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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

18 abril 2013

Chantaje Capitulo 06


Capítulo 6
Elena abrió los ojos y se estiró a sus anchas.
Quizás Damon ya no estuviera en la cama junto a ella, pero seguía percibiendo su olor en las sábanas y en su propio cuerpo, del mismo modo que seguía notando dentro de ella el lugar secreto donde él había estado.
Sin perder la sonrisa que le iluminaba el rostro miró hacia la ventana y vio el cielo azul que se extendía al otro lado del cristal. Hacía un día maravilloso. No podía ser de otro modo. Los descubrimientos de la noche anterior seguían alegrándole el corazón con la misma intensidad. Todo lo que sentía había sido suavizado por el filtro del amor, el amor, que había hallado entre los brazos de Damon mientras él la estrechaba contra su cuerpo, acariciándola por dentro y por fuera.
Quizás no habían hablado de amor, pero eso era lo que se respiraba en el aire, era lo que habían compartido. De eso estaba totalmente segura.
Tenía tantos planes para el futuro, un futuro que pensaba vivir junto a él. Después de mucho tiempo, lo único que sentía en ese momento era alegría y esperanza. No quería analizar la naturaleza de esos sentimientos, ni pensar en el pasado; solo quería disfrutar sin que nada pudiera estropear los recuerdos maravillosos que Damon y ella iban a crear a partir de entonces.
Incluso era posible que no fueran recuerdos todo lo que habían creado la noche anterior.
Una profunda emoción le estremeció el cuerpo. Un hijo…
Él le había dicho que quería tener un nieto de su padre, y ahora el cuerpo de Elena le decía que ella quería tener un hijo de Damon.
En algún lugar lejos de la placidez de aquella cama y de aquel dormitorio, había elementos de la dura realidad, pero no estaba dispuesta a hacerles el menor caso. Nada importaba después de lo que había ocurrido allí mismo solo unas horas antes. Qué podía importar más que lo que había descubierto junto a Damon.
El amor que llevaba tanto tiempo negando había vuelto a ella más fuerte que nunca.
Amaba a Damon con todo su corazón. No podría haber compartido aquello si no lo quisiera como lo quería. Y él tampoco habría podido acariciarla, excitarla y satisfacerla de la manera que lo había hecho si no sintiera algo por ella. ¿La amaba él del mismo modo?
Amor. Era una palabra tan corta para abarcar todo lo que abarcaba. ¿Sabía ella realmente lo que significaba amar? Había pasado de estar enamorada de Damon a odiarlo profundamente, hasta la noche anterior. Respiró hondo tratando de pensar con lógica, pero no había manera. Cada vez que lo intentaba aparecía ante ella la imagen de Damon, sus caricias eran lo único que podía sentir y su respiración lo único que podía oír.
Tenía veintidós años y, aunque virgen, sabía perfectamente que el sexo, por muy bueno que fuera, no era lo mismo que el amor. Pero su corazón se negaba a admitir que lo que había ocurrido entre ellos fuera solo sexo, era algo que iba mucho más allá. No solo se habían tocado el cuerpo el uno al otro sino que habían llegado a tocarse el alma.
Elena sonrió atolondrada. Damon y ella tenían mucho de qué hablar, del pasado en común y de todo lo que les había pasado estando separados. Los dos eran lo bastante maduros para enfrentarse a todo lo ocurrido, para poder empezar a vivir el presente y el futuro sin miedo.
Era hora de levantarse, de encontrarse con el día… y con Damon.
Desde lo alto de la escalera Elena vio la puerta del que una vez había sido el despacho de su padre y ahora lo era de su marido. ¡Su marido! Solo pensar aquellas palabras le proporcionaba una increíble sensación de bienestar. Damon era su marido y sería el padre de su hijo.
De pronto se dio cuenta de que no podía aguantar más tiempo sin verlo, sin estar con él y sentir aquellos labios sobre los suyos.
Bajó los escalones casi corriendo.
