Capítulo
18
Más
tarde, ese mismo día, frente a una jarra de la mejor cerveza de la posada, Damon
estaba sentado tras el escritorio en una pequeña cámara situada en el piso de
arriba, revisando notas tomadas a lo largo de la jornada. Había ayudado a su
búsqueda de información el hecho de que las noticias sobre la captura de
Barksdale se hubieran extendido con rapidez, pues muchos de los habitantes se
habían acercado a los calabozos a verlo, como si fuera una bestia de la Torre
de Londres.
Muchos
de los visitantes, informados por el alguacil de que Damon estaba recopilando
testimonios, habían ido después a verlo a la posada. Aunque comprendían que su
sinceridad podía traerles problemas, alarmados por el incendio y el posterior
ataque a la señora Gilbert, muchos de los miembros del grupo radical se habían
acercado a testificar.
Barksdale,
desde su explosión inicial en la escuela, se había mantenido callado, y no
había respondido a las provocaciones del pueblo. Dadas las pruebas que había
recopilado gracias a los testigos, Damon esperaba extraer una confesión del
hombre al que sus compañeros de Nottingham y Manchester habían descrito como el
planificador y fomentador de las revueltas locales.
Al
última hora de la tarde, sin embargo, eran tantos los testigos dispuestos a
hablar que Damon se dio cuenta de que tendría que quedarse a pasar la noche si
quería anotarlo todo, una decisión que se reforzó cuando recibió respuesta a la
misiva urgente que había enviado esa mañana. Para su tranquilidad, dada la baja
opinión que tenía de él, el terrateniente Abernathy, que ejercía las funciones
de magistrado local, estaba en Londres. Dada la gravedad de las acusaciones
contra Barksdale y el hecho de que algunas habían tenido lugar en otras zonas,
un magistrado del condado vecino había accedido a ir para realizar la vista al
día siguiente.
Su
última entrevista con un desempleado había terminado hacía media hora.
Convencido ya de que Barksdale no podría salir impune después de todas las
declaraciones, Damon por fin pudo pensar en el objeto que había estado
apareciendo en su mente durante todo el día; Elena.
Se
había sentido pletórico aquella mañana al marcharse. Estaba deseando terminar
con aquel asunto para poder regresar con ella.
Había
comenzado los interrogatorios con entusiasmo, deseando localizar a todos los
testigos de los incidentes de la hilandería y de la escuela, y luego hablar con
el viajante de Nottingham y con todos los hombres que Mary había señalado como
miembros del grupo radical. Su excitación no había hecho más que aumentar al
saber que la vista se celebraría al día siguiente. Tal vez al mediodía todo
aquel asunto estuviera acabado de una vez por todas.
Lo
deseaba con todas sus fuerzas. Sentía como si hubiese estado haciendo tiempo
toda su vida, esperando a encontrar a Elena y empezar de nuevo, embarcarse en
un futuro juntos lleno de riqueza y felicidad.
Al
imaginarse su cara, el corazón se le aceleró en el pecho con impaciencia. ¡Cómo
deseaba volver a verla!
Pero
tendría que esperar al día siguiente. Tras darse cuenta de que tendría que
pasar la noche en el pueblo, Damon había escrito una nota informando a la
servidumbre de la situación, y pidiéndoles que fueran al pueblo por la mañana
para la vista; y que llevaran también a Davie. Necesitaría que Elena
describiese cómo había sido retenida contra su voluntad a punta de pistola.
Aunque Davie no era lo suficientemente mayor para testificar, Damon quería que
estuviese disponible por si el magistrado deseaba preguntarle sobre los acontecimientos
que Tanner y los demás describirían.
Deseaba
ver a Elena, pero al mirar a su alrededor y ver la habitación vacía, también
sintió cierto alivio. Ahora que había probado la dulzura de sus labios, sería
difícil contenerse. No estaba seguro de si habría sido capaz de resistirse a la
tentación de pasar la noche en su cama si hubiera regresado a Blenhem.
