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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

08 diciembre 2012

Recuérdame Capitulo 20


Capítulo 20
Elena se subió al taxi y le dio al conductor la dirección de Damon. Estaba nerviosa, más de lo que había estado en toda su vida.

Damon no había contestado al teléfono ni al móvil, y una horrible sensación de déjà vu empezaba a dominarla, aunque intentó no ceder a la paranoia.

El taxi paró frente al edificio de Damon y ella bajó, pagó al conductor y se quedó mirando la entrada. Temblaba.


Un hombre la rozó al pasar y ella frunció el ceño. Le resultaba familiar. ¿Klaus? Era uno de los amigos de Damon. Klaus Beardsley. Quizás él le abriría la puerta.

—¿Klaus Beardsley? —llamó, acelerando el paso para alcanzarle antes de que entrara.
Klaus se volvió con el ceño fruncido. Al verla, su expresión se relajó, pero no sonrió.

—No sé si te acuerdas de mí —empezó ella.

—Por supuesto que te recuerdo —contestó él secamente—. ¿Qué haces aquí?

—He venido para hablar con Damon. No contesta a mis llamadas. Necesito verlo. Es sobre el hotel. Quería decirle que está bien, que ya no me importa. No quiero que todo este asunto les cree problemas a sus amigos o a sus socios.

—¿Has venido para decirle todo eso? —Klaus la miró como si se hubiera vuelto loca.

—¿Sabes si está en casa? —ella asintió—. ¿Has sabido algo de él? Comprendo que estará muy ocupado, seguramente más que nunca, pero si pudiera verlo un minuto…

—Ven conmigo —murmuró Klaus—. Te llevaré a su apartamento. Stefan debería estar allí. No hemos sabido nada de él desde que regresó.

Elena lo miró alarmada.

—No me mires así —la tranquilizó Klaus—. Cam lo dejó en su casa y estaba bien. Seguramente estará ocupado saliendo de este lío en el que se ha metido.

Y tras agarrar a Elena del brazo, la condujo al interior del edificio.

 —¿Qué demonios te ha pasado? —preguntó Stefan.

—Sal de mi apartamento —Damon abrió un ojo y lo entornó.

—Estás borracho.

—Por algo he dicho siempre que eras el más avispado de mis socios.

—¿Te importaría decirme por qué te has emborrachado cuando deberías estar salvando un negocio que pareces decidido a arruinar?

—No me importa el hotel. Ni tú. Ni nadie.

Damon alargó una mano hacia la botella tirada en el suelo. La maldita cosa estaba vacía. Sentía la boca como si hubiera tragado algodón y le dolía endemoniadamente la cabeza.

De repente fue arrancado del sofá, arrastrado por el salón y arrojado a uno de los sillones. Abrió los ojos de nuevo y vio el rostro de Stefan a escasos centímetros del suyo.

—Vas a explicarme qué demonios pasa aquí —exigió su amigo—. Cam dijo que todo parecía estar bien cuando fue a recogerte. Y de repente, dejas de contestar al teléfono y cuando vengo a ver cómo estás, te encuentro tan borracho que ni siquiera puedes abrir los ojos.

—Soy un bastardo —contestó él con voz ronca.

—Sí, eso ya lo sabíamos —Stefan soltó un bufido—. Nunca te había preocupado ese detalle.

—Pues quizás ahora sí me preocupa —Damon consiguió ponerse en pie y se agarró a la camisa de Stefan—. Maldita sea, Stefan, lo recuerdo todo, ¿de acuerdo? Cada detalle, y me pone tan enfermo que ni siquiera puedo pensar en ello.

—¿De qué demonios hablas? —Stefan entornó los ojos—. ¿Tan malo es lo que recuerdas?

—La utilicé —contestó él con calma—. Fui allí con la única intención de hacer lo que fuera necesario para conseguir esas tierras. Y lo hice. Por Dios que lo hice. La seduje. Le dije que la amaba. Le prometí todo lo que ella quería oír. Y así conseguí este trato. Pero era todo mentira. Me marché sin ninguna intención de regresar. Ya tenía lo que quería.

Un sollozo sonó junto a la puerta y Damon giró bruscamente la cabeza. Al ver a Elena, blanca como la pared, se puso lívido. Klaus la sujetaba para que no cayera al suelo.
Era una pesadilla. La peor de las pesadillas hecha realidad. ¿Qué estaba haciendo allí?

—Elena… —soltó la camisa de Stefan y se dirigió hacia ella.

Elena dio un paso atrás. Estaba tan pálida que parecía a punto de desmayarse.

—Elena, por favor, escúchame.

Ella sacudió la cabeza con los hermosos ojos anegados en lágrimas.

—Por favor, déjame en paz —le suplicó con apenas un hilillo de voz—. No digas nada más. Lo he oído todo.

Dándose la vuelta, corrió hacia el ascensor.

—Ve tras ella —le rugió Damon a Klaus—. Por favor, hazlo por mí. Asegúrate de que está bien. No conoce a nadie aquí. No quiero que le pase nada.

Klaus soltó un juramento y pulsó el botón de llamada del ascensor mientras Stefan llamaba al portero, dándoles instrucciones de retener a Elena hasta que llegara Klaus.

—¿Y por qué no vas tú mismo? —preguntó tras colgar el teléfono.

—¿Y qué voy a decirle? —Damon se dejó caer en el sillón y escondió el rostro entre las manos—. Le mentí. Jugué con ella. La utilicé. Todo lo que ella temía que le hubiera hecho.

—¿Y ahora qué? —Stefan se sentó en el sofá y miró a su amigo.

—La amo. Y recordar lo que le hice, lo que sentí al hacerlo, me pone enfermo. Estoy tan avergonzado de cómo era que ni siquiera puedo pensar en ello sin sentir ganas de vomitar.

—Pero ya no tienes por qué ser así —contestó Stefan con calma.

—Eso es lo que me ha repetido ella hasta la saciedad —Damon cerró los ojos y sacudió la cabeza—. No dejaba de decirme que no tenía por qué seguir siendo la persona que había sido, que las cosas no tienen por qué seguir siendo como siempre han sido.

—Parece una chica muy lista.

—Stefan, ¿cómo pude hacer lo que hice? Es la mujer más hermosa, cariñosa y generosa que he conocido jamás. Es todo lo que he deseado siempre. Ella y nuestro hijo. Quiero que seamos una familia. Pero ahora no sé si podrá perdonarme alguna vez. ¿Y cómo podré perdonarme yo a mí mismo?

—No tengo la respuesta —admitió Stefan—. Pero aquí no la encontrarás. Si la quieres, vas a tener que luchar por ella. Si te rindes, le estarás confirmando que sigues siendo el mismo.

—No puedo dejarla ir. No sé cómo voy a hacer que lo comprenda, pero no puedo dejarla ir. Hiciera lo que hiciera, por muy bastardo que fuera entonces, ya no soy así. La amo. Quiero otra oportunidad. Si me concediera otra oportunidad, jamás le daría motivos para volver a dudar de mí.

—Estás convenciendo a la persona equivocada —le indicó su amigo—. Estoy de tu parte, tío, aunque seas el mayor imbécil de todo Norteamérica. Y, pase lo que pase con este asunto del complejo vacacional, estaré contigo al cien por cien, ¿de acuerdo? Ya se nos ocurrirá algo. Y ahora ve tras tu chica.

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