CAPÍTULO
08
Elena
había contemplado la sombra del pequeño avión danzando sobre el resplandeciente
Mediterráneo antes de aterrizar en la isla de Sardinia, en el aeropuerto de
Alghero.
Un
todoterreno y un conductor los esperaban allí y el sol de la tarde caía sobre
ellos.
Entonces
apareció la casa, sorprendiendo a Elena con su discreta elegancia. El coche se
detuvo y ella bajó antes de que Damon pudiera
abrirle la puerta; se había mostrado asustadiza ante él durante todo el día,
sobresaltándose si se le acercaba demasiado.
La
casa era una clásica villa mediterránea con tejados en color terracota
combinada con otro seductor estilo. Tenía enormes ventanas que iban del techo
al suelo, con cortinas blancas que se sacudían suavemente con la cálida brisa.
Una delicada veranda rodeaba el exterior y Elena vio jardines a ambos lados que
se extendían hasta donde imagina que estaba el mar. Podía oír olas rompiendo
suavemente cerca y el sonido la llenó de emoción.
Era
una de las cosas que había echado de menos al vivir en Londres. La casa de su
familia en Dublín estaba en el sur de la ciudad, en la costa, pero Nicklaus no
había perdido el tiempo para venderla cuando sus padres murieron. Elena había
crecido con el sonido del mar y había pasado tanto tiempo desde que lo había
oído de ese modo que una nostalgia agridulce se apoderó de ella.
Damon vio cómo lo observaba todo, pero ella evadía
su mirada y estaba comportándose como una testaruda. Estaba furioso porque
había estado evitándolo todo el día, y no estaba acostumbrado a que las mujeres
lo ignoraran. Su camiseta gris y sus pantalones cortos negros también lo
enfurecían intensamente.
La
vio agarrarse con fuerza a la puerta del todoterreno, vio cómo apretaba la
mandíbula y supo que Elena estaba dándose cuenta de lo alejada que estaría de
la civilización. Sintió una gran satisfacción... hasta que de pronto la
atención de ambos fue dirigida a un enorme perro pastor blanco.
Elena,
encantada, se arrodilló y llamó al perro, al que acarició efusivamente sin
poder borrar la sonrisa de su cara.
—¿Pero
quién eres tú, precioso?
—Se
llama Doppo. Era el perro de Bonnie y, por lo general, no le gustan los
extraños.
Oírle
mencionar a Bonnie le provocó un fuerte dolor de corazón. Estaba claro que le
había molestado que el perro la hubiera recibido bien... tal vez habría
preferido que Doppo la hubiera arrancado los miembros uno a uno. En silencio,
le dio las gracias al perro por haberla aceptado.
—Ciao,
Doppo. Creo que tú y yo vamos a ser buenos amigos.
Damon la observaba. Elena Gilbert estaba generando
demasiadas contradicciones para su gusto y, cuanto antes supiera qué esperar de
ella, mejor.
—Conocerás
a mi padre durante la cena. Le he dicho que nos conocimos en Londres gracias a Bonnie...
lo cual, en cierto modo, es verdad. También le he dicho que nuestra relación
fue muy precipitada y que no habíamos planeado que te quedaras embarazada tan
pronto. No esperará que nos comportemos como unos recién casados
enamoradísimos, pero aun así, tendremos que actuar un poco. No sabe la relación
que tenía tu hermano con Bonnie. No quiero que se disguste por nada. Ya ha
pasado demasiado desde el funeral y el infarto.
—Eso
es lo último que quiero.
Él
le miró los brazos y deslizó un dedo sobre uno de ellos,
—Tu
piel es tan pálida que parece que nunca te ha dado el sol.
¡Y
así era! Aunque eso seguro que no encajaría con la imagen que él se había
formado de ella como la hermana de un millonario corrupto y egoísta. Elena reunió
fuerzas para apartarse. Él simplemente estaba jugando con ella.
—Ahórrate
tu preocupación fingida. Seguro que te alegrarías si me achicharrara viva.
Damon le lanzó una fría mirada antes de dar un paso
atrás e indicarle que fuera entrando en la villa.
Caroline,
la sonriente ama de llaves de Damon y
esposa de Tommaso, la llevó hasta un lujoso dormitorio. La barrera idiomática
hizo que Elena se limitara simplemente a sonreírle para darle las gracias e
indicarle mediante gestos que ella misma desharía su equipaje.
