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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

16 octubre 2012

Rivales Capitulo 08


Capítulo 8

Damon estaba mirándola con  tanta  intensidad que  Elena se estremeció. Y le oyó decir:

—No estamos aquí para contarnos nuestras vidas, por más encantador que sea. Basta de charla. Me gustaría que me enseñaras lo que has aprendido y me seduzcas.

Elena se lo quedó mirando, dolida por la manera en que él desprestigiaba lo que acababan de compartir y se cerraba en sí mismo de nuevo. Él quería castigarla por haberle animado a hablar, pero ¿cómo iba a seducirlo si no sabía ni lo que hacía en la cama?



Entonces, él la tocó y se le olvidó todo, salvo el fuego creciendo en su interior.

—Quiero que  me  seduzcas —repitió él—. Eres  mi  amante, y eso es lo que hacen las amantes.

Elena sintió una nueva punzada de dolor. Por un instante, se le había olvidado ese punto. Los días anteriores, cuando él no había acudido a su cama, se habían inquietado. Odiaba admitirlo, especialmente  cuando  él  estaba  mostrándose  tan frío, pero una parte de ella estaba encantada con la idea de tocarle como ella quisiera.

Se dijo que, recibiendo ese trato, le resultaría más fácil reprimir sus emociones... pero cruzó la mirada con la de él y vio    un    destello    que    no    pudo    creer:   Damon    parecía    casi

Vulnerable. Eso la decidió, junto con el desafío de que él la hubiera invitado a tomar la iniciativa.

Se detuvo frente a él. Era tan alto y corpulento que no podía ver nada más. Elevó la cabeza y vio que él la miraba con los ojos entrecerrados. Elena observó los destellos dorados en sus ojos, y eso la reconfortó. Posó las manos en el pecho de él y comenzó a moverlas hasta llegar a su cuello. Intentó hacerle agachar la cabeza para poder besarlo, pero él no iba a ponérselo fácil. Maldijo en voz baja y su determinación aumentó.

Lo sentó  en  un  taburete  y  le  pareció  ver  un  brillo  en  su mirada. Le hizo separar las piernas y se colocó entre ellas. Se fijó  en  la  cicatriz  sobre  su  boca. La  recorrió con  un  dedo  y luego la besó.

El seguía inmóvil y desapasionado. Por un instante, la inseguridad se apoderó de Elena al pensar en todas las mujeres con las que él había estado, que sin duda sabían cómo hacerle perder el control.

Se detuvo, sintiéndose una estúpida, y agachó la cabeza.

—Damon, no creo que pueda...

—Continúa —ordenó él con voz ronca.

Lo  miró: sus  ojos  eran  puro  fuego  dorado. Se  le  aceleró  el corazón. Posó las manos en sus muslos y fue moviéndolas hasta acercarlas  a  sus  genitales. Se  los  acarició, mirándolo  a  los ojos. Eufórica, sintió su creciente erección y su mirada ardiente. Él se movió levemente, y Elena se apartó.

—Prohibido tocar —le advirtió.

Lo vio apretar la mandíbula y asentir. entonces, ella volvió a colocar  su  mano  sobre  él,  con   un  cosquilleo  por  todo  el cuerpo. con  la  otra  mano, lo  tomó  del  cuello  y  lo  besó. Al principio, él  no  respondió; Elena casi  gritó  de  frustración, sentía como si ella fuera la que iba a explotar, en lugar de él. Sus senos, apretados contra aquel pecho fuerte, estaban tan erectos que casi le dolían. Se restregó contra él.

Tenía  que  conseguir  que  él  la  besara.  Con  la  lengua, fue recorriendo    suavemente te    sus    labios,   mordisqueándolos   y besándolos después. Damon  los  entreabrió  ligeramente, y  ella aprovechó para introducir su lengua y moverla, logrando que reaccionara.

Estaba en peligro de dejarse embargar por un placer familiar, hasta que se dio cuenta de que él estaba conteniéndose, y un hilo   de   sudor   le   corría   por   la   frente.  Eso   le   ayudó   a recuperar la cordura. Se echó hacia atrás, le tendió una mano y lo condujo silenciosamente escaleras arriba.

