CAPÍTULO
11
Damon miraba a Elena, sentada al borde de la
piscina con el Mediterráneo de fondo. El corazón se le detuvo al darse cuenta
de que la había echado de menos y también al saber que ella no estaba
comportándose como él se habría esperado, basándose en las mujeres que conocía:
un cuerpo cubierto de aceite bronceador bajo el sol... revistas por todas
partes... y Caroline corriendo de un lado a otro llevando y trayendo bebidas.
Tenía
sus esbeltas piernas dobladas contra el cuerpo y la barbilla apoyada sobre las
rodillas. Los ojos de Damon recorrieron
hambrientos su piel desnuda, donde su cintura entraba y salía en una delicada
curva, Su biquini sencillo y negro, perfecto, le encendió la sangre y la libido
más que las diminutas tiras de tela que había visto en numerosas mujeres a lo
largo de los años. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo y parecía más
joven todavía. Porque era joven. Demasiado joven para todo lo que había
sufrido.
Doppo
estaba tumbado a su lado y volvió a maravillarse ante la devoción que se tenían
el uno al otro. Acababa de estar visitando la tumba de Bonnie, situada en una
colina detrás de la villa, y había visto que tenía flores frescas. Su padre no
lo habría hecho, dada su incapacidad para moverse; podrían haber sido Tommaso o
Caroline, pero...
Elena
sintió que estaba allí antes incluso de que Doppo lo viera y comenzara a agitar
el rabo. Se le puso la piel de gallina al verlo, apoyado contra un árbol,
observándola. Estaba guapísimo vestido con unos vaqueros, una camiseta negra y
el pelo mojado, como si estuviera recién duchado. Se sintió algo insegura por
estar en biquini y se levantó para cubrirse con un pareo.
Estaba
respirando deprisa por la excitación de volver a verlo cuando él se acercó.
—Te
ha dado el sol.
—Lo
sé...
—Te
sienta bien —la miró de arriba abajo antes de mostrarle una carta que ella reconoció.
Era la carta de condolencias que había enviado a las oficinas de Salvatore en
Londres hacía semanas — Me la han entregado en Roma, la habían reenviado allí.
—La
envié esa semana... después del accidente. No sabía qué hacer, cómo ponerme en
contacto con vosotros.
Esa
carta que, como pudo comprobar, se había enviado antes de que los dos se
conocieran aquella noche, le había calado muy hondo.
—¿Por
qué enviaste la carta, Elena? ¿Qué esperabas conseguir con ello?
Elena
no pudo evitar hablar con amargura, Al verlo junto al árbol observándola, se
había hecho la ilusión de que algo había cambiado pero, por supuesto, no había
sido así.
—Nada.
La envié para daros el pésame —se giró para que él no pudiera ver la emoción
que estaba intentando contener.
—¿Por
qué no me dijiste que trabajabas en el club, Elena?
—¿Cómo
te has enterado?
—Cuando
llegué a Roma un tal Matt había estado todo el día llamando para contactar
contigo. Finalmente hablé con él y me dijo que te debían parte del sueldo y que
querían saber adónde enviártelo.
—No
te lo dije porque no me habrías creído.
—También
dijiste que para ti era como un segundo hogar —le dijo casi en tono acusatorio,
—Y
lo era. Matt y su novio, Simón, y Barny, el portero, eran... son... como mi
familia. Yo solía llevar allí a Nicklaus todas las noches, me utilizaba como si
fuera su taxista y me hacía esperarlo en la calle. Una noche que hacía un frío
horrible, estaba intentando estudiar en el coche y Barny me dijo que podía
meterme en su pequeña oficina. Me preparó un té, me dio galletas... y eso se
convirtió en una rutina.
—¿Y
cómo acabaste trabajando allí?
—Una
noche la chica que trabajaba con él en la puerta se puso enferma y yo me ofrecí
a ayudarlo. Después, cuando ella dejó el puesto, comencé a trabajar allí. Nicklaus
me dio permiso porque quería caerle bien a Simón y porque como yo ya estaba
ganando dinero, ya podía cobrarme por la habitación donde dormía en su
apartamento.
—¿Te
cobraba un alquiler? —¡qué equivocado había estado!
—Ya
te dije que las cosas no eran lo que parecían.
Elena
deseaba que se marchara, que volviera a Roma o a cualquier otro sitio y la
dejara sola: no quería seguir dándole detalles de su vida, pero de pronto Damon se había acercado más y le había alzado la
barbilla para que lo mirara a los ojos.
—¿Y
las flores en la tumba de Bonnie?
—Me
gusta subir allí, es un lugar muy tranquilo, pero si prefieres que no vaya...
—No.
Gracias. Me ha gustado ver las flores allí.
Tenerlo
tan cerca era demasiado; se sentía aturdida por poder oler su seductor aroma y
dio un paso atrás.
