Capítulo 05
De habérselo permitido, Damon la
habría llevado en brazos hasta el ático. Y protestó con rabia hasta que ella
puso los ojos en blanco y le informó de que estaba bien y que a nadie se le
llevaba en brazos por culpa de un ojo morado.
La visión del ojo sólo sirvió para
enfurecerlo aún más. Elena era pequeñita y la idea de que alguien le hubiera
hecho daño… y encima embarazada… Afortunadamente, el médico había asegurado que
el bebé estaba bien.
—¿Te apetece que encargue algo para
cenar? —preguntó tras acomodarla sobre el diván.
—Gracias, me encantaría —contestó ella
mientras reclinaba la cabeza.
—Debes estar cansada —él frunció el
ceño al ver el gesto que asomó al rostro de la joven.
—He tenido un par de días muy duros —Elena
asintió.
Damon se sintió culpable. Desde luego
no le había facilitado las cosas. Pero de inmediato sintió una profunda
irritación. ¿Por qué tendría que sentirse culpable? No era capaz de recordar
nada. Cada noche se iba a la cama con la esperanza de que a la mañana siguiente
los recuerdos hubieran regresado y no tuviera que preguntarse si había hecho
algo tan estúpido como seducir y enamorarse de una mujer en cuatro semanas. No,
no debería sentirse culpable. Nada de lo sucedido había sido culpa suya. Salvo
el hecho de haberla alterado haciendo que huyera de su despacho.
Mientras descolgaba el teléfono, la
observó detenidamente desde el otro extremo del salón. Parecía haberse quedado
dormida y se preguntó si debía despertarla para cenar.
La mirada se deslizó hasta la barriga
y de inmediato decidió que no podía consentir que se saltara una comida.
—¿Te apetece beber algo mientras
esperamos? —Damon se sentó en una silla junto al sofá.
—¿Tienes algún zumo? —Elena abrió
perezosamente los ojos—. Estoy un poco mareada.
—¿Y por qué no has dicho nada hasta
ahora?
—Porque lo único que deseaba era
sentarme y descansar un poco —ella se encogió de hombros—. Todas esas personas
a mi alrededor me ponían nerviosa.
Damon se dirigió a la cocina y buscó
en la nevera un zumo de naranja.
Se sentó en el sofá junto a ella y le
entregó un vaso con el zumo. Elena bebió con ansia la mitad.
—Gracias. Con eso bastará.
—¿Te sucede a menudo o se debe a las
emociones del día? —preguntó él con recelo.
—Siempre estoy al borde de la
hipoglucemia. Y de vez en cuando me baja demasiado el azúcar. El embarazo
también lo ha alterado y debo comer a menudo para no desmayarme.
—¿Y qué pasaría si te desmayaras
mientras estás sola? —Damon soltó un juramento.
—Estoy bien, Damon —insistió ella—. Mi
abuela es diabética. Sé cómo actuar en caso de subidas o bajadas de azúcar.
La abreviatura de su nombre, que sólo
utilizaban los amigos más íntimos, escapó de los labios de Elena como si la
hubiera utilizado miles de veces. Y a Damon le pareció que sonaba… bien.
¿Por qué no conseguía recordar? Si de
verdad había mantenido una relación con esa mujer y si, tal y como ella había
afirmado, se habían unido sentimentalmente, ¿por qué la había borrado de su
memoria?
Elena levantó la vista y sus miradas
se fundieron. Algo en esos ojos hizo que Damon sintiera una opresión en el
pecho. Parecía cansada y frágil. Parecía necesitar… consuelo.
—Damon, se llevó mi bolso —anunció
ella.
Él asintió. La policía había acudido
al hospital para tomarle declaración.
—No pensé… todo sucedió tan deprisa, y
luego en el hospital… —levantó una mano en un gesto de desesperación que sólo
sirvió para que Damon sintiera más ganas de consolarla.
—¿Qué te preocupa, Elena?
—Tengo que anular las tarjetas de
crédito. Dios, mío, seguramente ya habrá vaciado mis cuentas. También llevaba
el permiso de conducir. ¿Cómo voy a volver a casa?
Cuanto más hablaba, más se alteraba y Damon
la rodeó torpemente con un brazo.
—No te preocupes. ¿Tienes los números
de teléfono a los que debes llamar?
Ella sacudió la cabeza antes de
apoyarla sobre su hombro.
—Si tienes un ordenador, puedo
buscarlos en internet.
—Que si tengo un ordenador… —él bufó—.
Siempre estoy conectado a internet.
—En la isla no —ella levantó la cabeza
y lo miró a los ojos.
—Eso es imposible —él frunció el ceño—.
Jamás habría desaparecido del mapa así como así.
—No perdiste el contacto —le aclaró Elena—.
Pero a menudo hacías tus llamadas, o contestabas los correos, por la mañana o a
última hora de la noche. Durante el día dejabas la BlackBerry en mi casa
mientras nos íbamos a explorar la isla.
—¿Lo ves? Por eso me cuesta tanto
aceptar la historia que cuentas —Damon suspiró—. Yo jamás haría algo así. No es
propio de mí.
Elena hizo un gesto de desagrado y se
apartó de él. En un intento de disimular la sensación de incomodidad que se
había instalado, Damon se levantó y fue en busca del portátil. Estuvo largo
rato dándole la espalda para recuperarse y evitar la tentación de disculparse.
Al fin regresó hasta el sofá y colocó
el ordenador a su lado sobre un cojín.
—Si tienes algún problema para
cancelar tus tarjetas, o pedir unas nuevas, dímelo. He dado mi dirección para que
te las entreguen aquí.
—¿Y qué pasa con mi permiso de
conducir? —preguntó ella algo tensa—. ¿Cómo volveré a casa?
—Yo te llevaré a casa, Elena. ¿No
puedes llamar a tu abuela para que te envíe por fax una copia de tu partida de
nacimiento? Creo que sirve como identificación para volar.
—¿No podríamos ir en tu avión? Oh…
supongo… Lo siento —se interrumpió avergonzada.
—Tengo más de uno —contestó él
secamente.
—¿Y por qué no usar alguno? Sería más
fácil viajar sin identificación en un jet
privado.
—Digamos que he desarrollado una
repentina fobia hacia los aviones pequeños.
—Debo parecerte muy insensible —ella
frunció el ceño—. Es que todo este viaje ha sido un desastre desde el
principio.
—Sí, supongo que para ti lo habrá sido
—murmuró él.
Damon se sentó a su lado. No le
gustaba la sensación de inseguridad que tenía con respecto a ella. Pero, si
estaba enfadado, era consigo mismo.
Si Elena decía la verdad, él había
puesto su vida patas arriba.
Poco a poco crecía la inquietante
sensación de que todo era cierto, por raro e improbable que pareciera, y, si
era así, tendría que decidir qué demonios iba a hacer con esa mujer a la que
supuestamente amaba, y con el hijo que llevaba dentro. Su hijo.
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