Capítulo Uno
–Al ver esto, no es difícil creer en la
institución del matrimonio, ¿verdad? –comentó Damon Salvatore.
Estaba observando
cómo bailaba su amigo,
Stefan de Luca, con su flamante esposa, Katrina.
El banquete se
estaba celebrando en un edificio municipal de isla Moon. No era
el lugar más apropiado para
una fiesta de ese tipo y nunca se habría imaginado que su amigo
acabara celebrando allí su boda.
Pero se dio cuenta de que era normal que Stefan y Katrina quisieran
casarse en esa isla que tanta importancia había tenido en su relación.
La novia estaba
bellísima y su incipiente barriguita la
hacía brillar aún más. En medio de la pista, Katrina bailaba abrazada a su marido. Solo tenían ojos para
ellos dos. No parecían conscientes de todas
las personas que los observaban. Y su amigo Stefan sonreía como si fuera el hombre más feliz del mundo.
–Parecen muy felices,
casi demasiado –comentó Tyler Loockbood
a su lado.
Damon se echó a reír
al oírlo. Miró a Tyler. Contemplaba
a los recién casados con una
mano en el bolsillo del pantalón y una copa de vino
en la otra.
–Sí, es verdad –repuso él.
Se echó a reír al ver que Tyler hacía una
mueca de desagrado. Sabía que iba a verse en esa situación muy pronto.
Vio que la idea no le agradaba demasiado, pero
decidió sacar el tema de todos modos.
–¿Qué es lo que te
ocurre? ¿Sigue insistiendo Copeland?
–Sí. Y no sabes
hasta qué punto. Está empeñado en que me case con Bonnie.
No va a aceptar nuestro acuerdo empresarial hasta que consienta. Ahora que
hemos encontrado el sitio adecuado para
el complejo hotelero, estoy preparado para
dar el siguiente paso. Pero Copeland quiere que salgamos
antes durante un tiempo. Quiere que Bonnie tenga
tiempo para acostumbrarse a mí.
No lo entiendo, ese hombre parece vivir
en el siglo XIX. No conozco a nadie más
que intervenga de esa manera en el matrimonio de su hija. Y, para colmo de
males, es una condición indispensable
para que
podamos seguir haciendo negocios.
No consigo comprenderlo…
–Al menos se trata de Bonnie, se me ocurren otras
mujeres con las que estarías mucho peor
–le recordó Damon pensativo.
Tyler lo miró con gesto
comprensivo.
–¿Sigues sin saber
nada de Elena?
–No. Pero llevo poco
tiempo buscando, acabaré dando con ella.
–No sé por qué quieres
encontrarla. Creo que sería mejor que lo
olvidaras y siguieras adelante con tu vida. Estás mucho mejor sin ella.
Apretó los labios y miró a su amigo
antes de contestar.
–Ya sé que estoy mejor sin ella. No quiero encontrarla para
pedirle que vuelva a formar
parte de mi vida.
–Entonces, ¿por qué has contratado
a un detective para que la encuentre? ¡No lo entiendo! Creo que deberías dejar
que el pasado siga en el pasado. Supera
de una vez lo que ocurrió y mira hacia el futuro.
Damon se quedó unos
segundos en silencio. Era difícil de explicar, pero sentía
la necesidad de saber dónde estaba
y qué estaba haciendo. Tenía muy claro que no debía importarle si estaba
bien o no. Sabía mejor que nadie
que le convenía olvidarla, pero
no podía.
–Quiero conseguir
algunas respuestas –murmuró entonces–.
No llegó a cobrar el cheque que le di y
quiero asegurarme de que no le ha pasado
nada.
Sabía que era una excusa
muy poco convincente, pero era todo lo que tenía.
Tyler frunció el ceño al oír sus
palabras y tomó un sorbo de vino.
–Después de lo que hizo, me imagino que se siente algo
avergonzada y no quiere dar la cara.
–Puede que tengas
razón –repuso Damon.
Pero tenía la sensación de que había algo más. Le
molestaba que esa mujer siguiera
preocupándole, pero no podía evitarlo.
Y le había extrañado mucho que no
cobrara el cheque que le dio.
No entendía por qué
seguía pensando en ella, pero
era así, estaba presente en cada uno de sus pensamientos. Había pasado
muchas noches en vela durante esos últimos seis meses, preguntándose si estaría
bien y a salvo. No quería sentirse así y trataba de convencerse de que era
normal que le preocupara y que se
sentiría igual con cualquier mujer que
estuviera en las mismas circunstancias.
–Bueno, se trata de tu dinero y de tu tiempo –le dijo entonces
Tyler–. Mira, ahí está Cameron. Creí que
ese ermitaño no iba a salir de su fortaleza ni siquiera para una ocasión tan especial
como esta.