—Cuando
estábamos en la Costa Esmeralda mencionaste la clase de sitio donde te gustaría
estar. Aquí hay un lugar parecido a ése, es el restaurante de un amigo.
Cenaremos allí.
—Oh,
no. No tenemos por qué ir...
—Sí,
claro que sí. Es un sitio informal, así que no hace falta que te arregles...
Esa
noche, mientras esperaba, Elena se dijo que no se trataba de una cita. Sabía
que sólo seguía allí por el asunto de la deuda que quedaba pendiente, pero
pensó que tal vez debería decirle a Damon
que la dejara marcharse para encontrar un trabajo y poder pagarle lo que
le debía. Mientras pensaba en ello, él apareció en la puerta principal con dos
cascos de moto en las manos.
La
recorrió con la mirada deteniéndose en sus vaqueros desgastados y en su camisa
negra sin mangas y con cuello alto. Llevaba el pelo suelto y unos mechones
rojizos dorados le caían sobre un hombro. Damon
pensó que no había visto nunca una imagen tan sexy, a pesar de que, como
siempre, habría preferido que llevara unos colores más vivos.
Pero
ella no era una amante que se vestía a conciencia para seducirlo, aunque, sin
darse cuenta, eso ya lo estaba haciendo. Era su esposa y entre ellos aún
quedaban muchas revelaciones pendientes, además de un deseo más urgente y
poderoso que nunca.
—¿Has
montado en moto alguna vez? —le dijo al entregarle el casco más pequeño.
Ella
negó con la cabeza.
—¿Cómo...?
Quiero decir, ¿cómo me subo?
Vio
a Damon alzar una pierna y sentarse
sobre el sillín: la tela de sus vaqueros se tensaba sobre los músculos de sus
muslos, y esa imagen le resultó tan erótica que las piernas se le hicieron
gelatina. Él le tendió una mano para ayudarla a subir y, una vez que ya estaba
sentada y que los dos tenían los cascos puestos, le agarró las manos y las
colocó alrededor de su cintura. Ella pudo notar los músculos de su abdomen
moverse cuando Damon arrancó la moto.
—Ahora,
échate sobre mí y no te sueltes.
Y
así se pusieron en marcha. En un principio, Elena sintió miedo de caerse, pero
cuando cruzaron los portones de la villa, y se incorporaron a la carretera de
la costa, comenzó a relajarse ante la espectacular y sobrecogedora vista del
sol poniéndose sobre el mar. Se detuvieron a un lado de la carretera para no
perderse detalle de la maravillosa escena y para Elena aquélla fue la
experiencia más hermosa que había compartido con nadie.
Tras
conducir un rato más a lo largo de la costa, se detuvieron junto a una playa. Damon bajó de la moto y la ayudó a descender
agarrándola por la cintura. Unas olas cristalinas rompían contra la orilla y Elena
se descalzó para sentirlas en sus pies. Damon
se unió a ella y la tomó por sorpresa al agarrarle la mano.
—No
pasa nada. No tienes por qué hacer esto —dijo Elena intentando soltarse.
—Elena,
las cosas han cambiado. Lo sientes y yo lo siento, no podemos negarlo... —la
llevó hacia sí y ella pudo sentirlo, excitado, contra su cuerpo. Un verdadero
deseo la invadió. —Esto es lo único que importa ahora. Ni el pasado ni el
futuro.
—Pero
la otra noche... cuando no quisiste...
—¿En
la villa?
Ella
asintió levemente.
—No
me parecía bien —y así era. A pesar de la fragilidad que vio en ella. Le
repugnó la idea de hacerle el amor allí y ahora se sorprendió a sí mismo al
jurarse en silencio que vendería esa casa.
Dio
un paso atrás y tiró de ella con delicadeza para que lo siguiera. Ella aceptó.
En
un momento ya estaban llegando a un restaurante con una terraza junto a la
playa donde Damon fue recibido
calurosamente por una señora mayor, que enseguida abrazó a Elena y la colmó de
besos. Ella no pudo evitar reírse, se sentía muy bien allí.
Los
llevaron a un piso superior donde había una única mesa con vistas al mar. Allí
charlaron y Damon le habló sobre cómo se
había fundado el negocio familiar. Ella nunca lo había visto tan relajado,
divertido y encantador.
Mientras
tomaban el café, la estaba mirando con tanta intensidad que Elena tuvo que
preguntarle:
—¿Qué?
¿Es que tengo algo en la cara?
Él
negó con la cabeza y a continuación le dijo:
—¿Por
qué te quedaste con tu hermano tanto tiempo? ¿Por qué te obligaste a pasar por
aquello?
genial¡ se pone cada vez mejor¡ espero con ganas el próximo y saber que le dirá elena¡ gracias¡ ^^
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