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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

11 febrero 2013

Dolor y Amor Capitulo 05


Capítulo 5
Elena se vistió con más cuidado que de costumbre. Dudaba entre un conjunto de falda corta y chaqueta de ante y una falda larga vaquera con una camiseta de manga larga negra. La falda de ante era corta, por encima de las rodillas, y aún con medias se sentía algo incómoda, así que se puso el otro conjunto antes de cepillarse el pelo y ponerse un pasador negro ovalado en la trenza.
Pero su ropa no sería armadura suficiente contra los recuerdos de Damon haciéndola gritar de placer. Odiaba la idea de verlo, pero no quería ser una cobarde. Tenía que afrontar lo que había pasado el día anterior para poder seguir adelante, aunque cuanto menos se hablara acerca de aquel vergonzoso episodio, mejor, opinaba ella.
Esa vez, cuando llamó a la puerta, esperó a que le dijera que podía entrar. Empujó la puerta, que se pare­cía más a la suite de Stefan que a un habitación de hos­pital, y vio a Damon, sentado en su escritorio, vestido con los pantalones cortos y la camiseta ajustada de sus se­siones de fisioterapia.
Estaba concentrado en el ordenador, no en ella, y tuvo tiempo de componerse ante su sexy presencia. No sirvió de mucho porque ella estaba deseando lanzarse de nuevo a sus brazos y suplicarle que le diera más de aquello que le había dado el día anterior. La urgencia la dejó un poco temblorosa, así que se sentó.
-Buenos días, Damon. Veo que ya estás trabajando.
-Buon giorno, bella. ¿Has dormido bien? -dijo él, girando la silla para ponerse frente a ella.
Toda su compostura pareció desaparecer en un mo­mento.
-Sí -dijo con voz temblorosa.
-Estabas exhausta cuando te dejé -sus miradas se encontraron y ella pudo ver la evidencia de la satisfac­ción en los ojos plateados.
-Te aseguraste de ello.
Su sonrisa era de todo un conquistador.
-No hay duda alguna de que podré satisfacer todas tus necesidades cuando nos casemos, tesoro.
Damon necesitaba probarse a sí mismo que seguía siendo todo un hombre, y lo había hecho. Por un lado, ella se lamentaba de que la utilizara como forma de te­rapia para sus frustraciones, pero por otro se alegraba de haber podido devolverle esa parte de su orgullo ad­mitiendo su reacción ante sus caricias.
Además, ella nunca se había cuestionado su nivel de satisfacción si se casaba con él.
-Pero no serás feliz, Damon. No quieres casarte con­migo.
-Ya dijiste eso ayer, y te probé que estabas equivo­cada, ¿no?
¿Qué decir? No quería dañar su ego diciéndole que ella había pensado que lo que necesitaba era probarse algo a sí mismo, pero, por otro lado, ¿cómo podía plan­tearse el matrimonio cuando había estado comprometi­do con Caroline hasta la mañana anterior?
-Caroline volverá, Damon. Estaba enfadada, pero se dará cuenta de su error y no querrás estar atado a otra mujer cuando eso ocurra.
-Lo de Caroline ha acabado, ya te lo dije ayer -dijo él con expresión dura.
No le gustaba repetir las cosas.
-Pero...
-No discutas. Tú quieres casarte conmigo.
-¿Quién lo dice? -saltó ella ante tal arrogancia.
-Yo lo digo.
-Hace no mucho me utilizabas para poner celosa a tu poco atenta prometida -¿acaso se había olvidado de eso?
Sus ojos se abrieron sorprendidos.
-Yo no hice eso.
Él nunca le había mentido hasta entonces y ella no podía tolerarlo, ni siquiera para no herirle en su orgullo.
-Sí lo hiciste.
-Cuando me tocaste ese día, sabías que ella lo ve­ría. Ni siquiera tengo claro si el beso de ayer no tuvo la misma intención -dijo ella, admitiendo el más terrible de sus miedos.
-Si te he tocado alguna vez, ha sido porque quería hacerlo, mi tesoro, ¿cómo puedes creer lo contrario? ¿Acaso me crees tan ruin como para utilizarte de ese modo?
Visto de ese modo... por su expresión podía dedu­cirse que estaba ofendido.
-No niego que sus celos ante tus atenciones no me complacieran, pero nunca he alentado esas cosas. Damon Salvatore no lo necesita.
Genial. Ahora no sólo había ofendido su sentido de la integridad, sino también su orgullo.
El gesto de Damon marcaba bien su musculatura, y Elena se distrajo de la conversación.
-¿Levantas pesas?
