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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

19 octubre 2012

Comprado Capitulo 01


CAPÍTULO UNO

Estoy seguro de que, si fuera a tener un hijo, lo sabría y, además, tampoco sería de su incumbencia, pues no la conozco absolutamente de nada. Haga el favor de quitarme las manos de encima.

Elena Gilbert estaba tan sorprendida por lo que había hecho que no se podía ni mover. Sus acciones habían conseguido parar a aquel hombre al que estaba mirando ahora. Se trataba de un hombre de rostro increíblemente bello, era tan guapo que Elena creyó que no podía respirar.



Lo único que su cerebro, cansado y agotado, podía registrar eran impresiones. Alto. Fuerte. Moreno. Guapísimo. Sexi. Poderoso. Sexi. Poderoso.

Los ojos que la miraban lo hacían con tanta frialdad y arrogancia que era evidente que aquel hombre estaba seguro de que la acusación que acababa de verter sobre él era falsa y que debía de estar loca para haberse aproximado a él de aquella manera.

Aquella mirada helada la podría haber convertido en hielo, pero, extrañamente, Elena no sentía frío sino, más bien, todo lo contrario. Sentía un calor inconmensurable por todo el cuerpo.

Y mientras ella lo miraba anonadada, Damon Salvatore   tiró con desdén de la manga de su carísimo  traje  para  librarse  de  la  mano  de  Elena,  que  lo  agarraba  con  fuerza.  A continuación, miró a sus guardaespaldas y salió del edificio que alojaba sus oficinas en Londres.

Se había ido, había desaparecido sin mirar atrás, sin prestar la más mínima atención a aquella mujer menuda y despeinada que lo había asediado y que había intentado hacerse escuchar.

En pocos segundos, Elena se vio rodeada por varios guardias de seguridad que en un abrir y cerrar de ojos la pusieron de patitas en la calle, donde se encontró bajo un increíble aguacero y con la sensación de que lo que acababa de suceder había sido una pesadilla…

Elena apretó los dientes. Por desgracia, aquel día, hacía ahora una semana, no había sido una  pesadilla.  Había  ocurrido  en  realidad  y  la  misma  razón  que  la  había  llevado  a protagonizar aquella escena la había llevado a estar ahora sentada en un minúsculo coche de alquiler y aparcada frente a un increíble hotel situado a orillas del lago Como, en Italia.

Todavía estaba resfriada a causa de la lluvia de aquel día. Damon Salvatore  se había negado a escucharla entonces, pero ahora no podría negarse.

El sol se había puesto hacía horas, pero el cielo no estaba completamente negro. Todavía había nubes violetas. Era aquel momento mágico del día en el que la luz daba paso a la noche, aquel momento de tanta belleza que solía pasar desapercibido para muchos.


Y, bajo aquella luz tan especial, el hotel brillaba literalmente, envuelto en una nube de lujo y
glamour.

Elena estaba aterrorizada.

Estaba intentando no dejarse intimidar por la mansión ni por las calles limpísimas ni por cómo iban de elegantemente vestidas las personas que salían y entraban del hotel.

Aquel lugar se encontraba a muchos miles de kilómetros de cualquier lugar en el que ella se hubiera encontrado jamás. Elena cerró los ojos. Le dolían. Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo. Estaba exhausta. Era consciente de que estaba a punto de caer rendida, pero no había tenido tiempo de dormir.

Lo único que la obligaba a seguir adelante era la ira al recordar lo que aquel hombre le había hecho.

Aquélla era la única solución y la única manera que le iba a permitir verlo y obligarlo a admitir su responsabilidad, la única manera de que aceptara que era el padre del hijo que iba a tener su hermana.

Elena recordó el rostro de Bonnie tumbada en la cama del hospital y sintió que el corazón se le constreñía de dolor, lo que la llevó a cerrar los ojos de nuevo. Aun así, no podía dejar de ver la cara de su hermana ni tampoco la cantidad de cables y tubos que salían de su delicado cuerpo.

Elena sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y rezó para que no le sucediera nada. Rápidamente, se aseguró a sí misma que nada le iba a ocurrir.

