Capítulo 5
A Damon le gustaron los muebles de la mansión de los Gilbert.
Miranda, la madre de Elena, tenía muy buen gusto.
Estaban en el comedor, terminando el postre. La
madre de Elena y su hermana, Caroline, podrían haber sido hermanas, por su
estructura menuda, el pelo rubio y los ojos grises. En cambio el parecido de Elena
con su madre era menor. Un hecho inquietante a los ojos de Damon.
A pesar de ello, Miranda Gilbert parecía realmente
contenta de que su hija fuera feliz. Y Elena lo era. Irradiaba felicidad.
Damon observó a Elena comer el postre, y cerró los
ojos cuando ella lamió la cuchara. Le quedó una gota de azúcar quemada en la
comisura de los labios, y él se la limpió con la punta de los dedos. Fue un
gesto instintivo, que se transformó en algo más intenso al ver en sus ojos el
brillo del deseo que fluía entre ellos.
Una risa rompió aquel lazo sensual.
-Será mejor que la boda sea pronto... -dijo Bonnie
mirándolos.
Damon estuvo de acuerdo.
-Creo que el tiempo que hay que esperar en el estado
de Washington es una semana.
-En realidad son tres días -dijo sensualmente Elena-.
Pero, ¿qué más da? Por lo menos llevará seis semanas preparar una boda por la
iglesia.
Damon miró a su prometida.
-¿Quieres una boda formal, de verdad?
Ella era demasiado tímida para ser el centro de
atención de un evento.
-¿Por qué no?
-¿Te has olvidado de la reunión de la Sociedad de
Telescopios Antiguos a la que fuimos juntos?
-¿Y eso qué tiene que ver con la boda?
-No quisiste ir a ver el telescopio porque tenías
que pasar por delante de los demás. Y parecías incómoda cuando diste esa charla
para recaudar fondos para el hospital de niños. Vas a estar muy nerviosa si
tienes que enfrentarte a cientos de invitados a la boda.
-¿Quieres una ceremonia civil? -preguntó Elena;
parecía algo decepcionada.
—Podemos organizar una pequeña ceremonia con un
sacerdote, si lo prefieres -dijo Damon.
Elena no sonrió en señal de gratitud, como él
esperaba. De hecho, su sonrisa abandonó su rostro.
—¿No te importa casarte por la iglesia? —preguntó Bonnie
a Damon.
Damon desvió la mirada de Elena, turbado por su
repentina falta de entusiasmo.
-La tribu de mi abuelo es una de las muchas beduinas
convertida al cristianismo hace siglos.
-Yo pensé que todos los beduinos se habían convertido
al islam -comentó Caroline.
-No todos -contestó Damon.
No tenía ganas de entrar en una conversación acerca
de la historia de la religión de los beduinos. Lo que deseaba era que Elena
volviera a sonreír.
-¿Te parece bien una pequeña ceremonia? -le preguntó
a Elena.
¿Qué podía contestar? Había soñado con su boda desde
que era pequeña, y sinceramente no se había imaginado algo sencillo.
Pero Damon tenía razón. Era normal que pensara que
ella no quisiera una boda en toda regla, teniendo en cuenta lo tímida que era.
Pero el hecho de saber que Damon quería casarse con
ella le había dado confianza en sí misma. Era un hombre muy especial. Sexy.
Atractivo. Era un jeque, ¡por Dios! Y él la quería a ella. El saberlo le había
dado el deseo de satisfacer el secreto sueño de su corazón.
Antes de que pudiera responder, Damon la tocó con un
gesto íntimo.
—Quiero que seas mi esposa.
El mensaje estaba claro. Quería hacer el amor con
ella y le había dicho que tendrían que esperar a que se casaran.
Y ella también lo deseaba más que a la boda del
cuento de hadas de sus sueños.
-De acuerdo -dijo Elena con una sonrisa.
-¡Elena! -la voz de Caroline parecía sorprendida, y
algo decepcionada.
