Capítulo 5
Elena se vistió con más cuidado que de costumbre.
Dudaba entre un conjunto de falda corta y chaqueta de ante y una falda larga
vaquera con una camiseta de manga larga negra. La falda de ante era corta, por
encima de las rodillas, y aún con medias se sentía algo incómoda, así que se
puso el otro conjunto antes de cepillarse el pelo y ponerse un pasador negro
ovalado en la trenza.
Esa vez, cuando llamó a la puerta, esperó a que le
dijera que podía entrar. Empujó la puerta, que se parecía más a la suite de
Stefan que a un habitación de hospital, y vio a Damon, sentado en su
escritorio, vestido con los pantalones cortos y la camiseta ajustada de sus sesiones
de fisioterapia.
Estaba concentrado en el ordenador, no en ella, y
tuvo tiempo de componerse ante su sexy presencia. No sirvió de mucho porque
ella estaba deseando lanzarse de nuevo a sus brazos y suplicarle que le diera
más de aquello que le había dado el día anterior. La urgencia la dejó un poco
temblorosa, así que se sentó.
-Buenos días, Damon. Veo que ya estás trabajando.
-Buon giorno, bella. ¿Has dormido bien? -dijo él,
girando la silla para ponerse frente a ella.
Toda su compostura pareció desaparecer en un momento.
-Sí -dijo con voz temblorosa.
-Estabas exhausta cuando te dejé -sus miradas se
encontraron y ella pudo ver la evidencia de la satisfacción en los ojos
plateados.
-Te aseguraste de ello.
Su sonrisa era de todo un conquistador.
-No hay duda alguna de que podré satisfacer todas
tus necesidades cuando nos casemos, tesoro.
Damon necesitaba probarse a sí mismo que seguía
siendo todo un hombre, y lo había hecho. Por un lado, ella se lamentaba de que
la utilizara como forma de terapia para sus frustraciones, pero por otro se
alegraba de haber podido devolverle esa parte de su orgullo admitiendo su
reacción ante sus caricias.
Además, ella nunca se había cuestionado su nivel de
satisfacción si se casaba con él.
-Pero no serás feliz, Damon. No quieres casarte conmigo.
-Ya dijiste eso ayer, y te probé que estabas equivocada,
¿no?
¿Qué decir? No quería dañar su ego diciéndole que
ella había pensado que lo que necesitaba era probarse algo a sí mismo, pero,
por otro lado, ¿cómo podía plantearse el matrimonio cuando había estado
comprometido con Caroline hasta la mañana anterior?
-Caroline volverá, Damon. Estaba enfadada, pero se
dará cuenta de su error y no querrás estar atado a otra mujer cuando eso
ocurra.
-Lo de Caroline ha acabado, ya te lo dije ayer -dijo
él con expresión dura.
No le gustaba repetir las cosas.
-Pero...
-No discutas. Tú quieres casarte conmigo.
-¿Quién lo dice? -saltó ella ante tal arrogancia.
-Yo lo digo.
-Hace no mucho me utilizabas para poner celosa a tu
poco atenta prometida -¿acaso se había olvidado de eso?
Sus ojos se abrieron sorprendidos.
-Yo no hice eso.
Él nunca le había mentido hasta entonces y ella no
podía tolerarlo, ni siquiera para no herirle en su orgullo.
-Sí lo hiciste.
-Cuando me tocaste ese día, sabías que ella lo vería.
Ni siquiera tengo claro si el beso de ayer no tuvo la misma intención -dijo
ella, admitiendo el más terrible de sus miedos.
-Si te he tocado alguna vez, ha sido porque quería
hacerlo, mi tesoro, ¿cómo puedes creer lo contrario? ¿Acaso me crees tan ruin
como para utilizarte de ese modo?
Visto de ese modo... por su expresión podía deducirse
que estaba ofendido.
-No niego que sus celos ante tus atenciones no me
complacieran, pero nunca he alentado esas cosas. Damon Salvatore no lo
necesita.
Genial. Ahora no sólo había ofendido su sentido de
la integridad, sino también su orgullo.
El gesto de Damon marcaba bien su musculatura, y
Elena se distrajo de la conversación.
-¿Levantas pesas?
-¿Qué?
Su cara se tiñó de rojo cuando se dio cuenta de lo
que había dicho y la cara divertida de Damon.
-Nada, no es importante.
-Eso es cierto. Tenemos otras cosas de las que hablar.
¿Te disgustarías si no tuviéramos una gran boda?
-No me importa.
No le importaba casarse en el Registro Civil si creyera
que Damon deseaba realmente casarse con ella.
