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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

04 mayo 2013

En tus brazos Capitulo 05


Capitulo 05
Si se miraba las manos durante suficiente tiempo, tal vez aquella pesadilla terminara. Tras haber tomado algo de sopa la noche anterior y haberse ido a la cama a la que el ama de llaves la había conducido, Elena se había despertado aquella mañana con optimismo, pensando que de alguna manera las cosas se solucionarían.

Pero tras contarle al señor Salvatore las circunstancias de su despido y de su presencia allí, volvía a pensar lo deplorable que era su situación.


¿Se lo habría creído? A juzgar por cómo se había presentado en su casa, no podía culparlo si la consideraba una mujer de moral laxa, como había ocurrido con el posadero, y no se creía una palabra de su historia.

Aun así, aunque le había molestado que apareciese en su estudio la otra noche y empapase la alfombra turca del suelo, la había tratado como si en efecto fuese la hermana de Matt y le había mostrado el respeto debido a una dama.

Salvo que… lo había pillado inspeccionándola con brillo en la mirada. Curiosamente, y a pesar de su experiencia reciente, saber que la encontraba atractiva no la había hecho sentirse incómoda. Al contrario que la mirada lasciva de lord Lookbood, el escrutinio respetuoso y tierno del señor Salvatore le había producido una sensación de anticipación que le recordó a lo que sentía por Jeremy cuando empezaban a conocerse.
El señor Salvatore también merecía miradas de apreciación. Elena había estado demasiado agitada la noche anterior como para darse cuenta, pero aquella mañana durante el desayuno se había fijado en el hombre alto y de hombros anchos que tenía delante. Aunque emanaba un aura de poder y de autoridad, cualidades útiles en un gerente, no parecía engreído ni arrogante. Sus modales eran impecables; había esperado a que se sentara, con el plato lleno, antes de comenzar a desayunar, y se había preocupado de que su taza estuviera llena.

Ni siquiera su padre era tan solícito.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. ¡Desde luego era más guapo que su padre! Pelo oscuro y ondulado, uno de cuyos mechones insistía en rizarse sobre su frente sin importar las veces que él intentara echárselo hacia atrás. Unos ojos marrones claros que la observaban intensamente mientras la escuchaba. Una nariz noble y aquellos deliciosos labios…
De pronto se imaginó aquellos labios devorándola y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

¡Santo cielo! No había experimentado una respuesta física tan poderosa desde que dejase a Jeremy en la India. Si el señor Salvatore hubiera tenido acceso a sus pensamientos en aquel momento, la habría creído una libertina sin duda.

Apretó los dedos con fuerza e intentó pensar en qué hacer. Deseaba apelar a la piedad del señor Salvatore, exponerle su problema y pedirle ayuda para encontrar una solución a su dilema.
Pero, por supuesto, aquello era imposible. No era más que un desconocido amable que por casualidad habitaba la casa que Matt había dejado vacía.
¿Por qué habría sido despedido su hermano? Desde que se había levantado esa mañana, había observado que la casa estaba muy bien llevada; los sirvientes eran diestros y respetuosos, y la casa en sí misma estaba decorada con muebles y cortinas de alta calidad. Según había contado el propio señor Salvatore, él había llegado a Blenhem Hill hacía poco, de modo que sus excelentes condiciones debían de ser atribuidas a la gerencia de Matt.

¿Lord Englemere trataría a sus empleados con la misma despreocupación con la que lo hacía lord Lookbood? Parecía que Matt había sido despedido con la misma celeridad con que ella había sido expulsada de Selbourne Abbey.

Pero el carácter de lord Englemere no era su preocupación más inmediata. Elena había decidido de nuevo buscar una solución a su dilema actual cuando levantó la mirada y vio que el señor Salvatore la estaba observando en silencio.
¡Cielos, debía de pensar que era una maleducada!

—¡Perdonad, señor! Qué inapropiado por mi parte estar aquí acaparando vuestra atención. Pero no creáis que pretendo agobiaros con mis problemas. Gracias a vuestra hospitalidad, ahora estoy repuesta y, en cuanto el resto de mi ropa esté seca para guardarla, me marcharé.

