Capítulo 1
SEÑORITA Gilbert! No era la señorita Gilbert. Era Elena,
cautiva de El Halcón, un jeque que aún vivía bajo el código del desierto, donde
sólo sobrevivía el más fuerte.
En aquel momento El Halcón se estaba acercando a
ella. Podía oír su voz profunda hablando en una lengua que no comprendía,
dirigiéndose a alguien que estaba fuera de la tienda y que ella no conocía.
Intentó desatar las cuerdas que ataban sus manos. Fue inútil. Las tiras de seda
eran suaves, pero fuertes; y no pudo liberar sus manos.
Si lo hacía, ¿qué haría? ¿Correr?
¿Hacia dónde?
Estaba en medio del desierto. El sol castigaba la
tienda calentando su interior. No duraría ni un día sola en el vasto erial.
Entonces apareció él, de pie en la entrada de la habitación
donde la tenían cautiva. Sus facciones estaban esculpidas por la sombra. Lo
único que podía ver era su cuerpo grande enfundado en sus pantalones blancos y
la túnica, típicos de su pueblo. Una bata negra caía de sus hombros hasta las
pantorrillas. Tenía la cabeza cubierta con el turbante que lo distinguía como
jeque. La cinta que lo sujetaba a la cabeza era de piel negra trenzada.
Estaba a menos de cinco metros, pero no obstante
ella no podía verle la cara, oculta en las sombras. Sólo se distinguía el
contorno arrogante de su mandíbula.
—¡Señorita Gilbert!
La cabeza de Elena Gilbert se levantó de donde había
estado reposando y lentamente miró lo que la rodeaba: las paredes tapizadas de
seda habían sido reemplazadas por paredes de cemento, apenas alegradas por
unos pósters anunciando la presentación de un libro. Eran las paredes del
salón de descanso de la Biblioteca Pública Whitehaven, mucho más cerca del
frío y húmedo Seattle que del desierto del Sahara.
Una luz fluorescente iluminaba las facciones de la
mujer que tenía delante.
-¿Sí, señora Fell?
La señora Fell, jefa de Elena, vestida con una
chaqueta azul de un color casi idéntico al de las paredes de la biblioteca,
respiró con impaciencia.
-Estaba en las nubes otra vez, señorita Gilbert. Elena
se sintió molesta por el reproche en la voz de la mujer mayor, a pesar de su
ilimitada paciencia. Si el hombre de sus fantasías hubiera mostrado su cara,
tal vez no se habría sentido tan frustrada. Pero no lo había hecho. Aquella vez
no había sido distinto. Era curioso, pero su imaginación no podía crear un
rostro para el jeque. Ni tampoco se dejaba ver la cara de El Halcón en su
fantasía.
-Aún estoy en la hora de descanso -le recordó amablemente
a la mujer. -Sí, bueno, pero... Al reconocer el comienzo de un sermón que le
era familiar, Elena reprimió un suspiro. Sabía que su
hora del almuerzo iba a ser interrumpida. Nuevamente.
Damon Salvatore al Kadar entró en la biblioteca y
buscó con la mirada a Elena Gilbert. Su foto estaba grabada en su mente. Su
futura esposa. Aunque los matrimonios arreglados no eran raros en la familia
real de Jawhar, el suyo sería único.
Elena Gilbert no sabía que iba a ser su esposa. Su
padre lo había querido así.
Una de las condiciones del trato entre el tío de Damon
y Jeremy Gilbert era que Damon convenciera a Elena de que se casara con él sin
que ésta supiera el arreglo que habían hecho su padre y el rey de Jawhar. Damon
no había preguntado por qué. Había estudiado en Occidente y sabía que las
mujeres americanas no veían los matrimonios acordados con la misma ecuanimidad
que las mujeres de su familia.
Tendría que cortejar a Elena. Pero eso no sería una
tarea difícil. Aun en un matrimonio arreglado, el príncipe de Jawhar debía
cortejar a su prometida. Y aquel matrimonio no sería diferente. Él le daría un
mes.
Hacía diez semanas, Jeremy Gilbert había informado
a su tío de un posible yacimiento de minerales en las montañas de Jawhar. El
americano le había sugerido hacer una sociedad entre Excavaciones Gilbert y la
familia real de Jawhar.
