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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

29 diciembre 2012

La Magia Existe Capitulo 09


CAPÍTULO 09


El trayecto en taxi hasta el aeropuerto se le hizo eterno. El vuelo de vuelta a Friday Harbor, tan lento que estaba convencido de que habría llegado antes en canoa. Cuando por fin llegó a la casa, eran casi las diez de la noche. Junto a la entrada había un coche desconocido, un Chrysler blanco.



Entró por la puerta trasera, por la que se accedía directamente a la cocina. Stefan estaba sirviéndose una copa de vino. Parecía estar hecho polvo. Tenía la parte delantera de la camiseta mojada y el pelo alborotado. En la encimera, había un montón de botes de medicamentos y vasos vacíos, así como una jarra de plástico con una bebida isotónica.
Stefan lo miró sorprendido y meneó la cabeza.

—Sabía que no debía decirte nada —dijo, resignado—. ¡Dios, Bonnie debe de estar furiosa! Damon soltó la bolsa de viaje y se quitó la chaqueta.

—Me da exactamente igual. ¿Cómo está Emma? ¿De quién es el coche que está en la entrada?

—De Elena. Y Emma está mejor. Lleva una hora y media sin vomitar.

—¿Por qué has llamado a Elena? —preguntó Damon, confundido.

—Porque a Emma le gusta. Y cuando la conocí en Halloween, me dijo que la llamara si alguna vez necesitaba ayuda con Emma. Primero llamé a Klaus, pero no contestó. Así que la llamé a ella. Y vino al momento. Dios, es genial. Mientras yo iba a la farmacia, le dio a Emma un baño templado, lo limpió todo y logró que se tomara un poco de jarabe.

—¿Ya no tiene fiebre?

—De momento no. Pero le sube a ratos. Tenemos que seguir controlándola.

—Yo me quedaré con ella esta noche —dijo Damon—. Tú vete a descansar un poco.

Stefan le ofreció una sonrisa cansada antes de beber un sorbo de vino.

—Podría haberlo hecho solo, pero te agradezco que hayas vuelto.

—Tenía que hacerlo. Les habría amargado la fiesta, pues hubiese pasado la noche preocupado por Emma.

—¿Qué ha dicho Bonnie?

—No le ha gustado un pelo.

—Se le pasará. Un ramo de flores y unas sentidas disculpas, y asunto arreglado. Damon hizo un gesto irritado con la cabeza, negando las palabras de su hermano.

—No me importa disculparme, pero lo mío con Bonnie no va a funcionar.

Stefan abrió los ojos de par en par.

—¿Vas a cortar con ella por esto?

—No es por esto. Es que llevo un tiempo... En fin, da igual. Luego te lo cuento. Tengo que ver a Emma.

—Si lo dejáis, asegúrate de decirle que me ofrezco para que se vengue de ti acostándose conmigo —dijo su hermano mientras él caminaba hacia la escalera.

El pasillo que llevaba al dormitorio de Emma olía a amoniaco y jabón. La luz de la lámpara bañaba con suavidad el basto parquet del suelo. Damon intentó imaginar la impresión que causaría la casa en un extraño. Las estancias sin terminar, el suelo sin lijar, las paredes sin pintar... Las reformas estaban en pleno proceso. En ese momento, concentraban sus esfuerzos en remodelar la estructura para que la casa fuera segura y sólida, de modo que todavía no habían hecho nada con respecto a la decoración. Seguro que Elena se había quedado espantada.

Llegó al dormitorio de Emma, pero se quedó justo en la puerta. Elena estaba acostada con su sobrina, que descansaba acurrucada contra ella. A su otro lado había un nuevo peluche.

Elena parecía una adolescente, con el pelo recogido en una coleta y sin rastro de maquillaje. Una nube de pecas doradas le cubría la nariz y las mejillas. Le estaba leyendo a Emma, que tenía los ojos muy brillantes, pero parecía tranquila.
Emma lo miró con expresión adormilada y confusa.

