CAPITULO 1
Una voz profunda, serena y educada vino desde lejos, por encima de su cabeza. El hombre hablaba con un ligero acento apenas perceptible –... se necesitan ojos en la nuca, se mueven tan rápido... –
Una voz profunda, serena y educada vino desde lejos, por encima de su cabeza. El hombre hablaba con un ligero acento apenas perceptible –... se necesitan ojos en la nuca, se mueven tan rápido... –
No podía creer lo que estaba oyendo y lo que estaba viendo. Era alto, tan alto que incluso estando ella parada, y Elena no sabía cómo, sobrepasaba su nada despreciable altura. Era tan pecaminosamente guapo que su cerebro se quedó atrapado, exactamente de la misma manera en que había sucedido cuando lo vio por primera vez.
Hace ya casi tres años.
Esto no podía estar pasando. Era demasiado, demasiado cruel. La vida no podía ser tan dura. Aunque ella sabía bien que sí podía serlo.
Él todavía seguía hablando, pero de pronto se detuvo y la sonrisa cálida desapareció, sus cejas trigueñas se juntaron penetrantemente sobre los ojos celestes, de un azul hielo. Le perforaron el alma, abriendo sus entrañas. Su rostro reflejaba un sinfín de expresiones: el shock del reconocimiento, la incredulidad... y luego algo mucho más potente... repugnancia, ira, odio. Rechazo.
Elena sintió que su boca se movía, como si fuera a hablar… pero no salió nada. Todo parecía precipitarse a su alrededor rápidamente, pero estaban aislados en una burbuja invisible suspendida en el tiempo. Miró al niño aupado en sus brazos, y eso fue su perdición. Sintió que su corazón iba a explotar. Todo era demasiado, pero tuvo un pensamiento coherente antes de caerse desmayada a los pies de su marido: mi bebé.
Damon Salvatore estaba en la ventana del dormitorio de la suite a la que había llevado a Elena poco tiempo antes. Miraba la torre de telecomunicaciones que se distinguía a la distancia, el embotellamiento de tráfico en las calles de abajo, pero en realidad no veía nada. Tenía los ojos entrecerrados.
Elena Gilbert . Elena Salvatore. Su esposa.
Torció su boca en una línea aún más fina. Su vagabunda esposa. La mujer que lo había abandonado a él y a su propio bebé pocas horas después del parto porque no estaba dispuesta a seguir con él. Un tambor de rabia apenas contenida batió bajo su piel y su sangre, con tal fuerza que lo impresionó. Ese día la había dejado para que descansara después del nacimiento y regresó unas horas más tarde, sólo para encontrar que había desaparecido y no la había vuelto a ver desde ese momento. Todavía se sentía aturdido por el impacto de verla. Por el torrente de emociones que verla suscitaba en él, emociones que había reprimido hacía mucho tiempo, desde aquel día, cuando había revelado su verdadera naturaleza y le había mostrado que tan fácil de embaucar había
sido él. Pero su rostro no mostraba ni un indicio sobre sus emociones internas, incluso ahora.
Un débil sonido proveniente de la cama lo alertó y lentamente se dio vuelta.
Elena esperó un momento antes de abrir los ojos. Era algo a lo que se había acostumbrado en el último par de años. Un momento antes de que la realidad llegara, un momento para hacer un balance, una verificación de su cuerpo, sentir las sensaciones, sentir si había dolor... sentir si estaba todo bien. Pero esta vez, con los sonidos apagados de las bocinas de los coches y del tráfico que llegaban desde fuera, aún cuando había mucha distancia hasta abajo, ella se puso tensa. Los momentos previos llegaron rápido. La última cosa que le importaba ahora era el dolor físico o si se sentía bien.
Sus ojos se abrieron de golpe y allí estaba él. No había sido un espejismo. Su marido estaba de espaldas a la ventana con las manos hundidas en los bolsillos de lo que, ella sabía, sería una magnífica tela italiana hecha a medida. Al igual que su camisa y su chaqueta. La ropa moldeaba su figura ajustándose a sus duros contornos, resaltando cada parte de su cuerpo alto y de hombros anchos y poderosos. Exactamente como lo recordaba... pero aún más devastador en carne y hueso.
