CAPÍTULO
09
Elena estaba
guardándolo todo menos el dolor que sentía por dentro. El médico había
explicado que no podría haberse evitado de ningún modo y que no había razón por
la que no pudiera llevar un embarazo perfectamente normal y sin problemas en
cuanto su marido y ella quisieran intentarlo de nuevo.
Le
sorprendía el profundo dolor que sentía por la pérdida del bebé. En cuanto
había descubierto que estaba embarazada, había sentido un amor por ese ser que
había sido lo suficientemente fuerte como para animarla a enfrentarse a Damon...
algo que había resultado ser el mayor error que había cometido nunca.
Se
sentó en la cama durante un momento.
Su
embarazo la había obligado a buscar a Damon, pero de pronto la posibilidad de
no haber descubierto que estaba embarazada y de no haber tenido una razón de ir
tras él, la llenó de un inexplicable dolor tan agudo que la desgarró por
dentro.
Estaba
llorando cuando Damon entró en el
dormitorio y verlo fue demasiado para ella. Se obligó a calmarse y se levantó.
Él
tenía un gesto adusto, pero también... se le veía agotado, hundido. Sin
embargo, ella todavía estaba demasiado impactada como para fijarse en eso. Lo
único que sabía era que tenía que irse.
—¿Qué
estás haciendo? —le preguntó él al ver la pequeña maleta sobre la cama.
Elena
no pudo mirarlo.
—¿A
ti qué te parece, Damon? Me marcho. No hay razón para que esta farsa...
—Cara…
Ella
se giró furiosa.
—No
me llames así. Sé lo que significa esa palabra en italiano y yo no soy tu
«cariño». Es irónico, pero de donde yo vengo, Elena significa «amigo», aunque
está claro que tú tampoco eres amigo mío. Así que no te atrevas a pronunciar mi
nombre... con ese tono de voz.
Él
dio un paso adelante y, para su vergüenza. Elena sintió una emoción que había
estado conteniendo cada vez que había sentido sus ojos puestos en ella, cada
vez que él había intentado hablarle. Y tenía que seguir así, no podía dejar que
la emoción se desbordara.
—Por
favor, no —le dijo con una mano extendida hacia él y dando un paso atrás.
Damon siguió acercándose más y más, con una intensa
expresión en su rostro hasta que estuvo tan cerca que ella pudo olerlo, pudo sentir
su calor envolviéndola y la quebradiza coraza que la había ayudado a seguir
adelante desde que había salido del hospital se resquebrajó. La emoción brotó
en forma de un entrecortado llanto y todo lo vio borroso a través de las
lágrimas que le inundaban los ojos y le caían por las mejillas.
Pero
antes de que se derrumbara, Damon ya
estaba allí, envolviéndola con sus brazos y abrazándola corno si nunca fuera a
dejarla marchar.
Cuando
el llanto de Elena se había desvanecido hasta convertirse en hipo, se dio
cuenta de que estaban sentados en el borde de la cama y de que él tenía la
camisa empapada. Comenzó a apartarse y él la soltó. No podía mirarlo. Damon le dio un pañuelo de papel y se sonó la nariz
ruidosamente. Se secó los ojos.
—Lo
siento...
—No.
La
vehemencia del tono de Damon le hizo
mirarlo.
—No.
No digas que lo sientes. Tú no tienes culpa de nada, Elena.
Se
puso de pie y se alejó mientras su cuerpo desprendía una tensión que ella podía
captar. Algo estaba cambiando, algo estaba cambiando a su alrededor. Elena podía
sentirlo y eso la hacía sentirse mucho más nerviosa que nunca al lado de ese
hombre. Él se giró bruscamente, pasándose una mano por el pelo con impaciencia.
—Soy
yo el que tiene que disculparse. Es culpa mía; es culpa mía que acabaras en el
hospital.
—No,
Damon. El médico ha dicho que lo me sucedió es muy común. No es culpa de nadie.
