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25 enero 2013

¿El francés tiene un hijo? Capitulo 2


Capítulo 2
¡YO no apuesto sobre seguro y no te he invitado a entrar! -el rostro de Elena estaba enrojecido de ira por la insolencia de Damon, Nadie, absolutamente nadie, podía ser insolente tan bien como Damon Salvatore. Con la arrogante cabeza muy alta, podía arquear sarcásticamente una ceja y conseguir que la gente se sintiera diminuta. Era un talento que le venía de ser el último de una dinastía con varios cientos de años de antigüedad en la que cada uno de sus miembros se consideraba alguien excepcional. Damon, seguro de sí mismo hasta un grado intimidador, sabía que era más inteligente que la mayoría y no se podía decir que saberlo le hiciera más humilde.
-Pero tú no sabías negarme nada, ma belle... -le replicó Damon sibilina y delicadamente.
Elena vaciló y cerró los puños mientras él seguía mirándola como si sólo fuera carne humana cubierta con el cartel de su precio. Su impertinente mirada se detuvo sobre los firmes pechos que tapaban una camiseta roja y desteñida y Elena se sintió más tensa todavía. Su cuerpo estaba cediendo bajo el sujetador como reacción a su repaso visual. Notó que los pezones se le erguían y se dio la vuelta para irse precipitadamente al salón.
Apenas podía pensar con claridad. Damon había tenido siempre ese efecto en ella, pero se sentía humillada. ¿Cómo podía discutir con él? Nunca había podido negarle nada ni había querido. Había estado esclavizada. Aunque era virgen cuando lo conoció, él había conseguido sacarle a la luz una lascivia que ella desconocía. Él era el único hombre del mundo al que nunca debería haber conocido porque sabía que con él estaba indefensa.
Damon no estaba dispuesto a seguir comprobando el efecto que le producía aquella camiseta que se ceñía a su generoso pecho. Resopló ligeramente con aire de fastidio al darse cuenta de que estaba preguntándose cómo reaccionaría ella si la agarraba sin pensarlo, como hizo una vez. Se quedó a un par de metros de la tentación. Se recordó que ella no era hermosa. Tenía una nariz un poco grande, una boca bastante ancha y era demasiado baja para ser elegante. Sin embargo, en conjunto, si añadía las pecas y los hoyuelos que adornaban su sonrisa esplendorosa, le parecía tan hermosa, que él había querido ponerle un velo como a una mujer árabe y encerrarla en una torre de Duvernay para poder verla y disfrutarla sólo él. Se sintió desconcertado al recordar el sentido de posesión primitivo que ella le había inspirado.
-Me gustaría comprarte la casa y el terreno que te ha dejado mi tía abuela -dijo Damon fríamente.
Elena palideció. Miró fijamente a los tablones del suelo e hizo un esfuerzo para no dejarse dominar por una sensación absurda de ofensa y rechazo. ¿Por qué si no iba a haber ido a verla después de tanto tiempo? Él ni siquiera podía soportar que ella fuera la propietaria de una parte minúscula de las tierras de los Salvatore. Elena pensó con amargura que lo sentía por él.
-No tengo interés en venderla -replicó Elena con firmeza-. Evidentemente, tu tía abuela quería que me quedara la casa de campo...
-Mais pourquoi... pero, ¿por qué? -le preguntó Damon-. No lo entiendo.
Elena no pensaba decirle que ella creía que su tía abuela había sentido lástima de ella porque él le había destrozado el corazón. O que, en su opinión, la anciana se había identificado tanto con ella porque había pasado por alguna experiencia parecida.
-Creo que habrá sido un capricho... era una persona encantadora -improvisó con cierta tensión porque le habría encantado haber tenido la ocasión de volver a ver a la anciana.
-En Francia -Damon volvió a utilizar un tono profundo-, no se acostumbra a dejar nada, ni siquiera una parte mínima de terreno, a alguien que no sea de la familia. Estoy dispuesto a pagarte un precio muy superior al de mercado para recuperar esa casa de campo.
