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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

04 abril 2013

Princesa Capitulo 08


Capítulo 8
Más tarde, mientras estaba sentada entre su marido y la mujer de uno de sus primos, Elena sintió que la cena duraría eterna­mente. No era que la compañía no fuese entretenida. Puesto que lo era. La mujer del primo de Damon, Lila, era muy dulce y todos habían sido muy amables con Elena, pero su esposo la estaba volviendo loca.

Parecía que se le había metido en la cabeza que ella volviera a confiar en él. En su matrimonio.


Puesto que en su cultura no estaba bien visto ver que una pareja se acariciara en público, todos sus con­tactos eran en secreto. A veces, por ejemplo, por de­bajo de la mesa, acariciando su muslo por encima de la tela de su vestido, o con el pie rozando sus medias.

Le había pedido que se vistiera con ropa occidental para la cena. Y se había alegrado de seguir su consejo al ver a las otras mujeres vestidas del mismo modo, aunque los hombres iban ataviados con ropa tradicio­nal árabe.

Cuando sintió la punta del pie de Damon acariciar su pantorrilla por debajo de su falda larga, deseó llevar algo más que un par de medias finas.

Pero no podían abandonar la cena antes de que su tío los excusase.
Elena se giró para decirle que dejara de tocarla:

-Damon...

-¿Sí, querida?

El pie no dejó de moverse.
Ella hizo un gesto de asombro y él sonrió.

Elena estaba un poco afectada por la discusión que habían tenido, pero él le había prometido no vol­ver a mentirle.

-Si no paras, te tocaré yo también con mi pie.

Damon se rió.

Y ella no pudo evitar sonreírle. Suspiró y se dirigió a la otra acompañante que tenía al lado. Lila.

-El jeque Damon y tú hacéis buena pareja -comentó la mujer.

-Gracias.

-Es agradable ver que él encuentra placer en una obligación que debe de haberle costado aceptar.

-Sí.

Cuanto más tiempo pasaba en Jawhar, más se daba cuenta de los muchos sacrificios que Damon había te­nido que hacer en bien de los negocios de la familia y de sus intereses, sacrificios que le habrían llevado a re­nunciar más de una vez a su felicidad personal.

-En mi opinión, no era necesario. No creo que los disidentes pudieran forzar a la familia a abandonar el país. Y, después de todo, el casarse con una americana debe ser difícil para los miembros más tradicionales de la familia. Pero Damon está contento -Lila se inclinó hacia adelante y susurró-. Mi marido jamás habría aprobado que yo tuviera una profesión.

Teniendo en cuenta que la mujer en cuestión era la mujer del Príncipe Coronado de Jawhar, hasta Elena podría comprenderlo. El ser reina debía ser un tra­bajo a tiempo completo.

Elena no sabía qué tenía que ver su matrimonio con la política.

-¿Realmente el rey Asad piensa que puede triunfar un golpe de estado? -preguntó Elena.

-No lo creo. Creo que quiere que el jeque Damon esté preparado por si es así, pero no creo que sea nece­sario. Los disidentes tienen menos apoyo que hace veinte años y entonces no prosperó el golpe.

-Es una pena que el Rey no pueda confiar en nadie más que en la familia para que cuide sus intereses en el extranjero. Damon estaría más feliz viviendo en Jaw­har.

Elena estaba segura de ello.

-Tal vez se podría convencer a mi suegro de poner a un administrador de confianza para que se ocupase de los asuntos de la familia en el extranjero. Pero ten­dría que ser alguien de la familia quien se ocupase de las obligaciones de Damon.

Elena no comprendía. ¿Sería un problema del idioma? ¿O Lila quería decir que Damon tenía aún más obligaciones en los Estados Unidos?

-Después de todo, sólo un miembro de la familia podría garantizar visados permanentes para vivir en los Estados Unidos. Creo que el gobierno de tu país in­cluso exige que haya una relación. Tú lo sabrás mejor que yo.

Elena estaba confusa. El descubrir la fecha del informe del geólogo no había sido nada comparado con lo que sentía en aquel momento.

-No comprendo -dijo.

Lila sonrió.

-A mí también me pareció muy complicado cuando mi marido me lo contó. Me gusta que me cuente sus cosas. En algunos sentidos es muy tradicional, pero no menosprecia mi intelecto.