La puerta del despacho estaba cerrada, así que se dispuso a empuñarla con cierto nerviosismo. Le palpitaban las sienes y casi podía notar las motas de polvo flotando en el aire. La importancia de aquel momento y de lo que podía significar hizo que el corazón empezara a latirle con fuerza dentro del pecho. Al otro lado de esa puerta no estaba solo Damon, sino su futuro, el futuro de su relación y quizás el de su hijo.
Se sobresaltó al ver que la puerta se abría antes de que ella la hubiera tocado. Al otro lado apareció, Damon, que la miraba con el ceño fruncido.
—Elena.
Incluso la forma de decir su nombre transmitía frialdad. Observándolo con más detenimiento se dio cuenta de que llevaba un traje extremadamente formal y no paraba de mirar el reloj. No había que ser un experto en lenguaje corporal para darse cuenta de que estaba impaciente por algo.
—Pareces muy ocupado. Tenía la esperanza de que pudiéramos hablar —empezó a decirle ella.
—¿Hablar? ¿De qué?
Tenía que admitir que eso no era precisamente lo que había esperado escuchar, pero Elena ya no era una adolescente que lo miraba con adoración. Ahora Damon y ella eran iguales.
—De lo que ocurrió anoche, de nosotros —respondió ella con toda tranquilidad.
—¿De anoche?
Por imposible que pareciera su voz le resultaba aún más dura, parecía tan distante que tuvo la sensación de que le estaba advirtiendo que estaba entrando en terreno peligroso. Pero, como había descubierto durante los años que había pasado fuera, ella poseía una fuerza y una valentía que iba a ayudarla en aquella situación.
—Sí, Damon, de anoche —susurró acercándose a él—. Te acuerdas de lo que ocurrió anoche, ¿verdad? —El tono burlón de sus palabras fue dejando paso a la ternura—: Anoche, cuando hicimos el amor… ¿Te acuerdas? —siguió bromeando ella.
—Yo solo recuerdo sexo, no amor.
La brutalidad de aquellas palabras cortó de cuajo todas las esperanzas y los sueños de Elena.
—Damon —le dijo al ver que él ya estaba dando media vuelta para marcharse. Necesitaba que le asegurara que no pensaba lo que había dicho—. No fue solo sexo. Fue… —se dio cuenta con desesperación que no encontraba fuerzas para pronunciar la palabra «amor», después del dolor que acababan de infligirle sus palabras—. Fue algo más.
—Era sexo, Elena —insistió Damon sin piedad con un desaliento en la voz que indicaba que estaba deseando que la conversación acabara cuanto antes—. Ni más ni menos que sexo, eso es todo.
Sin embargo ella estaba empezada en no rendirse y eso hizo que toda la energía de su carácter estallara como un huracán dentro de ella. Estaba segura de lo que sentía, por mucho que Damon no lo estuviera, e iba a luchar para demostrárselo.
—Tengo veintidós años, Damon; soy independiente desde hace cuatro años. Puede que me recuerdes como una adolescente ingenua, pero la mujer que estrechabas anoche en tus brazos, la mujer con la que hiciste el amor…
—Era virgen e ingenua —dijo él interrumpiendo su apasionado discurso. Esperó a ver cómo reaccionaba con la misma indiferencia con la que un médico examinaba a su paciente—. Pero es cierto que te recuerdo como una niña, Elena. Una jovencita inmadura e increíblemente romántica que había idealizado la relación entre un hombre y una mujer, y que solo podría admitir esa relación si no estaba motivada por el amor. Dices que has madurado, pero alguien maduro no se habría aferrado a su virginidad durante tanto tiempo.
La crueldad de aquel análisis le cortó la respiración. Era como si se hubiera empeñado en despojar de todo sentimiento lo que habían compartido la noche anterior y convertirlo en un acto frío y carente de todo significado.
—Para ti el simple hecho de acostarte conmigo… y además disfrutarlo, te obliga a convencerte a ti misma de que el deseo y la excitación que sentías eran producto del «amor». Elena, para amar a alguien tienes que conocerlo bien, aceptar cómo es y valorarlo por eso. Tú y yo no…
Elena no estaba preparada para escuchar nada más. Le puso la mano en el hombro para que dejara de hablar y, al hacerlo sintió que sus músculos se ponían en tensión.
