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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

13 febrero 2014

Al azar Capitulo 18



Se había comportado como una estúpida. Varias veces. En primer lugar, enamorándose de Damon, incluso sabiendo que él iba a romperle el corazón. Después, por mirarle a la cara y confesarle que ella era Bomboncito de Miel. Él no lo sabía, y cabía la posibilidad de que nunca se enterase.

Pero ella lo sabía, y eso le quemaba como una tea ardiente justo debajo del esternón. A fin de cuentas, se lo había dicho para que no se sintiese tan mal. Estaba tan fuera de sí pensando que alguien los había espiado... y Elena sabía quién había sido. Ella. Y se lo dijo para aliviar también su propia conciencia. Así pues, ¿por qué no se sentía mejor?

Elena arrojó su maletín al suelo y se echó a llorar. Había pasado casi siete horas entre taxis,

aeropuertos y aviones intentando regresar a casa. Intentando que las cosas no se le fueran de las

manos. Pero ya no podía más. El dolor que sentía ante la pérdida de Damon era demasiado profundo.

Sabía que perderle le dolería, pero nunca imaginó la cota que iba a alcanzar ese dolor.

La luz de la luna atravesaba la ventana del pequeño dormitorio de su piso, y cerró la cortina. Se

ocultaba en la oscuridad. Había cogido el primer avión disponible desde Phoenix aquella misma

tarde. Hizo escala en San Francisco, donde tuvo que esperar dos horas para seguir a Seattle. Estaba

sufriendo un hundimiento físico y emocional. Debía marcharse. No tenía alternativa. No podría

haber entrado en el vestuario la noche siguiente y ver la cara de Damon. Se habría desmoronado. Justo

allí, frente a todo el mundo.

Antes de irse, llamó a Darby y le dijo que tenía que atender un problema familiar. La

necesitaban en casa, y volvería a cubrir la campaña del equipo cuando regresasen a Seattle. A pesar

de que no tenía por qué hacerlo, Darby la ayudó a conseguir el billete de avión, y ella se dio cuenta

de que era algo más que un experto en chanchullos. Debajo de aquellos trajes de mil dólares y

aquellas horribles corbatas latía un corazón. Tal vez incluso fuera un buen novio para Caroline.

También llamó a Kirk Thornton, quien no se mostró tan comprensivo como Darby. Le preguntó

acerca de la urgencia familiar y ella se vio forzada a mentir. Le dijo que su padre había sufrido un

ataque cardiaco. En realidad, era su propio corazón el que se había roto.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos. No podía dejar de pensar en Damon, o de recordar su cara

cuando ella entró en el bar del hotel. Parecía atónito, como si alguien le hubiese lanzado un ladrillo

a la cabeza. Podía rememorar cada pequeño detalle. Lo peor había sido su interés por ella. Y cuando

finalmente aceptó que ella era Bomboncito de Miel, su interés se había convertido en desprecio. En

ese momento supo que lo había perdido para siempre.

Elena se puso de lado y cogió la almohada que tenía más cerca. Damon había sido la última persona

en utilizar aquella almohada. Acarició la suave tela de algodón, después se la acercó a la nariz. Casi

pudo sentir su perfume.





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La culpa y la ira se mezclaron con el dolor en su interior, y se arrepintió de haberle dicho que le

amaba. Ojalá que él no lo supiese. En gran medida, deseaba que le importase. Pero no había sido

así.

«Entonces prefiero no saber lo que eres capaz de hacerle a la gente que no quieres», había dicho.

Lanzó la almohada a un lado, se sentó en la cama y se enjugó las lágrimas. Se puso una camiseta

grande, después fue a la cocina. Abrió la nevera y miró dentro. Había pasado bastante tiempo desde

la última vez que la limpió. Cogió una vieja lata de encurtidos y la puso en la encimera. Encontró

un bote de mostaza vacío y un litro y medio de leche caducado y los puso junto a la lata de

encurtidos. Le dolía el pecho y su cabeza parecía rellena de algodón. Le habría gustado dormirse

hasta que el dolor desapareciese, pero aunque eso hubiese sido posible, tendría que volver a

afrontarlo al despertar.

Sonó el teléfono y no contestó, cuando cesó el timbre, lo descolgó. Sacó el cubo de la basura y

detergente líquido de debajo del fregadero y los colocó bajo la luz que salía de la nevera abierta.