Abrió los ojos más decidida que nunca a conseguir que Damon Salvatore   le diera el dinero que necesitaba para el tratamiento de Bonnie. Aquel hombre tenía que aceptar el papel que había desempeñado en todo lo que había sucedido.

Debía pagar. , Era su única opción. Elena estaba desesperada.
Su hermana había tenido un terrible accidente de tráfico mientras conducía para reunirse
con su amante. .Ella y el bebé habían sobrevivido de milagro, pero Bonnie se había fracturado la pelvis y había sufrido varias lesiones internas. Al estar embarazada, necesitaba desesperadamente poner a Bonnie en manos de un médico que tuviera experiencia con embarazadas y fracturas. Aquel terapeuta vivía en el centro de Londres y Elena sabía perfectamente que aquel tipo de cuidados se pagaban de forma privada y a precio muy alto.

Al no tener familia cercana ni amigos íntimos que tuvieran tanto dinero, se había visto obligada a llegar hasta donde lo había hecho. La enfermera que se encargaba de su hermana y que había sido compañera de Elena durante los estudios de enfermería le había asegurado que Bonnie estaba estable y que podía dejarla sola durante un tiempo. Aquello había sido lo que la había impulsado a dar aquel paso drástico y desesperado.




Elena volvió a mirar hacia las puertas del hotel. Nada. Había seguido a Damon Salvatore,
aquella tarde desde su mansión, situada a orillas del lago, hasta el hotel, donde lo había visto reunirse con una espectacular mujer de pelo castaño.

Elena se preguntó si se la llevaría a su casa o si le estaría haciendo el amor en una de las maravillosas suites del hotel. Aquello la llevó a morderse el labio inferior y a rezar para que no se la llevara a casa, pues necesitaba hablar con él a solas.

Algo le llamó la atención y volvió a mirar hacia el edificio. El portero acababa de llevar un descapotable plateado hasta la puerta principal, que se estaba abriendo en aquellos momentos.

Elena reconoció el coche de Damon Salvatore   inmediatamente. Y el propietario no tardó en aparecer.
Salía del hotel ataviado con un esmoquin negro, con la pajarita desatada y, desde luego,
bastante más despeinado que cuando había entrado. La guapísima mujer de pelo castaño salió a su lado, enfundada en un vestido plateado maravilloso y con apariencia también algo desaliñado.

Era evidente que se habían acostado.

A Elena le hubiera gustado sentir náuseas, pero lo único que sintió mientras miraba a aquella mujer que estaba abrazando a Damon Salvatore   y apretándose contra él fue deseo y algo mucho más confuso. Elena no se podía creer que la belleza y el carisma de aquel hombre le estuvieran haciendo mella desde el otro lado de la carretera.

Como cualquier hermana mayor protectora y cariñosa, estaba convencida de que Bonnie era muy guapa y de que todo el mundo la quería, pero también era consciente de que ni ella ni su hermana eran el tipo de mujer en el que se fijaba aquel hombre. Aquel hombre estaba fuera de su alcance, en un nivel que ni siquiera conocían.

Entonces lo comprendió.

Por eso, precisamente, se la había quitado de encima con tanta grosería.

Para entonces, el portero había abierto la puerta del conductor del deportivo. Damon Salvatore   se libró de la mujer y, tras darle un breve beso en la mejilla, bajó los escalones y se dirigió a su coche. Tras darle discretamente una propina al portero, se colocó al volante y desapareció.

Elena se quedó mirando a la mujer, que observaba con pena la partida de su amado. A continuación, desapareció en el interior del hotel y Elena supuso que volvería a la suite que había compartido con él.

De repente, se dio cuenta de que debía seguirlo, así que se apresuró a poner en marcha su coche y a salir del aparcamiento. ¿Qué demonios le estaba ocurriendo? Tenía que concentrarse para poder conducir aquel coche al que no estaba acostumbrada.




Respiró aliviada cuando vio que había un semáforo en rojo pocos metros más abajo y
reconoció rápidamente la silueta del deportivo. Casi al instante, el semáforo se puso en verde y el deportivo volvió a avanzar.

Mientras lo seguía, Elena recordó cómo acababa de tratar a su amante en las escaleras del hotel. Era evidente que a aquel hombre no le importaba ni nada ni nadie.