—Mira, tengo una reunión muy importante y ya llego tarde.
Sin pensarlo dos veces, Elena se inclinó hacia él con la esperanza de derrumbar la enorme barrera que había levantado contra ella.
—Damon, por favor… estoy segura que lo de ayer tuvo que significar algo para ti.
—Significó mucho —a sus ojos se agolparon lágrimas de agradecimiento porque por fin hubiera entrado en razón; pero esa satisfacción duró poco—. Quiero decir que, con un poco de suerte, puede que dentro de nueve meses tengamos un hijo. Tendré un hijo, o una hija, que lleve la sangre de tu padre; que era al fin y al cabo de lo que se trataba.
No podría haber explicado con mayor claridad lo poco que ella significaba para él, admitió Elena para sí misma mientras veía cómo Damon se acercaba a la puerta. En un acto reflejo miró las escaleras por las que había bajado hacía menos de media hora, llena de esperanzas y de seguridad en sí misma.
—Y… ¿si no hubo suerte? —le preguntó justo cuando estaba a punto de salir.
Hubo una pequeña pausa antes de que Damon contestara con total calma.
—En ese caso tendríamos que intentarlo de nuevo.
Al mismo tiempo que él abría la puerta y salía de la casa, Elena sintió una puñalada que le desgarraba el corazón. ¿Cómo iba a soportar aquello?
Elena no lloró. ¡No podía llorar! El dolor era como una herida en lo más profundo de su cuerpo, una herida que destrozaba por dentro, pero que no dejaba ninguna marca en el exterior.
Tan pronto como se encontró en la carretera principal Damon se dio cuenta de que no estaba en condiciones de conducir. Ahora que había dejado que todas sus emociones se desataran era un peligro para los demás y para su propia persona.
Maldiciéndose a sí mismo por lo que había hecho, se salió de la carretera y paró el coche en el arcén.
Había mentido sobre la urgencia de esa reunión. Era cierto que tenía que encontrarse con alguien, pero ese alguien era Stefan Bennett y todavía quedaba bastante tiempo para que llegara la hora de su cita con él. El motivo de tal reunión era firmar el nuevo acuerdo que lo había hecho redactar.
—¿Quieres nombrar a Elena y cualquier hijo que tenga como únicos herederos de todas tus propiedades? —le había preguntado sorprendido nada más enterarse de sus planes—. Estamos hablando de una cuantiosa herencia. ¿Estás seguro de que quieres que Elena tenga control absoluto sobre ella? Lo normal en cantidades así es nombrar varios fiduciarios o establecer un fondo de fideicomiso.
—No hay nadie en quien confíe más que en Elena —le había respondido Damon con firmeza. Ella nunca podría imaginar lo que la noche anterior había provocado en él, el insoportable sentimiento de culpabilidad y los remordimientos que le había ocasionado… ¡y el placer! Un placer tan inmenso que le resultaba imposible medirlo. ¿Cómo podría medir algo que había anhelado durante tanto tiempo? Después de toda la noche sin pegar ojo, con las primeras luces de la mañana se había incorporado en la cama para observar a aquella bella durmiente. Aun durmiendo su rostro resplandecía con una leve sonrisa dibujada en los labios. Las lágrimas de satisfacción habían desaparecido, pero se podía apreciar el rastro de las mismas en sus mejillas. Debajo de las sábanas descansaba su cuerpo desnudo, y Damon había tenido que resistir la tentación de levantarlas y acariciar aquella piel tersa y suave, solo por el placer de comprobar que estaba allí, a su lado.
Sabía que la había hecho disfrutar tanto como lo había hecho él; lo habría sabido aunque no hubiera derramado aquellas lágrimas ni se lo hubiera dicho entre gemidos, porque el modo en el que su cuerpo había respondido ante él hablaba por sí solo.