Hablaba
en serio cuando decía que no quería exponerla a los chismorreos y a la posible
censura. A pesar de su conversación aquella mañana, pensaba ser fiel a su
promesa y abstenerse de hacer el amor con ella hasta que no fuera legalmente su
esposa.
¡Ojalá
fuera pronto! Sobre todo después de la noche anterior, estaba deseando revelar
todo lo que se había visto obligado a ocultar.
Aun
así, no pudo evitar sentirse algo inquieto. Elena se enfadaría al principio al
saber que había estado ocultándole la verdad durante tanto tiempo. Pero sin
duda, tras explicarle los hechos, comprendería por qué la mentira había sido
necesaria.
Al
menos eso esperaba. Si seguía enfadada, simplemente tendría que encontrar la
manera de hacerle cambiar de opinión. Ni siquiera contemplaría la posibilidad
de lo que haría si ocurriera lo impensable y ella lo rechazase. Después de
satisfacer todas sus fantasías la noche anterior, no podía imaginar una vida
sin ella.
Una
vez que Barksdale hubiera sido puesto ante la justicia, Damon daría el primer
paso para conseguir esa vida.
A
pesar de no haber dormido apenas la noche anterior y de la anticipación por
solucionar el caso de Barksdale por la mañana, Damon durmió mal. Finalmente,
tras dar vueltas en la cama durante casi toda la noche, los primeros rayos de
luz anunciaron la llegada del que probablemente sería el día más importante de
su vida.
Dado
que la sala común de la posada era el espacio público más grande de Hazelwick,
la vista se celebraría allí. Al bajar a desayunar, descubrió que ya había
bastante gente. Tras esquivar cordialmente todas las preguntas y
especulaciones, invitó a los presentes a quedarse a la vista, donde podrían escuchar
a los testigos y ver las pruebas en persona.
Cuando
regresó por fin después de haber subido a su habitación a por las notas, el
juzgado improvisado estaba lleno de gente. Entre la multitud vio a Mary,
sentada junto a Jesse, y la saludó con la cabeza. Ya le había asegurado el día
anterior que no pensaba llamarla a declarar a no ser que fuera necesario.
A
medida que se acercaba la hora en la que llegaría el magistrado, Damon vio a
Davie entrar acompañando a Elena. Sólo tuvo tiempo de dirigirle una sonrisa de
bienvenida antes de que el alguacil hiciera pasar a Barksdale.
El
prisionero no parecía ni acobardado por el recibimiento hostil ni tan impasible
como el día anterior. De hecho, para sorpresa de Damon, levantó las manos
encadenadas y pidió silencio.
—Oídme,
buena gente —dijo.
—¡Queremos
oír cómo se te parte el cuello con la soga! —gritó alguien.
—Si
ése es mi destino, que así sea —añadió Barksdale—, pero dejadme hablar ahora.
Como sabéis, viví entre vosotros durante varios años, y admito que no siempre
os he tratado como iguales. Si os he hecho daño, lo siento. Pero me conocéis
bien. Sabéis lo resuelto que soy. Sabéis que, cuando doy mi palabra, la cumplo.
Toda
la audiencia estaba en silencio, con la atención puesta en aquel hombre.
Barksdale había nacido para hablar en público, pensó Damon, maravillado por su
fuerza y su facilidad de palabra.
¡Qué
pena que un hombre de su tenacidad no hubiera dedicado su talento a una causa
más noble!
—Este
asunto ha sido desagradable —continuó el preso—, pero también un malentendido.
Nadie ha salido seriamente herido. Estoy dispuesto a abandonar mis esfuerzos
por efectuar un cambio para mejor en este lugar. Me marcharé y os dejaré con la
limitada ayuda que el señor Salvatore pueda ofreceros.
—¿Marcharte?
