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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

17 mayo 2013

En tus brazos Capitulo 09


Capítulo 9

Mientras Elena pensaba en aquella intrigante y complicada reacción, Biddy Cuthbert y Davie los acompañaron a la salida.

—¿Puedo ir a reunirme con vos en la mansión mañana por la mañana? —le preguntó el chico al señor Salvatore.

El gerente asintió.


—Después de que hayas encendido el fuego para la señora Cuthbert y la hayas ayudado con el desayuno.

—Señor Salvatore, sería un honor que me llamaseis «abuela», como todo el mundo por aquí. Aunque seáis de Kent, nadie podría habernos tratado mejor.

Una vez más, el señor Salvatore se sonrojó.

—El honor es mío, abuela. Davie, te veré por la mañana. ¿Señora Gilbert? —señaló hacia la puerta.

Tras dar las gracias por la hospitalidad de la anciana y despedirse, Elena aceptó la mano del señor Salvatore para subirse a la calesa. Se detuvo unos segundos más de lo necesario para disfrutar del contacto de sus dedos fuertes.

Aunque a él no pareció importarle. De hecho, se quedó parado junto a la calesa, agarrándole la mano y mirándola a los ojos con tanta intensidad que sintió que se quedaba sin respiración.
Antes de poder sucumbir a los deseos de su cuerpo traicionero y agacharse para besarlo, los caballos se agitaron y los hicieron volver a la realidad.

Era mejor así, pensó mientras el señor Salvatore se sentaba a su lado, pues dar aquel paso significaría cambiar para siempre la relación que había entre ellos. Tal vez eso la llevase a la intimidad que buscaba, pero también cabía la posibilidad de que su insistencia acabase por asustarlo y estropeara la cercanía y camaradería que compartían. No estaba dispuesta a arriesgar sus conversaciones de por la mañana y por la noche, que se habían convertido en las partes más agradables del día.
Satisfecha por poder disfrutar de su presencia junto a ella en la calesa, se obligó a pensar en las actividades del día. El corazón le latió de alegría al recordar a todos los niños que había conocido aquel día.

¡Cuántas cosas habían conseguido el señor Salvatore y ella colaborando juntos! La escuela estaba casi terminada, de modo que pronto podría empezar a instruir a aquellos jóvenes. Y al inusual Davie Smith.

—Vuestra oferta de contratar a Davie ha sido tan amable como generosa —dijo.

—Parece listo y decidido, sólo necesita a alguien con mano firme que lo oriente en la dirección adecuada. Apuesto a que hará un excelente trabajo.

—La abuela Cuthbert también lo cree —respondió Elena—. ¿El capataz de la hilandería de Manchester realmente podría localizarlo y obligarlo a volver?

—Con los tiempos que corren en el campo, muchas familias pobres se han visto obligadas a irse a las ciudades, de modo que reemplazarlo por otro será más fácil que tomarse la molestia de buscarlo. Barksdale no pudo «venderlo» técnicamente. Debió de decírselo para asustarlo, pero si realmente alertó a las autoridades sobre su supuesto delito, el chico podría haber sido enviado con los feligreses. Aquéllos encargados de las malas conductas podrían haberlo enviado a la hilandería para que se ganase la vida.

—¡Pero eso es terrible! —exclamó Elena—. ¡Ya oísteis cómo describía las condiciones!
El señor Salvatore asintió sombríamente.

—Cierto. Pero el trabajo de granja también entraña sus riesgos. Aunque los hombres del Parlamento probablemente alegarían que los trabajadores, al aceptar voluntariamente el empleo en las hilanderías, también aceptan los riesgos, y que no es asunto del gobierno interferir en lo que es un asunto privado entre empleado y empleador.

—¿Aceptar los riesgos «voluntariamente»? —respondió ella—. No es voluntario para alguien que tiene el estómago vacío y ninguna posibilidad de llenarlo. ¿Acaso los del Parlamento nunca han pensado en eso? ¿Acaso los lord Lookbood de este mundo no se dan cuenta de que obtienen su poder gracias a la tierra, tierra que podría serles arrebatada y presionan a la gente más de lo que puedan soportar?