En realidad siempre había tenido la total seguridad de que habría mucho placer entre ellos; lo había sabido nada más ver a la increíble mujer en la que se había convertido la jovencita a la que tanto había recordado en esos cuatro años. Elena lo había deseado siendo solo una adolescente, y lo había hecho con la inocencia y el ansia de alguien que se encontraba en pleno despertar sexual y él había sido consciente de ello, del mismo modo que lo había sido del hecho de que él también se sentía enormemente atraído por ella. Pero entonces Damon ya era un adulto mientras que ella era poco más que una niña.
Cerró los ojos y respiró hondo.
Lo que le había dicho sobre querer tener un hijo por cuyas venas corriera la sangre del padre de Elena era cierto, pero era solo una pequeña parte de la verdad.
John Gilbert había sido un padre bueno y cariñoso, y también un hombre muy astuto que no había tardado en darse cuenta de la naturaleza de los sentimientos de su hija hacia Damon.
—Cree que está enamorada de ti —le había dicho John en una sincera conversación de hombre a hombre que habían tenido poco tiempo antes de que Elena cumpliera los dieciséis años.
—Lo sé —había coincidido Damon—. Yo la quiero, John, pero sé que es demasiado joven como para…
—Damon —lo había interrumpido su buen amigo inmediatamente—, no dudo de tus sentimientos pero, como padre de Elena, quiero pedirte que me des tu palabra de que vas a darle el tiempo necesario para que crezca y viva lo suficiente antes de decirle que la quieres. Si de verdad la amas entenderás por qué te pido esto.
Por supuesto que lo había comprendido, aunque lo destrozaba la idea de tener que apartarse y ver cómo la chica que amaba se convertía en mujer junto a otro.
—Si Elena y tú alguna vez os convertís en pareja —había continuado diciendo John Gilbert emocionado—, y puedo prometerte que no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz, tendría que ser como iguales; dos adultos que deciden libremente estar juntos. Y, por ahora, mi hija no tiene esa madurez, por mucho que crea estar locamente enamorada. Sé lo duro que va a ser para ti hacer lo que te pido, pero por el bien de Elena y del amor que quizás compartáis algún día, ¿me prometes no decirle nada de lo que sientes hasta que cumpla veintiún años?
¡Para eso quedaban cinco años! Pero Damon había comprendido perfectamente el motivo de tal petición, por eso había aceptado, sabiendo que él habría hecho lo mismo de estar en la situación de John.
Después de su muerte había decidido que tenía que proteger a su única hija porque se lo debía al que había sido su mentor además de su amigo. Al final las circunstancias no le habían dejado otra opción que la de casarse con Elena.
Tras una verdadera agonía de indecisión, había optado por pedirle consejo a Henry Fairburn, el abogado de John Gilbert. Éste le dijo que no podía romper la promesa que le había hecho al padre de Elena y que de algún modo, tendría que encontrar las fuerzas para hacer creer que su matrimonio con ella era solo por cuestiones económicas y así ella siguiera teniendo la libertad de elegir con quién quería estar.
Pero entonces, al salir de la iglesia, cuando ella le había preguntado si estaba enamorado de alguien, Damon se había dado cuenta de que Elena había descubierto la verdad, sus ojos le habían dicho que sabía perfectamente cuál era la respuesta a su pregunta. La forma en la que había reaccionado le había dejado muy claro lo que sentía al respecto. No había una manera más obvia de expresar su rechazo hacia él que salir huyendo.
Katrina se había encargado de hostigarle por su decisión diciéndole que debía haberla dejado que jugara al amor con alguien de su edad porque seguramente acostarse con un hombre de verdad la había aterrado.
—Un hombre de verdad necesita una mujer de verdad —le había dicho poniéndole la mano en el hombro, de manera sugerente. Pero Damon se había apartado de ella sin poder ocultar ni su desprecio por aquella mujer ni el dolor de haber perdido a Elena.
El sentimiento de culpabilidad había sido lo único que le había impedido ir en su busca y hacerla volver. ¿Cómo podría obligarla a aceptar un amor que no deseaba y que la quería?