-¿Qué?
Su cara se tiñó de rojo cuando se dio cuenta de lo que había dicho y la cara divertida de Damon.
-Nada, no es importante.
-Eso es cierto. Tenemos otras cosas de las que ha­blar. ¿Te disgustarías si no tuviéramos una gran boda?
-No me importa.
No le importaba casarse en el Registro Civil si cre­yera que Damon deseaba realmente casarse con ella.
-Bien. Quiero casarme antes de volver a Italia.
-No he dicho que me vaya a casar contigo -ni si­quiera tenía que estar considerando la posibilidad-. Mira, si todo esto es por lo que dijiste ayer, no tienes que preocuparte. Ya sé que no lo decías en serio en ese momento. Estabas muy afectado.
-¿Afectado? ¿yo? Eso es algo de jovencitas y de mujeres mayores.
Ella cada vez se estaba poniendo más nerviosa.
-Lo que quiero decir es que no te tomo la palabra por lo de ayer.
-Pero, cara, es que yo sigo pensando igual que ayer.
-¿Qué es lo que piensas?
-Me dejaste hacerte el amor. Eso implica cierto gra­do de responsabilidad.
Era demasiado listo.
Ella ni siquiera intentó rebatir la idea de que le ha­bía hecho el amor, porque a todos los efectos, se lo ha­bía hecho.
-Muchas mujeres se acuestan con hombres sin tener que casarse por ello -replicó ella.
-Pero tú no.
Ella le lanzó una mirada de odio, deseando borrar esa sonrisa de autocomplacencia de su cara.
-Tal vez sí.
Él se echó a reír y ella quiso gritar.
-Ayer admitiste que estabas intacta. No intentes provocarme ahora.
-Que no haya tenido sexo con un hombre no quiere decir que no me haya dejado tocar -añadió ella.
¿Cómo podía haber olvidado su arrebato de furia el día anterior cuando ella lo provocó del mismo modo?
En un segundo, la silla cruzó la habitación y la agarró de los hombros con las manos.
-Dime la verdad -dijo él, como si cada palabra fue­ra una bala.
-¿Por qué estás tan enfadado? -preguntó ella, sin­tiéndose indefensa ante aquella reacción.
-¿Preguntas eso después de lo de ayer?
Gracioso, pero hasta entonces pensaba que lo del día anterior sólo le había ocurrido a ella. Desde luego, fue Damon quien lo provocó, pero ella no había pensado que le pudiera haber afectado de ningún modo. Aparen­temente, darle a una mujer su primer orgasmo, o va­rios, hacía que un hombre se sintiera posesivo.
-Nunca he dejado que ningún hombre me tocara como lo hiciste tú -admitió ella entre dientes. No que­ría provocar otra escena como la del otro día.
-Eso era lo que creía. No me engañes más -dijo, acariciándola.
-Eres un mandón.
-Es lo que pasa cuando se es el hermano mayor -se encogió de hombros y cambió de tema-. Los médicos han dicho que podemos volver a casa dentro de una se­mana.
-¿Y la terapia?
-Ya he hablado con un eminente fisioterapeuta para que me trate en nuestra casa en Milán.
Otra vez estaba asumiendo que ella accedería.
-Damon, ¿sigues queriendo a Caroline? -preguntó sin rodeos. El resto podía solucionarse, pero no iba a ca­sarse con un hombre enamorado de otra mujer.
Su cuerpo se tensó y se apartó de ella.
-Mis sentimientos por Caroline no son asunto tuyo.
-¿Cómo puedes decir eso? Quieres que me case contigo pensando que estás enamorado de otra mujer. Eso es una crueldad, Damon.
-Porque tú me quieres, ¿verdad?
-No pongas en mi boca palabras que yo no he di­cho. Estamos hablando de tus sentimientos.
-No. En absoluto. Cualquier cosa que sintiera por Caroline es cosa del pasado, como ella.
¡Ojalá fuera verdad!, pensó ella.
-¿Por qué quieres casarte conmigo? -tal vez si le hacía enfrentarse a sus razones se daría cuenta de que no estaba siendo realista.
-Ya te lo dije ayer. Ya tengo edad para casarme. Mi madre espera una nuera y yo quiero hijos. Y tú y yo nos llevamos bien, cara. Serás una madre y una esposa ad­mirables.
Aquello era todo un discurso para un hombre como Damon.
-¿Quieres casarte conmigo porque seré una buena madre?
Él sacudió la cabeza.
-También creo que serás una buena esposa. Ya co­noces mis limitaciones. No esperarás más de lo que yo puedo darte.
