Capítulo
5
EN forma gradual, Elena descubrió que
se integraba a la vida del pueblo.
Después de vivir en Londres tanto
tiempo, todavía le extrañaba el ser saludada con amabilidad por personas a
quienes apenas conocía, pero ya empezaba a reconocer sus rostros y dejó de
sentir, poco a poco, el dolor y la angustia por la muerte de Caroline. Siempre
le dolería que hubiese muerto tan joven, pero su dolor ya se hacía más
tolerable.
La mañana en la que Stefan Hohbs la
informó de que ya podía mudarse, apenas podía contener su excitación. Mucho
después de que los obreros se marcharon, recorrió las habitaciones vacías,
aspirando el olor mezcla de madera recién cepillada y los enlucidos frescos,
sin importarle lo que el polvo hacía a su ropa, o lo vacío de las habitaciones.
Ese era su reino. De ella y de nadie
más. Quiso conservar ese conocimiento para ella sola, abrazándose. Le daba una
sensación de calor y seguridad que tuvo la inteligencia suficiente para
reconocer que surgía del terrible temor y la desolación que sintió a la muerte
de Caroline.
Puesto que ya no podía confiar en los
seres humanos para que fueran parte permanente de su vida, usaba la casa como
un sustituto. La muerte no podría quitarle la casa. Sería suya mientras ella así
lo quisiera.
De pronto sintió un ligero movimiento
en su interior, tan breve y delicado que contuvo el aliento, temiendo que lo
imaginaba. El que sintiera los movimientos de su hijo le pareció una buena
señal para el futuro. Considerándose una tonta, trató de reprimir las lágrimas.
Tenía mucho trabajo por delante; se
recordó. Debía estar haciendo algo de provecho y no estar soñando despierta. Ya
había decidido permanecer en la posada mientras los decoradores trabajaban en
el local y cuando los llamó para notificarles que podían empezar; la
felicitaron por su decisión.
—Podemos hacer nuestro trabajo mucho más aprisa teniendo la casa
vacía—le informó el decorador— Mi equipo estará allí mañana temprano y
esperamos no demoraremos mucho. Ya tengo todos los detalles de lo que usted
quiere.
Abajo en el área de tienda, el aroma
a madera nueva era penetrante. Su sentido del olfato parecía haberse hecho más
agudo y el olor le agradaba.
Los jóvenes hicieron una excelente
labor de limpieza en el jardín. Todavía no decidía que haría con él. Tendría
que ordenar la elección de una cerca en la orilla del río, para proteger al
niño.
Salió y siguió la senda serpenteante
y empedrada descubierta por los muchachos. Había un viejo manzano en el centro
del jardín y pensó en colocar un banco bajo su sombra.
La hortaliza estaba separada del
resto del área por rosales trepadores que tendrían que reemplazarse, no quería
rosas y sus espinas, sino una enredadera predominante de flores. Su padre las
cultivaba en su casa suburbana y ella las adoraba.
Parte de los vidrios del invernadero
ya habían sido reemplazados y hacia allá se dirigió, hasta que, de pronto, fue
quitada del lugar de peligro con violencia. Escuchó cómo el vidrio se hacía
añicos contra el suelo, pero el ruido fue ahogado por los brazos que la
protegían
— ¿Estás bien? —el fuerte sonido de la voz reverberó en su
cuerpo.
¿De dónde salió Damon? No lo oyó
llegar. Sacudida por el susto, sintió que se desvanecía. Tratando de
controlarse, se oyó lanzar un gemido y sintió que la presión de los brazos de Damon
aumentaba.
—Elena, todo está bien... Estás a salvo —su voz era gruesa por
la preocupación; su cuerpo la sostenía y le brindaba protección. Elena advirtió
el peligroso impulso de quedarse allí, cerrar los ojos y disfrutar el calor y
la sensación de seguridad de estar en sus brazos, pero luchó para sobreponerse
a su debilidad.
