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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

20 octubre 2012

Comprado Capitulo 02


CAPÍTULO DOS

Una vez a solas, Damon la soltó.

—Entre ahora mismo —le ordenó. Elena abrió la boca para protestar, pero Damon se lo impidió.

—No quiero ni una sola palabra, señorita. Haga el favor de entrar ahora mismo —insistió. Elena entró en la mansión, vio una silla y se sentó porque temía desmayarse.
—Levántese —le gritó Damon—. ¿Le he dado acaso yo permiso para que se siente? Elena elevó la mirada.
—Por favor...



Damon dio un paso al frente, la tomó del brazo y la obligó a levantarse. Elena se sintió como una muñeca de trapo.

— ¿Cómo se atreve entrar en mi casa con esos canallas? Nada más y nada menos que con un fotógrafo, por Dios...

—Me he atrevido, señor Salvatore , porque una persona a la que quiero mucho está en el hospital y necesita ayuda, necesita una ayuda que yo no le puedo dar. Por mucho que me moleste tener que venir hasta aquí y vérmelas con una persona tan inmoral como usted, no me ha quedado más remedio —contestó Elena con amargura—. Créame cuando le digo que tengo cosas mejores que hacer que ir por ahí entrando a escondidas en la casa de los demás cuando  se hace de noche. Intenté hablar con usted la semana pasada,  pero no quiso escucharme.

_No la escuché porque no me gusta perder el tiempo con una persona que se atreve a acusarme de cosas sin fundamento —contestó Damon mirándola de arriba abajo con desdén.

Elena intentó calmarse.

—Intenté pedir cita para verlo en su despacho, pero habría sido más fácil conseguir audiencia con el Papa —le explicó.

Damon se rio y, en un abrir y cerrar de ojos, le había arrebatado el bolso y había vaciado su contenido en el suelo.

— ¿Cómo se atreve...? —se indignó Elena.

Pero Damon ya estaba rebuscando entre sus cosas. Su cartera con poco dinero, el billete de avión hasta Milán, su teléfono móvil, la tarjeta de crédito.

—Elena Gilbert... —leyó en su carné de conducir.

Elena asintió. Seguro que reconocía el apellido. Parecía ser que no. Damon avanzó hacia ella y
Elena dio un paso atrás.



— ¿Y se puede saber qué demonios pretende presentándose aquí con un billete sólo de ida?
¿Acaso creía que todo le iba a salir bien y que iba a volver a su casa en mi avión privado?
¿Acaso el plan era seducirme y quedarse embarazada de verdad?

Era cierto que Elena sólo había conseguido billete de ida, pues aquel fin de semana había un partido de fútbol en Milán y había sido imposible conseguir el de vuelta.

—Si era ése su plan, le advierto que no le va a dar resultado porque no me gustan las situaciones dramáticas y no me gustan las caza-fortunas.

Elena lo miró y sintió que la adrenalina se apoderaba de ella.

—Bonnie. Se llama Bonnie Gilbert —le espetó—. ¿Le dice algo ese nombre o ni siquiera se acuerda del apellido de las mujeres con las que se acuesta?

— ¿Qué ha dicho? —gritó Damon.

Elena se dio cuenta de que Damon parecía realmente confundido.

—Es usted increíble. Así que se acuesta con una mujer y ni siquiera recuerda su nombre... Damon se acercó a ella, la tomó de los hombros y la zarandeó, lo que la hizo estar a punto de perder el equilibrio. Al darse cuenta de lo frágil que era, Damon se apartó. Elena se dijo que no debía mostrarse débil. No era el momento. Tenía que ser fuerte por su hermana.

Damon estaba realmente enfadado. Aquel nombre le decía algo y, aunque no quería admitirlo hasta que hubiera podido verificar de qué le sonaba exactamente, tenía claro que aquella mujer había ido hasta allí en busca de dinero.

—Le advierto que tengo muy poca paciencia, así que hablemos claramente. ¿Qué quiere? Elena elevó el mentón.

