Capítulo
17
Horas
más tarde, Elena se despertó saciada y con una maravillosa sensación de
euforia. A pesar de no haberse dormido hasta primera hora de la mañana, se sentía
llena de energía y de entusiasmo.
¿Cómo
no iba a sentir energía después de una noche haciendo el amor apasionadamente?
Las fantasías palidecían en comparación con la realidad de estar con Damon, que
había cumplido su promesa una y otra vez durante la noche.
Aunque
a ella le había complacido tanto como a él. ¡Y qué bien lo había hecho Damon!
Con la boca, con la lengua, con los dedos, con su miembro erecto; le había
proporcionado un éxtasis tras otro.
Estaba
esperando volver a sentirlo esa noche.
Suspiró
al pensar en ello, antes de que el sol que entraba por la ventana le diera en
la cara y la sacara de sus pensamientos. Se incorporó sobre la cama y miró el
reloj de la chimenea. Calculaba que Damon había abandonado su cama una hora antes
del alba. El servicio ya habría terminado de desayunar probablemente, así que
debía de haberle pedido a la señora Winston que no la despertara.
De
pronto se sintió avergonzada. Con una servidumbre tan escasa, sabía que los
secretos de la otra noche no durarían mucho. Si la señora Winston, y los otros
sirvientes, no estaban ya al corriente de los acontecimientos, la doncella que
lavara aquellas sábanas revueltas pronto haría correr la voz.
Suspiró
y negó con la cabeza. Si el servicio se enteraba de su relación, que así fuera.
Ya no era una virgen buscando marido, sino una sirvienta sin reputación que
proteger, una mujer madura que sabía lo que deseaba y no temía pedirlo.
Amaba
a Damon Salvatore. Era absurdo e inútil preocuparse ahora por lo que pensaría el
servicio.
Pero
entonces se abrió paso en su cabeza el temor de que la noche anterior hubiera
podido dañar su amistad. Ya no podía evitarlo. Era demasiado tarde para
preocuparse por las consecuencias de su descaro.
Además,
si no salía de la cama y bajaba rápidamente, no podría verlo antes de que se
marchara a trabajar.
Unos
quince minutos después, con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo, corrió a
la sala del desayuno y se detuvo en seco al verlo sentado a la mesa. Se sonrojó
aún más cuando Elijah la saludó con un extraño movimiento de cabeza, seguido de
un guiño que demostró que el secreto ya no era tal.
Elena
contuvo un suspiro. Al menos, si sabían que había sido ella la provocadora,
parecía que los miembros del servicio aprobaban su elección.
Pero
su agitación desapareció cuando miró a la cara del hombre que se había
levantado cuando ella entró. En su rostro vio la misma felicidad que sabía que
iluminaba el suyo.
Debieron
de saludarse, pero su mente atolondrada no oyó ninguna de las palabras. Sólo fue
consciente de cómo Damon la acompañaba a la mesa de la comida y se quedaba a su
lado, como si estuviera ansioso por estar junto a ella. La ayudó a elegir la
comida, que Elena no recordó haber comido, tras lo cual Elijah le sirvió café,
que no recordó haber saboreado. Por fin se quedaron solos.
Damon
le agarró la mano y le dio un beso en los dedos.
—Gracias
—dijo—, mi hermosa Elena.
—Debería
darte las gracias yo a ti, mi hermoso e incansable Damon —respondió ella.
La
ayudó a levantarse y la acompañó a la puerta.
—Debo
ir al pueblo esta mañana para encargarme del caso de Barksdale y luego
interrogar a los testigos. Quiero intentar acelerar el proceso haciendo que un
juez venga inmediatamente para realizar la vista. Los hombres de Blenhem y
Hazelwick respetan la ley, pero no quiero poner a prueba su paciencia
manteniendo al villano demasiado tiempo en el calabozo. Aunque espero que todo
el peligro haya pasado, ¿me harías el favor de quedarte en casa hoy?
—¿Me
harías un favor tú a mí?
—Si
puedo —respondió él.
—¡Entonces
bésame!
Obediente,
Damon agachó la cabeza. Elena le agarró la cabeza con ambas manos y prolongó lo
que había empezado como un beso casto, deslizando la lengua entre sus labios y
saboreando su dulzor. Tras unos segundos, Damon apretó las manos y le agarró
los hombros mientras sus lenguas bailaban y hacían subir la temperatura de sus
cuerpos.