—¿Adónde pensáis ir?

—A Londres, supongo. Es lo más fácil, y una vez allí, averiguaré el paradero de Matt mediante el abogado de mi padre —lo cual habría sido un buen plan, si tuviera el dinero necesario para viajar y mantenerse en la ciudad una vez llegase allí.

—¿Por qué no os reunís conmigo en el despacho? Tal vez en los libros de cuentas vuestro hermano dejase algún indicio sobre dónde pensaba ir cuando abandonase Blenhem.

—¡No había pensado en eso! Si no os importa, os estaría muy agradecida por poder echarles un vistazo.

Se pusieron en pie y él la condujo al despacho, donde acercó una silla al escritorio y le colocó los libros delante.

Pero mientras revisaba página tras página de la casi ilegible caligrafía de su hermano, su entusiasmo iba disminuyendo. Pero quería aferrarse a su última esperanza, de modo que siguió buscando, inspeccionando cada entrada. Pero, cuando llegó a la última página del último libro, seguía sabiendo lo mismo sobre el paradero de Matt que cuando había entrado en la habitación.

—Bueno, ha merecido la pena intentarlo —dijo con una sonrisa para evitar que la desesperación se apoderase de ella una vez más—. Gracias por permitirme intentarlo. Supongo que ahora debería hacer la maleta.

Con los pies entumecidos, se puso en pie y echó la silla hacia atrás, intentando que no le temblaran los dedos. Preocupada como estaba combatiendo el miedo y la desesperación, apenas oyó al señor Salvatore ofrecerse a ayudarla antes de agarrar el lado más pesado de la silla y caminar con ella hasta colocarla junto a la ventana.

«¿Qué voy a hacer?», se preguntaba a sí misma una y otra vez.
Podría pedir trabajo en alguna posada, aunque las probabilidades de que la aceptaran no eran muchas. Con los únicos conocimientos de una institutriz, ¿dónde encontraría empleo?

¿Estaría condenada al destino que lady Lookbood había anticipado para ella después de todo?
De pronto se dio cuenta de que, aunque ya habían dejado la silla en el suelo, el señor Salvatore permanecía a su lado… muy cerca. Dado que era casi una cabeza más alto, Elena tuvo que inclinar la suya para mirarlo, y se encontró con unos ojos encendidos.

—No hace falta que os marchéis —dijo él suavemente y sin dejar de mirarla—. No tenéis dinero para el transporte… y no podréis ganar nada en el pueblo. ¿Por qué no quedaros aquí, escribir al abogado de vuestro padre y pedirle que os adelante fondos de la cuenta de vuestro padre? O, si lo preferís, podemos llegar a… otro acuerdo.

Aunque media hora antes Elena había fantaseado con la idea de besarlo, mientras la miraba con deseo en los ojos, tan agobiantemente cerca, lo único que ella sentía era pánico.

¡Creía que era una prostituta! Levantó las manos como para apartarlo de ella, aunque sabía perfectamente que, si estaba decidido a poseerla, podría hacerlo, pues ella no sería capaz de defenderse y no había nadie allí que pudiera rescatarla.

—Por favor, señor Salvatore —murmuró mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. No soy lo que vos pensáis.

Debió de cerrar los ojos para prepararse, pero en vez de sentir su cuerpo caliente contra ella, sintió frío. Abrió los ojos y se sorprendió al ver que había retrocedido varios pasos. Sonrojado, sacó un pañuelo del bolsillo de su chaleco.

—Por favor, perdonadme, señora Gilbert —dijo mientras se lo entregaba—. Sé que mi comportamiento ha sido imperdonable, pero necesitaba saber si erais como realmente decís ser.

—Necesitabais saber… —repitió ella. Aliviada, incrédula y confusa, sintió que la cabeza le daba vueltas.
La agarró del brazo, dulcemente, y la condujo al sofá.

—¡Sentaos, os lo ruego! —dijo él—. No quiero que os desmayéis de nuevo en mi presencia. He estado considerando planes para vuestro futuro, y ninguno de ellos incluye obligaros a adoptar una posición horizontal conmigo ni con nadie más. Sin embargo, para llevarlos a cabo necesitaba estar absolutamente seguro de que sois la dama inocente que decís ser.

