Capítulo 8
Damon estaba mirándola con tanta intensidad que Elena se estremeció. Y le oyó decir:
—No estamos aquí para contarnos nuestras vidas, por más encantador que sea. Basta de charla. Me gustaría que me enseñaras lo que has aprendido y me seduzcas.
Elena se lo quedó mirando, dolida por la manera en que él desprestigiaba lo que acababan de compartir y se cerraba en sí mismo de nuevo. Él quería castigarla por haberle animado a hablar, pero ¿cómo iba a seducirlo si no sabía ni lo que hacía en la cama?
Entonces, él la tocó y se le olvidó todo, salvo el fuego creciendo en su interior.
—Quiero que me seduzcas —repitió él—. Eres mi amante, y eso es lo que hacen las amantes.
Elena sintió una nueva punzada de dolor. Por un instante, se le había olvidado ese punto. Los días anteriores, cuando él no había acudido a su cama, se habían inquietado. Odiaba admitirlo, especialmente cuando él estaba mostrándose tan frío, pero una parte de ella estaba encantada con la idea de tocarle como ella quisiera.
Se dijo que, recibiendo ese trato, le resultaría más fácil reprimir sus emociones... pero cruzó la mirada con la de él y vio un destello que no pudo creer: Damon parecía casi
Vulnerable. Eso la decidió, junto con el desafío de que él la hubiera invitado a tomar la iniciativa.
Se detuvo frente a él. Era tan alto y corpulento que no podía ver nada más. Elevó la cabeza y vio que él la miraba con los ojos entrecerrados. Elena observó los destellos dorados en sus ojos, y eso la reconfortó. Posó las manos en el pecho de él y comenzó a moverlas hasta llegar a su cuello. Intentó hacerle agachar la cabeza para poder besarlo, pero él no iba a ponérselo fácil. Maldijo en voz baja y su determinación aumentó.
Lo sentó en un taburete y le pareció ver un brillo en su mirada. Le hizo separar las piernas y se colocó entre ellas. Se fijó en la cicatriz sobre su boca. La recorrió con un dedo y luego la besó.
El seguía inmóvil y desapasionado. Por un instante, la inseguridad se apoderó de Elena al pensar en todas las mujeres con las que él había estado, que sin duda sabían cómo hacerle perder el control.
Se detuvo, sintiéndose una estúpida, y agachó la cabeza.
—Damon, no creo que pueda...
—Continúa —ordenó él con voz ronca.
Lo miró: sus ojos eran puro fuego dorado. Se le aceleró el corazón. Posó las manos en sus muslos y fue moviéndolas hasta acercarlas a sus genitales. Se los acarició, mirándolo a los ojos. Eufórica, sintió su creciente erección y su mirada ardiente. Él se movió levemente, y Elena se apartó.
—Prohibido tocar —le advirtió.
Lo vio apretar la mandíbula y asentir. entonces, ella volvió a colocar su mano sobre él, con un cosquilleo por todo el cuerpo. con la otra mano, lo tomó del cuello y lo besó. Al principio, él no respondió; Elena casi gritó de frustración, sentía como si ella fuera la que iba a explotar, en lugar de él. Sus senos, apretados contra aquel pecho fuerte, estaban tan erectos que casi le dolían. Se restregó contra él.
Tenía que conseguir que él la besara. Con la lengua, fue recorriendo suavemente te sus labios, mordisqueándolos y besándolos después. Damon los entreabrió ligeramente, y ella aprovechó para introducir su lengua y moverla, logrando que reaccionara.
Estaba en peligro de dejarse embargar por un placer familiar, hasta que se dio cuenta de que él estaba conteniéndose, y un hilo de sudor le corría por la frente. Eso le ayudó a recuperar la cordura. Se echó hacia atrás, le tendió una mano y lo condujo silenciosamente escaleras arriba.
Resultaba increíblemente intimidante y excitante al mismo tiempo tener a Damon callado y pasivo. una vez en el dormitorio de él, le quitó la camiseta y lo sentó al borde de la cama. Luego, dio unos pasos atrás, nerviosos de nuevo. Se soltó el cabello, que le cayó sobre los hombros. Luego, empezó a levantarse su fina camiseta intentando resultar erótica.
Damon apretó la mandíbula y el deseo oscureció su mirada. Se recostó en la cama de forma sexy, sin proponérselo.
Elena detuvo la mirada en sus genitales, recreándose en el apreciado bulto. Inspiró hondo y se quitó la camiseta del todo, lanzándola al suelo. Intentó no sentir vergüenza, al ver sus pezones apuntando a Damon.
