Capítulo 4
CUANDO oyó el golpe, Elena estaba echa un ovillo en la
butaca de mimbre que había metido dentro de la casa. Dio un respingo que casi
la tiró al suelo. ¿Quién podía llamar a la puerta después de medianoche? Se
cubrió con la manta porque sólo llevaba un escueto camisón.
-¿Por qué has vuelto? -le preguntó con un hilo de voz.
Damon ni siquiera se lo planteaba. Había vuelto porque
no podía estar lejos. Entró y cerró la puerta. Le tomó los dedos y los soltó de
la manta. Con las tupidas pestañas velando su mirada, le separó la manta de los
hombros y la dejó caer lentamente.
-¿Damon...? -susurró ella vacilantemente.
El apenas podía tomar aliento mientras observaba sus
curvas exuberantes y provocativas. Una lujuria insaciable lo atrapó con una
fuerza superior a cualquier vicio. El algodón blanco moldeaba sus pechos altos
y rebosantes y la tela era demasiado fina como para ocultar la protuberancia
rosada de los pezones. Quería tocarla, saborearla, volverla loca con el mismo
deseo que le abrasaba a él.
-Si Stefan hubiera seguido aquí contigo... Creo que lo
habría rajado de arriba abajo -le confesó atropelladamente.
Elena volvió a taparse con la manta, pero las manos le
temblaban.
-No me acuesto con todo el mundo... no lo he hecho
nunca ni lo haré. No tienes ningún motivo para pensar eso, pero si estuviera
con él, no sería asunto tuyo...
-Pero yo lo he hecho un asunto mío, ma belle.
Ella lo miró a los ojos aunque sabía que no debería
haberlo hecho. La intensidad de la mirada disparó todas sus alarmas, pero no se
movió ni un centímetro. En realidad, no podía moverse. Durante casi cuatro años
había dedicado todas sus energías a ser una buena madre para Thomas y a
estudiar para licenciarse en la universidad de arte. Había tenido que
esforzarse mucho para ser una madre soltera y una estudiante, que, además,
necesitaba un trabajo de media jornada. No había tenido mucho tiempo para salir
con hombres, pero eso tampoco había sido un sacrificio cuando ningún hombre
normal podía desalojar a Damon de su cabeza. Damon, con su pelo moreno sobre la
frente oscura, con el peligroso brillo dorado en sus ojos impresionantes, sin
que nada alterara la perfección de su belleza dura y varonil. Damon, el
definitivo de entre los inalcanzables.
Con la boca seca, volvió a centrarse en el hombre de
carne y hueso que tenía delante.
-¿Por qué quieres que yo vuelva a ser asunto tuyo?
-No lo sé -Damon dejó escapar una risa áspera-. Estaré
loco, pero sigo aquí.
A ella le extrañó que dijera que era una locura volver
a estar con ella y seguir allí. Estaba a unos centímetros, tan impresionante y
tan cerca que le flaqueaban las piernas.
-Deberías marcharte...
-Debería, pero no lo haré.
-¿Es una amenaza o una promesa? -susurró ella.
-¿Qué quieres que sea, mon ange?
Su presencia era tanto una amenaza como una promesa y
ella lo sabía. Nunca había dejado de desearlo y nunca había conseguido odiarlo.
¿Cómo habría podido hacerlo cuando entendía por qué se habían mantenido
alejados? La tragedia que había asolado a sus familias había sido de tales
proporciones, que había acabado con lo poco que quedaba de su relación.
-¿Qué quiero...? Adivínalo.
Lo quería a él y sólo a él. Era una verdad que tenía
tan enraizada que no podía negarla ni por orgullo.
Damon resopló con un brillo acerado en los ojos. La
tomó en vilo en una demostración de confianza y fuerza masculina que la hizo
sentirse débil, voluptuosa y aturdida.
La besó ávidamente en la boca y le separó los labios
para irrumpir en su receptivo interior. Ella se estremeció hasta la médula. El
corazón se le salía del pecho y se estiró para profundizar el contacto. Era tan
maravilloso, que su propio anhelo era como una adicción. Él la apoyó contra la
pared e introdujo la lengua con voracidad.
Elena hizo un esfuerzo sobrehumano para separar los
labios de los de él y cerró los ojos para intentar conservar algo de dominio de
sí misma.
-Todo me da vueltas -farfulló.
Con un movimiento casi torpe que no se parecía en nada
a su elegancia habitual, él la separó de la pared y la estrechó contra sí. La
estrechó con tanta fuerza, que ella casi no podía respirar.
-Lo siento... He perdido el control -dijo él entre
dientes.
Ella lo rodeó con los brazos y esbozó una gran sonrisa
en su interior, donde él no podía verla. Ese era el hombre que nunca bebía más
de una copa de alcohol porque para él era inconcebible no tener el dominio
completo de sí mismo. Hacer que perdiera el control aunque fuera un segundo era
un logro mayúsculo y oírselo decir era un verdadero placer.
-Yo nunca conservo el control cuando estoy contigo
-susurró ella sin resentimiento ni placer, sencillamente aceptando que era así.
Damon se sintió embriagado por un triunfo tan viejo
como el mundo. Ella era suya, seguía siendo suya. Él no razonaba según
principios que consideraba de un sexismo primitivo ni era posesivo con las
mujeres, pero ella era diferente y él también era diferente con ella y eso era
un enigma al que no le había dedicado ni un segundo de su tiempo. La dejó en el
suelo del dormitorio donde había una lámpara encendida sobre una caja que hacía
de mesilla de noche. Él no se consideraba imaginativo, pero ya estaba viendo
aquella habitación desnuda decorada con todas esas cosas tan femeninas que ella
adoraba.
Damon, con la mirada oscura y dorada medio cubierta
por las pestañas, la observó con tanta intensidad que ella sintió que la
abrasaba con su virilidad.
-Te miro y te deseo tanto que me muero, le confesó
mientras se sentaba en el borde de la cama y la atraía hacia sí para colocarla
entre los muslos.
