Capitulo 18
El dormitorio de Elena podía ser el más pequeño de la planta
superior, pero también era el que estaba más lejos de la señora Garrison, y
tenía un diminuto balcón que daba a la parte trasera. Elena estaba sentada con
las piernas cruzadas sobre la lujosa alfombra rosa, y apoyaba la espalda contra
el acolchado cubrecama de flores mientras estudiaba el dibujo que acababa de
terminar. Los ojos de Nita parecían los de un hurón. Tendría que arreglarlo...
o tal vez, no.
El reloj dorado de la mesilla de noche marcaba la medianoche. Dejó a un lado el bloc con los bocetos, bostezó y cerró los ojos. En su mente veía la imagen de la caravana bajo los árboles. Imaginó una luz titilante en la ventana, llamándola a casa. Pero la caravana no era su hogar, y pronto se repondría de esa pérdida de la misma manera que había superado la pérdida de los demás hogares en los que había estado, dejando atrás a todas las personas que le habían importado.
Sintió un golpe en la puerta del balcón y dio un respingo. Al
mirar por encima del hombro, vio una figura amenazadora. El corazón se le
aceleró. Una amalgama de emociones —anticipación, temor, cólera— la inundaron a
la vez. Se levantó de la alfombra, se acercó a la puerta del balcón y la abrió
de golpe.
—¿Qué crees que estás haciendo? Casi me da un infarto.
—Provoco ese efecto en las mujeres. —Damon entró en el
dormitorio. Olía genial, a algo exótico y cálido, mientras que ella olía a
croquetas de patata hervida con cebolla. Él le dirigió una mirada a la arrugada
camiseta de Goodyear de Elena con viejas manchas de pintura en el logotipo. Ni
siquiera se había lavado el pelo esa mañana porque Nita había aporreado con el
bastón la puerta del cuarto de baño exigiendo el desayuno. Bueno, él parecía
bastante más crítico con el dormitorio rosa que con ella.
—¿Dónde tienes las barbies?
—Podías haber llamado —replicó ella—. O, mejor todavía,
podías haber continuado ignorándome. —Sonaba como una ex novia malhumorada,
pero le dolía que él se hubiera mantenido apartado a pesar de que eso era lo
que ella había querido que hiciera.
—Llamar no es divertido. —Damon vestía unos vaqueros
descoloridos y una camisa negra con la parte delantera plisada como la camisa
de un esmoquin. ¿A quién se le habría ocurrido semejante cosa? Y lo peor era
que a él le quedaba genial.
—¿Cómo sabías que ésta es mi habitación?
Él le deslizó el dedo debajo de la manga de la camiseta de
Goodyear para acariciarla.
—Es la única con luz.
Si no fuera tan tarde, si Nita no le hubiera robado hasta el
último gramo de paciencia, y si Elena no le hubiera echado tanto de menos,
podría haberle ocultado mejor sus maltratados sentimientos. Al final, apartó el
brazo de un tirón.
—Llevas toda la semana ignorándome y ahora decides aparecer
de pronto en mitad de la noche.
—Sabía que me echarías de menos si te daba tiempo.
—Vete.
El la miró con esos ojos grises-azulados de ensueño y le
acarició la mejilla con el pulgar.
—Estás agotada. ¿No has tenido suficiente?
A ella le costó apartar los ojos de la piel bronceada que
asomaba por la V del cuello abierto de la camisa.
—He tenido de sobra.
—Vale. Dejaré que vuelvas.
Elena no pudo evitarlo y chasqueó la lengua.
Damon curvó los labios.
—Piensas continuar con tu habitual terquedad, ¿verdad?
—No sé actuar de otra manera. —Agarró una pila de ropa limpia
y la metió en el cajón del tocador—. Vete. No te he invitado, y no quiero
discutir contigo.
—Así que ésas tenemos. —Se sentó en la desgastada silla rosa
del tocador. Debería parecer afeminado, pero por el contrario la silla lo hacía
parecer incluso más viril—. Sólo piensas en ti, Elena. No digo que estés siendo
egoísta, pero creo que deberías pensar en alguien más que en ti misma de vez en
cuando. —Extendió las piernas y cruzó los tobillos—. Por ejemplo en Riley. No
ha comido nada decente desde que te has ido.
—Contrata una cocinera. —Elena se arrodilló para recoger los
bocetos de la alfombra.
—Sabes que no puedo hacerlo mientras Mad Jack ande por allí.
Y ahora el muy condenado ha decidido que quiere levantar el porche él mismo.