Elena se sentía dominada por una ira cargada de resentimiento, pero intentó conservar la calma. Desgraciadamente, eso empezaba a ser muy complicado desde que había descubierto el verdadero motivo de la visita de Damon. Hacía tres años, Damon se había negado a concederle la posibilidad de hablar un rato a solas con él, a pesar de sus súplicas humillantes, y ella creía que nunca se lo perdonaría. Sin embargo, en ese momento, el mismo hombre inmensamente rico estaba dispuesto a ir a visitarla por una casa de campo que su tía abuela sólo utilizaba para comidas campestres. A Elena le pareció que era espantosamente cruel e insensible.
En cualquier caso, ella podía ser una intrusa, pero su hijo sí tenía derecho a aquella casa. El nacimiento ilegítimo de Thomas le había dejado al margen del círculo de aquella familia, pero tenía sangre Salvatore. Además, Bennett Rousell no le había dejado la casa de campo con la idea de que se la vendiera a Damon sin haberla visto. Le parecía que vender su herencia inmediatamente era un desprecio y un desagradecimiento a la memoria de Bennett.
-No la venderé -Elena levantó la cabeza y se encontró con la penetrante mirada de Damon.
Inmediatamente, sintió que el vientre le abrasaba y que cada centímetro de su cuerpo captaba físicamente la virilidad que para ella era un tormento insoportable.
-Primero, mira el cheque -le propuso él arrastrando las palabras con su acento ligeramente francés que resaltaba los ángulos de sus pómulos.
Elena parpadeó por la sorpresa y se dio cuenta de que había dejado un cheque sobre la mesa que había delante de la ventana. Ella tenía la mente en blanco.
-Toma el cheque y te invitaré a comer.
Damon la anhelaba y se preguntaba si conseguiría salir de aquella casa sin dejarse arrastrar por la tensión sexual que flotaba en el ambiente.
¿Cuántas veces había oído lo mismo? Cuando estuvo con él, ¿a cuántas comidas y cenas la había invitado sin ir a ninguna? No habían podido resistirse lo suficiente como para llegar al restaurante. Una vez acabaron en un aparcamiento. Otra vez dieron media vuelta en la carretera entre risas y maldiciones por el deseo que él sentía. Mientras estuvieron juntos, ella había perdido más de seis kilos y se había sentido afortunada de poder saquear la nevera de la villa mientras él estaba dormido.
-Intentaré invitarte a comer... -Damon corrigió la frase.
Los ojos le brillaban debajo de las tupidas pestañas que había entrecerrado sensualmente y esbozaba una sonrisa que restaba seriedad a su boca perfecta; él también estaba acordándose de aquellos momentos.
Esa sonrisa hizo que Elena recordara su dolor y no pudo seguir mirándolo. Una vez libre de su mirada hipnotizadora, se cruzó de brazos con una repentina sensación de frialdad y temor.
-No, gracias... Por favor, toma tu cheque y márchate -le dijo entrecortadamente.
-No querrás decir que... no quieres eso... -ronroneó Damon con una confianza inmensa y abandonando toda cautela ante su propio deseo.
No, pero ella sabía que nunca se lo perdonaría si no era capaz de resistirse. Él le había enseñado lo destructivo que era un deseo que iba más allá del sentido común o la dignidad. También ayudaba que fuera el mismo arrogante de siempre. Se había presentado en su vida después de años de ausencia y daba por sentado que ella lo anhelaría tanto como entonces. Y así era. El se lo notaba, se reconoció Elena con el alma en los pies. ¿Acaso no había sido siempre como un libro abierto para él?
-¿La casa de campo de Bennett está cerca de tu casa en Duvernay? -le preguntó Elena bruscamente y llena de temor por su propia debilidad.
Damon frunció el ceño.
-No…está a varios kilómetros por carretera.
-¿Vas allí a menudo?
Damon gruñó con impaciencia.
-No. Quiero que la vendas. Si quieres tener una casa en Francia, me encargaré de que un agente inmobiliario te busque algún sitio más adecuado.
-¡No tienes derecho a exigirme que la venda! -Elena estalló en contradicción con los sentimientos descarnados que su presencia le producía-. Además, ¿quién eres tú para decidir qué es lo adecuado para mí?
