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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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07 enero 2013

Cruel Capitulo 02


CAPÍTULO 02
UN CHOFER los llevaba hacia el hotel. Al instante de subir al coche, Elena se había puesto nerviosa porque el accidente aun estaba muy reciente en su cabeza, pero ante la mirada de Enzo, se había obligado a relajarse. No obstante, aún tenía manos apretadas bajo los muslos y un ligero sudor le había cubierto la frente. El silencio los envolvía dentro del lujoso vehículo y ella podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de Enzo, pero no lo miró. No podía hacerlo. Aunque, por alguna razón que no podía entender, estar a su lado la hacía sentirse bien. A medida que el coche avanzaba entre el tráfico, su miedo se iba disipando. Se sentía segura.
Cuando el coche se detuvo ante la puerta de un exclusivo pero discreto hotel, ese detalle se sumó al halo de misterio de Enzo porque se habría esperado que estuviera alojado en un lugar más ostentoso. Ese hotel era conocido por proteger la privacidad de sus famosos y poderosos clientes.
Enzo bajó del coche y le tendió la mano a Elena, que después de cerrar los ojos y respirar hondo, la aceptó. La llevó hasta el vestíbulo, donde el conserje lo saludó en italiano. Cuando subieron al ascensor seguían sin dirigirse palabra; ni siquiera hubo un intercambio de miradas. Elena estaba ardiendo por dentro y podía sentir sus pezones endurecidos contra la tela de su vestido.
Cuando se abrieron las puertas, se adentraron en un lujoso pasillo con una única puerta al fondo. Enzo abrió la puerta de su surte y Elena lo siguió hasta dentro, con los ojos abiertos como platos ante la espléndida habitación disertada como una biblioteca victoriana.
Él le había soltado la mano para quitarse el abrigo y la chaqueta y se dirigió hacia la mesa sobre la que había distintos tipos de bebidas. Al verlo de espaldas, con ese corte de pelo que tanto le favorecía gracias a una forma de cabeza perfecta, volvió a temblar y no pudo creerse que de verdad estuviera allí.
—¿Te apetece una copa?
Negó con la cabeza y vio a Enzo servirse algo oscuro y dorado que se bebió de un trago antes de dejar el vaso sobre la mesa.
Se volvió para mirarla y el corazón de Elena se aceleró. Sin haberlo tocado siquiera, se sentía como si conociera a ese hombre, como si ya hubiera estado con él... lo cual era una locura.
—Ven aquí.
Y como en un sueño, respondiendo a un profundo deseo que había cobrado vida en su interior, caminó hacia él y se detuvo a escasa distancia.
Enzo recorrió el espacio que los separaba y le quitó el abrigo, que cayó al suelo. Ella lo miró a los ojos y lo que vio en ellos casi la derritió. Eran de un dorado oscuro y brillante y la miraban con intensidad. Sintió deseo, sintió pasión. Un torbellino de sensualidad inexplorada se había apoderado de ella y estaba lanzándola a ese nuevo mundo,
—Enzo, yo...
—Shh —le puso un dedo en los labios para hacerla callar, y en el fondo ella lo agradeció porque no estaba segura de lo que iba a decir. Por alguna razón, esa noche estaba marcada por una enigmática y silenciosa comunicación.
Él alzó las manos y rodeó con ellas el rostro de Elena, mientras enredaba los dedos en los sedosos mechones de su cabello. Se acercó más todavía y sus cuerpos se rozaron. Agachó la cabeza y ella cerró los ojos, incapaz de seguir manteniéndolos abiertos. El primer roce de los labios de Enzo fue fugaz. Elena comenzó a respirar de forma entrecortada e, instintivamente, alargó los brazos para agarrarlo por la cintura. Él le echó la cabeza atrás con delicadeza y ella abrió los ojos para mirar directamente a esos dos pozos dorados moteados de verde.
Tras un largo momento, él volvió a bajar la cabeza, pero en lugar de besarla donde ella más lo deseaba, en la boca, rozó con sus labios la delicada piel de sus sienes, de sus mejillas y más abajo, hasta donde el pulso latía aceleradamente bajo la piel de su cuello, que también saboreó.