Limpiaba para mantenerse ocupada. Para mantener a raya la locura. Eso no la estaba ayudando

mucho porque no podía evitar rememorar cada maravilloso, cada excitante y cada horrible momento

que había pasado con Damon Salvatore. Recordaba el modo que tenía de lanzar los dardos, como si

pudiese acertar en el centro gracias a la fuerza de sus músculos. El modo en que conducía su

motocicleta y cómo se había sentido sentada detrás de él. Recordaba el color exacto de sus ojos y su

pelo. El sonido de su voz y el perfume de su piel. El roce de sus manos y la presión de su cuerpo

sobre ella. El sabor de Damon en su boca. El modo en que la miraba cuando hacían el amor.

Amaba todo lo que tenía que ver con Damon. Pero él no la amaba a ella. Sabía que todo acabaría.

Tarde o temprano. La historia de Bomboncito de Miel sólo había acelerado lo inevitable. Aunque

nunca la hubiese enviado, aunque nunca la hubiese escrito, la relación entre ella y Damon no habría

funcionado, a pesar de sus esperanzas. Ken siempre acababa junto a Barbie. Mick tenía citas con

supermodelos, y Brad se casaba con Jennifer. Así era la vida. Que hubiesen roto no era culpa suya.

Él la habría dejado. Seguramente, lo mejor era que la hubiese dejado en aquel momento, se dijo, en

lugar de permitir que pasasen unos cuantos meses, dándole tiempo a Elena de descubrir y confirmar

que aún estaba más enamorada de él. El dolor habría sido mayor. Aunque no podía imaginar nada

más doloroso. Sentía como si una parte de sí misma hubiese muerto.

Dejó el detergente en la encimera y miró hacia el otro extremo del piso, donde había dejado el

maletín sobre la mesilla de café.

«En la mierda de historia de Bomboncito de Miel, hay ciertas cosas que están demasiado cerca

de la realidad para ser una coincidencia», había dicho Damon.

Ella siempre había supuesto que él se reconocería en la historia, pero no había imaginado que la

reconocería a ella. Fue hasta el sofá y se sentó. «Cosas que describen lo que tú y yo hicimos.» Sacó

su ordenador portátil y lo puso en marcha. Abrió su carpeta «Bomboncito de miel» y pulsó el clic

en el archivo Marzo. Hasta aquel momento se había negado a leerlo. Temía que fuese horrible y no

halagador, no tan bueno como originalmente pensó que era. Mientras lo leía, le chocó lo obvio que

era todo. Lo realmente sorprendente habría sido que no sospechase nada. Cuanto más leía, más se

preguntaba si había dejado todas aquellas pistas a propósito. Parecía como si hubiese ido saltando

de un lado a otro de las páginas agitando las manos y gritando: «Soy yo, Damon. Soy Elena. Yo he

escrito esta historia.»

¿Había querido darle a entender que ella era la autora de esa historia? No. Por supuesto que no.

Eso habría sido una estupidez. Habría significado que perjudicaba adrede su relación.

Apoyó la espalda en el sofá y miró hacia la repisa que había sobre la chimenea. La foto en que

estaba con Caroline. El tiburón de cristal que Damon le había regalado. ¿Cuándo se había enamorado





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de él? ¿Fue en la noche del banquete? ¿La primera noche que le besó? ¿O el día que le regaló el

libro de hockey atado con una cinta rosa? Quizá fue enamorándose un poco de él en cada una de

esas ocasiones.

Se dijo que el tiempo no tenía más importancia que la gran pregunta. ¿Qué era lo que siempre

decía Caroline acerca de la verdad? ¿No le había dicho que iniciaba las relaciones con un pie en la

puerta? ¿Con un ojo fijo en el cartel de la salida? ¿Había escrito aquella historia con tantas

referencias obvias para acabar con la relación antes de estar demasiado enamorada de Damon? En caso

de ser así, la había escrito demasiado tarde. Se había enamorado con más fuerza y profundidad que

nunca antes. Ni siquiera podría haber imaginado que fuera posible llegar a enamorarse así.

Sonó el timbre de la puerta y ella se puso de pie. Eran las dos de la mañana, y no podía imaginar

quién estaría al otro lado de la puerta. El corazón le dio un brinco, a pesar de decirse que no podía

ser Damon; no habría recorrido el país de una punta a la otra como Dustin Hoffman en «El graduado».

Era Caroline.

–He telefoneado a todos los hospitales –le dijo su amiga mientras abrazaba con fuerza a Elena–.

Nadie me ha querido informar.