-Bien. Quiero casarme antes de volver a Italia.
-No he dicho que me vaya a casar contigo -ni siquiera
tenía que estar considerando la posibilidad-. Mira, si todo esto es por lo que
dijiste ayer, no tienes que preocuparte. Ya sé que no lo decías en serio en ese
momento. Estabas muy afectado.
-¿Afectado? ¿yo? Eso es algo de jovencitas y de
mujeres mayores.
Ella cada vez se estaba poniendo más nerviosa.
-Lo que quiero decir es que no te tomo la palabra
por lo de ayer.
-Pero, cara, es que yo sigo pensando igual que ayer.
-¿Qué es lo que piensas?
-Me dejaste hacerte el amor. Eso implica cierto grado
de responsabilidad.
Era demasiado listo.
Ella ni siquiera intentó rebatir la idea de que le
había hecho el amor, porque a todos los efectos, se lo había hecho.
-Muchas mujeres se acuestan con hombres sin tener
que casarse por ello -replicó ella.
-Pero tú no.
Ella le lanzó una mirada de odio, deseando borrar
esa sonrisa de autocomplacencia de su cara.
-Tal vez sí.
Él se echó a reír y ella quiso gritar.
-Ayer admitiste que estabas intacta. No intentes
provocarme ahora.
-Que no haya tenido sexo con un hombre no quiere
decir que no me haya dejado tocar -añadió ella.
¿Cómo podía haber olvidado su arrebato de furia el
día anterior cuando ella lo provocó del mismo modo?
En un segundo, la silla cruzó la habitación y la
agarró de los hombros con las manos.
-Dime la verdad -dijo él, como si cada palabra fuera
una bala.
-¿Por qué estás tan enfadado? -preguntó ella, sintiéndose
indefensa ante aquella reacción.
-¿Preguntas eso después de lo de ayer?
Gracioso, pero hasta entonces pensaba que lo del día
anterior sólo le había ocurrido a ella. Desde luego, fue Damon quien lo
provocó, pero ella no había pensado que le pudiera haber afectado de ningún
modo. Aparentemente, darle a una mujer su primer orgasmo, o varios, hacía que
un hombre se sintiera posesivo.
-Nunca he dejado que ningún hombre me tocara como lo
hiciste tú -admitió ella entre dientes. No quería provocar otra escena como la
del otro día.
-Eso era lo que creía. No me engañes más -dijo,
acariciándola.
-Eres un mandón.
-Es lo que pasa cuando se es el hermano mayor -se
encogió de hombros y cambió de tema-. Los médicos han dicho que podemos volver
a casa dentro de una semana.
-¿Y la terapia?
-Ya he hablado con un eminente fisioterapeuta para
que me trate en nuestra casa en Milán.
Otra vez estaba asumiendo que ella accedería.
-Damon, ¿sigues queriendo a Caroline? -preguntó sin
rodeos. El resto podía solucionarse, pero no iba a casarse con un hombre
enamorado de otra mujer.
Su cuerpo se tensó y se apartó de ella.
-Mis sentimientos por Caroline no son asunto tuyo.
-¿Cómo puedes decir eso? Quieres que me case contigo
pensando que estás enamorado de otra mujer. Eso es una crueldad, Damon.
-Porque tú me quieres, ¿verdad?
-No pongas en mi boca palabras que yo no he dicho.
Estamos hablando de tus sentimientos.
-No. En absoluto. Cualquier cosa que sintiera por
Caroline es cosa del pasado, como ella.
¡Ojalá fuera verdad!, pensó ella.
-¿Por qué quieres casarte conmigo? -tal vez si le
hacía enfrentarse a sus razones se daría cuenta de que no estaba siendo
realista.
-Ya te lo dije ayer. Ya tengo edad para casarme. Mi
madre espera una nuera y yo quiero hijos. Y tú y yo nos llevamos bien, cara.
Serás una madre y una esposa admirables.
Aquello era todo un discurso para un hombre como
Damon.
-¿Quieres casarte conmigo porque seré una buena
madre?
Él sacudió la cabeza.
-También creo que serás una buena esposa. Ya conoces
mis limitaciones. No esperarás más de lo que yo puedo darte.
¿No? Tal vez no, pero eso no significaría que no lo
deseara. Ella se quedó con una frase «conoces mis limitaciones». Aún seguía
obsesionado por la parálisis temporal. Ella se dio cuenta de que no tenía opciones
reales. Ahora Damon se sentía vulnerable, y para un hombre como él, aquello era
una tragedia. Ahora no podía aumentar esa vulnerabilidad rechazándolo.
