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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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15 enero 2013

Cruel Capitulo 09


CAPÍTULO 09
Elena   estaba guardándolo todo menos el dolor que sentía por dentro. El médico había explicado que no podría haberse evitado de ningún modo y que no había razón por la que no pudiera llevar un embarazo perfectamente normal y sin problemas en cuanto su marido y ella quisieran intentarlo de nuevo.
Estaba moviéndose por su dormitorio recogiendo sus escasas posesiones. Después de unos días ingresada en el hospital, Damon  acababa de llevarla de vuelta a casa. Había intentado hablar con ella en varias ocasiones durante los últimos dos días, pero Elena lo había ignorado. No podía soportar que la tratara con lástima.
Le sorprendía el profundo dolor que sentía por la pérdida del bebé. En cuanto había descubierto que estaba embarazada, había sentido un amor por ese ser que había sido lo suficientemente fuerte como para animarla a enfrentarse a Damon... algo que había resultado ser el mayor error que había cometido nunca.
Se sentó en la cama durante un momento.
Su embarazo la había obligado a buscar a Damon, pero de pronto la posibilidad de no haber descubierto que estaba embarazada y de no haber tenido una razón de ir tras él, la llenó de un inexplicable dolor tan agudo que la desgarró por dentro.
Estaba llorando cuando Damon  entró en el dormitorio y verlo fue demasiado para ella. Se obligó a calmarse y se levantó.
Él tenía un gesto adusto, pero también... se le veía agotado, hundido. Sin embargo, ella todavía estaba demasiado impactada como para fijarse en eso. Lo único que sabía era que tenía que irse.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él al ver la pequeña maleta sobre la cama.
Elena no pudo mirarlo.
—¿A ti qué te parece, Damon? Me marcho. No hay razón para que esta farsa...
—Cara…
Ella se giró furiosa.
—No me llames así. Sé lo que significa esa palabra en italiano y yo no soy tu «cariño». Es irónico, pero de donde yo vengo, Elena significa «amigo», aunque está claro que tú tampoco eres amigo mío. Así que no te atrevas a pronunciar mi nombre... con ese tono de voz.
Él dio un paso adelante y, para su vergüenza. Elena sintió una emoción que había estado conteniendo cada vez que había sentido sus ojos puestos en ella, cada vez que él había intentado hablarle. Y tenía que seguir así, no podía dejar que la emoción se desbordara.
—Por favor, no —le dijo con una mano extendida hacia él y dando un paso atrás.
Damon  siguió acercándose más y más, con una intensa expresión en su rostro hasta que estuvo tan cerca que ella pudo olerlo, pudo sentir su calor envolviéndola y la quebradiza coraza que la había ayudado a seguir adelante desde que había salido del hospital se resquebrajó. La emoción brotó en forma de un entrecortado llanto y todo lo vio borroso a través de las lágrimas que le inundaban los ojos y le caían por las mejillas.
Pero antes de que se derrumbara, Damon  ya estaba allí, envolviéndola con sus brazos y abrazándola corno si nunca fuera a dejarla marchar.
Cuando el llanto de Elena se había desvanecido hasta convertirse en hipo, se dio cuenta de que estaban sentados en el borde de la cama y de que él tenía la camisa empapada. Comenzó a apartarse y él la soltó. No podía mirarlo. Damon  le dio un pañuelo de papel y se sonó la nariz ruidosamente. Se secó los ojos.
—Lo siento...
—No.
La vehemencia del tono de Damon  le hizo mirarlo.
—No. No digas que lo sientes. Tú no tienes culpa de nada, Elena.
Se puso de pie y se alejó mientras su cuerpo desprendía una tensión que ella podía captar. Algo estaba cambiando, algo estaba cambiando a su alrededor. Elena podía sentirlo y eso la hacía sentirse mucho más nerviosa que nunca al lado de ese hombre. Él se giró bruscamente, pasándose una mano por el pelo con impaciencia.
—Soy yo el que tiene que disculparse. Es culpa mía; es culpa mía que acabaras en el hospital.