Cameron Hollingsworth se
abría paso entre los invitados. Vio que
la gente se apartaba instintivamente
para dejarlo pasar. Era alto y fuerte. Emanaba poder y elegancia por los cuatro costados. Su carácter
frío hacía que no
fuera una persona demasiado afable, pero
normalmente conseguía relajarse cuan- do estaba con sus amigos.
El problema era que solo
tenía tres amigos: Damon, Tyler y Stefan.
No tenía paciencia para nadie
más.
–Siento el retraso –les dijo Cameron cuando llegó a
su lado.
Se quedó mirando unos instantes a los recién casados. Seguían en la pista de baile.
–¿Qué tal ha sido la
ceremonia? –preguntó Cameron.
–Preciosa –repuso Tyler–. El sueño de cualquier mujer. Pero sé que a Stefan poco le importaba cómo
fuera la boda. Solo quería que, al final del día, Katrina fuera
suya.
Cameron rio al oírlo.
–Pobre desgraciado. No sé si debería felicitarlo o
darle el pésame –dijo el recién llegado.
–Katrina es una
mujer buena y encantadora, Stefan ha
tenido suerte de encontrarla –repuso Damon.
Tyler asintió con la
cabeza y Cameron sonrió.
–He oído que a ti tampoco te queda mucho para dar este
paso –le dijo Cameron a Tyler.
El aludido maldijo entre dientes.
–Preferiría no hablar de eso. Lo que de verdad me interesa es saber si has
conseguido adquirir el solar donde se edificará el hotel ahora que
sabemos que no podrá ser en isla Moon.
Cameron lo miró con
incredulidad.
–¿Acaso dudas de mi
capacidad para los negocios? He
llegado a un acuerdo y tenemos ocho acres frente a la playa de Saint Angelo.
Además, he conseguido muy buen precio.
La construcción comenzará en cuanto
consiga organizar a los trabajadores. Si
trabajamos duro, creo que conseguiremos terminarlo a tiempo y cumplir así el
plazo que nos habíamos propuesto en un principio.
Los tres hombres miraron
entonces a Stefan, que seguía bailando
con su flamante esposa. Habían te- nido que
cambiar por completo sus
planes después de que Stefan decidiera que el hotel
no podía construirse en isla
Moon, pero a Damon le resultaba difícil enfadarse con él
al verlo tan feliz.
Sintió que algo vibraba
en su bolsillo y sacó el teléfono móvil.
Estaba a punto de rechazar la llamada cuando vio en la pantalla quién era.
Frunció el ceño y se disculpó mientras salía rápidamente del edificio.
Le sorprendió una fuerte
brisa marina que le agitó el cabello. Le
encantaba el olor del mar.
Hacía muy buen tiempo.
Era el día perfecto para celebrar una boda
en la playa.
–¿Diga?
–Creo que la he encontrado,
señor – le dijo el detective sin siquiera
pararse a saludarlo.
Se quedó sin aliento al
oírlo.
–¿Dónde?
–Aún no ha dado
tiempo a enviar a uno de mis hombres para que lo
confirme. Acabo de recibir la
información hace unos minutos y tengo la
suficiente certeza de que es ella como
para avisarlo. Mañana podré
decirle algo más.
–¿Dónde? –preguntó Damon de nuevo.
–Está en Houston,
trabaja en un restaurante. Nos
costó localizarla porque había
un problema con su número de la Seguridad Social. La persona
que la contrató se equivocó en una de las cifras. Cuando corrigieron el
error, no tardamos en dar con ella. Podré
entregarle un informe completo y
unas cuantas fotografías mañana por la
tarde.
Houston. Le pareció muy
irónico. Llevaba todo ese tiempo viviendo muy cerca de ella y sin saberlo.
–No, no es necesario –le dijo Damon–. iré yo mismo.
Podría llegar a Houston en un par de horas.
El detective se quedó unos
segundos en silencio.
–Pero puede que
no se trate de
ella. Preferiría terminar de recabar toda la información y evitar que
vaya a Houston para nada.
–Acaba de decirme que
piensa que se trata de ella–repuso Damon con impaciencia–. Y, si
no lo es, no pienso hacerle responsable del error.
–Entonces, ¿quiere que le diga a mi ayudante que no vaya a
hacerle fotografías?
–Si se trata de Elena, lo
sabré de inmediato –le dijo después de quedarse unos segundos pensativo–. Si no
lo es, me pondré en contacto con usted para que continúe buscándola. De momento, no hay necesidad para que envíe a nadie al restaurante, iré yo mismo.
Damon condujo por el barrio de Westheimer intentando encontrar
lo que buscaba. Llovía a cántaros. El
detective le había dicho
que Elena trabajaba en un pequeño restaurante en la zona oeste de
Houston. No le había sorprendido
que eligiera ese tipo
de trabajo. Cuando se conocieron, era camarera en un restaurante de
moda en Nueva York. Si hubiera cobrado
el cheque que le había dado, no habría necesitado trabajar, al menos durante algún tiempo.
