Epílogo
–Mi
idea era
llevarla de vacaciones
si cree que está en condiciones
de viajar. Quiero que esté en un sitio cálido y atendida en todo momento. Puedo
encargarme de que un avión privado nos
lleve a la isla y allí tendré un médico que la atienda.
El
médico se quedó pensativo unos segundos.
–Puede
que sea lo mejor. A lo mejor se siente
más tranquila en un sitio más cálido y
recupera antes las fuerzas –repuso el doctor–. Sería muy negativo que diera
a luz antes de tiempo y con ella
al borde de la depresión.
Se le
encogió el corazón al pensar en la profunda tristeza que
estaba sintiendo Elena. Estaba
dispuesto a hacer cualquier cosa para
conseguir que volviera a sonreír.
–Si me
da el visto bueno, comenzaré a organizarlo todo
–le dijo Damon–. Quiero lo mejor
para ella y haré lo que sea necesario para que se recupere.
–Lo
creo, señor Salvatore.
¿Por qué no me da el nombre
del médico que va a contratar? También quiero los datos del hospital donde sería atendida. Me encargaré de enviarles la historia médica y asegurarme de que están
preparados para ocuparse de ella.
–Gracias
–le dijo con sinceridad–. Elena y yo se lo agradecemos de corazón.
–Cuide de ella. No me gusta verla tan triste. Damon
asintió con la cabeza. Iba a cuidar de
ella.
Sentada
en el sillón al lado de la ventana, Elena se distraía viendo
cómo caían los copos de nieve.
–¿Quieres una manta?
–le preguntó Damon.
Giró
la cabeza sorprendida al ver que ya había
regresado.
–Siento haberte sobresaltado.
–No lo
has hecho, no te preocupes. No te había oído entrar, eso es todo.
Se acercó a ella y se apoyó en el borde de la ventana.
–Acabo
de hablar con tu médico y está dispuesto a darte el alta.
Se
quedó boquiabierta al oírlo.
–Pero
hay algunas condiciones. Le preocupa mucho
tu salud.
–¿Qué
condiciones?
–Ya lo
he arreglado todo. No te preocupes por nada. Concéntrate en ponerte mejor y más fuerte.
Había pasado
esos días en el hospital como si
tuviera la cabeza en blanco. Le
costaba pensar con claridad y cada vez se sentía más cansada.
–Nos
vamos de la ciudad. Una ambulancia te va a llevar al aeropuerto y
volaremos hasta la isla de Saint Angelo
en un avión privado.
No
podía creerlo.
–Damon, no puedes irte de Nueva York. Podrían
pasar semanas antes de que naciera el
bebé. No puedes pasar tanto tiempo
cuidando de mí ni abandonar tu trabajo. Tu vida está aquí.
Damon
se arrodilló frente a ella y le tomó las
manos.
–Mi
vida está contigo. El bebé y tú sois lo
más importante. Además, hay muchas
personas en la empresa capaces
de dirigirla durante mi ausencia. Mis socios también van a echarme
una mano. Estaremos a pocos minutos del lugar donde estamos
construyendo el complejo hotelero, así que puedo encargarme de
solucionar cualquier problema que
pueda surgir allí.
No
habían vuelto a hablar de la cena con sus amigos y su familia ni de la
conversación que habían tenido después
en la casa. Sabía que Damon se sentía muy culpable y que le
atormentaba lo que ella le había contado. Sabía que no le convenía hablar de
ello ni perder la calma. Quería protestar y decirle que no podía
seguir organizando su vida,
pero no
tenía energía para hacerlo.
–Elena,
¿en qué estás pensando, cariño?
Lo
miró a los ojos. Parecía muy preocupado y la miraba como si estuviera
intentando leer sus pensamientos.
–Estoy
cansada–dijo con sinceridad.
También
se sentía débil, insegura y arrastraba un gran
dolor en su corazón. Pero trataba de hacer lo mejor
para el bebé.
No
podía explicarle todo lo que sentía, era un esfuerzo demasiado grande.
–Lo
sé, cariño –le dijo Damon mientras le
acariciaba cariñosamente la mejilla–. Sé
que no tengo derecho a pedírtelo,
pero lo voy a hacer de todas formas. Confía en mí. Deja que te
cuide y te lleve a Saint Angelo. Sé que
te encanta la isla.
Siempre
le había resultado muy fácil dejar que él llevara las riendas. En ese momento,
le ofrecía además lo que siempre había
querido. Su amor y sus cuidados. Era la
fantasía con la que había soñado, pero temía que
no durara. Ya había pasado
por aquello. Los días en la isla
habían sido idílicos, pero después
tenían que regresar a la fría realidad de sus vidas.
–Quiero
quedarme allí hasta que nazca
el bebé–susurró ella.
No
quería que naciera en Nueva York ni
tener a su alrededor a gente que la
despreciaba.