¡Cuando los cerdos vuelen! —gritó alguien.
—¡No,
te quedarás aquí ante el juez! —añadió otro.
Barksdale
no pareció asustado ni ofendido. En vez de eso, se limitó a negar con la cabeza
con expresión compasiva.
—No
sería sabio ponerme frente a un juez, buena gente de Hazelwick y Blenhem. Entre
vosotros veo a varios que saben por qué. Si me hacen hablar bajo juramento, me
veré obligado a dar nombres y a acusar a vuestros vecinos… maridos… hermanos.
¿Estáis dispuestos a arriesgar sus vidas ante un sistema que quiere condenar y
colgar en vez de arreglar las injusticias del pueblo llano?
Damon
casi pudo sentir la aprensión en la sala. Probablemente todos los presentes
estuvieran recordando los altercados del verano anterior en Loughborough, tras
los cuales seis hombres fueron colgados y tres deportados.
Así
que ésa era la estratagema de Barksdale. Chantajear a los habitantes con la
amenaza de acusarlos de formar parte de sus planes y que así no tuvieran más
remedio que dejarlo marchar.
—Buena
gente de Hazelwick y Blenhem —dijo Damon—, no debéis temer a la ley, como este
villano quiere haceros ver. Testimonio tras testimonio de cada uno de vosotros,
he ido acumulando pruebas contra este hombre. Pruebas que lo acusan de los más
horribles crímenes. No debéis dejar que os intimide. ¿No queréis que se haga
justicia por todo lo que os ha hecho sufrir? —miró entonces a Barksdale—. Por
mucho que los amenaces, estas personas no son cobardes. La vista seguirá
adelante y, cuando se presenten todas las pruebas, serás tú el colgado o deportado.
Cuando
los gritos y murmullos comenzaron a volverse en su contra, Barksdale abandonó
su expresión calmada.
—Ten
cuidado con lo que deseas, Salvatore —dijo el preso en voz baja, para que sólo Damon
pudiera oírlo—. Si me obligas, daré nombres que preferirías no oír, nombres
contra los que existen pruebas muy sólidas. Nombres importantes para vuestra
querida maestra. Sí, te he visto olisqueándole las faldas. Parece un manjar muy
sabroso, ¿verdad?
Aun
sabiendo que el objetivo de Barksdale era provocarlo, Damon tuvo que hacer
acopio de todo su dominio de sí para evitar darle un puñetazo delante de toda
la audiencia.
—Tu
moral es tan despreciable como tu política —le dijo con odio.
—Viendo
cómo te mira ahora, como una perra en celo, es un poco hipócrita por tu parte
hablar de moral —respondió Barksdale—. Claro que esa palabra siempre ha
significado cosas distintas para la gente como yo y los caballeros como vos,
¿no es cierto?
Damon
se dio cuenta entonces de las implicaciones del último comentario de Barksdale.
Aquella
certeza debió de notársele en la cara, pues Barksdale resopló con aire de
satisfacción antes de continuar.
—¿De
modo que ella no lo sabe? Vaya, entonces supongo que podría decirle a tu
maestra unas cuantas cosas sobre ti que le sorprendería escuchar. Me pregunto
cómo se tomaría la noticia. Una mujer con unos principios tan firmes como ella,
con tantos prejuicios hacia la clase gobernante. Si aprecias a tu muchachita,
será mejor que convenzas a esta chusma para que me deje marchar.
Damon
no podía imaginar cómo Barksdale lo habría descubierto, pero era evidente que
aquel hombre conocía su identidad y amenazaba con decirla en público, con el
consiguiente daño para su amada Elena.
Ya
había aceptado que, tras haber mantenido su identidad en secreto durante tanto
tiempo, Elena se sentiría traicionada, aunque le diera la noticia en privado.
