Capítulo 9
Elena sintió que Damon le hacía elevar la barbilla, y cerró los ojos. Hubiera querido que él no la viera así, que simplemente saliera solo esa noche. Pero él no lo había hecho. Y estaba observando su mandíbula hinchada, cubierta por un impresionante moretón.
Intentó soltarse, pero él no cedió y l e apartó el cabello del rostro.
— ¿Te has puesto hielo?
Ella lo miró a los ojos por primera vez.
—Me dolerá.
—Sólo los primeros segundos —aseguró él, y le tanteó la herida con mucho cuidado.
Al verla hacer una mueca de dolor y contener el aliento, maldijo en voz baja.
—No parece rota, pero deberíamos ir al hospital.
—Nada de hospital, sólo está hinchada.
Le sostuvo la mirada hasta que no pudo soportarlo más. Una honda emoción empezaba a embargarla y no sabía si podría contenerla. Él la hizo sentarse en un taburete. luego, sacó hielo de la nevera y lo envolvió en un trapo. se lo acercó suavemente a la mandíbula, y la tranquilizó cuando ella quiso apartarse instintivamente. El dolor casi le hizo desmayarse, pero pronto el frío le adormeció la zona.
Para vergüenza suya, lágrimas de rabia bañaron sus mejillas.
—Lo siento, yo sólo...
El shock empezaba a afectarle: lo había contenido desde que había sucedido. Empezaron a castañetearle los dientes, los brazos le temblaban sin control. Damon dijo algo, seguramente a Callista. La mujer había querido telefonearlo antes, pero Elena no se lo había permitido.
Al instante, Calista regresó con una copa de brandy. Damon le dijo que se marchara e hizo que Elena diera un sorbo a la copa, mientras le enjugaba dulcemente las lágrimas.
Una vez que el alcohol hizo efecto, Damon condujo a Elena fuera de la cocina. De camino, ordenó a Calista que avisara a su asistente de que estaría ocupado toda la noche estaba llevando a Elena al salón, cuando ella empezó a protestar.
—No, deberías salir. Tienes ese estreno... él le hizo sentarse y la miró fijamente.
-¿De veras crees que voy a quedarme dos horas viendo una estúpida película mientras tú estás aquí así?
Le quitó el hielo e inspeccionó la mandíbula de nuevo.
-¿Vas a decirme quién te ha golpeado? —inquirió, fulminándola con la mirada.
Elena dudó. No podía mentir, Calista sabía quién había sido.
-Ni se te ocurra intentar defender a quien ha hecho esto.
La vio palidecer y maldijo de nuevo. Le acercó la copa de nuevo. Tras un largo silencio, enarcó una ceja. No se detendría hasta que ella hablara.
-Mi padre ha venido a verme hoy —confesó ella agachando la cabeza, avergonzada de su progenitor. Suavemente, él le hizo elevar la cabeza de nuevo.
-¿Tu padre te ha hecho esto? ella asintió.
—Estaba borracho. Ha venido a decirme que he deshonrado a nuestra familia. Normalmente puedo esquivarlo, pero... hoy
Me ha pillado desprevenida. No he sido suficientemente rápida. No esperaba que viniera aquí.
Damon hervía de ira.
— ¿Ha hecho esto antes?
Ella asintió, cada vez más avergonzada. Se sentía muy débil.
—Aunque nunca hasta este punto. Siempre me ha odiado por recordarle la humillación de que mi madre lo abandonara... a él y a nosotras. Aprendí a esquivarlo. Pero hoy... no iba a explicar que estaba defendiendo a Damon cuando su padre la había golpeado tan salvajemente.
Muchas piezas empezaban a encajar en la mente de Damon: lo que había visto en la boda, el hecho de que ella hubiera sido enviada a un internado remoto...
-Por eso no has ido a tu casa ni una vez desde que llegaste aquí.
Ella asintió lentamente. Damon sintió un peso terrible en el pecho.
-Él no te envió aquí, ¿verdad? ni la noche de la fiesta, ni cuando te encontré en el estudio.
Elena negó con la cabeza. El corazón le latía con tanta fuerza que creía que iba a desmayarse.
—Entonces, ¿qué hacías aquí esa noche?
-La noche de la fiesta sucedió lo que te conté: no sabía adónde nos dirigíamos, y luego fue demasiado tarde. Intenté quedarme en la cocina, pero mi jefe me envió arriba —explicó
Elena, y se ruborizó—. De verdad no sabía quién eras. Había evitado leer cualquier noticia relacionada con el regreso de tu familia. Estaba demasiado avergonzada.