—No, Damon. El médico ha dicho que lo me sucedió es muy común. No es culpa de nadie.
Damon  no podía entender por qué Elena no estaba despotricando contra él y por qué estaba desaprovechando la oportunidad de culparlo. Cuando había estado en sus brazos, sus desgarradores sollozos le habían hecho una brecha en su interior y sentir su suave cuerpo contra el suyo había despertado en él un instinto de protección hacia ella.
Elena lo había puesto en una situación que no le había permitido nunca a ninguna mujer y sabía que hasta el momento no había sido capaz de afrontar la realidad y que tal vez ella no habría aceptado el dinero a cambio de alejarse de su bebé... del bebé de los dos.
Necesitaba desesperadamente algo de equilibrio, algo familiar a lo que aferrarse. Aún no creía del todo que ella no hubiera sido cómplice de su hermano, pero eso era algo que estaba cambiando, que estaba empezando a ver con menos claridad.
Elena se levantó para recoger su bolso, pero Damon  la detuvo agarrándole la mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Me marcho. Esto debe de ser lo que querías.
Damon  retrocedió y por un momento Elena podría haber jurado que lo que vio en sus ojos fue verdadero dolor
—Yo no le habría deseado a nadie esto por lo que has pasado, Elena —su rostro reflejaba furia... y algo más. Algo que hizo que Elena se sonrojara. Ella sabía instintivamente que, independientemente de lo que hubiera pasado entre los dos, Damon  no era tan despiadado y que tal vez él ya estaba sufriendo su propio caos interno.
—Lo siento, no me refería a eso. Lo que quería decir es que ahora querrás que me vuelva a mi casa.
—¿No estás olvidándote de la deuda?
Elena palideció, y Damon  se maldijo a sí mismo; no sabía qué le pasaba con esa mujer que le hacía decir sin pensar lo primero que se le pasaba por la cabeza... lo primero que se le pasó por la cabeza para intentar que se quedara allí, bajo su control.
—Mira, olvida lo que he dicho. No estás en condiciones de ir a ninguna parte. Elena. Estás débil y aún no te has recuperado emocionalmente. Mi padre está preocupado por ti.
Se sentía dolida por el hecho de que, a pesar de todo lo que había sucedido, Damon  siguiera teniendo en mente su venganza. ¿Por qué, si no, había mencionado la deuda que todavía le debía?
Se forzó a parecer más fuerte de lo que se sentí.
—Sí, pero no me importa irme. Tal vez sea lo mejor, antes de que tu padre llegue a esperar algo más de nosotros...
—No, Elena. No dejaré que te marches así. Necesitas descansar y recuperarte. Eso, por lo menos, debes admitirlo —la miró de arriba abajo antes de añadir—: No puedes mantenerte en pie y estás tan pálida como un fantasma.
En ese momento, como si su cuerpo estuviera aliado con Damon, se mareó y se balanceó ligeramente.
—Ya está. No discutas. Elena. Voy a decirle a Caroline que te suba algo de comida —le dijo sentándola en la cama — y que te ayude a meterte en la cama. Tienes que dormir.
Elena intentó protestar, pero lo cierto era que no tenía fuerzas. Apenas se dio cuenta de que Damon  se había marchado ni de que Caroline volvió para llevarle un delicioso plato de pasta, un zumo y pan. La mujer, muy amablemente, la ayudó a ponerse una camiseta, se aseguró de que comiera y la metió en la cama.
Elena estaba dormida cuando Damon  volvió a entrar en la habitación un rato después.
Se sentó en una silla en una esquina para verla dormir. Elena Gilbert era un enigma. O era la caza fortunas y manipuladora hermana de un hombre tan corrupto como ella... o era algo para lo que él no tenía referencia. Recordaba que la noche que sufrió el aborto le había dicho que su vida no se había parecido en nada a la de su hermano y ahora tenía una cosa clara: no la dejaría marchar a ninguna parte tan pronto, no hasta que descubriera quién era en realidad.


