Capitulo 05
Si
se miraba las manos durante suficiente tiempo, tal vez aquella pesadilla
terminara. Tras haber tomado algo de sopa la noche anterior y haberse ido a la
cama a la que el ama de llaves la había conducido, Elena se había despertado
aquella mañana con optimismo, pensando que de alguna manera las cosas se
solucionarían.
Pero
tras contarle al señor Salvatore las circunstancias de su despido y de su
presencia allí, volvía a pensar lo deplorable que era su situación.
¿Se
lo habría creído? A juzgar por cómo se había presentado en su casa, no podía
culparlo si la consideraba una mujer de moral laxa, como había ocurrido con el
posadero, y no se creía una palabra de su historia.
Aun
así, aunque le había molestado que apareciese en su estudio la otra noche y
empapase la alfombra turca del suelo, la había tratado como si en efecto fuese
la hermana de Matt y le había mostrado el respeto debido a una dama.
Salvo
que… lo había pillado inspeccionándola con brillo en la mirada. Curiosamente, y
a pesar de su experiencia reciente, saber que la encontraba atractiva no la
había hecho sentirse incómoda. Al contrario que la mirada lasciva de lord Lookbood,
el escrutinio respetuoso y tierno del señor Salvatore le había producido una
sensación de anticipación que le recordó a lo que sentía por Jeremy cuando
empezaban a conocerse.
El
señor Salvatore también merecía miradas de apreciación. Elena había estado
demasiado agitada la noche anterior como para darse cuenta, pero aquella mañana
durante el desayuno se había fijado en el hombre alto y de hombros anchos que
tenía delante. Aunque emanaba un aura de poder y de autoridad, cualidades
útiles en un gerente, no parecía engreído ni arrogante. Sus modales eran impecables;
había esperado a que se sentara, con el plato lleno, antes de comenzar a
desayunar, y se había preocupado de que su taza estuviera llena.
Ni
siquiera su padre era tan solícito.
Una
pequeña sonrisa apareció en sus labios. ¡Desde luego era más guapo que su
padre! Pelo oscuro y ondulado, uno de cuyos mechones insistía en rizarse sobre
su frente sin importar las veces que él intentara echárselo hacia atrás. Unos
ojos marrones claros que la observaban intensamente mientras la escuchaba. Una
nariz noble y aquellos deliciosos labios…
De
pronto se imaginó aquellos labios devorándola y sintió un escalofrío por todo
el cuerpo.
¡Santo
cielo! No había experimentado una respuesta física tan poderosa desde que
dejase a Jeremy en la India. Si el señor Salvatore hubiera tenido acceso a sus
pensamientos en aquel momento, la habría creído una libertina sin duda.
Apretó
los dedos con fuerza e intentó pensar en qué hacer. Deseaba apelar a la piedad
del señor Salvatore, exponerle su problema y pedirle ayuda para encontrar una
solución a su dilema.
Pero,
por supuesto, aquello era imposible. No era más que un desconocido amable que
por casualidad habitaba la casa que Matt había dejado vacía.
¿Por
qué habría sido despedido su hermano? Desde que se había levantado esa mañana,
había observado que la casa estaba muy bien llevada; los sirvientes eran
diestros y respetuosos, y la casa en sí misma estaba decorada con muebles y
cortinas de alta calidad. Según había contado el propio señor Salvatore, él
había llegado a Blenhem Hill hacía poco, de modo que sus excelentes condiciones
debían de ser atribuidas a la gerencia de Matt.
¿Lord
Englemere trataría a sus empleados con la misma despreocupación con la que lo
hacía lord Lookbood? Parecía que Matt había sido despedido con la misma celeridad
con que ella había sido expulsada de Selbourne Abbey.
Pero
el carácter de lord Englemere no era su preocupación más inmediata. Elena había
decidido de nuevo buscar una solución a su dilema actual cuando levantó la
mirada y vio que el señor Salvatore la estaba observando en silencio.
¡Cielos,
debía de pensar que era una maleducada!
—¡Perdonad,
señor! Qué inapropiado por mi parte estar aquí acaparando vuestra atención.
Pero no creáis que pretendo agobiaros con mis problemas. Gracias a vuestra
hospitalidad, ahora estoy repuesta y, en cuanto el resto de mi ropa esté seca
para guardarla, me marcharé.
