Capítulo 2
¡YO no apuesto sobre seguro y no te he invitado a
entrar! -el rostro de Elena estaba enrojecido de ira por la insolencia de Damon,
Nadie, absolutamente nadie, podía ser insolente tan bien como Damon Salvatore.
Con la arrogante cabeza muy alta, podía arquear sarcásticamente una ceja y
conseguir que la gente se sintiera diminuta. Era un talento que le venía de ser
el último de una dinastía con varios cientos de años de antigüedad en la que
cada uno de sus miembros se consideraba alguien excepcional. Damon, seguro de
sí mismo hasta un grado intimidador, sabía que era más inteligente que la
mayoría y no se podía decir que saberlo le hiciera más humilde.
Elena vaciló y cerró los puños mientras él seguía
mirándola como si sólo fuera carne humana cubierta con el cartel de su precio.
Su impertinente mirada se detuvo sobre los firmes pechos que tapaban una
camiseta roja y desteñida y Elena se sintió más tensa todavía. Su cuerpo estaba
cediendo bajo el sujetador como reacción a su repaso visual. Notó que los
pezones se le erguían y se dio la vuelta para irse precipitadamente al salón.
Apenas podía pensar con claridad. Damon había tenido
siempre ese efecto en ella, pero se sentía humillada. ¿Cómo podía discutir con
él? Nunca había podido negarle nada ni había querido. Había estado esclavizada.
Aunque era virgen cuando lo conoció, él había conseguido sacarle a la luz una
lascivia que ella desconocía. Él era el único hombre del mundo al que nunca
debería haber conocido porque sabía que con él estaba indefensa.
Damon no estaba dispuesto a seguir comprobando el
efecto que le producía aquella camiseta que se ceñía a su generoso pecho.
Resopló ligeramente con aire de fastidio al darse cuenta de que estaba
preguntándose cómo reaccionaría ella si la agarraba sin pensarlo, como hizo una
vez. Se quedó a un par de metros de la tentación. Se recordó que ella no era
hermosa. Tenía una nariz un poco grande, una boca bastante ancha y era
demasiado baja para ser elegante. Sin embargo, en conjunto, si añadía las pecas
y los hoyuelos que adornaban su sonrisa esplendorosa, le parecía tan hermosa,
que él había querido ponerle un velo como a una mujer árabe y encerrarla en una
torre de Duvernay para poder verla y disfrutarla sólo él. Se sintió
desconcertado al recordar el sentido de posesión primitivo que ella le había
inspirado.
-Me gustaría comprarte la casa y el terreno que te ha
dejado mi tía abuela -dijo Damon fríamente.
Elena palideció. Miró fijamente a los tablones del
suelo e hizo un esfuerzo para no dejarse dominar por una sensación absurda de
ofensa y rechazo. ¿Por qué si no iba a haber ido a verla después de tanto
tiempo? Él ni siquiera podía soportar que ella fuera la propietaria de una
parte minúscula de las tierras de los Salvatore. Elena pensó con amargura que
lo sentía por él.
-No tengo interés en venderla -replicó Elena con firmeza-.
Evidentemente, tu tía abuela quería que me quedara la casa de campo...
-Mais pourquoi... pero, ¿por qué? -le preguntó Damon-.
No lo entiendo.
Elena no pensaba decirle que ella creía que su tía
abuela había sentido lástima de ella porque él le había destrozado el corazón.
O que, en su opinión, la anciana se había identificado tanto con ella porque
había pasado por alguna experiencia parecida.
-Creo que habrá sido un capricho... era una persona
encantadora -improvisó con cierta tensión porque le habría encantado haber
tenido la ocasión de volver a ver a la anciana.
-En Francia -Damon volvió a utilizar un tono
profundo-, no se acostumbra a dejar nada, ni siquiera una parte mínima de
terreno, a alguien que no sea de la familia. Estoy dispuesto a pagarte un
precio muy superior al de mercado para recuperar esa casa de campo.
