecto tan
sombríamente protector que el corazón de Elena dio un vuelco.
–Voy... voy a entrar.
No quiero perturbarlo más. María tiene razón, está cansado por demás –
Antes de que él pudiera
decir otra palabra Elena se apresuró a entrar. Se sentía agitada e inquieta. No
subió a su habitación, que era a donde se retiraba todos los días, sino que
entró en la sala principal. Se dio vueltas cuando oyó unas fuertes pisadas. Damon
estaba en la puerta oscureciendo la entrada, luego entró y cerró la puerta
detrás de él.
Avanzó con lentitud
letal, y Elena retrocedió instintivamente.
– ¿Qué pasa? – Preguntó
ella con decisión, porque no tenía dudas de que
Damon estaba a punto de
informarla sobre su último crimen.
– ¿Qué le estás haciendo
a mi hijo? –
Elena sacudió la
cabeza, confusa –Nada. Sólo he estado jugando con él –
–Estaba molesto. Debes
haberlo perturbado con algo –
Elena volteó los ojos
hacia atrás. No podía creer la injusticia de su ataque – Estaba cansado, eso es
todo, Damon. Los niños de su edad se excitan fácilmente. Esta semana ha tenido
a alguien nuevo para jugar, la semana que viene la novedad habrá pasado –
Damon frunció el ceño.
Su referencia a la próxima semana le hizo poner los pelos de punta – ¿Y desde
cuándo sabes tanto sobre niños tú? – Preguntó mordazmente –
Elena se armó de valor
para soportarlo –Soy una mujer. He tenido niñera. Y
aparte de eso, es mi
hijo. Yo… –
Se detuvo. Había estado a punto
de decir que
lo amaba, pero sabía
que provocaría un torrente de palabras injuriosas sobre su cabeza.
Así que optó por decir
simplemente –Él es mi hijo, Damon. Y vas a tener que acostumbrarte a eso. No me
voy a ir ninguna parte. Voy a estar cerca de él por el resto de su vida –
Los ojos azules de Damon
la miraron de arriba a abajo –Hasta que consigas lo que viniste a buscar,
querrás decir. Entonces lo descartarás de nuevo como a una patata caliente, y
esta vez será peor, porque habrá llegado a conocerte – Se alejó de ella con un
movimiento violento –No puedo creer que esté permitiendo esto… – Se detuvo, su
voz estaba llena de auto recriminación, luego volvió a acercarse a ella. Sus
ojos quemaban.
Elena no podía alejarse
más, ya que detrás de ella había una silla. Él se había acercado tanto que pudo
ver las manchas de azul más claro en sus ojos. Olerlo. Dios Querido. Si él
supiera por un segundo…
–Sé lo
que estás haciendo. Así que
escucha esto: Conmigo protegiéndolo puedes estar malditamente segura de
que si veo una sola lágrima de angustia caer de sus ojos, te vas –
La garganta de Elena se
cerró mientras se sumía en un pozo de tristeza. Podía sentir el dolor de Damon.
Su incertidumbre. Ella había pasado por lo mismo, un millón de veces. Esa fue
una de las razones por la que se había ido. Quiso extender la mano y
tranquilizarlo, incluso impulsivamente llegó a levantarla.
Inmediatamente él se
echó hacia atrás. Miró a su mano suspendida en el aire como si fuera veneno. No
podía creer que por un segundo casi había respondido a su gesto –No te me
acerques. Me asqueas –
Con una mirada
escalofriante, se volvió y salió de la sala.
Elena no podía moverse.
Estaba atrapada en un delicado balance, paralizada por su expresión venenosa en
ese momento. La muy real prueba de su absoluto odio y de su incapacidad de
perdón. Sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes, surcando sus mejillas. Bajó
la mano extendida y la acunó contra su pecho como si él la hubiera golpeado.
Porque, peor que cualquier otra cosa que acababa de suceder, había otra emoción que tenía que
reconocer. Que la avergonzaba a más no poder. Eran los
celos. Celos de su propio hijo. Porque Damon lo amaba tan completamente, tan en
cuerpo y alma, que demostraba que tenía la capacidad de hacer por su hijo lo
mismo que ella había hecho. Dar la vida por él. Y que pensara que ella
representaba una amenaza, la hería más que lo que podía soportar.
Durante los últimos dos
días de la semana de descanso de Damon, él la había vigilado más de cerca. En
lugar de dejarla sola con Nick y María por las tardes, como lo había hecho
antes, se unía a ellos. Su resistencia a dejar de supervisar a Elena mientras
estaba con Nick era evidente. Esta actitud había logrado que algo se
endureciera en su interior. No dejaría que la asustara, ella era más fuerte que
eso. Él no tenía idea de lo fuerte que había tenido que llegar a ser. Así que
tuvo que soportar su compañía, sus miradas y su obvia desconfianza.
Aun así, sus nervios
estaban crispados hasta el límite, cuando llegó el domingo por la noche.
Estaban en la sala comedor tomando café, después de haber cenando. Elena bebió
otro sorbo y cerró los ojos, tanto para saborear el aroma y el sabor como para
bloquear a Damon.
Cuando Julia les dio
las buenas noches, Elena se levantó rápidamente, queriendo salir, para evitar
ser objeto de más miradas mordaces y comentarios cáusticos por parte de Damon.
Pero una mano salió de la nada y le agarró la
muñeca, envolviéndola
con un calor consternarte. El contacto físico fue tal conmocion que trastabilló
hacia atrás. Si no fuera por Damon que estaba de pie y que la atrapó por los
hombros, se habría caído.
Lo miró con ojos
asustados. Sus manos eran como un grillete, ardiendo a través del material de
su raído suéter delgado. Él también parecía atrapado, con los ojos llameantes. Elena
sentía que le faltaba la respiración y el aire alrededor parecía súbitamente
cargado de electricidad. No podía ser. Él la despreciaba. Y sin embargo... esto
era lo que había sentido aquella noche. La noche de su boda. E
incontables noches después, durante
los meses de
su embarazo. Noches de pasión...
de consumación al rojo vivo. Los recuerdos de lo que habían llegado a ser sus
fantasías.
Rápidamente se acercó
aún más a ella, y su mano se movió de su hombro hasta la punta de su mentón,
levantándolo, como para ver mejor su cara. Su cuello parecía estar hecho de
elástico, a medida que su cabeza caía hacia atrás.
–Me pregunto... –
–Te preguntas qué... –
graznó Elena.
– ¿Qué trucos habrás
aprendido en los últimos dos años? Porque no dudo de que habrás estado muy
ocupada adquiriendo experiencia –
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