Mientras luchaba para soltarse del
abrazo, pensó que él no se lo permitiría, pero no fue así. Al alejarse de Damon
vio su pálido rostro y comprendió el peligro en el que estuvo.
No pudo reprimir el impulso de mirar
sobre su hombro a los vidrios destrozados en el suelo.
—Esos muchachos idiotas deberían recibir unos latigazos por dejar
el invernadero en ese estado tan peligroso.
—Llegaste en el momento preciso.
—Vi el reflejo del sol en el vidrio cuando empezó a deslizarse —comentó
molesto—. Nunca corrí más en mi vida. ¿Estás segura de que estás bien?
—extendió la mano para quitar unas hojas secas de la parra de la cabeza de Elena
y al hacerlo observó la señal inequívoca de su vientre. Contuvo el aliento y
todo pareció girar a su alrededor— ¡Estás embarazada!
El momento que ella tanto temía había
llegado. Quería salir corriendo para alejarse de él, para ocultarse del mensaje
devastador que leía en sus ojos cuando su mirada fue de su vientre a su rostro.
— ¡Mi hijo... llevas a mi hijo en tu seno!
La voz de Damon estaba gruesa de
asombro... y algo más… Y ella se llenó de pánico. Esperaba que la interrogara,
pero nunca anticipó ese grado de seguridad, esa certeza de que el niño fuese
suyo. Tenía la boca seca por el temor y la aprensión. La alarma corrió por su
espina dorsal, haciendo que su piel se erizase. Hasta en las yemas de los dedos
la sentía así.
—No... No, Damon. No es tuyo —dijo con los labios secos.
Él fijó la vista en ella, pero no
parecía verla. Estaba asombrado, atónito y, al mismo tiempo, complacido, y Elena
supo que no había captado su negativa.
El saber que, a pesar de su asombro,
estaba complacido la atemorizaba.
—No es tuyo, Damon —repitió con voz más firme. Ahora sí la
escuchó y en su rostro apareció un gesto de disgusto.
— ¿Qué quieres decir?
—Exactamente lo que escuchaste. El niño es de mi esposo. —se
llevó la mano al vientre—. Es de Kol —en el momento en que lo dijo sintió como
si fuese verdad; que, de alguna forma, tendría al niño por su amiga, la amiga
cuya identidad había alterado intencionalmente Pero no tenía otra alternativa, pensó
para justificarse. No podía permitir que Damon creyese que la criatura era
suya... No podía.
— ¡Mientes! —a pesar de lo terminante de su voz, Elena detectó
cierta inseguridad en sus ojos. Ya había salido de su asombro y casi podía ver
el flujo de sus pensamientos en su cerebro. Tendría que ser muy cuidadosa.
—No, Damon, no miento. Reconozco que cuando me acosté contigo no
sabía que estaba embarazada. El niño debió ser concebido... poco antes… poco
antes de la muerte de Caroline —de alguna forma logró tragarse lo amargo de su
boca.
—El último intento de un hombre de dejar su nombre a la
posteridad —Damon frunció el ceño, con el rostro pálido bajo los rayos del sol—
Entonces fuiste a mi cama casi al salir de la de él y, sin embargo, habría
jurado que al hacerte el amor, hacía mucho tiempo que no habías estado con un
hombre. Pudo haberte dado un hijo, Elena, pero no te satisfacía —le indicó con
crueldad.
Elena tenía que detenerlo. Debía
hacerlo antes de que la obligase a decirle la verdad.
—Estás equivocado, Damon —le señaló con voz profunda— Me
satisfacía de la forma más intensa que un hombre puede satisfacer a una mujer.
Me dio un hijo —no supo de dónde sacó las palabras o cómo se enteró de que lastimarían
al hombre que las escuchaba; sólo supo que así sería.
Se sintió enferma al verlo darse
vuelta. Un músculo temblaba en su mente y sintió el alocado impulso de alargar
la mano y acariciarlo, confortarlo en su dolor.