—Has vuelto.

Damon se acercó a la cama, se inclinó sobre ella y le acarició la frente, echándole el pelo hacia atrás. Aprovechó el momento para comprobar su temperatura.

—Por supuesto que he vuelto —murmuró—. No podía estar lejos si mi niña está malita.

—He vomitado —le informó Emma con solemnidad.

—Lo sé, cariño.

—Y Elena me ha traído un osito de peluche nuevo, y me ha bañado y...

—Chitón, se supone que debes dormirte.

Miró a Elena y sus ojos oscuros lo capturaron. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no alargar un brazo y tocarla. Para no pasar las yemas de los dedos por esa alegre lluvia de pecas que le salpicaba la nariz.

Elena sonrió.

—¿Una página más y así acabamos el capítulo? —le preguntó, y él asintió con la cabeza.

Mientras ella seguía con la lectura, Damon se apartó y se sentó en el borde de la cama. Clavó la vista en Emma y vio cómo cerraba los ojos. Su respiración era tranquila y acompasada. Notó una mezcla de ternura, alivio y ansiedad en el pecho.

—Tío Damon —susurró la niña cuando el capítulo llegó a su fin al tiempo que movía una de sus manitas por encima del cobertor para acercarla a él.

—¿Qué?

—Stefan me ha dicho... —comenzó antes de hacer una pausa para bostezar— que puedo comerme un polo para desayunar.

—Me parece bien. —Damon le levantó la mano para darle un beso—. Duérmete —murmuró—. Esta noche me quedaré contigo.

Emma se acurrucó entre los almohadones y se durmió. Elena se apartó de ella con delicadeza para salir de la cama. Llevaba unos vaqueros, zapatillas deportivas y una sudadera de algodón rosa que se le había subido hasta la cintura, dejando a la vista un trocito de piel clara. Se sonrojó al darse cuenta y tiró de la prenda para bajársela, pero no antes de que Damon le hubiera echado un vistazo a esa íntima extensión de piel.
Salieron juntos del dormitorio después de apagar la lamparita, aunque dejaron encendida una luz nocturna.

—Gracias —dijo Damon en voz baja mientras precedía a Elena por el pasillo de camino a la escalera—. Siento mucho que Stefan haya tenido que llamarte. No debería haberme movido de aquí.


—No me ha supuesto problema alguno. De todas formas, no tenía otra cosa que hacer.

—No es divertido hacerse cargo de los niños enfermos de los demás.

—Estoy acostumbrada a atender enfermos. Nada me molesta. Y Emma es tan cariñosa que haría cualquier cosa por ella.

Damon alargó un brazo para tomarla de la mano y la escuchó contener el aliento.

—Ten cuidado, el suelo está desnivelado en esta parte. Todavía no hemos acabado de reparar el parquet.

Elena rodeó su mano con los dedos y él la imitó, de modo que el gesto se convirtió en algo íntimo mientras le permitía conducirla hasta la escalera.

—La casa está hecha un cuadro —comentó Damon.

—Está genial. Tiene una estructura maravillosa. Cuando acabéis de remodelarla, será la casa más bonita de la isla.

—Creo que no acabaremos en la vida —replicó Damon, y ella se echó a reír.

—He  visto  que  ya  habéis  acabado  dos  habitaciones,  que  están  preciosas  por  cierto,  el dormitorio de Emma y su cuarto de baño. Eso dice mucho. —Lo soltó para aferrar el pasamanos.

—Deja que yo baje primero —dijo él.

—¿Por qué?

—Porque si te caes, podré cogerte.

—No voy a caerme —protestó ella, pero le permitió bajar en primer lugar.

Damon era muy consciente del suave timbre de su voz mientras descendían los escalones.

—Te he traído el termo —la oyó decir—. Por tu culpa, he vuelto a beber café. Aunque, de momento, no he encontrado otro que esté tan bueno como el tuyo.

—Tengo un ingrediente secreto.

