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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

13 junio 2013

Oasis Capitulo 09

Capítulo 9

 

     EL JEEP giró y se marchó y Elena miró fijamente a Damon y sintió un horrible deseo por él. A pesar de haberlo visto el día anterior, lo había echado de menos. Se le aceleró el pulso y deseó poder correr a abrazarlo y besarlo al mismo tiempo, pero el descaro de su gesto la dejó sin aliento.
    
No iba a permitir que se diese cuenta de cómo estaba. Tenía que resistirse a él. Porque era evidente que Damon iba a volver a dejarla y ella jamás lo superaría. ¿Cómo iba a hacerlo, después de conocer su secreto? ¿Su vulnerabilidad?
     Agarró con fuerza el bolso que llevaba colgado del brazo y lo fulminó con la mirada, y Damon se sintió débil por un instante. Nunca había visto a Elena tan guapa. Iba vestida con unos vaqueros desgastados, camisa y botas, sin maquillar y con el pelo recogido en una coleta medio deshecha. Tuvo la sensación de que hacía un siglo que no la veía.
     Ella levantó la barbilla y le dijo en tono helado:
     –Supongo que no hay ninguna yegua pariendo.
     Él negó con la cabeza, con la mandíbula apretada, y se cruzó de brazos.
     –¿Así que ahora secuestras a la gente? Muy original para un gestor de fondos. Pero creo que deberías ahorrar tu ingenuidad para alguien que quiera que lo secuestres.
     A Damon se le hizo un nudo en el estómago al oírla hablar en aquel tono. No obstante, no podía dejarla marchar. La necesitaba demasiado.
     Elena se dio la vuelta y echó a andar hacia el pueblo.
     –Voy a buscar un caballo para volver a Merkazad. Sólo tardaré un día o dos.
     Pero él la agarró por detrás e hizo que entrase en la tienda antes de que le diese tiempo a protestar. El interior estaba iluminado con cientos de pequeñas lámparas y los muebles eran muy lujosos. En el medio de la tienda había un diván bajo, cubierto de echarpes de satén y seda. Parecía un escenario de seducción sacado de una película.
     Damon la dejó en el suelo y ella se giró y notó que se le deshacía del todo la coleta.
     –¡Quieres dejar de hacer eso!
     –El helicóptero volverá dentro de tres días. Lo mismo que el jeep. Y tú no vas a conseguir ningún caballo, porque nadie te lo va a prestar –le informó él en tono calmado.
     ¡Tres días!
     –¿Y por qué demonios quieres que estemos tres días aquí aislados?
     Damon apretó la mandíbula.
     –Porque hemos perdido tres días por tu culpa.
     Ella se sintió avergonzada, pero le contestó:
     –Tengo que dirigir los establos, Damon. Y vivo en ellos. Aunque creo que ya no podríamos estar más lejos, ¿no?
     Él palideció al instante y ella se arrepintió de sus palabras. Lo vio retroceder y levantó una mano.
     –Damon, lo siento. No debía haber dicho eso.
     Damon volvió a retroceder y Elena se sintió atraída hacia él. Lo vio pasarse una mano por el pelo y reír con amargura.
     –Tienes razón. Es patético. No aguanté ni un minuto en ese sitio.
     Elena le tomó la mano y le dijo en tono dulce, ya sin rencor:
     –Es normal, después de lo que te obligaron a hacer allí.
     Él la miró a los ojos.
     –No sé si prefiero que te resistas y me bufes, o que te compadezcas de mí.
     Elena negó con la cabeza.
     –No me compadezco de ti, Damon. No es compasión es… comprensión.
     Él bajó la cabeza y la besó en los labios, y Elena no pudo evitar responder, aunque luego encontró fuerzas para apartarse de él y decirle con la respiración entrecortada:
     –No puedo hacerlo, Damon. Te lo dije en París. No puedo ser tu juguete sólo porque esté aquí y sea fácil. Y no voy a quedarme tres días aquí contigo.
     –Créeme, si no supiese que me deseas, te dejaría en paz.
     –¿Y qué esperas? ¿Haber agotado ese deseo en tres días?
     Él sonrió.
     –Espero que dentro de tres días estemos agotados, sí. Y tal vez que podamos recuperar la cordura, porque una cosa es segura: no me he sentido cuerdo en lo que a ti respecta desde hace mucho tiempo.
     De repente, Elena supo que para ella era muy importante saber algo.