Sabía, de algún modo, que seguir en estado de shock era lo que le permitía ser tan fríamente objetiva. Él estaba, si cabe, aún más bello. Aunque en justicia bello era una palabra muy trillada, más bien era… muy apuesto. Era demasiado masculino para una palabra como bello. Y estaba aquí mismo, delante de ella, en vivo y en directo... no era el producto de su imaginación. Pero saber lo que él seguramente pensaba de ella hacía, gracias a Dios, que el dolor exquisito de volver a verlo no calara muy hondo.
–Así que... – él arrastró las palabras con un dejo sardónico –obviamente, te sorprendió encontrarte conmigo. Extraño, en realidad, considerando que este es mi hotel –
Elena sintió que el entumecimiento se desvanecía y la protección que significaba el estado de shock empezaba a romperse. ¿Su hotel? ¿Desde cuándo era propietario de un hotel en Londres? A pesar de que tenía muchos negocios aquí, nunca había ocultado su antipatía por el lugar. ¿Y cómo es que ella había elegido este hotel... de entre todas las otras innumerables posibilidades?
Había regresado y literalmente se había metido en la guarida del león, como una hormiga laboriosa tras el olor de una feromona familiar.
¿Cómo había llegado a esta habitación?
Luego recordó. Había sido un momento de gozo y a la vez doloroso de soportar, sacándola de la conmoción y abriéndole una herida en carne viva. Su bebé, su hijo... lo había visto, lo había abrazado. Era él. No lo había imaginado. Saberlo era aún demasiado para ella, no podía hacerle frente en su totalidad, lo sabía. Su cerebro entraría en crisis si se enfocaba con demasiada intensidad en lo que había sucedido.
– ¿Hic… hice que se asustara? – Su voz estaba ronca.
El frío flash de absoluta repugnancia que cruzó el rostro de su esposo fue como una bofetada. Si había tenido alguna duda sobre su reacción, ahora quedaba ridículamente descartada.
–No. Si lo estuviera yo no estaría aquí ahora –
El tono protector de su voz era inconfundible. Elena se incorporó para sentarse a un lado de la cama. Su cabeza todavía se sentía ligera, como rellena de algodón. Cautelosamente miró a Damon. Casi la lastimaba físicamente verlo así, después de todo este tiempo. Había soñado con este momento desde hacía tanto... pero por supuesto, tenía que admitir que nunca en su imaginación se había engañado a sí misma creyendo que Damon se alegraría de verla. Eso sólo lo había reservado para sus fantasías.
– ¿Lo has llamado Nicklaus? – Le preguntó con voz ronca. Sus ojos captaron la fuerte tensión de los músculos de su mandíbula. Pero su respuesta lacónica y tensa hizo que lo mirara nuevamente a los ojos.
–Nick. Sí –
–Después de que tu abuelo... –
Una mirada de desprecio cruzó el rostro de él –Por favor, no pretendas que realmente te importa –
Elena hizo una mueca de dolor y su rostro palideció. Había sabido exactamente lo que cabría esperar cuando enfrentara a Damon, pero no lo esperaba tan pronto. Hubiera querido estar más controlada, tener la oportunidad de explicar, estar lista... ¿Se estaba tomando el pelo a sí misma? En ese momento sentía que nunca estaría lista para explicar.
–Tu amante está en camino –
Elena se puso de pie en el acto, y rápidamente volvió a sentarse. Damon la miraba con serenidad, pero lo menos que sentía por dentro era serenidad. Tenía que hacer uso de todo su autocontrol para no caminar hacia ella, levantarla y exigirle… ¿qué? Su interior temblaba por las emociones que lo atravesaban de lado a lado. La más fuerte de ellas se parecía sospechosa y terriblemente a los
celos. Pero se dijo a sí mismo que era sólo su orgullo que le importaba, que este vórtice que amenazaba con consumirlo no podía estar vinculado a los sentimientos. Había aprendido la lección hacía ya dos años.
– ¿Mi qué? – Ella miró a Damon con incredulidad. Ahora sí que se sentía alejada de la realidad.
–Tu amante – le espetó –El hombre con el que viniste a encontrarte. Sin duda tienes una habitación reservada por aquí ¿Es así como has pasado el último par de años? ¿En una libertina gira mundial de habitaciones con hombres insignificantes? ¿Es eso lo que quisiste decir cuando dijiste que no estabas dispuesta a ocuparte del matrimonio y de la maternidad?