Hasta ahora, los trabajadores no le han reconocido, pero sólo porque se
mantiene al margen, y nadie espera encontrarse a una figura legendaria del rock
subido a una escalera con un martillo en la mano. —Estiró las largas piernas,
embutidas en los vaqueros, por delante de ella—. Pero con una asistenta en casa
la cosa sería otro cantar.
Ella recogió un lápiz de debajo del tacón de las botas de Damon.
—Jack se irá pronto, y Riley con él. Tus problemas
desaparecerán con ellos.
—No estoy demasiado seguro de eso. —Damon apartó la pierna—.
No pido favores con facilidad, pero necesito un poco de ayuda.
Ella recogió los últimos dibujos y se puso de pie.
—Ya tengo trabajo.
—Y no te gusta. —Se levantó de la silla.
Elena levantó la vista hacia él, el pequeño dormitorio
parecía más pequeño todavía. Sólo había una manera segura de sacarlo de allí.
—¿Cuánto me pagarás?
Ella esperaba que comenzara a sacar billetes de cien dólares
de los bolsillos para poder largarlo a patadas. Pero él simplemente se pasó el
pulgar por el vendaje de la muñeca.
—Nada. Te pido un favor de amigo. Que cocines para nosotros
el domingo.
Así, sin más, la había dejado sin argumentos.
—Sé que es mucho pedir —dijo él—, pero todos te lo
agradeceríamos. Si me das una lista, compraré todo lo que haga falta.
Había estado absolutamente segura de que le ofrecería dinero,
lo que le habría dado la excusa perfecta para tirarle a la cara la cena del
domingo, pero él había manejado la situación con astucia y ahora se comportaría
como una maleducada si se negaba. Dejó caer los bocetos en la cama y pensó en
lo mucho que echaba de menos la granja. Quería hablar con Riley. Quería ver los
muebles nuevos y pasear a Puffy, y quedar en evidencia delante de Jack. Quería
todo aquello otra vez. De nuevo volvía aquel viejo sentimiento de debilidad de
intentar pertenecer a donde no pertenecía.
—¿Van a estar todos allí?
Damon apretó la boca.
—Quieres volver a quedar como una idiota delante de Mad Jack,
¿no?
—Ahora soy más madura.
—Seguro. —Damon tomó los bocetos de la cama-—. Sí, estarán
todos. Dime qué necesitas.
Mientras la cosa fuera en familia, podría ir. Sólo esta vez.
Revisó mentalmente el contenido de la despensa y le hizo una lista que Damon no
se molestó en apuntar. Él recogió el boceto final y lo sostuvo en alto.
—Está genial, pero creía que estabas dibujando al perro.
—Nita decidió que también quería salir en el retrato. —Aunque
se preocupaba más por las labores de Elena como criada que por la pintura—. ¿No
te ibas?
La mirada de Damon se dirigió a la cama.
—Definitivamente, no.
Elena se apoyó la mano en la cadera.
—¿Crees que me voy a quitar la ropa sólo porque estás
aburrido y decidiste asaltar mi habitación esta noche? Me parece que no.
Damon arqueó las cejas.
—Vaya, veo que te cabreó de verdad que me mantuviera a un
lado. —Él la señaló con el dedo—. Pues no eres la única que tiene derecho a
estar enfadada.
—¡Yo no te he hecho nada! Necesitaba un trabajo, y no me
digas que me habrías dado uno porque no es verdad.
—Yo contaba contigo, y tú me volviste la espalda. Ni siquiera
te importó cómo me sentía.
Él parecía disgustado, pero ella no se lo tragó.
—Sabes cuidarte tú solo. Lo que te cabrea de verdad es no
salirte con la tuya. —Elena se acercó a la puerta del balcón para echarlo de
una vez, pero cuando agarró la manilla, imaginó el cuerpo de Damon tirado en el
suelo con las piernas rotas y retrocedió.
—Lo que de verdad me cabrea—dijo él a sus espaldas—, es haber
creído que podía contar contigo.
Ella apretó los dientes ante la punzada de culpabilidad que
sintió y atravesó el dormitorio.
—Será mejor que salgas por la puerta principal. No hagas
ruido, o esto se convertirá en un suplicio chino.
