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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

15 febrero 2013

Salvaje Capitulo 07


CAPITULO 7
Dos días antes del baile, nevó. Elena sintió una oleada de pánico cuando vio el ominoso color del cielo y el grueso manto blanco que cubría el paisaje.
---No te preocupes — dijo su madre cuando ella le confió su temor de que la gente no asistiría a la fiesta debido al mal tiempo— Los habitantes de esta región son resistentes, no dejarán que una nevada les impida asistir a su diversión.
Aunque por lo regular era buena paciente, en los últimos días la Señora Gilbert se había mostrado muy inquieta. El médico que la visitaba en vez de Damon, aseguró que eso era una buena señal que denotaba que se estaba recuperando bien, pero de cualquier manera, le recomendó descanso y nada de agitación.
—No es justo —se lamentaba ahora la convaleciente—. Me estoy perdiendo toda la diversión.
La “diversión” para Katherine Gilbert, era la organización, pensó Elena al reprimir una sonrisa.
Lady Anthony había ofrecido, de manera muy generosa, la enorme cocina (de la casona para que los miembros del comité, encargados de preparar la comida, hicieran allí el buffet y Elena se dio cuenta, con pena, que su madre ansiaba estar entre ellas, ayudando.
Los colores elegidos para la noche del baile eran rosado y plata contra un fondo blanco. Un generoso y por completo inesperado cargamento de cien globos de color plateado con forma de corazón, había llegado por correo, enviado por Bonnie a principios de la semana; la esposa de Taylor los había visto en Knightsbridge en un escaparate informó a Elena por teléfono y de inmediato, compró toda la existencia.
Bonnie parecía tan llena de entusiasmo y confianza en sí, que Elena quiso saber cómo iban las cosas.
—De maravilla —respondió su amiga—. La noticia de que va a ser padre otra vez dejó azorado a Taylor. Está feliz, por supuesto, e insiste en tratarme como si estuviera hecha de cristal.
—¿Y te quejas?
—No, en absoluto. Por cierto, cuando llegue el pequeño, quiero que seas la madrina.
La nieve dejó de caer antes de la hora del almuerzo, por suerte.
—Se supone que debo encontrarme con la florista en la mansión de Lady Anthony esta tarde —informó Elena a su madre mientras compartían la sopa—. No sé si deba cancelar la cita.
—Siempre que no tengas pensado conducir hasta allá, no veo problema. ¿Por qué no llamas por teléfono a la florista y, si ella puede sola, vas a la mansión en taxi?
Elena aceptó el consejo de su madre. La florista dijo que estaba dispuesta a cumplir la cita y, como había concertado antes, el padre de la joven se quedó esa tarde a cuidar de la convaleciente.
Como la nieve era reciente, el taxista no tuvo dificultad en llegar hasta la casona. Elena pagó la tarifa y se volvió hacia el sendero particular. Sintió una opresión en el pecho al ver el auto de Damon estacionado afuera.
Tuvo que esperar a que el taxista le diera el cambio y vio salir al médico. El viento le alborotaba el negro cabello. Miró a la joven sin sonreír, con expresión severa, casi melancólica. La muchacha ansió acercarse a él, tocarlo. “A quién engañas?”, se dijo con amargura. Sólo saber que él la amaba con la misma intensidad con la que ella lo quería, podría satisfacer el ansia que le roía las entrañas.
—Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien?
No lo había visto moverse y Elena se volvió de repente, sintiéndose indefensa y estremecida; temerosa de revelarle su vulnerabilidad dijo con voz que pretendía ser tersa y serena:
—Estoy bien.
—Pues no lo parece. Debe ser la tensión de amar a un hombre que pertenece a otra.
Estas palabras la sacudieron demasiado para ocultar su expresión afligida. Palideció y lo miró con ojos brillantes de angustia y dolor.
—Elena, yo. . . —la voz de Damon brotó desde el fondo de su garganta, tensa, enronquecida por la emoción—. ¿Vale la pena realmente? ¿Por qué no renuncias a él? Su esposa…
Ella sintió que sus músculos se relajaban con alivio al comprender a qué se refería. Durante un espantoso momento, creyó que Damon había adivinado lo que sentía por él.