—No sé si los Lores han considerado eso, pero, si no lo han hecho, en algún momento tendrán que hacerlo. Por suerte lo harán antes de que Davie sea lo suficientemente mayor como para enfrentarse a ellos. ¿Os sentís decepcionada porque no me haya llevado al niño con nosotros? Medio esperaba que insistierais para que le diese cobijo en Blenhem Hill.

—En absoluto —contestó ella, y sintió cómo se le sonrojaban las mejillas—. No tengo derecho a exigir tal cosa, aunque quisiera. Aunque seguro que me habría opuesto violentamente si hubierais sugerido que el chico regresara a Manchester. Pero vuestro plan para su futuro me parece tan adecuado como benevolente.

—Ha sido lo suficientemente inteligente como para exigir de inmediato que la educación en la escuela fuese parte de su futuro. Aunque no me sorprende. Vos poseéis ese toque especial con los niños, desde los más pequeños que requieren un abrazo hasta los mayores, que se creían demasiado experimentados al principio como para ir a la escuela.

Aunque se encogió de hombros, pensando que probablemente sólo estuviese intentando alentarla para la tarea tan formidable que tenía por delante, Elena no pudo evitar sentirse gratificada. Tal vez fuese capaz de estar a la altura de las expectativas de la gente y triunfar con la escuela.

—Sois demasiado amable —murmuró.

—En absoluto; sólo digo lo que he observado esta mañana. Cuando abramos las puertas, estoy seguro de que todos los niños que habéis conocido se escaparían de casa para ir a la escuela, aunque sus mayores no lo hubieran aprobado. Dado que semejante desobediencia habría provocado un severo castigo, me alegro de haber sido capaz de convencer a los padres.

—¡Tenéis una lengua muy persuasiva, señor! Creo que habríais podido convencer a los padres para que les permitieran a sus hijos seguiros donde quisierais; el flautista de Blenhem Hill. Ya habéis demostrado tener mucha experiencia para manejar a la gente de este condado. Tal vez deberíais pedirle a lord Englemere que os permita optar a formar parte del Parlamento. Por lo que he visto, los pares necesitan que les enseñen a utilizar los privilegios que adquirieron de nacimiento, empezando por vuestro amigo el marqués.

—Yo no tengo ambiciones políticas —dijo él—. Al igual que vos, mis preocupaciones son más cercanas. Entiendo por qué vuestro padre os cedió la dirección de su casa y la educación de vuestras hermanas, pues habéis hecho un gran trabajo acondicionando la escuela y encantando a vuestros futuros alumnos. Debe de ser triste que vuestro difunto marido no os dejara hijos.

Una puñalada de dolor le atravesó el corazón, de forma tan inesperada que casi le cortó la respiración. ¡Maldición! Pensaba que había conseguido mantener bajo control la angustia y el arrepentimiento. Aun así, su comentario se lo hizo recordar con tanta claridad como si ambas pérdidas hubieran tenido lugar un mes antes, y no dos años atrás.

Durante el silencio en el que ella intentaba controlar sus emociones, el señor Salvatore apartó la mirada de los caballos un instante y la miró.

—Disculpad por haber sacado un tema tan privado —dijo con consternación—. Pero habéis hablado de vuestra familia y de las hijas de los Lookbood con tanto cariño que… lo siento, no quería disgustaros.