-¿Puedes explicármelo? -insistió Elena.

-¿Por qué no se lo preguntas a Damon? Aunque a mí tampoco me gusta reconocer delante de mi marido que no he comprendido algo que me ha explicado. Su­pongo que es por orgullo —suspiró; luego sonrió—: Es muy sencillo, realmente. Al casarse Damon contigo, los miembros de su familia pueden obtener visados permanentes para residir en los Estados Unidos, siem­pre que él se haga responsable económicamente. Lo que no es problema, por supuesto.

-¿Visados permanentes? -Elena tosió.

Lila asintió y siguió.

-También está la sociedad en la empresa de excava­ciones, por supuesto. El rey Asad quiere participar de los beneficios de los descubrimientos geológicos. Él está convencido de que la empresa de tu padre es cru­cial para ello.

-¿Una sociedad para las excavaciones? -preguntó Elena.

Lila no reparó en la pregunta y agregó:

-Mi marido creyó que el rey Asad veía muy lejana la alianza del matrimonio, hasta que se dio cuenta de que, como siempre, su padre tenía otros beneficios en mente.

-Visados permanentes... -dijo en voz alta Elena.

Lila asintió.

-El rey Asad es un agudo negociante.

Elena se había quedado pensando en que su matrimonio había sido parte de un trato comercial.

-¿Quieres decir que el deber de Damon era casarse conmigo? -susurró Elena, horrorizada.

-Bueno, sí, por decirlo de alguna manera.

-¿El beneficio añadido de un matrimonio conmigo para Damon eran los visados permanentes para la familia por si había problemas con los disidentes? -pre­guntó Elena, viéndolo todo repentinamente claro.

Aquella vez Lila no contestó, como si se hubiera dado cuenta de que lo que estaba diciendo era una no­vedad para Elena.

Elena no podía creer que su matrimonio hu­biera sido parte de un acuerdo con Excavaciones Gilbert. Y que el hombre que pensaba que la amaba le hu­biera mentido y engañado. No había habido amor.

Lila parecía preocupada.

Elena se sintió indispuesta. No era una esposa amada. Deseada y querida. Sólo una pieza necesaria para un negocio.

Se sintió humillada.

-¿Lo sabe toda la familia? -preguntó, queriendo la confirmación de lo peor.

Lila agitó la cabeza vehementemente.

-Nadie fuera del círculo del rey Asad, AbdulMalik, mi esposo, Damon y tú conocéis el plan.

Eso no era consuelo para ella. La habían traicio­nado. Su padre le había mentido. Su marido le había mentido. La habían utilizado como medio para un fin por un rey que acababa de conocer.

Lo odiaba. Y se odiaba a sí misma. Había sido una tonta. Veinticuatro años no le habían servido de nada para darse cuenta de que la estaban usando. Damon no la amaba. Ni siquiera le importaba ella. Si no, no la ha­bría utilizado. ¿Y su padre? No parecía que fuera muy diferente.

Sintió un mareo.

¿Lo sabría su madre? ¿Y Caroline? No. Caroline se lo habría dicho.

-¿Estás bien? Estás muy pálida -oyó la voz de Lila, en medio del mareo.

Lila rodeó a Elena y exclamó:

-Jeque Damon. Creo que su esposa no se encuentra bien.

-¿Qué sucede? -preguntó Damon

-No tienes corazón -dijo Elena, llena de do­lor-. Te odio.

Damon se echó atrás como si le hubiera golpeado. Elena estaba destrozada. Lo único que deseaba era escapar. Se quiso poner de pie pero Damon no la dejó.

-¿Qué sucede?

-Déjame que me vaya.

-No. Explícame qué te ha puesto tan mal.

-Me mentiste.

-Ya hemos hablado de ello. Y lo has comprendido.

-Yo soy una obligación para ti. Tú tenías la obliga­ción de casarte conmigo -exclamó ella-. ¡He sido parte de un acuerdo con mi padre!

Damon miró a Lila.

-¿Qué le has dicho?

-Me ha contado la verdad, algo que mi marido y mi padre no han querido hacer -respondió Elena por Lila.

Oyó al rey Asad preguntar qué pasaba, pero todos los sonidos parecían apagarse, incluida la disculpa de Lila.