Los dos hombres habían estado negociando aún los
términos del acuerdo cuando Damon había sido atacado mientras cabalgaba en el
desierto al amanecer. Las investigaciones habían revelado que el intento de
asesinato había sido perpretado por el mismo grupo de disidentes
responsable de la muerte de sus padres hacía veinte años.
Damon no sabía bien por qué el matrimonio de Elena
había sido parte del trato. Sólo sabía que su tío lo consideraba conveniente.
La necesidad de visas permanentes podría haber sido el motivo de la familia
real. Como esposo de una americana, Damon podría conseguirlas sin problema. No
habría necesidad de pasar por canales diplomáticos, y así podría preservar la
intimidad y el orgullo de su familia.
La familia real de Jawhar no había pedido asilo político
en los tres siglos de su reinado y jamás lo haría. Y puesto que Damon ya se
ocupaba desde hacía años de los intereses de la familia en América, que lo
eligieran a él había sido lógico.
Jeremy Gilbert también había visto un beneficio en
el matrimonio. Su preocupación por la soltería de su hija de veinticuatro años
había sido evidente. Según él, ni siquiera había salido con chicos.
Las negociaciones de Jeremy Gilbert y su tío habían
culminado en que decretasen el matrimonio de Damon con Elena Gilbert.
Damon vio a su presa al otro lado de la sala, ayudando
a un niño pequeño. Se estiró para sacar un libro de un estante, y su chaqueta
negra de punto, que llevaba encima de una falda recta, llamó su atención. Se
ajustaba a sus pechos y revelaba unas formas muy femeninas. Se excitó.
Aquello era inesperado. En la foto se veía una mujer
bonita, pero no una exótica belleza como las que él había tenido en el pasado.
El hecho de que hubiera reaccionado tan rápidamente ante semejante visión inocente
lo hizo detenerse en su camino hacia ella.
¿Qué le había excitado tanto? Tenía la piel blanca, pero
no de alabastro. Era rubia, pero de un tono oscuro, y con el pelo recogido
como lo tenía no llamaba la atención. Sus ojos azules lo habían impresionado en
la foto, y eran aún más sorprendentes al natural.
A excepción de sus ojos, no sobresalía nada de ella,
pero la reacción de su cuerpo era innegable. La deseaba. No era la primera vez
que sentía aquella excitación. Pero otras veces había tenido que tener más
estimulación. Habían tenido que ser mujeres con unos andares felinos, una ropa
adecuada, o un aspecto deslumbrante. Elena Gilbert no mostraba nada de eso.
Era una sorpresa, pero agradable. Una atracción física auténtica haría más
fáciles las cosas. A él lo habían preparado para cumplir con su deber sin
tener en cuenta la atracción personal. El país era lo primero. La familia lo
segundo. Sus necesidades y deseos lo último.
Caminó y se detuvo a la izquierda de ella. Cuando el
niño se marchó, Damon alzó la mirada y descubrió que había un hombre frente al
escritorio.
Elena le señaló algo en el monitor de su ordenador,
pero su mirada se dirigió un segundo a Damon. Y luego se posó en él. Damon la
miró y luego notó por el rabillo del ojo que el hombre al que ella había estado
ayudando, se había alejado. La siguiente persona de la cola pasó desapercibida,
puesto que la atención de Elena se centró en Damon. El sonrió.
El cuerpo de Elena se puso tenso y su rostro se
sonrojó. Pero no desvió la mirada.
El satisfacer el deber sería sólo una cuestión de
transformar aquella atracción en deseo de casarse, pensó él.
-¡Señorita Gilbert! Preste atención. Tiene gente que
atender.
Aquella mujer debía de ser la jefa de la que Jeremy Gilbert
le había hablado cuando le había hecho una reseña de su hija.
Elena se puso más colorada.
-Lo siento. Se me ha ido el santo al cielo -no se
amedrentó. Se dirigió a la persona siguiente en la cola, se disculpó y les
preguntó qué deseaban.
La jefa se alejó resoplando, como un militar molesto
por verse privado de su grado.
Damon esperó a que se terminase la cola y luego saludó
a Elena.
