Capítulo
10
Aquello de que tenían
«mucho que hacer» le pareció a Elena algo exagerado, según pasaba la tarde del
día siguiente.
Una boda beduina, evidentemente, era un evento que
necesitaba tantos preparativos como la boda por la que habían pasado en
Seattle.
Elena se preguntaba qué pensaría Damon. Si asumiría
que ella iba a seguir la ceremonia sin más, o si seguiría oponiéndose.
Ni ella misma sabía qué quería. Habían sucedido
demasiadas cosas, estaba demasiado sensible emocionalmente como para hacer otra
cosa que intentar reprimir sus lágrimas. Afortunadamente, Latifah le facilitó
las cosas, asumiendo que el silencio era un asentimiento y que estaba feliz,
cuando no lo estaba.
Durante los preparativos, Latifah le contó que había
residido en Kadar hasta los ocho años. Le había explicado también por qué Damon
se había ido a vivir con el rey Asad y ella con su abuelo. Elena sentía escalofríos
al recordar lo que Latifah le había contado.
El intento de golpe de hacía veinte años había matado
a sus padres. Damon y ella habían estado a punto de morir, pero su hermano, con
diez años, se las había ingeniado para sacar a su hermana del palacio, en medio
del ataque, y había ido en busca de la tribu de su abuelo en el desierto.
Cuando habían llegado hasta los beduinos, ambos niños estaban deshidratados y
desnutridos, pero vivos.
Elena pensó en Damon: un niño de diez años que había
asumido la responsabilidad de salvar a su hermana pequeña. La idea la
enterneció. Porque, por lo que había dicho Latifah, Damon no sólo había perdido
a sus padres, sino que más tarde lo habían separado del familiar más cercano
que le quedaba.
Latifah había sido criada entre los beduinos, y Damon
en cambio había sido educado para ser el jeque de Kadar, como un hijo adoptivo
del rey Asad.
Sus sentimientos de obligación hacia el Rey estaban
basados en algo más que en un sentido del honor. Estaban basados en cuestiones
emotivas también. ¿Cómo podía ser de otro modo, si el Rey había sido la única
entidad consistente en su vida?
—¿Y los disidentes, son los mismos que amenazan a la
familia real ahora? -preguntó Elena a Latifah.
—Sí. Aunque son menos que entonces. Los hijos siguieron
a los padres cuando éstos murieron. Aunque no tienen apoyo de la gente, siguen
perpetrando cosas horribles. Si Damon no hubiera estado tan bien entrenado, lo
habrían matado en el intento de asesinato.
Elena se estremeció.
-¿Intentaron matar a Damon?
-Sí. ¿No te lo ha contado? Hombres, hombres. Ocultan
esas cosas creyendo que protegen nuestros sentimientos. Las mujeres damos a
luz. No me digas que no somos lo suficientemente fuertes como para saber
la verdad.
Elena estuvo de acuerdo.
-¿Cuándo sucedió esto?
-La última vez que Damon vino a Kadar. Aquello
disgustó mucho a mi abuelo, y por primera vez no se quejó de que Damon regresara
a América.
Damon se había casado con ella no sólo por deber,
pensó Elena, sino por una verdadera necesidad de proteger a su familia del
horror del pasado. Para él, aquellos visados para vivir en los Estados Unidos
representaban la oportunidad de proteger a su familia. Algo que podía hacer
personalmente, en lugar de pagar a alguien para que lo hiciera.
Lo comprendía.
También comprendía que el concepto de trueque en un
matrimonio no era lo mismo para él que para ella.
Latifah la ayudó a coser unas monedas de oro en su
manto para la cabeza. Era una muestra del valor que ella tenía para el pueblo
de su abuelo.
Entre aquella gente, una permuta no era sólo aceptable,
sino normal.
El acuerdo entre el rey Asad y su padre no era nada
fuera de lo habitual allí.
