Capítulo Tres
Damon
subió las escaleras hasta
el apartamento de Elena. Había muchos escalones en mal estado y zonas
sin barandilla. Le parecía increíble que no se hubiera caído por
las escaleras en alguna ocasión.
No sabía si la iba a encontrar en el apartamento, pero se había
pasado por el restaurante
antes de ir a su casa y un hombre
bastante desagradable, un tal Matt, le
había dicho que Elena no estaba allí.
Frunció
el ceño al ver que la puerta de su
apartamento no estaba cerrada con llave.
La abrió y se encontró a Elena de
rodillas en el suelo, buscando algo
debajo de la mecedora. Vio que murmuraba
frustrada mientras se levantaba del suelo.
–¿Qué
se supone que estás haciendo?
Elena
gritó sobresaltada y se giró para mirarlo.
–¡Fuera
de aquí! –exclamó ella.
Levantó
las manos para que se calmara.
–Siento haberte asustado, pero
la puerta no estaba cerrada con llave.
–¿Y
crees que eso te da derecho a entrar sin llamar? ¿No se
te ocurrió llamar a la puerta? A lo
mejor no te quedó claro ayer, pero no quiero verte por aquí, Damon.
Elena
fue a la cocina y la siguió. Vio que abría y cerraba todos
los armarios. Parecía estar
buscando algo con desesperación. Ya se
había imaginado que no le haría
gracia verlo allí, pero
había tenido la esperanza de que
estuviera algo menos enfadada ese día.
Perdió
la paciencia al ver que se ponía de
nuevo de rodillas. Fue hasta donde estaba
y la ayudó a levantarse.
–¿Qué
estás buscando?
Elena
se apartó para que dejara de tocarla.
–El
cheque. ¡Estoy buscando el cheque!
–¿Qué
cheque?
–El
cheque que me diste.
Lo
sacó entonces del bolsillo y la miró.
–¿Este
cheque?
Elena
trató de agarrarlo, pero él lo elevó por encima de su cabeza.
–¡Sí!
He cambiado de opinión y voy a cobrarlo.
–Siéntate,
Elena, por favor. Explícame qué ha pasado.
Después de esperar seis meses y
de tirarme el cheque a la cara, ¿cómo es que has cambiado de opinión? ¿Te has
vuelto loca?
Le
sorprendió que le hiciera caso. Elena se
dejó caer en una de las sillas de la cocina
y se tapó la cara con las manos.
Se quedó perplejo al ver que empezaba a llorar.
No
sabía qué hacer. Nunca
había podido soportar verla así.
Se sintió muy incómodo. Apoyó la rodilla en el suelo y, con suavidad, le apartó
las manos de la cara.
Elena
apartó la vista. Parecía avergonzada,
como si no quisiera que él la viera en
ese estado.
–¿Qué
es lo que ha pasado, Elena? –le
preguntó.
–Me
han echado del trabajo –repuso ella entre sollozos–. Y ha
sido por tu culpa.
–¿Por
mi culpa? ¿Qué he hecho yo?
Al oír
sus palabras, Elena lo miró indignada.
–¿Que qué
has hecho tú? Nada, ¿verdad? Nunca es culpa tuya, no es la primera vez que
lo oigo. Seguro que todo es culpa
mía, igual que lo
fue todo lo que ocurrió durante nuestra relación. Limítate a
darme el cheque y sal de aquí. No tendrás que volver a preocuparte por mí.
–¿De
verdad esperas que me
vaya y que te deje así? –le preguntó él
con incredulidad mientras volvía a guardar el cheque–. Tenemos mucho de lo que
hablar, Elena. No voy a irme a ninguna parte y tú tampoco.
Lo primero que vamos a
hacer es ir a un médico para que te haga
una revisión en condiciones. No tienes
buen aspecto. Siento ser tan
directo, pero alguien tiene
que decírtelo.
Elena
se puso lentamente en pie.
–No
pienso ir a ninguna parte contigo. Si no vas a darme el cheque, sal de
aquí. No tenemos nada más de lo que
hablar.
–Hablaremos
del cheque después de ir al médico–repuso él.
Ella
lo miró con desprecio.
–¿Cómo te atreves
a chantajearme de esa manera?
