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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

28 diciembre 2012

La Magia Existe Capitulo 08


CAPÍTULO 08


En Halloween, Damon insistió en que Stefan fuera el encargado de llevar a Emma a las actividades que tendrían lugar en Friday Harbor, entre las que se incluía una sesión cinematográfica en la biblioteca, la búsqueda de caramelos en las tiendas y una fiesta infantil en el parque.


—Asegúrate de pasarte por la juguetería para ver a Elena —añadió.

—¿Estás seguro? —le preguntó Stefan, no muy convencido.

—Sí. Todo el mundo quiere que os conozcáis, Elena incluida. Así que ve. Invítala a salir si te gusta.

—No sé —dijo Stefan—. Con la cara que has puesto...

—¿Qué cara?

—La que pones justo antes de darle una paliza a alguien.

—No voy a darle una paliza a nadie —replicó con calma—. No es mía. Estoy con Bonnie.

—¿Y por qué tengo la sensación de que invitar a salir a Elena sería como quitarte la novia?

—Ni de coña. Estoy con Bonnie.

Stefan se echó a reír por lo bajo y se rascó la cabeza.

—Tu nuevo mantra. Vale, le echaré un ojo.




Más tarde Stefan volvió a casa con Emma, que se lo había pasado en grande durante los festejos de Halloween y que había llenado una calabaza de plástico con caramelos. Con mucha ceremonia, extendieron los caramelos en la mesa, los admiraron y Emma escogió un par para comérselos en ese preciso momento.

—Vale, hora de bañarse —dijo Damon, que se agachó para que Emma se le subiera a la espalda—. Creo que eres el hada más sucia y pegajosa que he visto en la vida.

—Tú no crees en las hadas —replicó Emma con una risilla mientras la llevaba a cuestas a la planta superior.

—Claro que sí. Tengo una aquí mismo.

Después de llenar la bañera y dejarle un camisón limpio y una toalla sobre la tapa del inodoro, Damon volvió a bajar. Stefan había terminado de guardar los caramelos en una bolsa enorme y estaba recogiendo la cocina.

—¿Y bien? —preguntó Damon con voz gruñona—. ¿Os pasasteis por la tienda?

—Nos hemos pasado por una veintena de tiendas. El pueblo era un hervidero de gente.


—Me refiero a la juguetería —puntualizó Damon entre dientes.

—Ah, que me preguntabas por Elena. —Stefan sacó una cerveza del frigorífico—. Sí, y es un bombón. Y Emma está loca por ella. Se sentó en el mostrador y ayudó a Elena a dar caramelos a los niños. Creo que se habría quedado toda la noche si la dejo. —Se detuvo con la cerveza a medio camino—. Pero no voy a invitarla a salir.

Damon lo miró con expresión alerta.

—¿Por qué no?

—Me hizo el Heisman.

—¿El qué?


—Ya sabes... —Stefan imitó la pose, con un brazo extendido y listo para bloquear a un rival, del trofeo Heisman que todos los años se otorgaba al mejor jugador de fútbol americano—. Fue muy simpática, pero no estaba interesada.

—Pues debería estarlo —replicó Damon, molesto—. Estás soltero, no tienes mala planta... ¿Qué problema tiene?
Stefan se encogió de hombros.

—Es viuda. A lo mejor sigue echando de menos a su marido.

—Ya es hora de que lo olvide —protestó—. Han pasado dos años. Tiene que empezar a vivir de nuevo. Tiene que arriesgarse con otra persona.

—¿Como tú? —preguntó Stefan con sagacidad. Damon lo fulminó con la mirada.

—Estoy con Bonnie.

—Sí, ya me lo has dicho —repuso su hermano con una carcajada—. Sigue repitiéndolo, que a lo mejor hasta te lo crees al final.

Damon subió de nuevo, contrariado. Se había dicho que no era asunto suyo si Elena volvía a salir con alguien, si acaso lo hacía. Entonces, ¿por qué le molestaba tanto la situación?

