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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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14 enero 2013

Cruel Capitulo 08


CAPÍTULO 08

Elena había contemplado la sombra del pequeño avión danzando sobre el resplandeciente Mediterráneo antes de aterrizar en la isla de Sardinia, en el aeropuerto de Alghero.
Un todoterreno y un conductor los esperaban allí y el sol de la tarde caía sobre ellos.
Después de conducir durante cuarenta minutos, el conductor, Tommaso, giró en una carretera estrecha con altos árboles a cada lado que hacían que el camino se volviera sombreado y misterioso. Después, giraron a la derecha, hacia la costa, hasta que apareció un juego de enormes puertas de hierro y se abrieron suavemente como por arte de magia, casi ocultas por el denso follaje y la colorida buganvilla. Atravesaron una zona de ramas bajas para salir a un enorme patio con una fuente cuya agua caía en una alberca. Unas flores de loto flotaban sobre el agua.
Entonces apareció la casa, sorprendiendo a Elena con su discreta elegancia. El coche se detuvo y ella bajó antes de que Damon  pudiera abrirle la puerta; se había mostrado asustadiza ante él durante todo el día, sobresaltándose si se le acercaba demasiado.
La casa era una clásica villa mediterránea con tejados en color terracota combinada con otro seductor estilo. Tenía enormes ventanas que iban del techo al suelo, con cortinas blancas que se sacudían suavemente con la cálida brisa. Una delicada veranda rodeaba el exterior y Elena vio jardines a ambos lados que se extendían hasta donde imagina que estaba el mar. Podía oír olas rompiendo suavemente cerca y el sonido la llenó de emoción.
Era una de las cosas que había echado de menos al vivir en Londres. La casa de su familia en Dublín estaba en el sur de la ciudad, en la costa, pero Nicklaus no había perdido el tiempo para venderla cuando sus padres murieron. Elena había crecido con el sonido del mar y había pasado tanto tiempo desde que lo había oído de ese modo que una nostalgia agridulce se apoderó de ella.
Damon  vio cómo lo observaba todo, pero ella evadía su mirada y estaba comportándose como una testaruda. Estaba furioso porque había estado evitándolo todo el día, y no estaba acostumbrado a que las mujeres lo ignoraran. Su camiseta gris y sus pantalones cortos negros también lo enfurecían intensamente.
La vio agarrarse con fuerza a la puerta del todoterreno, vio cómo apretaba la mandíbula y supo que Elena estaba dándose cuenta de lo alejada que estaría de la civilización. Sintió una gran satisfacción... hasta que de pronto la atención de ambos fue dirigida a un enorme perro pastor blanco.
Elena, encantada, se arrodilló y llamó al perro, al que acarició efusivamente sin poder borrar la sonrisa de su cara.
—¿Pero quién eres tú, precioso?
—Se llama Doppo. Era el perro de Bonnie y, por lo general, no le gustan los extraños.
Oírle mencionar a Bonnie le provocó un fuerte dolor de corazón. Estaba claro que le había molestado que el perro la hubiera recibido bien... tal vez habría preferido que Doppo la hubiera arrancado los miembros uno a uno. En silencio, le dio las gracias al perro por haberla aceptado.
—Ciao, Doppo. Creo que tú y yo vamos a ser buenos amigos.
Damon  la observaba. Elena Gilbert estaba generando demasiadas contradicciones para su gusto y, cuanto antes supiera qué esperar de ella, mejor.
—Conocerás a mi padre durante la cena. Le he dicho que nos conocimos en Londres gracias a Bonnie... lo cual, en cierto modo, es verdad. También le he dicho que nuestra relación fue muy precipitada y que no habíamos planeado que te quedaras embarazada tan pronto. No esperará que nos comportemos como unos recién casados enamoradísimos, pero aun así, tendremos que actuar un poco. No sabe la relación que tenía tu hermano con Bonnie. No quiero que se disguste por nada. Ya ha pasado demasiado desde el funeral y el infarto.
—Eso es lo último que quiero.
Él le miró los brazos y deslizó un dedo sobre uno de ellos,
—Tu piel es tan pálida que parece que nunca te ha dado el sol.
¡Y así era! Aunque eso seguro que no encajaría con la imagen que él se había formado de ella como la hermana de un millonario corrupto y egoísta. Elena reunió fuerzas para apartarse. Él simplemente estaba jugando con ella.
—Ahórrate tu preocupación fingida. Seguro que te alegrarías si me achicharrara viva.
Damon  le lanzó una fría mirada antes de dar un paso atrás e indicarle que fuera entrando en la villa.