—Lo que quiero, señor Salvatore, es dinero. Necesito dinero para mi hermana, para que la atienda un buen médico. Si no me lo da, su hijo puede que no vea la luz del día —contestó—.
¿Acaso no le importa lo que le vaya a pasar a su propio hijo? Damon frunció el ceño.

— ¿De qué demonios me está hablando?

Elena vio que Damon no sabía nada del accidente y puso a contárselo todo a pesar de que se sentía débil... cada vez más débil...

—Bonnie... Bonnie tuvo un accidente cuando iba a verlo. Un camión se la llevó por delante y...

De repente, Elena tuvo la sensación de que todo le daba vueltas, lo vio todo doble y se desmayó.

Cuando recobró la consciencia, estaba sentada en una silla con la cabeza entre las piernas y una mano muy grande en la nuca.

¡Qué vergüenza! ¡Ella nunca se desmayaba! Había pasado por situaciones horribles durante el último año y jamás había perdido los nervios y allí, rodeada de todos los lujos del mundo,

se había desmayado.




Elena vio que junto a los zapatos de Damon Salvatore  aparecían otro par de pies, murmuró algo e intentó moverse. La presión de la mano cedió, Elena miró hacia arriba y vio la cara del ama de llaves.

Estaban  hablando  en italiano  entre  ellos.  De  repente,  Damon Salvatore   la  levantó  sin demasiada ceremonia y se la puso al hombro como un saco de patatas.

— ¿Qué demonios hace?

—Cállese. Así, le bajará la sangre a la cabeza —contestó Damon mientras subía las escaleras—. ¿Cuándo ha comido por última vez? ¿Acaso estaba tan consumida con su plan para sacarme el dinero que se le ha olvidado comer?

Elena apretó los puños.

— ¿Sacarle el dinero? ¿Sacarle dinero? —se indignó furiosa—. ¿Tiene idea de lo qué le ha hecho a mi hermana?

Y, de repente, con la misma velocidad con la que la había puesto sobre su hombro, la dejó en el suelo. Elena sintió que la habitación volvía a darle vueltas, lo que la llevó a llevarse la mano a la frente

Cuando  recobró  ligeramente  el  equilibrio,  se  dio  cuenta  de  que  estaba  en  una  gran habitación elegantemente decorada y de que Damon se alejaba de ella.

—Un momento —le dijo corriendo tras él—. ¿Qué va a hacer con lo de mi hermana? No puede ignorarme así. Damon se giró al llegar a la puerta.

—No, evidentemente, no puedo ignorarla. De momento, lo que voy a hacer es encerrarla aquí.

Elena abrió la boca para protestar y volvió a cerrarla.

— ¿Cómo? ¿No irá a encerrarme de verdad?

—Claro que sí.

Y, dicho aquello, Damon Salvatore  cerró la puerta y Elena escuchó estupefacta cómo giraba la llave. Al instante, corrió hacia la puerta y, comprobó horrorizada, que, efectivamente, la había encerrado.

— ¡Vuelva aquí inmediatamente! ¡No me puede hacer esto! —protestó. Nada. Se había ido.
Elena se dejó caer hasta el suelo. No tenía nada. Ni siquiera tenía el teléfono para pedir ayuda. Aunque lo hubiera tenido, ¿a quién habría llamado? El único familiar que tenía en el mundo estaba inconsciente en un hospital de Inglaterra y no necesitaba a una amiga para que le dijera lo que ya sabía, que se había metido en la casa de uno de los hombres más influyentes del mundo y que, por tanto, aquel hombre tenía todo el derecho del mundo a llamar a la policía, que probablemente sería lo que estaría haciendo en aquellos momentos.


Elena se dijo que no debería haber ido hasta allí jamás, que su plan había sido una locura y
que debería haberse quedado junto a su hermana. De repente, recordó el artículo sobre
Damon Salvatore  que la había impulsado a ir a Italia.

En él, una mujer que decía haber sido una de sus amantes, afirmaba que la única manera de vérselas con un hombre como Damon Salvatore  era tomarlo por sorpresa,dándole donde más le dolía:en su imagen pública.

