Hola

BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

07 marzo 2013

Shades Capitulo 08


Capítulo 8 
Sawyer habla en su manga de nuevo.

—Niklaus, el Sr. Salvatore ha entrado al departamento. —Se estremece y toma
el auricular sacándolo de su oído, probablemente recibiendo alguna
poderosa invectiva de Niklaus.
Oh, no… si Niklaus está preocupado…


—Por favor, déjame entrar —suplico

—Lo siento Srta. Gilbert. No tomará mucho. —Sawyer sostiene ambas manos en un
gesto de defensa—. Niklaus y su equipo están entrando al departamento en este
momento.

Oh, me siento tan impotente. Parada e inmóvil, ávidamente busco escuchar el
sonido mas bajo, pero todo lo que escucho es mi dificultosa respiración. Suena alto,
mi cuero cabelludo pica, mi boca esta seca, y me siento desfallecer.
Por favor, que Damon este bien, ruego silenciosamente.

No tengo idea cuanto tiempo ha pasado, y aún no escuchamos nada.
De seguro que no haya sonidos es algo bueno, no hay disparos. Comienzo a
caminar alrededor de la mesa del hall de entrada, y examino las pinturas en las
paredes para distraerme.

Nunca antes las había mirado: son todas pinturas figurativas, todas religiosas: las
dieciséis de la Virgen y su hijo. ¿Qué tan raro es eso?
Damon no es religioso ¿verdad? Todas las pinturas en el gran salón son
abstractas, estas son tan distintas. No me distraen lo suficiente… ¿Donde está
Damon?
Miro a Sawyer y él me mira impasible.

 —¿Qué sucede?

—No hay noticias Srta. Gilbert.

Abruptamente, el pomo de la puerta se mueve. Sawyer se gira y saca un arma de
su funda de hombro.
Me congelo. Damon aparece por la puerta.

—Todo despejado —dice frunciéndole el ceño a Sawyer quien aleja su arma de
inmediato y retrocede para dejarme entrar—. Niklaus exageró —se queja Damon,
y me tiende una mano. Me quedo mirándolo boquiabierta, incapaz de moverme,
asimilando cada pequeño detalle de él: su rebelde cabello, la tensión en sus ojos y
en su mandíbula, los dos primeros botones de su camisa abiertos. Creo que debe
haber envejecido uno diez años. Damon frunce el ceño con preocupación, sus
ojos oscuros.

—Está bien nena. —Se mueve hacia mí, envolviéndome en sus brazos y besa mi
cabello—. Vamos, estás cansada. A la cama.

—Estaba tan preocupada —murmuro regocijándome en su abrazo e inhalando su
dulce, dulce esencia con mi cabeza contra su pecho.

—Lo se. Todos estamos nerviosos.

Sawyer ha desaparecido, probablemente en el interior del apartamento.

—Honestamente, tus ex están probando ser todo un reto Sr. Salvatore —murmuro con
ironía. Damon se relaja.

—Sí, lo son. —Me suelta y toma mi mano, llevándome por el pasillo y hacia el gran
cuarto—. Niklaus y su equipo están revisando todos los armarios y alacenas. No
creo que ella esté aquí.

—¿Por qué estaría aquí? —No tiene sentido.

—Exactamente

—¿Cómo pudo entrar?

—No veo cómo. Pero Niklaus es demasiado precavido a veces.

—¿Has revisado el cuarto de juegos? —susurro
Damon me mira de pronto, sus cejas alzándose.

—Sí, está cerrado, pero Niklaus y yo revisamos.
Tomo un profundo y tranquilizador aliento.

—¿Quieres beber algo? —pregunta Niklaus.

—No. —La fatiga me atraviesa, sólo quiero ir a la cama.

—Vamos. Déjame que te lleve a la cama. Te ves exhausta. —La expresión de
Damon se suaviza.

Frunzo el ceño ¿No vendrá también? ¿Quiere dormir solo?
Me siento aliviada cuando me lleva a su cuarto. Coloco mi bolso de mano sobre la
cómoda y la abro para vaciar el contenido. Espío la nota de la Sra. Robinson.

—Aquí. —Se la paso a Damon—. No se si quiero leer esto. Quiero ignorarlo.
Damon la revisa brevemente y su mandíbula se aprieta.

—No sé que espacios en blanco puede rellenar —dice con desdén—. Necesito
hablar con Niklaus. —Me mira—. Déjame abrirte el vestido.

—¿Vas a llamar a la policía por lo del auto? —pregunto mientras me doy la vuelta
Quita el cabello de en medio, sus dedos suavemente vagando por mi espalda
desnuda, y baja el cierre.

—No. No quiero involucrar a la policía. Leila necesita ayuda, no intervención
policial, y no los quiero aquí. Sólo deberemos redoblar nuestros esfuerzos para
encontrarla. —Se inclina ligeramente y planta un gentil beso en mi hombro—. Ve a
la cama —ordena, y entonces se ha ido.

 *  *  *

Me acuesto, mirando el techo, esperando que vuelva. Tantas cosas han pasado hoy,
tanto para procesar. ¿Por dónde empezar?
Me despierto sobresaltada, desorientada. ¿Me quedé dormida?
Parpadeando en el tenue resplandor que el pasillo arroja a través de la puerta del
dormitorio, noto que Damon no está junto a mí.
¿Dónde esta? Levando la vista. Parada al final de la cama hay una sombra. Una
mujer tal vez. ¿Vestida de negro? Es difícil decirlo.

En mi estado de confusión, extiendo la mano y enciendo la luz de noche, y cuando
vuelvo a mirar no hay nadie ahí. Sacudo mi cabeza. ¿Lo imaginé? ¿O soñé?
Me siento y miro a mi alrededor, un vaga e insidiosa inquietud me cubre, pero
estoy sola.

Me froto el rostro. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Damon? La alarma dice que son las
dos y cuarto de la mañana.
Atontadamente salgo de la cama, me dirijo a abajo a buscarlo, desconcertada por
mi hiperactiva imaginación.
Ahora estoy viendo cosas.
Debe ser una reacción a los eventos dramáticos de la noche.
El cuarto principal está vacío, la única luz que emana es la de las tres lámparas que
cuelgan sobre la barra de desayuno. Pero la puerta de su estudio está abierta, y lo
escucho al teléfono.

