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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

18 marzo 2013

Mentiras Epílogo


Epílogo
–Mi idea  era  llevarla  de  vacaciones  si cree  que está en condiciones de viajar. Quiero que esté en un sitio cálido y atendida en todo momento. Puedo encargarme de que un avión privado  nos lleve a la isla y allí tendré un médico que la atienda.

El médico se quedó pensativo unos segundos.


–Puede que sea lo mejor.  A lo mejor se siente más tranquila en un sitio más cálido  y recupera antes  las fuerzas  –repuso el doctor–. Sería muy negativo  que diera  a luz antes  de tiempo y con ella al borde de la depresión.

Se le encogió el corazón al pensar en la profunda tristeza  que  estaba  sintiendo Elena. Estaba dispuesto a hacer  cualquier cosa para conseguir que volviera a sonreír.

–Si me da el visto bueno, comenzaré a organizarlo todo  –le dijo Damon–. Quiero lo mejor  para  ella y haré  lo que sea necesario para que se recupere.

–Lo creo,  señor  Salvatore.  ¿Por qué  no me da el nombre del  médico que  va a contratar? También quiero los datos  del hospital donde sería  atendida. Me encargaré de enviarles  la historia médica  y asegurarme de que  están  preparados para  ocuparse de ella.


–Gracias –le dijo con sinceridad–. Elena y yo se lo agradecemos de corazón.

–Cuide  de ella. No me gusta verla tan triste. Damon asintió con la cabeza. Iba a cuidar  de ella.


Sentada en el sillón al lado de la ventana, Elena se distraía  viendo  cómo caían los copos de nieve.

–¿Quieres  una manta?  –le preguntó Damon.

Giró la cabeza sorprendida al ver que ya había  regresado.

–Siento  haberte sobresaltado.

–No lo has hecho, no te preocupes. No te había oído entrar, eso es todo.

Se acercó  a ella y se apoyó en el borde de la ventana.

–Acabo de hablar con tu médico y está dispuesto a darte  el alta.

Se quedó boquiabierta al oírlo.

–Pero hay algunas  condiciones. Le preocupa mucho tu salud.

–¿Qué condiciones?

–Ya lo he  arreglado todo.  No te preocupes por nada.  Concéntrate en ponerte mejor  y más fuerte.

Había  pasado  esos días en el hospital como  si tuviera la cabeza en blanco.  Le costaba  pensar con claridad  y cada vez se sentía más cansada.

–Nos vamos de la ciudad. Una ambulancia te va a llevar al aeropuerto y volaremos  hasta la isla de Saint Angelo en un avión privado.

No podía  creerlo.

 –Damon, no puedes irte de Nueva York. Podrían pasar semanas  antes de que naciera el bebé. No puedes pasar tanto  tiempo cuidando de mí ni abandonar tu trabajo. Tu vida está aquí.

Damon se arrodilló frente a ella y le tomó  las manos.

–Mi vida está contigo. El bebé  y tú sois lo más importante. Además,  hay muchas personas en  la empresa  capaces  de dirigirla durante mi ausencia. Mis socios también van a echarme una  mano.  Estaremos a pocos  minutos del lugar  donde estamos  construyendo el complejo hotelero, así que puedo encargarme  de  solucionar cualquier problema que  pueda surgir allí.

No habían vuelto a hablar de la cena con sus amigos y su familia ni de la conversación que habían tenido  después en  la casa. Sabía que  Damon se sentía muy culpable y que le atormentaba lo que ella le había contado. Sabía que no le convenía hablar de ello ni perder la calma. Quería protestar y decirle  que no podía  seguir  organizando su vida, pero  no  tenía energía para hacerlo.

–Elena, ¿en qué estás pensando, cariño?

Lo miró  a los ojos. Parecía  muy preocupado y la miraba como  si estuviera  intentando leer  sus pensamientos.

–Estoy cansada–dijo con sinceridad.

También se sentía débil, insegura y arrastraba un gran  dolor  en  su corazón. Pero  trataba de hacer  lo mejor  para el bebé.

No podía  explicarle todo  lo que sentía,  era un esfuerzo demasiado grande.

–Lo sé, cariño  –le dijo Damon mientras le acariciaba cariñosamente la mejilla–.  Sé que no tengo  derecho a pedírtelo, pero  lo voy a hacer  de todas formas. Confía en mí. Deja que te cuide  y te lleve a Saint Angelo. Sé que te encanta la isla.

Siempre le había  resultado muy fácil dejar  que él llevara las riendas. En ese momento, le ofrecía  además lo que siempre había querido. Su amor y sus cuidados.  Era la fantasía  con la que había  soñado, pero temía  que  no  durara. Ya había  pasado  por  aquello. Los días en la isla habían sido idílicos, pero  después tenían que regresar a la fría realidad de sus vidas.

–Quiero quedarme allí hasta  que  nazca  el bebé–susurró ella.

No quería que  naciera en Nueva York ni tener a su alrededor a gente  que la despreciaba.

–Ya me he encargado de ello. Le sorprendió oírlo.