¿Sería por eso por lo que él seguía siendo tan especial
para ella?, se preguntó Elena. Tenía la capacidad de mirarla y de hacer que se
sintiera como si fuese una mujer extraordinaria cuando ella sabía que era una
mujer normal y corriente. Algo más impresionante todavía cuando Damon sí era
alguien realmente extraordinario. Incluso con vaqueros gastados y un jersey de
algodón marrón, rebosaba sofisticación. Tenía esa belleza masculina que sólo se
veía en las pantallas de cine. Esos hombres solían dirigirse hacia mujeres
realmente hermosas, pero ella agradecía humilde y eternamente que algo que no
sabía qué era lo hubiera llevado hasta ella.
Vulnerable y casi mareada por sus sentimientos, Elena
lo miró.
-¿Damon...?
-Eres preciosa, ma belle -dijo mientras le quitaba la
cinta que le sujetaba la melena rizaba de color caramelo.
-No lo soy... -Shhh...
Le acarició el pelo y se inclinó para introducir la
lengua entre los labios jugosos y tentadores como unas fresas.
Ella se estremeció, se inclinó y tuvo que apoyar las
manos en los muslos de él para mantenerse en pie. Los pezones le dolían por la
tersura. La sola idea de tener sus manos expertas sobre el cuerpo hacía que
temblara de anhelo y había abandonado todo pensamiento racional o contención.
-Por favor... -se oyó decir a sí misma.
-Quiero tomármelo con calma... Me lo he imaginado
demasiadas veces -susurró él con la voz ronca.
Elena, hipnotizada, lo miraba a los fantásticos ojos
dorados cubiertos por unas pestañas negras y más largas que las de ella misma.
Como las de Thomas, se dijo a sí misma antes de que se le secara la garganta al
comprender que tendría que no tenía más alternativa que hablarle de su hijo en
ese momento. La idea la acobardó y puso la mente en blanco.
Damon le quitó los tirantes del camisón y dejó al
descubierto la redondez cremosa y orgullosa de sus pechos. La tela le rozó las
protuberancias rosadas y ella, ardiendo de deseo, notó que el camisón le caía
hasta las caderas. Él dejó escapar un gruñido de admiración.
-Deja de mirarme... -jadeó ella, que se sentía
abochornada por el terrible deseo que la mantenía allí expuesta a su vista y
anhelante de que la acariciara.
-No puedo... eres exquisita.
Damon la atrajo hacia sí y tomó con la boca un pezón
rosa y erguido.
Ella, con un jadeo, soltó todo el aire que había
contenido, separó los labios e inclinó la cabeza hacia atrás con una sensación
dulce y arrebatadora que le recorría todo el cuerpo mientras el calor húmedo de
sus entrañas aumentaba de intensidad. Él, con las manos sobre sus redondeadas
caderas, devoraba un pezón y luego el otro y ella gemía de forma apremiante.
Sólo existía él y lo que podía hacer que ella sintiera.
Le recorría los pechos con los dedos largos y diestros
mientras la besaba en la boca una y otra vez y la voracidad masculina de sus
besos la enloqueció. Ella se aferró a él, notó que el camisón caía hasta el
suelo y emitió un grito sordo mientras los firmes dedos de él le acariciaban la
carne húmeda y sensible de entre los muslos. Ella se estremecía completamente
abandonada a las exigencias de su cuerpo. La tumbó en la cama y la miró
mientras se quitaba el jersey sin ninguna elegancia.
-Ciel... Se me había olivado lo que era estar contigo,
ma belle.
La observó con cierto descaro.
-Yo nunca me he olvidado.
Elena comprobaba con deleite el tamaño y la fuerza de
su cuerpo y la protuberancia que se marcaba debajo de los vaqueros hizo que
temblara de deseo. Completamente consciente de su desnudez y de los ojos que la
devoraban, arqueó las piernas y él le correspondió con una sonrisa perversa y
divertida.
Ella no podía apartar los ojos de él. Su esbelto torso
tenía un triángulo de rizos oscuros en los pectorales. Tenía unos músculos
poderosos, pero era ágil de movimientos como un atleta. Tenía el vientre plano
como una tabla de lavar y dividido en dos por una línea de pelo negro y sedoso.
Lo miró mientras se desabrochaba los vaqueros, se los quitaba y dejaba al
descubierto unos bóxers y unos muslos largos y cubiertos de vello. Ella se
sintió abrumada por su excitación.
-Me enloqueces de deseo -gruñó Damon.
Elena se estremeció con su acento aterciopelado y
seductor. Él la atrajo hacia sí e hizo un esfuerzo para conservar la calma y
sosegar el ritmo con unos besos cariñosos, pero ella lo atrapó con su lengua y
él oprimió su erección contra la pelvis de ella con un gemido sordo y profundo.
Ella estaba tumbada en la cama mientras él la devoraba con besos desenfrenados
y arrebatadores. Elena lo necesitaba cada vez más y arqueó la espalda mientras
gemía su nombre contra su boca insaciable y él se deleitaba con sus pezones.
-Por favor...
-Si no espero, te haré daño -le advirtió Damon
rechinando los dientes.
-No ... no lo harás -ella le habría dicho cualquier
cosa.
-Sí …como la
primera vez, como un estúpido, como un chico demasiado ansioso -Damon la miró
con su fabuloso cuerpo rígido mientras intentaba mantener el control.
-No fue culpa tuya -Elena le besó la mandíbula-. Era
mi primera vez y debería habértelo dicho, pero me dio vergüenza.
Damon parpadeó. ¿Su primera vez? Cuando se conocieron,
era virgen, inocente al cien por cien, pura e inmaculada y él no lo notó. Se
quedó atónito al comprobar que en algún lugar remoto de su ser, donde el deseo
no lo dominaba, siempre lo había sospechado, pero nunca lo había sacado a la
luz y se había enfrentado a ello. ¿Por qué? ¿Era posible que se hubiera negado
a aceptar esa responsabilidad?
-Damon...
El tenía los ojos empañados por una sensación de
remordimiento y se preparó para separarse de ella, pero Elena le acariciaba la
cabeza con sus delicadas manos y él la miró a los resplandecientes ojos verdes
y cayó presa de su hechizo. El embriagador contacto de las bocas volvió a disparar
el anhelo hasta el frenesí y el ansia aumentó cuando él tanteó la sensibilidad
ardiente y sedosa entre los muslos de ella, que sentía un tormento sensual y se
arqueaba y le suplicaba más con cada fibra de su cuerpo.