—No sé por qué me llamas a esta hora. No tengo nada que decirte… bueno dímelo
ahora. No tendrás que dejar un mensaje.
Me quedo inmóvil junto a la puerta, escuchando con aire de culpabilidad. ¿Con
quién está hablando?


—No, tú escucha. Te lo pedí, y ahora te lo digo. Déjala tranquila. No tiene nada
que ver contigo. ¿Lo entendiste?

Suena agresivo y enojado. Dudo en llamar

—Sé que lo haces. Pero lo digo en serio Elena. Déjala en paz. ¿O debo decirlo por
tercera vez? ¿Me escuchas?... Bien. Buenas noches. —Estampa el teléfono contra el
escritorio

Oh Mierda. Tentativamente toco la puerta.

—¿Qué? —gruñe y casi que quiero correr y esconderme.
Está sentado en su escritorio con la cabeza en las manos. Mira hacia arriba, su
expresión es feroz, pero su rostro se suaviza de inmediato cuando me ve. Sus ojos
son amplios y cautelosos. De pronto se ve tan cansado que mi corazón se contrae.
Parpadea, y sus ojos se deslizan a lo largo de mis piernas y luego de regreso a
arriba. Estoy usando una de sus camisetas.

—Deberías estar en satén o en seda Elena —deja salir—. Pero incluso en mi
camiseta te vez hermosa.
Oh, un cumplido inesperado.

—Te extraño. Ven a la cama.

Lentamente se levanta de su silla, aun en camisa blanca y pantalones de vestir
negros. Pero sus ojos brillan llenos de promesas, pero también hay un rastro de
tristeza. Se para frente a mí, mirándome intensamente pero no me toca.

—¿Sabes lo que significas para mí? —murmura—. Si algo te pasara… por culpa
mía.

Su voz se desvanece, sus cejas se contraen y el dolor que atraviesa su rostro es casi
palpable. Se ve tan vulnerable, su miedo muy evidente.


—Nada me va a pasar —le aseguro, con voz tranquila. Levanto mi mano y toco su
rostro pasando mis dedos por la barba en su mejilla. Es inesperadamente suave—.
Tu barba crece rápido —susurro incapaz de esconder el asombro en mi voz por la
increíble belleza del hombre parado frente a mí.

Trazo la línea de su labio inferior y entonces arrastro mis dedos hacia su garganta,
a la tenue mancha de lápiz labial en la base de su cuello
Me mira, aún sin tocarme, con sus labios ligeramente separados. Paso mi dedo
índice por la línea, y él cierra los ojos. Su suave respiración se acelera. Mis dedos
alcanzan el borde de su camisa, hasta llegar el siguiente botón abrochado.

—No voy a tocarte. Sólo quiero abrirte la camisa —susurro.
Sus ojos se amplían, mirándome alarmados. Pero no se mueve y no me detiene.
Muy lentamente desabrocho el botón, sosteniendo el material lejos de su piel, y
tentativamente me muevo hacia el segundo lentamente repitiendo el proceso y
concentrándome en lo que estoy haciendo.
No quiero tocarlo. Bueno sí… pero no lo haré. En el cuarto botón la línea roja
reaparece y sonrío tímidamente.

—De regreso a territorio familiar. —Trazo la línea con mis dedos antes de
desabrochar el ultimo botón. Abro su camisa y me muevo hacia sus puños,
removiendo sus gemelos de piedra negra pulida de uno a la vez—. ¿Puedo quitarte
la camisa? —pregunto en voz baja.

Asiente, sus ojos aún amplios, mientras extiendo la manos y tiro de su camisa por
sobre sus hombros. Libera sus manos por lo que está parado frente a mí desnudo
desde la cintura hacia arriba. Con su camisa, parece recuperar su equilibro. Me
sonríe.

—¿Qué hay de mis pantalones Srta.Gilbert ? —pregunta levantando una ceja.

—En el cuarto. Te quiero en tu cama.

—¿Sabes, Srta. Gilbert? Eres insaciable.


—No puedo imaginar por qué. —Agarro su mano y lo saco de su estudio
guiándolo a su cuarto.
El cuarto está helado.

—¿Abriste la puerta del balcón? —pregunta, frunciéndome el ceño mientras
llegamos a su cuarto.

—No. —No recuerdo hacer eso. Rememoro cuando revisé el cuarto al despertar. La
puerta definitivamente estaba cerrada.

Oh, mierda… Toda la sangre abandona mi rostro, y miro a Damon con la boca
abierta.

—¿Qué? —espeta mirándome.

—Cuando desperté… había alguien aquí —susurro—. Creí que era mi
imaginación.

—¿Qué? —Se ve horrorizado y se apresura hasta el balcón, da un vistazo hacia
fuera, entonces entra de regreso al cuarto y cierra la puerta detrás de él—. ¿Estás
segura? ¿Quién? —pregunta con la voz tensa.

—Una mujer. Creo. Estaba oscuro. Me acababa de despertar.

—Vístete —me gruñe en su camino de vuelta—. ¡Ahora!

—Mis ropas están arriba —gimo.

Abre uno de los cajones de su cómoda y saca un par de pantalones de algodón.

—Ponte estos. —Son demasiados grandes, pero no voy a discutir con él.
También saca una camiseta, y rápidamente se la pasa sobre la cabeza. Agarrando el
teléfono junto a la cama, presiona dos botones.

—Ella sigue aquí —sisea.

Aproximadamente tres segundos después Niklaus y uno de los otros tipos de
seguridad irrumpen en el cuarto de Damon.


Damon les da un resumen de lo que ha pasado.
—¿Hace cuanto? —demanda Niklaus, mirándome todo profesional. Aún esta
usando su chaqueta. ¿Duerme alguna vez este hombre?

—Harán unos diez minutos —murmuro, por alguna razón sintiéndome culpable.

—Ella conoce el departamento como la palma de su mano —dice Damon—. Me
llevo a Elena a otro lugar lejos de aquí. Ella se está ocultando en algún lugar.
Encuéntrala. ¿Cuándo vuelve Gail?

—Mañana a la noche señor.

—No regresara hasta que este lugar este asegurado. ¿Entendido? —espeta
Damon.

—Sí señor. ¿Irán a Bellevue?

—No le voy a llevar este problema a mis padres. Hazme una reserva en algún
lugar.

—Sí. Yo lo llamo.

—¿No estas exagerando un poco? —pregunto.

Damon me da una mirada fulminante.

—Ella podría tener un arma —gruñe.

—Damon, estaba parada al final de la cama. Me podría haber disparado en ese
momento, si es lo que quiere hacer

Damon se detiene un momento para frenar su temperamento, creo. En una suave
pero amenazadora voz dice:

—No estoy listo para correr el riesgo. Niklaus, Elena necesita zapatos.
Damon desaparece en el interior del armario mientras el tipo de seguridad me
mira. No puedo recordar su nombre. ¿Ryan tal vez?


También mira el pasillo y la ventana del balcón. Damon emerge un par de
minutos después con un bolso de cuero, usando unos jean y una chaqueta a raya.
Desliza una chaqueta sobre mis hombros.

—Ven. —Agarra mi mano con fuerza y prácticamente tengo que correr para
seguirle el paso hacia el gran salón.

—No puedo creer que se escondiera en algún lugar por aquí —murmuro mirando
hacia la puerta del balcón.

—Es un lugar grande. No lo has visto todo aún.

—¿Por qué simplemente no la llamas… decirle que quieres hablar con ella?

—Elena, ella es inestable, y puede estar armada —dice irritado.

—Así que, ¿sólo corremos?

—Por ahora… sí.

—Suponiendo podría intentar dispararle a Niklaus.

—Niklaus sabe y entiende sobre armas —dice con disgusto—. Será más rápido con
un arma de lo que ella es.

—Matt estuvo en el ejército. Me enseñó cómo disparar.
Damon levanta las cejas, y por un momento se ve completamente desconcertado.

—¿Tú? ¿Con un arma? —dice incrédulamente.

—Sí. Puedo disparar Sr. Salvatore, así que más te vale tener cuidado. No es solo de tus
locas ex de las que debes preocuparte.

—Lo tendré en mente Srta. Gilbert —responde secamente, divertido, y se siente bien
saber que incluso en esta situación de tensión pueda hacerlo sonreír.
Niklaus nos encuentra en el vestíbulo y me pasa un pequeño maletín y mis
zapatillas negras.


Me sorprende que me haya empacado mi ropa. Le sonrío tímidamente con
gratitud, y él me sonríe de vuelta rápida y tranquilizadoramente. Antes de poder
evitarlo, lo abrazo, fuerte. Es tomado por sorpresa y cuando lo suelto está
sonrojado.

—Ten cuidado —murmuro.

—Sí, Srta. Gilbert —murmura.

Damon me frunce el ceño y luego mira Niklaus inquisitivamente, quien sonríe
ligeramente y se ajusta la corbata.

—Avísame a dónde tengo que ir —dice Damon.

Niklaus mete la mano en su chaqueta y saca una billetera, y le da a Damon una
tarjeta de crédito.

—Tal vez quieras usar esta cuando llegues allí.
Damon asiente.

—Bien pensado.

Ryan se une a nosotros.

—Sawyer y Reynolds no encontraron nada —le dice a Niklaus.

—Acompaña al Sr. Salvatore y a la Srta. Gilbert al garaje —ordena Niklaus.
El garaje está desierto. Bueno, son casi las tres de la mañana. Damon me
acomoda en el asiento del pasajero del R8 y pone mi maleta y su bolsa en el
maletero en la parte delantera del coche. El Audi junto a nosotros es un desastre,
todos los neumáticos rajados, pintura blanca salpicada por todas partes. Es
escalofriante y me hace agradecer que Damon me lleve a otra parte.

—Un reemplazo llegará el lunes —dice Damon con tristeza cuando está sentado
a mi lado.

—¿Cómo podría haber sabido que era mi auto?
Él me mira con ansiedad y suspira.


—Ella tenía un Audi A3. Compre uno para todas mis sumisas, es uno de los autos
más seguros de su clase.
Oh.

—Por lo tanto, no tanto un regalo de graduación, entonces.

—Elena, a pesar de lo que esperaba, nunca has sido mi sumisa, por lo que
técnicamente se trata de un regalo de graduación. —Él sale del espacio de
estacionamiento y acelera a la salida.

A pesar de lo que esperaba. Oh, no… mi subconsciente sacude la cabeza con tristeza.
Esto es a lo que volvemos todo el tiempo.

—¿Todavía estás esperando? —susurro.
El teléfono del auto suena.

—Salvatore —dice Damon bruscamente.

—Fairmont Olympic. A mi nombre.

—Gracias, Niklaus. Y, Niklaus, ten cuidado.
Niklaus hace una pausa.

—Sí, señor —dice en voz baja, y Damon cuelga.
Las calles de Seattle están desiertas, y Damon ruge por la Quinta Avenida hacia
la I-5. Una vez en la carretera interestatal, pisa el acelerador, hacia el norte. Acelera
con tanta rapidez que estoy un momento hacia atrás en mi asiento.

Me miró. Está absorto en sus pensamientos, irradiando un mortal silencio
melancólico. No ha respondido a mi pregunta. Él mira a menudo el espejo
retrovisor, y me doy cuenta de que está comprobando que no nos están siguiendo.
Tal vez por eso estamos en la I-5. Me pareció que el hotel Fairmont estaba en
Seattle.

Miro por la ventana, tratando de racionalizar mi mente exhausta, hiperactiva. Si
hubiera querido hacerme daño, tenía una gran oportunidad en el dormitorio.


—No. No es lo que espero, ya no. Pensé que era obvio. —Damon interrumpe mi
introspección, su voz suave.
Parpadeo ante él, tirando de su chaqueta de mezclilla más apretada a mi alrededor,
y no sé si el frío está emanando desde dentro o desde fuera.

—Me preocupa que, ya sabes… que no sea suficiente.

—Eres más que suficiente. Por el amor de Dios, Elena, ¿qué es lo que tengo que
hacer?

Háblame de ti. Dime que me quieres.

—¿Por qué pensaste que me iría cuando te dije que el Dr. Flynn me había dicho
todo lo que había que saber sobre ti?

Él suspira profundamente y cierra los ojos por un momento, y durante un tiempo
más largo no responde.

—No puedes empezar a entender las profundidades de mi depravación, Elena.
Y no es algo que quiera compartir contigo.

—¿Y realmente crees que me iría, si supiera? —Mi voz es alta, incrédula. ¿No
entiende que lo amo?—. ¿Piensas tan poco de mí?

—Sé que te irías —dice con tristeza.

—Damon... Creo que es muy poco probable. No me puedo imaginar estar sin ti.

—Nunca. ..

—Me dejaste una vez… no quiero ir allí otra vez.

—Elena dijo que te vio el sábado pasado —susurro en voz baja.

—No lo hizo. —Él frunce el ceño.

—¿No fuiste a verla, cuando me fui?

—No —dice bruscamente, irritado—. Acabo de decirte que no lo hice, y no me
gusta que duden de mí —regaña—. No fui a ningún lugar el pasado fin de semana.

Me senté e hice el planeador que me diste. Me tomo por siempre         —añade en
voz baja.
Mi corazón se aprieta de nuevo. La Sra. Robinson dijo que lo vio.
¿Lo hizo o no lo hizo? Ella está mintiendo. ¿Por qué?

—Contrariamente a lo que piensa Elena, no me apresuro a ella con todos mis
problemas, Elena. No corro hacia nadie. Tú puedes haberlo notado, no soy
muy hablador. —Él aprieta su agarre sobre el volante.

—Carrick me dijo que no hablaste durante dos años.

—¿Lo hizo? —La boca de Damon se tensa en una línea dura.

—Como que le saque la información. —Avergonzada, me quedo mirando mis
dedos.

—Entonces, ¿qué más dijo papá?

—Dijo que tu mamá fue el médico que te examinó cuando fuiste llevado al
hospital. Después de que te descubrieron en tu apartamento.
La expresión de Damon permaneció en blanco... cuidadosa.

—Dijo que aprender a tocar el piano ayudó. Y Mia.
Sus labios se curvaron en una sonrisa afectuosa con la mención de su nombre.
Después de un momento, dice:

—Ella tenía unos seis meses de edad cuando llegó. Yo estaba muy emocionado,
Elliot un poco menos. Ya había tenido que lidiar con mi llegada. Ella era perfecta.

—El temor dulce y triste en su voz afectándolo—. Menos que ahora, por supuesto
—murmura, y recuerdo sus intentos exitosos en el baile de frustrar nuestras
intenciones lascivas. Me hace reír.

Damon me da una mirada de soslayo.

—¿Encuentra eso divertido, señorita Gilbert?

—Ella parecía determinada a separarnos.

Se ríe con amargura.
—Sí, es muy hábil. —Se estira y alcanza mi rodilla y la aprieta—. Pero llegamos al
final. —Sonríe entonces mira en el espejo retrovisor, una vez más—. No creo que
nos hayan seguido. —Gira fuera de la I-5 y se dirige de nuevo al centro de Seattle.

—¿Te puedo preguntar algo acerca de Elena? —Nos paramos en un semáforo.
Él me mira con recelo.

—Si tienes que hacerlo —dice entre dientes en mal humor, pero no dejo su
irritabilidad disuadirme.

—Me dijiste hace tiempo que ella te amo de una manera que encontrabas
aceptable. ¿Qué significa eso?

—¿No es obvio? —pregunta.

—No para mí.

—Yo estaba fuera de control. No podía soportar que me tocaran. No puedo
soportarlo ahora. Para un adolescente de catorce, quince años con las hormonas en
su apogeo, fue un momento difícil. Ella me mostró una manera de desahogarme.
Oh.

—Mia dijo que eras un luchador.

—Cristo, ¿qué pasa con mi locuaz familia? En realidad, eres tú. —No hemos
detenido a más luces, y entorna los ojos en mí—. Persuades a las personas para
obtener información. —Sacude la cabeza con disgusto simulado.

—Mia ofreció esa información. De hecho, estaba muy comunicativa. Le preocupaba
que empezaras una pelea en la carpa si no me ganabas en la subasta —murmure
con indignación.

—Oh, nena, no había peligro de ello. No había manera de que permitiera que nadie
bailara contigo.

—Dejaste al Dr. Flynn.

—Siempre está la excepción a la regla.

Damon se detiene en la entrada imponente y frondosa del Hotel Fairmont
Olympic y estaciona cerca de la puerta principal, al lado de una fuente de piedra
pintoresca.

—Ven. —Él sale del auto y recupera el equipaje. Un mozo del hotel se precipita
hacia nosotros, mirando sorprendido, sin duda a nuestra llegada tardía. Damon
le tira las llaves del coche.

—A nombre de Niklaus —dice. El mozo asiente y no puede contener su alegría
cuando salta en el R8 y se va. Damon toma mi mano y avanza en el vestíbulo.
Al estar junto a él en la recepción, me siento totalmente, totalmente ridícula. Aquí
estoy, en el hotel más prestigioso de Seattle, vestida con una chaqueta vaquera de
gran tamaño, pantalones de chándal de gran tamaño, y una camiseta vieja al lado
de este elegante y hermoso dios griego. No es de extrañar que la recepcionista este
mirando a uno y a otro como si la ecuación no tuviera sentido. Por supuesto, ella
está sobre impresionada por Damon. Pongo los ojos en blanco mientras le llegan
oleadas de color carmesí y tartamudea. Jesús, incluso sus manos están temblando.

—¿Ne... necesita una mano... con sus maletas, Sr. Niklaus? —pregunta, muy roja
otra vez.

—No, la señora Niklaus y yo lo podemos manejar.
¡Señora Niklaus! Pero no estoy usando un anillo. Puse mis manos en mi espalda.

—Está en la suite Cascada, Sr. Niklaus, undécimo piso. El botones le ayudará con su
equipaje.

—Estamos bien —dice Damon con sequedad—. ¿Dónde están los ascensores?
Srta. Rubor Carmesí, explica, y Damon toma mi mano una vez más. Echo un
rápido vistazo alrededor del impresionante vestíbulo, suntuoso lleno de sillones,
desierto excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un cómodo sofá,
alimentando a su westie. Ella levanta la vista y sonríe a nosotros mientras
nuestro camino a los ascensores. ¿Así que el hotel admite animales?
¡Extraño para un lugar tan grande!

La suite cuenta con dos dormitorios, un comedor formal, y se completa con un
piano de cola. Una estufa de leña arde en la enorme habitación principal. Jesús…
Esta suite es más grande que mi apartamento.

—Bueno, señora Niklaus, no sé usted, pero realmente me gustaría tomar una copa
—murmura Damon, cerrando la puerta de entrada con seguro.

En el dormitorio, él pone mi maleta y su cartera en la otomana, al pie de la cama
king-size con dosel y me lleva de la mano a la sala principal, donde el fuego está
quemando brillantemente. Es un espectáculo de bienvenida. Me levanto y caliento
mis manos, mientras que Damon nos sirve a ambos una copa.