Recordó que, incluso
después de comprometerse, Elena le había
asegurado que quería volver a la
universidad. Entonces, no había entendido su deseo, pero había
decidido apoyar su decisión.
Habría preferido que dependiera completamente de él, aunque sabía que
era algo egoísta por su
parte sentirse así.
Cada vez le costaba más entender por qué no había cobrado el
cheque que le dio.
Después de hablar con el detective, se había despedido de Stefan y Katrina, deseándoles
mucha felicidad. No le había dicho
a Cameron ni a Tyler que por fin había
dado con el paradero de Elena. Se
limitó a comentarles que tenía un asunto urgente y que debía marcharse.
Había tomado el primer transbordador hacia Gavelston. Pero
cuando llegó a Houston ya era
demasiado tarde y pasó la noche
en un hotel del centro de la ciudad. No
había podido dormir.
Había amanecido con
el cielo gris y cubierto de nubes.
Empezó a llover en cuanto salió del hotel y no había
parado desde entonces. Pensó en la suerte que habían tenido Stefan y Katrina el día
anterior. Imaginó que ya habrían salido hacia su luna de miel.
Miró la pantalla de su
GPS y vio que aún estaba a varias
manzanas del restaurante. Para colmo de
males, todos los semáforos que se encontraba estaban en rojo.
No entendía por qué tenía
tanta prisa por llegar. No era probable que fuera a marcharse antes de que llegara él.
Tenía infinidad de preguntas en su cabeza, pero sabía que no iba a poder conseguir
ninguna respuesta hasta que hablara con ella.
Pocos minutos más tarde,
aparcó frente a un pequeño restaurante.
Se quedó mirándolo perplejo, no podía creer que Elena trabajara en un sitio
como aquel.
Sacudiendo la cabeza, salió de su BMW y fue corriendo hasta la
puerta del local. Entró mientras trataba
de sacudirse la lluvia de la ropa.
Miró su alrededor y fue a
sentarse a una mesa al fondo del restaurante. Una camarera que
no era Elena se le acercó poco
después y le entregó la carta.
–Sólo quiero un café, por
favor –murmuró él.
–De acuerdo –repuso la
camarera.
Regresó un
par de minutos después con el café.
–Si quiere algo más, no
tiene más que pedirlo.
Estaba a punto de
abrir la boca para preguntarle por Elena cuando vio a otra
camarera. Era ella.
Llevaba su melena
rubia algo más larga que antes y
recogida en una cola de caballo, pero
estaba seguro de que se
trataba de ella. Sintió una
corriente eléctrica que le recorrió el cuerpo al verla allí.
Cuando se giró y la vio de
perfil, se quedó sin aliento y
sintió que estaba a punto de desmayarse.
No podía creerlo.
La curva de su
vientre no dejaba lugar a dudas. Estaba embarazada.
Levantó la vista y vio que Elena también lo había visto. Abrió sus ojos
azules y se quedó inmóvil.
Antes de que pudiera
reaccionar de algún modo, vio que Elena
apretaba con furia los labios.
No entendía por qué
parecía estar tan enfadada con él.
Vio que apretaba los puños, le dio la impresión de que estaba deseando darle un
puñetazo. Después, sin decir nada, se dio media
vuelta y fue hacia la cocina.
Frunció el ceño al verla desaparecer. El encuentro no
había ido tal y como había
previsto. No tenía muy claro
qué tipo
de reacción había esperado, pero
parte de él había soñado con que Elena se disculpara y le
pidiera entre lágrimas que volviera a aceptarla. Lo último que
había esperado era encontrarla embarazada y trabajando en un
restaurante de mala muerte
como aquel. Era el tipo
de situación en el que era
normal encontrar a una madre soltera sin recursos, no a una mujer
que estaba a punto de terminar una carrera universitaria
con excelentes calificaciones.
Embarazada…inhaló
profundamente para tratar de calmarse.
Necesitaba saber de cuántos meses estaba.
Parecía estar de siete meses o quizás más.
Se le hizo un nudo en la
garganta al pensar en las posibilidades que
esa situación presentaba. No podía creerlo. Sintió de repente tanta angustia que
le costaba respirar.
Si estaba embarazada, embarazada de siete meses, cabía
la posibilidad de que aquel fuera su hijo.
Pero también podía ser el bebé
de su hermano.
Elena Gilbert entró
corriendo en la cocina y trató de quitarse el delantal. Maldijo entre dientes
mientras intentaba desatar sin mucha suerte
el nudo. Era casi imposible con las manos tan temblorosas.
