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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

12 enero 2013

La seductora Capitulo 18


Capitulo 18
El dormitorio de Elena podía ser el más pequeño de la planta superior, pero también era el que estaba más lejos de la señora Garrison, y tenía un diminuto balcón que daba a la parte trasera. Elena estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la lujosa alfombra rosa, y apoyaba la espalda contra el acolchado cubrecama de flores mientras estudiaba el dibujo que acababa de terminar. Los ojos de Nita parecían los de un hurón. Tendría que arreglarlo... o tal vez, no.

El reloj dorado de la mesilla de noche marcaba la medianoche. Dejó a un lado el bloc con los bocetos, bostezó y cerró los ojos. En su mente veía la imagen de la caravana bajo los árboles. Imaginó una luz titilante en la ventana, llamándola a casa. Pero la caravana no era su hogar, y pronto se repondría de esa pérdida de la misma manera que había superado la pérdida de los demás hogares en los que había estado, dejando atrás a todas las personas que le habían importado.
Sintió un golpe en la puerta del balcón y dio un respingo. Al mirar por encima del hombro, vio una figura amenazadora. El corazón se le aceleró. Una amalgama de emociones —anticipación, temor, cólera— la inundaron a la vez. Se levantó de la alfombra, se acercó a la puerta del balcón y la abrió de golpe.
—¿Qué crees que estás haciendo? Casi me da un infarto.
—Provoco ese efecto en las mujeres. —Damon entró en el dormitorio. Olía genial, a algo exótico y cálido, mientras que ella olía a croquetas de patata hervida con cebolla. Él le dirigió una mirada a la arrugada camiseta de Goodyear de Elena con viejas manchas de pintura en el logotipo. Ni siquiera se había lavado el pelo esa mañana porque Nita había aporreado con el bastón la puerta del cuarto de baño exigiendo el desayuno. Bueno, él parecía bastante más crítico con el dormitorio rosa que con ella.
—¿Dónde tienes las barbies?
—Podías haber llamado —replicó ella—. O, mejor todavía, podías haber continuado ignorándome. —Sonaba como una ex novia malhumorada, pero le dolía que él se hubiera mantenido apartado a pesar de que eso era lo que ella había querido que hiciera.
—Llamar no es divertido. —Damon vestía unos vaqueros descoloridos y una camisa negra con la parte delantera plisada como la camisa de un esmoquin. ¿A quién se le habría ocurrido semejante cosa? Y lo peor era que a él le quedaba genial.
—¿Cómo sabías que ésta es mi habitación?
Él le deslizó el dedo debajo de la manga de la camiseta de Goodyear para acariciarla.
—Es la única con luz.
Si no fuera tan tarde, si Nita no le hubiera robado hasta el último gramo de paciencia, y si Elena no le hubiera echado tanto de menos, podría haberle ocultado mejor sus maltratados sentimientos. Al final, apartó el brazo de un tirón.
—Llevas toda la semana ignorándome y ahora decides aparecer de pronto en mitad de la noche.
—Sabía que me echarías de menos si te daba tiempo.
—Vete.
El la miró con esos ojos grises-azulados de ensueño y le acarició la mejilla con el pulgar.
—Estás agotada. ¿No has tenido suficiente?
A ella le costó apartar los ojos de la piel bronceada que asomaba por la V del cuello abierto de la camisa.
—He tenido de sobra.
—Vale. Dejaré que vuelvas.
Elena no pudo evitarlo y chasqueó la lengua.
Damon curvó los labios.
—Piensas continuar con tu habitual terquedad, ¿verdad?
—No sé actuar de otra manera. —Agarró una pila de ropa limpia y la metió en el cajón del tocador—. Vete. No te he invitado, y no quiero discutir contigo.
—Así que ésas tenemos. —Se sentó en la desgastada silla rosa del tocador. Debería parecer afeminado, pero por el contrario la silla lo hacía parecer incluso más viril—. Sólo piensas en ti, Elena. No digo que estés siendo egoísta, pero creo que deberías pensar en alguien más que en ti misma de vez en cuando. —Extendió las piernas y cruzó los tobillos—. Por ejemplo en Riley. No ha comido nada decente desde que te has ido.
—Contrata una cocinera. —Elena se arrodilló para recoger los bocetos de la alfombra.