Caroline, la sonriente ama de llaves de Damon  y esposa de Tommaso, la llevó hasta un lujoso dormitorio. La barrera idiomática hizo que Elena se limitara simplemente a sonreírle para darle las gracias e indicarle mediante gestos que ella misma desharía su equipaje.
La casa por dentro era blanca y luminosa, llena de espacios abiertos y muy acogedora. Había visto un gran salón con una enorme televisión de plasma y estanterías cargadas de libros. También había visto un comedor con una gran mesa blanca y veinte sillas a juego y un jarrón con unas exóticas flores rojas en el centro.
Su nuevo dormitorio también era blanco y había sido un alivio ver que, aparentemente, no era el dormitorio de Damon. Era demasiado femenino. Verse forzada a compartir una cama con él sería demasiado y sabía que no podría soportarlo. Las puertas del patio se abrían hacia un gran jardín interior con columnas de piedra sobre las que se sostenía una pasarela que conectaba la sección interior de esa parte de la villa. Había vasijas con flores por todas partes que creaban un ambiente lleno de encanto. La tranquilidad y la paz de ese lugar alivió un poco el alma de Elena.
Alguien llamó a la puerta y ella la abrió con cautela para encontrarse allí a Damon, guapísimo con unos pantalones chinos y una camisa lisa blanca, ¡Maldito sea por hacerla sentir así cuando lo odiaba tanto! —Vendré a buscarte a las ocho para cenar.
—Ya he visto dónde está el comedor. Puedo encontrarlo...
—Iremos juntos. Mi padre utiliza otra parte de la villa, pero no hay duda de que esperará que compartamos la cama de matrimonio —se acercó, y Elena retrocedió automáticamente y con el corazón acelerado. Damon  sonrió. —Y como tendremos que dormir juntos. Elena, estoy seguro de que apreciarás que no quiera compartir una cama contigo más tiempo del necesario.
Elena sintió pánico: esa sensación ya estaba empezando a ser demasiado habitual.
—Si no te importa, estás bloqueando la puerta.
Con una última sonrisa burlona que ella deseo poder borrarle de la cara de un bofetón, Damon  dio un paso atrás y Elena tuvo que controlarse para no cerrar de un portazo.