Resultaba increíblemente intimidante y excitante al mismo tiempo tener a Damon callado y pasivo. una vez en el dormitorio de  él, le  quitó  la  camiseta  y  lo  sentó  al  borde  de  la  cama. Luego, dio  unos pasos atrás, nerviosos  de  nuevo. Se  soltó  el cabello, que le cayó sobre los hombros. Luego, empezó a levantarse su fina camiseta intentando resultar erótica.

Damon  apretó la  mandíbula y  el  deseo oscureció su  mirada. Se recostó en la cama de forma sexy, sin proponérselo.

Elena detuvo la mirada en sus genitales, recreándose en el apreciado bulto. Inspiró hondo y se quitó la camiseta del todo, lanzándola al suelo. Intentó no sentir vergüenza, al ver sus pezones apuntando a Damon.

Seguidamente, se soltó el nudo de los pantalones del pijama, se los bajó a la altura de las caderas y, meneándolas suavemente, hizo que cayeran hasta el suelo. Se los terminó de quitar y, sólo cubierta por sus diminutas bragas, se colocó frente a él. No veía nada más que aquel pirata, inspeccionándola para su deleite.

Se acercó a él y se metió entre sus piernas. Le desabrochó el botón del pantalón y bajó lentamente la cremallera. le rozó la  erección  con  los  nudillos  y  lo  vio  contenerse  con  una mueca.

Lo animó a que elevara las caderas para poder bajarle los pantalones y, cuando sus excitados senos rozaron el vientre de él, casi gimió a gritos, antes de ponerse de rodillas y quitárselos del todo. Con manos temblorosas, los tiró detrás de  él.  Luego,  agarró  sus  calzoncillos. Damon  tenía  el  rostro tenso y le brillaban los ojos. Elena no supo cómo era capaz de seguir.

Le bajó los calzoncillos, liberándolo de su confinamiento. Y luego, con el corazón disparado, lo miró a los ojos y lo agarró íntimamente con una mano, deslizándola lentamente arriba y abajo, y sintiendo que él se endurecía aún más.

Instintivamente, deseando saborearlo, se inclinó hacia adelante. Pero él la detuvo.

—Elena, no tienes que...

—Nada de hablar —le interrumpió ella suavemente.

Damon no podía creerlo, Elena estaba acogiéndolo en su boca, rodeándolo con un calor dulce y húmedo. Acariciándolo con un erotismo tan inocente, que él sabía que no podría aguantar

Mucho: se sentía a punto de explotar desde que ella lo había rozado con los nudillos en el piso de abajo. Más tarde, cuando ella había empezado a desvestirlo, tras haber hecho su striptease, había temido tocarla, por si la asustaba con la fuerza de la pasión que lo dominaba. Ella lo había llevado casi al límite, y no podría contenerse mucho más.

La sujetó de las caderas.

—Suficiente —gruñó—. Ya estoy seducido.

Con movimientos precisos, le quitó las bragas. Rápidamente, la tumbó boca arriba y se colocó un preservativo. Le hizo entreabrir las piernas con una mano, y le acarició los muslos, deteniéndose en el lugar donde se acumulaba su máximo placer. La  vio  retorcerse, de  lo  excitada que  estaba. Damon  la penetró y empezó a moverse más rápido y más fuerte, agarrándola por los glúteos y elevándola hacia él. Elena le
Rodeó la espalda con una pierna y  se sujetó firmemente. No
Podía respirar, ni pensar, sólo podía moverse en tándem con él,
Hasta que todo lo demás desapareció.

***

A la mañana siguiente, Elena se despertó sintiéndose plena a un nivel muy profundo, y también agotada.

Oyó un sonido apagado y, al abrir un ojo, vio a Damon frente al espejo  de  su  armario, anudándose  la  corbata. era  la  misma imagen  que  aquella  fatídica  mañana, y  ella  se  despertó  al instante y se tapó con una sábana. Era la primera vez que se despertaba en la cama de él.

Vio que él la miraba, y se puso tensa.