—Sabes que no puedo hacerlo mientras Mad Jack ande por allí. Y ahora el muy condenado ha decidido que quiere levantar el porche él mismo. Hasta ahora, los trabajadores no le han reconocido, pero sólo porque se mantiene al margen, y nadie espera encontrarse a una figura legendaria del rock subido a una escalera con un martillo en la mano. —Estiró las largas piernas, embutidas en los vaqueros, por delante de ella—. Pero con una asistenta en casa la cosa sería otro cantar.
Ella recogió un lápiz de debajo del tacón de las botas de Damon.
—Jack se irá pronto, y Riley con él. Tus problemas desaparecerán con ellos.
—No estoy demasiado seguro de eso. —Damon apartó la pierna—. No pido favores con facilidad, pero necesito un poco de ayuda.
Ella recogió los últimos dibujos y se puso de pie.
—Ya tengo trabajo.
—Y no te gusta. —Se levantó de la silla.
Elena levantó la vista hacia él, el pequeño dormitorio parecía más pequeño todavía. Sólo había una manera segura de sacarlo de allí.
—¿Cuánto me pagarás?
Ella esperaba que comenzara a sacar billetes de cien dólares de los bolsillos para poder largarlo a patadas. Pero él simplemente se pasó el pulgar por el vendaje de la muñeca.
—Nada. Te pido un favor de amigo. Que cocines para nosotros el domingo.
Así, sin más, la había dejado sin argumentos.
—Sé que es mucho pedir —dijo él—, pero todos te lo agradeceríamos. Si me das una lista, compraré todo lo que haga falta.
Había estado absolutamente segura de que le ofrecería dinero, lo que le habría dado la excusa perfecta para tirarle a la cara la cena del domingo, pero él había manejado la situación con astucia y ahora se comportaría como una maleducada si se negaba. Dejó caer los bocetos en la cama y pensó en lo mucho que echaba de menos la granja. Quería hablar con Riley. Quería ver los muebles nuevos y pasear a Puffy, y quedar en evidencia delante de Jack. Quería todo aquello otra vez. De nuevo volvía aquel viejo sentimiento de debilidad de intentar pertenecer a donde no pertenecía.
—¿Van a estar todos allí?
Damon apretó la boca.
—Quieres volver a quedar como una idiota delante de Mad Jack, ¿no?
—Ahora soy más madura.
—Seguro. —Damon tomó los bocetos de la cama-—. Sí, estarán todos. Dime qué necesitas.
Mientras la cosa fuera en familia, podría ir. Sólo esta vez. Revisó mentalmente el contenido de la despensa y le hizo una lista que Damon no se molestó en apuntar. Él recogió el boceto final y lo sostuvo en alto.
—Está genial, pero creía que estabas dibujando al perro.
—Nita decidió que también quería salir en el retrato. —Aunque se preocupaba más por las labores de Elena como criada que por la pintura—. ¿No te ibas?
La mirada de Damon se dirigió a la cama.
—Definitivamente, no.
Elena se apoyó la mano en la cadera.
—¿Crees que me voy a quitar la ropa sólo porque estás aburrido y decidiste asaltar mi habitación esta noche? Me parece que no.
Damon arqueó las cejas.
—Vaya, veo que te cabreó de verdad que me mantuviera a un lado. —Él la señaló con el dedo—. Pues no eres la única que tiene derecho a estar enfadada.
—¡Yo no te he hecho nada! Necesitaba un trabajo, y no me digas que me habrías dado uno porque no es verdad.
—Yo contaba contigo, y tú me volviste la espalda. Ni siquiera te importó cómo me sentía.
Él parecía disgustado, pero ella no se lo tragó.
—Sabes cuidarte tú solo. Lo que te cabrea de verdad es no salirte con la tuya. —Elena se acercó a la puerta del balcón para echarlo de una vez, pero cuando agarró la manilla, imaginó el cuerpo de Damon tirado en el suelo con las piernas rotas y retrocedió.
—Lo que de verdad me cabrea—dijo él a sus espaldas—, es haber creído que podía contar contigo.
Ella apretó los dientes ante la punzada de culpabilidad que sintió y atravesó el dormitorio.
—Será mejor que salgas por la puerta principal. No hagas ruido, o esto se convertirá en un suplicio chino.