Pero no podía engañarse a sí misma creyendo que la
decisión era totalmente altruista. Si se casaba con Damon, volvería a tener una
familia. Se había sentido muy sola después de la muerte de su madre, pero mucho
más aún después de que Katherine, la segunda esposa de su padre, la desterrara
eficientemente del círculo familiar.
Los Salvatore habían sido muy amables, pero nunca
habían sido nada suyo. Ella no era de la familia, pero si se casaba con Damon,
aquello lo cambiaría todo. Ella volvería a tener un hogar, un lugar en el mundo
que considerar suyo. Y cuando llegaran los niños, tendría aún más. Volvería a
compartir el mismo vínculo que había tenido ella con su madre, aunque esa vez
sería ella la madre.
-Me casaré contigo.
Stefan volvió a Nueva York por la noche. Elena
estaba viendo la televisión en un sillón de la salita de la suite cuando él
llegó. Ella ya sabía que había pasado a ver a Damon y esperaba ver cómo
respondía a las noticias de que se iba a casar con su hermano.
Stefan se quitó el abrigo y lo colgó en el respaldo
del sofá. Se sentó enfrente de ella y la miró.
-Entonces ¿te vas a casar con mi hermano? Eso sí que
es trabajar rápido, teniendo en cuenta que hace nada estaba prometido con
Caroline.
-Yo no le puse una trampa.
Stefan le sonrió y se encogió de hombros.
-Pero lo conseguiste, piccola mia. Eso está bien.
¿Sí? La duda la invadía desde que dejó a Damon en el
hospital.
-Él no quiere casarse conmigo.
-Me aseguró que sí.
-Eso es lo que él piensa. Se siente mal porque no
puede andar y Caroline ha roto su compromiso. Tan pronto como todo vuelva a su
lugar, se arrepentirá de esta locura.
La sonrisa de Stefan desapareció.
-No está loco. Damon te necesita ahora y lo
reconoce. Demonios, creo que siempre te ha necesitado, sólo que no se ha dado
cuenta hasta que ha pensado que te perdería para siempre.
Entonces Damon le había contado el enfrentamiento
con Caroline.
-La respuesta de mi hermano a sus necesidades actuales
es el matrimonio. Teniendo en cuenta tus sentimientos hacia él, es la solución
ideal.
Los hombres a veces eran de lo más obtusos.
-Ni siquiera me ha dicho si sigue queriendo a
Caroline.
-No es tan estúpido.
-Yo pensaba que era bastante lista hasta que acepté
casarme con Damon -¿qué mujer aceptaría casarse con un hombre que no la quería
ni lo pretendía? Incluso si ese matrimonio era su mayor deseo...
Stefan sacudió la cabeza.
-Es una buena decisión. Es lo que él quiere y lo que
tú quieres. ¿Qué podría mejorarlo?
Que Damon la quisiera por las razones justas. No se
molestó en decirlo, Stefan no lo entendería; en muchas cosas su arrogante
hermano y él eran iguales.
-Mis padres serán tus nuevos padres, y yo tu hermano
-dijo abriendo los brazos y sonriendo-. Esto sólo puede ser bueno.
Ella estaba demasiado nerviosa como para reírse con
sus gracias.
-¿De verdad piensas que estoy haciendo lo correcto?
Stefan alargó la mano y le tomó la suya, apretándosela.
-No es que sea lo correcto, sino que es muy bueno,
piccola. Me encantará tenerte en nuestra familia, ¿y no te gustaría ser mi
hermana?
Ella asintió, sonriendo tímidamente, consiguiendo
calmar sus dudas y temores con el apoyo de Stefan a su matrimonio con Damon.
Pero, ¿qué pensarían sus padres? ¿Creería su madre que Elena había atrapado a
Damon en un momento de debilidad como Stefan había sugerido en broma?
La preocupación la mantuvo despierta casi toda la
noche y las dos siguientes antes de la boda.
-Mama se pondrá furiosa con esto de que os caséis en
el Registro Civil -Stefan dijo esto mientras les hacían pasar ante el juez de
paz para que se celebrase la corta ceremonia civil tres días después de que
Damon le pidiera matrimonio a Elena.
Damon giró la cabeza y contestó:
-Lo superará.
-Lo más probable es que insista en una boda por la
iglesia con todos los detalles de una boda tradicional -replicó Stefan,
bromeando.
-No me opondré, pero todo eso tendrá que esperar
hasta que pueda andar hasta el altar -dijo Damon, encogiéndose de hombros.