En aquel momento, sonó el teléfono móvil de Elena. Lo había dejado sobre el asiento del copiloto y lo agarró. A continuación, escuchó y contestó.

—Ustedes limítense a seguirme y ya les mostraré yo por dónde entrar.

A continuación, miró por el espejo retrovisor y vio al otro coche, del que prácticamente se había olvidado. Ante todo, no debía permitir que el miedo la atenazara.

Pero el miedo ya se había apoderado de ella por lo que iba a hacer. Elena se dijo que no debía perder la compostura ahora. Había llegado muy lejos, le había costado mucho trabajo averiguar dónde iba a pasar Damon Salvatore   las vacaciones.

Aquella carretera que discurría junto al lago le habría parecido maravillosa y mágica en cualquier otro momento, pero ahora sólo tenía ojos para el coche de delante.

Sabía que la parte trasera de la mansión de Damon Salvatore daba a la orilla del lago. Desde su propiedad, debía de haber una maravillosa vista. Elena era consciente de que aquellas casas eran realmente exclusivas. Jamás se ponían a la venta a través de anuncios, las transacciones se hacían de boca a boca, los compradores eran multimillonarios y los precios estrafalarios.

Claro que, ¿qué podía esperarse de un multimillonario que era el dueño de la constructora más grande del mundo?

Elena se fijó en que había dejado de ver las luces del deportivo. Evidentemente, habían llegado. Había llegado el momento de la verdad. Debía hacerlo bien. Por Bonnie.

Su hermana había conseguido recuperar la consciencia hacía una semana y había conseguido pronunciar unas cuantas palabras. Después de aquel esfuerzo, había vuelto a entrar en coma, pero había sido suficiente. Elena había obtenido toda la información que necesitaba.

Tras aparcar bajo un árbol, esperó a que llegara el otro coche. Elena se había enterado de que su hermana estaba embarazada tras volver de África. Una vez en casa, había corrido al hospital al encontrar varios mensajes en el contestador que le comunicaban el estado de Bonnie.

Al estar la mejor amiga de Bonnie de vacaciones, en el hospital habían tardado un día entero en identificar a su hermana y en ponerse en contacto con ella y, desde entonces, todo había dado un vuelco inesperado.

Elena recordó una y otra vez las palabras de su hermana, aquellas palabras que la habían llevado hasta el lugar y el momento en el que se encontraba ahora.

Bonnie la había tomado de la mano mientras hacía un gran esfuerzo por hablar.




—Cariño, no hables, guárdate las energías para recuperarte —le había dicho Elena con el
corazón roto.

Pero Bonnie había negado con la cabeza.

—Debo decírtelo. Tengo que ver... tengo que hablar con Damon Salvatore... es él...

— ¿Qué quieres decir? ¿Damon Salvatore  es el hombre que te ha hecho esto?

Bonnie   se   había   recostado   entonces   sobre   las   almohadas.   Tenía  la   respiración entrecortada.

—Iba a verlo para decirle que me iba de la empresa, que estaba dispuesta a hacer todo lo que me pidiera con tal de que... estaba muy preocupada y, de repente, apareció aquel camión... —recordó palideciendo y agarrándose a la mano de su hermana—. Debes encontrarlo, Elena... necesito que... oh, Elena, lo quiero tanto —se había lamentado Bonnie con lágrimas en los ojos—. Lo ha mandado lejos... y lo necesito a mi lado.

Elena volvió a concentrarse en el lago. La fiebre había hecho que las palabras de su hermana se tornaran incoherentes. Por ejemplo, era obvio que lo que había querido decir había sido que él, Damon Salvatore, la había mandado a ella lejos.

Los hechos estaban muy claros. A Elena no le había costado mucho comprender que su hermana había tenido una aventura con Damon Salvatore, el propietario de la empresa en la que trabajaba, que él se había deshecho de ella y que Bonnie iba a verlo cuando había tenido el accidente.

Elena se sentía culpable por no haber estado al lado de su hermana cuando todo aquello había sucedido. De haber estado, habría podido evitar el accidente. Tendría que haberla llamado más desde África.

Durante su estancia en el continente africano, lo único que había sabido era que Bonnie salía con un compañero de trabajo. Lo único que le decía en sus correos electrónicos, escritos prácticamente en código Morse, era que salía con alguien. Evidentemente, quería proteger al hombre que le había robado el corazón y la inocencia.

