Hola
BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.
COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA
GRACIAS
07 febrero 2014
Al azar Capitulo 12
Tres días después del incidente en el aparcamiento, Elena estaba sentada en la cabina de prensa
del Key Arena, mirando hacia la pista.
–¿La comida y la bebida aquí son gratis? –le preguntó Caroline.
–Hay comida y bebida gratis en la sala de prensa. –Se había llevado a Caroline consigo para
tener alguien con quien hablar. Alguien que le ayudase a mantener la mente alejada de los
problemas con los hombres–. Yo no voy hasta un poco más tarde.
Caroline llevaba una camiseta de los Vampires muy ceñida y unos vaqueros igualmente ceñidos.
Ya había llamado la atención del operador de vídeo del estadio y había salido tres veces en la
enorme pantalla del marcador.
Darby se reunió con ellas pocos minutos antes del espectáculo previo al partido. Llevaba el pelo
engominado y la funda de plástico para los bolígrafos en el bolsillo de su camisa negra de seda.
Elena le presentó a Caroline, y él abrió los ojos como platos y quedó boquiabierto cuando conoció a
la hermosa amiga de Elena. A ésta no le sorprendió la reacción de Darby, pero sí le sorprendió que
Caroline sacase a relucir todo su encanto y le diese cuerda.
Empezó el espectáculo previo al partido y Elena supo que en quince minutos tendría que bajar al
vestuario y desear suerte a los jugadores. Tendría que volver ver a Damon, a quien no veía desde que se
habían besado en el aparcamiento y ella había perdido los papeles. Afortunadamente, en el último
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minuto había recuperado el juicio y no se había ido con él a un motel. Eso habría sido muy malo en
todos los sentidos.
No podía negar, sin embargo, que había perdido la chaveta por Damon. Estaba colada por él, como
si fuese un gigantesco imán y ella un trozo de metal. Y al parecer no podía hacer nada al respecto.
Había pasado la semana anterior viajando por el país, evitándolo en la medida de lo posible.
Evitando al hombre capaz de irritarla y enfadarla, y capaz de hacer también que se derritiese.
Durante la mayor parte del tiempo había conseguido mantenerse ocupada. Entrevistó a Darby para
la columna «Soltera en la ciudad», y escribió un artículo sobre los chicos buenos que acababan
llevándose el gato al agua. Recomendaba a sus lectoras que evitasen a los tipos que hacen que a una
le lata con fuerza el corazón y se lo pensaran dos veces antes de salir con los chicos buenos. Citó a
Darby y le dio lustre a sus palabras y, a cambio, se suponía que él hablaría con los entrenadores,
pues seguían sin quererla cerca.
Hizo caso de su propio consejo y lo llevó a la práctica con bastante eficacia, evitando al tipo que
hacía latir con demasiada fuerza su corazón. Pero después él la había apoyado contra aquella pared
y la había besado. Tendría que haberse sentido sorprendida y conmocionada, pero acercarse, con los
párpados entornados y un brillo de lujuria en sus ojos azules, la había hecho sentir débil y excitada
al mismo tiempo. En el momento en que sus labios la rozaron, sintió que las fuerzas la abandonaban
y se dejó llevar por lo que con tanta desesperación deseaba: Damon.
A pesar de que sus sentimientos hacia él eran poco más que un caos, no podría ocultar por
mucho tiempo la verdad. Deseaba a Damon. Deseaba estar con él, pero quería ser algo más que otra
mujer a la que llevar a un hotel.
Algo más que una admiradora.
La había llamado «estrecha». No era una estrecha en absoluto. No le importaba que los hombres
utilizasen palabras fuertes mientras hacían el amor. Era la autora de «Bomboncito de Miel», por
amor de Dios, pero también una mujer decidida a conservar la dignidad, a luchar por ella. A luchar
por no enamorarse como una colegiala de un tipo indeseable.
Si algún día él descubría que ella era Bomboncito de Miel, Elena suponía que no tendría que
luchar nunca más. Lo más probable es que no volviese a hablarle, que la odiase incluso.
Después de presentarse en su habitación de hotel la semana anterior, en Denver, diciéndole que
la había besado por culpa de aquel vestido rojo, ella envió el episodio que había escrito
describiendo a un guapo portero de hockey de Seattle para el número de marzo. Había sentido tanta
rabia, se había sentido tan herida, que apretó el botón de enviar y mandó lo que había escrito por el
ciberespacio.