—¿Adónde
pensáis ir?
—A
Londres, supongo. Es lo más fácil, y una vez allí, averiguaré el paradero de Matt
mediante el abogado de mi padre —lo cual habría sido un buen plan, si tuviera
el dinero necesario para viajar y mantenerse en la ciudad una vez llegase allí.
—¿Por
qué no os reunís conmigo en el despacho? Tal vez en los libros de cuentas
vuestro hermano dejase algún indicio sobre dónde pensaba ir cuando abandonase
Blenhem.
—¡No
había pensado en eso! Si no os importa, os estaría muy agradecida por poder
echarles un vistazo.
Se
pusieron en pie y él la condujo al despacho, donde acercó una silla al
escritorio y le colocó los libros delante.
Pero
mientras revisaba página tras página de la casi ilegible caligrafía de su
hermano, su entusiasmo iba disminuyendo. Pero quería aferrarse a su última
esperanza, de modo que siguió buscando, inspeccionando cada entrada. Pero,
cuando llegó a la última página del último libro, seguía sabiendo lo mismo
sobre el paradero de Matt que cuando había entrado en la habitación.
—Bueno,
ha merecido la pena intentarlo —dijo con una sonrisa para evitar que la
desesperación se apoderase de ella una vez más—. Gracias por permitirme
intentarlo. Supongo que ahora debería hacer la maleta.
Con
los pies entumecidos, se puso en pie y echó la silla hacia atrás, intentando
que no le temblaran los dedos. Preocupada como estaba combatiendo el miedo y la
desesperación, apenas oyó al señor Salvatore ofrecerse a ayudarla antes de
agarrar el lado más pesado de la silla y caminar con ella hasta colocarla junto
a la ventana.
«¿Qué
voy a hacer?», se preguntaba a sí misma una y otra vez.
Podría
pedir trabajo en alguna posada, aunque las probabilidades de que la aceptaran
no eran muchas. Con los únicos conocimientos de una institutriz, ¿dónde
encontraría empleo?
¿Estaría
condenada al destino que lady Lookbood había anticipado para ella después de
todo?
De
pronto se dio cuenta de que, aunque ya habían dejado la silla en el suelo, el
señor Salvatore permanecía a su lado… muy cerca. Dado que era casi una cabeza
más alto, Elena tuvo que inclinar la suya para mirarlo, y se encontró con unos
ojos encendidos.
—No
hace falta que os marchéis —dijo él suavemente y sin dejar de mirarla—. No
tenéis dinero para el transporte… y no podréis ganar nada en el pueblo. ¿Por
qué no quedaros aquí, escribir al abogado de vuestro padre y pedirle que os
adelante fondos de la cuenta de vuestro padre? O, si lo preferís, podemos
llegar a… otro acuerdo.
Aunque
media hora antes Elena había fantaseado con la idea de besarlo, mientras la
miraba con deseo en los ojos, tan agobiantemente cerca, lo único que ella
sentía era pánico.
¡Creía
que era una prostituta! Levantó las manos como para apartarlo de ella, aunque
sabía perfectamente que, si estaba decidido a poseerla, podría hacerlo, pues
ella no sería capaz de defenderse y no había nadie allí que pudiera rescatarla.
—Por
favor, señor Salvatore —murmuró mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—.
No soy lo que vos pensáis.
Debió
de cerrar los ojos para prepararse, pero en vez de sentir su cuerpo caliente
contra ella, sintió frío. Abrió los ojos y se sorprendió al ver que había
retrocedido varios pasos. Sonrojado, sacó un pañuelo del bolsillo de su
chaleco.
—Por
favor, perdonadme, señora Gilbert —dijo mientras se lo entregaba—. Sé que mi
comportamiento ha sido imperdonable, pero necesitaba saber si erais como
realmente decís ser.
—Necesitabais
saber… —repitió ella. Aliviada, incrédula y confusa, sintió que la cabeza le
daba vueltas.
La
agarró del brazo, dulcemente, y la condujo al sofá.
—¡Sentaos,
os lo ruego! —dijo él—. No quiero que os desmayéis de nuevo en mi presencia. He
estado considerando planes para vuestro futuro, y ninguno de ellos incluye
obligaros a adoptar una posición horizontal conmigo ni con nadie más. Sin
embargo, para llevarlos a cabo necesitaba estar absolutamente seguro de que
sois la dama inocente que decís ser.