Elena había intentado ponerse en contacto con la amiga de Bonnie, pero no lo había conseguido, así que se había metido en Internet para averiguar quién era aquel hombre. Así, había descubierto que tener relaciones con un compañero de trabajo podía ser considerado un delito dentro de la empresa Salvatore. De ahí, que los correos electrónicos de su hermana fueran tan ridículamente secretos.

Y pensar que él mismo había tenido una aventura con una de sus empleadas. Menudo hipócrita.

Al oír que una puerta se cerraba tras ella, Elena se hizo una coleta y se puso una gorra de béisbol. A continuación, salió del coche. El verano estaba terminando y Elena se puso una sudadera por si acaso. También agarró su mochila y se aseguró de que su teléfono estaba en modo silencio.

Hecho todo aquello, se acercó a los dos hombres que habían salido del otro coche.




Damon Salvatore  paró el coche frente a la puerta de su casa y se sintió enormemente
aliviado. Escaleras arriba, lo esperaba su ama de llaves, habló con ella brevemente y entró a la inmensa mansión que era su hogar, su lugar preferido en el mundo.

Recordó entonces cómo Katherine le había rogado que la llevara con él a pasar la noche allí, cómo se había abrazado a él en la puerta del hotel y le había murmurado al oído promesas eróticas que habían hecho que todo deseo se evaporara.

Damon se sirvió una copa y fue a la terraza desde la que se veía el lago. Era indiscutible que Katherine Pierce era una de las mujeres más guapas de Italia y también era indiscutible que le había dicho a los cuatro vientos que quería estar con él. Aquello hizo que Damon apretara las mandíbulas. Lo que quería aquella mujer era su dinero. Eso sí que estaba claro.

Cuando había llegado al lago hacía unos días, había salido a tomar una copa y a ver a unos amigos y Katherine había aparecido de repente diciendo que ella también se iba a tomar unas breves vacaciones. Debía de haberlo tomado con las defensas bajas porque había accedido a pasar a buscarla por su hotel aquella noche para ir a cenar y había permitido que lo sedujera.

¿Qué le había sucedido? Normalmente, no se arrepentía de nada de lo que hacía ya que todas sus decisiones eran tomadas después de haber considerado todas las ventajas y todas las desventajas. Katherine era el tipo de mujer que le solía gustar: guapa, educada y con experiencia, una mujer a la que tampoco le interesaban los compromisos o que, por lo menos, fingía que no le interesaban. Entonces, ¿por  qué aquella noche había sido tan desastrosa, tan mecánica y poco satisfactoria?

Damon se estremeció al volver a recordar cómo le había pedido que la llevara a su casa con él. Era consciente de que no le debía de haber hecho ninguna gracia que la dejara en los escalones del hotel, pero conocía bien a las mujeres como ella y sabía que se repondría.

Mientras se felicitaba por haber podido escapar, se terminó la copa que se había servido y volvió al interior de su casa. En aquel momento, oyó voces, más bien gritos, y vio que su ama de llaves estaba forcejeando con alguien, que estaba intentando entrar.

Al instante, se puso en alerta y sintió que todo el cuerpo se le tensaba, algo que hacía mucho tiempo que no le sucedía. Enseguida, se encontró recordando los peligros de vivir en las calles de Nápoles.

Qué locura.

Aquel mundo había quedado atrás hacía mucho tiempo.

Elena estaba intentando controlar las cosas, pero el reportero y el fotógrafo que la acompañaban se estaban mostrando un tanto agresivos. La situación se le estaba yendo de las manos: La pobre ama de llaves los miraba aterrorizada e intentaba cerrarles la puerta. Elena no sabía italiano para tranquilizarla, para explicarle que lo único que querían era ver a Damon Salvatore  y, por otra parte, sabía que los guardaespaldas no tardarían mucho en aparecer.




Aunque habían conseguido pasar por el agujero que había encontrado en la valla aquella
tarde y esconderse entre los árboles, Elena sabía que el equipo de seguridad de aquella casa ya los habría detectado.

En aquel momento, la puerta se abrió de par en par y todo el mundo se quedó quieto y callado.