Cuando Stefan Bennett le había hablado de la carta que había recibido, y aunque no tenía demasiadas esperanzas de que aquello pudiera salir bien, Damon había empezado a hacer planes para…
¿Para qué? ¿Es que ni siquiera podía admitir ante sí mismo lo que había hecho? Quizás ya iba siendo hora de que lo hiciese. Había manipulado a Elena de una manera maquiavélica para conseguir que volviera a su lado. El caso era que el resultado había excedido con mucho a las expectativas más optimistas que hubiera tenido en sus largas noches de soledad.
Cuando la había oído hablar de amor hacía solo unos minutos había sentido el impulso de estrecharla entre sus brazos y demostrarle que lo de la noche anterior no había sido más que una pequeña muestra de hasta dónde podían llegar los dos juntos. Pero lo que quería de ella era algo más que aquella declaración de amor inducida por el reciente placer físico. Lo que deseaba era su amor, un amor como el suyo propio, un amor que iba mucho más allá del mero acto sexual. Por supuesto era gratificante saber que ella también lo encontraba sexualmente atractivo, pero a la vez resultaba algo amargo porque no era su cuerpo lo que él quería sino su alma. ¿Cómo iba a ganársela después de lo que había hecho?
Ni siquiera en la soledad podía encontrar una explicación a su forma de reaccionar cuando el primer día ella había creído que Damon quería el divorcio.
Claro que quería tener un hijo, y que ese hijo lo emparentara con John Gilbert, pero había sido enormemente mezquino al utilizar eso como excusa para consumar su matrimonio…
No sabía qué había ocurrido, de repente todo se le había escapado de las manos y le había resultado mucho más difícil de lo previsto controlar sus sentimientos. El tener que enfrentarse a una mujer hecha y derecha en lugar de a una jovencita lo había hecho ver lo vulnerable que era. Por eso había tratado de mantener la mayor distancia posible; pasando mucho tiempo fuera de casa, durmiendo en su despacho… Pero la noche anterior había tirado por la borda todos aquellos intentos, acompañados de su autocontrol: había hecho justo lo que había prometido tantas veces que jamás haría.
Y ahora Elena le decía que lo amaba pero no porque lo hiciera, desgraciadamente, sino porque él había sido su primer amante y para una mujer tan idealista y romántica como ella, eso significaba que tenía que convencerse a sí misma de que lo quería para justificar lo que le había entregado. Sin embargo, no había estado enamorada de él cuando había huido el día de su boda.
Damon había visto el dolor en sus ojos hacía solo unos minutos y habría deseado abrazarla y confesarle lo que sentía por ella… No sabía qué era más doloroso si el amor o los remordimientos.
Abrió los ojos sin saber cuánto tiempo llevaba sentado allí, en el arcén de la carretera, pero tampoco le importaba. Si volvía a cerrarlos su mente se trasladaba inmediatamente al despacho de John Gilbert, que ahora era el suyo. Era el día en el que Elena cumplía los diecisiete años, aquella mañana al verlo llegar había bajado las escaleras corriendo y, llena de timidez, le había pedido un beso como regalo de cumpleaños; en ese momento Damon se había dado cuenta de que iba a tener que pedir ayuda a John para que lo eximiera del cumplimiento de su promesa.
—Sé lo duro que es —le había dicho el señor Gilbert después de que Damon le explicara la situación—. Pero solo tiene diecisiete años.
—Es que no lo parece —había protestado él desesperado—. A veces me mira con los ojos de una mujer experimentada, sin embargo otras veces me mira con la inocencia de una niña.
—Y es esa inocencia la que te pido que protejas y respetes —le había dicho el padre de Elena con ternura—. Si la quieres, desearás que te dé su amor como mujer, no como una chiquilla ingenua.
Damon no había podido rebatir aquellas palabras porque sabía que eran ciertas.
—Nada podría cambiar lo que siento por ella —había asegurado con firmeza—. Por su bien haré lo que me pides.
—Te prometo que para mí es casi tan difícil como para ti —su tono de voz reflejaba la sinceridad con la que hablaba—. Cuando te digo que te quiero como a un hijo no exagero lo más mínimo; por eso nada me ocasionaría más placer que el verte casado con mi hija… y que me dierais un nieto. Pero Elena es demasiado joven para verse cargada con el amor de un hombre, necesita tiempo y espacio para crecer como es debido.