Después del aborto, Elena estaba mucho más débil de lo que ella había pensado y concluyó que todo lo que le había sucedido, la muerte de su hermano, su embarazo y su infructuosa búsqueda de trabajo, le estaban pasando factura ahora. Al caer la tarde ya se encontraba exhausta y todos los días se iba a dormir a la misma hora que Salvatore.
Casi tres semanas pasaron mientras se recuperaba. Damon  se mostraba cortés en todo momento, pero distante. En ningún momento volvió a mencionar la deuda ni le dijo que se marchara. Elena encontró un gran consuelo en la compañía de Salvatore, con el que hablaba a diario, leía o jugaba al ajedrez.
Doppo, el perro de Bonnie, también había demostrado ser aliado suyo al seguirla a todas partes con clara devoción. Damon  aparecía por la casa de vez en cuando, después de viajar a Roma o a cualquier otra parte, y siempre que lo veía, no podía evitar sentir una sacudida por dentro, que se hacía más y más difícil de ignorar a medida que se recuperaba.
Una noche después de que Salvatore se hubiera ido a la cama, Elena salió a la terraza a tomarse una taza de té. Se tropezó al ver a Damon  sentado junto a la mesa de hierro forjado tomándose un café. Estaba mirando dentro de la taza, pero alzó la mirada al oírla.
El corazón de Elena comenzó a palpitar con fuerza.
—Lo siento... —se dio la vuelta para marcharse.
Él se levantó, y dijo:
—No, espera.
—Mira, en serio... —le dijo ella al girarse de nuevo hacia él. Se sentía algo incómoda.
—Elena, siéntate. No voy a morderte.
Él parecía cansado y, al acercarse, Elena pudo ver que tenía una pila de papeles sobre la mesa. Se sentó y, tras un momento, le preguntó tímidamente:
—¿Estás trabajando?
—Podría decirse —respondió él con una carcajada antes de mirarla fijamente. —Estoy arreglando lo que hizo tu hermano; estudiando la oferta de adquisición que nos hizo para que no vuelva a pasar.
—¿Aún sigues trabajando en ello? Si hay algo que pueda hacer... Conocía a Nicklaus, tal vez yo vea algo que a ti se te escape —y añadió a la defensiva—: Tengo estudios.
Damon  la miró; sus ojos se veían rojizos bajo la luz de la vela que titilaba sobre la mesa en el tranquilo aire de la noche.
—¿Por qué no? —dijo él tras pensárselo un instante. —Me vendría bien que alguien me ayudara con las cuentas. En unos días tengo que marcharme a Roma, pero me gustaría dejarlo todo solucionado primero.
Elena no dudó de que la estaba poniendo a prueba de algún modo y al instante se vio en el despacho de Damon  por primera vez. Era enorme, con ordenadores, faxes y fotocopiadoras por todas partes. Todo lo que se podría necesitar en una oficina moderna. La llevó hasta una mesa sobre la que había una hoja impresa con columnas y cifras e, inmediatamente, Elena se sintió como en casa. Sabía de números; se había refugiado en ellos durante los últimos años para escapar de Nicklaus.
—Lo que ves delante de ti es el desastre que aún intento solucionar. Una parte del ataque de tu hermano fue soltar numerosos virus en nuestro programa de contabilidad. He estado intentando solucionarlo primero aquí, para asegurarme de que no queda nada suelto.
Elena lo miró e intentó ocultar su impacto. Ver la realidad de lo que había hecho su taimado hermano resultaba desconcertante, por decir poco.
—Aunque ahora la empresa tiene más seguridad que nunca, no puedo evitar estar nervioso, y por eso estoy asegurándome de saber qué hizo tu hermano antes de que se enteren los demás.
Elena se sintió avergonzada.
—Tengo que admitir que el hecho de que tú, su hermana, esté ofreciéndose a solucionarlo es bastante irónico.
Elena alzó la barbilla, no permitiría que nada de lo que él dijera la afectara.
—¿Por qué no me dices qué quieres que haga?

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