En cierto sentido lo comprendía. Pero eso no mermaba
el dolor que le provocaba el saber que él no la amaba. Se sentía traicionada
por él y por su padre y por su propia malinterpretación de toda la situación.
Ella se había querido convencer de que él la amaba, pero él no lo había dicho
nunca.
Sólo había sido su necesidad de creerlo.
-¿Y el amor? -preguntó a Latifah.
-¿A qué te refieres? -preguntó la mujer cosiendo la
última moneda a su traje.
-¿El amor no tiene lugar en los matrimonios entre tu
gente?
-Por supuesto. ¿Cómo puedes dudarlo? -preguntó
Latifah, sorprendida. Yo amo a mi marido.
-¿Y él te ama? -preguntó Elena, sin poder evitarlo.
-¡Oh, sí! -sonrió la hermana de Damon.
-Pero...
-El amor es muy importante entre nuestra gente
-Latifah levantó el manto con las monedas y lo admiró.
-Pero vuestros matrimonios están basados en asuntos
económicos -comentó Elena, intentando comprender.
-El amor y el afecto es algo que aparece después del
matrimonio.
-¿Siempre es así?
Latifah apartó el manto y miró a Elena.
—Es deber del marido y la mujer darse afecto. No
debes preocuparte por eso. Vendrá a su tiempo.
Se miraron un momento. Elena no creía que una mujer
tan hermosa como Latifah pudiera comprender sus inseguridades. Era imposible.
Latifah y ella no compartían el mismo medio social, y probablemente hubiera
sido fácil para el marido de Latifah enamorarse de su mujer.
Damon, en cambio, se había casado con una mujer que
había sido criada de un modo totalmente diferente. Y además era vulgar y
tímida.
Aquella noche pudo ver a Damon bajo la mirada celosa
de su abuelo. No tuvieron oportunidad de hablar de nada privado, algo que la
frustró. Puesto que necesitaba hablar con él antes de comprometerse en un matrimonio
beduino.
El hecho de que se estuviera planteando el matrimonio
era producto del efecto que había tenido su ausencia durante dos días y medio.
Lo echaba de menos, y si lo echaba tanto de menos después de no verlo en dos
días, ¿cómo iba a soportar la vida sin él?
Aunque el matrimonio había sido algo acordado por un
asunto de negocios, él había intentado hacer el esfuerzo de establecer una
relación personal entre ellos. Había compartido su tiempo con ella, demostrándole
que podían disfrutar de su mutua compañía. Era duro perder su amistad tanto como
el hacer el amor con él.
Y eso era importante.
Su cuerpo tenía adicción a él. La avergonzaba sentir
aquel deseo físico, pero cuando recordaba el placer que le hacía sentir, le
daban ganas de llorar.
¿Qué pasaría si se apartaba de él? Sabía que no
amaría a otro hombre como amaba a Damon. Daba igual lo que él sentía por ella.
Los sentimientos que tenía por él eran demasiado profundos para sentirlos por
otra persona.
Cuando se fue a la cama aquella noche, se sentía
confusa y frustrada.
La boda se llevaría a cabo dos días más tarde. Y si
esos días seguían el modelo de los que había vivido hasta entonces, no tendría
oportunidad de hablar con Damon.
Elena estaba echada en la cama, oyendo los sonidos
del desierto y la vida del campamento afuera. Un grupo de hombres pasaron por
allí y se oyeron las risas a través de la tienda.
El aire había refrescado significativamente y ella
se arrebujó entre las mantas.
Estaba a punto de dormirse cuando alguien la despertó
tapándole la boca. Elena se asustó.
-Soy yo, Damon.
Ella se sintió aliviada al oír su voz.
—Shh... -le dijo al oído-. Habla bajo o nos
descubrirán.
-De acuerdo -susurró Elena-. Pero, ¿qué estás
haciendo aquí?
-Tenemos que hablar.
Damon la ayudó a levantarse. Elena sintió el frío a
través del fino camisón. Pero él la envolvió con su capa inmediatamente. Olía a
él...