Después de tanto tiempo, ahora Damon se odiaba por lo que había hecho la noche anterior. Era como si sus propios sentimientos lo hubieran corrompido por dentro; el amor y el deseo incesante de estar con Elena se habían contaminado al dejarse llevar de aquel modo. Sabía que aquel dolor nunca se apartaría de él, del mismo modo que sabía que nunca dejaría de amarla.
Llevaba más de una hora metido en el coche, tenía que llamar a Stefan Bennett para decirle que iba a llegar un poco tarde a su cita.
Mientras arrancaba las ortigas que crecían entre los rosales, Elena no podía dejar de recordar a su madre plantándolos. Tampoco podía dejar de pensar en la forma en la que la había rechazado Damon y el desdén que había mostrado al hacerlo.
Sin embargo, en lugar de hacerla replantearse lo que sentía por él, su reacción había tenido el efecto contrario; había hecho que surgiera en ella una determinación y una fuerza que ni siquiera sabía que tenía.
¿Cómo se atrevía a decirle que no sabía lo que era el amor? ¿Cómo podía insinuar que no era más que una boba que, por el mero hecho de acostarse con alguien, creía estar enamorada?
En cuanto a los comentarios que había hecho en relación a su virginidad… Bueno, daba la casualidad de que si ella nunca había… si todavía era… era sencillamente porque no había encontrado ningún hombre al que deseara lo suficiente, y no tenía nada que ver con la ingenuidad o la timidez.
—¡Ay!v—se quejó en voz alta al notar el picor que le estaban provocando las ortigas a pesar de los guantes que llevaba.
Como Damon, aquellas plantas la habían pillado desprevenida y el resultado era el mismo: dolor. Al menos con las ortigas podía defenderse, pensó mientras arrancaba unas cuantas, llena de rabia.
—¡A ver qué te parece esto! —dijo en tono triunfal.
—Disculpe.
Una voz masculina hizo que se diera la vuelta, sonrojada porque alguien la hubiera oído hablar con las plantas.
—Es que he tocado una ortiga —explicó sin demasiada convicción al hombre que se encontraba de pie a solo unos metros de ella.
—Mi mujer las odia —respondió él con amabilidad—. Pero eso es porque sus hermanos la tiraron encima de unas cuando era pequeña.
—¡Qué brutos!
—Mucho me temo que se lo había buscado —empezó a contarle con dulzura—. Por lo visto ella había metido todos sus soldados de juguete en un montón de cemento fresco. Bueno —cortó la anécdota al darse cuenta de que no era eso a lo que había ido—, estaba buscando a Damon. He llamado al timbre pero nadie ha contestado, entonces la he visto aquí. Usted debe de ser su mujer.
—Sí —respondió Elena confundida al no saber quién era aquel hombre que estaba al tanto de que Damon estaba casado.
—Soy Tyler Lookbood —se presentó como si hubiera podido leer sus pensamientos—. Trabajo para Damon. Dejó un mensaje en mi oficina diciendo que… que se había casado y pidiéndome que le trajera unos papeles que necesitaba.
—¿Y solo por eso ha deducido que yo era su esposa? —le preguntó Elena bromeando.
—Por eso y porque tiene una foto suya encima de la mesa de su despacho. La he reconocido al instante. Fue su padre el que creó la empresa, ¿no es así? Damon me ha hablado de él.