¿No? Tal vez no, pero eso no significaría que no lo deseara. Ella se quedó con una frase «conoces mis limitaciones». Aún seguía obsesionado por la paráli­sis temporal. Ella se dio cuenta de que no tenía op­ciones reales. Ahora Damon se sentía vulnerable, y para un hombre como él, aquello era una tragedia. Ahora no podía aumentar esa vulnerabilidad recha­zándolo.
Pero no podía engañarse a sí misma creyendo que la decisión era totalmente altruista. Si se casaba con Damon, volvería a tener una familia. Se había sentido muy sola después de la muerte de su madre, pero mu­cho más aún después de que Katherine, la segunda espo­sa de su padre, la desterrara eficientemente del círculo familiar.
Los Salvatore habían sido muy amables, pero nunca habían sido nada suyo. Ella no era de la familia, pero si se casaba con Damon, aquello lo cambiaría todo. Ella volvería a tener un hogar, un lugar en el mundo que considerar suyo. Y cuando llegaran los niños, ten­dría aún más. Volvería a compartir el mismo vínculo que había tenido ella con su madre, aunque esa vez se­ría ella la madre.
-Me casaré contigo.


Stefan volvió a Nueva York por la noche. Elena estaba viendo la televisión en un sillón de la salita de la suite cuando él llegó. Ella ya sabía que había pasado a ver a Damon y esperaba ver cómo respondía a las noticias de que se iba a casar con su hermano.
Stefan se quitó el abrigo y lo colgó en el respaldo del sofá. Se sentó enfrente de ella y la miró.
-Entonces ¿te vas a casar con mi hermano? Eso sí que es trabajar rápido, teniendo en cuenta que hace nada estaba prometido con Caroline.
-Yo no le puse una trampa.
Stefan le sonrió y se encogió de hombros.
-Pero lo conseguiste, piccola mia. Eso está bien.
¿Sí? La duda la invadía desde que dejó a Damon en el hospital.
-Él no quiere casarse conmigo.
-Me aseguró que sí.
-Eso es lo que él piensa. Se siente mal porque no puede andar y Caroline ha roto su compromiso. Tan pronto como todo vuelva a su lugar, se arrepentirá de esta locura.
La sonrisa de Stefan desapareció.
-No está loco. Damon te necesita ahora y lo reconoce. Demonios, creo que siempre te ha necesitado, sólo que no se ha dado cuenta hasta que ha pensado que te per­dería para siempre.
Entonces Damon le había contado el enfrentamiento con Caroline.
-La respuesta de mi hermano a sus necesidades ac­tuales es el matrimonio. Teniendo en cuenta tus senti­mientos hacia él, es la solución ideal.
Los hombres a veces eran de lo más obtusos.
-Ni siquiera me ha dicho si sigue queriendo a Caroline.
-No es tan estúpido.
-Yo pensaba que era bastante lista hasta que acepté casarme con Damon -¿qué mujer aceptaría casarse con un hombre que no la quería ni lo pretendía? Incluso si ese matrimonio era su mayor deseo...
Stefan sacudió la cabeza.
-Es una buena decisión. Es lo que él quiere y lo que tú quieres. ¿Qué podría mejorarlo?
Que Damon la quisiera por las razones justas. No se molestó en decirlo, Stefan no lo entendería; en muchas cosas su arrogante hermano y él eran iguales.
-Mis padres serán tus nuevos padres, y yo tu her­mano -dijo abriendo los brazos y sonriendo-. Esto sólo puede ser bueno.
Ella estaba demasiado nerviosa como para reírse con sus gracias.
-¿De verdad piensas que estoy haciendo lo correc­to?
Stefan alargó la mano y le tomó la suya, apretándo­sela.
-No es que sea lo correcto, sino que es muy bueno, piccola. Me encantará tenerte en nuestra familia, ¿y no te gustaría ser mi hermana?
Ella asintió, sonriendo tímidamente, consiguiendo calmar sus dudas y temores con el apoyo de Stefan a su matrimonio con Damon. Pero, ¿qué pensarían sus padres? ¿Creería su madre que Elena había atrapado a Damon en un momento de debilidad como Stefan había sugerido en broma?


La preocupación la mantuvo despierta casi toda la noche y las dos siguientes antes de la boda.
-Mama se pondrá furiosa con esto de que os caséis en el Registro Civil -Stefan dijo esto mientras les hacían pasar ante el juez de paz para que se celebrase la corta ceremonia civil tres días después de que Damon le pidiera matrimonio a Elena.
Damon giró la cabeza y contestó:
-Lo superará.