La insistencia de Damon en una boda por lo civil empezaba
a tener algún sentido. Elena había pensado que veía su boda de forma tan
pragmática, que no quería pasar por las molestias de una boda tradicional.
Además seguramente no habría querido que sus familiares y amigos lo vieran en
su actual estado. Aquello también la llevaba a pensar que Damon sólo se había
casado con ella por las circunstancias.
Damon no la quería.
Mientras repetía las cortas frases de rigor, no pudo
mirar a Damon a los ojos y mantuvo la mirada baja, centrada en el ramito de
rosas blancas que Damon le había dado. Sin embargo, cuando llegó su turno,
Damon, levantándole la barbilla, le habló a ella, prometiéndole fidelidad y
respeto con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas acerca de su sinceridad.
No pudo evitar sentirse conmovida.
El juez dio permiso a Damon para besarla y así lo
hizo, atrayéndola hacia sí. Sus cabezas estaban casi a la
misma altura, porque Damon estaba
sentado en la silla de ruedas. El beso fue dulce y suave, y ella se sintió deseosa
de más y reconfortada a la vez.
-Congratulación, fratello -Stefan abrazó a su hermano
y lo besó en las mejillas según la tradición italiana. Después se giró a
Elena, la levantó del suelo y la abrazó-. ¡Bienvenida a la familia, hermanita!
Elena rió y, a pesar de su preocupación, lo abrazó
sin reticencias.
—¡Grazie!
Stefan volvió a dejarla en el suelo. Ella sonrió a
Damon y la desconcertó la dureza de su expresión.
Llegaron a Milán a altas horas de la madrugada y
Elena atravesó los controles aduaneros medio dormida hasta llegar a la
limusina que los estaba esperando. Había dormido muy poco los días anteriores y
le costaba mantener los ojos abiertos. Damon y Stefan se sentaron en el
asiento frente a ella, y ella dedujo que había algo raro en aquello.
Ella estaba casada, pero no se sentía como tal. Era
todo tan irreal... Damon la había tratado más o menos como a un mueble más
desde la boda. No había esperado que la colmara de atenciones en el jet
privado de los Salvatore, al fin y al cabo había más gente presente. Stefan
volaba de vuelta con ellos, así como el personal encargado de su seguridad y el
secretario personal de Damon, que había estado en Nueva York la pasada semana
trabajando con Damon.
Aun así, a pesar de que hubiera gente presente, ella
tampoco había esperado que él se olvidara de su presencia.
Elena había esperado a que Damon entrase en la limusina
para entrar después y sentarse frente a él, molesta por el trato que le había
dado, y Stefan, después de dudar un momento se había sentado al lado de su
hermano.
Centrando su atención en el paisaje que se veía desde
la ventanilla, intentó imaginar que viajaba sola. Sería menos doloroso.
-Mis padres volverán la semana que viene -la voz de
Damon rompió el silencio.
Elena no dijo nada, asumiendo que se dirigía a
Stefan. Al fin y al cabo, llevaba ocho horas sin dirigirle la palabra.
-Elena.
-¿Qué? -dijo ella sin mover la vista de la
ventanilla.
-Estás contenta de volver a ver a mi madre, ¿verdad?
-Por supuesto -pero no sabía si eso era verdad del
todo. Aún tenía miedo de que los padres de Damon pudieran pensar que lo había
manipulado en un momento de debilidad.
-No pareces muy emocionada.
-Estoy cansada.
-No me gusta hablarte sin que me mires, cara.
Ella se giró hasta que sus ojos se encontraron. Era
difícil leer la expresión de su rostro en la tenue luz de la limusina.
-Tenía la impresión de que no te apetecía hablar
conmigo. Eso es todo.
-¿Cómo? ¿Cuándo he dicho yo algo así?
-A veces las acciones hablan con más claridad que
las palabras -las palabras salieron de su boca con más veneno del que hubiera
deseado.
Él tomó aliento.
-¿Qué problema tienes?
La mirada de Elena pasó de Damon a Stefan y vio que
en su cara se dibujaba una expresión de satisfacción. ¿Acaso le gustaba ver a
su hermano y a su esposa discutir?
-Te acabo de hacer una pregunta, cara.
-Y yo prefiero no contestarte -y dicho esto los ignoró
a Stefan y a él.
En un claro intento de pacificar el ambiente, Stefan
le hizo a Damon algunas preguntas y pronto los dos empezaron a hacer planes
sobre la vuelta de sus padres. Elena se giró. Estaba luchando con el terrible
miedo de haber cometido el error más grave de su vida. Era obvio que Damon se
arrepentía de su decisión de casarse con ella. Ojalá hubiera vuelto al mundo
real antes de que se celebrara la ceremonia.