—¿Armagnac46?

—Por favor.

Después de un momento, él se une a mí junto al fuego y me entrega una copa de
coñac de cristal.

—Ha sido un día peculiar, ¿eh?
Asiento y sus ojos grises me miran inquisitivamente, preocupados.

—Estoy bien —le susurro en tono tranquilizador—. ¿Y tú?

—Bueno, ahora me gustaría tomar esto, y luego, si no estás muy cansada, llevarte a
la cama y perderme en ti.

—Creo que se puede arreglar, Sr. Niklaus. —Sonrío tímidamente mientras él
arrastra los pies fuera de sus zapatos y se quita sus calcetines.
                                                                                                                                                                               

46 Armagnac: Tipo de Brandy.

 —Señora Niklaus, deje de morderse el labio —susurra.

Me sonrojo en mi copa. El Armagnac es delicioso, dejando un calor quemando a su
paso mientras se desliza sedoso por mi garganta. Al echar un vistazo a Damon,
está bebiendo su coñac, mirándome, sus ojos oscuros, hambrientos.

—Nunca dejas de sorprenderme, Elena. Después de un día como hoy —o ayer,
más bien— no estás lloriqueando o corriendo por las colinas gritando. Estoy
asombrado de ti. Eres muy fuerte.

—Eres una muy buena razón para quedarse —murmuro—. Te lo dije, Damon, no
voy a ninguna parte, sin importar lo que has hecho. Ya sabes lo que siento por ti.
Su boca se tuerce como si dudara de mis palabras, y su ceja se eleva como si lo que
estoy diciendo fuera doloroso para él oír. ¡Oh, Damon!, ¿qué tengo que hacer
para que te des cuenta de cómo me siento?

Déjalo golpearte, mi subconsciente se burla de mí. Frunzo el ceño en mi interior.

—¿Dónde vas a colgar los retratos de Stefan? —Trato de aligerar el ambiente.

—Eso depende. —Sus labios se contraen. Esto es obviamente un tema mucho más
agradable de conversación para él.

—¿De qué?

—Las circunstancias —dice misteriosamente—. Su espectáculo no ha terminado
todavía, así que no tengo que decidir de inmediato.
Inclino mi cabeza hacia un lado y ruedo los ojos.

—Puede mirar con severidad tanto como quiera, señora Niklaus. No estoy diciendo
nada —bromea.

—Puede que tortura la verdad de ti.
Levanta una ceja.

—En realidad, Elena, no creo que usted deba hacer promesas que no pueda
cumplir.

Oh, ¿es eso lo que piensa? Pongo mi vaso sobre la repisa de la chimenea, me
extiendo, y para la sorpresa de Damon, tomo su vaso y lo coloco junto al mío.

—Tendremos que trabajar en eso —murmuro. Muy valiente —envalentonada por
el coñac, sin duda— tomo la mano de Damon y tiro de él hacia el dormitorio. A
los pies de la cama, me detengo. Damon está tratando de ocultar su diversión.

—Ahora me tienes aquí, Elena, ¿qué vas a hacer conmigo? —bromea en voz
baja.

—Voy a empezar por desnudarte. Quiero terminar lo que empecé antes. —Echo
mano a las solapas de su chaqueta, cuidando no tocarlo, y él no se inmuta, sino que
está conteniendo la respiración.
Suavemente, empujo su chaqueta sobre los hombros, y sus ojos se mantienen en los
míos, todos los rastros de humor se han ido, a medida que crecen, quemando
dentro de mí, ¿cautelosos y necesitados? Hay tantas interpretaciones de su mirada.
¿Qué está pensando? Pongo la chaqueta en la otomana.

—Ahora tu camiseta —susurro y la levanto por el dobladillo. Colabora, levantando
los brazos y retrocediendo, por lo que es más fácil para mí el sacarla. Una vez
fuera, mira hacia mí, con atención, usando sólo sus pantalones que cuelgan tan
provocativamente de sus caderas. La banda de sus calzoncillos es visible.
Mis ojos se mueven con avidez a través de su estómago tenso a los restos de la
línea de lápiz de labios, desvanecida y manchada, y luego hasta el pecho. No
quiero nada más que pasar mi lengua a través del pelo de su pecho para disfrutar
de su gusto.

—¿Y ahora qué? —susurra, con los ojos ardiendo.

—Quiero darte un beso aquí. —Trazo mi dedo de un lado de su cadera al otro a
través de su vientre.

Sus labios se abren cuando inhala fuertemente.

—No te estoy deteniendo —respira.
Tomo su mano.

—Es mejor que te acuestes entonces —murmuro y lo llevo a un lado de la cama
con dosel. Parece confundido, y se me ocurre que tal vez nadie ha tomado la
delantera con él desde... ella. No, no vayas allí.

Levantando las cubiertas, se sienta en el borde de la cama, mirando hacia mí, a la
espera, su expresión cautelosa y seria. Me pongo de pie ante él y me quito su
chaqueta de mezclilla y la dejó caer al suelo, luego me quito sus pantalones de
chándal.

Él frota su pulgar sobre la punta de sus dedos. Tiene ganas de tocarme, puedo
notarlo, pero suprime la necesidad. Tomando una respiración profunda y más allá
de coraje, alcanzo el borde de mi camiseta y la levanto por encima de mi cabeza,
así que estoy desnuda delante de él. Sus ojos no dejan los míos, pero traga y abre
sus labios.

—Eres Afrodita, Elena —murmura.
Sujeto su cara entre mis manos, inclino su cabeza hacia arriba, y me doblo para
darle un beso. Él gime bajo en su garganta.

Mientras pongo mi boca sobre la suya, él agarra mis caderas, y antes de darme
cuenta, estoy clavado debajo de él, sus piernas obligando a las mías a separarse
para que pueda acunarse contra mi cuerpo entre mis piernas. Me está besando,
causando estragos en mi boca, nuestras lenguas entrelazadas. Su mano recorre mi
muslo, por encima de mi cadera, a lo largo de mi vientre a mi pecho, presionando,
masajeando, y tirando tentativamente mi pezón.

Gimo e inclino mi pelvis involuntariamente en su contra, en la búsqueda de una
deliciosa fricción contra la costura y su creciente erección. Se detiene a besarme y
mira hacia mí aturdido y sin aliento. Flexiona sus caderas para que su erección se
empuje contra mí... Sí. Justo ahí.