Él le dirigió una mirada dura, pasó por su lado y abrió la
puerta. Ella lo siguió al pasillo con una alfombra rosa, pasaron delante de un
cuadro espantoso de un canal veneciano, y bajaron las escaleras; lo acompañó
para poder cerrar la puerta con llave cuando él saliera. Al llegar al último
escalón, Damon se detuvo en seco y se giró. Ella estaba un escalón más alto y
sus ojos quedaban a la misma altura. Bajo la luz de la polvorienta lámpara de
araña, la cara de Damon era misteriosa y familiar. Ella intentó hacerle ver que
lo comprendía, pero, ¿cómo iba a hacerlo? Él vivía en las estrellas y ella con
los pies en el suelo.
Se mantuvo inmóvil cuando él levantó las manos y le pasó los
dedos por el pelo. La goma elástica que apenas le sujetaba la coleta se soltó
cuando llegó a ella.
El beso fue duro y apasionado. Ella se olvidó de todo y le
deslizó los brazos alrededor del cuello. Ladeando la cabeza, Elena abrió la
boca para él. Él le ahuecó el trasero y lo apretó. Ella se acercó más y sus
caderas se rozaron contra las de él.
Damon se apartó tan bruscamente que ella perdió el equilibrio
y tuvo que agarrarse a la barandilla metálica para no caer. Por supuesto, él lo
notó. Elena se pasó la mano por la cabeza, haciendo caer la goma que se le
había enredado en el pelo.
—Estás demasiado aburrido.
—No estoy aburrido. —Su voz baja y áspera le rozó la piel
como si fuera papel de lija—. Lo que siento es... —cerró la mano en torno al
desnudo muslo de Elena, por debajo del dobladillo de los pantalones cortos—. Lo
que siento es... un cuerpecillo cálido y apetecible...
Sus palabras se interrumpieron justo en los labios de Elena.
Ella se relamió para saborearlo.
—Lo siento. Ahora que lo hemos hecho, he satisfecho mi
curiosidad y ya no estoy interesada. No te ofendas.
Damon le sostuvo la mirada. Con toda intención le rozó el
pecho con la yema de los dedos.
—No me siento ofendido.
Cuando el pezón de Elena se puso como un guijarro, él le
dirigió una sonrisa satisfecha y se dio la vuelta para salir de la casa.
A la mañana siguiente, cuando salió a la acera para coger el
periódico dominical de Nita, Elena sintió como si tuviera resaca. La noche
anterior, Damon había intentado cambiar las reglas. No tenía derecho a estar
enfadado con ella sólo porque no le besaba el culo como todos los demás. Ya se
vengaría esa tarde cuando fuera a la granja. Lo provocaría y le haría perder la
cabeza.
Al inclinarse para coger el periódico, oyó un siseo al otro
lado de la cerca. Levantó la vista y vio a Syl, la dueña de la tienda de
segunda mano, mirando nerviosa a un lado y otro de los arbustos a través de
unas gafas rojas de ojos de gato. Syl tenía el pelo entrecano y unos labios
finos que había perfilado con un lápiz de labios rojo oscuro. A Elena le había
gustado su sentido del humor cuando se habían conocido en el Barn Grill después
de la pelea, pero ahora parecía muy seria y siseaba como una manguera para que Elena
se acercara.
—Ven, acércate. Tenemos que hablar contigo.
Elena se metió el periódico bajo el brazo y siguió a Syl
donde le indicaba. Había un Impala dorado aparcado al otro lado de la calle de
donde salieron dos mujeres: la administradora de Damon, Mónica Doyle; y una
delgada mujer afroamericana de mediana edad a la que Syl presentó con rapidez
como Penny Winter, la propietaria de la tienda de antigüedades El Ático de Tía
Myrtle.
—Llevamos toda la semana intentando hablar contigo —dijo Syl
cuando las mujeres se agruparon alrededor—-. Pero cada vez que vas al pueblo,
ella está contigo, así que decidimos vigilar la casa antes de ir a la iglesia.
—Todo el mundo sabe que Nita se pone histérica si no puede
leer el periódico dominical. —Mónica sacó un pañuelo del bolso azul y amarillo
de Vera Bradley que hacía juego con un elegante traje azul—. Eres nuestra
última esperanza, Elena. Tienes que utilizar tu influencia con ella.
—Yo no tengo ninguna influencia—dijo Elena—. Ni siquiera me
soporta.
Penny jugueteó con la cruz de oro que llevaba al cuello.
—Si eso fuera verdad, ya se habría librado de ti a estas
alturas como ha hecho con todo el mundo.
—Sólo llevo aquí cuatro días —contestó Elena.
—Todo un récord. —Mónica se pasó el pañuelo por la nariz con
un delicado toque—. No tienes ni idea de cómo avasalla a la gente.
A ella se lo iba a decir.