Elena se había quedado perpleja. ¿Damon tenía una foto suya en su despacho? Recordó que su padre tenía una de cuando ella tenía diecisiete años; debía haberla heredado de él. Pero antes de que pudiera responder, el señor Lookbood empezó a decir algo que la sorprendió aún más:
—Sé que fue él el que creó la empresa, pero fue Damon el que la convirtió en el éxito que es hoy en día —se notaba la admiración con la que hablaba de él—. Cuando me contrató apenas podía creer la suerte que tenía. Yo no tenía la formación ni la experiencia adecuadas —admitió con algo de rubor en el rostro mientras Elena lo escuchaba en silencio—. La verdad es que no merecía la confianza que depositó en mí. La noche que nos conocimos yo estaba en un bar, empapando en alcohol mi desesperación. Natasha, mi mujer, era entonces mi novia y acababa de decirme que sus padres la habían amenazado con desheredarla si insistía en casarse conmigo. Los dos estábamos muy enamorados, aunque yo siempre supe que no era digno de ella, que pertenece a una familia rica y llena de ambiciones para ella —siguió relatando con cierta amargura—. Por supuesto esas ambiciones no incluían que se casara con un don nadie. Tasha decía una y otra vez que no importaba pero claro que importaba. Yo nunca podría darle la vida a la que estaba acostumbrada, ni el futuro que merecía. Si ni siquiera era capaz de encontrar un empleo… hasta que conocí a Damon. Él me dio trabajo y me dejó tiempo libre para que pudiera hacer un máster; nos dejó, a Tasha y a mí, vivir en un apartamento en el edificio de las oficinas sin pagar alquiler alguno. Incluso fue a hablar con los padres de Tasha y, no sé qué les diría pero… —en ese momento se quedó callado y miró a Elena avergonzado—. No sé por qué le estoy contando todo esto. Al fin y al cabo usted sabrá mejor que nadie qué tipo de persona es Damon.
Hizo una pausa durante la cual ella no pudo decir ni palabra porque no conseguía salir del asombro.
—Una vez le pregunté por qué me había ayudado y me dijo que yo le recordaba cómo había sido él en otro tiempo, y todo lo que el señor Gilbert había hecho por él. Dijo que quería imitar aquella buena obra en memoria de su padre, señora Salvatore, y para demostrar lo agradecido que le estaba. Siempre decía que John Gilbert le había enseñado el significado de la generosidad y el respeto por uno mismo.
Elena notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—Yo le daré a Damon esos papeles, si le parece bien —le prometió, cuando estuvo segura de haber controlado el inminente llanto—. Pero antes le ofrezco que se tome un té conmigo.
—Muchísimas gracias, pero me temo que le he prometido a Tasha que estaría pronto en casa. Hoy es nuestro aniversario y ¡vamos a salir a cenar con sus padres!
Cuando el inesperado visitante se hubo marchado Elena se quedó pensando en lo que le había contado. Le resultaba muy difícil odiar a Damon después de haber visto ese lado compasivo que ella desconocía por completo.
Deseó con todas sus fuerzas que su padre pudiera estar allí para ayudarla y reconfortarla en aquellos momentos. Sabía cuánto había apreciado a Damon, y la alta estima en que lo tenía en el terreno profesional.
De repente le vino a la cabeza la duda de si se habría quedado embarazada y de qué pasaría si no era así. Con un escalofrío tuvo que admitir que la idea de repetir lo sucedido la noche anterior no le provocaba ninguna repulsión. Ni mucho menos. Pero Damon no la amaba y, según él, era imposible que ella lo amara a él.
Entonces… ¿en quién había estado pensando mientras acariciaba su cuerpo y lo poseía con innegable placer?
Volvió a notar cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos y volvió a luchar contra ellas.
De niña había llorado la pérdida del amor de su padre cuando él se había casado con Katrina. Ya de mujer, se negaba a volver a llorar la pérdida del amor de Damon, que se lo iba a entregar a la misma mujer. ¡Ni hablar!
La sobresaltó el insistente sonido del timbre de la puerta. Estaba claro que aquel era el día de las visitas.
Abrió la puerta para encontrar al otro lado los rasgos de un visitante nada deseado.
—¡Katrina! —exclamó sin poder ocultar la sorpresa.
Su madrastra iba vestida de blanco de la cabeza a los pies, lo que sobresaltaba el bronceado caribeño de su piel. Sin saludar siquiera, pero sin dejar de mirarla, entró al vestíbulo.
—¿Dónde está Damon? Necesito hablar con él. ¿Está en su despacho? —preguntó encaminándose hacia dicha habitación.
—No, no está allí —respondió Elena intentando mantener la calma aunque lo cierto era que el mero hecho de ver a su madrastra en aquella casa la llenaba de rabia y tristeza.
—¿Dónde está entonces? —le preguntó con impaciencia.