Caroline hubiera hecho cualquier cosa por celebrar
una boda por todo lo alto. Había preparado la suya con todo detalle. Incluso le
había pedido a su hermana que fuera dama de honor. Pero Elena le había
insistido en ser simplemente una invitada. No había querido destacar tanto. Ni
salir en las fotos de la boda. Y su madre había dado instrucciones precisas de
que así fuera.
Intentó olvidar malos recuerdos.
-Puedes ayudarme a organizarla -dijo Elena a su hermana
mayor con una sonrisa cariñosa.
-Cariño, tú querías un coche tirado por caballos
blancos, flores, música...
Elena la interrumpió antes de que su hermana
revelara todas sus fantasías.
-Eso era cuando tenía nueve años -comentó.
Había sido un año antes de crecer varios centímetros
durante un verano y de sobresalir por encima de todas sus compañeras de clase.
A partir de entonces, su autoestima había mermado, por una u otra razón.
-Pero...
-¿Quieres ir de compras conmigo mañana? Necesito un
vestido de novia.
-Por supuesto, pero, ¿no tienes que trabajar en la
biblioteca?
-Me tomaré un día por asuntos propios.
Era la primera vez que lo haría.
-¿Y la luna de miel? -preguntó Bonnie.
Elena agitó la cabeza decididamente.
-No es posible.
-¿Por qué no? -preguntó Damon.
Él había pensado llevarla inmediatamente a Jawhar
para que la conociera su familia.
-No puedo dejar la biblioteca así de repente. No tenemos
a nadie que me reemplace.
-¡Eso es ridículo! Contrataré a alguien por ese
tiempo si eso te preocupa -comentó Jeremy.
Elena agitó la cabeza.
-La bibliotecaria no puede ser alguien de empleo
temporal, papá.
-Siempre tienes la posibilidad de dejar tu trabajo
-sonrió Miranda-. Damon necesitará tu atención cuando estés casada. Tendrás una
vida social más amplia.
Damon estuvo de acuerdo con Miranda. Pero la mirada
de Elena no parecía valorar mucho la opinión de su madre.
-No voy a dejar mi trabajo -dijo Elena-. Me gusta.
-¿Y si te dijera que eso es lo que quiero? —preguntó
Damon, tanteando lo que tenía en común su prometida con su antigua novia.
-¿Es eso lo que quieres? -preguntó Elena sin revelar
su opinión.
-Me gustaría saber que estás disponible para viajar
conmigo cuando sea necesario.
-Si lo aviso con tiempo, podría viajar contigo
ahora.
-Entonces tendremos que planear un viaje a Jawhar
después de que los avises. Quiero que conozcas a mi familia.
-¿No van a venir para la boda? -preguntó Caroline,
aceptando una copa de vino de su marido-. Supongo que no querrán perdérsela.
-Tengo sólo a mi hermana. Ella y su esposo estarán
encantados de conocer a Elena en el desierto de Kadar.
-¿No tienes más familia? -preguntó Caroline.
—Algunos parientes. El padre de mi madre. Es el jeque
de la tribu beduina -hizo una pausa-. También está el hermano de mi padre, el
rey de Jawhar, y su familia.
-¿Tu tío es rey? -preguntó Caroline, asombrada.
-Sí -tomó la mano de Elena y le dio un beso en la
palma-. Mi abuelo estará encantado. Me ha estado insistiendo en que me casara
desde que terminé la universidad.
Claro que había tenido esperanzas de que su matrimonio
lo hiciera volver al desierto, y eso no sucedería.
-¿Por qué no puede venir tu familia? -insistió Caroline.
-Hay una facción de disidentes en Jawhar que se
oponen al liderazgo de mi tío. Él teme poner en riesgo su reinado si se va del
país ahora.
-Creí que tu familia había gobernado el país desde
hace generaciones -dijo Elena, confundida-. Es raro que haya opositores después
de tantos años. Tu tío es apreciado por la gente de Jawhar.
Ella había estado leyendo sobre su país.