Ante ellos estaba Damon Salvatore  en persona, resplandeciente y devastador, mirándolos con sus ojos oscuros. Tras mirarlos de arriba abajo, le dijo algo al ama de llaves, que desapareció. A continuación, Damon salió y cerró la puerta tras él.

Elena se había quedado sin palabras. Tal y como le había sucedido la semana anterior, se sentía desbordada, inútil e impotente. ¿La reconocería?

Damon parecía tranquilo, pero Elena percibió las oleadas de energía que emanaban de su cuerpo.  Damon se  cruzó  de  brazos,  dándole  a  entender  que  no  representaba  ninguna amenaza para él. A continuación, la miró fijamente y Elena tragó saliva.

—Señor Salvatore, ¿conoce usted a esta mujer? —le preguntó el periodista.

El miedo inicial que había sentido Damon había desaparecido por completo. Conocía a los periodistas de la zona. No eran más que chusma. Que estuvieran contaminando su casa lo llenaba de ira y la única razón por la que debían de estar allí era aquella mujer.

Al instante, Damon recordó la semana anterior, en sus oficinas de Londres, cuando aquella mujer había salido de detrás de una columna y se había interpuesto en su camino. Damon había estado a punto de llevársela por delante porque era muy pequeña.

Volvió a mirarla de arriba abajo. Aparte de pequeña, no era femenina en absoluto. Llevaba el  pelo  recogido  y,  como  el  resto  de  ella,  era  de  un  color  indeterminado,  textura desconocida y forma irreconocible.

Para su sorpresa, mientras pensaba todo aquello, se fijó en sus ojos, enormes, marrones y enmarcados por unas larguísimas pestañas. Lo miraba sorprendida.

Aquella mujer no representaba ninguna amenaza.

—Sí, creo que la conozco —contestó. Así que la había reconocido.
Elena se preguntó si recordaría también lo que le había dicho. Entonces consiguió liberarse de la intimidación que la mantenía callada. Era su momento, su oportunidad. Aunque los echara y el fotógrafo no pudiera hacer fotografías, el periodista tendría un artículo y Damon se vería obligado a confesar lo que había hecho, se vería obligado a pensar en Bonnie.

Elena abrió la boca, pero, justo en el momento en el que iba a hablar, el reportero se le adelantó.

—Esta mujer nos ha dicho que tiene una historia jugosa sobre usted.




Damon dio un respingo, se fijó en cómo lo miraba aquella mujer, enfadada, y recordó lo que le había dicho cuando le había salido al paso la semana anterior.

«Es usted el padre de mi sobrino y, si cree que va a poder eludir sus responsabilidades, está muy equivocado».

Era una acusación tan ridícula que ni se había parado a pensar en ella. No había salido con nadie en Inglaterra, sabía perfectamente con quién se había acostado recientemente y tenía muy claro que ninguna de sus amantes estaban ni remotamente relacionadas con aquella mujer. Como millonario que era elegía con mucho cuidado a sus amantes y evitaba por todos los medios que se produjeran situaciones como la que se estaba produciendo. Muchas mujeres habían intentado atraparlo y aquélla era una más.

Damon no sabía si era una empleada, pero lo que sí sabía era que debía de ir muy en serio cuando lo había seguido hasta allí. En el acto, se dio cuenta del daño que le podía hacer y decidió que debía impedírselo.

Elena decidió que había llegado su gran momento y se lanzó.

—Este hombre... —comenzó con valentía.

Sin embargo, al oír un perro a sus espaldas, se giró y vio que se trataba de un guarda de seguridad. Al instante, se dijo que no debía dejarse impresionar, se giró de nuevo hacia Damon Salvatore  y repitió.

—Este hombre...

Los periodistas que la acompañaban la miraban expectantes y Elena pensó que debería haberles contado su historia antes de ir hasta allí. Quizás se sintieran defraudados.

—Este hombre es responsable de...

Pero no le dio tiempo a terminar porque sus labios se vieron paralizados bajo una boca cruel y dura. Elena sintió que el mundo se volvía oscuro y se desorientó. Damon Salvatore  la había tomado en brazos, la había levantado del suelo y la apretaba contra su pecho.