Ella giró la cabeza en busca de su boca. Quería que la tomara, quería sentir sus lenguas entrelazadas.... pero Enzo parecía tener otras ideas. Elena de pronto se sintió desconcertada y no fue consciente del suave gemido de desesperación que escapó de su boca.
Los ojos de Enzo estaban centrados en su boca, pero en lugar de besarla, tal y como ella deseaba, posó una mano sobre su trasero y la llevó contra sí, haciéndole notar su excitación. En ese momento ella se olvidó de los besos y todo su deseo se concentró más al sur, en el centro de sus ingles.
Deslizó las manos a lo largo de la espalda de Enzo y pudo sentir los músculos que se movían bajo la seda de su camisa. Con impaciencia comprobó que deseaba sentir su piel y comenzó a sacarle la camisa de entre los pantalones, gimiendo suavemente cuando sus manos entraron en contacto con su cálida y suave espalda.
Enzo le echó atrás la cabeza para dejar al descubierto su cuello y volver a cubrirlo con la boca. La respiración de Elena era acelerada mientras él la movía las caderas instintivamente contra su cuerpo. Él se apartó y la miró con un fiero brillo en los ojos.
—Eres una hechicera.
—No. simplemente soy Elena...
Los ojos de Enzo se iluminaron con algo que ella no pudo descifrar, y él apretó la mandíbula. Se movió ligeramente, haciéndole sentir su poderosa erección. Al instante, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio, igualmente suntuoso, con una gran cama con cuatro postes y cuya colcha estaba retirada, como invitándolos a entrar en ella.
La dejó en el suelo y temblando, ella se quitó los zapatos; sus dedos se encogieron sobre la gruesa alfombra. Cuando después de apartar los cojines, él se giró para mirarla. Elena vio deseo en sus ojos y entonces supo que no podía echarse atrás. Era el destino. Estaba destinada a estar con ese hombre y estaba tan segura de ello que no lo dudó ni por un instante.
Caminó hacia él y alzó las manos para comenzar a desabrocharle la camisa. A medida que sus manos descendían y ese ancho torso iba siendo revelado, poco a poco, el temblor de sus dedos aumentaba más y más. Al llegar al último botón, Enzo le apartó las manos con impaciencia y se arrancó la camisa, que cayó sobre la alfombra.
Ante la desnuda extensión de su pecho, Elena se sonrojó. Alargó una reverente mano y lo tocó tímidamente, deslizando los dedos sobre sus duros pezones. Cuando lo miró a los ojos, éstos estaban cerrados.
Al instante, Enzo las abrió y la dinámica cambió. La giró y le levantó el pelo que le caía sobre la nuca, obviamente buscando una cremallera o algo para desabrocharle el vestido.
—Es un vestido jersey.
Él la giró hacia él, con un cómico gesto de impaciencia.
—¿Un qué?
Elena no pudo responder. Simplemente bajó las manos hasta el dobladillo de su vestido y lo fue subiendo, por sus muslos y caderas, por su cintura y su pecho, hasta que lo vio todo oscuro y supo que él estaba contemplando su cuerpo. No podía ver su reacción, pero la sentía en el aire.
Finalmente se sacó el vestido por la cabeza y, mientras lo apartaba, sintió su cabello cayéndole sobre la espalda. No podía mirar a Enzo, la timidez se lo impedía. Por otro lado, era consciente de que la ropa interior que llevaba debía de resultar muy aburrida en comparación con el encaje y la seda que suponía que llevarían las mujeres con las que estaba acostumbrado a estar. Lo suyo eran sencillas prendas de algodón blanco y, si no recordaba mal, ésas en particular eran tan viejas que tenían un agujero en la costura. De pronto sintió pánico; tenía los pechos demasiado pequeños y las caderas demasiado estrechas. Su hermano siempre le había dicho con sorna que tenía figura de chico.
Con la cabeza agachada, se cubrió el pecho con los brazos e inmediatamente sintió calor cuando Enzo fue hacia ella y se los bajó. Se sentía ridícula y no quería tener que ver desprecio en sus ojos ante ese cuerpo nada femenino.