Seguidamente, se soltó el nudo de los pantalones del pijama, se los bajó a la altura de las caderas y, meneándolas suavemente, hizo que cayeran hasta el suelo. Se los terminó de quitar y, sólo cubierta por sus diminutas bragas, se colocó frente a él. No veía nada más que aquel pirata, inspeccionándola para su deleite.
Se acercó a él y se metió entre sus piernas. Le desabrochó el botón del pantalón y bajó lentamente la cremallera. le rozó la erección con los nudillos y lo vio contenerse con una mueca.
Lo animó a que elevara las caderas para poder bajarle los pantalones y, cuando sus excitados senos rozaron el vientre de él, casi gimió a gritos, antes de ponerse de rodillas y quitárselos del todo. Con manos temblorosas, los tiró detrás de él. Luego, agarró sus calzoncillos. Damon tenía el rostro tenso y le brillaban los ojos. Elena no supo cómo era capaz de seguir.
Le bajó los calzoncillos, liberándolo de su confinamiento. Y luego, con el corazón disparado, lo miró a los ojos y lo agarró íntimamente con una mano, deslizándola lentamente arriba y abajo, y sintiendo que él se endurecía aún más.
Instintivamente, deseando saborearlo, se inclinó hacia adelante. Pero él la detuvo.
—Elena, no tienes que...
—Nada de hablar —le interrumpió ella suavemente.
Damon no podía creerlo, Elena estaba acogiéndolo en su boca, rodeándolo con un calor dulce y húmedo. Acariciándolo con un erotismo tan inocente, que él sabía que no podría aguantar
Mucho: se sentía a punto de explotar desde que ella lo había rozado con los nudillos en el piso de abajo. Más tarde, cuando ella había empezado a desvestirlo, tras haber hecho su striptease, había temido tocarla, por si la asustaba con la fuerza de la pasión que lo dominaba. Ella lo había llevado casi al límite, y no podría contenerse mucho más.
La sujetó de las caderas.
—Suficiente —gruñó—. Ya estoy seducido.
Con movimientos precisos, le quitó las bragas. Rápidamente, la tumbó boca arriba y se colocó un preservativo. Le hizo entreabrir las piernas con una mano, y le acarició los muslos, deteniéndose en el lugar donde se acumulaba su máximo placer. La vio retorcerse, de lo excitada que estaba. Damon la penetró y empezó a moverse más rápido y más fuerte, agarrándola por los glúteos y elevándola hacia él. Elena le
Rodeó la espalda con una pierna y se sujetó firmemente. No
Podía respirar, ni pensar, sólo podía moverse en tándem con él,
Hasta que todo lo demás desapareció.
***
A la mañana siguiente, Elena se despertó sintiéndose plena a un nivel muy profundo, y también agotada.
Oyó un sonido apagado y, al abrir un ojo, vio a Damon frente al espejo de su armario, anudándose la corbata. era la misma imagen que aquella fatídica mañana, y ella se despertó al instante y se tapó con una sábana. Era la primera vez que se despertaba en la cama de él.
Vio que él la miraba, y se puso tensa.
—Aún estás aquí. Y yo estoy en tu cama —dijo.
Damon sonrió burlón y se concentró en su corbata.
—Eres muy buena advirtiendo lo evidente.
Elena se mordió un labio mientras record aba la noche anterior: la conflagración que los había envuelto, y cómo había terminado.
— ¿Alguna vez te despiertas junto a la mujer con la que te has acostado? —se oyó decir, como si no fuera ella quien hablara.
Vio que él detenía sus manos y el brillo cálido de su mirada se enfriaba rápidamente.
Damon intentó no mirarla, no lo necesitaba. tenía su imagen grabada en la retina: tumbada a pocos metros de él, en un esplendor tan sexy que llamaba la atención. Pero su pregunta era muy impertinente. Le contestaría con un rotundo no, porque despertarse junto a una mujer era algo impensable para él. Implicaba un nivel de confianza que él, simplemente, no poseía. Para él, la confianza significaba emoción, y la emoción significaba inestabilidad, temor y, en el fondo, muerte.
Su primer rol femenino, su madre, había sido peligrosamente inestable. A Elena sólo le había contado una parte... ¿y por qué diantres le había dicho nada?
Estaba furioso. Se había despertado abrazado a ella, que reposaba confiada sobre él.
Elena sabía que Damon no iba a responder. No podía creer que le hubiera hecho esa pregunta. Se cubrió con la sábana mientras reunía su ropa tirada por el suelo, ruborizándose al recordar cómo se la había quitado él.