—Aún  estás  aquí. Y  yo  estoy  en  tu  cama  —dijo.

Damon  sonrió burlón y se concentró en su corbata.

 —Eres muy buena advirtiendo lo evidente.

Elena   se   mordió   un   labio   mientras   record aba   la   noche anterior: la  conflagración  que  los  había  envuelto, y  cómo había terminado.

— ¿Alguna vez te despiertas junto a la mujer con la que te has acostado? —se oyó decir, como si no fuera ella quien hablara.

Vio que él detenía sus manos y el brillo cálido de su mirada se enfriaba rápidamente.

Damon  intentó  no  mirarla, no  lo  necesitaba. tenía  su  imagen grabada  en  la  retina: tumbada  a  pocos  metros  de  él, en  un esplendor tan sexy que llamaba la atención. Pero su pregunta era muy impertinente. Le contestaría con un rotundo no, porque  despertarse  junto  a  una  mujer  era  algo  impensable para él. Implicaba un nivel de confianza que él, simplemente, no poseía. Para él, la confianza significaba emoción, y la emoción significaba inestabilidad, temor y, en el fondo, muerte.
Su primer rol femenino, su madre, había sido peligrosamente inestable. A Elena sólo le había contado una parte... ¿y por qué diantres le había dicho nada?

Estaba furioso. Se había despertado abrazado a ella, que reposaba confiada sobre él.

Elena sabía que Damon no iba a responder. No podía creer que le hubiera hecho esa pregunta. Se cubrió con la sábana mientras reunía su ropa tirada por el suelo, ruborizándose al recordar cómo se la había quitado él.

Se encontraba casi en la puerta cuando Damon le habló:

—Esta noche salimos. Llegaré a casa sobre las ocho.

Elena  se  detuvo  y  asintió, dándole  la  espalda. No  podría soportar ver de nuevo su fría mirada a través del espejo. Se metió en su habitación y cerró la puerta tras ella.

De  nuevo  en  el  punto  de  partida. De  nuevo,  puesta  en  su lugar. Sólo quedaba una semana para la boda de Katherine. Tal vez   entonces   Damon   considerara  terminado  su   suplicio   y   la dejara marchar. Remplazaría la hermosa ropa del vestidor por otra para una nueva amante. Una que no acarreara extraños lazos y venganza.

Elena se metió en el baño y se dio una ducha bien caliente. Por lo menos, aparte de la boda de Katherine había otra cosa que le hacía ilusión: el encargo de joyería de Meredith y Klaus Mikaelson. saber  que  empezaría  ese  mismo  día  le  ayudó  a  limpiar  su mente   de   pensamientos  demasiado  perturbadores,  como   lo descolocada que se había quedado al ver una cara totalmente diferente de Damon la noche anterior.

***

Amaneció  el  día  de  la  boda  de  Katherine, con  Elena arreglándose en  la  mansión. Katherine  y  ella  habían  decidido que sería mejor evitar a su padre a toda costa. Al menos, en la iglesia él  se  comportaría, sabiendo que  sus  colegas estarían pendientes  de   todos   sus   movimientos.  Damon   había   ido   a   su oficina y  acudiría a  la  iglesia por su cuenta, dado que ella estaría pendiente de Katherine.

Elena no cabía en sí de gozo. Por fin. aquélla era la culminación de lo que había acordado con Damon hacía un mes: convertirse  en  su  amante  a  cambio  de  que  se  realizara  la boda. ¿Y por qué se sentía tan inquieta? debía confesar que no estaba preparada para que todo terminara, por masoquista que pareciera.  Aquello   supondría   la   venganza   final   de   Damon: darle a probar el paraíso, y luego deshacerse de ella.

El paraíso al que ella se refería no tenía nada que ver con los lujos que sin duda él creía que le gustaban: era el paraíso de convertirse en  una  mujer, de  descubrir su  sensualidad. Un paraíso  de  unas  relaciones  sexuales  tan  maravillosas  que ella sabía que ningún otro hombre podría igualar.