Elena se sentía dominada por una ira cargada de
resentimiento, pero intentó conservar la calma. Desgraciadamente, eso empezaba
a ser muy complicado desde que había descubierto el verdadero motivo de la
visita de Damon. Hacía tres años, Damon se había negado a concederle la
posibilidad de hablar un rato a solas con él, a pesar de sus súplicas
humillantes, y ella creía que nunca se lo perdonaría. Sin embargo, en ese
momento, el mismo hombre inmensamente rico estaba dispuesto a ir a visitarla
por una casa de campo que su tía abuela sólo utilizaba para comidas campestres.
A Elena le pareció que era espantosamente cruel e insensible.
En cualquier caso, ella podía ser una intrusa, pero su
hijo sí tenía derecho a aquella casa. El nacimiento ilegítimo de Thomas le había
dejado al margen del círculo de aquella familia, pero tenía sangre Salvatore. Además,
Bennett Rousell no le había dejado la casa de campo con la idea de que se la
vendiera a Damon sin haberla visto. Le parecía que vender su herencia
inmediatamente era un desprecio y un desagradecimiento a la memoria de Bennett.
-No la venderé -Elena levantó la cabeza y se encontró
con la penetrante mirada de Damon.
Inmediatamente, sintió que el vientre le abrasaba y
que cada centímetro de su cuerpo captaba físicamente la virilidad que para ella
era un tormento insoportable.
-Primero, mira el cheque -le propuso él arrastrando
las palabras con su acento ligeramente francés que resaltaba los ángulos de sus
pómulos.
Elena parpadeó por la sorpresa y se dio cuenta de que
había dejado un cheque sobre la mesa que había delante de la ventana. Ella
tenía la mente en blanco.
-Toma el cheque y te invitaré a comer.
Damon la anhelaba y se preguntaba si conseguiría salir
de aquella casa sin dejarse arrastrar por la tensión sexual que flotaba en el
ambiente.
¿Cuántas veces había oído lo mismo? Cuando estuvo con
él, ¿a cuántas comidas y cenas la había invitado sin ir a ninguna? No habían
podido resistirse lo suficiente como para llegar al restaurante. Una vez
acabaron en un aparcamiento. Otra vez dieron media vuelta en la carretera entre
risas y maldiciones por el deseo que él sentía. Mientras estuvieron juntos,
ella había perdido más de seis kilos y se había sentido afortunada de poder
saquear la nevera de la villa mientras él estaba dormido.
-Intentaré invitarte a comer... -Damon corrigió la
frase.
Los ojos le brillaban debajo de las tupidas pestañas
que había entrecerrado sensualmente y esbozaba una sonrisa que restaba seriedad
a su boca perfecta; él también estaba acordándose de aquellos momentos.
Esa sonrisa hizo que Elena recordara su dolor y no
pudo seguir mirándolo. Una vez libre de su mirada hipnotizadora, se cruzó de
brazos con una repentina sensación de frialdad y temor.
-No, gracias... Por favor, toma tu cheque y márchate
-le dijo entrecortadamente.
-No querrás decir que... no quieres eso... -ronroneó Damon
con una confianza inmensa y abandonando toda cautela ante su propio deseo.
No, pero ella sabía que nunca se lo perdonaría si no
era capaz de resistirse. Él le había enseñado lo destructivo que era un deseo
que iba más allá del sentido común o la dignidad. También ayudaba que fuera el
mismo arrogante de siempre. Se había presentado en su vida después de años de
ausencia y daba por sentado que ella lo anhelaría tanto como entonces. Y así
era. El se lo notaba, se reconoció Elena con el alma en los pies. ¿Acaso no había
sido siempre como un libro abierto para él?
-¿La casa de campo de Bennett está cerca de tu casa en
Duvernay? -le preguntó Elena bruscamente y llena de temor por su propia
debilidad.
Damon frunció el ceño.
-No…está a varios kilómetros por carretera.
-¿Vas allí a menudo?
Damon gruñó con impaciencia.
-No. Quiero que la vendas. Si quieres tener una casa
en Francia, me encargaré de que un agente inmobiliario te busque algún sitio
más adecuado.
-¡No tienes derecho a exigirme que la venda! -Elena
estalló en contradicción con los sentimientos descarnados que su presencia le
producía-. Además, ¿quién eres tú para decidir qué es lo adecuado para mí?