Perdió la paciencia y se
arrancó el delantal sin esperar a desatarlo. Lo dejó en la percha donde todas
las camareras colgaban los suyos.
No entendía qué hacía Damon
allí ni cómo había conseguido dar con
ella. Se había ido de Nueva York sin
saber qué iba a hacer
con su vida. Pero era algo que en ese momento apenas le había
importado. No había tratado de
esconderse, incluso había imaginado que
Damon podría haberla encontrado si se lo hubiera propuesto. Pero ya habían pasado seis meses y no entendía por
qué había aparecido justo en ese
momento.
Estaba segura de que no
se trataba de una coincidencia. Ese restaurante no era el tipo de lugar que frecuentara
alguien como Damon Salvatore. Sabía que nadie de su familia se dignaría a entrar en un
restaurante que no fuera de cinco
tenedores.
Pero sacudió
la cabeza al ver lo que la presencia de ese hombre estaba consiguiendo. No le gustaba sentirse así ni quería sentir tanta
amargura.
–¿Qué te pasa, Elena? –le
preguntó Kelly.
Se dio la vuelta y vio
que la otra camarera la observaba con preocupación.
–Cierra la puerta –susurró Elena. Kelly hizo lo que
le había pedido.
–¿Estás bien? No tienes
buen aspecto, Elena. ¿Se trata
del bebé?
Sus palabras le hicieron recordar que estaba
embarazada y lo que Damon habría
pensado al verla en ese estado.
Tenía que salir de allí cuanto
antes.
–No, no me encuentro bien –le dijo entonces–. Dile a Matt que he tenido
que irme, por favor.
–No le va a gustar –le advirtió
Kelly–. Ya sabes cuánto se
enfadada cuando faltamos al trabajo. Hay
que estar casi moribunda para que te permita tomarte un descanso.
–Entonces, dile que
dejo el trabajo –murmuró
Elena mientras iba hacia
la puerta trasera.
Pero, antes
de salir al callejón, miró de nuevo
a su compañera.
–Hazme un
favor, Kelly. Es muy importante,
¿de acuerdo? Si alguien en el
restaurante te pregunta por mí, cualquier persona, no les digas nada.
Kelly abrió mucho los ojos.
–¿Es que estás metida en algún lío? –preguntó la mujer.
–No, no es eso. Te lo
prometo. Se trata de mi ex- novio. Es un
verdadero canalla y acabo de verlo en el comedor.
Kelly apretó furiosa los labios y la miró con decisión.
–De acuerdo, cariño. No
te preocupes por nada, yo me encargo de
él.
Salió por la puerta y fue por el callejón
hacia su apartamento, estaba muy
cerca, iba a quedarse allí y pensar en lo que podía hacer.
De camino a casa, se
detuvo enfadada. ¿Por qué tenía que salir corriendo de su trabajo y debía
esconderse? Después de todo, no había
hecho nada malo. Sabía que debería haberse acercado a él y darle un puñetazo en vez de salir huyendo como si fuera
una delincuente.
Subió las viejas escaleras hasta
su apartamento. Cuando entró, cerró
la puerta y se apoyó en ella.
Tenía los ojos llenos de lágrimas.
No quería volver a verse en esa
situación. No deseaba que nadie volviera
a tener tanto poder sobre ella. Ese hombre le había roto
el corazón.
Al pensar en él, se llevó
las manos al vientre y lo acarició despacio, tratando de
calmar al bebé y a ella misma.
–Nunca debí
enamorarme de él –susurró–. Fui una tonta al pensar que podría llegar a formar parte de
su mundo y que su familia llegaría a
aceptarme.
Se sobresaltó a sentir
que se movía la puerta en la que
estaba apoyada. El corazón comenzó latirle con fuerza.
–¡Elena, abre la puerta
ahora mismo! ¡Sé que estás ahí!
Tal y como había
temido, se trataba de Damon. La última
persona a la que habría querido
ver en esos momentos.
Golpeó de
nuevo la puerta y lo hizo con
tanta fuerza que tuvo que apartarse de ella.
–Vete de aquí –gritó
ella–. No quiero hablar contigo.
De repente, la puerta
tembló y se abrió de golpe. Instintivamente,
dio algunos pasos hacia
atrás y se cubrió la barriga.
Damon llenaba el umbral
de la puerta y le pareció más alto y fuerte que nunca. La fulminada con la mirada,
como si pudiera ver lo que estaba pensando.
No podía creer
que estuviera allí, de nuevo en
su vida. Temía que volviera a romperle
el corazón.
–Fuera de aquí –le dijo
ella tratando de controlar su voz para parecer tranquila–. Sal de aquí o llamo
a la Policía. No quiero hablar contigo.
–Pues es una
pena –repuso Damon yendo hacia ella–. Porque yo sí quiero hablar
contigo. Para empezar, quiero saber de quién estás embarazada.
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