–¿De qué? –Elena se liberó de los brazos de Caroline y dio un paso atrás.

–Tu padre. –Caroline miró a Elena a los ojos–. El ataque cardiaco.

Elena meneó la cabeza.

–Mi padre no ha sufrido ningún ataque –dijo.

–¡Darby me ha llamado para decírmelo!

Oh, no.

–Eso es lo que he explicado en el periódico, pero sólo quería venir a casa y necesitaba una buena

excusa.

–¿El señor Gilbert no se está muriendo?

–NO.

–Me alegra oírlo, te lo aseguro. –Caroline se dejó caer en el sofá–. Pero he encargado flores.

Elena se sentó a su lado.

–Lo siento. ¿Puedes cancelar el pedido?

–No lo sé. –Caroline se volvió hacia ella–. ¿Y por qué has tenido que mentir? ¿Por qué has

vuelto a casa? ¿Por qué has estado llorando?

–¿Has leído la historia de Bomboncito de Miel de este mes?

Caroline solía leer todo lo que Elena escribía.

–Por supuesto.

–Era Damon.

–Lo imaginaba. ¿No se sintió halagado?

–Para nada –respondió Elena, y entonces le explicó por qué.

Sin dejar de llorar, le contó todo a su amiga. Cuando acabó, Caroline frunció el entrecejo.

–Ya sabes lo que voy a decir.

Sí, Elena lo sabía. Y una vez pensó que su amiga tenía razón. Elena siempre había sido la





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inteligente. Caroline la guapa. Esa noche, Caroline era la guapa y la inteligente.

–¿Puedes arreglarlo? –preguntó Caroline.

Elena recordó la mirada de Damon cuando le dijo que se apartase de él y de Bonnie. Lo había dejado

bien claro.

–No. No querrá escucharme. –Se recostó en el sofá y miró hacia el techo–. Los hombres son

unos capullos. –Sacudió la cabeza y miró a su amiga–. Hagamos un pacto para pasar de ellos por un

tiempo.

Caroline se mordió el labio inferior.

–No puedo –dijo–. Estoy saliendo con Darby, más o menos.

Elena se incorporó.

–¿En serio? No sabía que la cosa fuese en serio.

–Bueno, él no es el tipo de hombre que suele interesarme. Pero es amable y me agrada. Me gusta

hablar con él y también el modo en que me mira. Y bueno, la cuestión es que me necesita.

Sí, la necesitaba. Elena había imaginado que Darby probablemente abrumaría a Caroline con una

vida de necesidad.

A la mañana siguiente, Elena recibió un ramo de flores de la organización de los Vampires

expresando sus condolencias. A mediodía, llegaron las flores del Times y, por su parte, Darby envió

otro ramo. A las tres, llegaron las que Caroline había encargado. Todos los ramos eran preciosos y

la hicieron sentir culpable. Le prometió a Dios que si hacía que dejasen de llegar ramos de flores

nunca volvería a mentir.

Por la noche, vio por la televisión el partido de los Vampires contra los Coyotes. A través de su

protector facial, los ojos azules de Damon la miraron con tanta dureza y frialdad como el hielo sobre el

que estaban jugando. Cuando jugaban cerca de su portería, podía apreciarse la apretada línea que

formaban sus labios.

Miró a la cámara y ésta captó toda la rabia que había en su mirada. No parecía concentrado. Su

vida personal lo estaba afectando en el juego, y si Elena había abrigado alguna esperanza respecto a

arreglar su relación, la esperanza murió en ese instante.

Todo se había acabado.



Damon cometió tres faltas movido por la rabia que sentía.

–¿Qué te pasa, Salvatore? –le preguntó uno de los jugadores del equipo contrario tras la

primera falta–. ¿Tienes la regla?

–Que te den por el culo –le respondió, trabándole los patines con el stick y haciéndolo caer.

–Eres un gilipollas, Salvatore –dijo el tipo mientras lo miraba desde el suelo. Se montó una

tángana y enviaron a Bruce Fish al banquillo de castigo en lugar de Damon.

Damon agarró la botella de agua y se mojó la cara. Mark Bressler se le acercó.

–¿Tienes problemas para contener tu rabia? –le preguntó el capitán.

–¿Tú qué coño crees? –El agua corrió por su cara y por el protector facial. Elena no estaba en la

cabina de prensa. Ni siquiera estaba en el mismo estadio, pero no conseguía sacársela de la cabeza.