Una camioneta pequeña se acercaba por el sendero y, cuando Elena se apartó, Amanda salió por la puerta principal de la casa señorial.
Llevaba puesto un vestido de seda que enfatizaba la esbeltez de sus piernas y las curvas plenas de sus senos. Comparando su vestimenta con la elegante apariencia de la otra mujer, Elena suprimió un leve suspiro de resignación. Con razón Damon se apresuraba a reunirse con esa chica. Se preguntó si el médico se había percatado ya de que Amanda esperaba algo más que un amorío fugaz. O quizá con ella sí estaba dispuesto a ofrecer más.
— Lamento haberme retrasado.
Apartando la atención de la pareja Elena se volvió hacia la florista, quien se acercaba a ella con una hermosa sonrisa.
La puerta frontal había sido cerrada con firmeza después de la entrada de Amanda y Damon, y Elena se preguntó si la aristocrática joven no sabía que ella iba a entrar también o trataba, deliberadamente, de ser grosera.
Lady Anthony en persona las acompañó hasta el salón de baile, para asombro de Elena La dama se movía con dificultad debido a la artritis pero la secretaria pudo notar en ella trazas de la belleza que debió poseer en su juventud.
Louise Fisher la florista sonrió con aprobación al ver el salón
Ella y Elena ya habían hablado sobre la decoración que necesitarían para el gran acontecimiento y la joven Gilbert le había mostrado los globos enviados por Bonnie.
— ¡Qué salón tan hermoso! Es, de verdad, un reto decorar un sitio como éste.
La florista empezó a describir cómo pensaba arreglar la habitación, mientras Elena y Lady Anthony escuchaban.
— El último baile que se celebró aquí fue para celebrar los veintiún años de mi esposo —informó Lady Anthony. Por un momento, una sombra de tristeza pasó por su rostro—. Murió al empezar la guerra.
— Sí, me lo dijo el alcalde — repuso Elena.
Casi de inmediato, Lady Anthony pareció replegarse en su interior y su expresión se endureció.
— Mi padre le ordenó que nunca volviera a poner un pie en esta casa — murmuró la dama con tono cortante.
Elena y Louise intercambiaron miradas de asombro.
—Entonces, ¿él y su padre habían reñido, Lady Anthony? — inquirió la secretaria con suavidad, temerosa de ser indiscreta.
—De cierta forma. . . pero, no han venido aquí para que hablemos del pasado.
Comprendiendo que la dama no quería ahondar en el tema, Elena se apartó un poco mientras Louise estudiaba el salón. Estaban hablando sobre las macetas con plantas de ornato y las flores que la señorita Fisher pensaba colocar frente al estrado de la orquesta, cuando Amanda entró, aferrando posesivamente el brazo de Damon.
— Ah, aquí estás, querida. Estábamos hablando sobre la decoración floral.
Amanda las miró con aire aburrido y comentó:
— Mami siempre contrata a Moyses Stcvens. Dice que nadie puede competir con él.
Elena, quien había oído hablar a Taylor del más importante florista de Londres, pues solía contratarlo para adornar sus fiestas, se incomodó un poco por la falta de tacto de Amanda, pero Louise no pareció ofendida en absoluto.
—Sí, son excelentes floristas, ¿verdad?. —dijo la mujer—. Yo tuve la suerte de asistir a uno de sus cursos hace dos años y aprendí mucho con él.
Elena casi aplaudió la habilidad con la que Louise había puesto a Amanda en su lugar, especialmente cuando no se regocijó con su victoria, sino que procedió a explicar lo que tenía pensado para la decoración del salón.
Era casi de noche cuando la florista terminó su tarea. Elena consultó su reloj de pulsera y preguntó a Lady Anthony si podía usar el teléfono para llamar un taxi.
-— No hay necesidad de eso — intervino Damon —. Te llevaré.
—Oh, pero querido, nos hubiera gustado que te quedaras a cenar. Es tu primera noche libre esta semana y…
— Lo siento, Amanda, pero prometí que cenaría con el alcalde. A veces se siente muy solo, ¿sabes?
El médico pareció dirigirse a Lady Anthony al decir esto y una increíble duda cruzó entonces por la mente de Elena. ¿Sería posible que Lady Anthony y el alcalde hubieran estado ligados, sentimentalmente, en alguna época?
Parecía imposible, sin embargo. . . Elena apartó estos pensamientos de su cabeza y trató de rehusar el ofrecimiento de Damon, pero él se mostró inflexible.
El frío viento del este soplaba cuando salieron. La secretaria se protegió bien con el rompevientos. No había usado su abrigo de, pieles desde aquella última y fatal ocasión, pero ahora deseaba habérselo puesto.
De nada servía saber que Bonnie lo había escogido para ella; los acres comentarios de Damon todavía la herían.
— Entra.
El médico le abrió la puerta del auto y la invitaba a subir. El interior del coche olía a piel y a un indefinible aroma masculino, que Elena reconoció como parte integral de Damon.
Resultaba vergonzoso cómo su cuerpo respondía de inmediato a cualquier estímulo relacionado con él, se dijo Elena, consternada. Era difícil no ceder a la tentación de recordar lo que había sentido cuando estuvo entre sus brazos, cuando la besó. . .
Se puso tensa a la vez que Damon se sentaba a su lado y encendía el motor. Mientras él daba marcha atrás con pericia, Elena miró por la ventana latera!.
Estaban a medio camino, por el sendero, cuando él habló, con voz tersa:
—Todavía no te he dado las gracias por todo el trabajo que has hecho para organizar el baile, Elena.
—No tienes nada que agradecer —replicó ella con tono tajante—. Además, no lo hago por ti.
Después de eso, él no hizo intento alguno de enfrascarse en una conversación y Elena se dijo que se alegraba por ello.
Al detenerse frente a la casa de los Gilbert, antes de bajar del auto, Elena realizó un último intento para convencerlo de que no fuera a recogerla para llevarla al baile, pero, para su consternación, Damon exclamó enfadado:
— ¡Por Dios, Elena! ¿Qué tratas de hacer? ¿Quieres que todo el mundo se entere de lo mucho que me detestas? Sabes muy bien que tus padres se preocuparán por ti.
— Oh, de acuerdo —la joven cerró la puerta de golpe cuando bajó del coche y se alejó, refunfuñando como una niña malcriada. Damon tenía razón, por supuesto; sus padres se preguntarían por qué insistía ella en tomar un taxi cuando Damon estaba dispuesto a llevarla en su auto.

-Déjame verte cuando estés lista.
Si alguna vez lograba estarlo, se dijo Elena con ironía. Parecía que el teléfono no había cesado de sonar con llamadas de gente que hacía una pregunta u otra. La joven ni siquiera estaba segura de si podría reunir la energía suficiente para asistir al baile. No, no era eso lo que la hacía tan reacia a prepararse para la fiesta, tuvo que admitir. Era saber que tendría que ver a Damon con Amanda. . . bailando juntos. . . abrazados.
“¡Basta…basta!”, se urgió, apretando los puños. Se atormentaba deliberadamente.
No nevó de nuevo y Elena había logrado llegar a Setondale para que le arreglaran el cabello. La peluquera, una muchacha joven, le había asegurado que estaría preciosa con la exuberante cascada de rizos que le enmarcaba el rostro con delicadeza. Sin embargo, ella no estaba muy segura de eso.
No se atrevió a darse una ducha para no arruinar su peinado, pero por suerte, tuvo la precaución de tomar uno antes de salir y, mientras se despojaba de su vestido, captó las leves trazas del aroma de su loción corporal. Mientras se aplicaba un poco más, se preguntó para qué se molestaba en hacerlo; después de todo, las mujeres sólo se perfumaban el cuerpo para sus amantes. Detuvo la mano y hundió las uñas en su muslo, tratando de no imaginarse como la amante de Damon.