Se contempló en el espejo: grandes ojos azules, mejillas ruborizadas.  Desde  la   noche  en   la   cocina   hacía  casi   una semana, le  habían  surgido  sentimientos  encontrados. Intentaba convencerse de que lo que sentía se parecía a una víctima que se enamoraba de su secuestrador. Frunció el ceño. Había un nombre para eso... «Sí: amor», le dijo una burlona voz en su interior.

Elena palideció. ¿cómo podía haberse enamorado de Damon Salvatore, cuando él sólo se había mostrado frío y calculador con ella? había tenido toda la razón al creer que ella había ido a robarle, y a pesar de eso había cumplido admirablemente su parte del trato: en unos minutos, un coche la llevaría a la iglesia  donde  su  hermana  embarazada  iba  a  casarse  con  su amor de toda la vida, y todo se arreglaría para ellos.

Eso era lo único que importaba, ¿no? incluso sin los obstáculos entre  ambos,  Damon  y  ella  no  tenían  futuro.  Ese  hombre  no estaba acostumbrado a compartir noche con una mujer, como para compartir su vida...

Oyó un ruido en la puerta y se sorprendió al ver a Damon: estaba despampanante   con   un   traje   gris   perla,  camisa   blanca   y corbata.

A Elena se le aceleró el corazón, y empezaron a sudarle las manos.

— ¿Qué haces aquí?

-Veo que te alegras de verme —se burló él—. Debo sorprenderte más a menudo.

Ella se sonrojó. Después de lo que acababa de pensar... se le detuvo el corazón. Tal vez él estaba allí para decirle...

-Se me ha ocurrido venir a buscarte yo mismo, eso es todo. Será mejor que te pongas en marcha.

Elena salió de su ensimismamiento y se miró en el espejo, le ardían  las  mejillas. Agarró  su  chal  y  salió  tambaleándose sobre sus altísimos tacones, confiando

En  que  Damon  no  hubiera  advertido ninguna  de  sus  emociones antes de que pudiera esconderlas.

***

Afortunadamente, Elena se las ingenió para mantenerse lejos de su padre durante la ceremonia, pero sentía su malévola mirada cada cierto tiempo. También evitó la mirada de Damon, aterrada de que pudiera descubrir sus sentimientos. Estaba muy emocionada con la boda y, dado que a ella no le entusiasmaba el matrimonio, le asustaba esa reacción.

Antes de la ceremonia, Stefan la había llevado a un lado y le había  agradecido  enormemente  haber  hecho  posible  que  su boda se celebrara, sobre todo antes de que el embarazo fuera evidente.  Esas   palabras   y   el   rostro   radiante   de   Katherine hicieron que todo valiera la pena.

Damon la esperaba a la entrada de la iglesia para llevarla al banquete. Todo el mundo estaba allí. Elena se dio cuenta de que  las  cosas  habían  cambiado  sutilmente desde  que  estaba con  Damon. Las  miradas  de  reojo  y  los  susurros  habían disminuido, y ya casi nunca ocupaban titulares del periódico. La gente parecía haberse acostumbrado a verlos juntos...

— ¿Bailas?

Elena despertó de sus preocupaciones, se puso en pie y dejó que   él   la   condujera   a   la   pista,  donde   Katherine   y   Stefan acababan de abrir el baile entre aplausos.

Sonó una canción lenta y Damon la apretó contra sí. Elena intentó separarse, pero él la sujetaba con brazo de acero. Por fin, se dio por vencida y se balanceó a su ritmo, apoyando la cabeza en su hombro.

—Tu hermana no es como yo esperaba.

Elena se tensó, pero la mano de él en su espalda, moviéndose en sensuales círculos, la obligó a relajarse de nuevo. Miró a Damon, demasiado cerca para su comodidad.

-¿A qué te refieres?

Él  se  encogió  levemente de  un  hombro. Se  había  quitado la chaqueta   y   la   corbata,  y   su   camisa   abierta   revelaba   su garganta fuerte y bronceada.

—Parece... dulce  —dijo  con  una  mueca  de  disgusto—. Si  no supiera la verdad, diría que Stefan y ella están realmente enamorados.