La llevó fuera, por un pasadizo que ella había visto
anteriormente. Le sorprendió que hubiera más de una entrada en la tienda.
Al salir fuera, se dio cuenta de que no tenía
zapatos, y que sus pies tocaban objetos más salientes que la arena.
Pero Damon pareció adivinarlo, porque la alzó en
brazos y la llevó más allá de las luces dibujadas por las antorchas del
campamento beduino.
Damon se detuvo y se agachó en la arena sin dejar de
sujetarla. Ella quedó apoyada en el regazo de su marido y sintió el efecto
inconfundible de su erección. Intentó apartarse. Pero él no la dejó.
-Relájate.
-Estás... -Elena no siguió.
-Lo sé -dijo él, contrariado.
Al menos ahora sabía que el deseo por ella era real.
También le gustaba que hubiera querido hablar con
ella antes de la ceremonia beduina. Quería decir que no estaba completamente
seguro de ella. Al parecer, su arrogancia tenía límites.
Elena esperó a que él hablase.
-Vamos a casamos por una ceremonia beduina dentro
de dos días.
-Eso me han dicho.
Él la miró.
-Según el marido de Latifah, has estado de preparativos
todo el día.
-Sí.
Damon tenía que preguntarle algo, si ella pensaba
seguir con la boda.
—¿Has pensado que podrías estar embarazada?
Ella se sorprendió de su pregunta. No la esperaba.
¿Sería posible? Sintió una sensación en su corazón.
Era posible. Su boda había ocurrido en un período fértil de su ciclo. No había
sido planeado, pero el resultado podría ser un nuevo al Kadar. Su bebé. El
bebé de Damon. El bebé de ellos dos.
La idea de tener un hijo suyo en su vientre no era
desagradable, pero no podría divorciarse del padre de su hijo, incluso antes de
que éste naciera.
-No.
-¿No, no lo has pensado? ¿O no, no estás embarazada?
-No lo he pensado.
-Es curioso, porque yo no he pensado en otra cosa
desde la primera vez que sembré mi semilla en tu interior.
-No es seguro que haya germinado.
-Teniendo en cuenta la frecuencia con que hemos
hecho el amor, yo diría que es bastante probable.
Elena no podía negarlo.
-¿La idea de un hijo mío te resulta desagradable?
Ella le había pedido sinceridad, así que también sería
sincera.
-No.
-¿Vas a querer a mi hijo?
-¿Cómo puedes preguntar eso?
-No es tan raro pensar que el odio que sientes por
el padre podrías tenerlo por el hijo.
-Jamás odiaría a un hijo mío.
En cuanto al hecho de odiar al padre, no pensaba
contestarle.
-Por el amor de nuestro hijo, ¿asistirás a la ceremonia
que se realizará dentro de dos días?
-No sabemos si hay un niño -dijo ella.
Pero la idea le resultaba agradable.
-Tampoco sabemos que no lo hay.
-Sería una vergüenza para ti que yo no aceptase seguir
con la boda, ¿verdad?
-Sí. Y también sería una vergüenza para el niño
fruto de nuestra unión -dijo él.
-No puedo hacer promesas que no tengo intención de
cumplir.
-No hay promesas en la boda beduina -la tranquilizó.
Al parecer, Damon creía que ella había dejado de
amarlo. ¡Como si fuera tan fácil!
-Te casaste conmigo como parte de un acuerdo de
negocios.
-No puedo negarlo, pero eso no niega la realidad del
matrimonio.
-Me secuestraste.
-Fue necesario.
-Para lograr lo que tú querías.
-Por tu seguridad.
—Eso no tiene sentido.
¿Cómo iba a estar en peligro volviendo a Seattle?
-Hubo amenazas de muerte contra ti al día siguiente
de nuestra boda.
-¿Qué? ¿cómo?
-Llegó una carta al palacio. El rey Asad me la mostró
el día que nos marchamos.