El último verano en que fueron a nadar juntos, ella quedó a la vez turbada y fascinada por la estructura viril del cuerpo de Damon. Podía recordar el fino vello negro que le cubría el pecho y descendía hasta perderse debajo del traje de baño. Eso había sido poco antes que ella se diera cuenta de la verdadera naturaleza de sus sentimientos por él, y todavía recordaba la mezcla de turbación y excitación que experimentara cuando él se despojó de su ropa.
—¿Qué sucede? —le había preguntado Damon con tono de broma, mientras le acariciaba la cabeza.
El aroma de la hierba de verano y el del cuerpo masculino, se habían grabado para siempre en la memoria sensorial de la joven.
— Damon.
No se dio cuenta de que murmuraba su nombre. Los ojos se le humedecieron y reprimió las lágrimas, despreciándose por ser tan débil.
Se puso ropa interior limpia: diminutas bragas de satén y liguero del mismo color; no podía ponerse sostén bajo el vestido. No quiso mirarse al espejo mientras se enfundaba las medias de seda y luego se puso una bata antes de iniciar el maquillaje.
Ya no existía la muchacha torpe y desmañada que se fue a Londres; se había convertido en la mujer sofisticada y madura que la miraba desde el espejo, mientras se aplicaba con destreza la sombra en los párpados.
Abajo, el reloj de pared anunció la hora. Pronto llegaría Damon y Elena se estremeció ligeramente mientras estudiaba su reflejo en el cristal. Estaba lista. Todo lo que tenía que hacer ahora, era cubrirse con el vestido.
Se lo puso, batallando un poco con la crinolina.
El traje fue diseñado para una obra en la que cada detalle histórico debía ser exacto, pero de cualquier manera, fue un poco inquietante para ella darse cuenta de la forma en que el escote, bordeado de encaje, revelaba una generosa porción de sus senos. ¡Y no cabía duda que sus pechos nunca habían parecido tan plenos y provocativos como en esa ocasión! La tela los moldeaba y sostenía en toda su turgencia; la joven frunció el ceño y se mordió el labio inferior, dudosa.
De manera absurda, cuando se puso la máscara, se sintió un poco mejor respecto al escote, como si de alguna forma ocultarse detrás de la careta le diera cierta protección a su pudor.
Contuvo el aliento cuando fue a modelar para su madre, pero no debió haberse preocupado. Katherine, dando muestras de una liberalidad muy saludable, le dijo que no debía inquietarse por lo atrevido del escote.
—En efecto, es provocativo, pero de una manera muy encantadora.
De cualquier modo, cuando Elena oyó que el auto de Damon se detenía frente a la casa, cuidó de cubrirse muy bien con la capa de terciopelo que era el toque final de su atuendo.
— Me voy — anunció a su madre —. No quiero hacer esperar a Damon.
—Sí. El me dijo que los miembros del comité se sentarán a la misma mesa esta noche.
Así era, pero Elena no estaba segura de si Damon tenía la intención de acompañarlos. Sospechaba que Amanda tendría sus propios planes para la noche, los cuales no incluirían compartir a Damon con los demás.
Desde lo alto de la escalera, la joven miró anhelante hacia el lugar donde el médico charlaba con su padre, sabiendo que no podría verla estudiarlo con ávido deseo. El llevaba puesto un traje de noche y un puño enorme pareció estrechar el corazón de la chica mientras lo contemplaba, bronceado y viril, y tan desenfadado en su costoso atuendo. Lo portaba con una familiaridad que indicaba su costumbre de vestir con impecable elegancia.
Quizá eso era lo que debía recordarse de forma constante: la enorme brecha de experiencia que los separaba, pensó Elena con tristeza. Sin duda, Damon no había vivido una vida monacal mientras estuvo en los Estados Unidos. El no se habría mantenido ajeno a las experiencias sexuales por tener su mente ocupada con la imagen de ella.
Lo vio consultar su reloj de pulsera y, entonces, comenzó a descender por la escalera.
—Ah, allí estás mi amor —dijo su padre con una amplia sonrisa—. A ver, déjanos mirarte. . . Da una vuelta.