Damon no podía entender por qué Elena no estaba
despotricando contra él y por qué estaba desaprovechando la oportunidad de
culparlo. Cuando había estado en sus brazos, sus desgarradores sollozos le
habían hecho una brecha en su interior y sentir su suave cuerpo contra el suyo
había despertado en él un instinto de protección hacia ella.
Elena
lo había puesto en una situación que no le había permitido nunca a ninguna
mujer y sabía que hasta el momento no había sido capaz de afrontar la realidad
y que tal vez ella no habría aceptado el dinero a cambio de alejarse de su
bebé... del bebé de los dos.
Necesitaba
desesperadamente algo de equilibrio, algo familiar a lo que aferrarse. Aún no
creía del todo que ella no hubiera sido cómplice de su hermano, pero eso era
algo que estaba cambiando, que estaba empezando a ver con menos claridad.
Elena
se levantó para recoger su bolso, pero Damon
la detuvo agarrándole la mano.
—¿Qué
estás haciendo?
—Me
marcho. Esto debe de ser lo que querías.
Damon retrocedió y por un momento Elena podría
haber jurado que lo que vio en sus ojos fue verdadero dolor
—Yo
no le habría deseado a nadie esto por lo que has pasado, Elena —su rostro
reflejaba furia... y algo más. Algo que hizo que Elena se sonrojara. Ella sabía
instintivamente que, independientemente de lo que hubiera pasado entre los dos,
Damon no era tan despiadado y que tal
vez él ya estaba sufriendo su propio caos interno.
—Lo
siento, no me refería a eso. Lo que quería decir es que ahora querrás que me
vuelva a mi casa.
—¿No
estás olvidándote de la deuda?
Elena
palideció, y Damon se maldijo a sí
mismo; no sabía qué le pasaba con esa mujer que le hacía decir sin pensar lo
primero que se le pasaba por la cabeza... lo primero que se le pasó por la
cabeza para intentar que se quedara allí, bajo su control.
—Mira,
olvida lo que he dicho. No estás en condiciones de ir a ninguna parte. Elena.
Estás débil y aún no te has recuperado emocionalmente. Mi padre está preocupado
por ti.
Se
sentía dolida por el hecho de que, a pesar de todo lo que había sucedido, Damon siguiera teniendo en mente su venganza. ¿Por
qué, si no, había mencionado la deuda que todavía le debía?
Se
forzó a parecer más fuerte de lo que se sentí.
—Sí,
pero no me importa irme. Tal vez sea lo mejor, antes de que tu padre llegue a
esperar algo más de nosotros...
—No,
Elena. No dejaré que te marches así. Necesitas descansar y recuperarte. Eso,
por lo menos, debes admitirlo —la miró de arriba abajo antes de añadir—: No
puedes mantenerte en pie y estás tan pálida como un fantasma.
En
ese momento, como si su cuerpo estuviera aliado con Damon, se mareó y se
balanceó ligeramente.
—Ya
está. No discutas. Elena. Voy a decirle a Caroline que te suba algo de comida
—le dijo sentándola en la cama — y que te ayude a meterte en la cama. Tienes
que dormir.
Elena
intentó protestar, pero lo cierto era que no tenía fuerzas. Apenas se dio
cuenta de que Damon se había marchado ni
de que Caroline volvió para llevarle un delicioso plato de pasta, un zumo y
pan. La mujer, muy amablemente, la ayudó a ponerse una camiseta, se aseguró de
que comiera y la metió en la cama.
Elena
estaba dormida cuando Damon volvió a
entrar en la habitación un rato después.
Se
sentó en una silla en una esquina para verla dormir. Elena Gilbert era un
enigma. O era la caza fortunas y manipuladora hermana de un hombre tan corrupto
como ella... o era algo para lo que él no tenía referencia. Recordaba que la
noche que sufrió el aborto le había dicho que su vida no se había parecido en
nada a la de su hermano y ahora tenía una cosa clara: no la dejaría marchar a
ninguna parte tan pronto, no hasta que descubriera quién era en realidad.
Después
del aborto, Elena estaba mucho más débil de lo que ella había pensado y
concluyó que todo lo que le había sucedido, la muerte de su hermano, su
embarazo y su infructuosa búsqueda de trabajo, le estaban pasando factura
ahora. Al caer la tarde ya se encontraba exhausta y todos los días se iba a
dormir a la misma hora que Salvatore.
