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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

03 noviembre 2012

Comprado Capitulo 13


CAPÍTULO TRECE

—Me voy a dormir. Damon apretó los dientes, pero asintió.




—Gracias —le dijo Elena.




Una vez en la suite, se quitó los zapatos de tacón alto que la estaban matando de dolor y comprobó que se había rozado ambos talones. Todo lo aprisa que pudo se curó, pues no quería que Damon la tocara aquella noche, quería estar dormida para cuando él volviera, le era impensable volver a hacer el amor con él después de haberse dado cuenta de lo que sentía.


¿Cómo era posible que se hubiera enamorado de él? ¿Acaso no había aprendido después de su relación con Raúl?

Elena estaba desesperada y sintió unas inmensas ganas de llorar. Además, le dolía la cabeza, así que, tras tomarse una aspirina, se lavó la cara con agua fría y se miró en el espejo.

Tras decirse que todo iba a salir bien, se metió en la cama. Se sentía muy sola. Su hermana estaba en Londres con Stefan. Había hablado con ella aquella misma mañana y le había dicho que en la primera cita con el doctor Hardy todo había ido muy bien, así que Elena se dijo que las lágrimas que resbalaban por sus mejillas en aquellos momentos eran de felicidad por Bonnie y que no tenían nada que ver con su pasado ni consigo misma.
Damon entró silenciosamente en la habitación se acercó a la cama y vio que Elena estaba profundamente dormida. Su apariencia inocente e infantil lo turbó, pero... ¿por qué demonios llevaba el pijama abotonado hasta el cuello en lugar de dormir desnuda? ¿Por qué demonios no lo estaba esperando?

Se fijó en que Elena había sacado una pierna por debajo de la manta y en que tenía sangre en el talón y supuso que le habrían hecho daño los zapatos nuevos.

Entonces recordó lo que le acababan de contar. Aunque confiaba en la persona que se lo había contado tan poco como en Elena, probablemente, lo que le había dicho sería verdad. Lo cierto era que se sentía profundamente decepcionado y no quería admitírselo a sí mismo.




Estaba furioso.

Al final, Elena iba a ser una carga.

—Ven a desayunar conmigo —dijo Damon cuando vio que Elena se despertaba—. Se está muy bien aquí fuera.

Hubo algo en su tono de voz que hizo que Elena desconfiara, pero tampoco podía quedarse en la cama todo el día, así que se puso la bata sobre el pijama y salió al balcón.

—No hace falta que te tapes, me sé controlar —le dijo Damon mientras le servía un croasán y algo de fruta en un plato.



Elena evitó mirarlo a los ojos y se fijó en la maravillosa vista del mar que había desde allí.

Mientras la observaba, Damon pensó en lo buena actriz que era, en que había estado a punto de engañarlo.

—Anoche tuve una conversación muy interesante con una antigua compañera tuya de trabajo —comentó.

Elena sintió que la sangre se le helaba en las venas, dejó el vaso de zumo sobre la mesa y miró a Damon elevando el mentón en actitud desafiante.

Evidentemente, Serena no había perdido el tiempo.

— ¿Y? Venga, cuéntamelo ya porque es evidente que te mueres por hacerlo —le dijo con desdén.

—Serena Gore—Black, la mujer de Jeremy, me habló de tu aventura adúltera con el doctor Raúl... como se llame.

Así que lo había hecho. Elena sintió un profundo dolor y la culpa se agarró a sus entrañas, aquella culpa que jamás desaparecía.

—Carro... doctor Raúl Carro.

— ¿Te fuiste a África por él?

Elena se quedó mirándolo intensamente y asintió. Era evidente que Damon creía que Raúl se había ido primero y que ella lo había seguido cuando, en realidad, había sido al revés, pero daba igual. ¿De que le serviría contarle la verdad cuando él parecía más partidario de creer lo peor?

Lo cierto era que Elena se había ido a África para distanciarse de Raúl porque estaba disgustada y asqueada con lo que había sucedido, porque no podía soportar el haberse enamorado de alguien tan inmoral

El hecho de que Elena le confirmara aquella historia hizo que Damon sintiera una curiosa presión en el pecho.

—Entonces, ¿no niegas que te liaste con un hombre que tenía esposa y cuatro hijos en España?

Elena se puso en pie y se agarró a la barandilla con fuerza. Al cabo de unos segundos, se giró muy enfadada.