-Tengo que entrar en ti... -Damon la puso debajo de
él.
Introdujo su turgente miembro en su intimidad ardiente
y húmeda y empujó con fuerza. La impresión la paralizó momentáneamente. Podía
notar cómo la atravesaba y su excitación era casi insoportable después de tanto
tiempo. Aquella posesión la estremecía en lo más profundo de su alma
voluptuosa. La sangre le rugía a través de las venas y el corazón le
martilleaba mientras él la llevaba a un ritmo enloquecedor. Ella voló a una
altura que nunca había alcanzado, gritó su nombre y su cuerpo se le desgarró en
un éxtasis incontenible. Era algo tan maravilloso, que casi le dolía, y los
ojos se le empañaron de lágrimas. Su espléndido cuerpo se estremeció y ella se
aferró a él. Era como si hubiera pasado cuatro años en un letargo del que
hubiera despertado repentinamente. Estaba conmocionada.
Damon emergió del orgasmo más fantástico de su vida e
intentó tomar aliento. Se dio la vuelta, la arrastró con él y la miró aturdido.
Le apartó la melena del rostro ovalado y notó que le temblaba la mano. Eso le impresionó
más todavía.
Elena aspiró el aroma dulzón de su piel y gozó al
reconocerlo, aunque una vocecita le decía para sus adentros que acababa de
cometer una locura.
Damon la besó en la delicada frente y volvió a
colocarla sobre él.
-Una vez no es suficiente contigo.
-No seas avaricioso -bromeó ella mientras se
acurrucaba en su cuerpo decidida a no pensar en lo que estaba haciendo.
-Debería haberme imaginado que eras virgen cuando nos
conocimos.
Damon resopló porque estaba empezando a desenmarañar
la asombrosa realidad del marasmo de información equivocada con el que había
protegido deliberadamente los recuerdos de ella durante aquellos años.
-No querías saberlo... pensabas que podría
comprometerte de alguna manera -susurró Elena-. Me dije a mí misma que no te
habías dado cuenta, pero en realidad estaba intentando explicarme algo que no
podía entender al ser tan joven.
Hacía casi cuatro años que nadie era tan sincero con Damon
y sus dientes blancos y perfectos chirriaron un momento. Como norma, las
mujeres nunca le decían las verdades a la cara.
-No fue así...
Claro que había sido así, se dijo Elena con tristeza.
Ella había perdido la cabeza y había intentado ser algo que no era. Él, por su
lado, había tomado aquello para lo que están programados todos los hombres
jóvenes: había conquistado sexualmente a una mujer dispuesta. Todo lo que había
pasado entre ellos había sido inevitable según el sexo de cada uno; ella se había
enamorado perdidamente y él se había aburrido de ella.
-Sí fue así... y te aburriste...
Todo el cuerpo de Damon estaba en tensión.
-No me aburrí... te fuiste con aquel tipejo de la
Harley.
-No lo hice.
Damon la levantó, se la quitó de encima y la dejó a su
lado.
-Di la verdad por una vez en tu vida.
Elena, furiosa, se sentó.
-¡Estoy diciendo la verdad!
-¿Dónde está el cuarto de baño? -le preguntó Damon.
-Abajo -Elena apretó los dientes; sus ojos verdes
echaban chispas-. Fui con Pete en su moto y Pippa y Hilary también fueron con
los amigos de él en sus motos. Salí esa noche, pero no pasó nada.
-¡Por favor! No me vengas con cuentos. Te vi besándote
con él en el pueblo... ¡zorra! -le espetó Damon con una rabia que le sorprendió
a él mismo.
Elena se quedó petrificada mientras Damon se levantaba
de la cama de un salto y se ponía los vaqueros. Elena se acordaba de que al
bajarse ella de la moto, Pete se había inclinado hacia delante y la había
besado antes de separarse. Fue un segundo y ella no quiso montar un número
delante de todo el mundo por algo tan poco importante.
-Viste aquello... -balbució ella realmente espantada-.
¡Oh, no!
Damon la miró con un hiriente gesto de burla.
-¿Lo hiciste con él en la moto como te tumbaste en el
capó de mi coche para mí?
-¡No seas repugnante!
Elena se sentía herida y furiosa, pero consiguió que
su ágil cerebro funcionara con rapidez. Fue como si la pieza de un rompecabezas
encajara de repente, pero, al revés que en un rompecabezas, esa pieza había
cambiado por completo el dibujo. Lo que vio Damon, de forma aislada, debió de
parecer horrible. Él había estado toda la semana en París, no se había puesto
en contacto con ella y al volver la había visto besándose con otro.
-¿Por qué no te enfrentaste conmigo o me dijiste algo?
-le preguntó Elena mientras él se dirigía hacia las escaleras.
-¿Crees que iba a rebajarme tanto? -le preguntó él a
su vez con tono de incredulidad.
Elena quiso gritar de impotencia y lo siguió.
Damon salió del cuarto de baño atónito por las
instalaciones.
-¡No te puedes ni lavar!
-Hay un lavabo y un chorro de agua caliente. Quiero
hablar de Pete...
-¿Ese es su nombre...? ¡Cerda!
-¡Basta! -le gritó Elena-. Mis amigas y sus amigos
estaban delante y era a plena luz del día. Fui a dar una vuelta en su moto y
nada más. Ese estúpido besito que viste fue lo único que pasó entre nosotros.
-¿Crees que voy a creérmelo?
-¿Por qué no? No le devolví el beso y todo fue tan
rápido, que tampoco pude empujarlo... fue una tontería. Estaba loca por ti...
-¡La mentirosa más grande de Europa!
Elena se quedó pálida y luego se puso roja como un
tomate por el remordimiento porque no podía rebatirlo.
-En eso no miento. No me habría ido con ningún otro y
deberías haberlo sabido, pero quizá tú si lo hicieras y sólo necesitabas una
excusa para deshacerte de mí.