¿Pero
cuál sería el efecto si descubriera la verdad en un foro público, donde Damon
no tenía oportunidad de darle explicaciones? En cualquier caso, su deber no le
dejaba otra opción. Con el corazón atravesado por el dolor, preguntándose si
sus próximas palabras significarían el fin de su futuro con Elena, respondió:
—Sólo
te dejaré marchar al otro mundo, y nada más.
—Supongo
que debería darte crédito por intentar ser un buen hombre, Damon Salvatore
—dijo Barksdale—. Pero eres débil; no estás dispuesto a luchar por lo que
deseas. Debilidad que yo por suerte no comparto —se volvió entonces hacia la
multitud—. ¿Tengo vuestro permiso para marchar, ciudadanos?
—Jamás
—gritó alguien.
—¡Sí,
directo al juez! —agregaron otros.
—Que
así sea entonces. He intentado razonar con vuestro portavoz, este hombre que os
insta a poner en peligro a vuestros seres queridos, pero de nada ha servido.
Así que dejad que os diga lo que me veré obligado a decirle al juez. Tendré que
decirle que Nick Forbes; sí Johnston, tu primo, y Tim Harris, el sobrino de la
anciana Cuthbert, así como Mark Matthews, emparentado con los Redman, aquí
presentes, eran los oficiales de la sociedad que se reunía, como bien sabes,
Kirkbride, cada noche en tu bar. Jesse Russell, ahí de pie, cuando no estaba
suspirando por su prostituta local, les llevaba noticias, así como planes para
atacar hilanderías desde aquí a Manchester…
—Nunca
hemos atacado nada —dijo una voz—. ¡Sólo hablábamos!
—¡Sí,
tiene razón! —dijo otro.
—Atacasteis
el carruaje de este hombre —respondió Barksdale—. Tú, Joe Bixby, ¿cómo le
explicaste a tu esposa el disparo del hombro, salido directamente de la pistola
del señor Salvatore?
Todo
el mundo empezó a hablar a la vez, mientras unos se gritaban y otros se
acusaban. Una vez más, Barksdale pidió silencio.
—Atacar
un carruaje es un delito muy serio. Sobre todo porque un hombre salió herido; y
sobre todo ese carruaje en particular. Como sabéis, era el vehículo de una
persona muy importante. Lord Englemere. Pero dentro viajaba otro individuo que
es más importante de lo que ninguno de vosotros podáis imaginar —miró entonces
a Damon con una sonrisa maliciosa—. ¿Les digo cuan importante es, señor Salvatore?
Era
su última oportunidad para evitar que Barksdale hablase. Aunque su mente y su
corazón se enfurecían ante tal infamia, Damon contestó:
—Di
lo que quieras. La gente de aquí sabe distinguir la verdad de la mentira.
—¡Oh,
pero es verdad lo que voy a decir! ¿Amigos míos, cuál creéis que es el castigo
por atacar a un aristócrata? Oh, sí, no es un simple gerente el que está ante
vosotros, sino un caballero con título… sir Damon Salvatore. Propietario de la
mansión Wellspring y de numerosas propiedades en Kent, así como de una pequeña
finca justo aquí, en Derbyshire. Pues en realidad, sois propietario, y no
gerente, de Blenhem Hill, ¿verdad, sir Damon?
—Sí,
lo soy —contestó Damon tras un silencio sepulcral.
—Ahí
lo tenéis —anunció Barksdale triunfal—. Él mismo lo ha dicho. ¿Por qué creéis
que vivía entre vosotros con una identidad falsa? Para ganarse vuestra simpatía
realizando pequeños actos de generosidad y poder así obtener de vuestra boca
las confesiones que os llevarían a la horca. ¡Por eso! Vino aquí no para ayudar,
sino para recopilar pruebas. Un espía dispuesto a traeros la ruina, como el
coronel Ralph Fletcher en Westhoughton. ¿A cuántos niños enviaréis a la horca
aquí, sir Damon, si el pueblo lo permite?
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