-Lo más probable es que insista en una boda por la iglesia con todos los detalles de una boda tradicional -replicó Stefan, bromeando.
-No me opondré, pero todo eso tendrá que esperar hasta que pueda andar hasta el altar -dijo Damon, enco­giéndose de hombros.
La insistencia de Damon en una boda por lo civil em­pezaba a tener algún sentido. Elena había pensado que veía su boda de forma tan pragmática, que no que­ría pasar por las molestias de una boda tradicional. Además seguramente no habría querido que sus fami­liares y amigos lo vieran en su actual estado. Aquello también la llevaba a pensar que Damon sólo se había ca­sado con ella por las circunstancias.
Damon no la quería.
Mientras repetía las cortas frases de rigor, no pudo mirar a Damon a los ojos y mantuvo la mirada baja, cen­trada en el ramito de rosas blancas que Damon le había dado. Sin embargo, cuando llegó su turno, Damon, levan­tándole la barbilla, le habló a ella, prometiéndole fideli­dad y respeto con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas acerca de su sinceridad. No pudo evitar sentirse conmovida.
El juez dio permiso a Damon para besarla y así lo hizo, atrayéndola hacia sí. Sus cabezas estaban casi a la misma altura, porque Damon estaba sentado en la silla de ruedas. El beso fue dulce y suave, y ella se sintió dese­osa de más y reconfortada a la vez.
-Congratulación, fratello -Stefan abrazó a su her­mano y lo besó en las mejillas según la tradición italia­na. Después se giró a Elena, la levantó del suelo y la abrazó-. ¡Bienvenida a la familia, hermanita!
Elena rió y, a pesar de su preocupación, lo abrazó sin reticencias.
—¡Grazie!
Stefan volvió a dejarla en el suelo. Ella sonrió a Damon y la desconcertó la dureza de su expresión.


Llegaron a Milán a altas horas de la madrugada y Elena atravesó los controles aduaneros medio dormi­da hasta llegar a la limusina que los estaba esperando. Había dormido muy poco los días anteriores y le costa­ba mantener los ojos abiertos. Damon y Stefan se sentaron en el asiento frente a ella, y ella dedujo que había algo raro en aquello.
Ella estaba casada, pero no se sentía como tal. Era todo tan irreal... Damon la había tratado más o menos como a un mueble más desde la boda. No había espera­do que la colmara de atenciones en el jet privado de los Salvatore, al fin y al cabo había más gente presente. Stefan volaba de vuelta con ellos, así como el personal encargado de su seguridad y el secretario personal de Damon, que había estado en Nueva York la pasada sema­na trabajando con Damon.
Aun así, a pesar de que hubiera gente presente, ella tampoco había esperado que él se olvidara de su pre­sencia.
Elena había esperado a que Damon entrase en la li­musina para entrar después y sentarse frente a él, mo­lesta por el trato que le había dado, y Stefan, después de dudar un momento se había sentado al lado de su hermano.
Centrando su atención en el paisaje que se veía des­de la ventanilla, intentó imaginar que viajaba sola. Se­ría menos doloroso.
-Mis padres volverán la semana que viene -la voz de Damon rompió el silencio.
Elena no dijo nada, asumiendo que se dirigía a Stefan. Al fin y al cabo, llevaba ocho horas sin dirigirle la palabra.
-Elena.
-¿Qué? -dijo ella sin mover la vista de la ventanilla.
-Estás contenta de volver a ver a mi madre, ¿ver­dad?
-Por supuesto -pero no sabía si eso era verdad del todo. Aún tenía miedo de que los padres de Damon pudie­ran pensar que lo había manipulado en un momento de debilidad.
-No pareces muy emocionada.
-Estoy cansada.
-No me gusta hablarte sin que me mires, cara.
Ella se giró hasta que sus ojos se encontraron. Era difícil leer la expresión de su rostro en la tenue luz de la limusina.
-Tenía la impresión de que no te apetecía hablar conmigo. Eso es todo.
-¿Cómo? ¿Cuándo he dicho yo algo así?
-A veces las acciones hablan con más claridad que las palabras -las palabras salieron de su boca con más veneno del que hubiera deseado.
Él tomó aliento.
-¿Qué problema tienes?
La mirada de Elena pasó de Damon a Stefan y vio que en su cara se dibujaba una expresión de satisfac­ción. ¿Acaso le gustaba ver a su hermano y a su esposa discutir?
-Te acabo de hacer una pregunta, cara.
-Y yo prefiero no contestarte -y dicho esto los ig­noró a Stefan y a él.