La
casa por dentro era blanca y luminosa, llena de espacios abiertos y muy
acogedora. Había visto un gran salón con una enorme televisión de plasma y
estanterías cargadas de libros. También había visto un comedor con una gran
mesa blanca y veinte sillas a juego y un jarrón con unas exóticas flores rojas
en el centro.
Su
nuevo dormitorio también era blanco y había sido un alivio ver que,
aparentemente, no era el dormitorio de Damon. Era demasiado femenino. Verse
forzada a compartir una cama con él sería demasiado y sabía que no podría
soportarlo. Las puertas del patio se abrían hacia un gran jardín interior con
columnas de piedra sobre las que se sostenía una pasarela que conectaba la
sección interior de esa parte de la villa. Había vasijas con flores por todas
partes que creaban un ambiente lleno de encanto. La tranquilidad y la paz de
ese lugar alivió un poco el alma de Elena.
Alguien
llamó a la puerta y ella la abrió con cautela para encontrarse allí a Damon,
guapísimo con unos pantalones chinos y una camisa lisa blanca, ¡Maldito sea por
hacerla sentir así cuando lo odiaba tanto! —Vendré a buscarte a las ocho para
cenar.
—Ya
he visto dónde está el comedor. Puedo encontrarlo...
—Iremos
juntos. Mi padre utiliza otra parte de la villa, pero no hay duda de que
esperará que compartamos la cama de matrimonio —se acercó, y Elena retrocedió
automáticamente y con el corazón acelerado. Damon sonrió. —Y como tendremos que dormir juntos. Elena,
estoy seguro de que apreciarás que no quiera compartir una cama contigo más
tiempo del necesario.
Elena
sintió pánico: esa sensación ya estaba empezando a ser demasiado habitual.
—Si
no te importa, estás bloqueando la puerta.
Con
una última sonrisa burlona que ella deseo poder borrarle de la cara de un
bofetón, Damon dio un paso atrás y Elena
tuvo que controlarse para no cerrar de un portazo.
A
las ocho de esa noche los dos estaban en la puerta del comedor. A Elena se le
encogió el estómago y unas gotas de sudor le cubrieron la frente. Llevaba un
vestido negro de cuello alto y por las rodillas. Lo más inofensivo que había
encontrado para conocer al padre de Damon. Era bien consciente del dolor por el
que debía de haber pasado el hombre y se sentía culpable en nombre de su
hermano, por la estela de destrucción que había dejado tras él.
Damon la agarró del codo, la metió en el comedor y
le presentó a su padre. Ella vio un viejo rostro marcado por las arrugas y
oscurecido por el sol, un cabello plateado y unos ojos sorprendentemente
brillantes. Elena tuvo la inmediata impresión de que era un hombre bueno y
amable. Bueno, pero hundido. ¡Dios! No tenía duda de que Damon iba a disfrutar cada minuto. No tenía duda de
que eso era parte de su plan: haberla llevado allí para verse cara a cara con
la devastación causada por los actos de su hermano.
A
medida que se acercaba, también se dio cuenta de que el hombre estaba sentado
en una silla de ruedas. Se detuvo ante él e hizo algo completamente instintivo.
Se agachó para quedar a su misma altura y, embargada por la emoción, le dijo:
—Signore
Salvatore, lamento mucho su pérdida, y yo...
—Shh,
pequeña. Fue un accidente terrible —le dijo con un marcado acento. —Perdimos a
nuestra bella Bonnie, que estaba tan llena de vida.
Elena
le dio la mano y él le indicó que se levantara. Después, y sujetándole una mano
a cada uno, los miró a los dos antes de decir:
—Los
dos os habéis unido para hacer algo maravilloso: casaros y tener un hijo. Eso
me llena de alegría —les apretó las manos con fuerza y se las soltó al decir
con tono jovial—: Ahora, ¡vamos a comer!
Las
palabras del señor Salvatore no dejaron de darle vueltas por la cabeza durante
la cena y la afectaron más de lo que había pensado. Se había esperado que el
hombre fuera como su hijo, frío, cínico y desconfiado, pero no lo era, y tenía
que admitir que ya había empezado a apreciarlo y que odiaría que le hicieran
daño.
Cuando
estaban terminando de tomarse el café, el señor Salvatore dijo siguiendo algo
que Elena había comentado:
—Ya
basta de formalidades. Tienes que llamarme Salvatore, Y también tienes que
disculparme porque me temo que desde mi infarto me canso con demasiada
facilidad.
Elena
hizo intención de levantarse, pero él le indicó con la mano que no se moviera, Damon se levantó para ayudar a su padre y una
enfermera apareció en la puerta para llevarse a Salvatore.