Se encontraba casi en la puerta cuando Damon le habló:
—Esta noche salimos. Llegaré a casa sobre las ocho.
Elena se detuvo y asintió, dándole la espalda. No podría soportar ver de nuevo su fría mirada a través del espejo. Se metió en su habitación y cerró la puerta tras ella.
De nuevo en el punto de partida. De nuevo, puesta en su lugar. Sólo quedaba una semana para la boda de Katherine. Tal vez entonces Damon considerara terminado su suplicio y la dejara marchar. Remplazaría la hermosa ropa del vestidor por otra para una nueva amante. Una que no acarreara extraños lazos y venganza.
Elena se metió en el baño y se dio una ducha bien caliente. Por lo menos, aparte de la boda de Katherine había otra cosa que le hacía ilusión: el encargo de joyería de Meredith y Klaus Mikaelson. saber que empezaría ese mismo día le ayudó a limpiar su mente de pensamientos demasiado perturbadores, como lo descolocada que se había quedado al ver una cara totalmente diferente de Damon la noche anterior.
***
Amaneció el día de la boda de Katherine, con Elena arreglándose en la mansión. Katherine y ella habían decidido que sería mejor evitar a su padre a toda costa. Al menos, en la iglesia él se comportaría, sabiendo que sus colegas estarían pendientes de todos sus movimientos. Damon había ido a su oficina y acudiría a la iglesia por su cuenta, dado que ella estaría pendiente de Katherine.
Elena no cabía en sí de gozo. Por fin. aquélla era la culminación de lo que había acordado con Damon hacía un mes: convertirse en su amante a cambio de que se realizara la boda. ¿Y por qué se sentía tan inquieta? debía confesar que no estaba preparada para que todo terminara, por masoquista que pareciera. Aquello supondría la venganza final de Damon: darle a probar el paraíso, y luego deshacerse de ella.
El paraíso al que ella se refería no tenía nada que ver con los lujos que sin duda él creía que le gustaban: era el paraíso de convertirse en una mujer, de descubrir su sensualidad. Un paraíso de unas relaciones sexuales tan maravillosas que ella sabía que ningún otro hombre podría igualar.
Se contempló en el espejo: grandes ojos azules, mejillas ruborizadas. Desde la noche en la cocina hacía casi una semana, le habían surgido sentimientos encontrados. Intentaba convencerse de que lo que sentía se parecía a una víctima que se enamoraba de su secuestrador. Frunció el ceño. Había un nombre para eso... «Sí: amor», le dijo una burlona voz en su interior.
Elena palideció. ¿cómo podía haberse enamorado de Damon Salvatore, cuando él sólo se había mostrado frío y calculador con ella? había tenido toda la razón al creer que ella había ido a robarle, y a pesar de eso había cumplido admirablemente su parte del trato: en unos minutos, un coche la llevaría a la iglesia donde su hermana embarazada iba a casarse con su amor de toda la vida, y todo se arreglaría para ellos.
Eso era lo único que importaba, ¿no? incluso sin los obstáculos entre ambos, Damon y ella no tenían futuro. Ese hombre no estaba acostumbrado a compartir noche con una mujer, como para compartir su vida...
Oyó un ruido en la puerta y se sorprendió al ver a Damon: estaba despampanante con un traje gris perla, camisa blanca y corbata.
A Elena se le aceleró el corazón, y empezaron a sudarle las manos.
— ¿Qué haces aquí?
-Veo que te alegras de verme —se burló él—. Debo sorprenderte más a menudo.
Ella se sonrojó. Después de lo que acababa de pensar... se le detuvo el corazón. Tal vez él estaba allí para decirle...
-Se me ha ocurrido venir a buscarte yo mismo, eso es todo. Será mejor que te pongas en marcha.
Elena salió de su ensimismamiento y se miró en el espejo, le ardían las mejillas. Agarró su chal y salió tambaleándose sobre sus altísimos tacones, confiando
En que Damon no hubiera advertido ninguna de sus emociones antes de que pudiera esconderlas.
***
Afortunadamente, Elena se las ingenió para mantenerse lejos de su padre durante la ceremonia, pero sentía su malévola mirada cada cierto tiempo. También evitó la mirada de Damon, aterrada de que pudiera descubrir sus sentimientos. Estaba muy emocionada con la boda y, dado que a ella no le entusiasmaba el matrimonio, le asustaba esa reacción.
Antes de la ceremonia, Stefan la había llevado a un lado y le había agradecido enormemente haber hecho posible que su boda se celebrara, sobre todo antes de que el embarazo fuera evidente. Esas palabras y el rostro radiante de Katherine hicieron que todo valiera la pena.
Damon la esperaba a la entrada de la iglesia para llevarla al banquete. Todo el mundo estaba allí. Elena se dio cuenta de que las cosas habían cambiado sutilmente desde que estaba con Damon. Las miradas de reojo y los susurros habían disminuido, y ya casi nunca ocupaban titulares del periódico. La gente parecía haberse acostumbrado a verlos juntos...
— ¿Bailas?
Elena despertó de sus preocupaciones, se puso en pie y dejó que él la condujera a la pista, donde Katherine y Stefan acababan de abrir el baile entre aplausos.
Sonó una canción lenta y Damon la apretó contra sí. Elena intentó separarse, pero él la sujetaba con brazo de acero. Por fin, se dio por vencida y se balanceó a su ritmo, apoyando la cabeza en su hombro.
—Tu hermana no es como yo esperaba.
Elena se tensó, pero la mano de él en su espalda, moviéndose en sensuales círculos, la obligó a relajarse de nuevo. Miró a Damon, demasiado cerca para su comodidad.
-¿A qué te refieres?
Él se encogió levemente de un hombro. Se había quitado la chaqueta y la corbata, y su camisa abierta revelaba su garganta fuerte y bronceada.
—Parece... dulce —dijo con una mueca de disgusto—. Si no supiera la verdad, diría que Stefan y ella están realmente enamorados.
Elena se tensó de nuevo, e intentó separarse, pero él no se lo permitió.
—Están realmente enamorados —susurró ella ferozmente—. Llevan juntos desde pequeños.
-Que monada —dijo él, nada impresionado.
—Necesitaban casarse así de rápido porque Katherine está embarazada de casi cuatro meses. La familia de Stefan nunca le habría permitido casarse con un Gilbert. Él quería que se fugaran, pero ella no pensaba permitírselo.
Vio que él enarcaba una ceja. Dudó, pero había llegado demasiado lejos para detenerse.
—La familia de él lo habría desheredado —explicó y, al ver el brillo cínico en la mirada de él, se le encendieron las mejillas—. No es lo que crees. A Katherine le da igual si Stefan se queda sin herencia, pero como él quiere ingresar en política, no le conviene enfrentarse a su familia.
—Digas lo que digas, ahora ella, y tú por consiguiente,estaréis bien, seguras gracias a la riqueza de su esposo.
Elena consiguió soltarse por fin, molesta por lo mucho que le dolía aquel cinismo.
-Cree lo que quieras, Damon. Alguien como tú nunca conocerá este tipo de amor, puro.
Y, antes de que pudiera sujetarla, se dio media vuelta y se marchó por entre las parejas de la pista de baile, camino del vestíbulo. Damon se pasó la mano por el cabello, furioso a más no poder, y se dirigió al bar.
De camino, vio a los recién casados: estaban sentados en una esquina aparte de todo el mundo, y sonreían, compartiendo una mirada tan intensa que Damon casi se tropezó. La estampa no se parecía en nada a lo que él acababa de describir. Se sintió culpable, como si hubiera empañado algo.
¿Cómo habrían vivido la pérdida de su hermana, la gemela de Katherine? en aquel momento, vio que Meredith y Klaus Mikaelson se aproximaban hacia él con una sonrisa, y por una vez agradeció la distracción. Ver a la familia de Elena estaba despertándole demasiadas contradicciones.
***
Cuando Elena se sintió suficientemente recuperada, regresó al salón de baile y se sorprendió al ver a Damon bailando una danza tradicional griega con el resto de los hombres. Todavía estaba furiosa con él, pero se derritió por dentro cuando vio su amplia sonrisa. Resultaba tan sensual... de pronto, sintió que alguien la agarraba del brazo dolorosamente y ahogó un grito. Era su padre.
—Necesitamos tener una conversación. Te he echado de menos, hija, y tú has estado muy ocupada desde la última vez que te vi.
Los vapores del alcohol la rodearon y sintió náuseas. Intentó soltarse, pero su padre no la dejó.
—No tenemos nada de qué hablar. De ninguna manera iba a permitirte que te quedaras con el testamento robado de ese hombre.
Su padre la miró con desprecio.
—Así que fuiste corriendo a tu amante y se lo devolviste. No creas que esto va a quedar así, Elena, aún no he terminado con...
Justo entonces, Katherine apareció a su lado y se la llevó. Elena la miró aliviada mientras se alejaban de su padre borracho, que las fulminó con la mirada. Ya que Katherine viviría con Stefan, Elena no tendría que volver a ver a su padre. Sintió un enorme alivio y la besó con ímpetu.