–Esto es lo que pienso. –Bressler lo golpeó en el hombro con su enorme guante–. Intenta no

hacer más faltas y tal vez ganemos este jodido partido.





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Tenía razón. Damon necesitaba concentrarse más en el partido que en la mujer que no estaba en la

cabina de prensa.

–No más faltas estúpidas –convino.

Pero en la siguiente jugada, golpeó a un jugador en la espinilla y el tipo cayó al suelo.

–Venga ya, que no puede haberte dolido –le dijo Damon mientras miraba al jugador, que gemía de

dolor cogiéndose la pierna–. Levántate y te enseñaré lo que es el dolor.

El público empezó a silbar y Bressler se fue al banquillo meneando la cabeza.

Tras el partido, el vestuario parecía más gris de lo normal. Habían metido dos goles al final del

tercer periodo, pero no había sido suficiente. Perdieron por cinco a tres. Los periodistas deportivos

de Phoenix interrogaron a los jugadores en busca de declaraciones altisonantes, pero nadie habló

demasiado.

El padre de Elena había sufrido un ataque cardiaco y todos sentían la ausencia de ésta. Damon no

había creído la historia del ataque, y le había sorprendido que saliese corriendo. Eso no era propio

de la Elena que conocía. No constituía sino otra prueba de que no la conocía en absoluto. La

auténtica Elena había mentido y le había humillado. Sabía cosas de él que a Damon no le apetecía leer

en los periódicos. Sabía que se ponía hielo en las rodillas y que no estaba al cien por cien.

Era un idiota. ¿Cómo demonios había permitido que una pequeña periodista de pelo rizado y

lengua afilada se colase en su vida? Ni siquiera le había gustado al principio. ¿Cómo se había

enamorado de aquella manera de ella? Había puesto patas arriba su vida, y él tenía que descubrir el

modo de quitársela de la cabeza. De volver a concentrarse. Podía hacerlo. Había luchado contra

cosas similares antes, había combatido demonios peores que Elena Gilbert. Se dijo que todo lo que

necesitaba era determinación y un poco de tiempo. Darby les había dicho que no volvería al trabajo

hasta la semana siguiente.

Una semana. Una vez que había salido de su vida físicamente, no le costaría demasiado tiempo

hacerla salir de su cabeza y volver a centrarse en la competición.

Una semana después, supo que estaba en lo cierto. O al menos en parte. De nuevo estaba

concentrado. Volvía a jugar a tope en lugar de dejarse llevar por las emociones, pero no había

conseguido apartar completamente a Elena de sus pensamientos.

El día que regresaron a Seattle, se sentía magullado por dentro y por fuera. Como siempre

ocurría con su hermana, cuando las cosas parecía que iban bien, al minuto siguiente comenzaban a

ir mal. Ella le explicó cómo le había ido en la escuela y a continuación se quitó su ancho jersey...

Damon quedó boquiabierto tras ver la ceñida camiseta que llevaba marcándole los pechos. Eran mucho

más grandes que una semana antes de que se marchara. No es que se hubiese fijado en exceso, pero

no pudo evitar apreciar la diferencia.

–¿Qué llevas puesto?

–Mi camiseta BEBE.

–Tus tetas son mucho más grandes que la semana pasada. ¿Llevas un sujetador con relleno?

Bonnie se cruzó de brazos como si estuviese ante un pervertido.

–Es un wonderbra.

–No puedes ponerte eso cuando salgas de casa.

No podía dejarla salir con aquellos pechos que parecían torpedos.

–Lo he llevado al colegio toda la semana.





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Mierda. Habría apostado lo que fuese a que los chicos de la escuela se habían fijado también.

Toda la semana. Mientras él había estado de viaje. Cristo bendito, su vida era un desastre.

–Me apuesto lo que quieras a que los chicos de tu colegio habrán pasado un buen rato mirándote

las peras, y seguro que no habrán pensado cosas bonitas sobre ti.

–Peras –gruñó ella–. Qué desagradable. ¿Por qué siempre me dices cosas desagradables?

«Peras» no era una palabra desagradable. ¿O sí?

–Te estoy diciendo cómo piensan los chicos. Si usas esos enormes sujetadores pensarán que eres

una cualquiera.

Ella le miró como si fuese un pederasta en lugar de su propio hermano que intentaba protegerla

de los pervertidos del colegio.

–Eres un enfermo.

¿Enfermo?

–No, no lo soy. Sólo intento decirte la verdad.