–Ven conmigo, Elena. Confía en mí. Al menos,  de momento.

Pensó  que  a lo mejor  podría quedarse en la isla después de que  naciera el bebé.  Supuso  que  Damon ya se habría dado  cuenta de que lo suyo no tenía  futuro.

Le atraía  la idea  de vivir allí con  el bebé.  Creía que no necesitaría mucho, sólo un apartamento. En cuanto se recuperara, podría encontrar un  puesto como camarera. No le daba miedo  el trabajo duro.

Y, cuando Damon quisiera  ver al niño,  podría ir a la isla.
Se sintió  algo más fuerte al pensar en la posibilidad que se abría  frente a ella y asintió  con la cabeza.

 Vio que Damon parecía muy aliviado. Se inclinó sobre  ella para  besarla,  pero  ella apartó la cara  y la besó en la mejilla.

–Tengo que volver a irme para  terminar de organizarlo  todo.  Volveré en  cuanto pueda. ¿Necesitas que te traiga algo?

Ella negó  con la cabeza y Damon se puso en pie.

–Voy a hacer  todo  lo que  esté en  mi mano  para que vuelvas a sonreír, Elena –le prometió él antes  de salir.

Elena giró la cabeza y siguió observando los copos de nieve por la ventana.

No tuvieron ningún problema con  el vuelo  ni con  el transporte hasta  la casa de la playa. Damon se había  asegurado de que  Elena estuviera  cómoda en todo momento. Todo el mundo estaba pendiente de ella. Nada más llegar, los recibió  el médico que la iba a tratar y una  enfermera personal que  iba a residir en la casa con ellos.

Cuando Elena vio la maravillosa casa, se quedó sin aliento. La propiedad estaba  rodeada por  altos muros. Entraron atravesando unas  rejas de hierro. Siguieron por  un  camino empedrado. El jardín era maravilloso,  mirara donde mirara había  arbustos con flores de todos los colores.

La casa estaba  a sólo unos  metros  de la playa. Le encantaba la idea de poder salir directamente desde la puerta trasera  de la casa.

Trató  de negarse, pero  Damon se empeñó en  entrar  con  ella en brazos.  En vez de enseñarle la casa, la llevó directamente al porche trasero, desde donde se accedía  directamente a la playa.

No tardó en  sentir  la brisa  marina agitando su pelo. Cerró  los ojos y respiró profundamente.

–Esto es precioso –susurró ella.

–Me alegra  que  te guste  porque es tuyo –repuso Damon con una sonrisa.

Se quedó inmóvil entre sus brazos y lo miró  a los ojos. Estaba sin palabras.

–No lo entiendo.

Damon la dejó en el suelo y se sentaron en los peldaños  del porche.

–La he  comprado para  ti. Para  nosotros. Esta es nuestra casa –le explicó  él.

No sabía qué  decir.  La sensación de irrealidad y tristeza  que  la había  envuelto durante los últimos días comenzó a desvanecerse. Empezó  a ver las cosas con más claridad. Vio que  Damon estaba  haciendo un esfuerzo  increíble para  hacerla feliz y cuidar  de ella. Sintió  que  la esperanza renacía en su interior, pero tenía  que ser cauta.

–No lo entiendo, Damon. Tú vives en  Nueva York. Tu vida está allí. Tu familia  está allí. Tu trabajo, tu empresa, tus amigos.  No puedes mudarte a esta isla sólo porque aquí pasamos  días muy felices.

–¿No puedo? –preguntó Damon mientras le tomaba la mano–.  Hay muchas cosas que aún no sabes, Elena. No quise contártelo cuando pasó porque estabas  en el hospital. He  hablado con  mi hermano y con  mi madre y les he  dicho  que  no  quiero saber  nada  de ellos. Ya no forman parte  de mi vida, de nuestras vidas.

–Pero Damon… –murmuró ella con lágrimas en los ojos.

–No derrames ni una lágrima  por ellos ni por mí. No se merecen tus lágrimas y no me arrepiento de lo que he hecho. De lo único  de lo que me arrepiento es de haber permitido que  te hicieran tanto  daño  y de haber sido incapaz  de verlo con mis propios ojos.

–Sí, pero  no habrías tenido que romper con ellos si no hubiera sido por mí –le dijo ella con verdadero dolor–.  Son tu familia,  Damon. Ahora  estás enfadado, pero  puede que las cosas cambien dentro de un año o dos. Tarde o temprano, me echarás  en cara que te haya separado de ellos.

–No, tú no  eres responsable de lo que  hicieron, fueron ellos. Han  hecho algo horrible y no merecen tu consideración, tampoco la mía.  No quiero que nuestro hijo se vea expuesto a ese tipo de gente.  Fue mi decisión, Elena. ¿De verdad  crees que les permitiría formar parte  de nuestra vida después de lo que te hicieron?

No podía  dejar  de llorar.  No había  sido su intención  separarlo de  su familia.  Ella no  quería tener que  verlos, pero  no  deseaba que  Damon tuviera  también que sufrir.