Cuando llegaron a la casa de los Salvatore, Elena
esperó en el exterior de la limusina a que descargaran la silla de ruedas.
Damon se dio cuenta de que estaba esperando y la llamó.
-Ve dentro, no hay motivos para que te quedes aquí.
Ella se sintió dolida e hizo justo lo que le había
dicho. Una vez dentro de la casa, fue directamente a la habitación en la que
había dormido siempre que iba allí. No iba a dejar que la expulsaran de la
habitación principal.
Encontró el camisón que había dejado allí el verano
anterior y entró en el baño. Se envolvió el pelo en una toalla, como si fuera
un turbante y se duchó. Poco después, estaba sentada frente al espejo del
tocador deshaciéndose el recogido que se había hecho para la boda cuando Damon
entró.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó él.
-Cepillarme el pelo -dijo ella, colocándoselo sobre
un hombro y peinándose la larga cabellera. Damon, al lado de la puerta,
permanecía en silencio.
Cuando hubo acabado de peinarse, dividió el pelo en
tres y empezó hacerse una trenza para ir a dormir.
-No lo hagas.
Ella se quedó sorprendida y sus dedos se detuvieron.
Pudo oír la silla de ruedas cruzando la habitación, pero no se pudo dar la
vuelta para mirarlo.
-Per l´amore di cielo, es precioso -dijo él,
pasándole los dedos por el pelo y deshaciendo el principio de la trenza que
había empezado a hacerse-. Siempre había querido verlo así, pero es mejor de lo
que me imaginaba.
Ella se giró para mirarlo y lo vio absorto en la contemplación
de su pelo.
-¿Te gusta mi pelo?
Aquello no parecía tener mucho sentido. Ella llevaba
el pelo largo porque a su madre le gustaba así y de ese modo se sentía más
cerca de ella. Nunca se le había ocurrido que a Damon su ordinario cabello
pudiera parecerle tan fascinante, pero así era.
-Ven aquí -él se acercó para colocarla sobre su regazo,
pero animada por un instinto de conservación, ella se levantó de un salto y se
apartó de él.
-Estoy cansada y quiero irme a la cama.
Los ojos de Damon brillaban de un modo que ella no
quería entender.
-Yo también quiero ir a la cama.
-Pues será mejor que lo hagas, ¿no?
Él se puso muy rígido. Incluso en la silla de ruedas
era casi tan alto como ella y mucho más imponente.
-¿Quieres decir que vuelva a mi cama mientras tú
duermes aquí?
Ella se encogió de hombros intentando hacer como si
no le importase, cosa que no era cierta.
-¿Dónde está la diferencia? -ella se refería a que,
si no la quería o la deseaba especialmente, tampoco debía importarle dónde
dormía.
El se echó hacia atrás como si ella lo hubiera golpeado.
-De hecho, no hay diferencia, cara, ya que no puedo
realizar el ritual tradicional de la noche de bodas y está claro que la idea de
compartir mi cama no te atrae lo más mínimo.
-No es eso lo que...
-No importa -dijo él interrumpiéndola-. Me parece
bien que no esperes de mí que cumpla con mis deberes como marido. La verdad es
que no son muy atrayentes cuando no puedo participar completamente y no son
necesarios para la concepción de nuestro hijo.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría
para Elena, que se quedó inmóvil mientras él giraba su silla y salía de la
habitación.
Fue hacia la cama sintiéndose muy mayor, sin fuerzas
para trenzarse el pelo por el rechazo de Damon. Él consideraba la experiencia
más bonita de su vida como un deber, y además innecesario. Y poco atractivo
para él. Cómo tenía que haberle molestado su ansia de experimentar placer al
no ser ella capaz de devolvérselo...
Incluso si Damon no hubiera estado paralítico, ella
no habría sabido devolverle las caricias. Caroline tenía razón y ella no era
lo suficiente mujer para Damon, independientemente de su estado. ¿Por qué
había querido casarse con ella entonces?
La respuesta llegó con otra oleada de dolor: porque
no la quería ni la deseaba. Ella podría darle hijos, pero no sería un
recordatorio permanente de lo que no podía tener. No sabía lo que pasaría
cuando Damon recuperase la sensibilidad en sus extremidades inferiores, pero estaba
segura de que lamentaría haberse casado.
genial gracias¡ ^^
ResponderEliminar