—Tienes que convencer a Nita para que apoye el proyecto
Garrison Grow. —Syl se ajustó las gafas de ojos de gato—. Es la única manera de
salvar este pueblo.
El proyecto Garrison Grow, según le contaron a Elena, era el plan
que los dirigentes de la ciudad habían ideado para intentar levantar el pueblo.
—Los turistas pasan por el pueblo cada dos por tres camino de
las Smokies —dijo Mónica—, pero no hay restaurantes decentes, ni hoteles, ni
sitios donde comprar, y nunca se detienen. Si Nita nos dejara llevar a cabo el
proyecto Garrison Grow, podríamos cambiar eso.
Penny jugueteó con el botón negro de la pechera de su
vestido.
—Incluso sin las franquicias nacionales, podríamos aprovechar
el factor nostalgia y convertir a Garrison en el reflejo de los antiguos
pueblos americanos antes de que fueran invadidos por las grandes cadenas
multinacionales como KFC.
Mónica volvió a colocarse el bolso en el hombro.
—Naturalmente, Nita se niega a cooperar.
—Sería muy fácil captar a los turistas si ella nos dejara
hacer algunas mejoras —dijo Syl—. Nita no tendría que poner ni un centavo.
—Syl lleva años intentando abrir una auténtica tienda de
regalos en el local junto a la tienda de segunda mano —dijo Penny—, pero Nita
odiaba a su madre y no quiere alquilársela.
Cuando las campanas de la iglesia comenzaron a doblar, las
mujeres le explicaron a grandes rasgos otras partes del proyecto Garrison Grow,
que incluía un Bed & Breadfast, transformar Josie's en un restaurante
decente, y dejar que alguien que se llamaba Andy Berilio añadiera una cafetería
a la panadería.
—Nita dice que las cafeterías son sólo para los comunistas
-—dijo Syl con indignación—. Pero, ¿qué iba a hacer un comunista en el este de
Tennessee, por Dios Bendito?
Mónica se cruzó de brazos.
—Y de todas formas, ¿a quién le preocupan los comunistas en
estos tiempos?
—Lo único que Nita quiere es asegurarse de que todos los
habitantes del pueblo sepan lo que ella opina de nosotros —dijo Penny—. No me
gusta hablar mal de nadie, pero está dejando morir el pueblo sólo por despecho.
Elena recordó la expresión ansiosa que Nita mostraba en las
fotos de sus primeros días en Garrison y se preguntó cómo serían las cosas
ahora si las mujeres del pueblo le hubieran dado la bienvenida con los brazos
abiertos en vez de rechazarla. No importaba lo que Nita dijera, Elena no creía
que tuviera intención de vender el pueblo. Puede que odiara Garrison, pero no
tenía otro lugar a donde ir.
Syl apretó el brazo de Elena.
—Eres la única persona que tiene influencia en ella ahora
mismo. Convéncela de que estas reformas le llenarán los bolsillos. A ella le
gusta el dinero.
—Os ayudaría si pudiera—dijo Elena—, pero la única razón por
la que sigo aquí es porque le gusta torturarme. No escucha nada de lo que le
digo.
—Puedes intentarlo —dijo Penny—. Es todo lo que te pedimos.
—Inténtalo —repitió Mónica con firmeza.
Nita se puso en pie de guerra por la tarde cuando Elena le
anunció que iba a salir, pero Elena no flaqueó y, sobre las cuatro, en medio de
amenazas de que llamaría a la policía, se dirigió a la granja en el Corvette
descapotable. Desde su última visita habían cortado la hierba y reparado la
cerca. Aparcó en el granero, junto al SUV de Jack. El aire caliente le golpeó
la cara cuando cruzó el patio.
Riley salió disparada de la casa. La enorme sonrisa que lucía
en la cara la hacía parecer una niña distinta de la triste niñita que Elena había
encontrado dormida en el porche hacía tan solo una semana.
—¿Sabes qué, Elena? —le gritó—. ¡No nos vamos a casa mañana!
Papá ha dicho que nos quedaremos más días para poder terminar el porche
cubierto.
—¡Oh, Riley! Es genial. No sabes cuánto me alegro.
Riley la empujó hacia la puerta principal.
—April quiere que entres para poder enseñártelo todo. ¿Y
sabes qué más? April le dio queso a Puffy, y Puffy empezó a soltar pedos
apestosos, pero Damon me echó la culpa a mí y yo no lo hice.
—Sí, claro —dijo Elena con una sonrisa—. Échale la culpa a la
perra.