Él le dirigió una mirada dura, pasó por su lado y abrió la puerta. Ella lo siguió al pasillo con una alfombra rosa, pasaron delante de un cuadro espantoso de un canal veneciano, y bajaron las escaleras; lo acompañó para poder cerrar la puerta con llave cuando él saliera. Al llegar al último escalón, Damon se detuvo en seco y se giró. Ella estaba un escalón más alto y sus ojos quedaban a la misma altura. Bajo la luz de la polvorienta lámpara de araña, la cara de Damon era misteriosa y familiar. Ella intentó hacerle ver que lo comprendía, pero, ¿cómo iba a hacerlo? Él vivía en las estrellas y ella con los pies en el suelo.
Se mantuvo inmóvil cuando él levantó las manos y le pasó los dedos por el pelo. La goma elástica que apenas le sujetaba la coleta se soltó cuando llegó a ella.
El beso fue duro y apasionado. Ella se olvidó de todo y le deslizó los brazos alrededor del cuello. Ladeando la cabeza, Elena abrió la boca para él. Él le ahuecó el trasero y lo apretó. Ella se acercó más y sus caderas se rozaron contra las de él.
Damon se apartó tan bruscamente que ella perdió el equilibrio y tuvo que agarrarse a la barandilla metálica para no caer. Por supuesto, él lo notó. Elena se pasó la mano por la cabeza, haciendo caer la goma que se le había enredado en el pelo.
—Estás demasiado aburrido.
—No estoy aburrido. —Su voz baja y áspera le rozó la piel como si fuera papel de lija—. Lo que siento es... —cerró la mano en torno al desnudo muslo de Elena, por debajo del dobladillo de los pantalones cortos—. Lo que siento es... un cuerpecillo cálido y apetecible...
Sus palabras se interrumpieron justo en los labios de Elena. Ella se relamió para saborearlo.
—Lo siento. Ahora que lo hemos hecho, he satisfecho mi curiosidad y ya no estoy interesada. No te ofendas.
Damon le sostuvo la mirada. Con toda intención le rozó el pecho con la yema de los dedos.
—No me siento ofendido.
Cuando el pezón de Elena se puso como un guijarro, él le dirigió una sonrisa satisfecha y se dio la vuelta para salir de la casa.

A la mañana siguiente, cuando salió a la acera para coger el periódico dominical de Nita, Elena sintió como si tuviera resaca. La noche anterior, Damon había intentado cambiar las reglas. No tenía derecho a estar enfadado con ella sólo porque no le besaba el culo como todos los demás. Ya se vengaría esa tarde cuando fuera a la granja. Lo provocaría y le haría perder la cabeza.
Al inclinarse para coger el periódico, oyó un siseo al otro lado de la cerca. Levantó la vista y vio a Syl, la dueña de la tienda de segunda mano, mirando nerviosa a un lado y otro de los arbustos a través de unas gafas rojas de ojos de gato. Syl tenía el pelo entrecano y unos labios finos que había perfilado con un lápiz de labios rojo oscuro. A Elena le había gustado su sentido del humor cuando se habían conocido en el Barn Grill después de la pelea, pero ahora parecía muy seria y siseaba como una manguera para que Elena se acercara.
—Ven, acércate. Tenemos que hablar contigo.
Elena se metió el periódico bajo el brazo y siguió a Syl donde le indicaba. Había un Impala dorado aparcado al otro lado de la calle de donde salieron dos mujeres: la administradora de Damon, Mónica Doyle; y una delgada mujer afroamericana de mediana edad a la que Syl presentó con rapidez como Penny Winter, la propietaria de la tienda de antigüedades El Ático de Tía Myrtle.
—Llevamos toda la semana intentando hablar contigo —dijo Syl cuando las mujeres se agruparon alrededor—-. Pero cada vez que vas al pueblo, ella está contigo, así que decidimos vigilar la casa antes de ir a la iglesia.
—Todo el mundo sabe que Nita se pone histérica si no puede leer el periódico dominical. —Mónica sacó un pañuelo del bolso azul y amarillo de Vera Bradley que hacía juego con un elegante traje azul—. Eres nuestra última esperanza, Elena. Tienes que utilizar tu influencia con ella.
—Yo no tengo ninguna influencia—dijo Elena—. Ni siquiera me soporta.
Penny jugueteó con la cruz de oro que llevaba al cuello.
—Si eso fuera verdad, ya se habría librado de ti a estas alturas como ha hecho con todo el mundo.
—Sólo llevo aquí cuatro días —contestó Elena.
—Todo un récord. —Mónica se pasó el pañuelo por la nariz con un delicado toque—. No tienes ni idea de cómo avasalla a la gente.
A ella se lo iba a decir.