—¡Perversa!
—exclamó Damon cuando ella se restregó contra su miembro erecto—. Si no paro
inmediatamente, estaré perdido, y he de ir a Hazelwick… aunque lo único que
deseo es llevarte a mi habitación y continuar con lo que dejamos a medias esta
mañana.
—¿Y
por qué no lo hacemos? —sugirió ella con una sonrisa perversa mientras
deslizaba un dedo por su pecho.
Con
un gemido de frustración, Damon le agarró el dedo antes de que pudiera llegar a
su destino.
—Acabarás
conmigo, pequeña diablesa —le dijo con una carcajada—. Y te advierto que te
castigaré severamente esta noche… muchas veces. Pero aunque no quiera, tengo
que irme a Hazelwick.
Elena
sabía que era injusto por su parte torturarlo… pero su corazón disfrutaba con
la frustración de su voz. Era evidente que, a pesar de las obligaciones, le
resultaba extremadamente difícil elegir el deber por encima del placer.
Pero
no sería su querido y honrado Damon si no eligiera primero el deber, sin
importar sus propios deseos.
—Además
—continuó él—, estoy intentando mantener la discreción. Cuando Elijah ha sonreído al verme entrar esta mañana, lo
primero que he pensado ha sido que debía de haberme puesto mal la corbata,
distraído como estaba pensando en cierta dama. Luego se ha reído abiertamente
al verme comprobarlo en el espejo. Temo que sospeche de nuestra relación.
—A
mí me ha guiñado un ojo —admitió ella.
—Eso
me concierne —dijo él—. No querría que el personal te dijera algo inapropiado
por mi… imprudencia de anoche.
—No
fue imprudente —contestó ella—. Fue maravilloso.
Al
ver su sonrisa, Elena sintió un vuelco en el corazón. Era evidente que ninguna
dama había halagado en voz alta sus habilidades como amante con la misma elocuencia
que ella.
Y
disfrutaba sabiendo que la misión había recaído en ella; y siempre sería así.
A
no ser que, tras varias semanas o meses de relación, la echara de allí. Una vez
más, desechó la idea; se negaba a permitir que nada pudiera estropearle el día.
—Debo
irme —repitió Damon—. Espero recabar las suficientes pruebas para condenar a
Barksdale, no sólo por secuestrarte, sino por planear o provocar el incendio y
por ser el líder del grupo radical que se reúne en la posada.
—Te
deseo suerte. Si mi testimonio puede ayudar en algo, estaré encantada de
ofrecerlo.
—Gracias.
Espero estar de vuelta a última hora de la tarde. Y, si todo sale según espero,
tendré algo importante que contarte. Y algo aún más importante que preguntarte.
¿Me esperarás?
¿Estaba
insinuando lo que ella creía? De pronto se sintió invadida por una felicidad
imposible de controlar.
—Esperaré
por siempre —dijo.
—Tanto
mi imaginación calenturienta como yo esperamos no tardar tanto —contestó él con
una carcajada. Luego miró hacia el pasillo para asegurarse de que nadie del
servicio pudiera verlos y le dio un beso en la mejilla—. Hasta entonces,
cariño.
Le
dirigió una enorme sonrisa y se marchó.
Elena
corrió hacia la sala de estar y le despidió desde la ventana antes de que él se
subiese al caballo. Y siguió observándolo mientras se alejaba, antes de
regresar al recibidor.
Donde
se detuvo en seco, pues estuvo a punto de colisionar con la señora Winston.
—Venía
a ver cómo estaba mi paciente —dijo el ama de llaves con una sonrisa—. Pero veo
que estáis mucho mejor. No importa lo mucho que pueda doleros la cabeza.
Aunque
Elena se sonrojó, estaba demasiado feliz como para importarle que la señora
Winston estuviera al corriente de su relación.
—¡De
hecho estoy muy bien, gracias!
Entonces,
sin poder evitarlo, le agarró las manos a la señora y comenzó a girar con ella
sin parar de reírse.