–Ya me
he encargado de ello. Le sorprendió oírlo.
–Ven
conmigo, Elena. Confía en mí. Al menos,
de momento.
Pensó que a
lo mejor podría quedarse en la isla
después de que naciera el bebé. Supuso
que Damon ya se habría dado cuenta de que lo suyo no tenía futuro.
Le
atraía la idea de vivir allí con el bebé.
Creía que no necesitaría mucho, sólo un apartamento. En cuanto se
recuperara, podría encontrar un puesto
como camarera. No le daba miedo el
trabajo duro.
Y,
cuando Damon quisiera ver al niño, podría ir a la isla.
Se
sintió algo más fuerte al pensar en la
posibilidad que se abría frente a ella y
asintió con la cabeza.
Vio que Damon parecía muy aliviado. Se inclinó
sobre ella para besarla,
pero ella apartó la cara y la besó en la mejilla.
–Tengo
que volver a irme para terminar de organizarlo todo.
Volveré en cuanto pueda.
¿Necesitas que te traiga algo?
Ella
negó con la cabeza y Damon se puso en
pie.
–Voy a
hacer todo lo que
esté en mi mano para que vuelvas a sonreír, Elena –le
prometió él antes de salir.
Elena
giró la cabeza y siguió observando los copos de nieve por la ventana.
No
tuvieron ningún problema con el
vuelo ni con el transporte hasta la casa de la playa. Damon se había asegurado de que Elena estuviera cómoda en todo momento. Todo el mundo estaba
pendiente de ella. Nada más llegar, los recibió
el médico que la iba a tratar y una
enfermera personal que iba a
residir en la casa con ellos.
Cuando
Elena vio la maravillosa casa, se quedó sin aliento. La propiedad estaba rodeada por
altos muros. Entraron atravesando unas
rejas de hierro. Siguieron por
un camino empedrado. El jardín
era maravilloso, mirara donde mirara
había arbustos con flores de todos los
colores.
La
casa estaba a sólo unos metros
de la playa. Le encantaba la idea de poder salir directamente desde la
puerta trasera de la casa.
Trató de negarse, pero Damon se empeñó en entrar
con ella en brazos. En vez de enseñarle la casa, la llevó
directamente al porche trasero, desde donde se accedía directamente a la playa.
No
tardó en sentir la brisa
marina agitando su pelo. Cerró
los ojos y respiró profundamente.
–Esto
es precioso –susurró ella.
–Me
alegra que te guste
porque es tuyo –repuso Damon con una sonrisa.
Se
quedó inmóvil entre sus brazos y lo miró
a los ojos. Estaba sin palabras.
–No lo
entiendo.
Damon
la dejó en el suelo y se sentaron en los peldaños del porche.
–La
he comprado para ti. Para
nosotros. Esta es nuestra casa –le explicó él.
No
sabía qué decir. La sensación de irrealidad y tristeza que la
había envuelto durante los últimos días
comenzó a desvanecerse. Empezó a ver las
cosas con más claridad. Vio que Damon
estaba haciendo un esfuerzo increíble para hacerla feliz y cuidar de ella. Sintió que la
esperanza renacía en su interior, pero tenía
que ser cauta.
–No lo
entiendo, Damon. Tú vives en Nueva York.
Tu vida está allí. Tu familia está allí.
Tu trabajo, tu empresa, tus amigos. No
puedes mudarte a esta isla sólo porque aquí pasamos días muy felices.
–¿No
puedo? –preguntó Damon mientras le tomaba la mano–. Hay muchas cosas que aún no sabes, Elena. No
quise contártelo cuando pasó porque estabas
en el hospital. He hablado
con mi hermano y con mi madre y les he dicho
que no quiero saber
nada de ellos. Ya no forman parte de mi vida, de nuestras vidas.
–Pero Damon…
–murmuró ella con lágrimas en los ojos.
–No
derrames ni una lágrima por ellos ni por
mí. No se merecen tus lágrimas y no me arrepiento de lo que he hecho. De lo
único de lo que me arrepiento es de
haber permitido que te hicieran
tanto daño y de haber sido incapaz de verlo con mis propios ojos.
–Sí,
pero no habrías tenido que romper con
ellos si no hubiera sido por mí –le dijo ella con verdadero dolor–. Son tu familia, Damon. Ahora
estás enfadado, pero puede que
las cosas cambien dentro de un año o dos. Tarde o temprano, me echarás en cara que te haya separado de ellos.
–No,
tú no eres responsable de lo que hicieron, fueron ellos. Han hecho algo horrible y no merecen tu
consideración, tampoco la mía. No quiero
que nuestro hijo se vea expuesto a ese tipo de gente. Fue mi decisión, Elena. ¿De verdad crees que les permitiría formar parte de nuestra vida después de lo que te
hicieron?