Se detuvo. No podía creer que él la estuviera escuchando. Ojalá la creyera.
—Y la noche del estudio... no estaba robando el testamento:
Intentaba devolverlo. Damon frunció el ceño.
-¿Cómo?
-La noche anterior, al regresar a casa, había encontrado a mi padre alardeando de tenerlo. Así conocí lo de tu madre. Él había enviado a alguno de sus secuaces a robarlo. para serte sincera, no sé cómo lo hizo, o si lo sacó de la mansión. Sólo supuse... y, cuando pude, se lo quité y lo traje aquí, pensando que podría dejarlo en un cajón o algo así —confesó ella, y desvió la mirada—. Me sentía fatal por tu familia, por lo que habíais sufrido, y no quería que él causara más problemas. Pero entonces apareciste tú...
-Y el resto es historia —terminó Damon sin pizca de humor.
Elena nunca lo había visto tan sombrío. El corazón le dio un vuelco.
-Elena, lo...
—Sé exactamente lo que parecía —le interrumpió ella—. Yo no me habría creído a mí misma. Por eso nunca intenté defenderme, sabía que no tenía sentido. Toda la situación me condenaba.
-No —dijo él, apretando la mandíbula—. Tu padre ha tenido que golpearte para que yo me diera cuenta de la verdad.
Elena sacudió la cabeza.
—Damon, no digas eso. Esto me lo he ganado yo sola. El respondió con fiereza.
—Esto no puede justificarse nunca, Elena. Si hubiera imaginado por un segundo que tu padre era capaz de algo así...—dijo, estremeciéndose de rabia. Le tocó suavemente la mandíbula.
-debes de estar exhausta —añadió con voz ronca. Elena asintió.
—Un poco.
Pero al pensar en irse a dormir, las imágenes se agolparon en su mente: el rostro furioso de su padre, el puñetazo que la había dejado inconsciente unos instantes, y al despertar verlo rebuscando en los cajones. Afortunadamente, Calista había llamado al guarda de la puerta, que había acompañado a su padre fuera de la propiedad, no sin antes haberle registrado los bolsillos, a petición de la propia Elena. Menos mal que no había encontrado nada digno de robar.
-No quiero ir a la cama —protestó, con más fiereza de la que pretendía, y vio que él hacía una mueca de dolor.
-No creerías que iba a pedirte...
Ella lo agarró de las manos, emocionada.
—No me refiero a eso. Lo que no quiero es irme a dormir, al menos todavía no. no quiero pensar en lo sucedido.
Damon asintió. A los pocos minutos, Elena estaba sentada en un cómodo sillón frente al televisor, tapada con una manta, mientras Damon iba a por algo de comida a la cocina. Al regresar, estuvo todo el rato pendiente de ella, e hizo que se tomara algo de sopa, ya que no podía masticar.
Elena sintió que una delicada cadena de plata los conectaba, y se agarró a ella con todas sus fuerzas.
Damon encendió la televisión, consciente de que ella necesitaba evadirse. Y así fue: Elena se dejó atontar por la película, mientras se recreaba en el abrazo protector de él.
Damon contempló la cabeza de ella apoyada contra su pecho, la mano posada con confianza sobre él. Su cabeza hervía de preguntas, de recriminaciones, sustentadas por una rabia primigenia. Quería salir en busca de Tito Gilbert y darle una paliza... se obligó a tranquilizarse.
De pronto, en la línea de sus anteriores sospechas, una burlona voz lo asaltó. ¿Y si todo aquello estaba preparado? ¿Y si era parte de un plan para despertar su simpatía y su confianza en ella? sintió náuseas: eso no podía ser. Ella había sido virgen. Todavía se enorgullecía de saber que había sido su único amante.
Demasiadas cosas habían cobrado sentido cuando Elena lo había explicado todo. estaba disgustado consigo mismo: ¿tan cínico se había vuelto en su niñez, que había creído que Elena llegaría a aquellos extremos para manipularlo?
Sombrío, apagó el televisor y se levantó del sofá con Elena en brazos. La llevó a su cama y, tras acomodarla en ella, se desvistió y se acostó a su lado, abrazándola.
***
Elena se despertó cuando comenzaba a amanecer. Detectó que estaba en la cama de Damon, en bragas y camiseta. Se excitó. Estaba tumbada de lado, y él la abrazaba por detrás, con la mano muy cerca de uno de sus senos. Estaba desnudo. A pesar de las magulladuras, su cuerpo empezó a reaccionar.
Temió que él se despertara y la encontrara aún en su cama, e hizo ademán de levantarse.
—Quédate dónde estás —murmuró él.