Era el turno de las mujeres, y los hombres se sentaron y las observaron bailar.
Elena se había quitado los zapatos, y reía al chocarse con Katherine. Su mirada se cruzó con la de Damon, a un lado de la sala, y ya no pudo apartarla, conforme bailaba los pasos que sabía desde siempre. Fue como un ritual de apareamiento ancestral. Cuando la canción acabó, Katherine le dijo al oído:
—Si esa mirada quiere decir algo, Damon va a querer marcharse cuanto antes contigo...
Su hermana partía de luna de miel al día siguiente, así que no la vería en unas cuantas semanas. iba a echarla de menos, después de haberla cuidado durante tanto tiempo. además, sintió lástima de sí misma: su madre la había abandonado siendo un bebé; cosa que su padre siempre le había echado en cara, y cualquier día Damon le diría que había tenido suficiente.
Se sentía como un desecho a punto de verse arrastrado por una nueva corriente.
Sin embargo, Damon la esperaba, con la chaqueta en la mano.
— ¿Nos vamos?
Ella asintió, agotada de pronto. No quería volver a encontrarse con su padre, así que se puso los zapatos, y permitió que Damon la tomara de la mano y la sacara de allí.
***
Dos días después de la boda, Damon regresó a su mansión y, tras dejar el portafolios en su estudio, se dirigió al taller de Elena. Estaba deseando verla. El día anterior había regresado antes y la había contemplado un largo rato antes de que ella advirtiera su presencia.
De nuevo, había reaccionado a ella sin poder controlarlo, devorando con los ojos su delgada figura, con camiseta blanca y un mono muy gastado enrollado por la cintura. Concentrada en su tarea, con el pelo en un moño alto y unas enormes gafas protectoras, ella no debería haber resultado tan atractiva, pero lo era.
Perder tanto el control le hacía sentirse vulnerable. Le invadían sentimientos encontrados. La había visto hablando con su padre en la boda, parecía una conversación muy intensa. Tal vez ambos sabían que era su única oportunidad de hablar. Pero luego había visto las miradas y sonrisas de complicidad entre Elena y su hermana. por más que había revisado su opinión acerca de qué las había motivado a la boda, de pronto dudó de sí mismo de nuevo.
Pero él la había sorprendido robando, un detalle que últimamente se le olvidaba demasiado. Algo se endureció en su interior.
Justo entonces, Callista, la doncella, salió de una habitación.
— ¿Ha visto a Elena? —le preguntó, preocupada.
Damon negó con la cabeza.
—Aún no.
—Está en la cocina —informó ella, y se marchó apresuradamente.
Damon se la quedó mirando. ¿Qué sucedía? ¿Y qué hacía Elena en la cocina? se encaminó allí, con creciente irritación. Las dudas que habían empezado a asaltarlo eran cada vez más fuertes. Tal vez había sido un estúpido mayor de lo que creía.
Se detuvo en la puerta de la cocina al ver a Elena junto a la encimera del fregadero. Se encontraba de espaldas a él, y parecía muy frágil. Llevaba una camiseta y unos pantalones de deporte. Damon miró su reloj. Tenían que acudir al estreno de una película en menos de una hora, y ella no estaba arreglándose.
Entró y vio que ella se tensaba. Tenía el pelo suelto, y no se giró hacia él. Estaba preparando albóndigas. Algo tan casero le irritó.
—Esta noche salimos.
—Si no te importa, me gustaría quedarme en casa hoy. Estoy cansada. Pero sal tú —dijo ella con voz apagada.
Resultaba tan vulnerable, que Damon sintió que el pecho se le endurecía. Si creía que podía empezar a jugar con él...
—Elena, tenemos un acuerdo. Sólo porque tu hermana haya conseguido la boda que quería, no significa que tu trabajo como amante mía haya terminado.
Ella dio un respingo, como si la hubiera golpeado. Le miró sin realmente verlo.
—Sólo será esta noche. Estoy muy cansada.
Algo en su tensión llamó la atención de Damon. Algo no iba bien. Instintivamente, la agarró del brazo y la notó tan tensa que frunció el ceño.
— ¿Se puede saber qué te ocurre?
Ella estaba de frente a él, pero tenía la mirada clavada en el suelo y el cabello le ocultaba el rostro. Damon le hizo elevar la barbilla y, por un segundo, no pudo creer lo que veía. Algo primigenio explotó dentro de él.
— ¿Qué demonios es eso?
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