Emma ya estaba en su dormitorio, con su camisón rosa puesto y tumbada en la cama, a la espera de que la arropase. La lamparita estaba encendida y su cálida luz se filtraba a través de la pantalla rosa. Emma miraba fijamente las alas de su disfraz, que estaban colgadas del respaldo de una silla. Su cara, de piel sedosa y blanca, estaba enrojecida. A Damon se le encogió el corazón al darse cuenta de que la niña tenía los ojos llenos de lágrimas.

Se sentó en la cama y la estrechó entre sus brazos.

—¿Qué pasa? —susurró—. ¿Por qué lloras? Emma le respondió con voz entrecortada:

—Me gustaría que mamá pudiera verme con mi disfraz.

Damon besó esa melena rubia y la delicada curva de una oreja. Se limitó a abrazarla con fuerza un buen rato.

—Yo también la echo de menos —dijo al final—. Creo que te está observando, aunque tú no puedas verla ni oírla.

—¿Como un ángel?

—Sí.

—¿Crees en los ángeles?

—Sí —contestó sin vacilar, a pesar de que siempre había dicho y pensado todo lo contrario. Porque no tenía motivos para cerrarse a la posibilidad, sobre todo si la idea consolaba a Emma.

La niña se apartó un poco para mirarlo a la cara.

—No sabía que creías en los ángeles.

—Pues lo hago —le aseguró—. La fe es una elección personal. Puedo creer en los ángeles si quiero.

—Yo también creo en los ángeles. Damon le acarició el pelo.


—Nadie podrá reemplazar jamás a tu madre. Pero yo te quiero tanto como ella y siempre te cuidaré. Y Stefan también.

—Y el tío Klaus.

—Y el tío Klaus. Pero estaba pensando una cosa... ¿Y si me caso con alguien para que me ayude a cuidarte, alguien que te quiera como una madre? ¿Te gustaría?

—Mmmm.

—¿Qué te parece Bonnie? Te cae bien, ¿verdad? Emma meditó la respuesta.

—¿Te has enamorado de ella?

—Le tengo cariño. Mucho.

—Se supone que no debes casarte con alguien si no estás enamorado.

—Bueno, el amor es otra elección personal. Emma meneó la cabeza.

—Pues yo creo que es algo que te pasa. Damon sonrió al ver esa carita ansiosa.

—A lo mejor es las dos cosas —replicó antes de arroparla.


El fin de semana siguiente Damon fue a Seattle para ver a Bonnie. La fiesta de compromiso de su prima se celebraría el viernes por la noche en el Club Náutico de Seattle, en Portage Bay. Era otro paso en su progresiva relación: asistir a un evento familiar y conocer a los padres de Bonnie. Esperaba llevarse bien con ellos. Por la descripción de Bonnie, parecían personas decentes y muy normales.

—Los vas a querer, ya lo verás —le dijo ella—. Y ellos te van a querer muchísimo.

El uso del verbo «querer» hizo que Damon se tensara. De momento, ni Bonnie ni él habían llegado a decirse «Te quiero», pero estaba seguro de que ella se moría por hacerlo. Y eso hacía que se sintiera  muy  culpable,  porque  no  estaba  esperando  ansioso  el  momento.  Por  supuesto, respondería en consonancia. Y lo diría en serio, pero seguramente no con el sentido con el que ella soñaba.

Unos pocos meses antes habría dicho que era incapaz de sentir amor. Sin embargo, Emma le había demostrado todo lo contrario. Porque el sentimiento de querer proteger a Emma, de querer dárselo todo, y ese atávico impulso de hacerla feliz... Era amor, no le cabía la menor duda. Nada de lo que hubiera sentido hasta ese momento podía comparársele.

El viernes por la tarde, embarcó en un vuelo hacia Seattle, preocupadísimo porque Emma había vuelto del colegio con un poco de fiebre. Treinta y siete con siete, para ser exactos.

—Debería cancelarlo —le dijo a Stefan.