Según afirmaba aquella mujer, incluso los hombres de negocios más poderosos no eran inmunes a la opinión pública, a la censura pública. Aquello había sido lo que había hecho pensar a Elena que, si la gente se enteraba de que Damon Salvatore  le había dado la espalda a una mujer que había quedado embarazada de él...

En aquel momento, llamaron a la puerta y Elena se puso en pie a toda velocidad.

—Lo siento mucho... —se apresuró a disculparse.

Pero no era Damon Salvatore  sino el ama de llaves, que llegaba con una bandeja en la que había un cuenco de pasta y un vaso de agua. Elena estaba tan sorprendida que no se le ocurrió huir. Lo cierto era que estaba muerta de hambre.

La mujer le sonrió, dejó la bandeja sobre una mesa y le indicó que se desvistiera

—No, no... Estoy bien, de verdad... —le dijo Elena deseando saber italiano.

Pero la mujer no se dio por vencida, la llevó hasta la cama, la obligó a sentarse y le quitó la camiseta. A continuación, hizo lo mismo con los pantalones, dejándola en ropa interior.

Después, señaló la bandeja. Junto a la comida, había también algodón y antiséptico. Señaló el rostro de Elena. Elena se llevó la mano a la cara y se dio cuenta de que se había cortado. Ni siquiera se había percatado.

El ama de llaves entró en el lujoso baño y salió con un maravilloso albornoz, que dejó sobre la cama. A continuación, recogió la ropa de Elena y abandonó la estancia. Al hacerlo, Elena volvió a oír la llave en la cerradura.

Nada había cambiado. Seguía estando prisionera.

Elena se sentó en el borde de la cama y se dijo que no se iba a comer la pasta, pero olía de maravilla y se encontraba muy débil, así que decidió comer porque necesitaba todas sus fuerzas para vérselas con Damon Salvatore .

Aquella noche, mucho más tarde, Damon giró la llave lentamente y abrió la puerta. La habitación estaba en penumbra. Damon se acercó a la cama con las manos metidas en los bolsillos.

Se había convencido de que lo que le había sucedido cuando había besado a aquella mujer había sido como resultado de las circunstancias tan surrealistas en las que se hallaban inmersos, pero ahora, mientras la miraba, sintió que todo su organismo revivía.

Para ser una timadora profesional, había algo curiosamente inocente en ella.

El albornoz que se había puesto le quedaba grande, ya no llevaba el pelo recogido de
cualquier manera y Damon se fijó en que las mechas rubias se habían desparramado sobre la almohada. También se percató de que era realmente guapa con la cara lavada.

Parecía ser que se había quedado dormida muy a su pesar, pues tenía los puños apretados, como si estuviera a la defensiva.

Damon deslizó su mirada por las sábanas y se fijó en la pierna que sobresalía, una pierna de pantorrilla perfecta y pie diminuto, como el de una niña.

Elena respiraba profunda y lentamente. Estaba completamente dormida. Su ama de llaves le había dicho que llevaba muchas horas durmiendo, lo que lo tenía perplejo, pues no encajaba con la imagen de una persona que ha cometido allanamiento de morada y ha acusado a un hombre de ser el padre de un niño al que ni siquiera conoce.

Damon pensó que aquella mujer era tan caradura que lo que había hecho no le quitaba el sueño. Entonces se encontró dando un respingo al escuchar que Elena murmuraba algo y se movía nerviosa.

Como resultado del movimiento, el albornoz se abrió un poco, dejando expuesto un pecho pequeño y sorprendentemente exuberante. Se trataba de un pecho coronado por un pezón sonrosado, un pecho que parecía una colina turgente.

Al instante, Damon se encontró transpuesto y sorprendido y el deseo volvió apoderarse de él. De repente, sentía la urgente necesidad de darle vida a aquel pezón y de ver el resto de su cuerpo desnudo.

Desde luego, era un deseo completamente inapropiado.