No
podía dejar de llorar.
No había sido su intención separarlo de
su familia. Ella no quería tener que verlos, pero
no deseaba que Damon tuviera
también que sufrir.
–Pero
no quiero hablar de ellos –le dijo Damon–. Ya no me importan. Lo que quiero es hablar de nosotros. ¿Crees que
serás capaz de perdonarme algún
día, Elena? ¿Podrás volver a quererme?
Damon
se levantó y bajó los dos escalones del
porche. Después, se puso de rodillas frente a ella y tomó sus manos.
–Una vez, te pusiste de rodillas
para rogarme que te creyera y
pedirme que no te diera la espalda. Ha
llegado ahora el momento de que te suplique yo, Elena. No merezco tu perdón y
entendería que no lo hicieras, pero tengo
que pedírtelo de todas formas.
Te quiero. Deseo más que
nada tener una vida contigo. Aquí, en esta isla, lejos de la
infelicidad del pasado.
–¿Quieres que
nos quedemos aquí? –le preguntó ella.
Damon
asintió con la cabeza.
Vio que le temblaban las manos.
–He
comprado esta casa y en el hospital tienen tu historial médico. Me he asegurado
de que el bebé tenga los mejores cuidados
posibles. Quiero que empecemos de nuevo. Que esta vez sea de verdad un comienzo. Te ruego que me des esa oportunidad para poder conseguir que vuelvas a quererme.
Sintió que se
derretían las paredes de hielo de su
corazón y permitió que renaciera la
esperanza en su interior. Esa vez, no trató de detenerla.
Tomó la cara de Damon entre las manos, estaba
llorando. Había dolor y desesperación en su mirada, también algo de
miedo.
–Te
quiero tanto –le dijo ella con la voz
entrecortada–. He pasado mucho tiempo
enfadada y odiándote. Ha sido un peso que
no me dejaba avanzar. Pero
no puedo seguir viviendo así.
Damon
cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, vio que se sentía
muy aliviado. También parecía vulnerable y se dio cuenta de que estaba
tomando la decisión adecuada.
–Si
perdonas todas las cosas que te he dicho,
yo también te perdonaré por no confiar
en mí.
–Dios
mío, Elena –gimió él–. Merezco todo lo que me has dicho y mucho más. Lo que te hice fue imperdonable.
¿Cómo puedes perdonarme cuando no me
perdono yo?
Se
inclinó hacia él y lo besó. Le acarició la cara con las manos y también el
pelo.
–¡Menuda
pareja formamos los dos! Hemos cometido errores, pero no nos hemos
dado por vencidos. Y creo que eso
nos ha hecho más fuertes. Siento que hayas
tenido que renunciar a tu familia
por mi culpa. Has dicho adiós también a la ciudad en la que has vivido
siempre. Has comprado esta casa aquí porque sabías que me encantaría. Es una muestra increíble de tu amor. Si no te perdonara, estaría rechazando todo el amor que
puedes darme y no quiero vivir
sin ti, Damon. Los últimos meses han sido los peores de mi vida y no quiero
volver a sentirme así.
Damon
la abrazó con fuerza. No podía respirar, pero no le importó. Estaban juntos.
Juntos por fin. Sin el dolor ni la tristeza del pasado.
Sintió
que se le había quitado un gran peso de
encima al decirle que lo amaba y que lo perdonaba. Hacía mucho que no se
sentía tan libre ni tan ligera. Estaba feliz. Muy feliz.
–Te
quiero tanto, Elena –le dijo él–. Siempre te he querido. Me iba a la cama
pensando en ti, preocupado por cómo estarías o por si serías feliz. Me inventé unas
cuantas excusas para explicar
por qué contraté a un detective
cuando la verdad era que no podía
soportar la idea de vivir sin ti.
Elena
sonrió y apoyó la frente contra la de
él.
–¿Crees
que seremos capaces
de perdonarnos a nosotros mismos,
olvidar las cosas que no
podemos cambiar y concentrarnos en nuestro amor y en nuestro futuro? –le preguntó ella.
–Sí,
creo que podemos hacerlo –repuso Damon
sin soltarla.
Después, se apartó de ella y la miró con una gran
sonrisa. Había mucha emoción en sus ojos.
–Cásate
conmigo, Elena. Ahora mismo. No quiero esperar ni un día más. Nos casaremos
aquí, en nuestra playa. Solos tú, yo y nuestro bebé.
–Sí,
me casaré contigo.
Se
quedaron abrazados en esos peldaños durante mucho tiempo. En esa playa
iban a criar a sus hijos. Allí pasarían los mejores años de
su vida, riéndose, amándose y recordando el lugar donde se habían jurado amor
eterno junto con la promesa de luchar para superar juntos los problemas que la vida pudiera depararles.
genial el final¡ me encanto¡ ^^
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