Capítulo 12
Elena se dijo que tenía un hijo por
el cual vivir; que por Caroline y por el niño, tendría que controlarse. Después
de todo, no estaba en peores condiciones que cuando llegó allí, llena de
felicidad e ilusiones.
Ahora esas ilusiones ya no eran
importantes. Se disculpó de sus responsabilidades en la organización de la
fiesta de verano, argumentando no sentirse bien. Apenas si observó la mirada
preocupada que Bonnie le lanzó. Se escondió, como una ostra en su concha, y
nada la haría salir.
Pasaba largas horas sentada, con la
mirada perdida. Toda su energía desapareció, reemplazada por una lasitud que la
dejo pálida, sin apetito, cansada y retraída.
Tanto Mary como Susie lo comentaron.
Bajo el peinado y ropa extravagante, Susie tenía instintos maternales y, en
otras circunstancias, Elena habría gozado sus esfuerzos para hacerla comer. En
la pequeña cocineta, atrás de la bodega, Susie preparó unos huevos revueltos y
le sirvió una ración generosa, le llevó una pizza y un trozo de pastel horneado
en casa.
Una vocecita interior le decía a Elena
que su actitud era infantil; que, de forma deliberada, trataba de castigarse
por tantas mentiras y que, al hacerlo, ponía en peligro su salud y la del niño.
Por fin, incapaz de soportar el dolor, decidió ir a Londres durante un día. Se
negó a darse por enterada de la expresión preocupada de su asistente.
El viaje en tren le pareció eterno.
Londres la abrumó con tanto ruido y contaminación. Recorrió a pie varias calles
y, por último, abordó un taxi hasta su lugar de destino.
En los últimos días del verano, el
cementerio estaba rebosante de flores y los árboles lucían todo su esplendor.
No era la única visitante, y al ver a un anciano encorvado sobre una tumba,
colocando flores en un recipiente con temblorosas manos, no pudo contener el
llanto.
Se encaminó despacio hasta la tumba
de Caroline. La lápida estaba limpia y advirtió que las plantas que sembró, retoñaron.
En alguna ocasión llevaría allí a su hijo y le contaría la historia de su
concepción.
Ahora ya podría decirle, si la
criatura preguntaba, que amó a su padre. Lo amó y lo perdió.
Reclinó la cabeza en la fría piedra y
sintió las lágrimas correr por sus mejillas. Escuchó que alguien se acercaba,
pero no se movió. Las escenas dolorosas eran tan comunes en ese sitio que nadie
se detenía o interfería.
Los pasos se detuvieron y una sombra
le tapó el sol. Alarmada, se dio vuelta, reconociendo que en ese apartado lugar
podría estar en peligro. Se levantó, atemorizada.
Al instante, una mano masculina se
alargó para ayudarla. El sol la deslumbraba, se cubrió los ojos con una mano y
sintió que el mundo giraba a su alrededor al reconocer a Damon.
—Todo está bien, Elena. Ya todo está bien.
Por increíble que fuese, la tenía en
sus brazos, como a una niña, y ella se quedó allí, dejando que el dolor y el
sentimiento de culpa saliesen con sus lágrimas.
Cuánto tiempo permanecieron así, no
lo sabía. Lo único de lo que estaba consciente era de que Damon estaba con
ella, sosteniéndola como soñó, acariciando su cabeza y murmurándole suaves
palabras. Levantó hacia él su rostro lleno de lágrimas.
— ¿Co… cómo supiste donde estaba?
—En alguna ocasión me dijiste que habías venido a este sitio —le
indicó él con una sonrisa— Llamé a tu abogado y le pedí instrucciones para dar
con el lugar. Bonnie fue a verte a la librería y Susie le comentó que estaba
preocupada por ti. Entre mi madre y mi hermana me han colocado en la más baja
de las posiciones, créeme —señaló y agregó con voz tan baja que en un principio
Elena creyó no haberlo entendido— Mi madre dice que me amas, ¿es cierto?
Damon debió advertir su asombro e
indecisión, ya que la tomó de ambas manos y la sostuvo con firmeza.
—Sin evasivas ni mentiras. Por una vez, confía en mí, Elena, y
dime la verdad.
—Si… Si te amo —con su admisión, Elena sintió que el peso del
sentimiento de culpa desaparecía de su corazón. Pasara lo que pasara, él al
menos sabría que le importaba, que su hijo le importaba.
Tragó con dificultad y lo miró a la
cara, y él tomó su rostro con las manos.
La expresión de amor y pasión que
había en los ojos de Damon la conmovieron.
—Nunca creí llegar a escucharte decir eso —la voz de Damon
temblaba con emoción— Te amo tanto... desde el primer momento... desde la
primera ocasión que te toqué.
—Pero cuando nos vimos por última vez... estabas tan furioso...
—se estremeció y él la abrazó.
—Después hablaremos de eso; en este momento quiero que sepas que
lamento lo que te dije, el dolor me tenía aturdido. Quería casarme contigo
porque no puedo vivir sin ti y tú me indicaste que lo harías por un juramento
que hiciste en un momento de intenso temor. ¿Tienes idea de cómo me hiciste
sentir? Te importaba tan poco, que... yo... —movió la cabeza, abatido por la
intensidad de sus sentimientos— Cásate conmigo, Elena. Ven a vivir conmigo y...
— ¿… se mi amor? —terminó ella— Con gusto, mi amado... mi
queridísimo Damon —se dio vuelta y lo besó con toda su pasión reprimida.
En los labios de Damon sintió primero
el asombro y luego su respuesta; de pronto, fue él quien la besaba, sus manos
se movían con urgencia sobre su cuerpo y escuchó su propia exclamación de
frustración al separarse él de su lado, cayendo sobre ella un bálsamo que tranquilizó
su excitación.
—No puedo hacerte el amor aquí —señaló Damon con voz gruesa— De
hecho, me temo que no podré hacerte el amor hasta que estemos debidamente
casados. Puedo obtener una licencia especial. ¿Te parece, mi amor? ¿Tendrás el
valor suficiente para comprometerte tan rápido, digamos en unos tres días?
¿Por qué habría de necesitar valor? Y
en cuanto a comprometerse con él. ¿No lo
hizo la primera ocasión en que le entregó su cuerpo?
— Tres días —bromeó— ¿En realidad necesitas tanto tiempo?
— No todo marchará sobre ruedas —le informó Damon cuando iban en
el auto—. Habrá muchos chismorreos.
—Y tendremos que decir a Bonnie y a tu madre la verdad —agregó Elena—
Sé que tu madre amará a mi hijo, de cualquier forma; pero quiero que sepa que
también es tuyo.
—Eso me hace amarte todavía más, ¿lo sabías? —comentó Damon, haciendo un movimiento brusco con el volante para evitar atropellar a un peatón, después de distraerse un instante para darle un beso.
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