—Ha ido a una cita de negocios —habría preferido no tener que contestar, de hecho le habría gustado saber que contaba con el apoyo de Damon y haber echado a Katrina de su casa.
—¿Quieres decir que pasará la noche en Londres porque no soporta la idea de tener que dormir contigo? —intentó provocarla con su agresividad característica—. Es una pena que siempre me hayas tenido esa estúpida manía; de no haber sido así, podrías haber aprendido un par de cosas de mí. Como por ejemplo que no hay nada que odien más los hombres que una mujer que no sabe aceptar con dignidad que no la quieran. Y a ti Damon no te quiere, Elena; nunca te ha querido ni te ha deseado. Lo que sí quería era la empresa y, claro, ¿quién podría culparlo por ello? Desde luego yo no. Ya me advirtió Caroline que habías vuelto a él arrastrándote y lo cierto es que no me sorprendió. No te va a hacer ningún bien, lo sabes, ¿no?
Bueno, ya era más que suficiente. Elena había dejado de ser la jovencita tímida que creía que tenía que ser educada con los mayores por muy ofensivos que estos fueran con ella. Ya era hora de que probara su propia medicina y desde luego Elena estaba encantada de servírsela personalmente. Al fin y al cabo, ¿qué tenía que perder? Damon ya le había asegurado que no la amaba. ¡Lo suyo era solo sexo!
Si castigando a Katrina también lo castigaba a él, pues mucho mejor. Se lo merecía, los dos lo merecían. No recordaba haberse sentido tan furiosa y tan dispuesta a atacar en toda su vida.
—En realidad fue Damon y no yo el que insistió en darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio —empezó a decirle con fingida dulzura. Tenía que admitir que era un verdadero placer observar la expresión del rostro de Katrina a medida que le iba diciendo aquello—. Y no son solo mis acciones de la empresa lo que él quiere —continuó sin piedad, pero consciente de lo peligroso que podía llegar a ser el sentimiento de euforia que aquella venganza le estaba provocando.
—¡Pues no creo que sea tu cuerpo! —contraatacó Katrina sin amilanarse—. Si así fuera, ahora mismo estaría aquí contigo.
—Quizás deba ser él el que te cuente qué es lo que espera de nuestro matrimonio —sugirió Elena sin perder la serenidad mientras observaba a su madrastra mirándola como si la estuviera viendo por primera vez.
—Damon y yo jamás hablamos de ti o de vuestro matrimonio, tenemos cosas mucho más importantes de las que hablar.
Sintió cómo la abandonaba el autocontrol y la euforia se desvanecía dejando en su lugar un rastro de dolor.
—Ya —asintió amargamente—. Como por ejemplo la manera en la que ambos engañasteis a mi padre.
—Estás haciendo acusaciones que no puedes demostrar.
—No tengo por qué demostrar nada —espetó Elena—. Damon y tú ya os habéis encargado de hacerme ver lo ciertas que son. Vuestra relación…
—¿Te ha dicho Damon que tenemos una relación? —la interrumpió Katrina que, por algún motivo parecía sorprendida, como si no pudiera creer lo que oía. Pero de pronto esbozó una sonrisa, quizás se alegrara de que alguien le reconociera haber sido la responsable de la ruptura de aquel matrimonio.
—No era necesario que me lo dijera, ya lo hiciste tú… el día de mi boda —le recordó Elena llena de tristeza.
La sonrisa de Katrina se hizo aún más amplia.
—Es cierto. Pobrecita Elena; eras tan ingenua, y tan tonta… Bueno, si Damon está en la oficina, será mejor que vaya allí a verlo. Estoy segura de que se alegrará de verme en un sitio más íntimo —susurró provocadoramente—. Hace casi un mes que no me ve, y eso, para un hombre del apetito sexual de Damon, es muchísimo tiempo. No lo espere despierta, señora Salvatore.
Había salido triunfal por la puerta antes de que Elena pudiera encontrar algo que responder.
Así que era cierto. Damon seguía viéndose con Katrina. Todavía la amaba.
No iba a llorar, se dijo a sí misma con determinación. ¡No iba a llorar!

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