Ella dejó de moverse, pero no podía volverse a dormir, sobre todo sintiendo cómo se endurecía él, dándole ganas de provocarlo rozándole sus glúteos. Se le aceleró la respiración. Elevó la cabeza un instante, y contuvo el aliento ante la punzada de dolor de la mandíbula, recordatorio de la tarde anterior.
Damon se colocó sobre ella e inspeccionó el golpe. Maldijo en voz baja. Elena hizo una mueca de dolor. Sentía como si tuviera una pelota de fútbol en la mandíbula.
— ¿Tan mal aspecto tiene?
—Es de un glorioso color púrpura azulado, y tan grande como mi puño —dijo él irónico, y se puso serio—. Hoy vamos a ir al hospital, Elena, me da igual lo que digas.
Ella supo que no había discusión. Se quedó tumbada, sintiendo que el corazón se le hinchaba. Sin la barrera de la desconfianza entre ellos, se dio cuenta de que lo amaba. Sin pensarlo, le acarició la cicatriz de encima de la boca.
— ¿Cómo te la hiciste?
Damon le agarró el dedo y lo besó.
—Me gustaría decir que fue defendiendo a un niño más pequeño de unos matones... pero en realidad me caí aprendiendo a montar en bici cuando tenía tres años.
Elena sintió que lo amaba un poco más. Habría sonreído si no le doliera.
Damon estaba abrazándola de nuevo.
—Vuelve a dormir, lo necesitas.
—De acuerdo —dijo ella, adormilándose—. Pero despiértame y regresaré a mi cama al instante. No vio el dolor que atravesó el rostro de él.
Damon se quedó despierto, contemplando el amanecer, durante un largo rato.
***
Dos semanas más tarde, Elena contempló el conjunto de joyería para Klaus y Meredith. Movió la mandíbula con cuidado y se la tocó suavemente. La hinchazón había desaparecido, y del moretón sólo quedaba una débil mancha amarilla que podía disimularse con maquillaje.
Damon la había llevado a una clínica privada el día después del episodio, y habían desestimado que hubiera fractura; sólo era un enorme moretón. Desde aquella noche, Damon había sido increíblemente atento, renunciando a sus compromisos sociales para quedarse en casa con ella, a pesar de sus protestas. Habían pasado de salir prácticamente todas las noches, a cenar en casa. Una noche incluso, Damon la había
sorprendido prescindiendo de Calista y sirviéndole una cena cocinada por él mismo. Él no estaba haciendo nada por evitar que cada día se enamorara más, y sabía que no le haría gracia.
Claramente, se sentía culpable por haberla juzgado. Había insistido en que durmieran juntos cada noche, pero se había cuidado de no tocarla. La noche anterior, ella se había girado hacia él, en la cama, presa de la frustración. Sabía que Damon estaba erecto, lo sentía cada noche, pero se excusaba tratándola como si fuera de porcelana y pudiera romperse.
Ella lo había agarrado íntimamente.
—Ya estoy mejor, Damon, por favor...
Le avergonzaba pensar en lo ardientemente que había respondido cuando él por fin había gemido, le había quitado las bragas, y se la había colocado a horcajadas. Ella había sentido como si hubiera estado en el desierto un mes sin agua. Pero había sido ella quien lo había iniciado, no Damon.
Sacudió la cabeza y dio un respingo alarmada cuando oyó un ruido en la puerta. Miró, y vio a Damon apoyado tranquilamente. Se le aceleró el pulso, como siempre, y le sonrió tímidamente.
—Hola.
Lo vio sonreír y pensó en lo diferente que resultaba entonces del duro magnate... y del hombre que la había chantajeado fríamente.
Él se acercó y contempló las joyas. Elena observó nerviosa cómo las daba vueltas, mirándolas desde todos los ángulos.
-Eres muy buena, ¿lo sabías? —afirmó él, dejando las joyas sobre la mesa de nuevo.
Ella se encogió de hombros, avergonzada.
-Es lo que más me gusta hacer, así que, si puedo ganarme la vida con ello, seré feliz.
Damon tanteó la mandíbula herida con un dedo.
-Casi está curada. Elena asintió.
-Para mañana por la noche, cuando cenemos con Klaus y Meredith, puedo maquillármelo.
Lo vio asentir y marcharse, aunque por un segundo habría jurado que él quería decir algo. Lo olvidó cuando se sentaron a cenar, después de lo cual él se fue a trabajar a su estudio, y ella regresó a su taller para los últimos retoques a las joyas de Meredith. Al día siguiente iría a la ciudad a comprar unas cajas donde guardarlas.