Si Damon topaba con la columna de marzo y la leía, sabría que había sido la última víctima de
Bomboncito de Miel. Se dijo que debería de sentirse halagado. Que quizá se sintiese halagado. No
todos los hombres de Estados Unidos tenían el honor de entrar en coma a manos de Bomboncito de
Miel. Pero, a decir verdad, no creía que Damon fuese a sentirse un privilegiado, y eso hacía que se
sintiese un poco culpable. Por descontado, no había modo de que él la relacionase con la autora de
«Bomboncito». Nunca sabría que era ella la que escribía esas historias. Aun así se sentía culpable.
Darby rió debido a algo que Caroline le dijo, sacando a Elena de sus elucubraciones. Por unos
segundos Elena sopesó la posibilidad de decirle a Darby que no era la clase de chico que le gustaba a
su amiga, que con toda probabilidad ella le daría calabazas, pero Darby parecía muy feliz de
sentirse capturado por la sonrisa de Caroline. En lugar de advertirle, Elena dejó que llegase a
suponerlo por su cuenta. Colocó su maletín cerca de su silla y se obligó a ir hacia el ascensor para
descender a la planta baja.
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Estudió la americana color azul marino que llevaba puesta sobre el jersey de cuello de cisne
blanco. Se abotonó la americana para asegurarse de que sus pechos quedaban a cubierto. Antes de
que Damon le dijese que sus pezones siempre estaban erectos, ella nunca se había parado a pensarlo.
Nunca le había prestado demasiada atención a sus pechos. Eran tan pequeños que siempre había
dado por hecho que nadie los tenía en cuenta.
Nadie a excepción de Damon.
Aminoró la marcha a medida que se aproximaba al vestuario, y se detuvo ante la puerta a
escuchar el inspirador discurso del entrenador Nystrom. Cuando terminó, alzó los hombros y entró
en el vestuario. Evitó mirar a Damon, pero no necesitaba verlo para saber que estaba allí. Podía sentir
su mirada. Y no le transmitía buenas vibraciones.
–Hola, Tiburoncito –le dijo Bruce.
–Cómo va, Fishy –repuso ella volviéndose hacia el resto del equipo. Ocupó su lugar en el centro
de la estancia y comenzó con su ritual.
–Dejaos los calzoncillos puestos, tengo algo que deciros y sólo me tomará un minuto y no
quiero que sincronicéis la bajada de vuestros calzoncillos. –O algo así–.Viajar con vosotros,
muchachos, ha sido una experiencia que jamás olvidaré. Espero que este año ganéis la liga. –Se
dirigió hacia el capitán, que en esos momentos estaba poniéndose la camiseta–. Buena suerte con el
partido, Asesino.
Él le dio un apretón de manos. Aunque el corte de su labio sin duda dolía, sonrió.
–Gracias, Elena.
–De nada.
Jeremy se había recuperado y podría jugar esa noche, por lo que Elena hasta su taquilla.
–¿Cómo te sientes, Martillo?
–De puta madre. –Se puso en pie y se alzó por encima de Elena con sus patines–. Es bueno estar
de vuelta.
–Me gusta ver que es así. –Se volvió y caminó hacia Damon. Estaba sentado con el casco sobre una
de sus rodillas, unos cuantos mechones rubios le caían por la frente. La observó acercarse con
expresión gélida. Con cada paso, a Elena le crecía el nudo que se había formado en su estómago.
Casi prefería verlo furioso. Se detuvo frente a él y tomó aliento.
–Pedazo de tonto.
–Gracias –dijo Damon con voz neutra.
–De nada. –Elena pensó que tenía que irse, pero no se pudo mover-. Entrevisté a Dion la semana
pasada.
–¿Y qué? ¿No te dijeron que no me molestases antes de los partidos?
De acuerdo. Al parecer no se había librado de todos sus sentimientos. Obviamente, estaba
enfadado. Bien. Enfadado era mejor que indiferente.
–Sí. Y también me dijiste que tampoco te molestase después de los partidos.
–Entonces, ¿por qué sigues aquí?
–Lo tengo todo preparado para tu entrevista.
–Peor para ti.
Era el momento de mostrarse dura con él.
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–Hicimos un trato, Salvatore. Si no lo cumples, no volveré a llamarte pedazo de tonto nunca
más. –Se puso en pie y la miró inclinando la cabeza hacia abajo.
–Vale. Mañana, cuando vuelvas a casa de acompañar a Bonnie a hacer compras, trae el
cuestionario.
Ella sonrió.
–Estupendo.
Elena se marchó antes de que Damon cambiase de opinión. Cuando regresó a la cabina de prensa,
Darby y Caroline parecían enfrascados en una profunda charla sobre el traje de Hermes que llevaba
él.