-Buenas tardes —le dijo. Ella se sonrojó otra vez.
-Estoy interesado en telescopios antiguos y la contemplación
de las estrellas. Quizás pueda indicarme alguna referencia.
-¿Es un nuevo hobby que tiene? -preguntó ella con un
brillo de interés en los ojos.
Era tan nuevo como que se había interesado a partir
de la conversación con el padre de Elena.
-Sí.
El padre de Damon había compartido la pasión de Elena
por aquel tema. Pero desde su muerte, sus libros habían permanecido en sus
estantes del observatorio del palacio de Kadar.
-Es uno de mis temas favoritos. Si tiene un minuto,
le mostraré la sección dedicada a ello y le aconsejaré algunos libros que me
parecen particularmente buenos.
—Con mucho gusto.
Elena intentó contener su excitación mientras guiaba
a aquel hombre imponente hacia la sección científica de la biblioteca. Aquel
aura de poder que emanaba era suficiente para turbarla. Pero el hecho
de que tuviera las características físicas del hombre de sus fantasías le hacía
perder el control por completo.
Debía medir cerca de un metro noventa. Su cuerpo era
musculoso y grande; la hacía sentir pequeña, aun sabiendo que no lo era. Tenía
el pelo sedoso, y apenas un poco más oscuro que sus ojos. Y de no haber hablado
un inglés impecable, hubiera pensado que era el jeque de sus fantasías.
Sintió un deseo desconocido para ella. Siempre había
creído que una sensación así sólo podía sentirse con el tacto. Pero se había
equivocado.
Se detuvieron frente a una hilera de libros y ella
sacó uno y se lo dio.
-Éste es mi favorito. Tengo una copia de la primera
edición en mi casa.
Damon tomó el libro y sus dedos se rozaron. Fue como
si hubiera habido electricidad al tocarse.
-Lo siento -él la miró.
-No es nada.
Él abrió el libro y lo miró. Ella sabía que debía
irse a su escritorio, pero no podía moverse.
-¿Me recomienda alguno más? -él cerró el libro.
-Sí.
Y le estuvo señalando varios libros y periódicos durante
diez minutos.
—Muchas gracias, señorita...
-Gilbert. Pero por favor, llámeme Elena.
-Soy Damon.
-Es un nombre árabe.
-Sí.
-Pero su inglés, es perfecto.
¡Qué tontería había dicho!, pensó. Mucha gente de origen árabe
vivía en la zona de Seattle, América, y era la segunda o tercera generación de
la familia asentada allí.
-Así debe ser. El tutor real se sentiría molesto si
no fuera así.
-¿El tutor real?
-Perdone. Soy Damon Salvatore al Kadar, príncipe de
la familia real de Jawhar.
Ella se quedó sin aliento. ¡Había estado hablando
con un príncipe durante más de diez minutos!
La idea de invitarlo a presenciar una reunión de la
Sociedad de Telescopios Antiguos se le borró de la cabeza por completo al
escuchar aquello.
-¿Puedo servirlo en algo más?
-Ya la he distraído más de la cuenta.
-Hay una sociedad que se ocupa del tema de los telescopios
-no pudo reprimirse.
-¿Sí?
—Se reúnen esta noche —le dijo la hora y el lugar.
-¿La veré allí?
-Probablemente, no.
Estaría allí, pero se sentaría al fondo de la sala.
Y él no parecía un hombre dispuesto a ver nada desde la segunda fila.
A ella tampoco le gustaba, pero no sabía cómo
cambiar las costumbres de toda una vida.
-¿No va a asistir?
-Siempre voy.
-Entonces, la veré allí.
-Habrá mucha gente.
-La buscaré.
«¿Por qué?» Elena estuvo a punto de preguntar en voz
alta.
Pero en cambio sonrió y respondió
-Entonces, tal vez nos encontremos.
-Yo no dejo esas cuestiones libradas a la suerte.
Sin duda. Parecía una persona decidida.
-Hasta esta noche, entonces.
Él hizo sellar los libros que ella le había recomendado
y se marchó.
Elena lo observó irse, segura de algo: el jeque de
sus sueños ya tenía cara.
Tendría las facciones de Damon.
tiene muy buena pinta¡ espero el próximo¡ ^^
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