—No, de verdad. Ni siquiera me gusta el queso.
Elena se rió y la abrazó.
April y Puffy las recibieron en la puerta principal. Dentro,
el vestíbulo resplandecía como un atardecer gracias a la reciente capa de
pintura color cáscara de huevo. Una alfombra estampada con remolinos en tonos
terrosos cubría el suelo del vestíbulo. April le señaló a Elena con un gesto de
la mano la ostentosa pintura abstracta que habían adquirido en una galería de
Knoxville.
—¿A que queda genial? Tenías razón sobre lo de mezclar arte
contemporáneo con las antigüedades.
El sinfonier de debajo era de madera y tenía una bandeja
metálica donde reposaba la cartera de Damon y un juego de llaves, junto con una
foto de él de niño donde aparecía con pantalones cortos y un casco de fútbol
americano tan grande que le rozaba los hombros. Al lado del sinfonier, una percha
de hierro forjado esperaba las chaquetas, y una rústica cesta de paja albergaba
un par de zapatillas de lona y un balón de fútbol. Había una robusta silla de
caoba con el respaldo labrado que ofrecía un lugar acogedor para cambiarse los
zapatos o revisar el correo.
—Lo has diseñado todo para él. ¿Se ha dado cuenta de cómo lo
has personalizado todo?
—Lo dudo.
Elena miró el espejo oval de la pared con el marco de madera
tallada.
—Lo único que falta es un estante para su crema hidratante y
el rizador de pestañas.
—No seas mala. ¿No te has dado cuenta de que casi nunca se
mira en el espejo?
—Me he fijado. Pero no seré yo quien se lo diga.
A Elena le encantó el resto de la casa, en especial la sala,
que estaba totalmente transformada con un par de manos de pintura pálida en
tonos crema y una alfombra oriental de gran tamaño. Los paisajes que Elena había
descubierto en la trastienda de una tienda de antigüedades combinaban a la
perfección con la pintura contemporánea que April había colgado sobre la
chimenea. Las sillas de piel que April había comprado ocupaban su lugar, junto
con un mueble de nogal para albergar el equipo de música, y una mesita de café
muy grande con cajones para los mandos y juegos de mesa. Había más fotos
encima, algunas de él con amigos de la infancia, otras de adolescente y
universitario. Por alguna razón Elena no creía que las fotos fueran cosa de él.
Damon estaba martilleando sin darse cuenta al ritmo de la
música de Black Eyes Peas que salía de la cocina. Jack y él llevaban trabajando
en el porche casi todo el día. Ya habían levantado las paredes, y comenzarían
con el techo al día siguiente. Miró hacia la ventana de la cocina. Elena le
había saludado con una inclinación de cabeza cuando llegó, pero no había salido
a decirle hola y él tampoco había entrado. Estaba enfadado consigo mismo por
haber perdido el control en las escaleras la noche anterior, pero al menos
ahora la tenía en su terreno y no pensaba perder la ventaja. Elena amaba la
granja, y si ella era demasiado terca para volver, él podía al menos recordarle
lo que se estaba perdiendo. De una manera u otra, estaba determinado a obtener
lo que quería... lo que ambos merecían.
Dentro, alguien subió el volumen de la música. Se suponía que
April y Riley iban a ayudar con la cena, pero a April no le gustaba cocinar y
vio cómo convencía a Riley de que dejara de pelar patatas para bailar con ella.
Elena dejó la batidora a un lado y se unió a ellas. Se movía como un hada del
bosque, agitando los brazos en el aire, mientras su coleta oscilaba de un lado
a otro. Si hubiera estado sola, habría entrado a bailar con ella, pero no con
April y Jack dando vueltas alrededor.
—Creía que Elena y tú lo habíais dejado. —La voz de Jack lo
tomó por sorpresa. Aparte de pedirse alguna herramienta o sujetar algún
tornillo, no se habían dirigido la palabra en toda la tarde.
—No exactamente. —Damon clavó un clavo a fondo. Había estado
entrenando con el hombro malo y lo tenía resentido—. Estamos tomándonos un
descanso, eso es todo.
—¿Un descanso de qué?
—Ya lo arreglaremos.
—Chorradas. —Jack se enjugó la cara con la manga—. No la
tomas en serio. Para ti es sólo un rollo.
Elena le había estado diciendo eso mismo prácticamente desde
el día que se conocieron, y Damon tenía que admitir que tenía parte de razón.
Si la hubiera conocido en un bar o en la calle, no se habría fijado en ella,
pero sólo porque ella jamás se le habría insinuado. Con tantas mujeres
intentando llamar su atención, ¿cómo iba a fijarse en las que no lo hacían?