–Tú no eres mi madre ni mi padre. No puedes decirme lo que tengo que hacer.

–Tienes razón. No soy tu padre ni tu madre. Y quizá tampoco sea el mejor hermano del mundo,

pero soy lo único que tienes.

Las lágrimas comenzaron a resbalar por el rostro de Bonnie y echaron a perder su maquillaje.

–Te odio, Damon.

–No, no me odias. Sólo estás molesta porque no quiero que vayas por ahí con un sujetador con

relleno.

–Me apuesto algo a que te gustan las mujeres que llevan sujetadores con relleno.

En esos momentos, a decir verdad, Damon tenía una creciente afición, o más bien una obsesión, por

los pechos pequeños.

–Eres un hipócrita, Damon –añadió ella–. Estoy segura de que tus novias llevan sujetadores con

relleno.

Entre todas las mujeres que había conocido, la que más le había fascinado ni siquiera llevaba

sujetador. Intentó no darle importancia, pero se la dio. Sentía que su cabeza era una olla a presión a

punto de estallar.

–Bonnie, tienes dieciséis años –razonó–. No puedes ir por ahí con un sujetador que hace que los

tíos se exciten. Tienes que llevar otra cosa. Tal vez un sujetador con cierres de seguridad. –

Intentaba sonar gracioso.

Como siempre, Bonnie no entendió el sentido del humor, y se echó a llorar a lágrima viva.

–¡Quiero ir a un internado! –gritó antes de salir corriendo hacia su habitación.

Damon quedó impresionado. No había vuelto a pensar en el internado desde hacía tiempo. Si la

enviaba a un internado, no tendría que preocuparse de si llevaba sujetadores con relleno cuando

estuviese fuera de la ciudad. Su vida sería mucho más simple. Pero, de repente, la idea de tenerla

lejos de sí no le resultaba para nada atractiva. Ella tenía un humor cambiante y lloraba con

frecuencia, pero era su hermana. Se estaba acostumbrando a tenerla cerca, y pensar en el internado

ya no le parecía la mejor solución.

La siguió hasta su habitación y se apoyó contra el marco de la puerta. Estaba tumbada en la

cama mirando al techo, con los brazos abiertos como un mártir en la cruz. ,





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–¿En serio quieres ir a un internado? –le preguntó.

–Sé que no quieres que esté aquí.

–Yo nunca he dicho eso. –Habían tenido ya una conversación similar–. Y no es cierto.

–Quieres librarte de mí –dijo ella entre sollozos–. Así que me iré lejos.

Damon sabía qué era lo que Bonnie necesitaba escuchar y qué era lo que él necesitaba decir. Por el

bien de ambos. Había estado indeciso durante suficiente tiempo.

–Demasiado tarde –dijo cruzándose de brazos–. No irás a ninguna parte. Vas a vivir aquí,

conmigo. Y si no te gusta, te fastidias.

Ella lo miró.

–¿Incluso si quiero irme?

–Sí –respondió Damon, y se sorprendió de lo mucho que le importaba Bonnie–. Aunque quieras irte,

estás atada a esta casa. Eres mi hermana y quiero que vivas conmigo. –Se encogió de hombros–.

Eres como una espina clavada en el trasero, pero me gusta que estés por aquí dándome la tabarra.

–De acuerdo –susurró ella al cabo de un instante–. Me quedaré

–De acuerdo, entonces. –Damon se apartó del marco de la puerta y volivio al salón.

Miró por el ventanal hacia la bahía. La relación que tenía con su hermana no era la mejor

posible. Su modo de vida no era el ideal; él estaba fuera tanto tiempo como el que pasaba en la

ciudad. Pero quería conocerla mejor antes de que fuese a la universidad, creciese y se convirtiese en

una persona adulta.

Debería haberla visto más a menudo en los últimos dieciséis años. No tenía excusa. Ninguna

buena, en cualquier caso. Había estado tan ocupado con su propia vida, que había pensado poco en

ella. Y eso hacía que se avergonzase por las veces que había pasado por Los Angeles y no había

hecho el esfuerzo de ir a verla. Para conocerla. Siempre había sabido que eso lo convertía en un

egoísta. Ni siquiera había pensado que ser egoísta fuese algo malo... hasta ahora.

Oyó los pasos de Bonnie y se volvió. Con el rostro bañado en lágrimas, lo abrazó y apoyó la

cabeza en su pecho.

–Me gusta vivir aquí y darte la tabarra.