Muchas veces se había sentido rechazada, pero nada había sido como aquello. Había sido considerada un objeto de cambio por .su padre, y un medio para conseguir algo por su marido. El saber que no había sido amor lo suyo era demasiado. Demasiado dolor. Demasiada traición.

Intentó ponerse de pie otra vez, olvidándose de que Damon la tenía sujeta firmemente. Miró su mano: no quería que la tocase, pero no le salía la voz. Entonces, miró a su alrededor.

Nadie parecía haber reparado en lo que estaba suce­diendo en la mesa principal. Damon ya no estaba ha­blando con el rey Asad. Le estaba hablando a ella, pero no podía registrar su voz por el zumbido que oía en sus oídos.

-Quiero ir a la habitación. Por favor, dile a tu tío que no me siento bien y que debo marcharme.

Pensó que discutiría con ella. Pero no lo hizo.

-Nos dará su bendición oficial, y luego podremos marcharnos.
Ella no respondió.

Simplemente se sentó, esperando que Damon le sol­tara el brazo, mientras el Rey pronunciaba su bendi­ción oficial.

Después despidió a los recién casados hacia sus apartamentos, diciendo que tenían cosas mejores que hacer. Los asistentes se rieron. Pero Elena había perdido todo su sentido del humor.

Damon la ayudó a ponerse de pie. Y de pronto, la alzó en brazos, diciendo que era una tradición en el mundo occidental llevar a la novia en brazos hasta el lecho de bodas.

Se suponía que eso debía ocurrir en su casa de re­cién casados, pero ella no lo corrigió. Sabía que a na­die le importaría.

Estaban todos muy contentos contemplando el su­puesto romanticismo del mentiroso de su esposo.

Durante el trayecto a la habitación ella no dijo nada.
Cuando entró en sus departamentos, la dejó en un sofá tapizado en dorado y se sentó a su lado.

-No quiero que te acerques a mí -dijo ella.

Damon se quitó el turbante y lo tiró encima del es­critorio. Cayó sobre el famoso informe de excavacio­nes.

-¿Qué ha cambiado, Elena? Yo no he cam­biado. Nuestro matrimonio no ha cambiado. Ya hemos hablado de esto antes de la cena. El modo en que nos conocimos no tiene nada que ver con nuestro futuro. Es un asunto del pasado.

Ella lo miró.

-No tienes por qué estar tan disgustada.

-Me he dado cuenta de que he sido manipulada por gente en la que confiaba, por mi padre y mi marido. ¿Y crees que no debo estar disgustada?

Damon había crecido en Jawhar no en otro planeta. No podía ser tan inconsciente.

-No te manipulé.

-¿Cómo puedes decir eso?

-No te obligué a que te casaras conmigo

-Me engañaste.

-¿Cómo?

-¿Me estás tomando el pelo? Me hiciste creer que te casabas conmigo porque querías hacerlo. Cuando en realidad lo has hecho porque era tu obligación según el plan de tu tío y mi padre. Creí que me amabas...

-Yo nunca te he dicho que te amaba.

-No. Es verdad. Pero sabías que yo creía que te ca­sabas por mí.

-Yo he querido casarme contigo, Elena.

-Porque cumples con tu deber con tu tío y porque mi padre lo ha convertido en parte de un acuerdo con su empresa con un rey oportunista.

Damon se pasó la mano por el pelo.

-También satisfacía mi deseo, pequeña gatita.

-¡No me llames así! No significa nada para ti. Todas esas palabras que usas. Son sólo palabras para ti. Yo pensé que eran más que eso.

Damon se acercó a ella y se puso de rodillas.

-Para. Deja ya esto. Te estás haciendo daño, imagi­nando lo peor, y no es verdad. Me ha complacido ha­certe mi esposa. A ti te ha complacido casarte con­migo. ¿Por qué no te acuerdas de eso y te olvidas del resto?

Hubiera querido hacerlo, pero no podía.

Damon tiró de ella.

-El motivo por el que te he pedido que te casaras conmigo no importa -dijo Damon, abrazándola-. Lo único que importa ahora es que estamos casados. Po­demos ser muy felices juntos. Seremos felices depen­diendo de lo que queramos darle a nuestro matrimo­nio. Créeme, corazón mío.

Ella lo escuchó.