Elena se encontraba tan desbordada que le costaba pensar. Para empezar, por el olor que la envolvía, caliente y almizclado, pero también por la sensación de encontrarse pegada a su pecho, un pecho duro, musculado y fuerte. Y no podía liberarse de aquellos labios, unos labios que estaban explorando su boca en aquellos momentos.

De repente, sintió que todo su cuerpo se derretía y que un calor insoportable la recorría de pies a cabeza. La lengua de aquel hombre, aquella invasión sedosa y caliente, aquella lengua que estaba recorriendo su boca...

Elena pensó que debía de haberse vuelto loca, que alguien la había poseído y que su cuerpo estaba actuando por decisión propia.

Damon apartó la cabeza y se dijo que no sabía por qué había hecho lo que acababa de hacer. Mientras se miraba en los inmensos ojos marrones de aquella mujer y se fijaba en sus




labios sonrosados y voluminosos, se dio cuenta de que estaba temblando y que se aferraba
con fuerza a su camisa.

¿De dónde había salido aquella ninfa? ¿Se había vuelto loco el mundo en una hora?

El guarda de seguridad gritó algo y Damon sintió que volvía a la cordura. Entonces se dio cuenta de que tenía agarrada a la mujer, que no tocaba el suelo, contra su pecho. Tras soltarla sin miramientos, se percató de que estaba muy excitado.

El guarda de seguridad se acercó a los periodistas y los agarró con fuerza para echarlos.

—Señor Salvatore, esta misma tarde se le ha visto con Katherine Pierce —dijo uno de ellos—. ¿Qué significa esto? ¿Quién es su nueva amiga? Aunque no me lo diga, no tardaré mucho en averiguarlo...

—Sin comentarios —contestó Damon.

Acto seguido, se dio cuenta de que no podía permitir que aquella mujer se fuera. Aquella desconocida era como una escopeta sin seguro. Debía hablar con ella y averiguar por qué lo acusaba de lo que lo acusaba y, sobre todo, debía evitar que la prensa se fijara en él, pues tenía una negociación vital que comenzaba la siguiente semana.

¿Pero qué demonios le había ocurrido? Actuar como lo había hecho, que no era propio de él en absoluto, lo había puesto muy nervioso.

Damon sabía que su guarda de seguridad confiscaría la cámara y borraría las imágenes digitales, pero no estaba seguro de que no hubieran captado aquel beso desde otro ángulo.

Había besado a aquella mujer delante de aquellos hombres, tampoco les hacían falta fotografías.

—Un momento —gritó.

El guarda de seguridad se paró en seco.

Elena, que había quedado como lobotomizada por el beso de Damon Salvatore, se limitó a observar.

—Lo que ha ocurrido, me temo, es muy sencillo —sonrió el empresario—. Esta señorita os ha utilizado. Es cierto que he quedado esta tarde con Katherine. Ha sido sólo para intentar darle celos a mi pareja actual —relató mirando a Elena, agarrándola de la mano y besándosela—. Y ha surtido efecto.

Elena se dio cuenta de que el periodista se creía lo que le estaban contando y se dijo que deberían nominar a Damon Salvatore  para los Oscar.

— ¿De dónde ha salido? —gritó el reportero ya ha cierta distancia.

—Bueno, todos tenemos secretos, ¿no? Después de tantos años, supongo que entenderás que, cuando he decidido tener una relación realmente seria, haya preferido mantenerlo en secreto.

Elena estaba tan sorprendida que no se le ocurría cómo iba a salir de aquella situación.




Damon odiaba a la mujer que tenía a su lado. ¿Cómo se había atrevido a hacerle aquello? Lo había puesto entre la espada y la pared... El periodista tenía una historia y, si a Damon se le ocurría llamar a la policía, las cosas no harían sino empeorar, así que se vio obligado a sonreír.

—No hace falta que os diga que ésta es la última vez que invadís mi propiedad y que, si os vuelvo a pillar aquí, pagaréis por ello —sonrió apretándole a Elena la mano tanto que le hizo daño—. Tenéis suerte de que el amor me haya convertido en un hombre magnánimo.

Y, dicho aquello, el guarda de seguridad se llevó al reportero y a su acompañante. Elena sintió que las piernas no la sostenían.

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