–Pero no quiero hablar de ellos –le dijo Damon–. Ya no  me importan. Lo que  quiero es hablar de nosotros.  ¿Crees que  serás capaz  de perdonarme algún día, Elena? ¿Podrás volver a quererme?

Damon se levantó  y bajó los dos escalones del porche. Después, se puso de rodillas frente a ella y tomó sus manos.

–Una  vez, te pusiste  de rodillas  para  rogarme que te creyera y pedirme que no te diera la espalda.  Ha llegado  ahora el momento de que  te suplique yo, Elena. No merezco tu perdón y entendería que  no lo hicieras, pero  tengo  que  pedírtelo de todas  formas.  Te quiero. Deseo más que  nada  tener una  vida contigo. Aquí, en esta isla, lejos de la infelicidad del pasado.

–¿Quieres  que  nos quedemos aquí? –le preguntó ella.

Damon asintió  con  la cabeza.  Vio que  le temblaban las manos.

–He comprado esta casa y en el hospital tienen tu historial médico. Me he asegurado de que el bebé tenga los mejores  cuidados posibles. Quiero que empecemos de nuevo. Que esta vez sea de verdad  un comienzo. Te ruego  que me des esa oportunidad para  poder conseguir que vuelvas a quererme.

Sintió  que  se derretían las paredes de hielo  de su corazón y permitió que  renaciera la esperanza en su interior. Esa vez, no trató de detenerla.

Tomó  la cara de Damon entre las manos,  estaba  llorando. Había dolor y desesperación en su mirada, también algo de miedo.

–Te quiero tanto  –le dijo ella con la voz entrecortada–. He pasado  mucho tiempo enfadada y odiándote. Ha sido un peso que  no me dejaba  avanzar.  Pero  no puedo seguir viviendo así.

Damon cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, vio que  se sentía  muy aliviado. También parecía vulnerable y se dio cuenta de que estaba tomando la decisión adecuada.

–Si perdonas todas  las cosas que  te he dicho,  yo también te perdonaré por no confiar  en mí.

–Dios mío, Elena –gimió él–. Merezco  todo  lo que me has dicho  y mucho más. Lo que te hice fue imperdonable. ¿Cómo  puedes perdonarme cuando no me perdono yo?
Se inclinó hacia él y lo besó. Le acarició la cara con las manos y también el pelo.

–¡Menuda pareja  formamos los dos! Hemos  cometido errores, pero  no nos hemos  dado  por vencidos. Y creo que eso nos ha hecho más fuertes.  Siento que hayas tenido que  renunciar a tu familia por  mi culpa. Has dicho  adiós también a la ciudad en la que has vivido siempre. Has comprado esta casa aquí porque sabías que  me encantaría. Es una  muestra increíble de tu amor.  Si no te perdonara, estaría  rechazando todo el amor  que  puedes darme y no  quiero vivir sin ti, Damon. Los últimos meses han sido los peores de mi vida y no quiero volver a sentirme así.

Damon la abrazó  con fuerza. No podía  respirar, pero no le importó. Estaban  juntos.  Juntos  por  fin. Sin el dolor  ni la tristeza del pasado.

Sintió que se le había  quitado un gran peso de encima al decirle  que lo amaba  y que lo perdonaba. Hacía mucho que no se sentía tan libre ni tan ligera. Estaba feliz. Muy feliz.

–Te quiero tanto, Elena –le dijo él–. Siempre te he querido. Me iba a la cama pensando en ti, preocupado por cómo estarías o por si serías feliz. Me inventé unas cuantas  excusas para  explicar  por qué contraté a un detective  cuando la verdad era que no podía  soportar la idea de vivir sin ti.

Elena sonrió  y apoyó la frente contra la de él.

–¿Crees que  seremos  capaces  de perdonarnos a nosotros mismos,  olvidar  las cosas que  no  podemos cambiar y concentrarnos en nuestro amor  y en nuestro futuro?  –le preguntó ella.

–Sí, creo  que podemos hacerlo –repuso Damon sin soltarla.

Después,  se apartó de ella y la miró con una gran sonrisa.  Había  mucha emoción en sus ojos.

–Cásate conmigo, Elena. Ahora mismo. No quiero esperar ni un día más. Nos casaremos aquí, en nuestra playa. Solos tú, yo y nuestro bebé.

–Sí, me casaré contigo.

Se quedaron abrazados en esos peldaños durante mucho tiempo. En esa playa iban  a criar  a sus hijos. Allí pasarían los mejores  años  de su vida, riéndose, amándose y recordando el lugar donde se habían jurado  amor  eterno junto  con  la promesa de luchar para superar juntos  los problemas que la vida pudiera depararles.

Estuvieron allí sentados hasta  que  se puso  el sol. Después, cuando la luna brillaba  ya en lo alto y se reflejaba su luz en el agua, Damon llevó a Elena en brazos hasta  la playa y bailaron al ritmo  que  les marcaban las olas.

FIN
Autor:
Maya Banks

Obra:
Serie Pasiones y Traición 2


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