Cierro los ojos y gimo, y lo hace de nuevo, pero esta vez me empuja hacia atrás,
liberando su gemido en respuesta cuando me besa de nuevo. Continúa la deliciosa
lenta tortura, rozándome, rosándose. Y tiene razón —perdiéndose—  es
embriagante a la exclusión de todo lo demás. Todas mis preocupaciones se borran.

Estoy aquí en este momento con él, mi sangre canta en mis venas, zumbando
fuerte en mis oídos, mezclado con el sonido de nuestras respiraciones jadeantes.
Entierro mis manos en su cabello, sujetándolo a mi boca, consumiéndolo, mi
lengua tan avara como la suya. Arrastro mis dedos por sus brazos, por su parte
posterior más baja a la cintura de sus pantalones vaqueros y empujo
intrépidamente, manos codiciosas en el interior, pidiéndole una y otra vez,
olvidándome de todo, excepto nosotros.

—Vas a deshacerme, Lena —susurra de pronto, alejándose de mí y arrodillándose.
Rápidamente se baja los pantalones y me entrega un paquete de aluminio.

—Tú me quieres, nena, y estoy seguro como el infierno que me deseas. Sabes lo
que hay que hacer.

Con dedos ansiosos, diestros, abro el paquete y desenrollo el condón sobre él.
Sonríe hacia mí, con la boca abierta, los ojos grises nublados y llenos de promesas
carnales. Se inclina sobre mí, frota su nariz contra la mía, sus ojos cerrados, y
deliciosamente, poco a poco, entra en mí.

Agarro sus brazos e inclino mi frente en alto, disfrutando de la sensación exquisita
llena de su posesión. Dirige sus dientes a lo largo de mi mentón, se retrae, y luego
se desliza dentro de mí otra vez —tan lento, tan dulce, tan tierno— su cuerpo
presionando sobre mí, con los codos y las manos a ambos lados de mi cara.

—Me haces olvidarlo todo. Eres la mejor terapia —respira, moviéndose a un ritmo
dolorosamente lento, saboreando cada centímetro de mí.

—Por favor, Damon más… rápido —murmuro, con ganas de más, ahora.

—Oh, no, nena. Necesito esto lento. —Me besa dulcemente, suavemente
mordiendo el labio inferior y absorbiendo mis suaves gemidos.

Muevo mis manos en su cabello y me rindo a su ritmo tan lento y seguramente mi
cuerpo sube más y más y se mantiene, y luego cae más fuerte y rápido mientras me
vengo alrededor de él.

—Oh, Lena —respira mientras se deja ir, mi nombre una bendición en sus labios
mientras encuentra su liberación.
 
*  *  *

Su cabeza descansa en mi estómago, sus brazos alrededor de mí. Mis dedos juegan
en su cabello lacio, y nos quedamos así por no sé cuanto tiempo. Es tan tarde y
estoy tan cansada, pero sólo quiero disfrutar la serena calma del brillo sucesivo a
hacer el amor con Damon Salvatore, porque eso es lo que hemos hecho, gentil y dulce
amor.
Ha avanzado mucho, y yo también, en muy poco tiempo. Es casi demasiado para
absorber. Con todas las cosas retorcidas estoy perdiéndome su simple y honesto
viaje conmigo.

—Nunca tendré suficiente de ti. No me dejes —murmura y besa mi estómago.

—No voy a irme a ningún lado, Damon, y creo recordar que yo quería besar tu
estómago —mascullo adormilada.
Sonríe contra mi piel.

—Nada está deteniéndote ahora, nena.

—No creo que pueda moverme, estoy tan cansada.

Damon suspira y se mueve renuentemente, viniendo a mi lado con su cabeza
sobre su codo y arrastrando los cobertores sobre nosotros. Me mira, sus ojos
brillando, cálidos, amorosos.

—Duerme ahora, nena. —Él besa mi cabello y me envuelve con sus brazos
mientras me duermo.

*  *  *
Cuando abro los ojos, luz está llenando el cuarto, haciéndome pestañear. Mi cabeza
está confusa por la falta de sueño. ¿Dónde estoy? Oh, el hotel…

—Hola —murmura Damon, sonriéndome abiertamente. Está acostado junto a
mí, completamente vestido, en la cima de la cama. ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Ha
estado estudiándome? De repente me siento completamente tímida y mi cara se
enciende bajo su persistente mirada.

—Hola —murmuro, agradecida de estar acostada de frente—. ¿Cuánto llevas
observándome?

—Te podría ver dormir por horas, Elena. Pero sólo he estado aquí por unos
cinco minutos. —Se inclina y me besa gentilmente—. El Dr. Green estará aquí
pronto.

—Oh. —Había olvidado la inapropiada intervención de Damon.

—¿Dormiste bien? —pregunta directamente—. Ciertamente me pareció que sí, con
todos esos ronquidos.
Oh, el molesto bromista Cincuenta.

—¡No ronco! —declaro petulantemente.

—No. No lo haces. —Me sonríe. La suave línea de labial rojo aún es visible
alrededor de su cuello.

—¿Te duchaste?

—No. Te estaba esperando.

—Oh… de acuerdo. ¿Qué hora es?

—Diez y cuarto. No tuve el corazón para despertarte antes.

—Me dijiste que no tenías corazón en absoluto.

Él sonríe, tristemente, pero no responde.


—El desayuno está aquí. Panqueques y tocino para ti. Vamos, arriba. Me estoy
sintiendo solitario aquí afuera. —Me gira rápidamente hacia mi trasero,
haciéndome saltar, y se levanta de la cama.

Hmmm… La versión de Damon de cálido afecto.
Mientras me estiro, me doy cuenta de que me duele todo… sin duda un resultado
de todo el sexo, baile y caminata en caros zapatos de tacón. Me desperezo fuera de
la cama y camino al suntuoso baño recapitulando los eventos del día anterior en mi
mente. Cuando salgo, tomo una de las batas súper esponjosas de baño que cuelgan
de un gancho.

Leila, la chica que se parece a mí, esa es la imagen más nítida que mi cerebro
conjetura por conjeturar, eso y su presencia etérea en la habitación de Damon.
¿Qué quería? ¿A mí? ¿A Damon? ¿Para qué? ¿Y por qué demonios había
destrozado mi auto?