—¡Por
el amor de Dios, haréis que me maree! —exclamó la señora Winston soltándose de
inmediato—. Al igual que él os ha mareado a vos —añadió con una sonrisa—. Es un
joven muy amable, ¿verdad? Apuesto a que os ha regalado todas las estrellas del
firmamento a lo largo de la noche.
—¡No
podéis imaginároslo! —exclamó Elena.
—Aunque
hace años que perdí a mi hombre, aún puedo imaginármelo. Volved a la sala. Le
prometí al señor Salvatore que os prepararía un té de hierbas y examinaría cómo
van vuestras magulladuras… aunque sospecho que él os ha administrado la mejor
medicina que una mujer podría desear.
Elena
vio con una sonrisa cómo el ama de llaves desaparecía. Ella era la dama de Damon
y parecía que todo el mundo lo sabía. Aunque una parte de ella no podía dejar
de pensar en las posibles consecuencias de que todo el mundo lo supiera, no
pensaba arrepentirse de lo sucedido. Sería mejor pensar en lo que Damon iba a
decirle aquella tarde.
¿Querría
pedirle su mano en matrimonio?
Era
lo que más deseaba, pero no le presionaría. Aun así, Damon Salvatore era un
hombre honrado por los cuatro costados. Un hombre que ya había expresado su
preocupación sobre su reputación entre los empleados, un hombre que no
flirtearía con una mujer que sabía que se había ganado el respeto de la
comunidad.
Aunque
poco podía hacer ella por ayudarlo a ascender en su trabajo, tal vez fuese
posible que un joven ambicioso y de talento como él considerase ventajoso
casarse con la hija de un caballero. Aunque sus suegros, y seguramente su primo
lord Englemere, probablemente la mirarían con desprecio por asociarse con un
hombre muy por debajo de su estatus.
Se
encogió de hombros. Dado que sus suegros no habían hecho nada por permitirle a
la viuda de su hijo mantener su estatus, no iba a empezar a preocuparse ahora
por su opinión, ni por la de su primo. A pesar de su vínculo de sangre, ella
nunca había pertenecido al exclusivo círculo social que rodeaba a lord Englemere.
Una vez más se preguntó cuál sería exactamente el pasado social del hombre con
el que se imaginaba casándose. No le había contado nada de su pasado, lo que le
hacía sospechar que no era de familia adinerada.
Tal
vez mostrase tanta compasión por Davie porque él también era huérfano. Dado su
puesto al servicio de lord Englemere, quizá fuese el hijo ilegítimo de un lord,
que lo habría educado y enviado a trabajar para la clase social a la que estaba
conectado, pero a la que nunca podría pertenecer.
¿Qué
pensaría su padre de su decisión de unirse a un hombre así? ¿Aunque qué le
importaba lo que pensase su familia o la sociedad, siempre que ellos fueran
felices? Ella sabía que podría pasar el resto de su vida felizmente siendo la
esposa de Damon Salvatore.
Podía
imaginárselo a la perfección. Ella enseñando a los niños en la escuela. Él,
reconstruyendo la hilandería, ayudando a los granjeros a sembrar sus campos en
otoño, consiguiendo quizá la mejor cosecha que Blenhem hubiese visto en muchos
años.
Trabajando
también con Davie, que seguro aprendería rápido. Para el otoño siguiente tal
vez estuviese listo para obtener un tutor que lo preparase para la universidad,
si Damon convencía a lord Englemere para apadrinar al chico. Lo cual sin duda
sucedería. ¡Su maravilloso Damon podía conseguir cualquier cosa!
Disfrutaba
pensando en llegar a casa cada noche y reunirse con él, besarlo, amarlo.
Sólo
una nube enturbió aquella visión feliz. Aunque su condición le había permitido
seducir a Damon sin tener que preocuparse por las consecuencias, si se casaban
y los médicos de la India tenían razón, nunca podría darle un hijo.
Pero
no pensaría en eso todavía, al igual que no escucharía a las voces perversas de
su cabeza, que insinuaban que tal vez la información que quería compartir con
ella nada tuviera que ver con el matrimonio.
No
podía soportar la idea, pues aunque él echara por tierra sus esperanzas y le
ofreciera sólo ser su amante, Elena no estaba segura de tener la fuerza
necesaria para negarse.
Así que
sencillamente no consideraría esa opción. Sonrió satisfecha y se dirigió
bailando a la sala de estar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario