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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

24 junio 2013

En tus brazos Capitulo 17

Capítulo 17

Horas más tarde, Elena se despertó saciada y con una maravillosa sensación de euforia. A pesar de no haberse dormido hasta primera hora de la mañana, se sentía llena de energía y de entusiasmo.
¿Cómo no iba a sentir energía después de una noche haciendo el amor apasionadamente? Las fantasías palidecían en comparación con la realidad de estar con Damon, que había cumplido su promesa una y otra vez durante la noche.
Había logrado despertar el apetito sexual que había permanecido dormido en ella desde la muerte de su marido; y había disfrutado de cada momento. Quizá demasiado, pensó con cierta ansiedad. Esperaba no haberle sorprendido con su iniciativa descarada y sus exigencias directas.
Aunque a ella le había complacido tanto como a él. ¡Y qué bien lo había hecho Damon! Con la boca, con la lengua, con los dedos, con su miembro erecto; le había proporcionado un éxtasis tras otro.
Estaba esperando volver a sentirlo esa noche.
Suspiró al pensar en ello, antes de que el sol que entraba por la ventana le diera en la cara y la sacara de sus pensamientos. Se incorporó sobre la cama y miró el reloj de la chimenea. Calculaba que Damon había abandonado su cama una hora antes del alba. El servicio ya habría terminado de desayunar probablemente, así que debía de haberle pedido a la señora Winston que no la despertara.
De pronto se sintió avergonzada. Con una servidumbre tan escasa, sabía que los secretos de la otra noche no durarían mucho. Si la señora Winston, y los otros sirvientes, no estaban ya al corriente de los acontecimientos, la doncella que lavara aquellas sábanas revueltas pronto haría correr la voz.
Suspiró y negó con la cabeza. Si el servicio se enteraba de su relación, que así fuera. Ya no era una virgen buscando marido, sino una sirvienta sin reputación que proteger, una mujer madura que sabía lo que deseaba y no temía pedirlo.
Amaba a Damon Salvatore. Era absurdo e inútil preocuparse ahora por lo que pensaría el servicio.
Pero entonces se abrió paso en su cabeza el temor de que la noche anterior hubiera podido dañar su amistad. Ya no podía evitarlo. Era demasiado tarde para preocuparse por las consecuencias de su descaro.
Además, si no salía de la cama y bajaba rápidamente, no podría verlo antes de que se marchara a trabajar.