—¿Queréis
decir que estabais poniéndome a prueba? —preguntó ella con incredulidad,
mientras le devolvía el pañuelo.
—Bueno,
sí —admitió él con las mejillas sonrojadas de nuevo.
Elena
no sabía si reírse o abofetearlo por asustarla de aquella forma.
—¡Y
yo pensando en lo caballeroso que erais! ¡Sois un abusón, señor!
—Tenéis
todo el derecho a estar enfadada. Os aseguro que creo que un hombre que se
aprovecha de una mujer indefensa es un canalla que merece ser azotado con un
látigo. Yo no tengo látigo aquí, pero podéis pegarme si queréis —dijo
ofreciéndole la mejilla.
—Deberíais
tener más cuidado con lo que ofrecéis —contestó ella—. Yo peleaba con mi
hermano cuando éramos pequeños y podría plantaros cara. De hecho, si no hubiera
estado tan agotada después de los acontecimientos de los últimos días, tal vez
lo hubiera hecho al oír vuestra insultante proposición.
—¡Por
favor, no me lo recordéis! Me merezco ese destino y algo peor. Aunque, si fuera
realmente un abusón, no os habría dejado ir.
Su
tono era ligero, pero había cierto calor que circulaba entre ellos y que ella
sintió hasta los huesos. Sólo que en esa ocasión no tuvo miedo.
Estaba
en lo cierto en ambas cosas, de hecho. Sí la deseaba. Pero el señor Salvatore
no era lord Lookbood.
Realmente
era el caballero que ella pensaba; ¡aunque fuese algo perverso! Un hombre con
el que, salvo cuando la había avasallado, se sentía a salvo, a pesar de estar
virtualmente sola con él en su casa, sin amigos ni familia que pudieran
defenderla.
—¿Queréis
una copa de vino? —le preguntó él.
—¿Creéis
que necesito algo para templar los nervios?
—No
os conozco, pero yo sí lo necesito, y sería de mala educación beber solo.
Aunque en este momento probablemente no me creáis, jamás en mi vida había
intentado acosar a una dama. Ha sido una experiencia de lo más inquietante.
Ella
se rió, segura de que su ligereza tenía como objetivo tranquilizarla.
—Muy
bien, me tomaré el vino. Para ser educada y que vos podáis templar vuestros
nervios.
Después
de que el señor Salvatore le sirviera una copa de vino, se sentó en una silla a
una distancia respetuosa.
—¿Cuáles
son los planes que mencionasteis? —preguntó—. Aunque es muy amable por vuestra
parte interesaros, no quiero molestaros. No hay razón para que os preocupéis
por mí.
—Tal
vez no sea asunto mío, pero sí lo es de otra persona mucho más importante que yo.
Según creo, vuestro hermano es el primo de lord Englemere.
Cuando
Elena asintió, él continuó.
—Lo
cual os convierte a vos en su prima. Estoy seguro de que, cuando sepa de
vuestra situación, lord Englemere estará encantado de ayudaros.
—¿De
verdad? ¿Y qué os ha hecho llegar a esa conclusión tan sorprendente? ¿Necesito
recordaros que lord Englemere despidió a mi hermano de un puesto que él sin
duda pensaba ocupar durante el resto de su vida? Mi hermano, que sirvió con
valentía en Waterloo. Vos no lo conocéis, pero os aseguro que Matt posee el más
tranquilo y decente de los temperamentos. No puedo imaginar a nadie enfadado
con él. Fue el hermano mayor más tierno que una chica podría desear. ¡Y mirad a
vuestro alrededor! ¿Cómo puede cualquier jefe razonable quejarse sobre la
gerencia de esta casa? ¡Empiezo a pensar que todos los caballeros de alto rango
son tan perversos como lord Lookbood! En cualquier caso, si lord Englemere no
tuvo reparos a la hora de despedir a mi hermano, ¿por qué iba a preocuparse por
mi destino? Y yo tampoco quiero. No me lanzaría a la caridad del hombre que
arruinó la carrera de mi hermano, igual que no sería la prostituta de nadie.