—¿Cuál?

—No puedo decírtelo.

—¿Por qué no?

—Porque si te lo digo, ya no vendrás a por más café.

Sus palabras fueron recibidas por un breve silencio mientras Elena trataba de interpretar el comentario.

—Volveré mañana por la mañana para ver cómo está Emma antes de abrir la tienda. ¿Eso significa que podré llevarme el termo lleno otra vez?

—Siempre que quieras.

Habían llegado al pie de la escalera, de modo que Damon se volvió para coger a Elena justo antes de que perdiera el equilibrio.

—¡Ay! —exclamó al tiempo que alargaba un brazo para apoyarse en él, aunque más bien acabó pegada por completo a su cuerpo.

Damon la ayudó a recuperar el equilibrio aferrándole las caderas. Algunos rizos le rozaron una mejilla,  una  caricia  fresca  y  sedosa  que  lo  excitó  de  inmediato.  Elena  estaba  en  el  último peldaño, apoyada en él, totalmente a su merced. Y era muy consciente de ella, de esa deliciosa tensión que tanto ansiaba aliviar.


—El pasamanos acaba antes de llegar al último escalón —le dijo. Era una de las rarezas de la casa a las que tanto Stefan como él se habían acostumbrado, pero que pillaban por sorpresa a las visitas.

—¿Por qué no me has avisado? —susurró ella, cuyas manos seguían apoyadas en sus hombros. Sería muy fácil tirar de ella para besarla. Pero siguió sin moverse, sosteniéndola de forma que parecían estar abrazados. Estaban tan cerca que notaba el roce de su aliento.

—A lo mejor porque quería atraparte —contestó.

Elena soltó una risilla nerviosa que puso de manifiesto lo desconcertada que se sentía. Damon notó la suave presión de sus dedos, que lo exploraban con sutileza. Sin embargo, no demostró señal alguna de que lo deseara, no hizo el menor movimiento para acercarse a él ni para alejarse. Se limitó a esperar sin moverse.

Damon se apartó y la ayudó a bajar el último peldaño, tras lo cual caminar on hacia el suave resplandor de la cocina.

Stefan había apurado su copa de vino y se estaba sirviendo otra.

—Elena —dijo con una nota afectuosa en la voz, como si se conocieran desde hacía años—, mi copiloto.

Ella se echó a reír.

—¿Hay mujeres copilotos?

—Las mujeres son los mejores copilotos del mundo —le aseguró Stefan—. ¿Te apetece una copa de vino?

Ella negó con la cabeza.

—Gracias, pero necesito volver a casa. Tengo que sacar a mi perro.

—¿Tienes perro? —le preguntó Damon.

—En realidad, lo tengo en acogida. Una de mis amigas ha organizado un programa de rescate y adopción de animales en la isla, y me convenció para que me hiciera cargo de él hasta que le encuentre un hogar definitivo.

—¿De qué raza es?

—Es un bulldog. El pobre tiene todos los problemas que puede desarrollar la raza: problemas en las articulaciones, prognatismo, alergias cutáneas, ronquidos... y, para colmo, Renfield no tiene rabo. Nació con el rabo invertido y se lo tuvieron que amputar.

—¿Renfield? ¿Como el sirviente de Drácula que comía bichos? —preguntó Damon.

—Sí, estoy tratando de encontrarle un lado bueno a su fealdad. De hecho, creo que tiene un puntito de nobleza. El pobre no tiene ni idea de lo feo que es, pero espera que lo quieran de todas formas. Sin embargo, mucha gente ni siquiera es capaz de acariciarlo.

—Le brillaban los ojos y acababa de esbozar una sonrisa tristona—. Empiezo a desesperarme. Me veo cargando con él de por vida.

Damon  la  miró  fascinado.  Había  una  bondad  en  ella  que  resultaba  tan  seductora  como entrañable. Parecía una mujer nacida para ser feliz, para dar amor a espuertas, para cuidar a un perro que nadie quería.