-No me puedo imaginar por qué ibas  a querer vivir en lo más remoto de la campiña bretona. Hasta dudo que sea habitable. Lleva más de medio siglo siendo sólo una casita de verano demasiado ensalzada -Damon, con signos evidentes de impaciencia, se pasó los dedos por el pelo negro y voluptuoso-. ¿Cómo es posible que no lo entiendas? ¡Sólo los Salvatore pertenecen a Duvernay!
Elena miró hacia otro lado y se preguntó por qué estaba consintiendo que la hiciera sentirse como si fuera menos que él.
-En cualquier caso -añadió Damon con cierto tono despectivo que seguramente era fruto de su camiseta descolorida y los vaqueros desgastados me parece que el dinero te vendría mucho mejor.
-¿Por qué lo sabes? ¡No sabes nada de mí! -Elena se volvió llena de furia.
Damon la miró pensativamente. Por primera vez, ella no había dudado en hacer exactamente lo que él quería.
-Al contrario, sé muchas cosas de ti que preferiría no saber -le contradijo él con cierta aspereza-. Que eres una mentirosa compulsiva...
-No lo soy. Sólo dije alguna mentirijilla. ¡Nunca me preguntaste la edad!
Elena tenía las mejillas congestionadas.
Damon la miró con un desprecio evidente.
-Que no puedes responsabilizarte de tus actos...
-¡Cállate!
-Y sigues perdiendo la cabeza cuando se te dicen tus defectos...
-¿Crees que eres tan perfecto? -le siseó Elena presa de la ira.
-No, yo no fui perfecto, ma belle -le concedió Damon con un susurro aterciopelado y los ojos clavados en los de ella-. Pero yo nunca, ni cuando estaba más desenfrenado, tuve dos amantes a la vez. Fue repugnante que te acostaras con el tipejo de la Harley Davidson mientras yo estaba en París... y fue una ofensa que yo no podía pasar por alto.
El silencio estaba cargado de hostilidad.
Elena miraba su rostro delgado y varonil con los ojos como platos por la incredulidad.
-Repite eso... yo... yo no hice lo que has dicho, ¡yo no hice nada con un tipejo con una Harley!
-¡Eso sí que es bueno! La mentirosa compulsiva ataca de nuevo -se burló Damon con una mueca.
Damon, abrumado por el humillante recuerdo, pasó junto a ella y salió al vestíbulo.
Elena se quedó parada en la puerta del salón sin dar crédito a lo que había oído.
-¿Realmente pensaste que te había sido infiel? ¿Cómo pudiste pensarlo?
-Si conmigo fuiste fácil, ¿por qué no ibas a serlo con otro? -Damon la miró con una insolencia mezclada con desprecio y animosidad-. Además, seamos sinceros, cinco días sin una relación sexual era demasiado tiempo para ti.
-No te perdonaré que me hayas hablado así...
-No quiero tu perdón.
En realidad, Damon creía que el perdón, incluso en su aspecto más mínimo, era muy peligroso para sus intereses.
Elena Gilbert sólo era un problema. No tenía principios. Que eso lo atrajera era algo que él no debía fomentar. Ella aceptaría el cheque, naturalmente. No obstante, si había que seguir negociando, dejaría el asunto en manos de su abogado en Londres. Al fin y al cabo, él iba a casarse con Caroline, que era una mujer hermosa, honrada y digna de confianza. Sería una mujer excelente. Acabaría siendo padre y un nieto levantaría el ánimo de su madre. ¿Acaso no se había comprometido sobre todo por eso? Su alianza con Caroline no estaría dominada por el sexo desenfrenado, las discusiones y los furibundos ataques de sentimentalismo. Eso era una bendición, se dijo Damon.

Elena se quedó con la mirada perdida durante mucho tiempo después de que se fuera Damon. ¿El tipejo de la Harley Davidson...? ¿Se referiría a Peter, el estudiante inglés? Pete y dos amigos suyos estaban pasando el verano cerca. Pippa y Hilary se habían hecho amigas de ellos y Elena había salido con Pete en su moto cuando Damon estaba en París, pero eso había sido todo. ¿Por qué la había acusado de acostarse con él? ¿Cómo pudo creer que ella iba a comportarse así? ¿Cómo pudo creer eso cuando estaba tan evidentemente loca por él?