     –Esa noche… en París, hace seis años… ¿Saliste con aquella mujer, tal y como me dijiste que ibas a hacer?
     Él negó muy despacio antes de contestar.
     –No… No volví a verla, salvo en el trabajo. Y créeme, no le gustó nada que le diese plantón. Lo cierto es que esa noche salí solo y me emborraché. Ha sido la única borrachera de toda mi vida.
     Elena se alejó de él y se dio la vuelta para que no pudiese verle la cara, hizo acopio de fuerzas y luego volvió a mirarlo.
     –No voy a darte estos tres días, Damon. Tengo cordura suficiente para los dos, créeme. Estás aburrido y frustrado porque, por una vez en la vida, no has conseguido lo que quieres y, sencillamente, no lo soportas.
     Él se acercó y la agarró por la cintura. Echaba chispas por los ojos.
     –Te estás poniendo muy pesada con eso de verme como a un playboy irresponsable y petulante, Elena.
     Y esto va mucho más allá de unas emociones tan superfluas.
     Ella se puso tensa, sabía que no podría resistirse mucho más.
     –Bueno, ¿qué quieres que piense, cuando utilizas tu poder para conseguir lo que quieres?
     A Damon aquello le caló muy hondo, pero hizo un esfuerzo porque no se le notase. Era cierto que nunca le había costado tanto llevar a una mujer a su cama. Nunca se había sentido tan obsesionado por una mujer. Bueno, sí, pero por aquella misma mujer.
     Siempre había ocupado un lugar en su mente. Se dio cuenta en esos momentos. Con dieciséis años, cuando se había marchado de Merkazad, le había tocado la mejilla a pesar de que, en realidad, lo que había deseado era besarla.
     –Te deseo, Elena. Eso es lo único que importa aquí. Estamos solos. A kilómetros de la civilización. Ha caído la noche.
     Ella parpadeó como una tonta y vio a través de las lujosas cortinas de la puerta que, efectivamente, era de noche. Las estrellas brillaban en el cielo junto con media luna y las criaturas de la noche llenaban el aire con sus gorjeos y ruidos. Y ella ni siquiera se había dado cuenta.
     –Debes de estar cansada y hambrienta. ¿Por qué no te lavas y cenamos?
     Le dijo aquello como si no la hubiese secuestrado, como si no estuviesen en un lugar remoto y mágico de Merkazad, como si todo fuese normal. Elena lo vio ir hacia un extremo de la tienda y tomar una enorme caja dorada. Damon la dejó sobre la cama y la miró.
     –Te he traído algo de ropa.
     Ella se derritió por dentro, pero al mismo tiempo se aferró a su determinación de no ceder.
     –No me pondré ropa que no sea mía, Damon. Esto es ridículo. No soy tu amante.
     Luego apretó los labios antes de continuar:
     –Pero tengo hambre y estoy cansada. Y veo que voy a tener que pasar la noche aquí. Me lavaré y cenaré, y luego me acostaré. Sola. Con mi ropa. No sé dónde vas a dormir tú esta noche, pero lo menos que puedes hacer es dejarme tu tienda.
     –Llamaré a una de las chicas para que venga a ayudarte –le respondió él en tono suave–, y para que sirva la cena.
     Elena fue hacia la zona del baño, donde brillaban cientos de velas. El corazón se le encogió un instante. En otras circunstancias le habría encantado semejante escenario, pero no en aquel momento, ni con aquel hombre. Aunque… ¿con cuál entonces?
     Entonces oyó un ruido y vio entrar a una joven beduina, vestida de negro de los pies a la cabeza. Ésta empezó a llenar una ornamentada bañera y le dio a Elena un albornoz para que se cambiase. Ésta conocía el ritual, a pesar de ser la primera vez que lo hacía, ya que solía estar reservado a los miembros de la familia real, a la jequesa y a las amantes del jeque.
     Sólo de pensarlo se quedó helada. ¿Era ella la amante de Damon? Porque así era como se trataba a las amantes. Sintió asco, pero, al mismo tiempo, le gustó.
     Se puso el albornoz y vio cómo la chica se llevaba su ropa, y no pudo evitar meterse en el agua caliente y perfumada con aceites de rosa. Por un segundo, se olvidó del laberinto de emociones que tenía dentro y de lo enfadada que estaba con Damon. Aquello era una bendición…


     Damon entró en la tienda para ver que la cena se estaba preparando tal y como él había indicado. Oyó un ruido en la zona del baño y se imaginó a Elena allí desnuda.
     Y no pudo evitarlo, se acercó. La oyó gemir suavemente de placer, oyó el chapoteo del agua y todo su cuerpo se puso tenso. A través de una rendija del biombo que la tapaba vio el cuerpo desnudo de Elena y se quedó paralizado.
     Elena se quedó inmóvil un instante, con el jabón entre las manos. Alguien la estaba observando. Podía sentirlo. Y sabía que era Damon. Podía sentir su presencia a más de un kilómetro de distancia.
     De repente, supo que tenía el poder, así que se enjabonó los brazos muy despacio, y después los hombros.
     Con los ojos medio cerrados, se lavó los pechos y se excitó sólo de pensar en que Damon la estaba viendo. Se acarició los pezones ya erguidos y gimió de placer. Se suponía que estaba haciendo aquello para provocarlo a él y, no obstante…
     Atrapó un pezón con los dedos y se lo apretó hasta sentir todavía más calor en el vientre. Y llevó la otra mano debajo del agua, entre sus piernas.
     No salió de aquel estado de ensoñación hasta que oyó una especie de gemido al otro lado del biombo. Entonces, se sentó bruscamente y se preguntó qué le había pasado para hacer aquello.
     Un momento después llegaba la chica y ella le arrebataba la toalla de las manos. Le preguntó que dónde estaba su ropa, pero ésta le contestó que el jeque le había dicho que se la llevase y le diese otras.
     –Sólo quiero mi ropa –insistió ella.
     La chica la miró agobiada y Elena se sintió mal.
     –Gracias por el baño y los aceites… pero el resto puedo hacerlo sola. ¿Puedes traerme la ropa que te han dado para que me cambie?
     La chica volvió poco después con la enorme caja y sacó de ella una especie de caftán en tonos plata y azul zafiro. Elena se quedó paralizada al verlo.
     –Es muy bonito, ¿verdad? –comentó la chica.
     –Sí, muy bonito –repitió ella.
     E iba acompañado de un conjunto de ropa interior de delicado encaje, también en color azul. Elena odió tener que vestirse a gusto de Damon, pero lo hizo. La chica le cepilló el pelo y se marchó.
     Ella respiró hondo y salió de detrás del biombo para ver a Damon en la puerta de la tienda. Se le hizo un nudo en el estómago y apretó la mandíbula y los puños.
     No podía ver la expresión de Damon. Estaba demasiado lejos y entre las sombras, pero sólo podía pensar en cómo había sentido que la estaba observando y cómo se había acariciado a sí misma.
     Y entonces, de repente, Damon entró en la tienda. Las cortinas se cerraron tras de él y fue como si se hubiesen quedado encerrados, a solas, en la tienda, en un oasis apartado en la zona más oriental de Merkazad.
     Damon se acercó a una mesa llena de suculenta comida. Sólo el olor era delicioso y Elena se acercó, hambrienta, negándose a mirar a Damon a los ojos.
     –Nunca te había visto tan bella como esta noche –le dijo él con voz ronca.
     Y a ella le gustó oírlo y tuvo que hacer un esfuerzo para no responderle que él también estaba imponente.
     –Espero que merezca la pena –replicó–, después de las molestias que te has tomado para traerme aquí.
     –Merecerá la pena, Elena –le prometió él–. Y el placer no será sólo mío. Me aseguraré de ello.
     –Puedes ahorrarte los detalles, Damon, porque no vas a dormir en mi cama esta noche.
     Él se echó a reír y le hizo un gesto para que se sentase. Estaba seguro de que, antes o después, Elena cedería al deseo. Tomó una bandeja llena de deliciosos bocados y se la ofreció.
     Ella aceptó la bandeja y se dio cuenta de que en ella estaba todo lo que le gustaba. Se le encogió el corazón. Entonces vio que Damon servía champán para los dos. Arqueó una ceja e intentó no recordar que la única vez que se había emborrachado había sido por ella. Al menos, seguía teniendo sentimientos…
     Damon le sonrió y levantó la copa:
     –Por nosotros, Elena.
     Ella le devolvió la sonrisa y chocó su copa contra la de él.
     –Por mí. Y por lo bien que voy a dormir en esta preciosa tienda, yo sola.
     Damon se echó a reír y bebió de su copa. Y Elena se quedó momentáneamente petrificada, observando el movimiento de su garganta morena. Sintió deseo y apartó la vista para empezar a comer, y estuvo a punto de atragantarse con una deliciosa gamba cuando Damon le dijo:
     –Me ha divertido mucho nuestra correspondencia de los últimos días, aunque no me respondieses y eso me dejase algo… insatisfecho.
     Elena se limpió la boca con la servilleta. Tenía que reconocer que a ella también le había gustado.
     Damon le agarró la mano por encima de la mesa y ella tuvo que mirarlo a los ojos.
     –¿Estabas pensando en mí… hace un rato en la bañera? Debías de saber que te estaba espiando…
     Ella se quedó embelesada y no fue capaz de contestar ni de moverse. Tardó unos segundos en responder con voz temblorosa:
     –No sé de qué me estás hablando.
     Damon sonrió.
     –Ya te he dicho antes que admiro mucho tu sinceridad. No se te da bien mentir.
     Elena apartó la mano y continuó comiendo, a pesar de que, de repente, se había quedado sin apetito. Sólo podía imaginarse la lengua de Damon en la comisura de sus labios.
     Dejó la servilleta y vació la copa de champán de un sorbo. Se preguntó cómo habría conseguido Damon organizar todo aquello, pero contuvo la curiosidad y forzó un bostezo, se levantó y se dispuso a reiterarle su intención de dormir sola.
     Él se puso de pie al otro lado de la mesa y le tendió una mano, que Elena ignoró. Él intentó controlar la ira y la frustración.
     –Sabes que no voy a marcharme a ninguna parte –le dijo.
     Elena lo miró de manera desafiante, pero él vio algo más, vio vulnerabilidad. Y pensó que no quería lidiar con aquello. Sólo deseaba a Elena. Y ella lo deseaba también.
     Damon se acercó a la cama y empezó a desvestirse.
     –¿Qué estás haciendo? –le preguntó ella presa del pánico.
     Él se giró, seguro de sí mismo.
     –Prepararme para irme a la cama.
     –¿Y adónde voy a ir yo?
     –Esta cama es perfecta.
     –Sí, pero no contigo dentro.
     Damon la ignoró y siguió desnudándose. Y Elena no pudo evitar observar su impresionante cuerpo a la luz de los cientos de velas encendidas. Se le secó la garganta.
     No sabía por qué deseaba tanto salir corriendo de allí. Entonces él se giró despacio y fue como si el ambiente se calentase.
     –Elena…
     A ella le costó apartar la vista de su erección y presenció cómo Damon la tomaba con su mano y empezaba a acariciarse solo.
     –Elena… me estás torturando. Te necesito.
     Ella levantó por fin la mirada, notó que su cuerpo se movía hacia él, pero negó con la cabeza.
     –No, no puedo. No voy a hacerlo, Damon.
     Y se giró para no seguir viéndolo. Estaba temblando y sabía que, si Damon la convencía, jamás podría olvidarse de él.
     Damon apoyó las manos en sus hombros y la hizo girar. Elena notó que se le llenaban los ojos de lágrimas.
     –Por favor, Elena, no llores… –le rogó él.
     Y ella se sintió como el día que había enterrado a sus padres. Cuando Damon le había dicho que no llorase, que fuese fuerte. Se le aceleró el corazón. Lo amaba. Amaba a aquel hombre más que a nada en el mundo. Y ya era demasiado tarde para salvarse.
     Las lágrimas empezaron a correr por su rostro al reconocerlo y sintió que algo cambiaba en su interior. ¿Cómo podía apartarse de él? Estaban en un oasis en el desierto, en aquel momento…
     –No te voy a obligar a nada, si vas a disgustarte tanto. No quiero verte así. Sólo pensé que me deseabas tanto como yo a ti… que querías resistirte para darme una lección… porque sabes cuánto te necesito.
     Su ternura hizo que Elena se viniese completamente abajo y el hecho de que Damon no se comportarse de manera dominante, la debilitó todavía más. Confiaba en él. Lo creía y sabía que, si le pedía que la dejase en paz, la dejaría. Pero, de repente, era lo último que quería.
     Negó con la cabeza y le acarició el rostro. Damon se puso tenso.
     –No, no era eso lo que quería, Damon, pero ya da igual. Ahora mismo ya no me importa nada, y no puedo seguir resistiéndome.
     Se apretó contra él y notó la erección en su cuerpo.
     –Hazme el amor, Damon. Te necesito demasiado.
     Él esperó, como si no pudiese creerlo, y luego la abrazó con fuerza. Elena supo que, en algún momento, tendría que lidiar con las consecuencias de aquella decisión, pero ya lo haría.
     En ese instante necesitaba a Damon más que nunca.
     Damon la tomó en brazos y la llevó a la cama, donde la tumbó como si fuese la cosa más delicada y valiosa del mundo…


     Un par de horas más tarde, Damon estaba despierto en la cama, con el sedoso pelo de Elena acariciándole el torso y sus pechos apoyados en el costado. Nunca se había sentido tan saciado. Suspiró profundamente.
     Elena había capitulado, pero eso no hacía que se sintiese triunfante. Jamás había deseado tanto a una mujer. Y cuanto más la tenía, más la deseaba. Eso le dio pánico porque sabía que no podría dejarla y continuar con su vida. Verla llorar un rato antes le había sentado como una patada en el estómago. Sabía que no tenía que haberla obligado a ir allí, pero era débil, y la necesitaba, y la fuerza de esa necesidad todavía lo sorprendía.
     Se negó a pensar que había empezado a necesitarla más desde que le había abierto su alma en París, pero eso era lo que se temía. Elena era la única persona que sabía lo que le había ocurrido, pero no lo utilizaría contra él.
     Era como un rayo de sol del que estaba disfrutando, aunque sabía que lo suyo no podría durar porque ella querría tener una vida normal. Con alguien que no escondiese en su interior imágenes de degradación y dolor. Se le encogió el corazón al pensar que tendría hijos con otro.
     Entonces notó cómo se alteraba su respiración y la cambió con cuidado de postura para ponerle las piernas alrededor de la cintura y poder acariciarle entre los muslos con la punta de la erección.
     –Damon… –dijo ella en voz baja y profunda.
     Él la besó y un segundo después la estaba penetrando. Se movió dentro de ella hasta que vio que abría los ojos y lo miraba. Después de varios minutos de tortura, Elena se mordió el labio y echó la cabeza hacia atrás, entregándose a la intensa explosión de su cuerpo.

     Damon se dijo que era sexo. Y que eso sí que podía controlarlo. Sólo tenía que conseguir que no fuese más allá.

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