Se dirigió a su asiento y retiró el maletín. Hurgó en su interior y sacó la agenda y un taco de
notas adhesivas. «Entrevista a Damon», escribió en una de ellas y la pegó a la página correspondiente
al día siguiente. Como si fuese a olvidarlo.
Durante el segundo periodo, Caroline se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
–Nunca había visto tanta testosterona junta.
Elena sonrió.
Los Vampires perdieron contra los Panters de Florida en los últimos cuatro segundos del
partido, cuando uno de los jugadores contrarios lanzó desde la línea azul. Damon se puso de rodillas,
pero el disco se le coló por debajo. Volvió la cabeza hacia la portería y lanzó el stick contra el poste
justo en el mismo momento que sonaba la bocina.
Cuando Elena volvió a entrar en el vestuario, mantuvo la cabeza alta y se acercó a Vlad Fetisov y
su nariz rota. No sabía decir qué era peor, si mirarle por encima de los hombros o por debajo de la
cintura.
Mientras interrogaba a Vlad sobre su lesión, echó una mirada subrepticia a unas cuantas
taquillas de distancia. Damon le daba la espalda mientras se quitaba las protecciones hasta quedar
completamente desnudo de cintura para arriba. Bajó la mirada por su espalda hasta llegar a su
trasero. Él se volvió y a ella se le hizo un nudo en la garganta. Por encima de sus calzoncillos
apareció, como si de una invitación al pecado se tratase, el tatuaje de la herradura. No le cupo la
menor duda de que estaba colada por él. Fuera como fuese, aquel hombre era un bombón. Recordó
cómo había perdido la cabeza cuando él la tocó. No había estado con nadie desde Vinny, al cual
había despachado haría cosa de un año.
–... Son cosas del juego –acabó Vlad, y ella se alegró de haber grabado su respuesta porque no
había oído una sola palabra de lo que había dicho.
–Gracias, Vlad.
Tal vez fuese el momento de encontrar pareja. Alguien que le ayudase a quitarse de la cabeza a
Damon y su tatuaje.
A la mañana siguiente, una niebla grisácea pendía sobre Seattle cuando Elena pasó a recoger a
Caroline y condujo hasta Bell Town. Debido a la entrevista que tenía que hacerle horas más tarde a
Damon, Elena se había puesto unos pantalones de lana grises y una blusa blanca. Caroline llevaba unos
pantalones de ante color rosa y un body rojo y rosa. Parecía estar preparada para acudir a la
audición de un programa infantil con treinta y cinco años de retraso. En cualquier otra persona,
aquel vestuario habría parecido totalmente inadecuado, pero a Caroline, de algún modo, le sentaba
bien.
Recogieron a Bonnie en la puerta del edificio de Damon, justo a tiempo para llegar a la peluquería a
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la hora indicada. Vonda le cortó el cabello a la altura de la mandíbula y la peinó. El corte era juvenil
y vistoso, y hacía que Bonnie pareciese cuatro años mayor.
Después de eso, pasaron por las tiendas Gap, Bebe y Hot Topic, donde Bonnie compró un
cinturón de piel con tachuelas plateadas y una camisa Care Bear. Caroline se compró un nuevo aro
para el ombligo y un esmalte de uñas color fresa. Elena compró una camiseta de Batgirl. Hablaron de
chicos y música y de las actrices de Hollywood que estaban empezando a despuntar. En cada
ocasión Bonnie pagó con la tarjeta Visa de Damon.
En la tienda MAC de Nordstrom, la artista del maquillaje aplicó los cosméticos necesarios para
destacar los grandes ojos azules de Bonnie y realzar su suave cutis. Bonnie escogió un color de
pintalabios rojo intenso que le quedaba realmente bien, pero que le añadió otro año. Elena no pudo
evitar preguntarse qué pensaría Damon de que su hermana pareciese mayor de lo que era. No tardaría
en descubrirlo.
En lo que a ropa se refería, Bonnie aceptó los consejos de Caroline sin rechistar. Caroline sabía
conducir a la gente, evitándole pasos en falso, de un modo en que no se sentían conducidos, de ese
modo no les irritaba que Caroline fuese alta y hermosa y vistiese como una supermodelo.
–Son pequeños para ti –le indicó a Bonnie cuando ésta escogió unos téjanos Calvin Klein–. Los
modistos diseñan la ropa para chicas anoréxicas o muchachitos –dijo–. Gracias a Dios, no tienes
aspecto de chico. –Añadió, pasándole una talla cinco.
Darby Hogue apareció en el departamento de calzado mientras Bonnie se estaba probando unas
sandalias Steve Madden con un tacón de ocho centímetros.