–Llámalo
como quieras, no me importa. Vas
a ir al médico conmigo. Si te dice que
estás bien, te entregaré el
cheque y no tendrás que volver a verme.
–¿Seguro?
–le preguntó ella con cierta suspicacia. Él asintió con la cabeza. Sabía que
ningún médico estaría
satisfecho con su estado. Parecía
agotada y estaba pálida.
Vio
que se quedaba pensativa, como
si estuviera decidiendo si iba a aceptar sus condiciones o no.
Respiró tranquilo al ver que cerraba los
ojos y suspiraba.
–De
acuerdo, Damon. Iré contigo al médico. Y cuan- do nos diga que estoy
perfectamente, no quiero volver a verte.
–Si
dice que estás bien, no tendrás que hacerlo. Elena volvió a sentarse en la
silla. No podía creerlo, no parecía
consciente de lo mal que estaba. Creía que
necesitaba alguien que cuidara de
ella y se asegurara de que comiera bien.
También necesitaba descansar lo suficiente.
–Bueno,
deberíamos irnos ya. La cita es para dentro de media hora y
no sé si habrá mucho tráfico.
Vio
que se había dado
por vencida. Se levantó, tomó su bolso y fue hacia la puerta.
Elena
no dejó de mirar por la ventana durante el trayecto en coche.
Su discusión con Damon había conseguido agotarla. Lo quería fuera de su vida. Ni siquiera podía mirarlo, era demasiado doloroso.
Vio
que aparcaba frente a un moderno edificio. Era una clínica médica.
Subieron en el ascensor hasta la cuarta
planta y Damon se encargó de hablar con la recepcionista.
Rellenó los papeles
con sus datos médicos
y una enfermera la acompañó al lavabo. El primer requisito era una
prueba de orina. Cuando terminó,
otra enfermera la llevó hasta una de las consultas, allí la esperaba Damon.
Lo
fulminó con la mirada al verlo. Abrió la boca para decirle
que saliera de allí, pero Damon
se adelantó.
–Quiero
estar presente cuando el médico hable
contigo –le dijo él.
Se dio
cuenta de que tenía esa batalla perdida, no quería discutir allí con él. Se apoyó en la camilla, tratando
de convencerse de que ya no iba a tener
que soportarlo durante mucho más tiempo. En cuanto el médico le dijera que estaba bien, podría librarse por fin de él.
Pocos
minutos más tarde, llegó un doctor joven y le dedicó una sonrisa. Le pidió
que se tumbara en la camilla. Le
midió el vientre y escuchó los latidos del bebé. Después,
acercó una máquina y le aplicó un gel transparente en la barriga.
Levantó la cabeza
sobresaltada al ver lo que hacía.
El gel estaba muy frío.
–¿Qué
está haciendo?
–Pensé
que le gustaría ver a su bebé. Voy a hacerle una ecografía para medirlo y comprobar la fecha aproximada en la
que saldrá de cuentas. ¿Le parece bien?
Elena
asintió con la cabeza y el doctor
comenzó a mover un aparato sobre
su barriga. Después, señaló algo
en la pantalla de la máquina.
–Esa es la cabeza –le dijo el médico.
Damon
se acercó para poder ver el monitor.
Ella tenía que estirar mucho el
cuello para poder observar la pantalla. Al verla así, Damon
le colocó una mano bajo
la nuca para que
pudiera verlo más cómodamente. Se le llenaron los ojos de lágrimas al ver la imagen y no pudo evitar sonreír.
–Es
preciosa –murmuró ella.
–Sí,
lo es –repuso Damon muy cerca de su oído.
–Bueno,
preciosa o precioso –se corrigió Elena.
–¿Os
gustaría conocer el sexo del bebé? –les
preguntó el médico–. Podemos intentar averiguarlo.
–No,
quiero que sea una sorpresa –le dijo ella.
El
médico siguió examinando la imagen y haciendo algunas anotaciones. Después, le limpió
la barriga.
Le
entregó una imagen de lo que acababan de ver en la pantalla. Era increíble
tener una ecografía de su bebé, pero
estaba algo nerviosa, el médico estaba haciendo muchas anotaciones
en su libreta.