A las ocho de esa noche los dos estaban en la puerta del comedor. A Elena se le encogió el estómago y unas gotas de sudor le cubrieron la frente. Llevaba un vestido negro de cuello alto y por las rodillas. Lo más inofensivo que había encontrado para conocer al padre de Damon. Era bien consciente del dolor por el que debía de haber pasado el hombre y se sentía culpable en nombre de su hermano, por la estela de destrucción que había dejado tras él.
Damon  la agarró del codo, la metió en el comedor y le presentó a su padre. Ella vio un viejo rostro marcado por las arrugas y oscurecido por el sol, un cabello plateado y unos ojos sorprendentemente brillantes. Elena tuvo la inmediata impresión de que era un hombre bueno y amable. Bueno, pero hundido. ¡Dios! No tenía duda de que Damon  iba a disfrutar cada minuto. No tenía duda de que eso era parte de su plan: haberla llevado allí para verse cara a cara con la devastación causada por los actos de su hermano.
A medida que se acercaba, también se dio cuenta de que el hombre estaba sentado en una silla de ruedas. Se detuvo ante él e hizo algo completamente instintivo. Se agachó para quedar a su misma altura y, embargada por la emoción, le dijo:
—Signore Salvatore, lamento mucho su pérdida, y yo...
—Shh, pequeña. Fue un accidente terrible —le dijo con un marcado acento. —Perdimos a nuestra bella Bonnie, que estaba tan llena de vida.
Elena le dio la mano y él le indicó que se levantara. Después, y sujetándole una mano a cada uno, los miró a los dos antes de decir:
—Los dos os habéis unido para hacer algo maravilloso: casaros y tener un hijo. Eso me llena de alegría —les apretó las manos con fuerza y se las soltó al decir con tono jovial—: Ahora, ¡vamos a comer!
Las palabras del señor Salvatore no dejaron de darle vueltas por la cabeza durante la cena y la afectaron más de lo que había pensado. Se había esperado que el hombre fuera como su hijo, frío, cínico y desconfiado, pero no lo era, y tenía que admitir que ya había empezado a apreciarlo y que odiaría que le hicieran daño.
Cuando estaban terminando de tomarse el café, el señor Salvatore dijo siguiendo algo que Elena había comentado:
—Ya basta de formalidades. Tienes que llamarme Salvatore, Y también tienes que disculparme porque me temo que desde mi infarto me canso con demasiada facilidad.
Elena hizo intención de levantarse, pero él le indicó con la mano que no se moviera, Damon  se levantó para ayudar a su padre y una enfermera apareció en la puerta para llevarse a Salvatore.
Cuando se fueron, Damon  volvió a sentarse en la silla y dijo:
—Le has causado muy buena impresión. Es increíble verte en acción. Pero bueno, eso yo ya lo he vivido de primera mano, ¿no crees?
—A diferencia de ti, tu padre es un caballero. Es fácil apreciarlo.
—Ya has visto cómo es. A pesar de sus experiencias, es un viejo romántico y muy sentimental, pero siempre le he dejado claro que no espere eso de mí, Bonnie iba a desempeñar ese papel en la familia, era ella la que iba a casarse y a tener hijos. Si tu hermano se hubiera salido con la suya, habría vuelto aquí con los sueños rotos y un divorcio amargo, y sin su herencia. Si intentas aprovecharte de su buen corazón, te hundiré.
—¿Más todavía? —gritó Elena.
—¿Con todo este lujo que te rodea? Tu embarazo es la única razón por la que estás aquí, disfrútalo.
—Ya te dije que yo no tuve nada que ver en la vida de Nicklaus —dijo con voz temblorosa.
—Tú misma dijiste que sabías qué planes tenía con respecto a Bonnie. ¿De verdad esperas que crea que no te utilizó para que fueras su confidente? ¿Para calmar sus dudas y temores? ¿Para animarla a que confiara en él?
—Te juro que apenas conocí a tu hermana.
—Según mis informes, ella pasaba tiempo en el apartamento de Nicklaus. Iba a ese club prácticamente todas las noches, el mismo que tú dijiste que era como tu segunda casa. Así que, por favor, no digas que no la conocías bien. ¿Ni siquiera puedes admitirlo? —le preguntó furioso.
De pronto Elena empezó a encontrarse mal, tenía un sudor frío por todo el cuerpo. Se levantó y dejó la servilleta sobre la mesa.
—No sé cómo decirte cuánto siento lo de tu hermana. Y al contrario de lo que puedas pensar, tu maravilloso informe te mostró sólo los aspectos más superficiales de mi vida. La vida social de Nicklaus y Bonnie no me incluía a mí. Mi realidad era muy diferente a la suya —estaba temblando por dentro. —Ahora, si me disculpas, me voy a la cama. Ha sido un día largo.
Se fue a su dormitorio y cerró la puerta con llave. Se duchó, se cambió y se metió en la cama y, justo antes de dormirse, se juró que haría todo lo que pudiera por mostrarle a Damon  lo muy equivocado que estaba con ella. Sabía que no sería capaz de aguantar todo su embarazo con su desconfianza y su repulsa.


Elena estaba teniendo una pesadilla. Cuando finalmente logró despertar de ella, se sentó en la cama con un terrible dolor en el abdomen y sudor por toda la espalda. Gritaba por la intensidad del dolor y no podía contenerlo.
—¿Elena? ¿Qué pasa? —preguntó Damon  desde el otro lado de la puerta.
Intentó hablar, pero otra ráfaga de dolor la recorrió.
—No puedo... no sé qué... oh...
Otra punzada de dolor la hizo caer sobre la cama y fue entonces cuando sintió la humedad entre las piernas. Levantó las colchas y miró. Incluso en la oscuridad pudo ver la oscura mancha de sangre.
¡El bebé!
—Elena, abre la puerta, maldita sea. ¿Por qué demonios te has cerrado con llave?
Elena intentó sacar las piernas de la cama, sabiendo que era importante que llegara a la puerta para abrirla. Pero cuando se disponía a levantarse, la habitación comenzó a darle vueltas y cayó en una oscuridad donde no había dolor y Damon  no le estaba gritando.