—¿Queréis decir que estabais poniéndome a prueba? —preguntó ella con incredulidad, mientras le devolvía el pañuelo.

—Bueno, sí —admitió él con las mejillas sonrojadas de nuevo.

Elena no sabía si reírse o abofetearlo por asustarla de aquella forma.

—¡Y yo pensando en lo caballeroso que erais! ¡Sois un abusón, señor!

—Tenéis todo el derecho a estar enfadada. Os aseguro que creo que un hombre que se aprovecha de una mujer indefensa es un canalla que merece ser azotado con un látigo. Yo no tengo látigo aquí, pero podéis pegarme si queréis —dijo ofreciéndole la mejilla.

—Deberíais tener más cuidado con lo que ofrecéis —contestó ella—. Yo peleaba con mi hermano cuando éramos pequeños y podría plantaros cara. De hecho, si no hubiera estado tan agotada después de los acontecimientos de los últimos días, tal vez lo hubiera hecho al oír vuestra insultante proposición.

—¡Por favor, no me lo recordéis! Me merezco ese destino y algo peor. Aunque, si fuera realmente un abusón, no os habría dejado ir.

Su tono era ligero, pero había cierto calor que circulaba entre ellos y que ella sintió hasta los huesos. Sólo que en esa ocasión no tuvo miedo.
Estaba en lo cierto en ambas cosas, de hecho. Sí la deseaba. Pero el señor Salvatore no era lord Lookbood.

Realmente era el caballero que ella pensaba; ¡aunque fuese algo perverso! Un hombre con el que, salvo cuando la había avasallado, se sentía a salvo, a pesar de estar virtualmente sola con él en su casa, sin amigos ni familia que pudieran defenderla.

—¿Queréis una copa de vino? —le preguntó él.

—¿Creéis que necesito algo para templar los nervios?

—No os conozco, pero yo sí lo necesito, y sería de mala educación beber solo. Aunque en este momento probablemente no me creáis, jamás en mi vida había intentado acosar a una dama. Ha sido una experiencia de lo más inquietante.

Ella se rió, segura de que su ligereza tenía como objetivo tranquilizarla.

—Muy bien, me tomaré el vino. Para ser educada y que vos podáis templar vuestros nervios.
Después de que el señor Salvatore le sirviera una copa de vino, se sentó en una silla a una distancia respetuosa.

—¿Cuáles son los planes que mencionasteis? —preguntó—. Aunque es muy amable por vuestra parte interesaros, no quiero molestaros. No hay razón para que os preocupéis por mí.

—Tal vez no sea asunto mío, pero sí lo es de otra persona mucho más importante que yo. Según creo, vuestro hermano es el primo de lord Englemere.
Cuando Elena asintió, él continuó.

—Lo cual os convierte a vos en su prima. Estoy seguro de que, cuando sepa de vuestra situación, lord Englemere estará encantado de ayudaros.

—¿De verdad? ¿Y qué os ha hecho llegar a esa conclusión tan sorprendente? ¿Necesito recordaros que lord Englemere despidió a mi hermano de un puesto que él sin duda pensaba ocupar durante el resto de su vida? Mi hermano, que sirvió con valentía en Waterloo. Vos no lo conocéis, pero os aseguro que Matt posee el más tranquilo y decente de los temperamentos. No puedo imaginar a nadie enfadado con él. Fue el hermano mayor más tierno que una chica podría desear. ¡Y mirad a vuestro alrededor! ¿Cómo puede cualquier jefe razonable quejarse sobre la gerencia de esta casa? ¡Empiezo a pensar que todos los caballeros de alto rango son tan perversos como lord Lookbood! En cualquier caso, si lord Englemere no tuvo reparos a la hora de despedir a mi hermano, ¿por qué iba a preocuparse por mi destino? Y yo tampoco quiero. No me lanzaría a la caridad del hombre que arruinó la carrera de mi hermano, igual que no sería la prostituta de nadie.

Una vez acabado su discurso, se dio cuenta de pronto de que el pobre señor Salvatore estaba allí sentado, mirándola con sorpresa. ¿Qué se le había metido en la cabeza para comportarse de aquella manera?