–Bien. –Damon la apretó contra sí–. Sé que nunca podré ocupar el lugar de tu madre o de tu padre,

pero voy a intentar hacerte feliz.

–Hoy me he sentido feliz.

–Aun así, no puedes llevar ese sujetador.

Se quedó quieta un instante, después dejó escapar un largo suspiro.

–Vale.

Permanecieron juntos mirando por el ventanal durante un buen rato. Ella habló de su madre y le

explicó el motivo por el cual conservaba las flores secas en su tocador. Él creyó haberlo entendido,

aunque seguía pensando que era un poco desagradable. Ella le dijo que también había hablado de

ello con Elena, y que ella le había dicho que algún día se libraría de ellas, cuando estuviese

preparada.

Elena. ¿Qué iba a hacer con Elena? Lo único que quería era vivir su vida en paz. Y así había sido,

pero no había vuelto a tener un momento de paz desde que había conocido a Elena. No, eso no era

cierto. Durante las pocas semanas que habían pasado juntos se había sentido mejor que en cualquier





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otra época de su vida. A su lado se había sentido en casa por primera vez desde que vivía en Seattle.

Pero había sido una ilusión.

Ella había dicho que lo amaba. Él sabía que no era cierto, aunque en lo más profundo de su ser

deseaba que aquella mentira fuese verdad. Era un capullo y un imbécil. Iba a verla la noche

siguiente por primera vez en toda la semana, pero esperaba que, como cualquier otro dolor, tras el

pinchazo inicial se hiciera inmune y no volviera a sentirlo.

Eso era lo que esperaba, pero no fue lo que sucedió cuando ella entró en el vestuario la noche

siguiente. Damon sintió su presencia antes incluso de que apareciese. Al verla sintió un golpe en el

pecho que lo dejó sin aliento. Cuando Elena habló, su voz se coló en su interior, y a pesar de su

férrea voluntad, la absorbió como si de una esponja se tratase. Estaba enamorado de ella. No podía

negarlo por más tiempo. Se había enamorado de Elena, y no tenía ni idea de qué hacer al respecto.

Cuando se sentó con los pies metidos en los patines, con los cordones en las manos, la vio caminar

hacia él, y con cada paso notó que su corazón se aceleraba un poco más.

Vestida de negro, con aquella fina y pálida piel, parecía la misma de siempre. Su pelo oscuro le

caía sobre la cara, y Damon se obligó a atarse los patines, cuando en realidad lo que quería era

zarandearla, y después abrazarla con fuerza hasta absorberla por completo.



Lo más difícil que Elena había tenido que hacer en su vida fue atravesar el vestuario y detenerse

frente a Damon. Cuando se estaba aproximando, él agachó la cabeza y empezó a atarse los patines.

Durante unos cuantos segundos, ella lo observó, y al ver que no alzaba la vista, dijo:

–Pedazo de tonto.

Él tuvo que apretar los puños para refrenar su deseo de acariciarla.

–Quiero que sepas –dijo– que no tengo la menor intención de escribir nada más sobre ti –añadió

Elena.

Finalmente, Damon alzó la vista. Tenía el ceño fruncido sobre sus ojos azules.

–¿Esperas que te crea? –dijo con el entrecejo fruncido.

Ella negó con la cabeza. Su corazón lloraba por él. Por ella. Por lo que podían haber compartido.

–No. No lo espero, pero tenía que decírtelo de todos modos.

Le miró de nuevo y se marchó. Se reunió con Darby y Caroline en la cabina de prensa y sacó su

ordenador portátil para tomar notas.

–¿Qué tal está tu padre? –preguntó Darby, haciéndole sentir un poco más culpable.

–Mucho mejor. Ya está en casa.

–Su recuperación ha sido asombrosa –añadió Caroline con una sonrisa de reconocimiento.

En el primer periodo, los Vampires le metieron un gol a los Ottawa Senators, pero éstos salieron

con fuerza en el segundo tiempo y también anotaron. Cuando sonó la bocina señalando el final, los

Vampires ganaban por dos goles de diferencia.

Mientras Elena caminaba hacia el vestuario de nuevo, se preguntó cuánto podría resistirlo. Ver a

Damon constantemente era más de lo que su corazón podía resistir. No sabía cuánto tiempo podría

seguir cubriendo los partidos de los Vampires, aunque eso supusiera dejar el mejor trabajo que

había tenido nunca y la oportunidad de mejorar su carrera.