¿Hombres Insignificantes?
La cabeza de Elena latía y se puso una mano en la sien, queriendo encontrarle algún sentido a lo que él decía. Y entonces su mente se aclaró cuando un rostro benigno y amistoso apareció ante ella. Lo miró de nuevo con ojos muy abiertos
–Debes estar hablando de Tyler Lockwood. Él es mi abogado. Tenía que encontrarme con él en la planta baja y justo en ese momento... justo en ese momento... –
Damon resopló con desprecio –Eso es puro cuento. Realmente tenías ganas de refregármelo a la cara, ¿verdad? –
Elena apenas oyó lo que decía. Finalmente encontró la fuerza para aguantar, con las manos en puños apretados a los costados.
–Es cierto. Lo debía encontrar... – Vaciló. Realmente no tenía planeado que esto ocurriera así, pero ya no se podía hacer nada, entonces elevando la barbilla le dijo –Debía encontrarme con él para discutir la mejor forma de contactarte y
hablar acerca de ver a mi hijo –
Damon cruzó los brazos sobre el pecho, lo que lo hizo parecer aún más poderoso y formidable. Bloqueaba la luz que entraba desde la ventana detrás de él y eso hizo correr un escalofrío por la espalda de Elena.
–Le puedes decir ahora mismo que eso no va a suceder – Su postura entera gritaba el rechazo a su propuesta.
El pánico se apoderó de Elena y dio un paso adelante de forma brusca –Pero tengo derecho a ver a mi hijo, no importa lo que haya pasado. No me puedes detener – Para su completo disgusto su garganta se anudó por las lágrimas y luchó por dominarse. No podía entrar en crisis, no aquí, no así. Tenía que ser fuerte.
–Puedo y lo haré – La voz de Damon se oía fría y controlada. Ella sacudió la cabeza y abrió la boca para hablar, pero fue cortada en forma implacable –No
me sorprendería si te hubieras olvidado hasta hoy que fue un varón lo que tuviste, te fuiste tan rápido... –
La boca de Elena se cerró y el dolor que la atravesó fue crudo y abrumador. Su voz sonó fibrosa a sus oídos –Yo... por supuesto que sabía que fue un varón. No he pensado en otra cosa que en él todos los días desde que… –
Damon dio dos pasos rápidos y agarró del brazo a Elena dolorosamente – ¡Ya basta! –
Ella respiró hondo para disimular el dolor. Esto era mucho peor de lo que había previsto. No podía permitirse el lujo de olvidar que este hombre ejercía un poder que estaba a la par de los políticos más influyentes del mundo. ¿Podría contarle lo que había sucedido realmente? Hacerle ver... Hacerle comprender. Ella había esperado poder hacerlo y que la distancia actuara como amortiguador entre ellos, pero crudeza persistente le hizo sentir como si le estuviera arrancando una capa de piel. La verdad la pondría completamente desnuda, pero ahora, al haber conocido a su hijo, cuando realmente creía que nunca lo volvería a ver, hacía que se volviera temeraria.
–Damon. Por favor, te puedo explicar lo que pasó. Tal vez entonces me puedas comprender –
Él la alejó y le dijo con dureza – ¿Comprender? ¿Comprender? –
Su rostro estaba tan cerca que podía ver las finas líneas que rodeaban las comisuras de sus ojos, podía ver su piel dorada y tensa sobre los pómulos altos. Trató de mantenerse inflexible, no ceder a la demanda de su cuerpo, que reconocía lo que realmente estaba haciendo su proximidad en ella. ¿Cómo podía cuando él la miraba con tal desenfrenado odio que hacía que se sintiera confundida e incapaz de expresarse?
El desprecio se desprendía de cada sílaba y de cada palabra –Yo sé lo que pasó. Me dejaste una nota... ¿No te acuerdas? No existe nada, ni una sola palabra, ni una historia poco creíble que pudieras inventar que excusara lo que hiciste ese día. Le quitaste a un niño inocente la fuente más importante de nutrición y amor, la seguridad. No hay nada ni nadie en el planeta que pudiera absolverte de ese crimen. Renunciaste al derecho a ser su madre cuando te marchaste, pocas horas después de su nacimiento –
Y al derecho a ser mi esposa...
Las palabras no expresadas pesaban en el aire.
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