-No me puedo imaginar por qué ibas a querer vivir en lo más remoto de la campiña
bretona. Hasta dudo que sea habitable. Lleva más de medio siglo siendo sólo una
casita de verano demasiado ensalzada -Damon, con signos evidentes de
impaciencia, se pasó los dedos por el pelo negro y voluptuoso-. ¿Cómo es
posible que no lo entiendas? ¡Sólo los Salvatore pertenecen a Duvernay!
Elena miró hacia otro lado y se preguntó por qué
estaba consintiendo que la hiciera sentirse como si fuera menos que él.
-En cualquier caso -añadió Damon con cierto tono
despectivo que seguramente era fruto de su camiseta descolorida y los vaqueros
desgastados me parece que el dinero te vendría mucho mejor.
-¿Por qué lo sabes? ¡No sabes nada de mí! -Elena se
volvió llena de furia.
Damon la miró pensativamente. Por primera vez, ella no
había dudado en hacer exactamente lo que él quería.
-Al contrario, sé muchas cosas de ti que preferiría no
saber -le contradijo él con cierta aspereza-. Que eres una mentirosa
compulsiva...
-No lo soy. Sólo dije alguna mentirijilla. ¡Nunca me
preguntaste la edad!
Elena tenía las mejillas congestionadas.
Damon la miró con un desprecio evidente.
-Que no puedes responsabilizarte de tus actos...
-¡Cállate!
-Y sigues perdiendo la cabeza cuando se te dicen tus
defectos...
-¿Crees que eres tan perfecto? -le siseó Elena presa
de la ira.
-No, yo no fui perfecto, ma belle -le concedió Damon
con un susurro aterciopelado y los ojos clavados en los de ella-. Pero yo
nunca, ni cuando estaba más desenfrenado, tuve dos amantes a la vez. Fue
repugnante que te acostaras con el tipejo de la Harley Davidson mientras yo
estaba en París... y fue una ofensa que yo no podía pasar por alto.
El silencio estaba cargado de hostilidad.
Elena miraba su rostro delgado y varonil con los ojos
como platos por la incredulidad.
-Repite eso... yo... yo no hice lo que has dicho, ¡yo
no hice nada con un tipejo con una Harley!
-¡Eso sí que es bueno! La mentirosa compulsiva ataca
de nuevo -se burló Damon con una mueca.
Damon, abrumado por el humillante recuerdo, pasó junto
a ella y salió al vestíbulo.
Elena se quedó parada en la puerta del salón sin dar
crédito a lo que había oído.
-¿Realmente pensaste que te había sido infiel? ¿Cómo
pudiste pensarlo?
-Si conmigo fuiste fácil, ¿por qué no ibas a serlo con
otro? -Damon la miró con una insolencia mezclada con desprecio y animosidad-.
Además, seamos sinceros, cinco días sin una relación sexual era demasiado
tiempo para ti.
-No te perdonaré que me hayas hablado así...
-No quiero tu perdón.
En realidad, Damon creía que el perdón, incluso en su
aspecto más mínimo, era muy peligroso para sus intereses.
Elena Gilbert sólo era un problema. No tenía
principios. Que eso lo atrajera era algo que él no debía fomentar. Ella
aceptaría el cheque, naturalmente. No obstante, si había que seguir negociando,
dejaría el asunto en manos de su abogado en Londres. Al fin y al cabo, él iba a
casarse con Caroline, que era una mujer hermosa, honrada y digna de confianza.
Sería una mujer excelente. Acabaría siendo padre y un nieto levantaría el ánimo
de su madre. ¿Acaso no se había comprometido sobre todo por eso? Su alianza con
Caroline no estaría dominada por el sexo desenfrenado, las discusiones y los
furibundos ataques de sentimentalismo. Eso era una bendición, se dijo Damon.
Elena se quedó con la mirada perdida durante mucho
tiempo después de que se fuera Damon. ¿El tipejo de la Harley Davidson...? ¿Se
referiría a Peter, el estudiante inglés? Pete y dos amigos suyos estaban
pasando el verano cerca. Pippa y Hilary se habían hecho amigas de ellos y Elena
había salido con Pete en su moto cuando Damon estaba en París, pero eso había
sido todo. ¿Por qué la había acusado de acostarse con él? ¿Cómo pudo creer que
ella iba a comportarse así? ¿Cómo pudo creer eso cuando estaba tan
evidentemente loca por él?