—Estás de coña, ¿verdad? Bonnie te mataría. Lo tengo todo bajo control. Emma estará bien.

—No dejes que se acueste tarde —le ordenó con severidad—. No dejes que coma porquerías. Y como se salte la siguiente dosis de ibuprofeno, te voy a...

—Que sí, que ya lo sé. No va a pasar nada.


—Si Emma sigue mal mañana, el pediatra pasa consulta los sábados hasta el mediodía...

—Lo sé. Sé todo lo que tú sabes. Si no te vas ahora mismo, perderás el vuelo.

Se marchó a regañadientes después de darle una dosis de ibuprofeno a Emma. La dejó tumbada en  el  sofá,  viendo  una  película.  Parecía  muy  pequeña  y  frágil,  con  la  cara  muy  blanca.  Le preocupaba dejarla, aunque Stefan le había asegurado que no pasaría nada.

—No voy a separarme del móvil —le dijo a Emma—. Si quieres hablar conmigo o me necesitas, llámame cuando quieras. ¿Vale, cariño?

—Vale. —Y Emma le regaló esa sonrisa mellada que siempre le derretía el corazón. Se inclinó sobre ella, le dio un beso en la frente y luego se frotaron la nariz.

Le sentaba mal salir de la casa y dirigirse al aeropuerto. Su instinto le gritaba que se quedase.

Pero sabía lo importante que era ese fin de semana para Bonnie y no quería hacerle daño ni avergonzarla al no acudir a un evento familiar.

Una vez en Seattle, Bonnie fue a recogerlo al aeropuerto en su BMW Z4. Llevaba un vestido negro muy elegante, tacones negros y el pelo rubio suelto. Una mujer guapa y elegante. Cualquier hombre tendría suerte de estar con ella, pensó. Le gustaba Bonnie. La admiraba. Disfrutaba de su compañía. Pero la falta de discordia y de intensidad entre ellos, que hasta ese momento le parecía estupenda, había comenzado a preocuparlo.

—Vamos a cenar con Bill y Allison antes de la fiesta —dijo ella.

Allison era la mejor amiga de Bonnie desde la universidad y en ese momento era la madre de tres niños.

—Estupendo. —Damon esperaba poder olvidarse de Emma lo suficiente como para disfrutar de la cena. Se sacó el móvil del bolsillo para comprobar si tenía mensajes de Stefan.

Nada.

Al percatarse de que tenía el ceño fruncido, Bonnie le preguntó:

—¿Cómo está Emma? ¿Sigue pachucha? Damon asintió con la cabeza.

—Hasta ahora nunca se había puesto enferma. Al menos, no desde que está conmigo. Tenía fiebre cuando salí de casa.

—Se le pasará —fue la respuesta tranquilizadora de Bonnie. Tenía una sonrisa en los labios ligeramente maquillados—. Me resulta enternecedor que estés tan preocupado por ella.

Se dirigieron a un restaurante minimalista del centro de Seattle, cuya estancia principal estaba dominada por una pirámide de botellas de vino de seis metros de alto. Pidieron un excelente pinot noir y Damon apuró su copa a toda prisa con la esperanza de que lo ayudara a relajarse.






Había comenzado a llover y el agua golpeaba los ventanales. La lluvia caía con tranquilidad, pero de forma continua, y las nubes se movían por el cielo como si fueran sábanas recién sacadas de la secadora. Los edificios aguardaban pacientes a que terminase el azote de los elementos, dejando  que  la  tormenta  formara  cascadas  sobre  el  pavimento,  las  cunetas  cubiertas  de vegetación y las zonas ajardinadas. Seattle era una ciudad que sabía qué hacer con el agua.

Mientras observaba los dibujos que creaban los chorros de agua que se deslizaban por las fachadas de piedra y cristal de los edificios, Damon no dejaba de pensar en la noche lluviosa de hacía menos de un año que lo había cambiado todo. Comprendió que antes de que Emma llegara a su vida, había medido sus emociones como si fueran una sustancia finita. En ese momento no tenía posibilidad  alguna  de  contenerlas.  ¿Lo  de  ser  padre  mejoraba  con  el  tiempo?  ¿Llegaba  un momento en el que uno dejaba de preocuparse?