Cuando
se fueron, Damon volvió a sentarse en la
silla y dijo:
—Le
has causado muy buena impresión. Es increíble verte en acción. Pero bueno, eso
yo ya lo he vivido de primera mano, ¿no crees?
—A
diferencia de ti, tu padre es un caballero. Es fácil apreciarlo.
—Ya
has visto cómo es. A pesar de sus experiencias, es un viejo romántico y muy
sentimental, pero siempre le he dejado claro que no espere eso de mí, Bonnie iba
a desempeñar ese papel en la familia, era ella la que iba a casarse y a tener
hijos. Si tu hermano se hubiera salido con la suya, habría vuelto aquí con los
sueños rotos y un divorcio amargo, y sin su herencia. Si intentas aprovecharte
de su buen corazón, te hundiré.
—¿Más
todavía? —gritó Elena.
—¿Con
todo este lujo que te rodea? Tu embarazo es la única razón por la que estás
aquí, disfrútalo.
—Ya
te dije que yo no tuve nada que ver en la vida de Nicklaus —dijo con voz
temblorosa.
—Tú
misma dijiste que sabías qué planes tenía con respecto a Bonnie. ¿De verdad
esperas que crea que no te utilizó para que fueras su confidente? ¿Para calmar
sus dudas y temores? ¿Para animarla a que confiara en él?
—Te
juro que apenas conocí a tu hermana.
—Según
mis informes, ella pasaba tiempo en el apartamento de Nicklaus. Iba a ese club
prácticamente todas las noches, el mismo que tú dijiste que era como tu segunda
casa. Así que, por favor, no digas que no la conocías bien. ¿Ni siquiera puedes
admitirlo? —le preguntó furioso.
De
pronto Elena empezó a encontrarse mal, tenía un sudor frío por todo el cuerpo.
Se levantó y dejó la servilleta sobre la mesa.
—No
sé cómo decirte cuánto siento lo de tu hermana. Y al contrario de lo que puedas
pensar, tu maravilloso informe te mostró sólo los aspectos más superficiales de
mi vida. La vida social de Nicklaus y Bonnie no me incluía a mí. Mi realidad
era muy diferente a la suya —estaba temblando por dentro. —Ahora, si me
disculpas, me voy a la cama. Ha sido un día largo.
Se
fue a su dormitorio y cerró la puerta con llave. Se duchó, se cambió y se metió
en la cama y, justo antes de dormirse, se juró que haría todo lo que pudiera
por mostrarle a Damon lo muy equivocado
que estaba con ella. Sabía que no sería capaz de aguantar todo su embarazo con
su desconfianza y su repulsa.
Elena
estaba teniendo una pesadilla. Cuando finalmente logró despertar de ella, se
sentó en la cama con un terrible dolor en el abdomen y sudor por toda la
espalda. Gritaba por la intensidad del dolor y no podía contenerlo.
—¿Elena?
¿Qué pasa? —preguntó Damon desde el otro
lado de la puerta.
Intentó
hablar, pero otra ráfaga de dolor la recorrió.
—No
puedo... no sé qué... oh...
Otra
punzada de dolor la hizo caer sobre la cama y fue entonces cuando sintió la
humedad entre las piernas. Levantó las colchas y miró. Incluso en la oscuridad
pudo ver la oscura mancha de sangre.
¡El
bebé!
—Elena,
abre la puerta, maldita sea. ¿Por qué demonios te has cerrado con llave?
Elena
intentó sacar las piernas de la cama, sabiendo que era importante que llegara a
la puerta para abrirla. Pero cuando se disponía a levantarse, la habitación
comenzó a darle vueltas y cayó en una oscuridad donde no había dolor y Damon no le estaba gritando.
—Me
temo que no servirá de consuelo, pero es bastante común, sobre todo en las
primeras semanas de gestación, como era el caso de su esposa.
Oír
al médico decir «su esposa», le caló hondo. Intentó calmarse después del miedo
que había pasado cuando, al tirar la puerta abajo, la había visto tendida en el
suelo. Ese momento casi había eclipsado lo que tuvo que soportar al identificar
el cuerpo de Bonnie.
—¿Está
seguro de que está bien? Quiero decir, ¿no le pasa nada?
—Nada
en absoluto. Físicamente está tan bien como usted o como yo, pero psicológicamente
le llevará algo de tiempo recuperarse. Nunca es fácil superar un aborto.
Una
oscura emoción atravesó a Damon.
