Capítulo 04
Elena intentó zafarse, pero Damon estaba
decidido a no dejarla escapar. La sujetó por los hombros y la atrajo
bruscamente hacia sí antes de besarla apasionadamente.
No estaba muy seguro de qué esperar.
¿Fuegos artificiales? ¿La memoria milagrosamente recuperada? ¿Imágenes de las
semanas perdidas?
No sucedió nada de eso. En cambio, lo
que sí sucedió lo llenó de pánico.
Damon sintió que su cuerpo despertaba.
Cada músculo se tensó. El deseo y la lujuria se enroscaron alrededor del
estómago y se puso dolorosamente duro.
¡Cómo le correspondía esa mujer! Tras
la resistencia inicial, se fundió contra él y le devolvió el beso con pasión.
Le rodeó el cuello con los brazos moldeando sus deliciosas curvas contra su
cuerpo. Un cuerpo que pedía a gritos que la tumbara sobre el escritorio y
saciara su deseo.
Pero a medida que la consciencia se
abría paso, se contuvo. ¿En qué estaba pensando? Esa mujer, a la que no
recordaba, estaba embarazada, aunque eso no le impidiera querer arrancarle la
ropa.
Bueno, al menos no podría dejarla
embarazada otra vez…
¿Que no era su tipo? Nunca había
conocido a una mujer con la que tuviera tanta química.
Elena lo miraba perpleja con los
labios hinchados y la mirada turbia. Y Damon tuvo que hacer acopio de toda su
capacidad de control para no terminar lo que había empezado.
—Lo siento —se disculpó apartándose de
ella—. Tenía que comprobarlo.
—¿Comprobar el qué? —ella entornó los
ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y daba unos impacientes
golpecitos en el suelo con el pie.
—Si conseguía recordar algo.
—¿Y bien?
—Nada —él sacudió la cabeza.
Elena se dio media vuelta, dispuesta a
salir del despacho.
—Espera un momento —llamó él.
—¿Cuál es tu problema?
—¿Cuál es mi problema? Pues no tengo
ni idea. Quizás que no me gusta ser maltratada como una especie de animal de
laboratorio.
—Pero…
Antes de que él pudiera protestar,
ella ya se había marchado.
Damon la vio irse sin saber si ir tras
ella o no. ¿Qué le diría cuando la alcanzara? No lamentaba el beso, aunque no
hubiera supuesto la cura milagrosa que había esperado. Pero sí le había
aclarado algo importante: no podía acercarse a esa mujer sin estallar en
llamas, y eso hacía que fuera bastante probable que llevara a su hijo dentro de
ella.
Regresó al escritorio y descolgó el
teléfono. Segundos más tarde, Ramon contestó.
—La señorita Gilbert acaba de
abandonar mi despacho. Procura que llegue bien al hotel.
Elena salió a la calle. Las lágrimas
le ardían en los ojos.
Había esperado ver algún rastro del Damon
Salvatore del que se había enamorado. Quizás también había esperado que el beso
despertara… algo.
El viento fresco le revolvió los
cabellos mientras miraba calle abajo, sin saber muy bien qué dirección tomar.
Hacía más frío que antes y empezó a tiritar.
Aún había bastante luz como para
regresar caminando al hotel. El beso de Damon la había dejado acalorada y le
enfurecía que se hubiera mostrado tan frío.
Se había sentido como… un juguete.
Como si no fuera más que un artículo para divertirle.
Y seguramente era eso lo que había
sido desde el principio.
Al pararse ante un paso de peatones,
un hombre tropezó con ella violentamente.
—¡Eh! —Elena se volvió asustada.
El hombre murmuró una disculpa
mientras el semáforo se ponía en verde. No fue consciente del tirón en el otro
brazo hasta que fue demasiado tarde.
El bolso se deslizó por el brazo que
casi fue arrancado del hombro mientras el ladrón echaba a correr.
Instintivamente, Elena agarró la
correa del bolso tirando de ella.
El ladrón la empujó con fuerza,
haciéndole caer al suelo. El golpe fue muy fuerte, pero la correa del bolso se
mantuvo firmemente enrollada alrededor de su muñeca.
El ladrón tiró con fuerza,
arrastrándola varios metros antes de soltar un rugido de rabia y sacudirle una
bofetada con el dorso de la mano. Elena percibió un destello plateado.
El pánico hizo presa de ella al
reconocer la navaja que se aproximaba a su cuerpo. Sin embargo, el atacante
rajó la correa y en unos segundos desapareció, fundiéndose con la multitud
mientras ella quedaba tirada en el suelo.
—¿Está bien, señora? —alguien se
arrodilló a su lado.
Ella se volvió, demasiado aturdida
para responder. Un coche negro dio un frenazo, parándose frente a ella y una
mole de hombre corrió en su auxilio.
—Señorita Gilbert, ¿se encuentra bien?
—preguntó apresuradamente.
—¿Cómo… cómo sabe mi nombre?