Elena volvió a retroceder en el tiempo y a revivir otra vez aquel verano. Después de la primera vez que había visto a Damon, había vivido en un sueño en el que sólo estaban ellos dos. Su madrastra había dejado de ser tan desagradable cuando ella decidió quedarse en la granja mientras los demás salían por la noche. Había disfrutado de la intimidad y de la tranquilidad de bañarse desnuda en la piscina de azulejos azules. Todavía recordaba el frescor del agua sobre su piel recalentada. Un día, al principio de la segunda semana, se fue la electricidad mientras estaba bañándose. Oyó que un coche aparcaba en la puerta de la casa y se arropó con una toalla para intentar encontrar su habitación en la laberíntica casa. Dio por supuesto que todos habían vuelto antes y fue a la puerta, pero se encontró a Damon con una linterna.
-He visto que se ha ido la luz y he supuesto que estarías aquí sola. Cena conmigo, chérie -le susurró ella.
-Pero... hay un apagón.
-Tenemos un generador.
Ella se quedó parada, chasqueando los dientes por los nervios y con el pelo empapado.
-Estoy mojada...
-¿Quieres que te seque?
-Tengo que vestirme.
-Por mí, no te preocupes -la mirada burlona, medio velada por las exuberantes pestañas negras, se clavó en su rostro ardiente-. ¿Seguro que no tienes demasiado calor con esa toalla?
-Ni siquiera sabes cómo me llamo.
-En este momento no me importa.
-Elena -dijo ella balbuciente y abrumada por la intensidad de su mirada.
-No te pega un diminutivo, aunque eres más baja de lo que pensaba -le confesó Damon mientras la iluminaba con la linterna-. Tu piel es fantástica. No te maquilles; lo detesto.
Para Elena su aparición había sido como si se hubiera hecho realidad un sueño y estaba aterrada de que pudiera desaparecer mientras se vestía. Le había dejado la linterna y le había dicho que la esperaría en el coche.
-No sé cómo te llamas -le dijo ella cuando se montó en el coche.
Naturellement... claro que lo sabes -le contradijo él con una confianza desconcertante.
-De acuerdo... se lo pregunté a uno del pueblo -balbució Elena.
-No malgastes tus mejores triquiñuelas conmigo, me las conozco todas y la sinceridad es más estimulante.
-No te conozco... no debería montarme en un coche contigo -exclamó Elena, que súbitamente se sintió perdida junto a él.
-En cambio, yo tengo la sensación de conocerte muy bien, ma belle. Desde hace cuatro noches, he visto cómo te desnudabas y te bañabas en la piscina.
Elena se quedó atónita al comprobar que sus baños no habían sido tan íntimos como ella pensaba.
-¿Cómo dices...?
-No seas remilgada. Aprecio la decisión y la iniciativa en una mujer. También admiro a la mujer que sabe lo que quiere y lo persigue -Damon resopló con intimidad-. La estratagema ha sido muy efectiva... aquí me tienes.
Su pasmo y su bochorno se debatían con la satisfacción por su aparente respeto de lo que había interpretado como un intento de llamar su atención. La tentación de pasar por una mujer con iniciativa triunfó sobre el sentido común. No le exigió airadamente que le explicara cómo había podido verla en una piscina que estaba rodeada por un muro ni le había preguntado cómo había caído tan bajo como para espiarla. Tampoco le contradijo la suposición cargada de arrogancia de que ella había hecho todo lo posible por conquistarlo y, al final, ocultarse detrás de esa imagen falsa de sí misma fue su primer error con Damon.
No había un gran misterio en el motivo por el que se acostó con Damon la primera vez que salieron. Estaba tan impresionada de cenar a solas con él en aquella villa increíble, que apenas probó bocado, pero sí bebió tres vasos de vino. Tampoco tenía muchas posibilidades de resistirse a alguien con su experiencia en la seducción. En realidad, fue un caso perdido en cuanto la besó por primera vez porque nadie podía besar como Damon.