—Ten cuidado con ella —continuó Jack—. Parece que pasa de
todo, pero sus ojos dicen lo contrario.
Damon se enjugó la frente con la manga de la camiseta.
—No confundas la realidad con la letra de tus canciones,
Jack. Elena sabe exactamente lo que hay. Jack se encogió de hombros. —Supongo
que la conoces mejor que yo. Fue lo último que se dijeron hasta que Damon entró
para ducharse.
Jack observó cómo Damon desaparecía mientras se limpiaba el
sudor de la frente. Aunque había tenido intención de pasar sólo una semana en
la granja, no se iba a ir por el momento. April tenía su método de expiación, y
él el suyo. Ese porche que estaba construyendo con Damon era un ejemplo.
Mientras crecía, Jack se había pasado varios veranos trabajando con su padre, y
ahora hacía lo mismo con Damon. Sabía que a Damon le importaba un bledo ese
ritual padre-hijo, pero a Jack sí que le importaba.
Le gustaba cómo estaba quedando el porche. Era sólido. Su
viejo habría estado orgulloso.
Elena abrió la ventana de la cocina. A través del cristal,
Jack observó bailar a April; se movía con un ritmo ágil y sensual, y los
mechones de pelo se agitaban alrededor de su cabeza.
—Nadie con más de treinta años debería bailar como tú —oyó
que decía Elena cuando acabó la canción.
Riley comenzó a hablar con voz jadeante tras haber bailado
con April.
—Mi padre tiene cincuenta y cuatro años, y baila genial.
Encima del escenario, claro. No creo que baile en ningún otro sitio.
—Solía hacerlo. —April se retiró el pelo de la cara—. Después
de los conciertos, acabábamos en algún club y bailábamos hasta que cerraba. A
veces los dejaban abiertos sólo para él. De toda la gente con la que he bailado
él es... —Se detuvo, luego encogió los hombros y se inclinó para acariciar a la
perra. Un momento después, sonó su móvil y ella salió de la cocina para atender
la llamada.
El día anterior había oído sin querer cómo hablaba con un
hombre que se llamaba Marc. Antes, había sido Brad. La misma April de siempre.
Y ahí estaba el mismo Jack que se ponía duro cuando la tenía cerca. Quería
hacer el amor con ella de nuevo. Quería derribar sus barreras y descubrir dónde
residía su fuerza.
Tenía que marcharse para asistir a varias reuniones en Nueva
York y quería pedirle que cuidara de Riley unos días mientras él no estaba.
Confiaba en ella para cuidar a su hija. Pero no confiaba en ella para cuidar de
sí mismo.
Alguien comenzó a aporrear la puerta principal justo cuando Damon
bajaba de darse una ducha. Abrió y vio a Nita Garrison. Detrás de ella había un
polvoriento sedán negro. Damon se volvió hacia la cocina.
—Elena, tienes visita.
Nita le golpeó la rodilla con el bastón, y él retrocedió por
instinto, dejando suficiente espacio para que ella se colara. Elena salió de la
cocina seguida por una estela de deliciosos olores.
—Oh, Dios mío, no —-gimió Elena cuando vio a Nita.
—Te dejaste los zapatos en las escaleras —la acusó Nita—. Me
tropecé con ellos y me caí. Tengo suerte de no haberme partido el cuello.
—No me dejé los zapatos en las escaleras y usted no se cayó.
¿Cómo vino hasta aquí?
—Con el loco de Chauncey Crole. Escupió por la ventana como
siempre. —Olisqueó el aire—. Huele a pollo frito. Jamás me haces pollo frito.
—Eso es porque no encuentro veneno que añadirle.
Nita chasqueó la lengua y luego volvió a golpear la rodilla
de Damon por reírse.
—Tengo que sentarme. Por culpa de esa caída tengo
magulladuras por todo el cuerpo.
Riley salió de la cocina con Puffy trotando tras ella.
—Hola, señora Garrison. Hoy he estado practicando con el
libro.
—Tráelo y déjame ver cómo lo haces. Pero antes, búscame una
silla cómoda. Hoy tuve una terrible caída.
—Hay una en la sala. La acompañaré. —Riley la guió hasta
allí.
Elena se pasó el dorso de la mano por una mancha de harina
que tenía en la mejilla. Y sin ni siquiera preguntar a Damon dijo:
—Será mejor que le diga a April que saque otro cubierto.
—Esa mujer no va a cenar con nosotros —dijo él.