Respiró hondo y entró en el vestuario. Damon estaba sentado frente a su taquilla habitual. Estaba

desnudo de cintura para arriba. Tenía los brazos cruzados, y la observaba como si estuviese





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intentando resolver un rompecabezas. Ella hizo el menor número de preguntas posibles a los

jugadores y salió de allí a toda prisa antes de echarse a llorar delante de todo el equipo. Ellos darían

por seguro que lloraba por la enfermedad de su padre y, con toda probabilidad, le enviarían más

flores.

Casi salió corriendo del vestuario, pero cuando estaba a medio camino de la puerta de salida, se

detuvo. Si alguna vez había habido algo o alguien en su vida por lo que luchar, ése era Damon. A pesar

de que le había dicho que la odiaba, al menos lo comprobaría.

Se volvió y apoyó el hombro en la pared gris, en el mismo lugar en el que Damon la había esperado

a ella en una ocasión. Fue el primero en aparecer en el túnel, y su mirada se encontró con la de Elena

cuando caminaba hacia ella, con aquel aspecto tan obscenamente atractivo, vestido con traje y

corbata roja. Con el corazón en la garganta, ella le encaró.

–¿Tienes un minuto?

–¿Por qué?

–Quiero hablar contigo. Tengo algo que decirte, y creo que es importante.

Él le echó un vistazo al túnel vacío, abrió la puerta del cuarto de la limpieza en el que ya habían

estado una vez, y la empujó dentro. Encendió la luz al tiempo que cerraba la puerta a su espalda,

echó el cerrojo y quedaron encerrados en el lugar en el que él la había besado apasionadamente.

Cuando miró su cara, comprobó que Damon ni sonreía ni parecía enfadado, sus ojos transmitían

cansancio pero no parecían distantes. Ninguna emoción de las que ella había percibido en el

vestuario.

–Creía que tenías que decirme algo.

Elena asintió con la cabeza y se apoyó en la puerta. El aroma de la piel de Damon la alcanzó

devolviéndole antiguos momentos y despertando en ella un profundo anhelo. Una vez que había

llegado el momento, no sabía cómo empezar.

–Quiero decirte lo mucho que siento lo de la historia de Bomboncito de Miel. Sé que es muy

posible que no me creas, y no te culpo. –Sacudió la cabeza–. En el momento en que la escribí,

estaba enamorándome de ti, y simplemente me senté y dejé volar mi imaginación. Ni siquiera

estaba segura de enviarla o no. Me limité a escribirla, y al acabarla supe que era lo mejor que había

escrito nunca. –Se apartó de la puerta y caminó por el pequeño cuarto. No podía mirarle y decirle al

mismo tiempo todo lo que tenía que decirle–. Cuando la acabé, me dije que no podía enviarla,

porque sabía que no te gustaría. Sabía cómo te sentías respecto a todas las mentiras que se habían

escrito sobre ti. Me lo dejaste bien claro. –Dándole la espalda, pasó el brazo tras una estantería de

metal–. Pero la envié igualmente.

–¿Por qué?

¿Por qué? Eso era lo más duro de explicar.

–Porque te amaba y tú no me amabas a mí. No soy el tipo de mujer con la que estás

acostumbrado a salir. Soy bajita y no tengo pecho, y apenas sé vestirme. Creía que nunca pensarías

en mí del modo en que yo pensaba en ti.

–¿O sea que te vengaste de mí?

Le miró por encima del hombro y se forzó a volverse. Para afrontar la cuestión tenía que mirarle

a los ojos de nuevo.

–No. Si simplemente hubiese querido vengarme porque no estabas enamorado de mí, me habría

mantenido en el anonimato. –Se cruzó de brazos para evitar que el dolor la hiciese caer al suelo–.

Lo hice para poner fin a nuestra relación antes de que empezase. Así podría echarle la culpa a la





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historia de Bomboncito de Miel. Así no me comprometería demasiado.

Él negó con la cabeza.

–Eso no tiene sentido.

–No. Estoy segura de que no lo tiene para ti, pero sí lo tiene para mí.

–Es la excusa más estúpida que he oído en mi vida.

Su corazón se hundió. No la creía.

–He estado dándole muchas vueltas a lo largo de la semana, y me he dado cuenta de que en

todas mis relaciones con hombres siempre he dejado una vía de escape por miedo a que me hiriesen.