—Oh, papá. . . lo siento. Creo que ya debemos irnos; no es correcto que lleguemos tarde.
Pudo sentir la tensión de Damon mientras la escoltaba al auto, pero fue hasta que avanzaban por el sendero cuando él habló:
—¿Qué pasa? —preguntó con aspereza—. ¿Temías que tu padre pudiera reconocer que era un vestido comprado por tu amante? ¿Es por eso que no quisiste mostrárselo?
Por un momento, ella quedó demasiado perpleja y consternada para hablar ¿Eso era lo que pensaba? Recordó cómo había mirado la caja, cuando estaban en el tren, y abrió la boca para contradecirlo, pero las palabras murieron en sus labios. ¿Qué sentido tenía decirle nada? Que pensara lo que quisiera. Sin duda, sería más fácil soportar su desprecio y hostilidad que tener que luchar contra su deseo físico; en especial cuando era tan consciente de su propia debilidad y vulnerabilidad ante él.
Aunque no tenía mucho que temer del médico en ese respecto ahora y, al encontrarse con la fría reprobación de sus ojos, se preguntó cómo era posible que alguna vez hubieran brillado con el fuego del deseo por ella. Al mirarlo en ese momento, no creía que la hubiese deseado un día.
No fueron los primeros en llegar; otros autos estaban estaciona dos frente a la casona. Anticipándose a la intención de Damon de abrirle la puerta del coche, Elena se apresuró a apearse y se sintió ridículamente torpe cuando él salió del coche y la miró con una sonrisa helada, sin humor.
— Eres muy lista — dijo él entre dientes—. Si te pongo las manos encima esta noche, podría estar tentado a ceder a la violencia. Tienes ese efecto en mí, ¿sabías?
---Entonces sugiero que busques a Amanda — replicó ella con acritud —. Me parece que es el tipo de mujer que puede lidiar con un hombre violento. No lo sé; ¡quizá hasta lo disfrute!
—¡Zorra! —lo oyó mascullar, antes de tomarla con firmeza del brazo—. No te queda bien, Elena. ¿Es eso lo que él ha hecho contigo. . . convertirte de una muchacha dulce e inocente en una?.
—¿. . .mujer? —completó la joven, apartando el brazo con brusquedad. Abrió la puerta y se apresuró a entrar. Damon la siguió de cerca.
Con una amarga sensación de satisfacción vio que Amanda se desprendía del lado de su madrina y se apresuraba a reunirse con el médico. Elena se encaminó hacia el tocador destinado a las damas, sin dirigir una segunda mirada a Damon o a Amanda.
Las esposas de varios miembros del comité ya estaban allí y la secretaria intercambió saludos y sonrisas con ellas, antes de quitarse la capa. Había llevado la máscara en la mano y se detuvo frente a uno de los espejos para ponérsela.
A su espalda, oyó que alguien decía:
— Querida, ¡qué vestido tan maravilloso! Me das envidia. Aunque, con mi figura, ya no podría ponerme algo así —se volvió y vio a la madre de una de sus amigas —. ¿En dónde lo conseguiste?
Sonriente, la joven explicó
--Ah, con razón! De verdad es fabuloso.
— Más vale que vaya a ver si ya llegaron los músicos — se excusó Elena y salió del baño. .
En el salón sólo estaban encendidas las luces de las paredes, y el suave resplandor rosado que desprendían daba un efecto seductor a la habitación. Los músicos ya estaban en el estrado; uno de ellos alzó la cabeza y silbó de manera apreciativa cuando vio acercarse a ellos a Elena; la joven hizo una reverencia, en actitud de broma, pero de inmediato se puso tensa cuando sintió que unos ojos le perforaban la nuca.
Supo, antes de volverse, quién la miraba. Damon estaba junto a Amanda, la cual charlaba animadamente con su madrina, demasiado enfrascada en la conversación para percatarse de que su acompañante observaba con especial atención la figura blanca y plateada de Elena. Después de un rato, el médico alzó los ojos al rostro de la joven y ella sintió que el salón giraba en torno a ella ante el desprecio que leyó en sus grises profundidades. Con tremenda angustia, la joven apartó la mirada y se concentró en su intercambio con los músicos.