—Entonces busca la manera de deshacerte de ella. Créeme, te
será imposible.
Damon la siguió a la cocina sin dejar de protestar, pero Elena
no le hizo ni caso. Él miró al comedor y vio que habían puesto en la antigua
mesa Duncan Phyfe unos mantelitos individuales con flecos, unos platos antiguos
azules y blancos, un cuenco con piedras que Riley había recogido y un jarrón
con flores. Lo único que faltaba para completar la estancia era los murales que
Elena se negaba a pintar. April lo ignoró olímpicamente mientras llenaba los
vasos con té helado. Intentó ayudar a Elena, pero al final estorbaba más que
ayudaba y se apartó de su camino. Jack apareció con pinta de haberse dado una
ducha fría. A Elena se le cayó la cuchara de madera.
—Dichosos los ojos que te ven, Elena —dijo Jack cogiendo una
cerveza de la nevera.
—Esto..., hola. —Tiró un paquete de harina cuando se inclinó
a ciegas para recoger la cuchara.
Damon cogió unas servilletas de papel.
—Tenemos compañía inesperada en la sala, Jack, así que
tendrás que esfumarte. —Señaló a Elena con la cabeza—. Estoy seguro de que tu
fan número uno te llevará la cena.
Jack siguió a April con la vista, pero ella pareció no darse
cuenta.
—No puedo estar escondiéndome todo el tiempo —dijo—. Tu
granja es propiedad privada. Aunque la gente sospeche que estoy aquí, no podrán
entrar.
Pero Damon se había pasado veinte años evitando que nadie lo
relacionara con Jack, y no quería que Nita Garrison le contara a todo el mundo
que Jack estaba allí.
—Papá entró hoy en la cervecería —dijo Riley desde la
puerta—. Llevaba ropa de trabajo y no se puso los pendientes, así que nadie lo
reconoció.
—¿Reconocer a quién? —Nita apareció detrás de ella—. ¿A ese
jugador de fútbol americano? Todos saben que está aquí. —Vio a Jack—. ¿Y tú
quien eres?
—Es mi padre —dijo Riley con rapidez—. Se llama... Weasley.
Ron Weasley.
—¿Qué hace aquí?
—Es... es el novio de April.
April parpadeó mientras señalaba hacia el comedor.
—Espero que nos acompañe a cenar.
Elena soltó un bufido.
—Como si no fuera ésa su intención.
—-No me importaría cenar con vosotros. Dame el brazo, Riley,
así no me volveré a caer.
—La señora Garrison piensa que Riley es estúpido —anunció
Riley sin dirigirse a nadie en particular.
—No pienso que tú seas estúpida —dijo Nita—, sólo tu nombre,
y eso no es culpa tuya, es culpa de él. —Dirigió una mirada acusadora a Jack.
—Fue idea de su madre —comentó él—. Yo quería llamarla
Rachel.
—Jennifer hubiese sido mejor. —Nita empujó a Riley hacia el
comedor.
Jack miró a Elena.
—¿Quién demonios es ésa?
—Unos la llaman Satanás. Otros Belcebú. Tiene muchos nombres.
Damon sonrió.
—Es la patrona de Elena.
—Sí, mi patrona. —Elena apuñaló un pincho de la bandeja.
—Menuda suerte —dijo Jack.
Elena sacó una bandeja de espárragos asados del horno. Todos
comenzaron a llevar platos a la mesa. Elena achicó los ojos cuando vio que Nita
se había sentado en la cabecera de la mesa. Riley se sentó a su izquierda de
inmediato. Damon dejó la panera sobre la mesa y se sentó con rapidez en la otra
cabecera, tan lejos de la anciana como pudo. Jack colocó el puré de patata
sobre la mesa con la misma rapidez y se apresuró a sentarse entre Riley y Damon.
April y Elena se dieron cuenta a la vez de que sólo quedaban dos sillas vacías,
una junto a Damon y otra junto a Nita. Las dos corrieron hacia la primera.
April tenía ventaja, pero Elena jugó sucio y le dio un empujón. Cuando April
perdió el equilibrio, Elena se sentó en la silla.
—Touchdown...
—Has hecho trampa —siseó April por lo bajo.
—Niñas... —dijo Jack.
April se sacudió el pelo y se dirigió hacia el último asiento
libre junto a Nita que le estaba contando a Riley sobre lo criticona y mandona
que era Elena. April se sentó. Y todos comenzaron a comer. Después de que April
se llenara el plato, Damon se sorprendió al verla inclinar la cabeza sobre la
comida durante unos momentos. ¿Cuándo había ocurrido eso? Nunca lo había hecho
antes.