—No, no lo niego. Es cierto. Tuve una aventura con un hombre casado. ¿Estás contento? Además de caza fortunas, me lío con hombres casados. Ya lo sabes que soy una mujer malvada que roba dinero y maridos.

Damon se puso en pie lívido.


—Digamos que no me sorprende, pero, ¿qué más da? No me importas absolutamente nada... exactamente igual que la mentirosa de tu hermana —declaró

Elena lo abofeteó.

—No hables así de mi hermana. Por tu culpa tuvo un accidente y terminó en el hospital.

Excitado por aquella reacción, Damon la tomó con fuerza entre sus brazos y la besó.

—Damon, no... Así no —protestó Elena.

—Sí, no mientas, me deseas tanto como yo te deseo a ti, me deseas a pesar de que me odias. A mí me pasa exactamente lo mismo —insistió él tomándola con fuerza entre sus brazos.

Dicho aquello, le deshizo el nudo de la bata y deslizó la tela por sus hombros. Elena tuvo la sensación de que lo que iba a ocurrir era inevitable. Era verdad que lo deseaba. 

Aquélla era la única comunicación que existía entre ellos, una comunicación sin palabras, a través del cuerpo.

—Desnúdate —le ordenó Damon.

Aquella orden le pareció a Elena de lo más erótica y, enfadada consigo misma, comenzó a desabrocharse los botones de la camisa del pijama. De repente, se le ocurrió disfrutar del striptease para excitar a Damon, que la miraba anonadado. Primero, cayó la camisa al suelo y, luego, la siguieron los pantalones.

Damon recorrió su cuerpo con la mirada, bebió de los pechos pequeños pero turgentes, tomó a Elena de las manos y se las colocó sobre su camisa, diciéndole con los ojos que lo desnudara a él también.

Elena sintió la respiración entrecortada y los dedos torpes, pero consiguió desnudarlo. Cuando le quitó los pantalones, aprovechó para quitarle también los calzoncillos y, al hacerlo, liberó aquel miembro fuerte y poderoso, masculino y pulsante.

Al verlo, sintió que la boca se le secaba.

—Acaríciame.

Elena lo miró a los ojos, alargó una mano y rodeó la erección. La sintió caliente y sedosa. Damon apretó los dientes, le brillaron los ojos y los músculos del cuello se le tensaron mientras Elena movía la mano arriba y abajo.

Damon se dijo que debía decirle que parara porque estaba a punto de llegar al final, así que la agarró de la mano. Cuando sus manos se encontraron, también lo hicieron sus miradas. Aquel momento fue de lo más sensual y Damon estuvo a punto de explotar, pero haciendo gala de un control inusual consiguió apartar las manos y tumbarla sobre la cama.

Elena estaba perdida, estaba en otro lugar y, al igual que la primera vez que se habían acostado, le gustaba así. Damon acarició todo su cuerpo con las manos y con la boca y Elena comenzó a sentir oleadas de placer y se dijo que iba a alcanzar el orgasmo sin que la penetrara.

Sintió que Damon se dirigía hacia sus rodillas, sintió que le separaba las piernas, que la agarraba de las nalgas con fuerza como si fuera una fruta abierta ante él y que depositaba su boca exactamente en el punto más intimo de su cuerpo.

Las oleadas de placer se descontrolaron y Elena comenzó a mover las caderas siguiendo una cadencia instintiva y maravillosa.

Tras haberla llevado al orgasmo, Damon se coloco encima de ella. Entonces Elena comprendió que se había entregado a él con tanta facilidad porque Raúl Carro nunca la había hecho sentir así. Aquello le dio miedo. Literalmente, era vulnerable a él y aquel hombre la iba a destrozar.

—Por favor, Damon, no puedo más...

—Pero si no hemos hecho más que empezar —le aseguró Damon—. Cuando me vaya, tendrás algo que recordar.

Y, dicho aquello, la penetró y la condujo una y otra vez a un lugar que Elena no conocía. 

Al principio, lo hizo con lentitud y languidez, pero la segunda vez fue urgente y apasionada. La tercera, en la ducha, Elena lo abrazó con las piernas y gritó mientras Damon se movía con fiereza dentro de su cuerpo y tuvo que agarrarse a él para no caerse.

Cuando la depositó sobre la cama desnuda y exhausta, se vistió con tranquilidad y le dijo que pasaría a buscarla a las siete para salir a cenar

Cuando la puerta se cerró tras él, Elena se quedó dormida.


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