-Estoy loco por ti... -Damon la tomó en vilo y dio una vuelta.
Lo hizo de una forma natural, como si ella no fuera esa gordita a la que despreciaba su madrastra diciendo que estaba al borde de la obesidad. Lo habría adorado sólo por eso, por elevarla en el aire sin resoplar por el esfuerzo.
-Me hechizas -le juró Damon.
Ella se sintió tan halagada, que intentó ocultarle el dolor que había sentido la primera vez que hicieron el amor y ella perdió la virginidad sin que él lo notara. Cuando él sospechó que para ella las cosas no habían ido tan bien como él, había esperado, ella fingió que se iba a dormir por la vergüenza.
Para ella nunca se había tratado de una cuestión meramente sexual porque la primera vez que se fue a dormir en sus brazos„ ella esperó con toda su alma que él no quisiera hacer lo que ya habían hecho tantas veces. En mitad de la noche, ella se sentó en el borde de la cama y encendió la luz.
-¿Adónde vas? -le preguntó él.
-Mmm…me vuelvo -farfulló Elena que estaba espantada ante la idea de que Pippa pudiera haber dicho que no estaba en la habitación que compartían.
-¡No quiero que te vayas, pero... Ciel! -exclamó Damon-. ¿En qué estaba pensando? Es una locura que te quedes. ¿Tu familia es muy liberal?
Su padre lo habría matado de un tiro sin pestañear, pero reconocerlo no habría quedado nada bien. Él se quedó desconcertado cuando ella se negó a que la llevara en coche y ella se quedó más espantada todavía cuando él se empeñó en acompañarla andando.
-¿Podemos quedar mañana para desayunar? -le preguntó él.
-Intentaré escaparme en la comida... -¿Intentarás? ¿No te ha gustado?
Damon esbozó una sonrisa de desolación que resultaba irresistible. A ella le dolía físicamente alejarse de él.
Cuando entró por la ventana de la habitación, Pippa estaba completamente despierta.
-¿Te has vuelto loca? -le siseó su amiga con un tono lleno de furia-. ¿Creías que no iba a darme cuenta de que te has pasado toda la noche con ese tipo del coche deportivo?
-¿Cómo te has dado cuenta?
-Sólo he tenido que fijarme en cómo lo espiabas desde una ventana del piso de arriba. Estaba preocupadísima y no sabía si decírselo a mis padres -le reprochó Pippa llena de furia-. ¿Qué te está pasando? ¡No vuelvas a ponerme en una situación así!
¿Qué le había pasado aquel verano?, se preguntó Elena con cierta vergüenza. Afortunadamente, no volvió a ser tan temeraria. Pippa, molesta por su comportamiento con Damon, se fue al cuarto de Jen. Su necesidad de él había sido devoradora, su amor absoluto y nada ni nadie le importaba. Sólo quería vivir y respirar por él. Dormía durante el día y, como un vampiro, sólo cobraba vida cuando se ponía el sol.
Elena, con los ojos rebosantes de lágrimas, miró el cheque que había dejado Damon y lo hizo mil pedazos. Ni siquiera había llegado a ver cuánto estaba dispuesto a pagar por la casa de Francia. Él no quería que fuera a Francia, pero ella ya lo había organizado todo. ¿Cómo había podido dar por sentado que podría comprarla y obligarla a hacer cosas que no quería hacer? ¿Cómo se atrevía a llamarla mujer fácil en su cara? El la había traicionado, pero, claro, él no le había hecho ninguna promesa de fidelidad. Como tampoco le había hablado de la impresionante novia rubia que tenía en París.
Iría a la casa de campo de Bennett y se quedaría todo el tiempo que quisiera. Sería un gesto de respeto hacia una mujer encantadora que, desgraciadamente, no había llegado a conocer bien. Quizá, al final del verano considerara si algún sitio de los alrededores de Duvernay era el mejor para empezar una vida nueva con su hijo, pero en cuanto a Damon Salvatore, sería mejor que se apartara de su camino desde ese momento.

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