Una
vez acabado su discurso, se dio cuenta de pronto de que el pobre señor Salvatore
estaba allí sentado, mirándola con sorpresa. ¿Qué se le había metido en la
cabeza para comportarse de aquella manera?
—Os
pido perdón —comenzó de nuevo, más tranquila, avergonzada por su salida de
tono—. De verdad, normalmente no soy así. Tal vez los acontecimientos de esta
última semana me hayan alterado más de lo que pensaba.
—Tal
vez —convino el señor Salvatore—. Os recomiendo que bebáis. El vino es de una
excelente cosecha.
Hasta
que no dio el primer sorbo al vino, Elena no se dio cuenta de que la persona a
la que acababa de criticar era el jefe del señor Salvatore, el hombre al que le
debía su puesto y su lealtad.
—Disculpadme
también por insultar a vuestro jefe —añadió apresuradamente—. Reconozco que no
sé nada de las circunstancias que rodearon el despido de Matt. Lord Englemere
os entregó este puesto y vos pensaréis bien de él.
—Siento…
mucho lo de vuestro hermano —dijo él tras una pausa—. Aunque ahora mi relación
con lord Englemere pueda resultar inexplicable, sí, lo estimo en gran medida.
—Estoy
segura de que tenéis vuestras razones. Será mejor no hablar más de él.
—¿Entonces
no consentiríais que me pusiera en contacto con el marqués en vuestro nombre?
—No
quiero tener nada que ver con él —contestó ella.
—Entiendo
—dijo el señor Salvatore antes de dar otro trago al vino y adoptar una postura
pensativa—. Muy bien, entonces tendremos que pensar en otro plan.
Al
recordar que su futuro seguía siendo incierto, el buen humor provocado por la
conversación se esfumó.
—Encontrar
una solución es mi deber —enfatizó ella de nuevo, como si quisiera protegerse
de la tentación de confiar en él—. Aunque aprecio vuestra preocupación.
Él
asintió, dejó su copa sobre la mesa y miró en la distancia con el ceño
fruncido. Decidida a disfrutar de los últimos momentos de su compañía antes de
tener que hacer la maleta y marcharse, Elena apartó la preocupación de su mente
y se contentó simplemente con beber el vino y observar su atractivo rostro.
Le
resultó extraño darse cuenta de lo mucho que iba a echar de menos a alguien
cuya existencia desconocía hasta el día anterior.
De
pronto, el señor Salvatore se enderezó.
—¡Lo
tengo! —anunció triunfal—. Habéis trabajado recientemente como institutriz,
¿verdad?
—Sí.
Aunque nunca antes había trabajado oficialmente como tal, tengo tres hermanas
pequeñas. Mi madre murió después de que naciera la pequeña, de modo que yo las
eduqué.
—Entonces
quizá tenga un puesto para vos. Uno de mis propósitos aquí es levantar una
escuela para los niños de los arrendatarios y del pueblo. Dado como están las
cosas, muy pocos de ellos acabarán siendo granjeros. Aunque permanezcan aquí,
saber leer, escribir y hacer cuentas les ayudará, mientras que un conocimiento
rudimentario de la ciencia los convertirá en mejores granjeros. Si eligen
marcharse a buscar trabajo en la ciudad, con esas habilidades les será más
fácil encontrar uno.
—¿Desde
hace cuánto tiempo es levantar una escuela uno de vuestros objetivos?
—Es
una aspiración —respondió él, sin contestar a su pregunta.
—¿Estáis
seguro? —insistió ella. Estaba casi convencida de que una escuela para los
niños del pueblo era una idea que se le había ocurrido hacía un instante. El
hecho de que quisiera tomarse tantas molestias para solucionar su situación le
produjo un nudo en la garganta.
—Estoy
seguro. Debo confesar que sólo llevo aquí dos días y no he hecho nada al
respecto todavía. Me haríais un gran favor, así como a los niños, si os
encargarais de tamaña empresa.
¿Disfrutaría
llevando una escuela propia? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Sería mucho más difícil
que educar a sus hermanas y a las hijas de lady Lookbood?
Tendría
niños a los que educar y cuidar, y estaría rodeada de sus risas y sus llantos.
Eso no calmaría por completo la angustia de saber que nunca podría tener un
hijo propio… pero sería una manera útil de emplear su tiempo mientras pensaba
en qué hacer después.