–Estoy
algo preocupado por usted –le dijo el doctor.
Elena
frunció el ceño y trató de incorporarse.
Damon la ayudó a hacerlo.
–Tiene la tensión muy alta y hemos encontrado trazas de proteína en su orina. He visto que tiene las manos
y los pies hinchados y mucho me temo
que no se está alimentando demasiado bien, debería pesar más a estas alturas del embarazo. Son síntomas de preclapsia y se
trata de una condición muy peligrosa que puede tener consecuencias serias.
No podía
creerlo. Estaba sin palabras.
–¿Qué es la preclapsia? –le preguntó Damon al
doctor.
–Se
trata de una complicación que está asociada con una hipertensión inducida
durante el embarazo y con elevados niveles de proteína en la orina. Puede desembocar en una
eclampsia. En casos severos, se ponen en
peligro la vida del feto y la de la madre–les explicó el médico–. Si su condición empeora un
poco más, tendrá que ser ingresada en el hospital y quedarse allí
hasta que llegue
el momento de dar a luz. Si no me
aseguran usted y su esposo que va a hacer reposo absoluto y a cuidarse más,
tendré que ingresarla en el hospital.
–No es
mi… –comenzó ella.
–Por
eso no se preocupe –la interrumpió Damon–.
No dejaré que mueva ni un dedo.
Tiene mi palabra.
–Pero…
–protestó Elena.
–No
quiero oír ningún «pero» –le dijo el
médico mientras la miraba serio a los ojos–. Creo que no entiende lo peligrosa
que es esta condición. Si empeora, podría morir. La eclampsia es la segunda
causa de muerte materna en los Estados
Unidos y es la complicación más
frecuente con la que nos encontramos durante el embarazo. Esto es muy serio y tiene
que tomar todas las precauciones necesarias para que no empeore.
Vio
que Damon estaba muy pálido
y ella también sintió que se le helaba la sangre.
–Doctor, le aseguro que a partir de ahora Elena se
limitará a descansar y a comer –le aseguró Damon.
El médico asintió con la
cabeza y se despidió de los dos.
–Me
gustaría que volviera dentro de una
semana. Si siente un fuerte dolor de cabeza o ve que empeora el edema de sus manos y sus pies, vayan directamente al hospital,
¿de acuerdo?
En
cuanto se quedaron solos, Elena se sentó
en la camilla. Lo que el médico acababa
de decirles había conseguido
asustarla. Damon se acercó y le apretó cariñosamente las manos.
–No
quiero que te preocupes por nada, Elena. Estuvo a punto de echarse a reír al oírlo.
Nunca había tenido tantos motivos por
los que estar preocupada. Le entraron ganas de gritar y
salir corriendo de la clínica.
–Venga,
vámonos –le susurro él.
Dejó
que la acompañara hasta el aparcamiento y que la metiera en
el coche sin protestar. No podía
creer que le estuviera pasando algo así. Damon encendió el motor y
comenzaron el trayecto de regreso a su
apartamento, pero ella seguía sin poder hablar. No tenía trabajo pero,
según lo que acababa
de decirle al médico, era mejor
así. De haber seguido trabajando
al mismo ritmo, su condición podría haber empeorado
rápidamente.
Pero no sabía cómo
iba a poder subsistir sin trabajar.
Estaba desesperada y no le gustaba sentirse tan vulnerable como lo estaba en
esos momentos.
Se
sobresaltó al oír el móvil de Damon. Éste contestó la llamada y lo miró
de reojo al ver que pronunciaba su nombre.
–Vamos ahora al apartamento de Elena, a
recoger sus cosas. Reserva dos billetes
desde Houston y llámame cuando tengas
el número de vuelo y la hora de embarque. Después, llama
a la consulta del doctor Whitcomb
en Hillcrest y pídeles
que envíen el historial
médico de Elena al doctor Bryant de
Nueva York. Encárgate de mantener
las cosas al día en el despacho, que
Linda revise los contratos que necesiten mi firma.
Volveré a la oficina dentro
de unos días.
Damon
colgó poco después y guardó el teléfono.
–¿Se
puede saber de qué estabas
hablando? –le preguntó ella con incredulidad.
–Vienes
a casa conmigo –repuso él.