Damon soltó un juramento en francés, pero estaba más
tranquilo y empezaba a dudar. En aquella época, él también había creído que
ella estaba demasiado loca por él como para irse con otro. Sin embargo, también
sabía que, ella era muy joven y que los encaprichamientos de las chicas jóvenes
podían durar muy poco.
-Para ti fue la excusa definitiva para alejarte,
¿verdad?
La mirada de Elena reflejaba el espanto que le
producía recordar cuando se encontraron como dos desconocidos en la sala de
espera del hospital donde se juntaron todos los que habían sufrido las
consecuencias de la ebriedad de William Gilbert.
William Gilbert había tomado una curva por el carril
contrario de la carretera y había empotrado su todoterreno contra el Porsche de
Henri Salvatore. Lisa, la madrastra de Elena, había sido la única persona
adulta que no iba en el coche de su marido y se puso histérica en la sala de
espera. Pippa estaba destrozada por la muerte de su madre y esperaba saber el
resultado de la operación de urgencia de su padre. Hilary y su hermana pequeña
Emma se abrazaban. Habían perdido a sus padres. La madre de Jen estaba muy
grave y ella rezaba para que se salvara.
Damon había aparecido con Caroline; sus ojos negros
reflejaban desolación, conmoción y dolor. Elena había querido ir a abrazarlo,
pero no había tenido el temple de acercarse al hombre que amaba y que había
perdido a su padre por culpa de la ebriedad y la temeridad inexcusable de su
propio padre.
-La muerte de mi padre... el accidente... nunca me
habría apartado de ti -Damon, con un gesto tenso en su delgado rostro, la rodeó
con sus musculosos brazos.
-No hice nada con Pete -insistió Elena, que estaba
dispuesta a que la escuchara.
Damon le pasó una mano anhelante por el pelo y la besó
con ansia. No quería darle más vueltas al pasado. Sólo quería pensar en la
próxima vez que estaría con ella y en la siguiente y en cuántas veces podría ir
allí desde París. ¿Para encontrarse con ella en la casa de verano de su tía
abuela en Duvernay? Imposible. Le buscaría algún sitio más adecuado y mucho
mejor en otro lado.
De madrugada, Elena abrió los ojos y gimió de placer
por las expertas caricias de Damon.
-¿Otra vez...?
Estaba maravillada por el vigor de Damon y encantada
de que él fuera tan exigente.
-¿Estás cansada?
Su maravilloso acento era tan efectivo como la forma
en que había conseguido derretirla incluso cuando estaba medio dormida.
-Ni se te ocurra parar.
Damon se rió antes de dar rienda suelta a su descarada
oleada de deseo y dejarla aturdida con una sobredosis de placer.
Cuando Elena volvió a despertarse, ya había amanecido
y al estirarse comprobó que le dolían una docena de sitios bastante íntimos. Se
volvió para mirar a Damon mientras dormía. Las pestañas larguísimas, los
pómulos angulosos y una sombra de un tono negro azulado que le marcaba la
mandíbula. Tenía la sábana alrededor de la cadera y dejaba al descubierto un
brazo largo y musculoso y una mata de vello que le cubría parte del pecho. Ella
suspiró soñadoramente con la barbilla apoyada en las manos. Era como si hubiera
retrocedido en el tiempo y no quisiera despertarse y reconocer que cuatro años
después tendría que ser mucho más sensata.
Era el padre de su hijo y por eso tampoco era tan raro
que no hubiera podido olvidarlo. En cualquier caso, ya parecía que había
quedado claro que aquel verano se habían separado por un estúpido malentendido.
Pero Damon era así, un cínico y pesimista que siempre esperaba lo peor. Hizo
una mueca con la boca. Ya entendía por qué no le había dedicado ni cinco
minutos el día de la investigación por el accidente. Su orgullo le impedía
pasar por alto o perdonar la traición. .Por primera vez, también comprendió que
la propia intensidad del rechazo había sido muy reveladora.
No se avergonzaba de haberse acostado con él, y sabía
que, si él se despertaba, ella no le negaría nada. Era el único hombre con el
que se había acostado, pero era literalmente suyo porque se lo pedía
constantemente y, si seguía amándolo, como sospechaba, ¿tenía eso algo de malo?
Sobre todo cuando, al parecer, el destino les había dado una segunda oportunidad.
¿O habría sido Bennett quien les había dado una segunda oportunidad?
Elena sonrió porque notaba un cosquilleo de felicidad,
pero volvió a ponerse tensa al darse cuenta de que Damon se llevaría una buena
sorpresa cuando ella le hablara de Thomas. Decidió que pasaría algún tiempo con
Damon antes de darle la gran noticia. Redescubrirían su relación y aclararían
cualquier otro equívoco que pudiera surgir. ¿Cómo se sentiría él al saber que
era padre de un niño de tres años? ¿Espantado? ¿Encantado? Pero, ¿no estaría
adelantándose a los acontecimientos y siendo una presuntuosa? A lo mejor Damon
se había acostado con ella por mero placer. A lo mejor volvía a marcharse en
cuanto se despertara. A lo mejor todo aquello no había significado nada para
él.
Pálida como la cera y mareada por la hipótesis, Elena
dejó de mirarlo y se levantó de la cama. Miró el reloj e hizo un gesto de
disgusto porque eran casi las nueve. Tenía un montón de cosas que hacer y muy
poco tiempo. Al día siguiente, tendría que levantarse temprano para tomar el
transbordador de vuelta a Inglaterra. Bajó para asearse un poco y vestirse.
Llamaría a Alison desde la cabina que había visto en el pueblo y hablaría con Thomas.
Compraría leña y encendería la cocina y también compraría los víveres
esenciales. Dentro de poco más de una semana volvería a Francia con Thomas y
tenía que conseguir que la casa fuera lo más acogedora posible.
¿Debía dejarle una nota a Damon para explicarle a
dónde había ido y cuándo pensaba volver? ¿No resultaría pegajosa? Se sintió
demasiado vulnerable al rechazo. Lo mejor sería no hacer nada. El ya sabía
dónde estaba ella y además tendría que irse a su casa para desayunar porque
allí no había nada. En cualquier caso, al hacer el amor con él la noche
anterior, ella había demostrado una considerable capacidad de superar el mayor
obstáculo que había entre ellos: el espantoso accidente en el que habían muerto
sus padres. Independientemente de lo que sintiera Damon, su familia se
horrorizaría cuando se enterara de que volvían a estar juntos, por no decir
nada de su paternidad. Quince minutos después, Elena se fue en el coche.