En realidad le importaba, se percato
con humildad, pero tenía que aprender, al igual que ella, que es peligroso
preocuparse por alguien. Al final, él se lo agradecería.
Y su hijo, ¿se lo agradecería? Le dolía
pensar en ello, ¡lo que hacía estaba equivocado! Estaba negando a su hijo el
derecho de conocer a su padre.
—Elena…
—Creo que volveré a la casa, Damon me siento muy cansada.
—Tan fría y distante—La desafió él, tratando de dominar su frustración—
Pero no fuiste tan fría en mis brazos, ¿verdad, mi casta Elena?
Elena sabía que trataba de provocarla
y por qué lo hacía, pero eso no impidió que se ruborizara.
—Eso fue diferente. Sólo fue la emoción del momento.
—Y ahora ya no sientes nada por mí. ¿De eso se trata?—Le exigió
con amargura.
—Nada—se obligó a responderle, volviendo la cabeza como si su
negativa fuese cierta.
Sabía que estaba disgustado, pero
nunca imaginó que lo tomaría de esa forma, haciéndola girar en redondo en sus
brazos antes de acercarla hasta hacerla consciente de su masculinidad. Volvió a
sentir en su interior aquel movimiento de vida, como si su hijo quisiese hacer
contacto con su padre.
—Entonces no sientes nada por mí.
La fuerza de su boca lastimó sus
labios y sus manos se hundían en su piel al tenerla junto a él, mientras su
lengua era inclemente en sus labios; no sabía, si lo que sentía
por él era real o emocional, pero sus manos habían subido hasta el cuello de Damon
y sus senos palpitaban atormentados, como si su piel recordara y deseara la
sensación de tener su piel contra la suya.
No supo cuánto tiempo permanecieron
allí, en ese sensual abrazo; sólo advirtió que fue Damon quien se apartó
primero, con la respiración agitada en una mezcla de excitación y enojo.
—Eres una cobarde, Elena —le señaló con voz gruesa— No tienes
las agallas para reconocer que me deseas tanto como yo a ti; quizá no eres la
mujer que yo imaginaba —se alejó y se volvió cuando ya estaba a unos metros de
ella, para decirle tajante: Si quieres verme, sabes dónde encontrarme —y se
marchó, dejándola más desolada que nunca en su vida, incluyendo la muerte de Caroline.
La asombró que pudiese sentir esa
emoción por un hombre a quien apenas conocía. Un hombre que era el padre de su
hijo, se recordó con dolor. Quería llamarlo para que regresara, correr detrás
de él y suplicarle que la comprendiera. Pero, ¿comprender qué? ¿Temía perderlo
al comprometerse con él? ¿Que quería su respeto y amistad, pero que no podía
decirle la verdad respecto a su hijo? No, era mejor que se separaran por
completo. A la larga, así sería mejor.
Temblando, como respuesta a su
desolación y a su reacción, regresó a la casa. Toda su alegría había
desaparecido. Ya no anhelaba vivir allí sola. En lo único en lo que podía
pensar era en cómo le dolía el cuerpo después del beso salvaje de Damon... En
su hijo y en cómo se sentiría al no tener padre.
De todos los sitios del mundo, ¿por qué
la llevó allí el destino? ¿Por qué no fueron ella y Damon como dos barcos que
se cruzan en la noche?
Estaba en libertad de mudarse, pero
no quería hacerlo; ya había perdido el ímpetu que la hizo salir de Londres y
dejar atrás todo lo que conocía. Allí se sentía segura, por extraño que fuese,
quizá debido a su temor constante de que Damon se enterase de la verdad, pero
lo peor ya había pasado. Ya estaba enterado de su embarazo y había aceptado su
versión de lo acontecido.