Él le levantó la barbilla con un dedo, pero ella seguía con los ojos cerrados.
—Elena...
De nuevo su voz y su sensual acento la hicieron derretirse por dentro. Con reticencia. Elena abrió los ojos y ladeó la cabeza en un inconsciente gesto de dignidad antes de mirarlo a los ojos. La mirada que se encontró fue oscura, profunda y ardiente. Muy ardiente.
—Pero yo... no...
—¿No qué? —le preguntó él al recorrerle el cuerpo con la mirada fijándose en cada curva, en sus altos y firmes pechos y en sus tersos pezones que se clavaban contra el algodón del sujetador.
Elena sintió deseo al ver que no La estaba mirando con rechazo.
—Creí... creí que no me encontrarías...
—¿Atractiva?
Con gran elegancia, Enzo se quitó los pantalones. También se despojó de los zapatos y de los calcetines, revelando así unos pies grandes y bronceados. Tenía unas piernas largas y musculadas, las piernas de un atleta. Su mirada finalmente se detuvo en esa parte de él que seguía oculta bajo sus calzoncillos, que se tensaban con la erección que cubrían. Con la boca seca y una libido cada vez más intensa, lo vio desprenderse de ellos liberando lo que para Elena era una impresionante erección.
Él la llevó hacia sí, hasta que quedaron muslo con muslo, pecho con pecho.
Volvió a enredar las manos entre sus largos mechones de pelo mientras ella le besaba el cuello. Tenía un sabor salado y su pecho era como un enorme muro de acero.
Enzo deslizó su miembro entre sus piernas. La tela de las braguitas resultó ser una deliciosa tortura y Elena comenzó a mover las caderas impacientemente, en busca de una conexión más intensa, deseando encontrarse con él piel contra piel. Deseando tenerlo dentro de ella. Sabía que deseaba todo eso, a pesar de no haberlo experimentado nunca antes.
Enzo se sentó en la cama, frente a ella, y la llevó hacia sí. Elena pudo sentir cómo le desabrochaba el sujetador, que cayó para dejar al descubierto sus pechos y unos pezones que se endurecieron más todavía ante su mirada.
Le cubrió un pecho con la mano; una mano grande y bronceada contra una piel pálida y cubierta de pecas. La acercó más y ella tuvo que agarrarse a sus hombros. No estaba preparada para lo que vino a continuación, cuando él cubrió con su ardiente boca uno de sus pezones. Elena contuvo un gemido y respiró entrecortadamente sin dejar de aferrarse a sus hombros.
Entre sus piernas podía sentir su erección e instintivamente las cerró ligeramente, atrapándola. Él apartó la boca de su pecho.
—Hechicera —repitió.
Cuando le cubrió el otro pezón con la boca, Elena ya no pudo contener un grito de placer. Sentía tanta humedad en el vértice de sus muslos que eso la avergonzó, ¿Era normal?
Como si le leyera el pensamiento, Enzo comenzó a quitarle las braguitas, pero ella, movida por una repentina timidez, lo detuvo. ¿Y si lo que estaba sintiendo no era normal? Sin embargo, y con una sorprendente delicadeza, él terminó de desnudarla.
Estaba completamente desnuda. Expuesta. Sintió una mano sobre su nalga derecha y bajó la mirada hacia Enzo. Los dos respiraban entrecortadamente y su piel ya empezaba a brillar con una ligera capa de sudor.
Cuando notó la otra mano de Enzo entre sus piernas, se le cortó la respiración. El tono rojo del vello que le cubría esa zona de su cuerpo le hizo sentir vergüenza y le trajo recuerdos de las burlas que había recibido de pequeña por ser pelirroja. Pero Enzo no pareció fijarse en ello y Elena también lo olvidó enseguida al sentir esos largos dedos explorando los secretos pliegues de su sexo.
Dio. Eres increíblemente receptiva...
Elena echó la cabeza hacia atrás y, con una desinhibición que no pudo controlar, separó más las piernas. Los dedos de Enzo se deslizaron hasta encontrar el cálido calor de su sexo, moviéndose hacia dentro y hacia fuera mientras ella agitaba las caderas contra su mano.