En ese momento recordó que le había dicho que, después del calvario que supuso la muerte de su marido, no le quedaba nada que ofrecer. No obstante, lo cierto era que tenía muchísimo que ofrecer.

Stefan se había acercado a ella y le había echado un brazo por los hombros.

—Esta noche has salvado una vida —le aseguró.

—La vida de Emma no ha peligrado en ningún momento —replicó ella.

—Me refería a la mía. —Stefan miró a Damon con una sonrisa—. Creo que eres consciente de que uno de los dos tiene que casarse con ella.

—No sois mi tipo —le soltó Elena, a la que se le escapó una risilla tonta cuando Stefan la echó hacia atrás, en una pose al más puro estilo Valentino.

—Contigo se llena el vacío de mi alma —dijo Stefan con fingida pasión.

—Como me dejes caer, te mato —le advirtió ella.

Damon observó la escena consumido por los celos. Porque parecían muy cómodos el uno con el otro, como si se hubieran hecho amigos al instante. Y el fingido cortejo de su hermano le pareció una burla hacia los sentimientos que albergaba por Elena.

—Tiene que irse a casa —le recordó a Stefan con brusquedad.

Su hermano captó el deje de su voz y le lanzó una mirada ladina mientras ensanchaba la sonrisa. Enderezó a Elena, le dio un abrazo fugaz y, después de soltarla, cogió su copa de vino.

—Mi hermano te acompañará al coche —dijo—. Lo haría yo, pero tengo que apurar el vino.

—Puedo ir sola —protestó ella.

Damon la acompañó de todas formas.

La noche de noviembre era fría y desagradable, y las nubes cubrían gran parte del cielo oscuro. Caminaron hacia el coche por el camino de gravilla, que se les clavaba en la suela de los zapatos.

—Quiero preguntarte una cosa —le dijo Damon cuando llegaron junto al coche.

—¿El qué? —replicó ella con cierto recelo.

—¿Y si nos dejas a Renfield mañana por la mañana? Podría pasar el día con Emma. Y yo podría llevármelo a hacer unas cuantas cosas. Lo cuidaremos bien.

Estaba demasiado oscuro como para ver su expresión, pero la sorpresa teñía la voz de Elena cuando dijo:

—¿De verdad? Estoy segura de que a Renfield le encantará. Aunque no creo que te guste que te vean con él.

Estaban junto al coche, el uno frente al otro, mirándose gracias a la tenue luz que les llegaba desde las ventanas de la cocina. Los ojos de Damon ya se habían adaptado a la penumbra.

—La verdad es que sacar a pasear a Renfield es un poco bochornoso —siguió ella—. La gente siempre te mira. Y te pregunta si se ha peleado con una cortadora de césped o algo.
¿Lo tenía por un intolerante? ¿Por un tío estrecho de miras? ¿Lo creía incapaz de pasar por lo menos un día en compañía de una criatura que carecía de atractivo físico porque no cumplía sus expectativas? ¡Joder! ¿Acaso no había visto la casa donde vivía?

—Tráelo —le dijo sin más.

—Vale. —Soltó una risilla y después recuperó la seriedad—. Supuestamente ibas a pasar el fin de semana con Bonnie.


—Sí.

—¿Por qué no ha venido contigo?

—Quería quedarse para asistir a la fiesta de compromiso de su prima.

—¡Ah! —exclamó con un hilo de voz—. Espero que no... haya problemas.

—Yo no lo llamaría así. Pero las cosas no van bien entre nosotros.

Sus palabras fueron recibidas por un largo silencio. Hasta que Elena comentó:

—Pero si hacéis una pareja perfecta...

—No sé yo si eso es una buena base para una relación.

—¿Crees que es mejor parecer muy distinto? —Bueno, eso da para más temas de conversación. Elena rio entre dientes.