Al
fin y al cabo, no tenía nada ni a nadie esperándola en ninguna parte.
Mientras
consideraba la propuesta, él siguió hablando.
—Si
aún no estáis segura de lo que queréis hacer, podéis fundar la escuela y
enseñar hasta que encontremos a otra profesora. El puesto os permitiría ahorrar
dinero para intentar localizar a vuestro hermano o familia en la India y
considerar lo que deseáis hacer permanentemente.
A
pesar de sus palabras, Elena sabía que cualquier servicio que prestara para la
escuela y los niños no era comparable con el que él le prestaba a ella al
ofrecerle un empleo digno. Pasase lo que pasase en el futuro, siempre
consideraría al señor Salvatore el caballero más amable y considerado que jamás
había conocido.
—Gracias,
señor Salvatore —dijo con una sonrisa—. Esta oferta sí la acepto.
Para
su sorpresa, él volvió a sonrojarse al recordar su comportamiento anterior.
—De
nada, señora Gilbert. Por cierto, no habéis preguntado por el salario.
—No
estoy en condiciones de negociar, creo.
—Excelente.
Entonces os pagaré el doble de lo que ganabais con lady Lookbood.
—¿El
doble? —repitió ella. Una de las razones por las que había aceptado su puesto
anterior era que estaba considerablemente mejor pagado que cualquier puesto de
institutriz; tal vez a lady Lookbood le costase trabajo encontrar a una
institutriz cualificada que estuviese dispuesta a trabajar en una región tan
remota de Hampshire… o a tolerar a su vil marido—. ¿Realmente deseáis ofrecerme
tanto?
—Enseñaréis
a más niños de los que enseñabais como institutriz.
Eso
era cierto. Entonces se le ocurrió que tal vez, llevado por las desgracias que
les habían ocurrido a su hermano y ella, el señor Salvatore hubiera decidido
contraatacar pidiéndole a su jefe una cuantiosa suma de dinero para financiar
la escuela.
Aún
sonreía con la idea cuando se dio cuenta de que, con empleo o sin él, seguía
sin casa y sin dinero.
—Me
temo que tendré que pediros un adelanto de ese salario. Debo encontrar
alojamiento y comprar algunos objetos de primera necesidad.
—No
hay razón para eso. Podéis hospedaros aquí. Probablemente montemos la escuela
en una de las viejas casas cercanas a Hazelwick, cuando los obreros tenga
tiempo de repararla y amueblarla.
¿Hospedarse
bajo su techo? De pronto la imagen de sus labios devorándola apareció en su
cabeza. Sintió cómo le ardían las mejillas.
—No
sería… apropiado.
—¿Por
qué? En Hampshire residíais en el mismo lugar que vuestros jefes. Si lord Lookbood
se hubiera comportado como un caballero, nadie, ni siquiera vos, habría
considerado que fuese inapropiado.
Tenía
bastante razón. Ya no era una mujer soltera, ni siquiera casada, que tuviera
que proteger su honra, sino una sirvienta sin reputación que salvaguardar. Y
tampoco pasaría a formar parte del servicio de un caballero soltero. Aunque
sospechaba que el señor Salvatore, al igual que ella, procedía de buena
familia, también había acabado siendo un simple empleado, aunque fuera el más
importante de aquella finca.
Aunque
para ella, ni siquiera un duque habría podido comportarse de manera tan noble.
Estaría agradecida y orgullosa de trabajar para él. Simplemente tendría que
controlar su imaginación lujuriosa.
Pero,
cuando estaba a punto de aceptar, se le ocurrió una pega.
—¿Y
qué hay de lord Englemere? No creo que le haga especial ilusión alojar a la
hermana del hombre al que acaba de despedir.
El
señor Salvatore le dirigió una sonrisa que le pareció positivamente
conspiradora, y reforzó así su convicción de que le había ofrecido un salario
exagerado para recompensarla por la actitud de lord Englemere hacia su hermano.
—No
tenéis que preocuparos por lord Englemere. Yo estoy al cargo de Blenhem Hill.
¿Entonces tenemos un trato? —preguntó ofreciéndole la mano.
Ella
aceptó y sintió un extraño cosquilleo cuando sus dedos se tocaron.
—Trato
hecho. ¡Aunque no más «pruebas»! De ahora en adelante, nos trataremos con total
sinceridad.
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