Se miró el cuerpo; su embarazo ya era
evidente. El momento de hacer público su estado había llegado. Como una joven
viuda, debía aparentar estar feliz de tener un hijo de su esposo. Podría
atribuir su anterior silencio a su temor de perder el niño, como en verdad fue,
pero los primeros meses críticos ya habían pasado. Sí, quizá ya era el momento
de anunciar que pronto sería madre.
La oportunidad de hacerlo se presentó
antes de lo esperado. El trauma emocional de esa mañana la dejó agotada, así
que esa tarde fue al jardín del hotel y se relajó en una cómoda silla de bambú.
Bonnie la encontró allí cuando se
dirigía a la vicaría.
—Para algunos está bien —bromeó— ¿pero no se supone que tienes,
una casa y una tienda por decorar?
—La culpa no es enteramente mía —respondió, acariciándose el
vientre. Al instante comprendió que Bonnie captó el mensaje.
— ¿Para cuándo? —preguntó feliz, acercándose.
—Dentro de cinco meses. Me había guardado la noticia por que...
bueno... después de perder a Caroline.
—Entiendo; sin embargo, debes estar emocionada.
—Lo estoy —aceptó Elena con sinceridad— Si bien el niño me está
volviendo perezosa.
—Será peor y no mejor —la informó Bonnie sonriendo— pero
aprovecha la ocasión. Una vez que el niño llegue, no tendrás tiempo ni para
respirar. Incidentalmente, quiero disculparme a nombre de mi hijo. Damon le
llamó la atención esta mañana. Yo no sabía que hubiesen dejado un peligro en tu
invernadero.
—En primer término, yo no sabía que hubiese algún peligro. De
ser así, no les habría permitido que metiesen la mano allí. Me aterroriza
pensar en lo que pudo haber ocurrido.
—Bueno, tomas las cosas con mucha calma... a diferencia de Damon.
No recuerdo haberlo visto nunca tan disgustado. Por regla general, tiene muy
buen carácter. Pensaba invitarte a cenar una de estas noches, ¿te parece bien
el sábado?
Elena quería negarse, sabiendo que
había algo más que lo que la invitación de Bonnie parecía a simple vista. Tenía
la impresión de que la hermana de Damon reanudaba sus actividades de
casamentera; pero, ¿cómo podía negarse sin ofenderla?
—El vicario y su esposa estarán allí. Supongo que quieren que te
unas al Comité Juvenil; siempre están buscando voluntarios para sus proyectos.
Bonnie hacía imposible que se negara
sin parecer ser una pedante y Elena sospechaba que estaba muy consciente de
ello, a pesar de su expresión inocente.
—En ese caso... acepto —replicó tensa. No preguntaría si Damon
estaría presente. Temía saber la respuesta. Charlaron unos minutos más, antes
de que Bonnie se marchara. Tenía que asistir a una reunión en la vicaría para
planear la fiesta de verano.
—Damon nos permite celebrarla en los pastizales atrás de la casa.
Este año queremos tener un baile después, pero necesitaremos organizarlo muy
bien. Si tienes tiempo y quieres ayudarnos, serías una bendición para nosotros.
¿Te interesa?
Debía negarse, pero en verdad contaba
con capacidad para organizar, además, ese era uno de los motivos por los cuales
decidió mudarse a una población pequeña, porque quería participar en las
actividades comunitarias. Todavía pasaría un mínimo de seis semanas antes de
abrir la librería. Habría tiempo para ello.
—Si crees que pueda ayudarlos, me gustaría intentarlo.
— ¡Maravilloso! ¿Por qué no me acompañas ahora? Caitlin estará
feliz, la organización de estas fiestas casi siempre recae en ella y ya está
demasiado ocupada. No tienes idea de lo activa que es la vida de la esposa de
un vicario. En ocasiones no tiene ni un minuto para ella misma
Bonnie era una de esas personas con
facilidad para involucrar a otros en sus actividades. Habría sido una excelente
directora de escuela, se dijo Elena con una sonrisa, al dejarse conducir por su
amiga.