Estaba recordando cómo Bennett había intentado excusar
a sus familiares por la abierta hostilidad que le habían demostrado durante la
investigación del accidente.
-Mi sobrina, la madre de Damon está sedada. Su
sufrimiento es espantoso -le confesó la anciana-. Todos lloramos a Henri, pero,
con el tiempo, la familia también comprenderá a todos los que han perdido a sus
seres queridos.
Cuando Damon se despertó, se sorprendió de encontrarse
solo en la casa. Nunca había pasado una noche con una mujer. Al principio no
podía creerse que Elena se hubiera ido y fue al porche acristalado desde donde
se veía todo el jardín, pero comprobó que no había nadie por ningún lado.
La habitación estaba llena de los materiales de un
artista y, cuando vio una miniatura, se quedó mirándola con cierta sorpresa.
Nunca había visto nada tan pequeño, perfecto y minucioso como aquel paisaje. Si
aquella miniatura al óleo era de Elena, ella tenía mucho talento, pero también
estaba convencido que se destrozaría la vista al trabajar a aquella escala.
Damon decidió que debía de haber ido a comprar algo
para el desayuno. Volvió a la habitación y se acercó a la ventana cuando oyó un
coche que se acercaba.
Un Mercedes plateado avanzaba por la carretera.
Frunció levemente el ceño porque su madre tenía un coche parecido, aunque no
había conducido un coche desde el accidente de su marido. Sin embargo, tampoco
pudo evitar acordarse de la reacción histérica que tuvo cuando se enteró de que
Elena iba a tomar posesión de la casa de Bennett. Su Ferrari estaba aparcado en
la misma puerta. Le pareció que era una locura pensar que su madre podía estar
tan mal de la cabeza como para merodear por la casa como una acosadora
cualquiera. Aun así, quiso ver la matrícula del coche, pero para cuando llegó a
la puerta principal, el Mercedes ya había desaparecido.
Damon empleó casi todo el tiempo haciendo llamadas
desde su teléfono móvil para organizar un viaje a una casa del valle del Loira.
Era muy pintoresca, estaba apartada y tenía unas vistas maravillosas. Estaba
seguro de que Elena aceptaría la oferta porque lo contrario sería de locos.
Cuando pasaron otros treinta minutos sin que ella apareciera, empezó a
preocuparse de que le hubiera podido pasar algo. ¿Se habría ido en su
destartalada furgoneta y se habría olvidado de que en Francia conducen por un
lado de la carretera distinto que en
Inglaterra? Se montó en su coche y se dirigió al pueblo, que estaba a un par de
kilómetros. Elena tenía que haber pasado por allí para llegar a la casa y, si
había ido a comprar comida, ese era el sitio más normal de hacerlo.
Al llegar a la estrecha calle en cuesta, vio a Elena.
Estaba muy atractiva con una falda vaquera muy corta y una camiseta blanca
mientras charlaba y reía con un hombre muy sonriente que le llenaba la
furgoneta con troncos de madera y le miraba las esbeltas piernas. No parecía
que hubiera ido a comprar algo para desayunar ni parecía tener mucha prisa por
volver a la casa.
Elena vio el Ferrari y se quedó helada. Damon la
miraba con la ventanilla bajada, unas gafas de sol que le ensombrecían la
expresión y la impresionante mandíbula en un gesto de firmeza. Se bajó del
coche, eran casi dos metros de masculinidad esbelta, ágil y arrebatadora. Notó
que le ardían las mejillas y se le secaba la boca al recordar la noche que
habían pasado juntos.
-¿Cómo has sabido dónde estaba? -le preguntó ella sin
aliento.
-No lo sabía. Me vuelvo a mi casa -murmuró Damon con
un tono frío como el hielo.
Elena se sintió despechada.
-Te recogeré a las doce... ¿de acuerdo? -Damon sonrió
contra su voluntad.
El rostro de Elena recuperó la alegría.
-¿Adónde vamos a ir?
-Me gustaría que fuera una sorpresa, chérie.
Elena debería haber limpiado la vieja cocina y haber
fregado los suelos de terracota, pero en cambio estaba lavándose el pelo,
soñando despierta como una colegiala y humedeciendo el único vestido que había
llevado con la esperanza de que se le quitaran
las arrugas.
Damon, increíblemente atractivo con unos pantalones de
algodón color crema y una camisa negra, la recogió y la llevo a un aeródromo
donde se montaron en un avión privado.
-¿Piensas pilotar tú? -le preguntó Elena un poco
asustada.
-Tengo licencia de vuelo desde muy joven y soy dueño
de unas líneas aéreas -le recordó él.
-No me gusta volar y, si tengo que hacerlo, prefiero
un Jumbo -reconoció Elena con una mueca.
-Es un vuelo muy corto, ma belle -Damon sonrió de
oreja a oreja y a ella le dio un vuelco el corazón-. Debes de ser la única
mujer que he conocido que sería capaz de decirme que le espanta volar.
Impávido ante los nervios de Elena, él no paraba de
hacer comentarios sobre las vistas que ella era incapaz de ver. Volaba con la
misma seguridad que conducía coches deportivos. Aterrizaron en un aeródromo
cerca de Bois donde los recogió una limusina conducida por un chofer.
-La curiosidad me corroe -reconoció Elena-. ¿Adónde me
llevas?
-Ten paciencia -le recomendó él mientras la tomaba de
la mano.
Unos diez minutos más tarde, la limusina giró para
tomar un camino en cuesta flanqueado por viñedos y acabó deteniéndose ante una
elegante casa construida con piedra de un color dorado y rodeada de terrazas
adornadas con flores.
-Por lo menos dime a quién vamos a visitar -le pidió Elena.
Damon empezó a subir los escalones con una amplia
sonrisa.
-Somos los únicos visitantes.
Elena recordó el placer que le producía aquella boca
maravillosa y se sintió aturdida.