—Ah, Elena. Todo parece bajo control. Las damas del WI han aportado un buffet excelente. ¿Ya lo viste?
Por suerte, el alcalde le proporcionó la distracción que tanto necesitaba.
—Se supone que no debía reconocerme con esta máscara —le reprochó la joven, juguetona.
---¡Oh, yo reconocería ese pelo donde fuera!
Todas las mujeres debían conservar puestas las máscaras hasta las doce, cuando sus compañeros podrían pedirles que se las quitaran al grito de: “conozco mascarita!”, y pagarían una multa en caso de equivocarse. Esta había sido sugerencia de Lady Anthony y a Elena le pareció una buena idea, en vista del ambiente romántico de la velada.
Una hora después, todos los invitados habían llegado y la pista de baile estaba atestada. Elena observaba, desde fuera de la pista, a las parejas que bailaban, tratando de no ver lo bien que se acoplaban Damon y Amanda, ni lo cercanos que estaban sus cuerpos.
No sabía cuánto más podría soportar el menosprecio de Damon. Nunca lo había considerado ególatra, pero sólo podía explicar su hostilidad mediante el hecho de que ella hubiese preferido a Tayler como amante, según imaginaba el médico, rechazándolo a él.
Estaba sumida en sus sombrías reflexiones cuando se le acercó el alcalde para invitarla a bailar. Ella se levantó de su asiento para encaminarse a la pista y, al avanzar su crinolina se balanceó graciosamente. Se dio cuenta de que el vestido había causado sensación, pero eso no le provocaba placer. La mirada desdeñosa que le dirigiera Damon, le había robado la alegría y la noche se convirtió en algo que debía soportar.
El alcalde bailaba asombrosamente bien y su cortesía de caballero del siglo pasado fue un bálsamo para el alma de la joven, después del mordaz sarcasmo de Damon, pero, de cualquier manera, se dio cuenta de que no contaba con toda la atención del hombre mayor. Lo había visto mirar, más de una vez, en dirección de Lady Anthony y, en un impulso que no quiso analizar, Elena le dijo con voz suave: -
—Lady Anthony parece muy sola; ¿por qué no la invita a bailar?
— Lo haría, pero estoy seguro de que me rechazará —el alcalde lanzó una risa seca, sin humor—. Y no sería la primera vez —una sombra cruzó por su rostro—. Hubo una época cuando creí que. . . Pero fui un tonto. Su padre quería conservar el título familiar y la casó con Ronnie.  El y yo estábamos en el mismo regimiento, ¿sabes?
“ señor Bornes la amaba!”, dedujo Elena, conmovida. Sólo por un momento, había vislumbrado al hombre detrás de la más cara severa del alcalde impoluto y, cuando él volvió a mirar a través del salón hacia donde estaba Lady Anthony, supo con certeza que todavía la quería.
La música cesó cuando estaban cerca de la mesa de Lady Anthony.
—Bailas muy bien, querida, y con ese vestido, eres de verdad la reina de la fiesta —los hermosos ojos azules de la dama se nublaron con una sombra de nostalgia.
En otro impulso incontrolable, Elena dijo:
— El alcalde me estaba diciendo que le encantaría bailar con usted, pero que temía que lo rechazara — no se atrevió a mirar a su acompañante, sin embargo, percibió su tensión y se preguntó si no habría cometido un tremendo error.
Para su alivio, vio que Lady Anthony, un poco confusa y sonrojada, no daba señales de indignación o disgusto.
—Oh, pues. . . Yo. . . Hace mucho que no bailo. Mi artritis, sabes.
—Tonterías —dijo entonces el hombre mayor, con tono gruñón— Recuerdo que eras la mejor bailarina del condado, parecías una sílfide.
Casi sin creer lo que veía, Elena observó que el alcalde ofrecía una mano con gentileza a la dama, para ayudarla a ponerse de pie, en el momento en que los músicos comenzaban a tocar un vals.
Lady Anthony sonreía al señor Barnes con la expresión de una joven tímida a la que invitaban a bailar por primera vez.