Aquello había ocurrido cuando ella estaba planeando
huir, reflexionó Elena. No le extrañaba que Damon hubiera tenido el helicóptero
preparado en el aeropuerto.
-Mi deber es protegerte. No podía dejarte marchar.
—Deber -dijo ella, disgustada. Iba a odiar esa palabra.
-Sí. Deber. Responsabilidad. Aprendí esas palabras
muy joven. Soy un jeque. No puedo olvidarme de mis promesas tan fácilmente como
tú de las tuyas hechas durante nuestra boda.
Aquello la enfureció, y se levantó de su regazo, cayendo
en la arena fría del desierto.
-No me olvido de ellas -dijo, ya de pie.
Damon se levantó también.
-¿No? -preguntó él.
-Las hice engañada.
-Te cortejaron.
-¿Cómo puedes decir eso?
-Es la verdad.
«Tu verdad», pensó ella.
Ella suspiró.
-Debería volver antes de que tu hermana se dé cuenta
de que me he ido de la tienda.
-No hemos terminado de hablar.
-Quieres decir que no he estado de acuerdo con tus
planes.
-Quiero tu promesa de que celebrarás la ceremonia de
la boda.
-Necesito tiempo para pensarlo.
-Tienes dos días para hacerlo.
-¿Qué harás si digo que no?
Por toda respuesta Damon la besó tan furiosamente
como apasionadamente. Con deseo también. Y seducción. Cuando dejó de besarla,
ella apenas se sostenía de pie.
-Celebrarás la ceremonia, para que seas mi esposa a
los ojos de mi abuelo. Luego te haré el amor y tú te olvidarás del asunto del
divorcio.
Aquella presunción la enfadó.
-¿Por qué no? Ya hemos pasado por una farsa de boda.
¿Por qué no otra más?
Elena pensó que Damon iba a explotar, pero no lo
hizo.
-Por supuesto -respondió él, tenso.
La alzó en brazos y la llevó a la tienda de campaña.
No la bajó hasta dejarla en la cama.
-Buenas noches, aziz -y la besó.
Ella esperaba otro apasionado asalto a sus sentidos.
Pero le hizo una caricia suave, que dejó a sus labios deseando más.
Luego se fue.
Elena frunció la nariz por el olor y la visión del
camello que estaba arrodillado delante de ella.
Latifah le había dicho que su marido había montado
aquel animal en las tres últimas carreras, y que había salido victorioso. Pero
aquello no la tranquilizaba, según subía a la silla que había encima del lomo
del camello.
Ni siquiera había montado un caballo, y ahora tenía
que montar un camello.
Se acomodó en la silla.
Se suponía que debía ir en aquel medio de transporte
a su boda. Evidentemente, aquél era el equivalente romántico del coche tirado
por caballos que había soñado para su boda en Seattle. Pero igualmente no
habría podido ser, por el clima frío de su ciudad.
El viejo jeque montaba solo su camello. Había dicho
que, puesto que el padre de Elena no estaba allí para hacerlo, era un honor
ocupar su lugar.
Al llegar, se sintió observada por todos. La gente
se había reunido para ver su boda.
Cuando llegaron al sitio donde se celebraría la ceremonia,
el viejo jeque la ayudó a bajar del camello y la acompañó a su lugar, al lado
de Damon. Ella no lo miró durante el enlace, sino que mantuvo la vista baja,
como le había instruido Latifah.
La ceremonia no fue muy larga, pero el Mensaf, una
cena preparada para su unión, sí lo fue.
Hombres y mujeres comían separados y luego se
reunieron para los entretenimientos. Se sentaron al aire libre con un fuego
alrededor de ellos. La madera estaba tan seca que apenas había humo, pero el
olor a achicoria llenaba el aire. Los hombres tocaban instrumentos y las
mujeres cantaban.
Damon le traducía las letras al oído con voz
sensual, rodeándole la cintura.
Ella no podía ignorar cuánto le afectaba su tacto, y
su deseo por él, que crecía día a día en las' cuatro noches que llevaba
durmiendo sola.