La historia de Bomboncito de Miel era mi vía de escape. El problema fue que no pude salir todo lo

deprisa que quería. –Respiró hondo y añadió–: Te quiero, Damon. Me enamoré de ti, y tenía miedo de

que nunca me quisieras. En lugar de pensar que una relación contigo no tenía ningún futuro debería

haber luchado por lograr que funcionase. Debería... No sé qué. Pero ahora sé que lo he estropeado.

Sé que la culpa es mía, y te pido disculpas. –Al ver que no decía nada, su corazón cayó en picado.

No tenía nada más que decir, excepto–: Esperaba que pudiésemos seguir siendo amigos.

Él enarcó una ceja con expresión de duda.

–¿Quieres que seamos amigos?

-Sí.

–NO.

Nunca había imaginado que una sola palabra pudiese herir de aquel modo.

–No quiero ser tu amigo, Elena.

–Lo entiendo. –Elena inclinó la cabeza y caminó hacia la puerta. No creía tener más lágrimas que

llorar. Creía que ya había llorado todo posible, pero estaba equivocada. No le importaba si el resto

del equipo de los Vampires estaba en el túnel; tenía que salir de allí y alejarse. Agarró el pomo de la

puerta y tiró, pero no pasó nada. Tiró con más fuerza, pero la puerta no se movió. Desechó el

cerrojo, pero aun así no se abrió. Vio entonces que la mano de Damon, apoyada en la parte de arriba de

la puerta, impedía que se abriese.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó Elena volviéndose para mirarle de frente. Estaba tan cerca,

que su nariz quedó a escasos centímetros de su pecho y pudo oler el aroma del algodón limpio de la

camisa mezclado con el del desodorante.

–No juegues conmigo, Elena.

–No estoy jugando.

–Entonces, ¿por qué me dices que estás enamorada de mí y al instante siguiente quieres que

seamos amigos? –Damon colocó los dedos bajo la barbilla de Elena y la obligó a mirarle–. Ya tengo

amigos. Yo quiero algo más que eso. Soy un tipo egoísta, Elena. Si no puedo ser tu amante, si no

puedo tenerlo todo de ti, entonces no quiero nada.

Inclinó la cabeza y la besó, fue una ligera presión en sus labios, y las lágrimas que ella había

estado intentando contener le llenaron los ojos. Agarró entonces la camisa de Damon y apretó fuerte.

Quería ser su amante, y en esta ocasión no inventaría razones para acabar con todo. Lo quería con

todas sus fuerzas.

Él deslizó su boca por la mejilla de Elena y le susurró al oído:

–Te quiero, Elena. Y te he echado de menos. Mi vida es una mierda sin ti.





164

Ella le empujó y le miró a la cara.

–Dilo otra vez.

Él alzó las manos hasta su cara y le acarició las mejillas con los pulgares.

–Te quiero, y quiero estar contigo porque a tu lado me siento mejor. –Le colocó el pelo detrás de

la oreja–. Una vez me preguntaste qué era lo que veía cuando miraba hacia mi futuro. –La tomó de

la mano–. Te veo a ti –agregó, y le besó los nudillos.

–¿No estás enfadado conmigo? –preguntó Elena.

Él negó con la cabeza y sus labios rozaron el reverso de su mano.

–Creí que lo estaba. Creí que iba a estar enfadado contigo para siempre, pero no lo estoy. No

entiendo realmente tus razones para enviar la historia de Bomboncito de Miel, pero ya no me

importa. Creo que me molestó más el hecho de sentirme engañado que la historia en sí. –Apoyó la

mano en su pecho–. Cuando te he visto esperándome, mi rabia se ha evaporado y he sabido que

sería el hombre más tonto del mundo si te dejaba ir. Quiero pasar el resto de mi vida conociendo tus

secretos.

–No tengo más secretos.

–¿Estás segura de que no hay otro más? –Pasó un brazo por su espalda y la besó en el cuello.

–¿A qué te refieres?

–¿No serás ninfómana?

–¿Hablas en serio?

–Pues...

Elena negó con la cabeza y dijo en voz baja:

–No –antes de echarse a reír.

–Chist. –Damon la apartó de sí y la miró a la cara–. Alguien podría oírte, y sería nuestro fin.

Ella no podía parar de reír, por lo que él la silenció con un beso. Sus labios eran tibios y

acogedores, y ella se abandonó a su beso como una auténtica ninfómana. Porque hay veces en la



vida en que Ken no elige a Barbie. Y por ese motivo, Damon tenía que ser recompensado.

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