–Por
encima de mi cadáver –replicó ella furiosa.
–No te
lo estoy pidiendo –insistió Damon
con firmeza–. Necesitas a alguien que
cuide de ti, ya que tú te niegas a
hacerlo. ¿Acaso quieres poner en peligro la salud del bebé?
¿O la tuya? Dame una solución, Elena. Demuéstrame que puedo irme
de aquí sabiendo que vas a estar bien.
–¿Es
que no entiendes que no quiero nada de
ti?
–Sí,
eso me lo dejaste muy claro cuando te acostaste con mi hermano. Pero el
caso es que ese podría ser mi hijo o mi sobrino. De un modo u otro,
no voy a irme de aquí sin saber
que estáis los dos bien. Por eso tienes que
venir conmigo a Nueva York. Y, si
te niegas, tendré que llevarte a rastras hasta el avión.
–No es
tu hijo –le dijo ella.
–Entonces,
¿de quién es?
–Eso
no es asunto tuyo.
–Vas a venir conmigo –insistió Damon–. Esto no
lo hago solo por un bebé que ni siquiera
sé de quién es.
–¿Por
qué lo haces entonces? Damon no contestó.
Cuando
llegaron a su apartamento, salió del coche
antes de que Damon
pudiera abrirle la puerta y ayudarla.
Subió las escaleras tan deprisa
como pudo, pero él la seguía muy de cerca
y no le dio tiempo a cerrar la puerta de su apartamento antes de que llegara Damon.
–Tenemos
que hablar, Elena.
–Es
verdad. Me dijiste que podríamos hablar del cheque después de ir al
médico. Estabas dispuesto a tirármelo a la cara
cuando me llamaste prostituta.
Ahora soy yo la que quiero ese cheque y poco me importa ya lo que pienses de mí.
–Ya no
hay trato.
–¡Estupendo!
–replicó ella con sarcasmo.
–Quiero
que vuelvas a Nueva York conmigo.
–Estás
loco –le dijo con incredulidad–. ¿Por
qué iba a ir a ningún sitio contigo?
–Porque
me necesitas.
Sintió un
fuerte dolor en el pecho al oírlo y se quedó sin aliento.
–Ya te
necesité en otra ocasión y no te tuve.
Se
apartó de él antes de que Damon pudiera contestar. Estaba
muy asustada, pero no
podía dar su brazo a torcer.
Damon
se había quedado en silencio.
Cuando volvió a hablar, notó algo
distinto en su voz, parecía muy afectado
por algo.
–Voy a salir a la farmacia para
comprar lo que te ha recetado el
médico. También compraré algo para comer. Cuando vuelva, espero que hayas hecho
ya la maleta.
Se
sentó en la mecedora en cuanto se quedó sola. Tenía un
fuerte dolor de cabeza y se frotó
la frente para tratar de
aliviarlo. Su vida había cambiado por
completo en unas pocas
horas. Solo un par de
días antes, había tenido un
plan. Un plan
bastante bueno. Pero se
había quedado sin trabajo, tenía problemas de
salud y su exnovio la estaba
presionando para que volviera a Nueva York con él.
No le
hacía ninguna gracia tener que
hacerlo, pero se dio cuenta de
que iba a tener que llamar a su madre. Se había
jurado que no volvería a pedirle nunca nada, pero
en ese momento se dio cuenta de que no tenía otra opción.
Tomó el teléfono y respiró profundamente antes de
marcar su número de teléfono. Ni siquiera
sabía si April seguiría viviendo en Florida.
Su
madre había dejado de ocuparse de
ella en cuanto terminó sus estudios
en el instituto. Le faltó tiempo para echarla de casa. Estaba deseando
poder vivir con su último novio.
Había tenido incluso el descaro de decirle que ya
le había dedicado dieciocho años, los
mejores de su vida. Años que nunca iba a
recuperar y que había malgastado criando a una hija que nunca había querido tener.
Al
recordarlo, estuvo a punto de colgar el teléfono, pero su madre ya había descolgado.
–¿Mamá?
–preguntó ella.
–¿Elena? ¿Eres tú?
–Sí,
mamá. Soy yo. Te llamo porque necesito tu ayuda. Verás… Estoy embarazada y necesito irme a vivir contigo.