Damon dijo que tendría otro Audi, como todas sus sumisas. El pensamiento no
es bienvenido. Dado que había sido tan generosa con el dinero que me había dado,
no hay mucho que pueda hacer. Divagué a la habitación principal de la suite, no
hay signos de Damon. Finalmente lo localizo en el comedor. Tomo asiento,
agradecida por el impresionante desayuno frente a mí. Damon está leyendo el
diario del domingo y tomando café, su desayuno terminado. Me sonríe.

—Come. Necesitarás tus fuerzas hoy. —Sonríe.

—¿Y por qué será? ¿Me encerrarás en la habitación? —Mi Diosa interior se levanta
repentinamente, toda desordenada con una mirada de recién cogida.

—Tan tentadora como suene la idea, pensé que podríamos salir hoy. Tomar aire
fresco.

—¿Es seguro? —pregunto inocentemente, tratando y fallando de mantener la
ironía fuera de mi voz. La cara de Damon cae, y su boca se presiona en una línea.

—A donde vamos, lo es. Y no es un asunto de bromas —agrega determinado,
entrecerrando sus ojos.

Me sonrojo y miro a mi desayuno. No me siento como para ser molestada después
de todo el drama y la tardía noche anterior. Como mi desayuno en silencio,
sintiéndome petulante.

Mi subconsciente está sacudiendo su cabeza. Cincuenta no bromea sobre mi
seguridad, debería saberlo para ahora. Giraría mis ojos, pero me contengo.
De acuerdo, estoy cansada y desaliñada. Tuve un largo día ayer y no suficiente
sueño. ¿Por qué, oh, por qué logra verse tan fresco como una margarita? La vida
no es justa. Alguien golpea la puerta.

—Ese sería la buena doctora —masculla Damon, obviamente aún molesto por mi
ironía. Se mueve de la mesa.

¿No podemos tener una mañana tranquila y normal? Suspiro pesadamente,
dejando la mitad de mi desayuno y parándome para recibir a la Doctora Depo-
Provera.

*  *  *

Estamos en la habitación y la doctora  Greene está mirándome con la boca abierta.
Está vestida más casualmente que la otra vez que nos vimos con una camisa rosa
pálido de cashmire y pantalones negros, y su fino cabello rubio está suelto.

—¿Y dejaste de tomarlas? ¿Sólo así?

Me sonrojo, sintiéndome más que tonta.

—Sí. —¿Podía mi voz ser más pequeña?

—Podrías estar embarazada —dice con seguridad.

¡¿Qué?! El mundo cae a mis pies. Mi subconsciente colapsa en el piso y creo que
voy a enfermarme. ¡No!

—Ten, haz pis en esto. —Está en plan negocios hoy. Sin tomar prisioneros.


Humillada, tomo el contenedor plástico que me ofrece y camino hacia el baño.
No. No. No. Imposible, imposible… Por favor, no. No.
¿Qué haría Cincuenta? Palidezco. Enloquecería.
¡Por favor, no! Suspiro en una silenciosa plegaria.

Le entrego a la doctora mi muestra, y cuidadosamente coloca un palito blanco en
él.

—¿Cuándo comenzó tu período?

¿Cómo se supone que piense en eso cuando todo lo que puedo hacer es mirar
fijamente al palito blanco?

—Eh… ¿Miércoles? No el pasado, el anterior. Primero de Junio.

—¿Y cuándo paraste de tomar la píldora?

—El domingo. El domingo pasado.
Ella aprieta los labios.

—Deberías estar bien —dice agudamente—. Puedo decir por tu expresión que un
embarazo no planeado no serían noticias placenteras. Así que
Medroxyprogesterona es una buena idea si no puedes recordar tomas la píldora
todos los días. —Me da una mirada fija, y me encojo bajo su mirada autoritaria.
Levantando el palito, lo mira—. Estás bien. No has ovulado aún, así que si has
tomado las precauciones apropiadas, no deberías estar embarazada. Ahora, déjame
decirte algo sobre la inyección.

La descartamos la vez pasada por los efectos
secundarios, pero francamente, el efecto secundario de un bebé es más peligroso y
dura años. —Sonríe, feliz consigo misma y su broma, pero no puedo comenzar a
contestar, estoy demasiado asombrada.

La doctora se lanza a una explicación de los efectos secundarios, y me siento
paralizada de alivio, sin escuchar una palabra. Toleraría a cualquier número de
extrañas mujeres al pie de mi cama que confesar a Damon que podría estar
embarazada.

—Lena —dispara la Dra. Green—. Hagámoslo. —Me saca de mi ensoñación y con
mucho gusto me levanto la manga.

*  *  *

Damon cierra la puerta tras ella y me mira interrogante.

—¿Todo bien? —pregunta. Asiento muda, e inclina su cabeza a un lado, su cara
tensa de preocupación—. Elena, ¿qué pasa? ¿Qué dijo la doctora?
Sacudo mi cabeza.

—Estará listo en siete días.

—¿Siete días?

—Sí.

—Lena, ¿qué sucede?
Trago.

—No es nada para preocuparse. Por favor, Damon, sólo déjalo.
Damon se cierne sobre mí. Me agarra de la babilla, inclinando mi cabeza hacia
atrás, y mira con énfasis mis ojos, tratando de descifrar mi pánico.

—Dime —dispara insistentemente.

—No hay nada que decir. Me gustaría vestirme. —Retiro mi barbilla de su alcance.
Él suspira y pasa una mano por su cabello, frunciendo el seño.

—Vamos a ducharnos —dice eventualmente.

—Por supuesto —murmuro, y su boca se tuerce.

—Ven —dice suavemente, tomando mi mano firmemente. Me dirige al baño
mientras lo sigo. Parece que no soy la única malhumorada. Encendiendo la ducha,
Damon se desnuda antes de girarse ante mí.

—No sé que te molestó, o si sólo estás malhumorada por la falta de sueño        —
dice mientras desata mi bata—. Pero quiero que me lo digas. Mi imaginación está
corriendo lejos y no me gusta.

Giro mis ojos y él me mira fijamente, entrecerrando los suyos. ¡Mierda! De
acuerdo… aquí viene.

—La doctora Greene me riñó por no seguir tomando la píldora. Dijo que podría
estar embarazada.

—¿Qué? —Empalidece, y su mano se congela en la mía, repentinamente cenicienta.

—Pero no lo estoy. Hizo una prueba. Fue un shock, eso es todo. No puedo creer
que fui tan estúpida.
Se relaja visiblemente.

—¿Segura?

—Sí.

Deja salir un pesado suspiro.