Levantó la cabeza y lo miró, verdaderamente perpleja ante todas esas sensaciones que parecían concentrarse alrededor de su vientre y entre sus piernas. Sus movimientos se volvieron más instintivos, más desesperados. Perdió el control de su propio cuerpo. Estaba literalmente en sus manos.
Se agarró a sus hombros y después, de pronto, quedó suspendida a una altura que desconocía que existiera. Con un solo movimiento del pulgar de Enzo contra ella, cayó en un cúmulo de sensaciones espasmódicas mientras todo su cuerpo se tensaba. El placer resultó tan exquisito que no pudo creer que hubiera esperado tanto tiempo para experimentarlo.
Todas esas estúpidas conversaciones que había oído durante años por fin cobraban sentido, pensó mientras Enzo la tendía sobre la cama. Ligeramente adormecida, le vio abrir un pequeño paquete plateado y sacare! preservativo que desenrolló a lo largo de su erección. Agradeció que no hubiera olvidado ese detalle porque eso era lo último en lo que ella habría pensado en ese momento y sabía que el hecho de no haber tenido protección no habría logrado echarla atrás en ese momento. No, cuando ya apenas podía recordar quién era.
Cuando él se tumbó a su lado, Elena sintió un deseo aún mayor recorriéndola y volviendo a despertar su cuerpo. Hacía un instante, se habría quedado dormida, pero ahora el deseo volvía a tomar forma y con más insistencia que antes. De algún modo sabía que lo que había experimentado no sería nada comparado con lo que estaba a punto de experimentar, pero... ¿podría soportar un placer más intenso?
Abrió los ojos de par en par cuando él deslizó una mano sobre su cuerpo, sobre sus curvas y sobre las cumbres de sus pechos, antes de bajar la cabeza y cubrir con su boca uno de sus pezones. Elena gimió y le sujetó la cabeza contra sus pechos con un movimiento desesperado. Él movió su cuerpo hasta quedar entre sus piernas.
—Paciencia... —le dijo al alzarle las caderas y apartarle las piernas con unos poderosos muslos. Elena pudo sentir su pene contra los todavía resbaladizos y sensibles pliegues de su sexo. —Dime cuánto deseas esto — le pidió Enzo con cierta brusquedad haciendo que la excitación de Elena se disparara.
—Como no he deseado nada nunca —respondió. En ese momento supo que estaba allí porque sentía mucho más que una simple conexión física con ese hombre,
—Dime que lo necesitas —le dijo, y con un diminuto y sutil movimiento Elena lo sintió deslizarse en su interior.
—Oh... —Él se adentró un poco más.
—Dímelo —le pidió con la voz entrecortada.
Obedeciendo а sus instintos más primarios, Elena alzó las caderas ayudándolo a deslizarse más adentro,
—Necesito esto. Te necesito a ti. Por favor, Enzo... por favor...
Con un intenso gemido de masculina satisfacción, Enzo sujetó las caderas de Elena antes de tomar uno de sus pezones en su boca mientras se movía dentro de ella. Elena gritó, incapaz de contenerse. Había oído historias sobre el dolor de la primera vez, pero lo único que sintió fue un placer tan intenso y puro que podría haber llorado.
Enzo se retiró levemente. —¿Te he hecho daño?
Ella negó con la cabeza enérgicamente.
—No... Nunca había sentido algo así.
Enzo la agarró con fuerza de las caderas y volvió a adentrarse en ella, con más fuerza esta vez.
La había llamado hechicera, pero él era un mago por lo que estaba haciéndole sentir. Tenía la piel resbaladiza por el sudor y, con la voz entrecortada ante sus movimientos cada vez más rápidos y desesperados. Elena le suplicó:
—Por favor, Enzo... por favor.
Con los ojos abiertos de par en par у conteniendo la respiración, lo miró a la cara. Los altos pómulos de Enzo estaban algo enrojecidos y los ojos le brillaban con un tono tan oscuro que no pudo interpretar esa mirada. Después, mientras él se movía dentro de ella. Elena llegó al éxtasis y lo sintió a él liberando su poder en su interior.