Latifah llevó a Elena a las habitaciones de Damon en
la tienda de su abuelo. Era muy tarde.
Unas linternas iluminaban la amplia habitación. Las
paredes estaban cubiertas de seda de colores y el suelo estaba tapado por
alfombras de lana hechas por las mujeres beduinas.
La cama estaba llena de cojines y estaba rodeada por una especie
de cortina que colgaba del techo. Era como una tienda dentro de otra tienda.
No había casi muebles, a excepción de la imponente
cama. Cojines enormes hacían de sillas, supuso Elena, al verlos alrededor de
una pequeña mesa redonda.
Elena decidió esperar a Damon sentada en uno de los
cojines en lugar de esperarlo en la cama.
No sabía cuánto tendría que esperarlo, puesto que no
conocía las costumbres de la cultura de su abuelo.
Después de oír el trajín de fuera de la tienda, oyó
la inconfundible voz de su marido.
Dirigió su mirada al lugar por donde se suponía que
podía entrar, y entonces se dio cuenta de la similitud entre su fantasía y la
realidad que estaba viviendo.
Había sido secuestrada por un jeque y esperaba que
él fuera a su encuentro. Pero a diferencia del sueño, Damon era de carne y
hueso. Podía tocarlo y él la tocaría.
Se estremeció al pensarlo.
Damon se detuvo en la entrada de la tienda.
Elena lo estaba esperando dentro. Había impresionado
a Latifah con su dulzura, a su abuelo con su humildad y también había
escandalizado a las mujeres que, junto a Latifah, habían preparado a Elena para
la boda, puesto que ésta se había negado a ponerse hena en el pelo.
Pero había estado muy callada durante la fiesta. Al
menos no se había negado a seguir con la boda. No había estado seguro de que
asistiera hasta verla al lado de su abuelo en el camello. Pero para ella había
sido una farsa.
Él le demostraría aquella noche que no era un matrimonio
ficticio.
Abrió la abertura de la tienda y entró.
Al verla sentada en un cojín se detuvo. Se había
quitado el manto de monedas de la cabeza. Llevaba el pelo suelto. Él aspiró su
fragancia femenina.
-Mi abuelo está contento contigo.
Ella lo miró con sus ojos azules.
-¿Sabe por qué te has casado conmigo?
—No conoce el arreglo que hizo mi tío con tu padre,
no.
-Latifah me ha dicho que esto se considera como una
dote para una novia, incluso para la futura esposa del jeque.
Damon hubiera querido saber qué estaba pensando Elena.
-Mi abuelo te valora.
Ella bajó la mirada.
-¿Y tú?
-¿Si te valoro?
-Sí. -
-¿Lo dudas?
Era su esposa. Algún día, Dios quisiera, finalmente
entendería lo que significaba para un hombre que había sido educado y criado
como lo había sido él.
—Si no lo dudase, no lo preguntaría.
A Damon le disgustaba su desconfianza.
-El día que llegamos a Jawhar te hice una promesa.
Ella frunció el ceño.
-Prometiste no volver a mentirme.
-Y no lo he hecho.
Ella asintió.
-Pero te hice otra promesa antes de eso, pequeña
gatita.
Ella pareció confusa.
-Te prometí poner tus deseos y necesidades por delante
de todo. Dime, ¿no crees que te valoro?
-¿Quieres decir que si tu familia quiere algo que se
opone a lo que yo quiero, primarás mis deseos por encima de los suyos?
-preguntó Elena.
-Sí. Eso es lo que digo.
-O sea que si digo que no quiero que les garantices
sus visados, ¿tú aceptarías?
-¿Dirías eso si sus vidas estuvieran en peligro?
-preguntó Damon en lugar de responder.
-No -contestó ella con la cabeza baja.
-Eres muy pesimista -comentó él.
-¿Qué? -ella alzó la mirada.
-Sólo ves lo negativo de las cosas.
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