De hecho, la reunión resultó ser muy
interesante. Además de Caitlin Shane, la esposa del vicario, allí estaban media
docena de señoras, incluyendo a representantes de la Unión de Madres, del Club de
Mujeres y de la
Sociedad Floral , Elena pronto fue electa para hacerse cargo
de la organización del festival, con la responsabilidad de informar a Caitlin Shane
cuando fuese necesario.
—No tienes idea de la carga que me has quitado de encima —le indicó
Caitlin, cuando Bonnie y ella quedaron solas— Con la participación de tantos
grupos y todos tratando de superar a los demás, suele hacerse pesado y, como la
esposa del vicario, se supone que debo permanecer neutral. Créeme, la tarea de
Salomón era fácil comparada con ésta.
—No estoy segura de que eso me agrade —respondió Elena, riendo
con las dos mujeres.
—No te preocupes. Podrás ser con ellas más firme que yo. Ten
cuidado con Marie Philips, tratará de forzarte a permitir que el Club de
Mujeres instale puestos adicionales y eso siempre causa problemas con la Unión de Madres.
—Y no supongas que tendrás que realizar ningún esfuerzo
físico... ese aspecto siempre queda a cargo de los hombres—comentó Bonnie— Elena
está esperando un hijo —explicó a Caitlin.
— ¿De veras? ¡Qué emocionante! Extraño a los dos nuestros, ahora
que ya están grandes y viven lejos de casa, si bien es terrible que tu esposo
no esté aquí para compartir ese placer contigo.
Como siempre, Elena se sintió
incómoda cuando se habló de su marido imaginario. Se sentía culpable al recibir
tantas muestras de cariño cuando en realidad no las merecía; pero, para su
fortuna, Caitlin atribuyó su reticencia a tocar el tema al hecho de que ella no
quería hablar de su desaparecido esposo, y cambió el tema de conversación.
¿Sería siempre así?, se preguntó Elena
más tarde, cuando se preparaba para dormir. ¿Sentiría siempre la sensación de
culpa por estar engañando a todas las personas y a su propio hijo? Pero, ¿qué
otra alternativa tenía? Si le decía a Damon la verdad, quizá trataría de
quitarle al niño, o peor aún, le permitiría conservarlo, pero tratando de
participar en su vidas de alguna forma.
Elena había tenido que modificar su
opinión de Damon. Se había percatado de que no era del tipo de hombre machista
que se metía en la cama con la primera mujer que se encontraba; era un hombre
compasivo que nunca le permitiría mantener a su hijo lejos de él.
En un principio pensó que la
perseguía porque la consideraba una compañera de cama conveniente, pero ya
sabía que estaba equivocada; que había en él un interés más profundo por ella,
que le interesaba como persona, como mujer. ¿Pero cómo podía ser eso? Era tan
diferente a los hombres egoístas que conocía, que le resultaba difícil
comprenderlo. Se sentía atraída por él en lo emocional y en lo físico, pero
sería muy peligroso permitir que esos sentimientos se desarrollasen; tenía que
apagarlos desde ese momento. Se dijo que sólo quería a alguien a quien amar, a
alguien que llenase un vacío, pero el niño habría de llenarlo. No necesitaba a
nadie más.
Se quedó dormida con la mente
convertida en una confusa masa de pensamientos atormentadores y en conflicto.
No se sintió mejor al despertar por
la mañana. El sentimiento de culpa daba un sabor amargo a su boca, nublando su
anterior felicidad.
Ese día iniciarían sus labores los
decoradores y quería estar presente cuando llegaran. Después de desayunar se
dirigió a la casa a pie. El olor a madera nueva seguía permeando el local de la
librería.
Desde una ventana del piso superior vio
la llegada del camión de los decoradores y, despacio, bajó a abrirles. Un
jovial pelirrojo en mono blanco, se presentó como el “líder de la pandilla”.
—Me llamo Roger y esos dos lacayos son Judy y Phil.