—Me pondré bien en un momento —dijo ella con una sonrisa—. Es sólo que… Davie me ha recordado a mi difunto marido y… y al bebé que perdí, tan sólo tres meses antes de que naciera. Fue para ayudarme a recuperarme por lo que Jeremy insistió en que abandonara la India y regresara a casa. ¡Una vez más los caprichosos aristócratas! Seguro que me habría recuperado más rápido si mi familia se hubiera reunido conmigo en Inglaterra como se esperaba cuando Jeremy me persuadió para que me fuera. Pero el conde que le había prometido un sueldo a mi padre cuando el ejército se retirase decidió en el último momento dárselo a otro. Así que todos mis familiares se quedaron en la India y yo me quedé sola en Londres. ¡Cielos, parece que fuera una pobre criatura indefensa! —exclamó al darse cuenta de lo quejumbrosa que debía de parecer—. En general me ha ido bastante bien. Me encantan los niños, sí, y por eso acepté el puesto como institutriz. Quizá por eso me entusiasmé enseguida con la idea de montar una escuela, un proyecto que no se parece en nada a lo que he hecho hasta ahora.

—Sois una mujer encantadora y muy capaz, señora Gilbert, y seréis una maestra brillante. Pero, a no ser que los caballeros desde Blenhem Hill hasta Londres estén ciegos y tontos, podéis contar con que algún día volveréis a casaros y tendréis hijos.

—Gracias por el cumplido —le dijo ella—, pero por el momento me concentraré en la escuela y en los alumnos; sobre todo en Davie.

Comenzaron entonces a hablar de las cosas que necesitaría para abrir la escuela y poco después llegaron a la mansión. Tras ayudarla a bajar de la calesa y provocar de nuevo fantasías con el roce de sus dedos, se despidió de ella y siguió su camino.

Elena se quedó mirando la calesa hasta que desapareció por el camino. Aún se sentía invadida por el calor que había provocado su mañana juntos.
Sus sugerencias, sus comentarios y su ayuda habían sido inmensos. Trabajar con él en aquel proyecto iba a ser tan gratificante como las veladas anteriores, cuando se quedaban sentados junto al fuego hablando hasta tarde mientras ella le contaba historias de la India y charlaban sobre todo tipo de temas.

A pesar de sus esfuerzos para controlarlo, su comentario sobre un posible matrimonio seguía en su mente. ¿Se atrevería a pensar que tal vez, algún día, él pudiera llegar a verla como algo más que una simple compañera o empleada en la finca?
¿Llegaría a verla como a una mujer apasionada con la que quisiera compartir su futuro, y su cama?

¡Qué maravilloso sería aquello! Elena contuvo las ganas de ponerse a saltar de alegría, se recogió las faldas y subió los peldaños hacia la casa.
Se detuvo antes de entrar al edificio y respiró profundamente el aire del campo; y el olor a jabón que permanecía en el hombro de su vestido, donde la chaqueta del señor Salvatore la había rozado durante el camino. En realidad, con un día tan glorioso como aquél, era difícil no pensar en salir volando hasta llegar al precioso cielo azul que cubría Blenhem Hill.

 Tras dejar a la señora Gilbert en la casa, Damon se alejó con la cabeza hecha un lío. ¿Qué demonio lo había poseído en casa de la señora Cuthbert y luego otra vez en el camino de vuelta a la mansión?
Debería haberse quedado callado y dejar que ella supiese por boca de la anciana que el lamentable estado de la finca era responsabilidad de su adorado hermano. Darse cuenta de ello le haría quizá absolver a Tyler y dejar de pensar que la manera en que éste había tratado a su hermano era injusta. Tal vez así se sentiría más capaz de perdonarlo cuando por fin le revelase su verdadera identidad.

Pero, incapaz de soportar la mirada herida en sus ojos al entender los comentarios de la anciana, se había visto obligado a suavizarlo. Era cierto que, aunque servir en el regimiento de Wellington debía de haberle proporcionado a Matt Gilbert habilidades de mando, el testimonio de los arrendatarios dejaba claro que aquel hombre no sabía nada sobre agricultura. Eso no excusaba, sin embargo, su negligencia ni el hecho de tolerar los abusos perpetrados por su socio Barksdale, cuya crueldad aparentemente sólo podía ser igualada por su codicia.