—Os pido perdón —comenzó de nuevo, más tranquila, avergonzada por su salida de tono—. De verdad, normalmente no soy así. Tal vez los acontecimientos de esta última semana me hayan alterado más de lo que pensaba.

—Tal vez —convino el señor Salvatore—. Os recomiendo que bebáis. El vino es de una excelente cosecha.

Hasta que no dio el primer sorbo al vino, Elena no se dio cuenta de que la persona a la que acababa de criticar era el jefe del señor Salvatore, el hombre al que le debía su puesto y su lealtad.

—Disculpadme también por insultar a vuestro jefe —añadió apresuradamente—. Reconozco que no sé nada de las circunstancias que rodearon el despido de Matt. Lord Englemere os entregó este puesto y vos pensaréis bien de él.

—Siento… mucho lo de vuestro hermano —dijo él tras una pausa—. Aunque ahora mi relación con lord Englemere pueda resultar inexplicable, sí, lo estimo en gran medida.

—Estoy segura de que tenéis vuestras razones. Será mejor no hablar más de él.

—¿Entonces no consentiríais que me pusiera en contacto con el marqués en vuestro nombre?

—No quiero tener nada que ver con él —contestó ella.

—Entiendo —dijo el señor Salvatore antes de dar otro trago al vino y adoptar una postura pensativa—. Muy bien, entonces tendremos que pensar en otro plan.
Al recordar que su futuro seguía siendo incierto, el buen humor provocado por la conversación se esfumó.

—Encontrar una solución es mi deber —enfatizó ella de nuevo, como si quisiera protegerse de la tentación de confiar en él—. Aunque aprecio vuestra preocupación.

Él asintió, dejó su copa sobre la mesa y miró en la distancia con el ceño fruncido. Decidida a disfrutar de los últimos momentos de su compañía antes de tener que hacer la maleta y marcharse, Elena apartó la preocupación de su mente y se contentó simplemente con beber el vino y observar su atractivo rostro.

Le resultó extraño darse cuenta de lo mucho que iba a echar de menos a alguien cuya existencia desconocía hasta el día anterior.

De pronto, el señor Salvatore se enderezó.

—¡Lo tengo! —anunció triunfal—. Habéis trabajado recientemente como institutriz, ¿verdad?

—Sí. Aunque nunca antes había trabajado oficialmente como tal, tengo tres hermanas pequeñas. Mi madre murió después de que naciera la pequeña, de modo que yo las eduqué.

—Entonces quizá tenga un puesto para vos. Uno de mis propósitos aquí es levantar una escuela para los niños de los arrendatarios y del pueblo. Dado como están las cosas, muy pocos de ellos acabarán siendo granjeros. Aunque permanezcan aquí, saber leer, escribir y hacer cuentas les ayudará, mientras que un conocimiento rudimentario de la ciencia los convertirá en mejores granjeros. Si eligen marcharse a buscar trabajo en la ciudad, con esas habilidades les será más fácil encontrar uno.

—¿Desde hace cuánto tiempo es levantar una escuela uno de vuestros objetivos?

—Es una aspiración —respondió él, sin contestar a su pregunta.

—¿Estáis seguro? —insistió ella. Estaba casi convencida de que una escuela para los niños del pueblo era una idea que se le había ocurrido hacía un instante. El hecho de que quisiera tomarse tantas molestias para solucionar su situación le produjo un nudo en la garganta.

—Estoy seguro. Debo confesar que sólo llevo aquí dos días y no he hecho nada al respecto todavía. Me haríais un gran favor, así como a los niños, si os encargarais de tamaña empresa.

¿Disfrutaría llevando una escuela propia? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Sería mucho más difícil que educar a sus hermanas y a las hijas de lady Lookbood?

Tendría niños a los que educar y cuidar, y estaría rodeada de sus risas y sus llantos. Eso no calmaría por completo la angustia de saber que nunca podría tener un hijo propio… pero sería una manera útil de emplear su tiempo mientras pensaba en qué hacer después.
Al fin y al cabo, no tenía nada ni a nadie esperándola en ninguna parte.
Mientras consideraba la propuesta, él siguió hablando.