—Es una faceta nueva —dijo Bonnie con una sonrisa curiosa cuando lo vio comprobar su móvil por enésima vez durante la cena—. Cariño, si Stefan no te ha llamado, quiere decir que todo está bien.

—A lo mejor quiere decir que algo va mal y que no ha tenido tiempo para llamarme —replicó. Allison y Bill, la otra pareja, se miraron con la sonrisa y la expresión de superioridad de los
padres experimentados.

—Es más duro con el primero —afirmó Allison—. Te llevas un susto de muerte cada vez que les da fiebre... pero con el segundo o el tercero ya dejas de preocuparte tanto.

—Los niños son muy resistentes —añadió Bill.

Aunque sabía que esas palabras estaban pensadas para tranquilizarlo, no le sirvieron de nada.

—Será un buen padre algún día —le dijo Bonnie a Allison con una sonrisa.

Ese halago, que seguramente había pronunciado para complacerlo, sólo consiguió despertar su irritación.  ¿Algún  día?  Ya  era  padre.  Ser padre  implicaba  algo más  que  la  mera  contribución biológica... De hecho, eso era lo de menos.

—Tengo que llamar a Stefan, ahora vuelvo —le dijo a Bonnie—. Sólo quiero saber si le ha bajado la fiebre.

—Vale, si así dejas de preocuparte... —replicó Bonnie—. A ver si podemos disfrutar del resto de la noche. —Le lanzó una mirada elocuente—. ¿Te parece?

—Por supuesto. —Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la mejilla—. Perdonadme. —Se levantó de la mesa, salió al vestíbulo del restaurante y sacó el móvil. Sabía que Bonnie y la otra pareja creían que se estaba pasando, pero le importaba una mierda. Tenía que averiguar si Emma se encontraba bien.
Su hermano cogió el teléfono.

—¿Damon?

—Sí. ¿Cómo está?

Su pregunta fue recibida con un silencio enervante.

—Pues no muy bien, la verdad. Se quedó helado al escucharlo.

—¿Cómo que «no muy bien»?

—Empezó a vomitar poco después de que te fueras. Ha estado vomitando desde entonces. Te juro que es increíble que un cuerpo tan pequeño pueda soltar tanto vómito.

—¿Qué has hecho? ¿Has llamado al médico?

—Claro que lo he llamado.

—¿Y qué te ha dicho?

—Que probablemente sea la gripe y que le diera de beber líquidos en pequeños sorbos para rehidratarla. Me ha dicho que es posible que el ibuprofeno le haya sentado mal, de modo que ahora nos hemos pasado al paracetamol.

—¿Sigue con fiebre?


—Tenía casi treinta y nueve la última vez que le puse el termómetro. El problema es que no aguanta el medicamento lo suficiente como para que le haga efecto.

Damon apretó con fuerza el móvil. Nunca había deseado algo con tanta intensidad como deseaba en ese momento estar de regreso en la isla para poder cuidar de Emma.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

—La verdad es que tengo que pasarme por una tienda para comprar algunas cosas que necesito como gelatina y caldo de pollo, así que voy a llamar a alguien para que la cuide mientras estoy fuera.

—Ahora mismo me vuelvo a casa.

—No, de eso nada. Tengo una lista larguísima de gente a la que puedo llamar. Y... Dios, otra vez está vomitando. Te dejo.

La llamada se cortó. Damon intentó pensar pese al pánico que lo atenazaba. Llamó a la compañía aérea para reservar un asiento en el próximo vuelo de vuelta a Friday Harbor, pidió un taxi por teléfono y regresó a la mesa.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Bonnie con una sonrisa tensa—. Ya me estaba preguntando por qué tardabas tanto.

—Lo siento. Pero Emma está muy enferma. Tengo que regresar a casa.