-Entonces, ¿qué hacemos aquí?
Damon abrió la puerta que daba a un espacioso vestíbulo
con suelo de azulejos.
-Agradecería la opinión de una mujer sobre este sitio.
Elena dio por sentado que la casa estaba en venta y se
tranquilizó y se sintió halagada de que él quisiera saber su opinión, pero
también le hizo cierta gracia que él quisiera saber su opinión sobre una casa
que, evidentemente, era maravillosa. Era solitaria, tenía una piscina y desde
la colina se disfrutaba de una vista impresionante de los boscosos alrededores.
El interior era más impresionante todavía. Fue fascinada de cuarto en cuarto.
Era una casa antigua que se había restaurado con un estilo impecable. Los
colores eran cálidos y los muebles antiguos y modernos se mezclaban de forma
intemporal. Los ventanales hasta el suelo conducían a terrazas de piedra y en
una se encontró, para su sorpresa, con un camarero junto a una mesa puesta con
platos de porcelana exquisita y cristal resplandeciente.
-El almuerzo -dijo Damon como si fuera lo más normal
del mundo mientras separaba una silla para que se sentara ella-. No sé tú, pero
yo tengo mucha hambre. Normalmente como a la una.
Elena se sentó y el camarero le sirvió el vino.
-Yo creía que esta casa era de otra persona y estabas
pensando en comprarla.
Damon se encogió de hombros.
-No, ya es mía, pero no había venido nunca
-reconoció-. La inversión inmobiliaria es muy rentable y suelo comprar a través
de asesores.
-No puedo imaginarme ser propietaria de una casa y no
tener la curiosidad de ir a verla.
Eso hizo que se acordara de la inmensa diferencia
económica entre ellos, algo que había pasado por alto y no había considerado
importante cuando se conocieron.
Durante la deliciosa comida a base de ensalada de
endibias, unas delicadas chuletas de cordero que se deshacían en la boca y
tarta de arándanos, Damon le contó la apasionante historia de la zona y le
describió las maravillas naturales que los rodeaban. Hacía un calor sofocante y
el cielo era de un azul muy intenso. A lo lejos podía ver las torres de uno de
los muchos cháteaux que había por allí. Sólo el canto de los pájaros rompía el
idílico silencio.
-Todavía no me has dado tu opinión -le comentó Damon.
-Es fantástica... tienes que saberlo -Elena se sonrojó
un poco porque se dio cuenta de que sus exigencias podían estar por debajo de
las de él-, pero no sé lo que buscas.
-Lo que te complace, ma belle -Damon la miró - a sus
asombrados ojos-. Eso es lo que busco.
La intensidad de aquella mirada hacía que apenas
pudiera respirar por la punzada de deseo que la atravesaba. Casi mareada por la
reacción a su presencia, tardó un par de segundos en asimilar lo que él había
dicho.
-Lo que me complace a mí... -repitió Elena sin saber
muy bien lo que quería decir.
Damon se levantó con un elegante movimiento y le
alargó una mano.
-Vamos a dar otra vuelta.
Volvieron a recorrer lentamente la casa, pero ella
sólo podía tener una impresión superficial de las maravillosas habitaciones y
de los paisajes que se veían por las ventanas. Sus pensamientos eran un
torbellino. ¿Estaba él pidiéndole que vivieran allí juntos? Si no, ¿por qué le
importaba que la casa la complaciera?
Intentó tomar aire, pero la felicidad casi se lo impedía.
-Te gusta, ¿verdad? -le preguntó él. -¡A quién no!
Elena estaba tan asustada de haberlo interpretado mal,
que dejó escapar una risa nerviosa.
-Para algunas personas podría resultar demasiado
apartada, pero a mí me parece el sitio ideal para un artista -susurró Damon. Hacía
algo mas de veinticuatro horas que había
llegado a Francia. ¿Podía el sensato y práctico Damon ser tan impulsivo? ¿Podía
haber decidido tan rápidamente que quería recuperar lo que habían compartido
hacía cuatro años? ¿Se sentía, como ella, amargado por los acontecimientos que
los habían separado?
Elena se fijó en la botella de champán que había en un
cubo con hielo sobre una mesa y se dio cuenta de que él había preparado la
conversación en el dormitorio principal. Intentó no sonreír por la forma que
tenía de programar hasta los gestos románticos porque tampoco quería ofenderlo.
Cuando tenía diecisiete años, le había reprochado que no tenía detalles
románticos y él hizo todo lo posible para demostrar que estaba equivocada con
flores, regalos y tomándole la mano sin segundas intenciones, pero siempre se
había dado cuenta de que tenía que programar todo lo que para él era una
pérdida de tiempo.
-Además, esta casa está cerca de París, donde paso
casi toda la semana.
La abrazó como si quisiera reforzar aquella
declaración. El calor de aquel cuerpo masculino hizo que se le endurecieran los
pezones y sintiera una palpitación entre los muslos. Temblorosa, se apoyó en él
para mantenerse en pie. Parecía que había dicho la verdad al asegurarle que la
muerte de su padre nunca lo habría apartado de ella. Las lágrimas le abrasaban
los ojos y tenía un nudo en la garganta. Estaba comportándose de una forma tan
irracional y eso era tan impropio de él, que sólo podía significar que seguía
sintiendo algo muy fuerte por ella.
Elena miró al espejo que había al otro lado de la
habitación donde se reflejaban los dos: Damon era alto, delgado, serio y
hermoso; ella era mucho más baja, de formas redondeadas y mucho más proclive a
las sonrisas.
-Todo esto es tan romántico... Has debido de planearlo
mucho...
-Tú decías que la esencia de lo romántico estaba en
que no se notaran los hilos que había que manejar para impresionarte -la
interrumpió Damon.
-A los diecisiete años era muy exigente. Ahora doy más
importancia al esfuerzo y la imaginación, como con esa comida deliciosa...
Damon la apartó un poco para mirarla y ella se sintió
abrumada por una oleada de deseo.
-¿De verdad... chérie? -le preguntó con un tono
ronco-. ¿O me acusarás de querer manipularte cuando oigas lo que quiero
decirte?