—Bien. Sí. Puedo ver que una noticia como esa sería muy molesta.
Frunzo el ceño. ¿Molesta?

—Estaba más preocupada por tu reacción.
Arruga sus cejas, intrigado.

—¿Mi reacción? Bueno, naturalmente, estoy aliviado… sería la cima de la falta de
cuidado y modales embarazarte.

—Entonces quizás deberíamos abstenernos —disparo.

Me mira por un momento, intrigado como si fuera alguna clase de experimento
científico.

—Tienes un mal temperamento esta mañana.

—Fue un shock, eso es todo —repito petulantemente.

Arropándome con la bata, me da un cálido abrazo, besa mi cabello y presiona mi
cabeza en su pecho. Me distrae su vello del pecho mientras cosquillea mi mejilla.
Oh, si tan sólo pudiera acariciarlo.

—Lena, no estoy acostumbrado a esto —murmura—. Mi inclinación natural es
sacártelo a golpes, pero dudo seriamente que te gustara.
Santa mierda.

—No, no me gustaría. Esto ayuda. —Abrazo más fuerte a Damon y nos
mantenemos así por una era en un extraño abrazo, el desnudo y yo envuelta en
una bata. Una vez más me asombra su honestidad. No sabe nada de relaciones, yo
tampoco, excepto lo que he aprendido de él. Bueno, él ha pedido fe y paciencia,
quizás debería hacer lo mismo.

—Ven, vamos a bañarnos —dice eventualmente, soltándome.

Alejándose, me quita la bata y lo sigo a la cascada de agua, levantando mi cara al
torrente. Hay sitio para ambos bajo la inmensa ducha. Damon alcanza el
shampoo y lava su cabello. Me lo pasa y hago lo mismo.
Esto se siente bien. Cerrando mis ojos, sucumbo ante la limpia y cálida agua.
Mientras enjuago el shampoo, siento sus manos en mí, enjabonando mi cuerpo,
mis hombros, mis brazos, bajo mis brazos, mis pechos, mi espalda. Gentilmente me
gira y me atrae a él mientras continúa bajando, mi estómago, sus dedos
experimentados entre mis piernas —hmmm— mi trasero. Oh, eso se siente bien, y
tan íntimo. Me gira para mirarlo de nuevo.

—Aquí —dice suavemente pasándome el jabón corporal—. Quiero que me quites
los restos de labial.

Mis ojos se abren con asombro y se disparan hacia él. Me mira intensamente,
mojado y bello, sus gloriosos y brillantes ojos grises sin dar nada.

—No te salgas de las líneas, por favor —murmura apretadamente.

—De acuerdo —murmuro, tratando de absorber la enormidad de lo que me acaba
de pedir, tocarlo al límite de la zona prohibida.

Tomo un poco de jabón, lo mezclo en las manos para crear espuma y lo pongo en
sus hombros y gentilmente lavo la línea de labial en ambos lados. Él se queda
quieto y cierra los ojos, su cara impasible, pero respira rápidamente, y sé que no es
lujuria sino miedo. Me enternece al instante. Con dedos temblorosos
cuidadosamente sigo la línea por el lado de su pecho, enjabonando y quitando
suavemente, y él traga, su mandíbula tensa como si sus dientes estuvieran
apretados. ¡Oh! Mi corazón se contrae y mi garganta se aprieta. Oh no. Voy a llorar.

Me detengo para tomar más jabón y lo siento relajarse frente a mí. No lo puedo
mirar. No puedo soportar ver su dolor, es demasiado. Trago.

—¿Listo? —murmuro y la tensión es clara en mi voz.

—Sí —susurra, su voz áspera, mezclada con el miedo.

Gentilmente pongo mis manos a cada lado de su pecho y se congela de nuevo. Es
demasiado. Me abruma su confianza en mí, abrumada por su miedo, por el daño
hecho a este bello caído y lastimado hombre.

Las lágrimas se juntan en mis ojos y bajo mi cara, perdida en el agua de la ducha.
¡Oh, Damon! ¿Quién te hizo esto?
Su diafragma se mueve rápido con cada respiración, su cuerpo esta rígido, la
tensión radiando de él en ondas mientras mis manos se mueven por la línea,
borrándola. Oh, si tan solo pudiese borrar su dolor, lo haría, haría cualquier cosa, y
no quiero más que besar cada cicatriz que veo, besar y borrar esos horribles años
de negligencia. Pero sé que no puedo, y mis lágrimas caen incontenibles por mis
mejillas.



 —No. Por favor, no llores —murmura, su voz angustiada mientras me abraza
firmemente—. Por favor no llores por mí. —Y exploto en un girar de resoplidos
enterrando mi cara en su cuello, al pensar en el pequeño niño perdido en un mar
de miedo y dolor, asustado, rechazado, abusado, lastimado más allá de lo posible.

Alejándose, agarra mi cabeza con sus manos, la inclina hacia atrás y se inclina para
besarme.

—No llores, Lena, por favor —murmura contra mi boca—. Fue hace mucho. Me
muero por que me toques, pero apenas puedo soportarlo. Es demasiado. Por favor,
por favor no llores.

—Quiero tocarte también. Más de lo que imaginas. Verte así… asustado y
lastimado, Damon… me hiere profundamente. Te amo tanto.

Acaricia con su pulgar mi labio inferior.

—Lo sé, lo sé —murmura,

—Eres muy fácil de amar, ¿no lo ves?

—No, nena, no lo veo.

—Lo eres. Yo te amo y también tu familia. Y Elena y Leila. Tienen una extraña
manera de demostrarlo pero te aman. Vales la pena.

—Detente. —Pone un dedo en mis labios y sacude la cabeza, una expresión
agonizante en su rostro—. No puedo oír esto. No soy nada, Elena. Soy la
sombra de un hombre, no tengo corazón.

—Sí tienes. Y lo quiero, todo. Eres un buen hombre, Damon, un muy buen
hombre. Nunca lo dudes. Mira lo que has hecho… lo que has conseguido          —
sollozo—. Mira lo que has hecho por mí… lo que has dejado, por mí              —
susurro—. Yo sé, sé cómo te sientes por mí.

Me mira, sus ojos amplios y con pánico, y lo único que podemos oír es el ruido de
la ducha mientras cae el agua sobre nosotros.

—Me amas —susurro.

Sus ojos se abren más y su boca se abre. Toma un profundo respiro. Se ve
torturado, vulnerable.

—Sí —murmura—. Te amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Post Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...