En un claro intento de pacificar el ambiente, Stefan le hizo a Damon algunas preguntas y pronto los dos em­pezaron a hacer planes sobre la vuelta de sus padres. Elena se giró. Estaba luchando con el terrible miedo de haber cometido el error más grave de su vida. Era obvio que Damon se arrepentía de su decisión de casarse con ella. Ojalá hubiera vuelto al mundo real antes de que se celebrara la ceremonia.
Cuando llegaron a la casa de los Salvatore, Elena esperó en el exterior de la limusina a que descargaran la silla de ruedas. Damon se dio cuenta de que estaba es­perando y la llamó.
-Ve dentro, no hay motivos para que te quedes aquí.
Ella se sintió dolida e hizo justo lo que le había dicho. Una vez dentro de la casa, fue directamente a la habita­ción en la que había dormido siempre que iba allí. No iba a dejar que la expulsaran de la habitación principal.
Encontró el camisón que había dejado allí el verano anterior y entró en el baño. Se envolvió el pelo en una toalla, como si fuera un turbante y se duchó. Poco des­pués, estaba sentada frente al espejo del tocador desha­ciéndose el recogido que se había hecho para la boda cuando Damon entró.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó él.
-Cepillarme el pelo -dijo ella, colocándoselo sobre un hombro y peinándose la larga cabellera. Damon, al lado de la puerta, permanecía en silencio.
Cuando hubo acabado de peinarse, dividió el pelo en tres y empezó hacerse una trenza para ir a dormir.
-No lo hagas.
Ella se quedó sorprendida y sus dedos se detuvie­ron. Pudo oír la silla de ruedas cruzando la habitación, pero no se pudo dar la vuelta para mirarlo.
-Per l´amore di cielo, es precioso -dijo él, pasándo­le los dedos por el pelo y deshaciendo el principio de la trenza que había empezado a hacerse-. Siempre había querido verlo así, pero es mejor de lo que me imagina­ba.
Ella se giró para mirarlo y lo vio absorto en la con­templación de su pelo.
-¿Te gusta mi pelo?
Aquello no parecía tener mucho sentido. Ella lleva­ba el pelo largo porque a su madre le gustaba así y de ese modo se sentía más cerca de ella. Nunca se le había ocurrido que a Damon su ordinario cabello pudiera parecerle tan fascinante, pero así era.
-Ven aquí -él se acercó para colocarla sobre su re­gazo, pero animada por un instinto de conservación, ella se levantó de un salto y se apartó de él.
-Estoy cansada y quiero irme a la cama.
Los ojos de Damon brillaban de un modo que ella no quería entender.
-Yo también quiero ir a la cama.
-Pues será mejor que lo hagas, ¿no?
Él se puso muy rígido. Incluso en la silla de ruedas era casi tan alto como ella y mucho más imponente.
-¿Quieres decir que vuelva a mi cama mientras tú duermes aquí?
Ella se encogió de hombros intentando hacer como si no le importase, cosa que no era cierta.
-¿Dónde está la diferencia? -ella se refería a que, si no la quería o la deseaba especialmente, tampoco debía importarle dónde dormía.
El se echó hacia atrás como si ella lo hubiera golpe­ado.
-De hecho, no hay diferencia, cara, ya que no pue­do realizar el ritual tradicional de la noche de bodas y está claro que la idea de compartir mi cama no te atrae lo más mínimo.
-No es eso lo que...
-No importa -dijo él interrumpiéndola-. Me parece bien que no esperes de mí que cumpla con mis deberes como marido. La verdad es que no son muy atrayentes cuando no puedo participar completamente y no son necesarios para la concepción de nuestro hijo.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para Elena, que se quedó inmóvil mientras él giraba su silla y salía de la habitación.
Fue hacia la cama sintiéndose muy mayor, sin fuer­zas para trenzarse el pelo por el rechazo de Damon. Él consideraba la experiencia más bonita de su vida como un deber, y además innecesario. Y poco atractivo para él. Cómo tenía que haberle molestado su ansia de expe­rimentar placer al no ser ella capaz de devolvérselo...
Incluso si Damon no hubiera estado paralítico, ella no habría sabido devolverle las caricias. Caroline tenía ra­zón y ella no era lo suficiente mujer para Damon, inde­pendientemente de su estado. ¿Por qué había querido casarse con ella entonces?
La respuesta llegó con otra oleada de dolor: porque no la quería ni la deseaba. Ella podría darle hijos, pero no sería un recordatorio permanente de lo que no podía tener. No sabía lo que pasaría cuando Damon recuperase la sensibilidad en sus extremidades inferiores, pero es­taba segura de que lamentaría haberse casado.

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