Hacía mucho tiempo que Damon no sentía un deseo así, un deseo tan primitivo, visceral y básico.

Aquella mujer, que al principio no le había parecido femenina en absoluto, le resultaba ahora de lo más atractiva y Damon no pudo evitar recordar la facilidad con la que la había levantado, lo que había sentido al estrecharla entre sus brazos y al hacer contacto con sus labios.

Aquel pensamiento y el hecho de que su excitación lo estaba llevando a tener una erección hicieron que saliera de la habitación y cerrara la puerta con llave a toda velocidad, como si la mujer que estaba tumbada en la cama al otro lado fuera una bruja que fuera a materializarse ante él de repente.

Cuando llegó al vestíbulo, su guarda de seguridad lo estaba esperando para entregarle una carpeta.

—La información que estaba esperando. Esa mujer es pariente de Bonnie Gilbert, una de sus empleadas de Londres. Elena Gilbert es enfermera. En el último año, he encontrado seis enfermeras en activo que responden a E. Gilbert, desde una que trabaja en una clínica privada en Devon a otra que ha estado con una organización no gubernamental en África. En menos de veinticuatro horas sabremos cuál de ellas es.




Damon agarró la carpeta y la abrió. A pesar de que lo que le estaban contando lo había
dejado anonadado, su rostro no lo reflejaba. En menos de veinticuatro horas, sabría mucho más sobre ella.

—Eso es todo de momento —contestó.

Dicho aquello, se fue a su despacho, se sirvió un coñac, se sentó y leyó el informe. Al cabo de un rato, se echó hacia atrás en su butaca y se quedó mirando por la ventana desde la que se veía el lago.

Se alegraba de no haber llamado a la policía.

Aunque no le gustara reconocerlo, lo que había dicho aquella mujer no iba del todo desencaminado. Desafortunadamente, sabía perfectamente quién era Bonnie Gilbert y, si lo que Elena decía era cierto, si era verdad que su hermana estaba en el hospital embarazada, las cosas se podían poner bastante feas.

Era evidente que las hermanas Gilbert iban directas a la yugular. ¿Quién más sabría algo sobre aquel asunto? Sólo podía hacer una cosa. Tenía que mantener a Elena Gilbert cerca de él hasta haber desentrañado todo aquel lío y haber descubierto la verdad, hasta haber descubierto qué les podía ofrecer para que se olvidaran de todo aquello.

Damon se terminó la copa y sonrió. Era evidente que la noticia de que tenía nueva novia estaría en los periódicos en pocas horas, así que no creía que fuera a resultar demasiado difícil mantenerla junto a él.

De repente, se encontró recordando el pecho que había quedado al descubierto y tuvo que aferrarse al vaso con fuerza. Lo último que necesitaba en aquellos momentos era que su libido reviviera por una desconocida que amenazaba con dar al traste con el equilibrio que tanto le había costado tener en la vida.

Lo que le apetecía hacer era volver a su habitación, agarrarla del pelo, inclinarse sobre ella y apoderarse de su boca, quería volver a besarla y descubrir si la sentiría prieta cuando la penetrara.

Damon no estaba acostumbrado a que su mente se viera inundada por aquellos pensamientos, así que se puso en pie agitado y se paseó por la estancia, se sirvió otra copa y se la tomó de un trago.

Era evidente que las dos hermanas trabajaban en equipo. Aunque el timo que habían ideado no era especialmente sofisticado, era un timo al fin y al cabo. Claro que a Damon no le costaría mucho dar al traste con él.

Lo sacaba de quicio que una persona creyera que podía engañarlo de aquella manera... otra vez.

Había aprendido la lección la primera vez.

No era el momento para verse involucrado en una guerra de posible paternidad de la que se harían eco todos los medios de comunicación. La negociación de la que dependían tantas personas estaba a la vuelta de la esquina y no iba a permitir que aquellas hermanas y su estúpida historia estropeara las cosas, así que se acercó a su mesa, descolgó el teléfono e
hizo la primera de unas cuantas llamadas.

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