Unos quince minutos después, con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo, corrió a la sala del desayuno y se detuvo en seco al verlo sentado a la mesa. Se sonrojó aún más cuando Elijah la saludó con un extraño movimiento de cabeza, seguido de un guiño que demostró que el secreto ya no era tal.
Elena contuvo un suspiro. Al menos, si sabían que había sido ella la provocadora, parecía que los miembros del servicio aprobaban su elección.
Pero su agitación desapareció cuando miró a la cara del hombre que se había levantado cuando ella entró. En su rostro vio la misma felicidad que sabía que iluminaba el suyo.
Debieron de saludarse, pero su mente atolondrada no oyó ninguna de las palabras. Sólo fue consciente de cómo Damon la acompañaba a la mesa de la comida y se quedaba a su lado, como si estuviera ansioso por estar junto a ella. La ayudó a elegir la comida, que Elena no recordó haber comido, tras lo cual Elijah le sirvió café, que no recordó haber saboreado. Por fin se quedaron solos.
Damon le agarró la mano y le dio un beso en los dedos.
—Gracias —dijo—, mi hermosa Elena.
—Debería darte las gracias yo a ti, mi hermoso e incansable Damon —respondió ella.
La ayudó a levantarse y la acompañó a la puerta.
—Debo ir al pueblo esta mañana para encargarme del caso de Barksdale y luego interrogar a los testigos. Quiero intentar acelerar el proceso haciendo que un juez venga inmediatamente para realizar la vista. Los hombres de Blenhem y Hazelwick respetan la ley, pero no quiero poner a prueba su paciencia manteniendo al villano demasiado tiempo en el calabozo. Aunque espero que todo el peligro haya pasado, ¿me harías el favor de quedarte en casa hoy?
—¿Me harías un favor tú a mí?
—Si puedo —respondió él.
—¡Entonces bésame!
Obediente, Damon agachó la cabeza. Elena le agarró la cabeza con ambas manos y prolongó lo que había empezado como un beso casto, deslizando la lengua entre sus labios y saboreando su dulzor. Tras unos segundos, Damon apretó las manos y le agarró los hombros mientras sus lenguas bailaban y hacían subir la temperatura de sus cuerpos.
—¡Perversa! —exclamó Damon cuando ella se restregó contra su miembro erecto—. Si no paro inmediatamente, estaré perdido, y he de ir a Hazelwick… aunque lo único que deseo es llevarte a mi habitación y continuar con lo que dejamos a medias esta mañana.
—¿Y por qué no lo hacemos? —sugirió ella con una sonrisa perversa mientras deslizaba un dedo por su pecho.
Con un gemido de frustración, Damon le agarró el dedo antes de que pudiera llegar a su destino.
—Acabarás conmigo, pequeña diablesa —le dijo con una carcajada—. Y te advierto que te castigaré severamente esta noche… muchas veces. Pero aunque no quiera, tengo que irme a Hazelwick.
Elena sabía que era injusto por su parte torturarlo… pero su corazón disfrutaba con la frustración de su voz. Era evidente que, a pesar de las obligaciones, le resultaba extremadamente difícil elegir el deber por encima del placer.
Pero no sería su querido y honrado Damon si no eligiera primero el deber, sin importar sus propios deseos.
—Además —continuó él—, estoy intentando mantener la discreción. Cuando Elijah  ha sonreído al verme entrar esta mañana, lo primero que he pensado ha sido que debía de haberme puesto mal la corbata, distraído como estaba pensando en cierta dama. Luego se ha reído abiertamente al verme comprobarlo en el espejo. Temo que sospeche de nuestra relación.
—A mí me ha guiñado un ojo —admitió ella.
—Eso me concierne —dijo él—. No querría que el personal te dijera algo inapropiado por mi… imprudencia de anoche.
—No fue imprudente —contestó ella—. Fue maravilloso.
Al ver su sonrisa, Elena sintió un vuelco en el corazón. Era evidente que ninguna dama había halagado en voz alta sus habilidades como amante con la misma elocuencia que ella.
Y disfrutaba sabiendo que la misión había recaído en ella; y siempre sería así.
A no ser que, tras varias semanas o meses de relación, la echara de allí. Una vez más, desechó la idea; se negaba a permitir que nada pudiera estropearle el día.
—Debo irme —repitió Damon—. Espero recabar las suficientes pruebas para condenar a Barksdale, no sólo por secuestrarte, sino por planear o provocar el incendio y por ser el líder del grupo radical que se reúne en la posada.
—Te deseo suerte. Si mi testimonio puede ayudar en algo, estaré encantada de ofrecerlo.
—Gracias. Espero estar de vuelta a última hora de la tarde. Y, si todo sale según espero, tendré algo importante que contarte. Y algo aún más importante que preguntarte. ¿Me esperarás?
¿Estaba insinuando lo que ella creía? De pronto se sintió invadida por una felicidad imposible de controlar.
—Esperaré por siempre —dijo.
—Tanto mi imaginación calenturienta como yo esperamos no tardar tanto —contestó él con una carcajada. Luego miró hacia el pasillo para asegurarse de que nadie del servicio pudiera verlos y le dio un beso en la mejilla—. Hasta entonces, cariño.