Tal como había previsto la secretaria, Damon no se unió al resto del comité, en la mesa reservada para sus miembros, cuando llegó la hora de la cena. Pudo verlo sentado al otro lado del salón, con Amanda y tuvo que reprimir los celos candentes que le quema ron las entrañas.
No comió mucho y se disculpó tan pronto como le fue posible para levantarse e ir al tocador de damas, donde revisó su apariencia. Estaba pálida y las manos le temblaban al aplicarse un poco de rubor y retocar su lápiz labial.
Se acomodó algunos rizos que escapaban de su peinado y se estudió por un momento antes de volver a colocarse la máscara, la cual transformó su Rostro, dándole una apariencia extraña, mágica, difícil de definir. Detrás de la careta sus ojos brillaban con una luz extraña y la iluminación del cuarto enfatizaba la plena redondez de sus senos. Todavía se sentía un poco abochornada por el atrevido escote, pero no había algo que pudiera hacer al respecto y, además, su atuendo era menos revelador que la esplendorosa creación que vestía Amanda.
Cuando salió del tocador, las parejas ya habían vuelto a la pista y el maestro de ceremonias decía con entusiasmo:
— Vamos, damas y caballeros, se acerca la medianoche; sólo faltan cinco minutos. Señores, recuerden que si su pareja se niega a despojarse de la máscara, ustedes pueden cobrarle una multa, que consistirá en….
Tenía que salir de allí, se dijo Elena, tratando de controlar el dolor que le atenazaba el corazón. No podía soportar el espectáculo de Damon pasando frente a ella con Amanda de su brazo.
Se volvió para dejar el salón y se puso tensa cuando una mano firme la detuvo.
—Creo que es el momento de que bailemos —dijo una voz familiar y se volvió, azorada, para encontrarse con la sombría mirada de Damon.
El aprovechó la turbación de la joven para llevarla al centro de la pista, hundiendo los dedos en la piel de su brazo para impedirle que se apartara.
—¿De qué hablas? —protestó la chica cuando el médico se detuvo y la hizo volverse, para mirarla a la cara y ceñirle la cintura con una mano—. No te había concedido ningún baile.
—¿No? Pensé que estaría implícito en el hecho de haberte traído. Mira a tu alrededor. Dudo que haya muchas mujeres que no estén bailando con el hombre que las trajo aquí.
—Podrías bailar con Amanda.
Sus esfuerzos por desasirse pusieron a sus pechos en contacto más íntimo con el torso masculino.
A su alrededor, las parejas bailaban estrechamente enlazadas. Damon inclinó la cabeza y Elena sintió el roce de su barbilla contra la piel de su frente. Cuando aspiró el conocido aroma de la colonia masculina, todas sus resistencias se derrumbaron y sintió que su cuerpo se entregaba, lánguido, al cálido abrazo del médico. De inmediato, Damon la estrechó con más fuerza contra sí.
— Siempre nos hemos acoplado bien, Elena — le susurró al oído—. ¿Recuerdas cuando te enseñé a bailar?
— Lo he hecho con muchos hombres desde entonces.
Respingó cuando él le hundió los dedos en la cintura, con fuerza, y se preguntó por qué lo retaba de esa manera. ¿Por qué no se resignaba a aceptar lo que el destino le tenía deparado y nada más?
La crinolina atenuaba la sensación del cuerpo de Damon moviéndose contra el de ella, pero de todos modos lo percibía y notaba también que, debajo del apretado corpiño, sus senos estaban hinchados y tensos. Se le formó un nudo en la garganta y, cuando al terminar la música, Damon quiso quitarle la máscara, ella alzó una mano para impedírselo.
Demasiado tarde comprendió su error, cuando escuchó que él comentaba con sarcasmo:
—¿No? La gente nos mira, Elena; tendré que cobrarte la multa.
Dominada por la angustia, la joven no se dio cuenta de la razón por la que Damon quería quitarle la máscara y ahora, mientras varias parejas sonrientes los miraban, no era posible aducir que fue una equivocación. Incluso el maestro de ceremonias los había visto y en derredor, la gente rió cuando dijo, por el micrófono:
---Bien, señoras y  señores, parece que tenemos entre nosotros a una dama reacia Dígame caballero, ¿qué intenta exigir como multa?