-Primero tengo que oír lo que quieres decirme -dijo Elena
sin aliento.
-Te ha traído aquí para proponerte una solución a las
necesidades de los dos. Te ofrezco esta casa por la de Bennett...
-Estás tomándome el pelo.
-No. Me harías un favor. Sería un cambio. El dinero no
intervendría. Preferiría no hacer una negociación económica contigo.
Ella sonrió por la broma, pero no tenía ganas de
sonreír. También estaba concentrada en intentar que sus gestos no desvelaran lo
mucho que la había ofendido y la amargura que sentía por haber tenido unas
esperanzas tan absurdas. ¿Quería la casa de su tía abuela a cambio de otra casa
cinco veces más grande y con todo tipo de lujos? Realmente, quería con toda su alma
que ella dejara los terrenos de Duvernay. Después de la noche que había pasado
en sus brazos, esa obstinación era como una bofetada humillante.
-Me gustaría irme en este instante.
Tenía los ojos verdes brillantes como cristales
pulidos por el empeño en no mostrar debilidad ni emoción. Elena salió del
dormitorio para pasar al vestíbulo.
-Tengo que hacer muchas cosas en la casa de campo.
Dentro de una semana tengo que volver a Inglaterra.
Damon frunció el ceño porque ella no podía disimular
su palidez.
-Elena...
-No, no digas nada más o perderé la calma. Al fin y al
cabo, me has traído con pretextos falsos y no tengo por qué discutir ni cambios
ni negociaciones económicas.
-No he dicho que tengas que hacerlo, pero una oferta
generosa no suele ofender a nadie y sí suele merecer consideración. Esperaba
que fueras sensata.
-¿Y si no lo soy? ¿Vas a amenazarme?
-No amenazo a las mujeres -replicó Damon con un desdén
gélido-Estás siendo irracional. Quiero mantener intactas las posesiones de la
familia y, eso no tiene nada de vergonzoso. Nada de lo que pase entre nosotros
va a cambiarlo y no finjo otra cosa.
Elena, con la espalda muy recta, salió al calor del
exterior y se dirigió hacia la limusina porque estaba deseando irse de allí.
¿Irracional? ¿Qué tenía de irracional sentirse insoportablemente ofendida? ¿Era
tan humillante que ella estuviera a unas millas del cháteau donde había nacido
él? Se sintió enferma por su propia estupidez. Había acudido a él como una
polilla a una vela encendida. Había vuelto a caer. Sin embargo, estaba furiosa
con él, tan furiosa que apenas podía mirarlo y, mucho menos, dirigirle la
palabra.
Dos horas más tarde, Damon paró el Ferrari delante de
la casa de campo. Elena se bajó y él la siguió un poco rezagado.
-Tenemos que hablar de esto -dijo él con tranquilidad
y decisión.
Elena lo miró fulminantemente.
-No. No quiero hablar con alguien que me considera
menos que él.
-No puedes acusarme de eso.
-¿No? -soltó una risa estridente-. Has intentado
sobornarme... ¡has intentado comprarme!
-No era un soborno. Esa casa que te he enseñado no era
un soborno en absoluto, pero si te pido que vuelvas a pensarte tus planes y
cambies de casa por mi único bien, te ofreceré alguna compensación que haga que
te merezca la pena -afirmó Damon sin dudarlo.
-¡Eres tan elegante! ¿Cómo haces para que lo
inaceptable parezca aceptable? -le preguntó Elena con resentimiento.
-Dudo que reaccionaras así si anoche no nos hubiéramos
acostado. Eso ha enturbiado la cuestión principal -Damon, con la sensual boca
apretada, la miró seductoramente.
-Tienes razón, fue un error inmenso.
Elena entró en la casa, cerró la puerta de un portazo,
se apoyó en ella y dio rienda suelta al llanto.
-¡Elena!
Mientras él aporreaba la puerta, Elena tomó aire para
serenarse, pero las lágrimas le seguían bajando por las mejillas. Al dejarle
pasar la noche con ella, había vuelto a su juventud impulsiva y temeraria.
Había olvidado toda prudencia y sentido común y le había entregado su corazón.
¿No aprendería nunca? ¿Por qué se convertía en una estúpida cuando estaba con
él?
A las siete, Stefan la llamó al teléfono móvil. El día
anterior le había dicho que conocía a la mujer inglesa que tenía la galería de
arte del pueblo y a su hija, que era ceramista.
-Alice nos ha invitado a tomar algo. Habrá mucha
gente. Seguro que te encuentras con otros artistas -le dijo Stefan
animadamente.
Elena pensó que la gente la distraería y, aunque fue
con pocas esperanzas de pasarlo bien, resultó una velada muy interesante.
Conoció a varios artistas que vivían en la zona, se intercambiaron los números
de teléfono y se enteró de dónde podía conseguir material de pintura. Eran las
dos de la madrugada cuando Stefan la dejó en su casa. No se dio cuenta de que
el Ferrari de Damon estaba aparcado junto a la casa hasta que se encendieron
las luces. El se bajó y se acercó hacia ella con sus zancadas largas y
poderosas.
Elena estaba muy tensa, pero estaba dispuesta a
defenderse y siguió avanzando con la sonrisa más inexpresiva que pudo esbozar.
-Damon... siento volver tan tarde...
-¡Yo no! -soltó él con un gesto de furia en su hermoso
rostro que la dejó clavada-. Casi me habías convencido de que te había juzgado
mal, pero he vuelto a sorprenderte. ¿Dónde has estado esta noche? ¿En su cama?
Primero un hombre y luego otro. Te acuestas conmigo y...
-Me arrepiento -le interrumpió Elena con los dientes
apretados por la furia-. ¡Cómo me arrepiento de haberme acostado contigo!
Stefan se dio cuenta de que nadie lo había tenido en
cuenta por la excitación y se bajó del coche.
-¡Elena! ¿Quieres que me quede? -le gritó.
-¡Has visto cómo me abochornas! -le espetó Elena a Damon
antes de volver donde estaba Stefan para decirle que se fuera a casa y no se
preocupara.
Damon extendió los brazos y soltó una ristra de
juramentos en francés que demostraron la falta de tolerancia típica de un
hombre al que nunca en su privilegiada vida habían acusado de abochornar a
alguien.