Su
madre se quedó en silencio.
–¿Dónde está ese novio tan rico que tenías?
–Ya no
estamos juntos –repuso Elena–. Ahora
vivo en Houston. He perdido mi trabajo y no me encuentro bien.
Al médico le preocupa mi salud y
la del bebé. Necesito un
sitio donde quedarme durante unas semanas, hasta que esté mejor.
Oyó
que su madre suspiraba.
–No
puedo ayudarte, Elena. Richard y yo estamos muy ocupados y la verdad es que ni
siquiera tenemos espacio en casa.
Se
sintió muy dolida. Ya se había
imaginado que de nada iba a
servirle llamar a su madre. Colgó sin despedirse, no tenía nada
más que decirle.
Su
madre nunca había sido una madre de
verdad, se había limitado a
cuidarla porque no le había quedado más remedio que hacerlo.
–Te
quiero –susurró mientras se acariciaba la barriga–. Y siempre te querré. Voy a disfrutar de cada
momento que pase contigo.
Apoyó
la espalda en la mecedora y miró al
techo. Se sentía muy vulnerable. Cerró
los ojos. Estaba agotada…
Se
despertó de repente cuando alguien le sacudió el hombro. Abrió los ojos y vio
que Damon la miraba preocupado. Tenía un
plato y un vaso de agua en las manos.
–Te he traído comida tailandesa –le dijo él.
Era su
comida favorita y le sorprendió que lo recordara. Se incorporó con dificultad y
tomó el plato que le ofrecía.
Damon
fue a la cocina a por una silla y se
sentó a su lado. Le incomodaba que él estuviera
observándola mientras comía y decidió
concentrarse en lo que tenía en el plato.
–No te
va a servir de nada ignorarme –le dijo
él entonces.
Dejó
de comer y lo miró.
–¿Qué
es lo que quieres, Damon? Sigo sin entender qué haces aquí o por qué quieres
que vuelva contigo a Nueva York. No entiendo por qué te importa tanto cómo esté. Me dejaste muy claro
hace unos meses que me querías fuera de tu vida.
–Estás
embarazada y necesitas ayuda. ¿No te
parece motivo suficiente para que quiera ayudarte?
–¡No!
¡No lo es!
Damon
apretó enfadado los dientes.
–Muy
bien, te lo diré de otra manera –le dijo
él–. Tú y yo tenemos mucho de lo que
hablar. Entre otras cosas, he de saber si soy el padre del niño. Necesitas ayuda y puedo dártela. Alguien
tiene que cuidar de ti. Necesitas un
buen médico y puedo proporcionarte todas esas cosas.
Desesperada,
se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer contra el respaldo de la mecedora.
Al verla así, Damon se puso de
rodillas a su lado y le tocó
con cuidado un brazo, como
si estuviera acariciando a un
animal salvaje y asustado.
–Ven conmigo, Elena. Sabes que somos
nosotros los que tenemos que solucionar esta situación. Tienes que pensar
en el bebé.
No le
gustaba que tratara de manipularla de esa manera,
haciendo que se sintiera culpable.
–No
puedes trabajar. El médico te ha dicho
que debes hacer reposo para
no poner en peligro tu salud y la
del bebé. Si no
aceptas mi ayuda, hazlo
al menos por el niño. ¿O acaso es tu orgullo más importante que su
bienestar?
–¿Y
qué se supone que vamos a hacer cuando
lleguemos a Nueva York, Damon? –le
preguntó ella.
–Vas a
descansar y, mientras tanto, hablaremos de cómo va a ser nuestro futuro.
Se le
hizo un nudo en el estómago al oír sus palabras. Hablaba con
mucha seriedad y le sorprendió que hablara del futuro de ellos tres.
Sabía
que no
debía aceptar su propuesta, pero
tampoco podía dejar de hacerlo.
Había estado
dispuesta a tragarse su orgullo y aceptar el cheque, se imaginó que
también podía hacer lo que le
sugería Damon por el bien del bebé.
–De
acuerdo, iré –susurró ella. Damon la miró triunfante.
–Entonces,
vamos a hacer las maletas y salir de aquí cuanto antes.
genial¡¡ ^^
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