—En fin, espero que lo solucionéis —le deseó mientras se volvía hacia el coche para abrir la puerta.  Una  vez  que  arrojó el bolso al interior, se  dio media  vuelta  para  mirarlo.  La  luz  del salpicadero la iluminaba desde atrás.

—Gracias por cuidar a Emma —susurró Damon—. Significa mucho para mí. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, que sepas que puedes contar conmigo. Para cualquier cosa.

—Eres un encanto —replicó ella con expresión tierna.

—No soy un encanto.

—Sí que lo eres. —Y, de forma impulsiva, se acercó a él y lo abrazó, al igual que había hecho con Stefan.

Damon la rodeó con los brazos. Por fin sabía lo que era tenerla entre sus brazos, pegada a él. Sus pechos, sus caderas, sus piernas e incluso su cabeza, ya que se había puesto de puntillas para apoyarla en uno de sus hombros. Se abrazaron en silencio un rato, y después hicieron ademán de separarse a la vez.

Sin embargo, se produjo un instante de tensión que no duró más de un segundo. Y luego volvieron a abrazarse, un gesto que les pareció tan natural e inevitable como la fuerza de las mareas. Se abrazaron de nuevo, y en esa ocasión fue un momento apasionado, más sensual y excitante. Ansiaba sentirla por completo. Inclinó la cabeza para acercarse a su pelo y la estrechó con fuerza.

Elena tenía la cara parcialmente enterrada en su cuello y el roce de su aliento le quemaba la piel, despertando  deseos latentes, anhelos irresistibles, inoportunos por su ferocidad. Sin ser consciente de lo que hacía, buscó la fuente de esa atracción, la suavidad de sus labios. Y la besó, sólo una vez.


La notó temblar mientras se pegaba más a él, como si buscara protegerse del frío. Se apartó de sus labios y la besó detrás de la oreja, inhalando su perfume, disfrutando de la suavidad de su piel. El deseo hizo que sus movimientos fueran torpes al principio, pero de todas formas descendió por su cuello con los labios hasta llegar al borde de la sudadera antes de volver a subir. Notó cómo se le erizaba la piel a medida que sus labios la recorrían. La escuchó jadear. Al ver que no se resistía, se apoderó de nuevo de su boca para besarla con toda la pasión que requería el momento. Exploró sus labios, degustó su sabor y dejó que las sensaciones se convirtieran en algo básico y descontrolado.

Elena respondió de forma tímida al principio, sin mover apenas los labios. Sin embargo, su cuerpo seguía amoldado al suyo, rendido y relajado. En un momento dado, notó que perdía el equilibrio, de modo que le colocó una mano en las caderas para acercarla aún más a él. Y siguió besándola con frenesí hasta que escuchó los gemidos que brotaban del fondo de su garganta, hasta que notó sus dedos acariciarle el pelo con delicadeza.
Sin embargo, al cabo de un momento se apartó de él con un empujón. La palabra «no» flotó entre ellos de forma tan etérea que no estuvo seguro de que Elena la hubiera pronunciado.

La soltó sin oponer resistencia, aunque su cuerpo acusó el enorme esfuerzo que le supuso dejarla marchar.

Elena trastabilló hacia atrás y se apoyó en su coche con una expresión tan horrorizada en la cara que se habría echado a reír de no haber estado tan excitado. Respiró hondo unas cuantas veces para recobrar el aliento mientras obligaba a su cuerpo a que se relajara. Y mientras se obligaba a mantenerse alejado de ella.

Elena fue la primera en hablar.

—No debería haber... No quería... —Le falló la voz, y acabó meneando la cabeza con desesperación—. ¡Ay, Dios!

Damon intentó que su voz sonara normal.

—¿Volverás mañana por la mañana?

—No lo sé. Sí. Es posible.

—Elena...

—No. Ahora no. No puedo... —La tensión de su voz era palpable, como si estuviera al borde de las lágrimas. Entró en el coche y lo puso en marcha.

Mientras la observaba desde el camino de gravilla, ella condujo hasta la carretera principal y se marchó sin mirar atrás.

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