-No puedo confiar en ti.

Y no era su corazón, pensó. No la amaba.
Elena sintió rabia y se separó de él.

-¡Aléjate de mí!

-Soy tu marido. No me hables de ese modo -le dijo, serio.

Su arrogancia no le atraía en absoluto en aquel mo­mento, pensó ella.

-Soy tu esposa hasta que vuelva a casa y presente el divorcio.

Lo que acabaría con los planes de su padre y de su tío. No habían calculado eso. Pensaban que podía se­guir casada con alguien que la hubiera manipulado. Al fin y al cabo, tendría que conformarse con eso o nada.

Pero se equivocaban. No sería el tipo de mujer que conquistaba hombres, pero no pensaba seguir casada con uno que no la amaba y la utilizaba.

—No hablarás en serio... No lo permitiré. 

-No sé cómo son la cosas en Jawhar, pero en Esta­dos Unidos puedo presentar un divorcio sin aproba­ción del jeque, mi marido.

-Estás cansada. No puedes pensar con claridad -dijo él.

—Te equivocas. Sé perfectamente lo que estoy di­ciendo.

Damon agitó la cabeza, como negando sus palabras.

-Necesitas descansar. Ahora no hablaremos más.

Ella se cruzó de brazos. Era posible que en Jawhar las cosas fueran así, pero él había ido al colegio en Francia y en Estados Unidos, cunas del feminismo. Y aunque ella no se había considerado nunca feminista, no pensaba dejar que su esposo la tratase como a una niña.

-¿Ah, sí? ¿Tú dices que no volveremos a hablar de ello y yo tengo que obedecer e irme a la cama?

Damon se pasó la mano por la cara.

-No es lo que he querido decir, Elena. Si te digo la verdad, yo estoy cansado también. Te agrade­cería dejar esto para mañana.

Era posible que fuese verdad. Pero le asaltó una duda.
¿Querría cambiar de escenario y convencerla en la cama, donde había demostrado su maestría?

-Tienes razón, estoy cansada. Quiero irme a la cama.

Damon pareció aliviado.

-Pero no dormiré contigo -afirmó Elena.

-Eres mi esposa.

Ahora mismo no se sentía una esposa.

-Yo soy sólo un medio para un fin.

Damon se puso tenso.

-Eres mi esposa -dijo entre dientes, enfadado-. Cientos de invitados han sido testigo de ello. Tengo documentos legales en los que se afirma que ya no eres la señorita Elena Gilbert, sino Elena bin Damon al Kadar. No vuelvas a decir que no eres mi es­posa o a intentar olvidarte de mi nombre.

Estaba furioso. Se alegraba. Así no sería ella sola la disgustada.

-Los documentos no forman un matrimonio. Son sólo papeles. No prueban nada.

Ni ella se lo creyó. Estar casada sí significaba algo. Pero evidentemente, no lo mismo para él que para ella.

-La consumación del matrimonio es un hecho.

-¿Quieres decir que me has hecho el amor sólo para que me considerase casada contigo? -lo increpó.

Aquello pareció sorprenderlo. Porque la miró con incredulidad y le dijo:

-¿Te atreves a preguntarme semejante cosa?

-¿Por qué no? Te casaste conmigo por razones que yo no conocía. En lo que a mí me concierne, tus moti­vos son todos sospechosos -Elena lo miró, fasci­nada, al ver que él tenía que hacer un gran esfuerzo para controlarse.

Damon se dio la vuelta y se alejó.

—Bien. Yo dormiré en el sofá, aquí.

Elena pensó que él era demasiado alto para el sofá.

-Puedes acostarte en la cama. Yo dormiré aquí.

Al fin y al cabo, ella tampoco dormiría bien.

-O compartimos la cama o yo duermo aquí.

No se había dado la vuelta para mirarla, pero por el tono de su voz, parecía decidido.

-Bien.

Si quería sufrir, que sufriese, pensó ella.

-Dormiré sola en la cama -respondió Elena.

Él asintió. Ella se levantó y se fue al dormitorio. Antes de entrar miró a Damon. Parecía tan sólo como ella, allí, al lado de la ventana. Pero él era el responsa­ble del curso que habían tomado las cosas. Al parecer, para él ella no era merecedora de la verdad, ni de amor.

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