Damon dirigió a quienes lo rodeaban una sonrisa displicente y dijo arrastrando las palabras:
---¿Ustedes qué creen? —y de inmediato rodeó a la joven con los brazos y la besó de lleno en la boca, en presencia de la divertida concurrencia. Elena nunca se había sentido tan abochornada en su vida, pero se dio cuenta de que hacer o decir algo mientras los músicos se preparaban para interpretar otra melodía, sólo empeoraría la situación.
Amanda fue la primera en llegar hasta ellos cuando dejaban la pista de baile; lanzaba a Elena dardos envenenados con la mirada mientras enlazaba un brazo con el de Damon. Tuvo la sensatez de no decir nada en ese momento, pero la secretaria se sintió segura de que la sofisticada mujer no estaba complacida en absoluto, a juzgar por las miradas de reproche que lanzaba a Damon.
Elena se excusó, diciendo que tenía que ayudar a las damas del comité, pero en realidad lo que quería era huir de las miradas curiosas y las sonrisas socarronas que la enervaban, acrecentando su turbación.
Después de eso, se mantuvo bien alejada de la pista y respondió con diplomacia a los múltiples comentarios que recibió.
--¡Caramba, fue como ver una escena de “Lo que el viento se  llevó”! —comentó una robusta matrona con ánimo bromista, mirando a la joven con maliciosa suspicacia. Elena no sabía dónde ocultar su bochorno; reconocía que muy pronto ese incidente sería la comidilla de todos en el pueblo.
Llevaba hacia el auto de alguien una caja con platos cuando se dio cuenta de que la temperatura había descendido mucho. El cielo estaba lleno de estrellas y el aire era tan frío, que casi lastimaba al entrar en los pulmones.
—Creo que pronto tendremos más nieve —comentó alguien a su lado, con acento lúgubre—. Puedo olerlo en el aire.
Sin duda, pensó Elena, temblando, mientras se apresuraba a regresar a la casona. -
La gente comenzaba a marcharse y ella habría dado cualquier cosa por rechazar la invitación de Damon de llevarla a casa, pero era demasiado tarde para ordenar un taxi.
Regresó, vacilante, al salón de baile, y observó con asombrado placer que el alcalde y Lady Anthony estaban sentados juntos, charlando animadamente. El hombre mayor sonrió cuando la joven pasó frente a ellos.
—Excelente fiesta, querida —comentó.
—Sí, me hizo revivir mi juventud —subrayó Lady Anthony.
Varios miembros del comité se sumaron al elogio mientras se despedían y, aunque Elena revisó dos veces el salón, no pudo ver a Damon.
El temor y algo más, le paralizaron el corazón. Quizá, después de todo, tendría que ordenar un taxi como pudiera, o pedir a uno de los concurrentes que la llevara en su auto.
Tampoco podía ver a Amanda, y los celos le quemaron las entrañas con su veneno.
Pensaba que quizá tendría que emprender el camino a casa sola, cuando Damon hizo su aparición.
Amanda no estaba con él, pero Elena pudo ver la traza de lápiz labial que tenia los labios del médico. ¡El carmín que pintara los labios de Amanda!
Todo su cuerpo pareció sacudido por una oleada de angustioso dolor que la clavó en el suelo, impidiéndole todo movimiento. No pudo apartar los ojos de Damon mientras él se acercaba, con expresión severa.
— Creo que debemos marcharnos.
— Iré por mi capa y te veré afuera.
Elena se apartó de él como una autómata, pasando junto a Amanda cerca de las escaleras. El triunfo brillaba en los ojos fríos de la otra mujer y la secretaria comprendió que la mancha de pintura había sido una deliberada señal de hostilidad y advertencia. No habia duda de que Amanda quería hacerle saber que consideraba a Damon su propiedad privada. ¡Bien, pues que le aprovechara! se dijo Elena con acritud.

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