—El señor Salvatore me envió.
—¿Cómo se ha enterado él de lo
sucedido?
—Me pidió que me asegurara de que
llegara sana y salva al hotel. No la alcancé a tiempo para llevarla en coche y
la estaba buscando.
—Entiendo.
—¿Puede ponerse de pie? —preguntó él.
Elena asintió lentamente. Al menos lo
intentaría. Mientras el hombre la ayudaba a levantarse, se sujetó la barriga,
preocupada por si el bebé había sufrido algún daño.
—¿Le duele? —preguntó él.
—No lo sé —contestó ella temblorosa—.
Puede que no sea más que el susto. La caída…
—La llevaré de inmediato al hospital.
El señor Salvatore se reunirá allí con nosotros.
Elena no protestó al ser empujada al
asiento trasero del coche. El hombre se sentó a su lado y ordenó al conductor
que arrancara.
—¿Le duele algo? —preguntó.
—No creo. Sólo estoy alterada.
—Va a tener un buen moretón en el ojo.
—Gracias —murmuró—. Por su ayuda.
Llegó en el momento justo.
—No, no es verdad —el rostro del
hombre se arrugó en una mueca de rabia—. De haber llegado un segundo antes, no
la habría lastimado.
—Aun así, gracias. Llevaba una navaja.
Al recordarlo, empezó a respirar
agitadamente. Le subió un escalofrío por la columna hasta los hombros y empezó
a temblar descontroladamente.
—Ni siquiera sé su nombre —continuó
con voz débil.
—Ramon —él la miró con preocupación—.
Soy el jefe de seguridad del señor Salvatore.
—Me llamo Elena —se presentó ella
antes de recordar que él ya conocía su nombre.
—Casi hemos llegado, Elena —la
tranquilizó.
El coche se paró y la puerta se abrió.
Ramon la ayudó a salir y los recibió un auxiliar de urgencias, que les
aguardaba con una silla de ruedas.
Sorprendida por la rapidez con que fue
atendida, contempló boquiabierta cómo dos enfermeras la tumbaban en una cama y
empezaban a examinarla.
Ramon se quedó a su lado sin perder
detalle de los movimientos del personal sanitario.
—El señor Salvatore es benefactor de
este hospital —murmuró, como si comprendiera el aturdimiento de la joven—.
Llamó para informarles de su llegada.
—El obstetra vendrá enseguida —anunció
una enfermera—. Examinará al bebé.
Elena asintió y murmuró un
agradecimiento. Acababa de cerrar los ojos cuando la puerta se abrió de golpe.
—¿Estás bien? —preguntó angustiado Damon—.
¿Estás herida? ¿Te duele algo? —respiró hondo y se mesó los cabellos—. ¿El…
bebé?
Antes de que ella pudiera responder,
él se fijó en el ojo y su rostro se enfureció. Instintivamente le tocó la cara
antes de volverse hacia Ramon.
—¿Qué ha pasado?
—Estoy bien —intervino Elena, pero Damon
ya no le prestaba atención a ella.
—Damon…
Él seguía bombardeando al jefe de
seguridad con preguntas y tuvo que tirarle de la manga para recuperar su
atención.
—Estoy bien, en serio. Ramon apareció
justo a tiempo. Me ha cuidado muy bien.
—No debería haberte dejado marchar del
despacho —Damon rechinó los dientes—. Estabas alterada y no deberías haber
salido a la calle. Pensaba que Ramon te llevaría al hotel.
—Eché a andar —ella se encogió de
hombros—. Él no me alcanzó hasta después de…
—¿Ha venido ya el médico? —Damon acercó
una silla y se sentó a su lado—. ¿Qué ha dicho del bebé? ¿Te ha hecho daño ese
bastardo en alguna otra parte?
Ella sacudió la cabeza y pestañeó
perpleja. Aquél era un Damon totalmente desconocido.
—La enfermera dijo que el obstetra de
guardia vendría en breve para reconocerme y asegurarse de que el bebé está
bien. Y no, no me ha herido en ninguna otra parte.
—No puedes caminar por las calles de
Nueva York tú sola —Damon le tomó la mano—. Ni siquiera me gusta que te alojes
en ese hotel.
—Pero si es tuyo —Elena sonrió
divertida—. ¿Estás diciendo que no es un lugar seguro?
—Preferiría que te quedaras conmigo,
para estar seguro de que no te pase nada.
—¿Qué estás diciendo? —ella frunció el
ceño.
—Escucha, de todos modos nos íbamos a
ir juntos a la isla Moon en unos días. Lo lógico sería que te quedaras conmigo
hasta entonces. Nos dará más tiempo para… conocernos.
Quizás no la recordaba, pero sus
instintos protectores se habían despertado y desde luego estaba preocupado por
el bebé y su madre.
Al menos era un comienzo, ¿no?
—De acuerdo —accedió Elena—. Me
alojaré en tu casa hasta que salgamos hacia la isla.
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