El peso de Enzo sobre su cuerpo resultaba delicioso. Tenía las piernas alrededor de él, y los brazos alrededor de su cuello. No quería soltarlo. Su conexión era tan intensa que resultaba abrumadora. Sus corazones palpitaban a la vez contra sus pechos.
Tras unos largos momentos, Enzo se apartó y, abrazados, se quedaron tumbados el uno frente al otro. Por primera vez en mucho tiempo. Elena se sintió en paz. Como si hubiera regresado a su hogar después de un largo y arduo viaje.


Damon  volvió a la realidad con una dolorosa claridad. Podía sentir el seductor cuerpo que se aferraba a él, sentir su brazo rodeándola de un modo tan posesivo.
Había perdido el control y todo se le había ido de las manos. Desde el momento en que la había visto en el bar y había mirado esos enormes y misteriosos ojos verdes, todo había cambiado. No había contado con que sólo con verla la deseara como nunca antes había deseado a nadie. Resultaba vergonzoso y esa vergüenza lo consumía.
Guiado por un impulso, por algo que ni siquiera ahora podía comprender, le había dicho que se llamaba simplemente Enzo... había ocultado su verdadera identidad. El rostro de Elena lo había embelesado; ese rostro exquisitamente claro, con unas pecas que la hacían parecer tan joven e inocente.
Con cuidado de no despertarla, se apartó de su lado y forzó a su mente a olvidar lo que había sucedido, a olvidar el hecho de que había ido demasiado lejos.
Se recordó que ya la había visto en acción antes de siquiera conocerla, tirada sobre la barra del bar. Estaba claro que era una consumada seductora bajo una máscara de inocencia. Por un momento había tenido la ridícula sensación de que tal vez era virgen, pero ella pronto había deshecho esa posibilidad al mostrarse tan receptiva, al tomarlo con una confianza que sólo podía ser fruto de la experiencia. No tenía más que ver la rapidez con la que se había dejado tender en la cama, con esa actitud disertada para excitar a un hombre.
Al sentarse en el borde de la cama, antes de levantarse, admitió que se habían unido de un modo tan apasionado que no recordaba la última vez que había experimentado eso... si es que lo había hecho alguna vez. Fue hacia el bailo, furioso consigo mismo por lo que acababa de hacer. Sin embargo, pensó que tal vez ésa podría ser la más dulce de las venganzas, porque Elena se había ido a la cama con él sin saber quién era y, sin duda, con la esperanza de que él mantuviera su exorbitante estilo de vida ahora que su hermano se había ido.
Se dijo que la había invitado a acompañarlo al hotel sólo para probarla y no porque la hubiera deseado con unas ganas que rozaban la desesperación. Pero sabía que durante el momento que había estado frente a ella bajo el frío aire de la noche, se había olvidado de Bonnie y de lo que esa mujer le había hecho a su hermana, Pero no se dejaría engaitar; de bien pequeño había aprendido la lección sobre lo manipuladoras que podían ser las mujeres. Su propia madre se lo había enseñado. Las mujeres sólo se preocupaban de sí mismas y Elena Gilbert estaba haciendo exactamente eso... buscando a un hombre que la mantuviera...
Su hermano había seducido a su hermana con la intención do despojarla do su fortuna y luego abandonarla y ahora Damon  le haría a Elena algo similar.
Ya no se sentía culpable, enterró en lo más profundo de su ser toda clase de emociones y se convenció de que lo único que había hecho había sido aprovecharse de ella para obtener un intenso placer físico. Y eso no tenía nada de malo. Elena era una mujer bella y bien versada en la vida. Estaba adelantada a su edad y sin duda poseía una astucia de la que su hermana siempre había carecido. Bonnie había sido una presa fácil para alguien tan despiadado y corrupto como Nicklaus Gilbert.
Tal vez era cierto que Elena había hechizado a Damon  más de lo que él se había esperado, pero ahora lo que haría sería asegurarse de causarle el mayor dallo posible. Eso era mucho mejor que intentar hacerle admitir su culpa. Podría detestar fácilmente a una mujer que se acostaba con un completo desconocido la noche después del entierro de su propio hermano.
Entró en la ducha y, al salir, se vistió y esperó a que Elena se despertase.

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