Elena se tensó de nuevo, e intentó separarse, pero él no se lo permitió.

—Están     realmente    enamorados    —susurró     ella     ferozmente—. Llevan juntos desde pequeños.

-Que monada —dijo él, nada impresionado.

—Necesitaban casarse así de rápido porque Katherine está embarazada de casi cuatro meses. La familia de Stefan nunca le  habría  permitido  casarse  con un Gilbert. Él  quería que se fugaran, pero ella no pensaba permitírselo.

Vio que él enarcaba una ceja. Dudó, pero había llegado demasiado lejos para detenerse.

—La familia de él lo habría desheredado —explicó y, al ver el  brillo  cínico  en  la  mirada  de  él, se  le  encendieron  las mejillas—. No es lo que crees. A Katherine le da igual si Stefan se   queda   sin   herencia,  pero   como   él   quiere   ingresar   en política, no le conviene enfrentarse a su familia.

—Digas   lo   que   digas,  ahora   ella,  y   tú   por   consiguiente,estaréis bien, seguras gracias a la riqueza de su esposo.

Elena consiguió soltarse por fin, molesta por lo mucho que le dolía aquel cinismo.

-Cree  lo  que  quieras, Damon. Alguien  como  tú  nunca  conocerá este tipo de amor, puro.

Y, antes  de  que  pudiera  sujetarla, se  dio  media  vuelta  y  se marchó por entre las parejas de la pista de baile, camino del vestíbulo. Damon se pasó la mano por el cabello, furioso a más no poder, y se dirigió al bar.

De camino, vio a los recién casados: estaban sentados en una esquina  aparte  de  todo  el  mundo, y  sonreían, compartiendo una mirada tan intensa que Damon casi se tropezó. La estampa no se parecía en nada a lo que él acababa de describir. Se sintió culpable, como si hubiera empañado algo.

¿Cómo habrían vivido la pérdida de su hermana, la gemela de Katherine? en aquel momento, vio que Meredith y Klaus Mikaelson se aproximaban hacia él con una sonrisa, y por una vez agradeció la distracción. Ver a la familia de Elena estaba despertándole demasiadas contradicciones.

***

Cuando Elena se sintió suficientemente recuperada, regresó al salón de baile y se sorprendió al ver  a Damon bailando una danza tradicional griega con el resto de los hombres. Todavía estaba furiosa con él, pero se derritió por dentro cuando vio su amplia sonrisa. Resultaba tan  sensual... de  pronto, sintió que alguien la agarraba del brazo dolorosamente y ahogó un grito. Era su padre.

—Necesitamos   tener   una   conversación.  Te   he   echado   de menos, hija, y tú has estado muy ocupada desde la última vez que te vi.

Los vapores del alcohol la rodearon y sintió náuseas. Intentó soltarse, pero su padre no la dejó.

—No tenemos nada de qué hablar. De ninguna manera iba a permitirte que te quedaras con el testamento robado de ese hombre.

Su padre la miró con desprecio.

—Así que fuiste corriendo a tu amante y se lo devolviste. No creas que esto va a quedar así, Elena, aún no he terminado con...

Justo entonces, Katherine apareció a su lado y se la llevó. Elena la miró aliviada mientras se alejaban de su padre borracho, que las fulminó con la mirada. Ya que Katherine viviría con Stefan, Elena no tendría que volver a ver a su padre. Sintió un enorme alivio y la besó con ímpetu.

Era el turno de las mujeres, y los hombres se sentaron y las observaron bailar.

Elena  se  había  quitado  los  zapatos, y  reía  al  chocarse  con Katherine. Su mirada se cruzó con la de Damon, a un lado de la sala, y ya no pudo apartarla, conforme bailaba los pasos que sabía desde siempre. Fue como un ritual de apareamiento ancestral. Cuando la canción acabó, Katherine le dijo al oído:

—Si esa mirada quiere decir algo, Damon va a querer marcharse cuanto antes contigo...