Judy era una chica de baja estatura,
con cara de pillete y el cabello más corto que Elena hubiese visto jamás; en
tanto que Phil era alto y delgado y con expresión melancólica.
Elena ya había aprobado los bocetos
que le fueron presentados para el mural y llevó al grupo al área en que se
venderían los libros infantiles.
—Muy bien —comentó Roger a sus ayudantes. — Los dejaré aquí para
que empiecen, mientras yo recorro el resto de la casa —y siguió a Elena
escaleras arriba. Entiendo que quiere una decoración muy sencilla acá arriba,
que vaya acorde con las características de la construcción. Tonos magnolia
suaves en muros y techos, cosas así.
—En efecto. Considero que el papel tapiz se vería mal aquí, por
mucho que me agraden los tapices modernos.
—Sabia decisión —aceptó Roger—. Debe tener una fuerza de voluntad
muy firme. La mayoría de nuestros clientes actúan al contrario; dicen: “sé que
no va con la época de la construcción pero me encanta”.
¿Ella fuerte de voluntad? se
cuestionó, analizando el comentario. Quizá lo era, pero eso no era malo para
una mujer que vivía sola y que tendría que educar a un hijo. Tendría que tener
mucha fuerza de voluntad.
Volvió a la planta baja, con Roger, y
observó cómo los ayudantes empezaban a trazar el mural. El olor a pintura le
provocó náuseas y se disculpó. Decidió ir a Hereford para ver cómo iban sus
cortinas.
Todavía no decidía respecto al mobiliario para su dormitorio. Bonnie
le habló de una casa especializada en la elaboración de muebles de estilo
antiguo. Tenían una pequeña fábrica en las afueras de Hereford. Tendría que
pedirle a Bonnie los datos exactos de cómo llegar allí. Antes de ir a Hereford,
decidió pasar a la hermosa granja en que vivían Bonnie, su esposo y sus hijos.
Además de la casa, contaban con un número de edificios adicionales y dos
pequeñas dehesas. La instalación ideal para el veterinario rural. El marido
ejercía sus funciones en un granero adaptado. Ya había varios autos
estacionados en el patio exterior. Elena bajó del suyo y se dirigió hacia la
casa.
Bonnie abrió la puerta, recibiéndola
con una amplia sonrisa.
—Pasa, te ves muy bien. Pareces un botón de rosa, no crees, Damon
—preguntó por encima del hombro.
Ya era demasiado tarde para retirarse.
Confiando en la oscuridad de la cocina, Elena oró para que Bonnie no la hubiese
visto palidecer. Vaya mala suerte. Lo último que esperaba era encontrarse con Damon.
—No puedo quedarme —se apresuró a decirle— Solo vine a pedirte
instrucciones para llegar a la fábrica de muebles en Hereford.
—Aquí tienes la respuesta a tu petición, Damon. Mi hermano vino
a preguntar si yo podría ir a Hereford en busca de las medicinas de mamá. La
farmacia local no las tiene y las necesita para dormir. Hay un problema en la
granja y Damon no puede ir. Tres de sus vacas están pariendo, William se
encuentra allá. Yo tampoco puedo ir en este momento. Tengo que recoger a los
niños de una vecina en la escuela y no podría regresar a tiempo.
Descorazonada, Elena supo que no podía
negarse a ayudar. Reacia, aceptó la prescripción que Bonnie le entregó, sentía
una mezcla de culpa y enojo. Temía encontrarse con Damon después de lo
acontecido el día anterior. Sabía que se había comportado mal con él, no solo
se sentía culpable, también se sentía malvada, en especial al recordar lo
valiente y alegre que era la madre de él.
—No tienes por que meter a Elena en esto.
Elena advirtió lo conciso de su voz
cuando Damon se acercó a ellas. Su apariencia física la asombró. Necesitaba
afeitarse. En su rostro había muestras de agotamiento y sus ojos estaban casi
negros en la palidez de sus facciones.