***
Al día siguiente, Damon se hallaba de pie frente al ventanal de su despacho de Atenas. Miraba, pero en realidad no veía nada. Sólo podía pensar en una cosa: Elena. Ella estaba poniendo su mundo patas arriba. Para alguien que salía corriendo sólo con pensar en despertarse junto a una mujer, ya no podía relajarse hasta asegurarse de que ella sería lo primero que vería por la mañana.
Aún se sentía culpable por cómo su comportamiento la había puesto en peligro. A pesar de todo, ella le había rogado que no le hiciera nada a su padre, porque eso sólo avivaría los enfrentamientos. La mejor venganza era ignorar a Tito, aunque le resultara difícil.
Los días después de la agresión, a él no le había sido difícil contenerse de tocarla a nivel sexual. Su preocupación había superado a su deseo, y además había sentido algo más perturbador: que el amor con Elena le aportaba algo mucho más ambiguo que la venganza. Algo que le colocaba lazos de seda alrededor del cuello. Y esos lazos le recordaban un tiempo en que había jurado que no permitiría que nadie se le acercara tanto como para despertar esos sentimientos.
Sacudió la cabeza. odiaba ser introspectivo, así que cuando una llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos, lo agradeció.
—Adelante.
—Klaus Mikaelson ha venido a verle —anunció su asistente.
—Gracias, Thalía, hazlo pasar.
Sonrió al ver entrar a Klaus, y lo saludó calurosamente. Tras una hora hablando de negocios, Klaus se recostó en su asiento con una taza de café y miró a Damon. Extrañamente, Damon sintió que se le erizaba el vello.
—Ayer hablé con Elena. dice que tendrá las joyas listas para esta noche cuando vengáis a cenar. Espero que no la hayas presionado mucho para que las hiciera—comentó Klaus, y frunció el ceño—. Últimamente no os hemos visto a ninguno de los dos.
Damon esbozó una sonrisa tensa y luchó contra la imagen de regresar a casa cada tarde y encontrarse a Elena inmersa en su tarea, cubierta en el fino polvo de los metales y piedras
Preciosas con los que estaba trabajando, vestida con camisetas y monos desgastados, lo cual siempre lo excitaba sobremanera.
Se dio cuenta de que, ensimismado, aún no había contestado a
Klaus. Se ruborizó y habló secamente.
—En absoluto, ambos hemos disfrutado de un descanso de la vida social. Ha estado trabajando duro, pero ha disfrutado haciéndolo.
Eso era cierto. Varias noches, se había olvidado de él, hasta que le había quitado los auriculares de su mp3. Entonces ella se había girado hacia él y le había sonreído...
—Cuando oí que estabas viéndote con ella tuve mis dudas. Después de todo, ella es quien es, y había aparecido de pronto en casa de tu padre.
Damon le miró, y algo debió de reflejar su rostro, porque Klaus abrió las manos y dijo:
— ¿Qué ocurre? no puedes culparme, Damon. Todo el mundo pensaba lo mismo: Atenas está llena de mujeres hermosas, y tú habías elegido a la menos apropiada.
¿Qué diría su amigo si conociera la historia completa?
¿Llegaría a la misma conclusión que él, y condenaría a Elena antes de darle oportunidad de defenderse? ¿La chantajearía para que se convirtiera en su amante? Damon se puso en pie, agitado. ¿Se habría convertido ella en su amante por voluntad propia?
Se esforzó por decir algo, sintiéndose como un fraude, y detestando su actitud a la defensiva.
—Nuestra historia es asunto nuestro... existe cierta...sincronía en cómo nos conocimos.
Al decir eso, Damon recordó vívidamente la primera vez que la había poseído: cómo ella se había arqueado bajo él, animándolo a continuar, y cómo él había necesitado toda su habilidad y contención para no hacerle daño. Un sudor frío le inundó la frente. Estaba sintiéndose seriamente acorralado.
***
Elena llamó a la puerta del despacho exterior de Damon. Su asistente, Thalía, sonrió. Se habían conocido una noche en que Thalía había ido a la mansión porque Damon y ella tenían que trabajar hasta tarde.
—Hola, Elena. Damon está con Klaus Mikaelson, pero no debe de quedarles mucho. Yo me voy a comer —anunció, levantándose.
Elena la observó marcharse. Sacó una bolsa de papel con un sándwich para Damon y la dejó en la mesa. Se paseó por la antesala. Todo el edificio hablaba a gritos de riqueza y prestigio. Tras comprar las cajitas para las joyas, había decidido darse una vuelta por la oficina. Era la primera vez que la visitaba, y estaba emocionada.