Le dirigió una enorme sonrisa y se marchó.
Elena corrió hacia la sala de estar y le despidió desde la ventana antes de que él se subiese al caballo. Y siguió observándolo mientras se alejaba, antes de regresar al recibidor.
Donde se detuvo en seco, pues estuvo a punto de colisionar con la señora Winston.
—Venía a ver cómo estaba mi paciente —dijo el ama de llaves con una sonrisa—. Pero veo que estáis mucho mejor. No importa lo mucho que pueda doleros la cabeza.
Aunque Elena se sonrojó, estaba demasiado feliz como para importarle que la señora Winston estuviera al corriente de su relación.
—¡De hecho estoy muy bien, gracias!
Entonces, sin poder evitarlo, le agarró las manos a la señora y comenzó a girar con ella sin parar de reírse.
—¡Por el amor de Dios, haréis que me maree! —exclamó la señora Winston soltándose de inmediato—. Al igual que él os ha mareado a vos —añadió con una sonrisa—. Es un joven muy amable, ¿verdad? Apuesto a que os ha regalado todas las estrellas del firmamento a lo largo de la noche.
—¡No podéis imaginároslo! —exclamó Elena.
—Aunque hace años que perdí a mi hombre, aún puedo imaginármelo. Volved a la sala. Le prometí al señor Salvatore que os prepararía un té de hierbas y examinaría cómo van vuestras magulladuras… aunque sospecho que él os ha administrado la mejor medicina que una mujer podría desear.
Elena vio con una sonrisa cómo el ama de llaves desaparecía. Ella era la dama de Damon y parecía que todo el mundo lo sabía. Aunque una parte de ella no podía dejar de pensar en las posibles consecuencias de que todo el mundo lo supiera, no pensaba arrepentirse de lo sucedido. Sería mejor pensar en lo que Damon iba a decirle aquella tarde.
¿Querría pedirle su mano en matrimonio?
Era lo que más deseaba, pero no le presionaría. Aun así, Damon Salvatore era un hombre honrado por los cuatro costados. Un hombre que ya había expresado su preocupación sobre su reputación entre los empleados, un hombre que no flirtearía con una mujer que sabía que se había ganado el respeto de la comunidad.
Aunque poco podía hacer ella por ayudarlo a ascender en su trabajo, tal vez fuese posible que un joven ambicioso y de talento como él considerase ventajoso casarse con la hija de un caballero. Aunque sus suegros, y seguramente su primo lord Englemere, probablemente la mirarían con desprecio por asociarse con un hombre muy por debajo de su estatus.
Se encogió de hombros. Dado que sus suegros no habían hecho nada por permitirle a la viuda de su hijo mantener su estatus, no iba a empezar a preocuparse ahora por su opinión, ni por la de su primo. A pesar de su vínculo de sangre, ella nunca había pertenecido al exclusivo círculo social que rodeaba a lord Englemere. Una vez más se preguntó cuál sería exactamente el pasado social del hombre con el que se imaginaba casándose. No le había contado nada de su pasado, lo que le hacía sospechar que no era de familia adinerada.
Tal vez mostrase tanta compasión por Davie porque él también era huérfano. Dado su puesto al servicio de lord Englemere, quizá fuese el hijo ilegítimo de un lord, que lo habría educado y enviado a trabajar para la clase social a la que estaba conectado, pero a la que nunca podría pertenecer.
¿Qué pensaría su padre de su decisión de unirse a un hombre así? ¿Aunque qué le importaba lo que pensase su familia o la sociedad, siempre que ellos fueran felices? Ella sabía que podría pasar el resto de su vida felizmente siendo la esposa de Damon Salvatore.
Podía imaginárselo a la perfección. Ella enseñando a los niños en la escuela. Él, reconstruyendo la hilandería, ayudando a los granjeros a sembrar sus campos en otoño, consiguiendo quizá la mejor cosecha que Blenhem hubiese visto en muchos años.
Trabajando también con Davie, que seguro aprendería rápido. Para el otoño siguiente tal vez estuviese listo para obtener un tutor que lo preparase para la universidad, si Damon convencía a lord Englemere para apadrinar al chico. Lo cual sin duda sucedería. ¡Su maravilloso Damon podía conseguir cualquier cosa!
Disfrutaba pensando en llegar a casa cada noche y reunirse con él, besarlo, amarlo.
Sólo una nube enturbió aquella visión feliz. Aunque su condición le había permitido seducir a Damon sin tener que preocuparse por las consecuencias, si se casaban y los médicos de la India tenían razón, nunca podría darle un hijo.
Pero no pensaría en eso todavía, al igual que no escucharía a las voces perversas de su cabeza, que insinuaban que tal vez la información que quería compartir con ella nada tuviera que ver con el matrimonio.
No podía soportar la idea, pues aunque él echara por tierra sus esperanzas y le ofreciera sólo ser su amante, Elena no estaba segura de tener la fuerza necesaria para negarse.
Así que sencillamente no consideraría esa opción. Sonrió satisfecha y se dirigió bailando a la sala de estar.

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