—Tienes que convencer a Nita para que apoye el proyecto Garrison Grow. —Syl se ajustó las gafas de ojos de gato—. Es la única manera de salvar este pueblo.
El proyecto Garrison Grow, según le contaron a Elena, era el plan que los dirigentes de la ciudad habían ideado para intentar levantar el pueblo.
—Los turistas pasan por el pueblo cada dos por tres camino de las Smokies —dijo Mónica—, pero no hay restaurantes decentes, ni hoteles, ni sitios donde comprar, y nunca se detienen. Si Nita nos dejara llevar a cabo el proyecto Garrison Grow, podríamos cambiar eso.
Penny jugueteó con el botón negro de la pechera de su vestido.
—Incluso sin las franquicias nacionales, podríamos aprovechar el factor nostalgia y convertir a Garrison en el reflejo de los antiguos pueblos americanos antes de que fueran invadidos por las grandes cadenas multinacionales como KFC.
Mónica volvió a colocarse el bolso en el hombro.
—Naturalmente, Nita se niega a cooperar.
—Sería muy fácil captar a los turistas si ella nos dejara hacer algunas mejoras —dijo Syl—. Nita no tendría que poner ni un centavo.
—Syl lleva años intentando abrir una auténtica tienda de regalos en el local junto a la tienda de segunda mano —dijo Penny—, pero Nita odiaba a su madre y no quiere alquilársela.
Cuando las campanas de la iglesia comenzaron a doblar, las mujeres le explicaron a grandes rasgos otras partes del proyecto Garrison Grow, que incluía un Bed & Breadfast, transformar Josie's en un restaurante decente, y dejar que alguien que se llamaba Andy Berilio añadiera una cafetería a la panadería.
—Nita dice que las cafeterías son sólo para los comunistas -—dijo Syl con indignación—. Pero, ¿qué iba a hacer un comunista en el este de Tennessee, por Dios Bendito?
Mónica se cruzó de brazos.
—Y de todas formas, ¿a quién le preocupan los comunistas en estos tiempos?
—Lo único que Nita quiere es asegurarse de que todos los habitantes del pueblo sepan lo que ella opina de nosotros —dijo Penny—. No me gusta hablar mal de nadie, pero está dejando morir el pueblo sólo por despecho.
Elena recordó la expresión ansiosa que Nita mostraba en las fotos de sus primeros días en Garrison y se preguntó cómo serían las cosas ahora si las mujeres del pueblo le hubieran dado la bienvenida con los brazos abiertos en vez de rechazarla. No importaba lo que Nita dijera, Elena no creía que tuviera intención de vender el pueblo. Puede que odiara Garrison, pero no tenía otro lugar a donde ir.
Syl apretó el brazo de Elena.
—Eres la única persona que tiene influencia en ella ahora mismo. Convéncela de que estas reformas le llenarán los bolsillos. A ella le gusta el dinero.
—Os ayudaría si pudiera—dijo Elena—, pero la única razón por la que sigo aquí es porque le gusta torturarme. No escucha nada de lo que le digo.
—Puedes intentarlo —dijo Penny—. Es todo lo que te pedimos.
—Inténtalo —repitió Mónica con firmeza.

Nita se puso en pie de guerra por la tarde cuando Elena le anunció que iba a salir, pero Elena no flaqueó y, sobre las cuatro, en medio de amenazas de que llamaría a la policía, se dirigió a la granja en el Corvette descapotable. Desde su última visita habían cortado la hierba y reparado la cerca. Aparcó en el granero, junto al SUV de Jack. El aire caliente le golpeó la cara cuando cruzó el patio.
Riley salió disparada de la casa. La enorme sonrisa que lucía en la cara la hacía parecer una niña distinta de la triste niñita que Elena había encontrado dormida en el porche hacía tan solo una semana.
—¿Sabes qué, Elena? —le gritó—. ¡No nos vamos a casa mañana! Papá ha dicho que nos quedaremos más días para poder terminar el porche cubierto.
—¡Oh, Riley! Es genial. No sabes cuánto me alegro.
Riley la empujó hacia la puerta principal.
—April quiere que entres para poder enseñártelo todo. ¿Y sabes qué más? April le dio queso a Puffy, y Puffy empezó a soltar pedos apestosos, pero Damon me echó la culpa a mí y yo no lo hice.
—Sí, claro —dijo Elena con una sonrisa—. Échale la culpa a la perra.
—No, de verdad. Ni siquiera me gusta el queso.
Elena se rió y la abrazó.
April y Puffy las recibieron en la puerta principal. Dentro, el vestíbulo resplandecía como un atardecer gracias a la reciente capa de pintura color cáscara de huevo. Una alfombra estampada con remolinos en tonos terrosos cubría el suelo del vestíbulo. April le señaló a Elena con un gesto de la mano la ostentosa pintura abstracta que habían adquirido en una galería de Knoxville.
—¿A que queda genial? Tenías razón sobre lo de mezclar arte contemporáneo con las antigüedades.
El sinfonier de debajo era de madera y tenía una bandeja metálica donde reposaba la cartera de Damon y un juego de llaves, junto con una foto de él de niño donde aparecía con pantalones cortos y un casco de fútbol americano tan grande que le rozaba los hombros. Al lado del sinfonier, una percha de hierro forjado esperaba las chaquetas, y una rústica cesta de paja albergaba un par de zapatillas de lona y un balón de fútbol. Había una robusta silla de caoba con el respaldo labrado que ofrecía un lugar acogedor para cambiarse los zapatos o revisar el correo.
—Lo has diseñado todo para él. ¿Se ha dado cuenta de cómo lo has personalizado todo?
—Lo dudo.
Elena miró el espejo oval de la pared con el marco de madera tallada.
—Lo único que falta es un estante para su crema hidratante y el rizador de pestañas.
—No seas mala. ¿No te has dado cuenta de que casi nunca se mira en el espejo?
—Me he fijado. Pero no seré yo quien se lo diga.
A Elena le encantó el resto de la casa, en especial la sala, que estaba totalmente transformada con un par de manos de pintura pálida en tonos crema y una alfombra oriental de gran tamaño. Los paisajes que Elena había descubierto en la trastienda de una tienda de antigüedades combinaban a la perfección con la pintura contemporánea que April había colgado sobre la chimenea. Las sillas de piel que April había comprado ocupaban su lugar, junto con un mueble de nogal para albergar el equipo de música, y una mesita de café muy grande con cajones para los mandos y juegos de mesa. Había más fotos encima, algunas de él con amigos de la infancia, otras de adolescente y universitario. Por alguna razón Elena no creía que las fotos fueran cosa de él.
Damon estaba martilleando sin darse cuenta al ritmo de la música de Black Eyes Peas que salía de la cocina. Jack y él llevaban trabajando en el porche casi todo el día. Ya habían levantado las paredes, y comenzarían con el techo al día siguiente. Miró hacia la ventana de la cocina. Elena le había saludado con una inclinación de cabeza cuando llegó, pero no había salido a decirle hola y él tampoco había entrado. Estaba enfadado consigo mismo por haber perdido el control en las escaleras la noche anterior, pero al menos ahora la tenía en su terreno y no pensaba perder la ventaja. Elena amaba la granja, y si ella era demasiado terca para volver, él podía al menos recordarle lo que se estaba perdiendo. De una manera u otra, estaba determinado a obtener lo que quería... lo que ambos merecían.
Dentro, alguien subió el volumen de la música. Se suponía que April y Riley iban a ayudar con la cena, pero a April no le gustaba cocinar y vio cómo convencía a Riley de que dejara de pelar patatas para bailar con ella. Elena dejó la batidora a un lado y se unió a ellas. Se movía como un hada del bosque, agitando los brazos en el aire, mientras su coleta oscilaba de un lado a otro. Si hubiera estado sola, habría entrado a bailar con ella, pero no con April y Jack dando vueltas alrededor.
—Creía que Elena y tú lo habíais dejado. —La voz de Jack lo tomó por sorpresa. Aparte de pedirse alguna herramienta o sujetar algún tornillo, no se habían dirigido la palabra en toda la tarde.
—No exactamente. —Damon clavó un clavo a fondo. Había estado entrenando con el hombro malo y lo tenía resentido—. Estamos tomándonos un descanso, eso es todo.
—¿Un descanso de qué?
—Ya lo arreglaremos.
—Chorradas. —Jack se enjugó la cara con la manga—. No la tomas en serio. Para ti es sólo un rollo.
Elena le había estado diciendo eso mismo prácticamente desde el día que se conocieron, y Damon tenía que admitir que tenía parte de razón. Si la hubiera conocido en un bar o en la calle, no se habría fijado en ella, pero sólo porque ella jamás se le habría insinuado. Con tantas mujeres intentando llamar su atención, ¿cómo iba a fijarse en las que no lo hacían?
—Ten cuidado con ella —continuó Jack—. Parece que pasa de todo, pero sus ojos dicen lo contrario.
Damon se enjugó la frente con la manga de la camiseta.
—No confundas la realidad con la letra de tus canciones, Jack. Elena sabe exactamente lo que hay. Jack se encogió de hombros. —Supongo que la conoces mejor que yo. Fue lo último que se dijeron hasta que Damon entró para ducharse.

Jack observó cómo Damon desaparecía mientras se limpiaba el sudor de la frente. Aunque había tenido intención de pasar sólo una semana en la granja, no se iba a ir por el momento. April tenía su método de expiación, y él el suyo. Ese porche que estaba construyendo con Damon era un ejemplo. Mientras crecía, Jack se había pasado varios veranos trabajando con su padre, y ahora hacía lo mismo con Damon. Sabía que a Damon le importaba un bledo ese ritual padre-hijo, pero a Jack sí que le importaba.
Le gustaba cómo estaba quedando el porche. Era sólido. Su viejo habría estado orgulloso.
Elena abrió la ventana de la cocina. A través del cristal, Jack observó bailar a April; se movía con un ritmo ágil y sensual, y los mechones de pelo se agitaban alrededor de su cabeza.
—Nadie con más de treinta años debería bailar como tú —oyó que decía Elena cuando acabó la canción.
Riley comenzó a hablar con voz jadeante tras haber bailado con April.
—Mi padre tiene cincuenta y cuatro años, y baila genial. Encima del escenario, claro. No creo que baile en ningún otro sitio.
—Solía hacerlo. —April se retiró el pelo de la cara—. Después de los conciertos, acabábamos en algún club y bailábamos hasta que cerraba. A veces los dejaban abiertos sólo para él. De toda la gente con la que he bailado él es... —Se detuvo, luego encogió los hombros y se inclinó para acariciar a la perra. Un momento después, sonó su móvil y ella salió de la cocina para atender la llamada.
El día anterior había oído sin querer cómo hablaba con un hombre que se llamaba Marc. Antes, había sido Brad. La misma April de siempre. Y ahí estaba el mismo Jack que se ponía duro cuando la tenía cerca. Quería hacer el amor con ella de nuevo. Quería derribar sus barreras y descubrir dónde residía su fuerza.
Tenía que marcharse para asistir a varias reuniones en Nueva York y quería pedirle que cuidara de Riley unos días mientras él no estaba. Confiaba en ella para cuidar a su hija. Pero no confiaba en ella para cuidar de sí mismo.

Alguien comenzó a aporrear la puerta principal justo cuando Damon bajaba de darse una ducha. Abrió y vio a Nita Garrison. Detrás de ella había un polvoriento sedán negro. Damon se volvió hacia la cocina.
—Elena, tienes visita.
Nita le golpeó la rodilla con el bastón, y él retrocedió por instinto, dejando suficiente espacio para que ella se colara. Elena salió de la cocina seguida por una estela de deliciosos olores.
—Oh, Dios mío, no —-gimió Elena cuando vio a Nita.
—Te dejaste los zapatos en las escaleras —la acusó Nita—. Me tropecé con ellos y me caí. Tengo suerte de no haberme partido el cuello.
—No me dejé los zapatos en las escaleras y usted no se cayó. ¿Cómo vino hasta aquí?
—Con el loco de Chauncey Crole. Escupió por la ventana como siempre. —Olisqueó el aire—. Huele a pollo frito. Jamás me haces pollo frito.
—Eso es porque no encuentro veneno que añadirle.
Nita chasqueó la lengua y luego volvió a golpear la rodilla de Damon por reírse.
—Tengo que sentarme. Por culpa de esa caída tengo magulladuras por todo el cuerpo.
Riley salió de la cocina con Puffy trotando tras ella.
—Hola, señora Garrison. Hoy he estado practicando con el libro.
—Tráelo y déjame ver cómo lo haces. Pero antes, búscame una silla cómoda. Hoy tuve una terrible caída.
—Hay una en la sala. La acompañaré. —Riley la guió hasta allí.
Elena se pasó el dorso de la mano por una mancha de harina que tenía en la mejilla. Y sin ni siquiera preguntar a Damon dijo:
—Será mejor que le diga a April que saque otro cubierto.
—Esa mujer no va a cenar con nosotros —dijo él.