Casi
tres semanas pasaron mientras se recuperaba. Damon se mostraba cortés en todo momento, pero
distante. En ningún momento volvió a mencionar la deuda ni le dijo que se
marchara. Elena encontró un gran consuelo en la compañía de Salvatore, con el
que hablaba a diario, leía o jugaba al ajedrez.
Doppo,
el perro de Bonnie, también había demostrado ser aliado suyo al seguirla a
todas partes con clara devoción. Damon aparecía
por la casa de vez en cuando, después de viajar a Roma o a cualquier otra
parte, y siempre que lo veía, no podía evitar sentir una sacudida por dentro,
que se hacía más y más difícil de ignorar a medida que se recuperaba.
Una
noche después de que Salvatore se hubiera ido a la cama, Elena salió a la
terraza a tomarse una taza de té. Se tropezó al ver a Damon sentado junto a la mesa de hierro forjado
tomándose un café. Estaba mirando dentro de la taza, pero alzó la mirada al
oírla.
El
corazón de Elena comenzó a palpitar con fuerza.
—Lo
siento... —se dio la vuelta para marcharse.
Él
se levantó, y dijo:
—No,
espera.
—Mira,
en serio... —le dijo ella al girarse de nuevo hacia él. Se sentía algo
incómoda.
—Elena,
siéntate. No voy a morderte.
Él
parecía cansado y, al acercarse, Elena pudo ver que tenía una pila de papeles
sobre la mesa. Se sentó y, tras un momento, le preguntó tímidamente:
—¿Estás
trabajando?
—Podría
decirse —respondió él con una carcajada antes de mirarla fijamente. —Estoy
arreglando lo que hizo tu hermano; estudiando la oferta de adquisición que nos
hizo para que no vuelva a pasar.
—¿Aún
sigues trabajando en ello? Si hay algo que pueda hacer... Conocía a Nicklaus,
tal vez yo vea algo que a ti se te escape —y añadió a la defensiva—: Tengo
estudios.
Damon la miró; sus ojos se veían rojizos bajo la
luz de la vela que titilaba sobre la mesa en el tranquilo aire de la noche.
—¿Por
qué no? —dijo él tras pensárselo un instante. —Me vendría bien que alguien me
ayudara con las cuentas. En unos días tengo que marcharme a Roma, pero me
gustaría dejarlo todo solucionado primero.
Elena
no dudó de que la estaba poniendo a prueba de algún modo y al instante se vio
en el despacho de Damon por primera vez.
Era enorme, con ordenadores, faxes y fotocopiadoras por todas partes. Todo lo
que se podría necesitar en una oficina moderna. La llevó hasta una mesa sobre
la que había una hoja impresa con columnas y cifras e, inmediatamente, Elena se
sintió como en casa. Sabía de números; se había refugiado en ellos durante los
últimos años para escapar de Nicklaus.
—Lo
que ves delante de ti es el desastre que aún intento solucionar. Una parte del
ataque de tu hermano fue soltar numerosos virus en nuestro programa de
contabilidad. He estado intentando solucionarlo primero aquí, para asegurarme
de que no queda nada suelto.
Elena
lo miró e intentó ocultar su impacto. Ver la realidad de lo que había hecho su
taimado hermano resultaba desconcertante, por decir poco.
—Aunque
ahora la empresa tiene más seguridad que nunca, no puedo evitar estar nervioso,
y por eso estoy asegurándome de saber qué hizo tu hermano antes de que se
enteren los demás.
Elena
se sintió avergonzada.
—Tengo
que admitir que el hecho de que tú, su hermana, esté ofreciéndose a
solucionarlo es bastante irónico.
Elena
alzó la barbilla, no permitiría que nada de lo que él dijera la afectara.
—¿Por
qué no me dices qué quieres que haga?
uff cada vez se pone mejor¡ gracias¡ ^^
ResponderEliminarDe nada me alegro que te guste
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