Su expresión debió revelar su
asombro, ya que él se frotó el mentón y esbozó una sonrisa avergonzada.
—Pasó toda la noche despierto, cuidando sus vacas —le informó Bonnie—
Son de una nueva especie con la que ha estado experimentando, sólo que ha
habido problemas con sus partos. Ya ha perdido tres becerros.
—Gracias, Bonnie, pero estoy seguro de que Elena no está
interesada en los problemas de mi ganado —la interrumpió Damon bruscamente—. Lo
cual me recuerda que debo regresar. Recogeré los artículos que William me pidió
de la sala de cirugía y me marcho.
Se detuvo a corta distancia de Elena
y ella tuvo la impresión de que él no quería acercarse más a ella. Era evidente
que quería guardar distancias. Pero, ¿por qué no había de hacerlo después de la
forma en que ella se comportó?
Se sentía atrapada entre dos
emociones en conflicto. Una parte de ella se alegraba de que él aceptase su
rechazo con tanta calma y la otra se sentía desolada por su indiferencia
manifiesta. Pasó a su lado y, unos momentos después, escuchó un auto que se
alejaba.
—Pobre Damon, las cosas no le han salido muy bien últimamente
—suspiró Bonnie—. ¿Sabes que en realidad él no quería la granja? Sólo la aceptó
por mamá. Nuestro tío era muy anticuado y Damon trata de ponerla en condiciones
del siglo veinte. Te daré las instrucciones. Eres muy afortunada al empezar de
la nada. Hay ocasiones en que me gustaría remodelar este lugar, pero de pronto
me encuentro con unos zapatos llenos de lodo en una silla y cambio de opinión.
Sigo prometiéndome que tendré todos los tonos pastel y las cosas bonitas que
quiero cuando los chicos se marchen.
Anotó la dirección en un papel que
entregó a Elena, haciendo una pausa antes de preguntar:
— ¿Te importaría llevar las medicinas de mamá directamente a su
casa? No te desviarás mucho y... Bueno, el otro día mencionó que disfrutó mucho
conversar contigo. Este es el primer año que no participa en la organización
del festival y se siente mal. El verte la alegrará.
¿Cómo podía negarse, sin ser grosera?
Al salir, Bonnie le gritó:
—No olvides la cena del sábado.
Encontró la fábrica sin dificultad y,
después de ver los talleres, decidió comprarles algo. Se enamoró de una mesa de
cocina tradicional y le gustó un tocador que elaboraban sobre pedido para un
cliente. Algo como eso se vería bien en su habitación. Pero todavía necesitaba
otro mueble para colgar sus vestidos. Había suficiente espacio en el vestidor
que unía el dormitorio con el baño, pero quería algo más acorde con la
construcción que lo que había visto hasta entonces. Al hablar de ello con el
hombre que la guiaba, éste sonrió, feliz.
—No hay problema —la aseguró—. Podríamos diseñar algo que se
ajuste a sus necesidades. Le mostraré algunas fotografías de piezas que hemos
elaborado para dormitorios con decorado antiguo.
Las fotos despertaron su interés.
Antes de salir, ya había ordenado que fuesen a tomar medidas del vestidor para
hacer el mueble.
—Por supuesto que no será autentico, pero irá a la perfección
con el edificio —se le dijo antes de partir.
En Hereford surtió la prescripción médica
y comprobó que las cortinas estaban casi listas. Serían colocadas cuando los
decoradores terminaran su labor
Había hombres trabajando en el campo,
mientras Elena volvía a casa. Gracias al buen clima, los agricultores esperaban
poder levantar dos cosechas y ya preparaban sus tierras para ello.
El campo requiere de un trabajo
arduo, se dijo. Recordó las facciones cansadas de Damon y lo lamentó, ya que el
sentimiento de culpa renació de inmediato. No podía permitirlo. No tenía porque
sentirse culpable.
¿O si?
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