Y una vez más, durante el camino, ¿de dónde habían salido aquellos comentarios sobre el matrimonio?
Sabiéndose incapaz de manejar a mujeres agitadas, debería haber mantenido la boca cerrada después de hacer ese comentario tan poco apropiado sobre su difunto marido. Aun así le resultaba un honor que, aun a pesar de haberla herido, en vez de enfadarse, ella había confiado en él y le había contado lo mucho que había sufrido.

Pensó en Aubrey, el hijo de Tyler, y en lo devastados que se quedarían Bonnie y su amigo si algo le pasara. De hecho, queriendo al chico tanto como lo quería, sintió un vuelco en el corazón ante la posibilidad, y eso que él sólo era su tío. No podía imaginar el dolor de enterrar a un bebé pocos meses antes de que naciera. No era de extrañar que su marido hubiera insistido en que abandonara un lugar conocido por sus peligrosas fiebres para ir a recuperarse a otro sitio. Aunque al final se había quedado sola en Londres, la intención del hombre había sido la de cuidar a su esposa, como debería hacer cualquier marido.

Marido… un papel que había considerado dos veces en los últimos años. ¿Sería hora de bajar las barreras que tanto se había esforzado en levantar y arriesgar de nuevo su corazón? Desde luego estaba deseando acostarse con la hermosa señora Gilbert, pero sus sentimientos hacia ella eran mucho más profundos que la simple lujuria. Con sus historias, sus preguntas y sus comentarios había hecho que sus veladas cobrasen vida. Se despertaba lleno de energía cada mañana ante la idea de verla en el desayuno, de pasar cada día trabajando con ella, sabiendo que parecía apreciar y apoyar su sueño de reavivar Blenhem.

¿Por qué no casarse con ella? Le gustaba tremendamente. Aunque inicialmente ella no sabía nada sobre agricultura, aprendía con rapidez, y aquella misma mañana había hecho un par de observaciones muy astutas sobre los campos y las granjas que visitaban. Sería una excelente compañera.

De pronto vio una imagen en su cabeza: la pequeña iglesia románica de Hazelwick, a finales de verano… Los niños de la escuela de Blenhem tirarían pétalos de rosa mientras la señora Gilbert caminaba junto a él para colocarse frente al párroco en el altar… pronunciarían los votos, compartirían un copioso banquete nupcial con los habitantes del pueblo… con Tyler, con Bonnie, con Hal y con sus otros amigos, con su familia… Todos brindando por ellos antes de llevarse a su esposa muy lejos…
¿Por qué no casarse y llevársela a la cama, como deseaba hacer cada noche que pasaba en vela, ardiendo por una mujer que dormía ajena a todo en la habitación a escasos metros de la suya?

Ella no era una ingenua, sino una viuda que había compartido amor y engendrado un hijo. Alguien capaz de reconocer el calor que fluía entre ellos, y en ocasiones había estado a punto de actuar al respecto. Volvió a recordarla en la escuela, con la boca entreabierta rogando que la besara.

Podía imaginársela; aquella boca carnosa sonriendo, sus ojos verdes encendidos de deseo, mientras le quitaba el camisón de seda por encima de la cabeza. Tumbada sobre la cama, con los brazos abiertos, su cuerpo expuesto, su pelo revuelto sobre la almohada…
Damon respiró profundamente e intentó controlar su deseo.

Un grito lo sacó de su ensimismamiento. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que había llegado a la granja de Radnor. Borró con dificultad las tórridas imágenes de su mente y le devolvió el saludo a Jake Radnor.
Pero antes de centrarse en los asuntos que tenía entre manos, llegó a una conclusión. Nunca se había considerado un cobarde y no pensaba empezar a comportarse como uno. Sin importar el riesgo que pudiese correr su corazón, en cuanto resolviera el misterio sobre el ataque a su carruaje y sobre el grupo de conspiradores que se reunía en la posada todos los días, haría una declaración de intenciones y se centraría en conquistar a la señora Gilbert.

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