—Entonces busca la manera de deshacerte de ella. Créeme, te será imposible.
Damon la siguió a la cocina sin dejar de protestar, pero Elena no le hizo ni caso. Él miró al comedor y vio que habían puesto en la antigua mesa Duncan Phyfe unos mantelitos individuales con flecos, unos platos antiguos azules y blancos, un cuenco con piedras que Riley había recogido y un jarrón con flores. Lo único que faltaba para completar la estancia era los murales que Elena se negaba a pintar. April lo ignoró olímpicamente mientras llenaba los vasos con té helado. Intentó ayudar a Elena, pero al final estorbaba más que ayudaba y se apartó de su camino. Jack apareció con pinta de haberse dado una ducha fría. A Elena se le cayó la cuchara de madera.
—Dichosos los ojos que te ven, Elena —dijo Jack cogiendo una cerveza de la nevera.
—Esto..., hola. —Tiró un paquete de harina cuando se inclinó a ciegas para recoger la cuchara.
Damon cogió unas servilletas de papel.
—Tenemos compañía inesperada en la sala, Jack, así que tendrás que esfumarte. —Señaló a Elena con la cabeza—. Estoy seguro de que tu fan número uno te llevará la cena.
Jack siguió a April con la vista, pero ella pareció no darse cuenta.
—No puedo estar escondiéndome todo el tiempo —dijo—. Tu granja es propiedad privada. Aunque la gente sospeche que estoy aquí, no podrán entrar.
Pero Damon se había pasado veinte años evitando que nadie lo relacionara con Jack, y no quería que Nita Garrison le contara a todo el mundo que Jack estaba allí.
—Papá entró hoy en la cervecería —dijo Riley desde la puerta—. Llevaba ropa de trabajo y no se puso los pendientes, así que nadie lo reconoció.
—¿Reconocer a quién? —Nita apareció detrás de ella—. ¿A ese jugador de fútbol americano? Todos saben que está aquí. —Vio a Jack—. ¿Y tú quien eres?
—Es mi padre —dijo Riley con rapidez—. Se llama... Weasley. Ron Weasley.
—¿Qué hace aquí?
—Es... es el novio de April.
April parpadeó mientras señalaba hacia el comedor.
—Espero que nos acompañe a cenar.
Elena soltó un bufido.
—Como si no fuera ésa su intención.
—-No me importaría cenar con vosotros. Dame el brazo, Riley, así no me volveré a caer.
—La señora Garrison piensa que Riley es estúpido —anunció Riley sin dirigirse a nadie en particular.
—No pienso que tú seas estúpida —dijo Nita—, sólo tu nombre, y eso no es culpa tuya, es culpa de él. —Dirigió una mirada acusadora a Jack.
—Fue idea de su madre —comentó él—. Yo quería llamarla Rachel.
—Jennifer hubiese sido mejor. —Nita empujó a Riley hacia el comedor.
Jack miró a Elena.
—¿Quién demonios es ésa?
—Unos la llaman Satanás. Otros Belcebú. Tiene muchos nombres.
Damon sonrió.
—Es la patrona de Elena.
—Sí, mi patrona. —Elena apuñaló un pincho de la bandeja.
—Menuda suerte —dijo Jack.
Elena sacó una bandeja de espárragos asados del horno. Todos comenzaron a llevar platos a la mesa. Elena achicó los ojos cuando vio que Nita se había sentado en la cabecera de la mesa. Riley se sentó a su izquierda de inmediato. Damon dejó la panera sobre la mesa y se sentó con rapidez en la otra cabecera, tan lejos de la anciana como pudo. Jack colocó el puré de patata sobre la mesa con la misma rapidez y se apresuró a sentarse entre Riley y Damon. April y Elena se dieron cuenta a la vez de que sólo quedaban dos sillas vacías, una junto a Damon y otra junto a Nita. Las dos corrieron hacia la primera. April tenía ventaja, pero Elena jugó sucio y le dio un empujón. Cuando April perdió el equilibrio, Elena se sentó en la silla.
—Touchdown...
—Has hecho trampa —siseó April por lo bajo.
—Niñas... —dijo Jack.
April se sacudió el pelo y se dirigió hacia el último asiento libre junto a Nita que le estaba contando a Riley sobre lo criticona y mandona que era Elena. April se sentó. Y todos comenzaron a comer. Después de que April se llenara el plato, Damon se sorprendió al verla inclinar la cabeza sobre la comida durante unos momentos. ¿Cuándo había ocurrido eso? Nunca lo había hecho antes.