—Me temo que no servirá de consuelo, pero es bastante común, sobre todo en las primeras semanas de gestación, como era el caso de su esposa.
Oír al médico decir «su esposa», le caló hondo. Intentó calmarse después del miedo que había pasado cuando, al tirar la puerta abajo, la había visto tendida en el suelo. Ese momento casi había eclipsado lo que tuvo que soportar al identificar el cuerpo de Bonnie.
—¿Está seguro de que está bien? Quiero decir, ¿no le pasa nada?
—Nada en absoluto. Físicamente está tan bien como usted o como yo, pero psicológicamente le llevará algo de tiempo recuperarse. Nunca es fácil superar un aborto.
Una oscura emoción atravesó a Damon.
—¿Cómo...? ¿Por qué...?
El doctor sonrió amablemente.
—¿Por qué ha pasado esto? —se encogió de hombros. —Hay muchas razones y es mucho más común de lo que pueda pensar. Es un mito que tener relaciones sexuales pueda provocar un aborto, así que no se castiguen con eso —el doctor sonrió, haciendo que Damon  se sintiera como un verdadero fraude. —Sé que están recién casados... imagino que ha debido de estar bajo mucho estrés para que haya sucedido esto...


Elena abrió los ojos lentamente, pero la luz le hizo volver a cerrarlos bruscamente. Oyó un movimiento junto a la cama e intentó abrirlos de nuevo.
—¿Elena? ¿Cómo te sientes?
Esa voz. La voz de Damon. Pero no era como estaba acostumbrada a oírla, sonó casi como si fuera agradable.
—¿Por qué de pronto estás tan simpático? —le preguntó con voz adormilada antes de volver a la oscuridad.
Cuando volvió a despertar mucho rato después, lo hizo bastante más despejada. Recordaba que Damon  le había gritado que abriera la puerta... Abrió los ojos en un instante y al mismo tiempo posó las manos sobre su vientre.
—¿Qué ha pasado? —preguntó cuando él se acercó y apoyó las manos en la cama. Sentía una extraña sensación de vacío.
—¿No recuerdas lo de anoche? —le preguntó, sin mofa ni brusquedad.
Elena negó con la cabeza y se encogió de hombros,
—Recuerdo unos calambres... y después recuerdo haberme despertado y verte... —se detuvo al recordar la sangre. Volvió a centrar la mirada en Damon. —El bebé... —susurró.
—Hemos perdido al bebé, Elena. Lo siento.
«Hemos». Su rostro estaba carente de toda expresión, aunque había dicho «hemos». Que hubiera empleado esa palabra indicaba claramente que había aceptado al bebé como si fuera suyo, pero aun así, Elena sentía una soledad y una tristeza tan profundas que pensaba que no podría resistirlo.
—Vete, Damon. Vete —le dijo con voz temblorosa.
—Elena...
—Eres la última persona en el mundo que quiero ver o con la que quiero hablar ahora mismo, Damon. Vete.
Él no se movió, pero Elena deseaba que se fuera con todo su ser. Necesitaba estar sola.
Corno respondiendo a su súplica silenciosa, finalmente Damon  se marchó. Ella giró la cabeza hacia la otra pared y lloró desconsoladamente por el bebé. Pero sabía que también estaba llorando por otra cosa, mucho más oscura y perturbadora. Así era. Damon  Salvatore no dudaría en echarla de su vida en ese mismo instante y lloró todavía más al reconocer que vivir con Nicklaus le había enseñado a no valorarse a sí misma porque... ¿cómo podía estar tan consternada por el hecho de que una conexión tan endeble finalmente se hubiera roto entre un hombre que la detestaba y ella?


Damon  caminaba de un lado a otro fuera de la habitación del hospital de Elena, como si eso pudiera mitigar los sentimientos que amenazaban con estallar en su interior. El modo en que ella lo había mirado lo había destrozado, desterrando cualquier posible duda que le hubiera podido quedar sobre su paternidad. Sabía que nunca había llegado a aceptar el hecho de que Elena hubiera llevado dentro a su bebé porque la posibilidad de que ese niño existiera había amenazado todas las defensas emocionales que había erigido para protegerse a lo largo de los años. Pero ya no podía negarlo más. Y ahora era demasiado tarde.
Sintió una inmensa emoción que lo sorprendió; era la misma sensación terrible y cargada de furia e impotencia que había tenido cuando había mirado el cuerpo sin vida de su hermana. Se trataba de verdadero dolor, de una profunda pena, y por un segundo lo invadió amenazando con arrasarlo todo a su paso. No había aceptado a su propio hijo.
Y lo más inquietante era que ahora sentía el fuerte y visceral impulso de enmendar lo que había pasado.
Eso lo impresionó más que nada porque por primera vez en su vida tenía que admitir que estaba deseando algo que siempre había estado negando.
Las palabras del doctor lo perseguían: «Ha debido de estar bajo mucho estrés para que haya sucedido esto».
Su mujer. Su bebé. Su culpa.

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