Elena volvió a retroceder en el tiempo y a revivir
otra vez aquel verano. Después de la primera vez que había visto a Damon, había
vivido en un sueño en el que sólo estaban ellos dos. Su madrastra había dejado
de ser tan desagradable cuando ella decidió quedarse en la granja mientras los
demás salían por la noche. Había disfrutado de la intimidad y de la
tranquilidad de bañarse desnuda en la piscina de azulejos azules. Todavía
recordaba el frescor del agua sobre su piel recalentada. Un día, al principio
de la segunda semana, se fue la electricidad mientras estaba bañándose. Oyó que
un coche aparcaba en la puerta de la casa y se arropó con una toalla para
intentar encontrar su habitación en la laberíntica casa. Dio por supuesto que
todos habían vuelto antes y fue a la puerta, pero se encontró a Damon con una
linterna.
-He visto que se ha ido la luz y he supuesto que
estarías aquí sola. Cena conmigo, chérie -le susurró ella.
-Pero... hay un apagón.
-Tenemos un generador.
Ella se quedó parada, chasqueando los dientes por los
nervios y con el pelo empapado.
-Estoy mojada...
-¿Quieres que te seque?
-Tengo que vestirme.
-Por mí, no te preocupes -la mirada burlona, medio
velada por las exuberantes pestañas negras, se clavó en su rostro ardiente-.
¿Seguro que no tienes demasiado calor con esa toalla?
-Ni siquiera sabes cómo me llamo.
-En este momento no me importa.
-Elena -dijo ella balbuciente y abrumada por la
intensidad de su mirada.
-No te pega un diminutivo, aunque eres más baja de lo
que pensaba -le confesó Damon mientras la iluminaba con la linterna-. Tu piel
es fantástica. No te maquilles; lo detesto.
Para Elena su aparición había sido como si se hubiera
hecho realidad un sueño y estaba aterrada de que pudiera desaparecer mientras
se vestía. Le había dejado la linterna y le había dicho que la esperaría en el
coche.
-No sé cómo te llamas -le dijo ella cuando se montó en
el coche.
Naturellement... claro que lo sabes -le contradijo él
con una confianza desconcertante.
-De acuerdo... se lo pregunté a uno del pueblo
-balbució Elena.
-No malgastes tus mejores triquiñuelas conmigo, me las
conozco todas y la sinceridad es más estimulante.
-No te conozco... no debería montarme en un coche
contigo -exclamó Elena, que súbitamente se sintió perdida junto a él.
-En cambio, yo tengo la sensación de conocerte muy
bien, ma belle. Desde hace cuatro noches, he visto cómo te desnudabas y te
bañabas en la piscina.
Elena se quedó atónita al comprobar que sus baños no
habían sido tan íntimos como ella pensaba.
-¿Cómo dices...?
-No seas remilgada. Aprecio la decisión y la
iniciativa en una mujer. También admiro a la mujer que sabe lo que quiere y lo
persigue -Damon resopló con intimidad-. La estratagema ha sido muy efectiva...
aquí me tienes.
Su pasmo y su bochorno se debatían con la satisfacción
por su aparente respeto de lo que había interpretado como un intento de llamar
su atención. La tentación de pasar por una mujer con iniciativa triunfó sobre
el sentido común. No le exigió airadamente que le explicara cómo había podido
verla en una piscina que estaba rodeada por un muro ni le había preguntado cómo
había caído tan bajo como para espiarla. Tampoco le contradijo la suposición
cargada de arrogancia de que ella había hecho todo lo posible por conquistarlo
y, al final, ocultarse detrás de esa imagen falsa de sí misma fue su primer
error con Damon.
No había un gran misterio en el motivo por el que se
acostó con Damon la primera vez que salieron. Estaba tan impresionada de cenar
a solas con él en aquella villa increíble, que apenas probó bocado, pero sí
bebió tres vasos de vino. Tampoco tenía muchas posibilidades de resistirse a
alguien con su experiencia en la seducción. En realidad, fue un caso perdido en
cuanto la besó por primera vez porque nadie podía besar como Damon.