—Coge sólo un panecillo —le dijo Nita a Riley, cogiendo dos
para sí misma—. Si tomas más volverás a engordar.
Elena abrió la boca para salir en defensa de Riley, pero
Riley se defendió sola.
—Lo sé. Ya no tengo tanta hambre como antes.
Cuando Damon miró la mesa, vio una parodia de la típica
familia americana. Era como una postal de Norman Rockwell. Una abuelita que no
era abuelita. Unos padres que no lo eran. Elena, que no asumía ningún rol,
salvo como admiradora de Mad Jack. Seguro que le servía a Jack el mejor trozo
de pollo y se levantaba corriendo a traerle un tenedor limpio si se le caía por
accidente. Damon recordó haberse sentado a las mesas de sus amigos cuando era
niño, anhelando una familia propia. Debería haber tenido más cuidado con lo que
deseaba.
Todos elogiaron la comida de Elena excepto Nita, que se quejó
de que los espárragos necesitaban un poco más de mantequilla. El pollo estaba
dorado y jugoso. El bacon salado y crujiente coronaba el puré de patatas que
llevaba un aderezo picante. Elena no había quedado satisfecha con los
panecillos, pero los demás no les había encontrado ninguna pega y los estaban
devorando.
—La señora Garrison enseñaba bailes de salón—anunció Riley.
—Ya lo sabemos —dijeron Damon y Elena al unísono.
Nita observó a Jack.
—Me suenas de algo.
—¿Yo? —Jack se limpió la boca con la servilleta.
—¿Cómo era tu nombre?
—Ron Weasley —dijo Riley tomando un sorbo de leche.
Riley estaba aprendiendo buenas mañas, y Damon le guiñó el
ojo. Esperaba que Nita no estuviera demasiado familiarizada con Harry Potter.
Creía que Nita seguiría con su interrogatorio, pero no lo
hizo.
—Los hombros —dijo, y automáticamente Riley se irguió en la
silla. Nita paseó la mirada de April a Damon—-. Vosotros dos os parecéis mucho.
—¿De veras? —April se sirvió otro espárrago asado.
—¿Tenéis algún parentesco?
Damon se puso tenso, pero su hermanita se había nombrado a sí
misma guardiana de los secretos familiares.
—La señora Garrison me ha estado dando clases de posturas
—-dijo—, ya sé caminar con un libro en la cabeza.
Nita señaló a Elena con el tercer panecillo que tomó de la
panera.
—No es la única que necesita clase de posturas.
Elena la fulminó con la mirada y plantó los codos sobre la
mesa.
Nita le dirigió una sonrisa triunfante.
—Pero qué chiquilla eres.
Damon sonrió. Elena estaba siendo muy infantil, pero se la
veía tan bonita mientras lo hacía, con esa mancha de harina en la mejilla, el
mechón de pelo cayéndole por el cuello y esa expresión testaruda. ¿Cómo una
mujer tan dejada podía resultar tan atractiva?
Nita centró su atención en Damon.
—Los jugadores de fútbol americano ganan mucho dinero por no
hacer nada.
—Bastante —dijo Damon.
Elena salió en su defensa.
—Damon trabaja muy duro en lo suyo. Ser quarterback requiere
mucho esfuerzo físico. Y siempre es un desafío mental.
Riley respaldó a Elena de inmediato.
—Damon ha jugado la SuperBowl tres años consecutivos.
—Apuesto lo que quieras a que soy más rica que tú —dijo Nita.
—Tal vez. —Damon la miró por encima de una alita de pollo—.
¿A cuánto asciende su fortuna?
Nita soltó un bufido indignado.
—No pienso decírtelo.
Damon sonrió.
—Pues entonces no lo sabremos nunca.
Jack, que podía comprar y vender a los dos, soltó un bufido
de diversión. La señora Garrison se metió un palillo entre los dientes y se
dirigió a él.
—¿Y tú a qué te dedicas?
—Ahora mismo estoy construyendo el porche de Damon.
—Ven a echarle un vistazo a las repisas de mis ventanas la
semana que viene. La madera está podrida.
—Lo siento —dijo Jack impertérrito—. No me dedico a las
ventanas.
April le sonrió, y Jack le devolvió la sonrisa. Entre ellos
se estableció una corriente íntima que dejó fuera a todos los demás. Sólo duró
un momento, pero fue algo que no se le escapó a nadie de la mesa.
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