Su hermana partía de luna de miel al día siguiente, así que no la  vería  en  unas  cuantas  semanas. iba  a  echarla  de  menos, después  de  haberla  cuidado  durante  tanto  tiempo. además, sintió  lástima  de  sí  misma:  su  madre  la  había  abandonado siendo un bebé; cosa que su padre siempre le había echado en cara, y cualquier día Damon le diría que había tenido suficiente.

Se sentía como un desecho a punto de verse arrastrado por una nueva corriente.

Sin embargo, Damon la esperaba, con la chaqueta en la mano.

— ¿Nos vamos?

Ella asintió, agotada de pronto. No quería volver a encontrarse  con   su   padre,  así   que   se   puso   los   zapatos,  y permitió que Damon la tomara de la mano y la sacara de allí.

***

Dos días después de la boda, Damon regresó a su mansión y, tras dejar  el  portafolios  en  su  estudio, se  dirigió  al  taller  de Elena. Estaba deseando verla. El día anterior había regresado antes y la había contemplado un largo rato antes de que ella advirtiera su presencia.

De  nuevo, había  reaccionado  a  ella  sin  poder  controlarlo, devorando con los ojos su delgada figura, con camiseta blanca y un mono muy gastado enrollado por la cintura. Concentrada en su tarea, con el pelo en un moño alto y unas enormes gafas protectoras, ella no  debería haber resultado tan  atractiva, pero lo era.

Perder tanto el control le hacía sentirse vulnerable. Le invadían sentimientos encontrados. La  había  visto  hablando con   su   padre   en   la   boda,  parecía   una   conversación   muy intensa. Tal vez ambos sabían que era su única oportunidad de hablar. Pero luego había visto las miradas y sonrisas de complicidad  entre  Elena  y  su  hermana. por  más  que  había revisado  su  opinión  acerca  de  qué  las  había  motivado  a  la boda, de pronto dudó de sí mismo de nuevo.

Pero él la había sorprendido robando, un detalle que últimamente se le olvidaba demasiado. Algo se endureció en su interior.

Justo entonces, Callista, la doncella, salió de una habitación.

— ¿Ha  visto  a  Elena? —le  preguntó, preocupada.

Damon  negó con la cabeza.

—Aún no.

—Está   en   la   cocina   —informó   ella,   y   se   marchó   apresuradamente.

Damon se la quedó mirando. ¿Qué sucedía? ¿Y qué hacía Elena en la cocina? se encaminó allí, con creciente irritación. Las dudas que habían empezado a asaltarlo eran cada vez más fuertes. Tal vez había sido un estúpido mayor de lo que creía.

Se detuvo en la puerta de la cocina al ver a Elena junto a la encimera  del  fregadero. Se  encontraba  de  espaldas  a  él, y parecía muy frágil. Llevaba una camiseta y unos pantalones de deporte. Damon miró su reloj. Tenían que acudir al estreno de una película en menos de una hora, y ella no estaba arreglándose.

Entró y vio que ella se tensaba. Tenía el pelo suelto, y no se giró hacia él. Estaba preparando albóndigas. Algo tan casero le irritó.

—Esta noche salimos.

—Si no te importa, me gustaría quedarme en  casa hoy. Estoy cansada. Pero sal tú —dijo ella con voz apagada.

Resultaba tan vulnerable, que Damon sintió que el pecho se le endurecía. Si creía que podía empezar a jugar con él...

—Elena, tenemos un acuerdo. Sólo porque tu hermana haya conseguido  la  boda  que  quería, no  significa  que  tu  trabajo como amante mía haya terminado.

Ella dio un respingo, como si la hubiera golpeado. Le miró sin realmente verlo.

—Sólo será esta noche. Estoy muy cansada.

Algo en su tensión llamó la atención de Damon. Algo no iba bien. Instintivamente, la agarró del brazo y la notó tan tensa que frunció el ceño.

— ¿Se puede saber qué te ocurre?

Ella estaba de frente a él, pero tenía la mirada clavada en el suelo y el cabello le ocultaba el rostro. Damon le hizo elevar la barbilla y, por un segundo, no  pudo creer lo que veía. Algo primigenio explotó dentro de él.

— ¿Qué demonios es eso?

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