-Estoy loco por ti... -Damon la tomó en vilo y dio una
vuelta.
Lo hizo de una forma natural, como si ella no fuera
esa gordita a la que despreciaba su madrastra diciendo que estaba al borde de
la obesidad. Lo habría adorado sólo por eso, por elevarla en el aire sin
resoplar por el esfuerzo.
-Me hechizas -le juró Damon.
Ella se sintió tan halagada, que intentó ocultarle el
dolor que había sentido la primera vez que hicieron el amor y ella perdió la
virginidad sin que él lo notara. Cuando él sospechó que para ella las cosas no
habían ido tan bien como él, había esperado, ella fingió que se iba a dormir
por la vergüenza.
Para ella nunca se había tratado de una cuestión
meramente sexual porque la primera vez que se fue a dormir en sus brazos„ ella
esperó con toda su alma que él no quisiera hacer lo que ya habían hecho tantas
veces. En mitad de la noche, ella se sentó en el borde de la cama y encendió la
luz.
-¿Adónde vas? -le preguntó él.
-Mmm…me vuelvo -farfulló Elena que estaba espantada
ante la idea de que Pippa pudiera haber dicho que no estaba en la habitación
que compartían.
-¡No quiero que te vayas, pero... Ciel! -exclamó Damon-.
¿En qué estaba pensando? Es una locura que te quedes. ¿Tu familia es muy
liberal?
Su padre lo habría matado de un tiro sin pestañear,
pero reconocerlo no habría quedado nada bien. Él se quedó desconcertado cuando
ella se negó a que la llevara en coche y ella se quedó más espantada todavía
cuando él se empeñó en acompañarla andando.
-¿Podemos quedar mañana para desayunar? -le preguntó
él.
-Intentaré escaparme en la comida... -¿Intentarás? ¿No
te ha gustado?
Damon esbozó una sonrisa de desolación que resultaba
irresistible. A ella le dolía físicamente alejarse de él.
Cuando entró por la ventana de la habitación, Pippa
estaba completamente despierta.
-¿Te has vuelto loca? -le siseó su amiga con un tono
lleno de furia-. ¿Creías que no iba a darme cuenta de que te has pasado toda la
noche con ese tipo del coche deportivo?
-¿Cómo te has dado cuenta?
-Sólo he tenido que fijarme en cómo lo espiabas desde
una ventana del piso de arriba. Estaba preocupadísima y no sabía si decírselo a
mis padres -le reprochó Pippa llena de furia-. ¿Qué te está pasando? ¡No
vuelvas a ponerme en una situación así!
¿Qué le había pasado aquel verano?, se preguntó Elena
con cierta vergüenza. Afortunadamente, no volvió a ser tan temeraria. Pippa,
molesta por su comportamiento con Damon, se fue al cuarto de Jen. Su necesidad
de él había sido devoradora, su amor absoluto y nada ni nadie le importaba.
Sólo quería vivir y respirar por él. Dormía durante el día y, como un vampiro,
sólo cobraba vida cuando se ponía el sol.
Elena, con los ojos rebosantes de lágrimas, miró el
cheque que había dejado Damon y lo hizo mil pedazos. Ni siquiera había llegado
a ver cuánto estaba dispuesto a pagar por la casa de Francia. Él no quería que
fuera a Francia, pero ella ya lo había organizado todo. ¿Cómo había podido dar
por sentado que podría comprarla y obligarla a hacer cosas que no quería hacer?
¿Cómo se atrevía a llamarla mujer fácil en su cara? El la había traicionado,
pero, claro, él no le había hecho ninguna promesa de fidelidad. Como tampoco le
había hablado de la impresionante novia rubia que tenía en París.
Iría a la casa de campo de Bennett y se quedaría todo
el tiempo que quisiera. Sería un gesto de respeto hacia una mujer encantadora
que, desgraciadamente, no había llegado a conocer bien. Quizá, al final del
verano considerara si algún sitio de los alrededores de Duvernay era el mejor
para empezar una vida nueva con su hijo, pero en cuanto a Damon Salvatore,
sería mejor que se apartara de su camino desde ese momento.
dios¡ me encanta gracias¡ ^^
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