—Si aún no estáis segura de lo que queréis hacer, podéis fundar la escuela y enseñar hasta que encontremos a otra profesora. El puesto os permitiría ahorrar dinero para intentar localizar a vuestro hermano o familia en la India y considerar lo que deseáis hacer permanentemente.

A pesar de sus palabras, Elena sabía que cualquier servicio que prestara para la escuela y los niños no era comparable con el que él le prestaba a ella al ofrecerle un empleo digno. Pasase lo que pasase en el futuro, siempre consideraría al señor Salvatore el caballero más amable y considerado que jamás había conocido.

—Gracias, señor Salvatore —dijo con una sonrisa—. Esta oferta sí la acepto.
Para su sorpresa, él volvió a sonrojarse al recordar su comportamiento anterior.

—De nada, señora Gilbert. Por cierto, no habéis preguntado por el salario.

—No estoy en condiciones de negociar, creo.

—Excelente. Entonces os pagaré el doble de lo que ganabais con lady Lookbood.

—¿El doble? —repitió ella. Una de las razones por las que había aceptado su puesto anterior era que estaba considerablemente mejor pagado que cualquier puesto de institutriz; tal vez a lady Lookbood le costase trabajo encontrar a una institutriz cualificada que estuviese dispuesta a trabajar en una región tan remota de Hampshire… o a tolerar a su vil marido—. ¿Realmente deseáis ofrecerme tanto?

—Enseñaréis a más niños de los que enseñabais como institutriz.

Eso era cierto. Entonces se le ocurrió que tal vez, llevado por las desgracias que les habían ocurrido a su hermano y ella, el señor Salvatore hubiera decidido contraatacar pidiéndole a su jefe una cuantiosa suma de dinero para financiar la escuela.

Aún sonreía con la idea cuando se dio cuenta de que, con empleo o sin él, seguía sin casa y sin dinero.

—Me temo que tendré que pediros un adelanto de ese salario. Debo encontrar alojamiento y comprar algunos objetos de primera necesidad.

—No hay razón para eso. Podéis hospedaros aquí. Probablemente montemos la escuela en una de las viejas casas cercanas a Hazelwick, cuando los obreros tenga tiempo de repararla y amueblarla.

¿Hospedarse bajo su techo? De pronto la imagen de sus labios devorándola apareció en su cabeza. Sintió cómo le ardían las mejillas.

—No sería… apropiado.

—¿Por qué? En Hampshire residíais en el mismo lugar que vuestros jefes. Si lord Lookbood se hubiera comportado como un caballero, nadie, ni siquiera vos, habría considerado que fuese inapropiado.
Tenía bastante razón. Ya no era una mujer soltera, ni siquiera casada, que tuviera que proteger su honra, sino una sirvienta sin reputación que salvaguardar. Y tampoco pasaría a formar parte del servicio de un caballero soltero. Aunque sospechaba que el señor Salvatore, al igual que ella, procedía de buena familia, también había acabado siendo un simple empleado, aunque fuera el más importante de aquella finca.

Aunque para ella, ni siquiera un duque habría podido comportarse de manera tan noble. Estaría agradecida y orgullosa de trabajar para él. Simplemente tendría que controlar su imaginación lujuriosa.

Pero, cuando estaba a punto de aceptar, se le ocurrió una pega.

—¿Y qué hay de lord Englemere? No creo que le haga especial ilusión alojar a la hermana del hombre al que acaba de despedir.

El señor Salvatore le dirigió una sonrisa que le pareció positivamente conspiradora, y reforzó así su convicción de que le había ofrecido un salario exagerado para recompensarla por la actitud de lord Englemere hacia su hermano.

—No tenéis que preocuparos por lord Englemere. Yo estoy al cargo de Blenhem Hill. ¿Entonces tenemos un trato? —preguntó ofreciéndole la mano.
Ella aceptó y sintió un extraño cosquilleo cuando sus dedos se tocaron.

—Trato hecho. ¡Aunque no más «pruebas»! De ahora en adelante, nos trataremos con total sinceridad.

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