—Coge sólo un panecillo —le dijo Nita a Riley, cogiendo dos para sí misma—. Si tomas más volverás a engordar.
Elena abrió la boca para salir en defensa de Riley, pero Riley se defendió sola.
—Lo sé. Ya no tengo tanta hambre como antes.
Cuando Damon miró la mesa, vio una parodia de la típica familia americana. Era como una postal de Norman Rockwell. Una abuelita que no era abuelita. Unos padres que no lo eran. Elena, que no asumía ningún rol, salvo como admiradora de Mad Jack. Seguro que le servía a Jack el mejor trozo de pollo y se levantaba corriendo a traerle un tenedor limpio si se le caía por accidente. Damon recordó haberse sentado a las mesas de sus amigos cuando era niño, anhelando una familia propia. Debería haber tenido más cuidado con lo que deseaba.
Todos elogiaron la comida de Elena excepto Nita, que se quejó de que los espárragos necesitaban un poco más de mantequilla. El pollo estaba dorado y jugoso. El bacon salado y crujiente coronaba el puré de patatas que llevaba un aderezo picante. Elena no había quedado satisfecha con los panecillos, pero los demás no les había encontrado ninguna pega y los estaban devorando.
—La señora Garrison enseñaba bailes de salón—anunció Riley.
—Ya lo sabemos —dijeron Damon y Elena al unísono.
Nita observó a Jack.
—Me suenas de algo.
—¿Yo? —Jack se limpió la boca con la servilleta.
—¿Cómo era tu nombre?
—Ron Weasley —dijo Riley tomando un sorbo de leche.
Riley estaba aprendiendo buenas mañas, y Damon le guiñó el ojo. Esperaba que Nita no estuviera demasiado familiarizada con Harry Potter.
Creía que Nita seguiría con su interrogatorio, pero no lo hizo.
—Los hombros —dijo, y automáticamente Riley se irguió en la silla. Nita paseó la mirada de April a Damon—-. Vosotros dos os parecéis mucho.
—¿De veras? —April se sirvió otro espárrago asado.
—¿Tenéis algún parentesco?
Damon se puso tenso, pero su hermanita se había nombrado a sí misma guardiana de los secretos familiares.
—La señora Garrison me ha estado dando clases de posturas —-dijo—, ya sé caminar con un libro en la cabeza.
Nita señaló a Elena con el tercer panecillo que tomó de la panera.
—No es la única que necesita clase de posturas.
Elena la fulminó con la mirada y plantó los codos sobre la mesa.
Nita le dirigió una sonrisa triunfante.
—Pero qué chiquilla eres.
Damon sonrió. Elena estaba siendo muy infantil, pero se la veía tan bonita mientras lo hacía, con esa mancha de harina en la mejilla, el mechón de pelo cayéndole por el cuello y esa expresión testaruda. ¿Cómo una mujer tan dejada podía resultar tan atractiva?
Nita centró su atención en Damon.
—Los jugadores de fútbol americano ganan mucho dinero por no hacer nada.
—Bastante —dijo Damon.
Elena salió en su defensa.
—Damon trabaja muy duro en lo suyo. Ser quarterback requiere mucho esfuerzo físico. Y siempre es un desafío mental.
Riley respaldó a Elena de inmediato.
—Damon ha jugado la SuperBowl tres años consecutivos.
—Apuesto lo que quieras a que soy más rica que tú —dijo Nita.
—Tal vez. —Damon la miró por encima de una alita de pollo—. ¿A cuánto asciende su fortuna?
Nita soltó un bufido indignado.
—No pienso decírtelo.
Damon sonrió.
—Pues entonces no lo sabremos nunca.
Jack, que podía comprar y vender a los dos, soltó un bufido de diversión. La señora Garrison se metió un palillo entre los dientes y se dirigió a él.
—¿Y tú a qué te dedicas?
—Ahora mismo estoy construyendo el porche de Damon.
—Ven a echarle un vistazo a las repisas de mis ventanas la semana que viene. La madera está podrida.
—Lo siento —dijo Jack impertérrito—. No me dedico a las ventanas.
April le sonrió, y Jack le devolvió la sonrisa. Entre ellos se estableció una corriente íntima que dejó fuera a todos los demás. Sólo duró un momento, pero fue algo que no se le escapó a nadie de la mesa.

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