-Es verdad. Pero aparecen disidentes de vez en
cuando. Hace veinte años hubo un golpe. No tuvo éxito. Pero murieron varias
personas.
Como sus padres, pensó.
—¿Y eso qué tiene que ver con lo que sucede hoy?
-Lo que quedó de esa facción ha estado reuniendo
fuerzas fuera de Jawhar durante los últimos cinco años. Mi tío teme que quieran
volver a querer derrocar a mi familia del poder. No puede arriesgarse a abandonar
el país, ni mis primos tampoco.
-¿Y tu hermana?
-Está casada con un hombre que algún día sucederá en
el trono a mi abuelo como jeque de la tribu. Te conocerá cuando vayamos allí a
celebrar nuestra boda beduina.
-¿Nos vamos a casar una segunda vez en Jawhar?
-Sí.
Sería necesario para satisfacer sus obligaciones de
respeto a su abuelo.
Elena se mantuvo callada durante el trayecto a su
apartamento.
Al día siguiente Damon y ella irían a buscar la
licencia de matrimonio.
La mente de Elena divagó nuevamente con sus
fantasías.
Estaba frente al altar, con un vestido de novia, Damon
la miraba con ojos de amor. Eso era un sueño, definitivamente.
Suspiró.
-¿En qué estás pensando, Elena?
-En flores, muchas muchas flores.
-Cuéntame lo del coche tirado por caballos.
-Era algo de lo que hablábamos cuando éramos pequeñas.
-Y algo en lo que estás pensando ahora.
-Caroline y yo solíamos hablar de la boda de
nuestros sueños. Creo que muchas niñas imaginan esas cosas: un bonito vestido,
en un coche con un príncipe. Sólo eran tontas fantasías. Nada que ver con
nuestra boda.
-¿Y no soy yo el príncipe de tus sueños?
Ella sonrió.
-Bueno. Eres el príncipe de Jawhar y eres encantador,
así que supongo que sí.
-O sea que es la boda de tu fantasía lo que crees imposible.
-Es algo que no puede prepararse en una semana.
-¿Lleva un mínimo de seis semanas? -preguntó Damon,
recordando su comentario durante la cena.
-No lo sé.
La boda de Caroline se había preparado con varios
meses.
-Con dinero suficiente y todo lo necesario, ¿crees
que no puede arreglarse en menos de seis semanas?
-¿Qué menos?
-¿No puedes arreglarla en un mes?
-¿Quieres decir que estás dispuesto a esperar?
-Me complace hacer realidad tus sueños -dijo arrogantemente.
—¿Tres semanas? —preguntó ella, como si estuviera
negociando.
-¿Vas a tomarte unos días para visitar Jawhar? -Con
tres semanas de anticipación, puedo tomarme vacaciones, sí.
-Pues, trato hecho.
La cena de compromiso fue como una fiesta.
Elena bailó con su padre.
-Tiene buena cabeza para los negocios -comentó su
padre, entre los comentarios de los buenos atributos de Damon.
Ella asintió.
-Es considerado. Mira cómo ha cambiado la idea de la
boda para complacerte.
Finalmente ella se rió.
—Papá, no tienes que vendérmelo. No es uno de los
pretendientes que me has querido presentar. Él me ha elegido a mí y yo a él. Quiero
casarme con él.
Sentía satisfacción al saber que su padre no había
tenido nada que ver en todo aquello. Damon no quería nada de su padre. No
quería nada de Excavaciones Gilbert. Su deseo por ella sólo sería físico. La
deseaba. Deseaba a Elena Mane Gilbert, y nada más.
Damon esperó a su futura esposa en el altar. El órgano
sonó por toda la iglesia. La hermana de Elena apareció en escena. Llevaba un
vestido exquisito, que destacaba su pelo rubio.
Damon sintió que su pulso se aceleraba mientras esperaba
a su prometida. Ni se fijó en la niña que entró en la iglesia salpicando de
pétalos el pasillo.