—¿Esta noche? —preguntó Bonnie con el ceño fruncido—. ¿Ahora?

Damon asintió con la cabeza y describió la situación. Allison y Bill parecían entender el problema, pero Bonnie parecía cada vez más preocupada. Esa muestra de preocupación por Emma hizo que experimentara una nueva conexión con ella. Se preguntó si consideraría la posibilidad de viajar con él. No se lo pediría, pero si ella se ofrecía...

Bonnie se puso en pie y le tocó el brazo ligeramente.

—Vamos a hablar un momento en privado. —Le regaló una sonrisa forzada a Allison—. Ahora mismo volvemos.

—Claro. —Y las dos intercambiaron una de esas insondables miradas femeninas que anunciaba que algo se estaba barruntando.

Bonnie lo acompañó hasta la entrada del restaurante y lo llevó a un rincón, donde nadie los molestaría.

—Bonnie... —le dijo.

—Mira —lo interrumpió ella con suavidad—, no quiero ponerte en la tesitura de tener que elegir entre Emma y yo... pero ella estará bien sin ti. Yo, no. Quiero que me acompañes a la fiesta de esta noche y conozcas a mi familia. No vas a hacer nada por Emma que Stefan no esté haciendo ya.

Cuando por fin terminó de hablar, la sensación de calidez y de conexión que había sentido Damon había  desaparecido  por  completo.  Por mucho  que  hubiera  afirmado  lo contrario,  quería  que escogiera entre Emma y ella.

—Lo sé —repuso—. Pero quiero ser yo quien la cuide. Además, es imposible que me lo pase bien sabiendo que mi niña está enferma. Me pasaría todo el tiempo en un rincón con el móvil en la mano.

—Pero Emma no es tuya. No es tu hija.


Damon la miró como si no la hubiera visto en la vida. ¿Qué estaba insinuando? ¿Que la preocupación que sentía por Emma no era legítima porque no se trataba de su hija biológica? ¿Que no tenía derecho a preocuparse por ella hasta ese punto?

En ocasiones, las cosas más importantes se revelaban en los momentos más inesperados. Y con esas palabras, la relación entre Bonnie y él acababa de sufrir un cambio radical. ¿Estaba siendo irracional? ¿Estaba exagerando? Le importaba una mierda. Su prioridad era Emma.

Cuando Bonnie vio la expresión de Damon, alzó la vista con impaciencia.

—No quería decirlo de esa manera.

Damon reorganizó metódicamente las palabras para extraer una verdad mucho más certera. Bonnie había querido decir lo que había dicho, sonara como sonase.

—No pasa nada. —Hizo una pausa mientras sentía que los lazos de su relación iban cayendo durante la conversación, cortados por el hachazo que había significado cada una de esas palabras—. Pero es mía, Bonnie. Es mi responsabilidad.

—También la de Stefan.

Meneó la cabeza al escucharla.

—Stefan me está echando una mano. Pero yo soy su tutor legal.

—¿Me estás diciendo que necesita a dos adultos revoloteando a su alrededor? Damon respondió con mucha delicadeza:

—Tengo que estar allí.

Bonnie asintió con la cabeza.

—Vale. Salta a la vista que es una tontería discutir sobre el asunto ahora mismo. ¿Quieres que te lleve al aeropuerto?

—He llamado a un taxi.

—Me ofrecería para acompañarte, pero quiero estar con mi prima esta noche.

—Lo entiendo perfectamente. —Le colocó una mano en la base de la espalda en un gesto pensado para calmarla. Tenía la espalda muy tiesa y fría, como si estuviera hecha de hielo—. Yo me hago cargo de la cena. Le dejaré mi número de tarjeta de crédito a la maître.

—Gracias. Estoy segura de que Bill y Allison apreciarán el gesto. —Bonnie parecía abatida—. Llámame más tarde para decirme qué tal está Emma. Aunque estoy segura de que estará perfectamente.

—De acuerdo.

Se inclinó para besarla y Bonnie volvió la cara, de modo que acabó besándole la mejilla.

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