Miró la bolsa de papel. Le había comprado un sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina. ¿No era lo más estúpido que había hecho nunca?
Dio un respingo cuando accionaron el picaporte y la puerta se abrió ligeramente. La reunión debía de haber terminado. Contuvo el aliento, pero no salió nadie. Le llegó la voz grave de Klaus.
—A Meredith y a mí nos cae muy bien.
A Elena se le detuvo el corazón.
—Ya lo sé —respondió Damon irritado.
¿Por qué estaba molesto?, se preguntó ella. Hubo un momento de silencio.
—Te aclaro que Elena y yo sólo somos... algo temporal. No tengo ningún deseo de asentarme con la primera mujer que se me cruce por el camino en Atenas.
-Reconozco que tal vez ella no sea una esposa de lo más «Apropiada».
Elena hizo una mueca de dolor, como si acabaran de clavarle un cuchillo. Damon rió, y el cuchillo se hundió un poco más.
—El que Elena se convierta en algo permanente en mi vida supondría tal vez traspasar los niveles de tolerancia de mi padre. Además, Atenas todavía habla de nuestra... asociación.
Klaus rió brevemente.
—Sabes cómo provocar, Salvatore... pero ¿ella sabe esto? el tono de Damon se volvió gélido.
-Elena sabe muy bien qué esperar de nuestra relación.
—Como te he dicho, a Meredith y a mí nos cae muy bien. No nos gustaría verla herida...
-¿Es eso una advertencia, Mikaelson? Klaus no se dejó impresionar.
-Tómatelo como quieras, Damon. Tan sólo creo que Elena no es como el resto de mujeres de nuestro entorno. Al principio, creí que sí lo era, pero después de conocerla...
—No tienes de qué preocuparte —le aseguró Damon con voz ronca—. Elena y yo sabemos perfectamente en qué punto nos encontramos.
Klaus rió brevemente.
—Meredith me ha enviado aquí con la mosca detrás de la oreja... luego os vemos a ti y a Elena. Estoy deseando ver las joyas terminadas.
Elena no esperó a oír el resto. Con piernas temblorosas, y sintiendo como si se hubiera quedado sin sangre, atravesó la antesala tambaleándose y casi corrió al ascensor.
Estaba bajando cuando recordó que había dejado la bolsa de papel sobre la mesa. Le aterrorizó pensar que él pudiera encontrarla, pero no tenía intención de dar marcha atrás. Salió tambaleante a la calle y se alejó lo antes posible de aquella oficina.
***
Un poco después, mientras pulía las joyas que había diseñado para Meredith, Elena se reprendió a sí misma. ¿Acaso esperaba que Damon milagrosamente sintiera algo por ella? era su amante, estaba con ella porque la deseaba, porque podía proporcionar a Katherine su boda soñada y porque Damon la había creído culpable de robo. desde que él había descubierto lo que realmente había sucedido, Elena había creído que las líneas estaban disipándose, pero tras la conversación que había escuchado, era evidente que no era así.
Ella, la ingenua, se había permitido creer que la ternura que él había demostrado en las dos últimas semanas significaba algo.
Posó una mano en su vientre, insegura. La otra noche, cuando le había rogado a Damon que hicieran el amor, no habían usado ningún método anticonceptivo. ella le había asegurado que se encontraba en un momento seguro de su ciclo, pero ya no estaba tan convencida.
La idea de tal vez haberse quedado embarazada le dio pánico, sobre todo después de oír las duras palabras de Damon y Klaus ese mediodía. Una cosa estaba clara: el fin de su relación era inminente, y mejor pronto que tarde. Damon no agradecería verse forzado a ser padre por un Gilbert. ¿Y si creía que ella lo había hecho a propósito? le dolía sentir que él todavía no confiaba en ella del todo.
Sonó el teléfono y, tras dar un respingo, Elena contestó.
— ¿Diga?
— ¿Por qué no te has quedado?
Elena agarró el teléfono con manos sudorosas y el corazón acelerado. El sándwich...
—Tenía que regresar a casa para envolver las joyas. Sólo me pasé a saludar, pero estabas ocupado.
Hubo un momento de silencio.
—Gracias por la comida.
Elena soltó una carcajada que le sonó falsa hasta a ella.
—De nada. No sé qué...
—Ha sido todo un detalle.
Ella agradeció estar sola, porque sintió que la humillación se apoderaba de ella.
—Regresaré a las siete. Te veo luego.
Y la conversación terminó. Elena notaba el corazón desbocado, estaba temblando y sudando; hecha un lío. Estaba enamorada y condenada. La familia Salvatore iba a reír la última, después de todo.
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