Todos los asistentes tomaron sus puestos. La música
dejó de sonar unos segundos. Cuando volvió a sonar, fue con la marcha nupcial.
Y entonces la vio entrar por la puerta de doble
hoja. Damon se quedó sin aliento. Elena llevaba un vestido deslumbrante que
combinaba lo mejor de oriente y de occidente con un efecto absolutamente
natural.
El vestido blanco tradicional se ajustaba a su
cuerpo, acentuando sus formas femeninas. La tela crujía levemente cuando se
movía hacia el altar. El bajo, las mangas estilo medieval y el escote estaban
bordados con oro, formando figuras geométricas. El velo transparente tenía
bordados a juego en sus bordes también.
Elena sonreía debajo. Le temblaba la mano que
llevaba el ramo, y Damon notó que estaba fría cuando se la agarró.
Ese gesto pareció confortarla, pero toda una vida de
timidez no se olvida fácilmente.
Hicieron sus promesas de matrimonio y él le puso la
alianza acompañada del anillo beduino con un rubí que le había regalado
anteriormente. Había sido de su madre.
El sacerdote dio permiso para que los novios se besaran.
Y todo el resto de la escena pareció desaparecer.
Sólo parecían estar ellos dos.
A Damon le gustó aquella ceremonia occidental, y la
estrechó en sus brazos para besarla delante de todos los invitados.
Había cumplido con su deber y había encontrado una
mujer con la que podría satisfacer su pasión.
Estaba satisfecho.
-¿En qué estás pensando, Elena? Elena lo miró. -En
nada.
Había estado pensando en la noche que los esperaba.
Damon había estado en la cabina del piloto, así que
ella había tenido unos minutos para estar sola.
Estaba nerviosa, excitada, feliz.
-Dime, ¿quieres ver el aterrizaje, entonces? -le preguntó.
-Probablemente -contestó él.
-Los pilotos de tu tío debían disfrutar llevándote
con ellos.
-No se quejaban. A mí me gustaba estar con ellos
durante los aterrizajes y despegues.
-Entonces, ¿qué tiene de especial este viaje?
-¿Y me lo preguntas? Mi esposa está conmigo. Su
seguridad es importante para mí.
Ella sintió una gran emoción.
-Tu esposa es una mujer afortunada de tener tantos
cuidados.
-Espero que lo crea así.
-Así es -involuntariamente Elena le besó la palma de
la mano.
Damon se inclinó hacia ella, desabrochó el cinturón
de seguridad y le tomó la mano para ponerla de pie-. Ven, gatita. Tenemos una
cama que nos está esperando.
Ella asintió. No podía hablar de la emoción; No se
le había ocurrido ir antes a la habitación. Caroline le había regalado un
camisón de satén blanco, y habría podido recibirlo con él puesto. Pero estaba
hecha un manojo de nervios, así que no sabía si hubiera sido capaz de hacerlo.
Por un lado deseaba cumplir con todos los detalles
de una boda tradicional, y por otro, estaba muy nerviosa y actuaba con
torpeza.
Damon la acompañó al dormitorio. Estaba todo
cubierto de seda. Flores por todas partes, todas blancas y rojas. Había un cubo
con champán frío al lado de la cama.
-¿Te gusta?
-¡Oh, sí! Es hermoso -se giró para mirarlo.
-Me alegro de haberte complacido. Hoy me has dado
una gran satisfacción.
Ella sonrió.
-Te gusta el vestido.
Ella había sabido que le gustaría.
-Me encanta. Pero ahora mismo me gustaría verte sin
nada de ropa.
-¿Quieres que me quite la ropa?
Ella había imaginado que él se la quitaría.
-¿Quieres ponerte otra cosa?
Podría ponerse el regalo de Caroline...
Ella miró alrededor.
-Hay un cuarto de baño allí -le indicó Damon-. Pero
podrías cambiarte aquí...
Él la había visto prácticamente desnuda, pero con
los nervios que tenía no se daba cuenta.
-Yo voy a desvestirme aquí -agregó Damon.
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