Elena abrió la puerta de la casa con una mano
temblorosa.
-No quiero volver a verte.
-¿Por qué no me dejaste entrar cuando volvimos de ver
la casa? Deberías haber sabido que volvería -Damon pasó junto a ella y se
volvió para mirarla con ferocidad-. ¿Te asustaba pasar dos noches con el mismo
hombre?
Elena temblaba de ira a la luz de la luna.
-¿Cómo puedes hablarme como si fuera una mujerzuela
que se va con cualquiera?
-Cuando aparezco, siempre hay otro tipo pisándote los
talones.
-Pensar que una vez tu amiga Caroline me dijo que te gustaba
competir... -recordó Elena con tono burlón-. Supongo que fue una información
tan bien intencionada como el resto de consejos que me dio amablemente.
Damon se quedó petrificado.
-¿Cómo? Caroline nunca diría ese disparate.
-¿No? Tu amiga de la infancia seguramente sacó la
calculadora cuando estaba en la cuna, comprobó lo que suponía cazarte y en ese
preciso instante decidió que sería la única en sacar provecho. ¿Pero a quién le
importa? -a Elena le fastidiaba haber demostrado toda esa amargura delante de
él-. Evidentemente, sabía que eres un celoso y que nada acabaría antes con tu
relación.
Damon, con los pómulos enrojecidos, estiró los hombros
y la miró con desaprobación.
-Me avergüenzo de haber perdido los nervios y de
haberte acusado de cosas que no puedo demostrar, pero no te creo.
Elena levantó la barbilla.
-Y yo no voy a consentir que me acuses de estar con
otros hombres.
A Damon le brillaban los ojos de ira y soltó una
carcajada.
-¿Qué esperas que piense cuando llegas a estas horas
con otro hombre?
-Me asombra que tengas el valor de preguntarme eso
cuando yo he sido la única que nunca ha tenido el privilegio de saber cuál era
mi posición contigo. Aun así, se te da muy bien criticar mi comportamiento -le
reprochó Elena con un movimiento lento de la cabeza-. Hace cuatro años, tú
tenías a otra mujer que se llamaba Eloise y nunca me hablaste de su existencia.
También te saliste con la tuya porque yo tenía miedo de hacer preguntas
inconvenientes.
La cara de Damon estaba rígida.
-Acabé con Eloise en cuanto te vi y lo suyo fue algo
circunstancial. Terminé al poco de conocerte. No sé cómo te enteraste de su existencia,
pero podías habérmelo preguntado. Yo, al revés que tú, habría sido sincero.
Elena, rabiosa porque le recordara que no había sido
sincera, se dio la vuelta y encendió la luz.
-Te mentí sobre mi edad y sabes por qué, pero eso no
quiere decir que no sea digna de confianza.
-¿No?
-No y mucho menos te da motivos para insinuar que sea
una cualquiera.
-¿Dónde has estado hasta ahora?
-No voy a decírtelo. No voy a contestar a tus
preguntas.
-Muy bien... -Damon se pasó los dedos por el pelo-.
¿Qué esperas de mí?
Elena estaba asombrada de que le preguntara eso
después de todo lo que le había dicho.
-Respeto.
Damon levantó las expresivas manos, la miró con los
penetrantes ojos dorados y se mantuvo en silencio, a pesar de que parecía como
si fuera a desenfundar su sardónica lengua para burlarse de una petición tan
ambigua.
-Respeto -repitió Elena-. Te equivocaste cuando
decidiste que te había engañado con Pete aquel verano y me debes una disculpa.
-¿De verdad?
La miró con unos ojos ardientes en los que Elena podía
ver todo su orgullo debatiéndose por dar rienda suelta a la ira.
-Sobre todo por cómo me trataste durante la
investigación del accidente. No me lo merecía. Piénsalo.
-¡Claro que lo haré!
La miró de arriba abajo y luego, como si estuviera
desconcertado por las exigencias de ella, se dio la vuelta y se alejó.
-Respeto y disculpas -le recordó Elena-, pero si
quieres tener un sitio en mi vida, quiero algo más y no estoy segura de que
puedas conseguirlo.
Damon estuvo a punto de sonreír involuntariamente y se
preguntó si estaría intentando adiestrarlo con la táctica del palo y la
zanahoria.
-Soy muy bueno en la cama, ma belle -dijo con una
insolencia áspera.
-Pero, desgraciadamente, casi toda la vida transcurre
fuera del dormitorio y tu oferta de una casa de millonario en vez de una casita
de campo ha sido la gota que ha rebosado el vaso. Aunque te he dicho lo que
siento, tú no puedes respetar los deseos de tu tía abuela ni mi derecho a vivir
donde quiera -le dijo Elena con cierto cansancio.
-Pero...
-Ahora sólo quiero acostarme y dormir como un tronco
-le cortó Elena.
Damon la tomó en brazos para llevarla al piso de
arriba.
-Tus deseos son órdenes para mí.
-¡Déjame! -exclamó Elena con sensación de impotencia y
cansancio.
Damon la dejó en la cama y encendió la lámpara de la
mesilla.
-Seguramente yo estaba más en mi sitio en la casa de
millonario -dijo él pensativamente-, pero reconoce que a ti también te ha
gustado.
Elena gruñó, se quitó los zapatos y los tiró al suelo.
No iba a discutir y cerró los ojos para despejarse un poco.
Damon miró a Elena mientras ella dormía y suspiró. Le
desabrochó la camisa y se la quitó, también le quitó la falda. Observó la
cremosa redondez de sus pechos bajo el sujetador y el increíble color melocotón
de su piel. Reprimió un gruñido por su falta de disciplina. Quería meterse en
la cama con ella. Le desconcertaba la intensidad del deseo de estar con ella
incluso cuando no tenía ninguna posibilidad de tener una relación sexual. La
tapó con la sábana, apagó la luz y frunció el ceño al ver la ventana sin
cortina y la puerta de la calle que no tenía la seguridad adecuada. Supo que
tenía que tomar algunas decisiones.
genial¡ mejora por momentos¡ espero el próximo con ganas¡ >^.^<
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