—¿Cómo...?
¿Por qué...?
El
doctor sonrió amablemente.
—¿Por
qué ha pasado esto? —se encogió de hombros. —Hay muchas razones y es mucho más
común de lo que pueda pensar. Es un mito que tener relaciones sexuales pueda
provocar un aborto, así que no se castiguen con eso —el doctor sonrió, haciendo
que Damon se sintiera como un verdadero
fraude. —Sé que están recién casados... imagino que ha debido de estar bajo
mucho estrés para que haya sucedido esto...
Elena
abrió los ojos lentamente, pero la luz le hizo volver a cerrarlos bruscamente.
Oyó un movimiento junto a la cama e intentó abrirlos de nuevo.
—¿Elena?
¿Cómo te sientes?
Esa
voz. La voz de Damon. Pero no era como estaba acostumbrada a oírla, sonó casi
como si fuera agradable.
—¿Por
qué de pronto estás tan simpático? —le preguntó con voz adormilada antes de
volver a la oscuridad.
Cuando
volvió a despertar mucho rato después, lo hizo bastante más despejada.
Recordaba que Damon le había gritado que
abriera la puerta... Abrió los ojos en un instante y al mismo tiempo posó las
manos sobre su vientre.
—¿Qué
ha pasado? —preguntó cuando él se acercó y apoyó las manos en la cama. Sentía
una extraña sensación de vacío.
—¿No
recuerdas lo de anoche? —le preguntó, sin mofa ni brusquedad.
Elena
negó con la cabeza y se encogió de hombros,
—Recuerdo
unos calambres... y después recuerdo haberme despertado y verte... —se detuvo
al recordar la sangre. Volvió a centrar la mirada en Damon. —El bebé...
—susurró.
—Hemos
perdido al bebé, Elena. Lo siento.
«Hemos».
Su rostro estaba carente de toda expresión, aunque había dicho «hemos». Que
hubiera empleado esa palabra indicaba claramente que había aceptado al bebé
como si fuera suyo, pero aun así, Elena sentía una soledad y una tristeza tan
profundas que pensaba que no podría resistirlo.
—Vete,
Damon. Vete —le dijo con voz temblorosa.
—Elena...
—Eres
la última persona en el mundo que quiero ver o con la que quiero hablar ahora
mismo, Damon. Vete.
Él
no se movió, pero Elena deseaba que se fuera con todo su ser. Necesitaba estar
sola.
Corno
respondiendo a su súplica silenciosa, finalmente Damon se marchó. Ella giró la cabeza hacia la otra
pared y lloró desconsoladamente por el bebé. Pero sabía que también estaba
llorando por otra cosa, mucho más oscura y perturbadora. Así era. Damon Salvatore no dudaría en echarla de su vida en
ese mismo instante y lloró todavía más al reconocer que vivir con Nicklaus le
había enseñado a no valorarse a sí misma porque... ¿cómo podía estar tan
consternada por el hecho de que una conexión tan endeble finalmente se hubiera
roto entre un hombre que la detestaba y ella?
Damon caminaba de un lado a otro fuera de la
habitación del hospital de Elena, como si eso pudiera mitigar los sentimientos
que amenazaban con estallar en su interior. El modo en que ella lo había mirado
lo había destrozado, desterrando cualquier posible duda que le hubiera podido
quedar sobre su paternidad. Sabía que nunca había llegado a aceptar el hecho de
que Elena hubiera llevado dentro a su bebé porque la posibilidad de que ese
niño existiera había amenazado todas las defensas emocionales que había erigido
para protegerse a lo largo de los años. Pero ya no podía negarlo más. Y ahora
era demasiado tarde.
Sintió
una inmensa emoción que lo sorprendió; era la misma sensación terrible y
cargada de furia e impotencia que había tenido cuando había mirado el cuerpo
sin vida de su hermana. Se trataba de verdadero dolor, de una profunda pena, y
por un segundo lo invadió amenazando con arrasarlo todo a su paso. No había
aceptado a su propio hijo.
Y
lo más inquietante era que ahora sentía el fuerte y visceral impulso de
enmendar lo que había pasado.
Eso
lo impresionó más que nada porque por primera vez en su vida tenía que admitir
que estaba deseando algo que siempre había estado negando.
Las
palabras del doctor lo perseguían: «Ha debido de estar bajo mucho estrés para
que haya sucedido esto».
Su
mujer. Su bebé. Su culpa.
dios¡ me quede sin palabras, fue genial¡ gracias¡ ^^
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