–Le dije a Darby que le ayudaría a escoger un par de camisas –dijo Caroline, y si Elena no la
hubiese conocido como la conocía, habría jurado que a su amiga se le habían subido un poco los
colores. Pero eso era imposible, porque los pazguatos pelirrojos de MENSA no eran el tipo de
Caroline. A ésta le gustaban altos, morenos y sin fundas de plástico para bolígrafos en el bolsillo de
la camisa.
Caroline le señaló a Bonnie unas botas negras con unas grandes hebillas plateadas a los lados.
–Te quedarían geniales con la falda de camuflaje y el cinturón que te has comprado.
Elena, por su parte, pensó que las botas eran horrorosas, pero Bonnie exclamó, encantada:
–¡Molan!
Elena entendió aquello como algo positivo. De nuevo, se sintió vieja al oír hablar a una
adolescente. Para contrarrestar esa sensación, se probó unas sandalias con un tacón de cinco
centímetros.
Se sentó junto a Darby para probárselas.
–¿Qué te parecen? –le preguntó levantándose la pernera de los vaqueros y observando las
sandalias desde diferentes ángulos.
–Parecen zapatos de espantapájaros.
Le echó un vistazo a Darby, ataviado con su camisa favorita de seda con calaveras estampadas y
sus pantalones de cuero, y se preguntó de dónde habían salido esas palabras.
Se inclinó hacia ella y le dijo al oído.
–Necesito que le hables bien de mí a Caroline.
–Ni lo sueñes. Me has ofendido con lo de las sandalias.
–Si me consigues una cita con ella, te las compraré.
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–¿Quieres que haga de alcahueta?
–¿Te supone algún problema?
Elena miró a su amiga, que estaba ante el mostrador de la tienda Ralph Lauren estudiando un par
de pasadores para el pelo.
–Oh, sí –dijo Caroline.
–Dos pares de zapatos.
–Olvídalo. –Elena se quitó las sandalias y las metió otra vez en la caja–. Pero voy a darte un par
de consejos: deshazte de la camisa de calaveras y no hables de MENSA.
–¿Lo dices en serio?
–Totalmente.
Cuando acabaron en la sección de zapatería, ella y Bonnie subieron por las escaleras mecánicas a
la sección de lencería, en tanto que Caroline y Darby se dirigieron a la sección de ropa masculina.
Elena y Bonnie iban cargadas de bolsas mirando los percheros de los sujetadores.
–¿Qué te parecen? –le preguntó Bonnie mostrándole un sujetador de encaje color lavanda.
–Es bonito.
–Pero me apuesto lo que quieras a que no es nada cómodo. –Inclinó la cabeza hacia un lado–.
¿No te parece?
–Lo siento, pero no sé si podré ayudarte. Nunca llevo sujetador.
–¿Por qué?
–Bueno, como puedes apreciar, no es que lo necesite mucho. Siempre he llevado tops... o nada.
–Mi madre me habría matado si sólo hubiese llevado tops.
Elena se encogió de hombros.
–Sí, bueno, cuando crecí, a mi padre no le gustaba hablar de cosas de chicas. Creo que durante
un montón de años se limitó a fingir que yo era un chico.
Bonnie miró por encima la etiqueta del precio.
–¿Sigues echando de menos a tu madre?
–Todo el tiempo, pero ya lo he superado. Sin embargo, te aconsejo que guardes todos los buenos
recuerdos que tengas de tu madre antes de que enfermase. No pienses en las cosas malas.
–¿De qué murió tu madre?
–Cáncer de mama.
–Oh.
Se miraron por encima de un perchero con brillantes sujetadores de encaje. Los grandes ojos
azules de Bonnie se clavaron en los de Elena, y ninguna de las dos hizo comentario alguno sobre lo
doloroso que era ver morir de ese modo a alguien que quieres. Conocían la experiencia.
–Eras más joven que yo, ¿verdad? –preguntó Bonnie.
–Tenía seis años, y mi madre estuvo enferma mucho tiempo antes de morir.
Tenía treinta y un años. Uno más que Elena en aquel momento.
–Yo conservo algunas flores del entierro de mi madre –dijo Bonnie–. Se han secado, pero de
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algún modo me hacen sentir que sigo conectada a ella. –Bajó la vista–. Damon no lo entiende. Cree que
debería tirarlas.
–¿Le has contado por qué las conservas?
–No.
–Deberías hacerlo.
Se encogió de hombros y descolgó del perchero un sujetador rojo.
–Yo tengo el anillo de compromiso de mi madre –confesó Elena–. Mi padre le dejó puesto el
anillo de matrimonio, pero se quedó con el de compromiso; yo solía llevarlo colgado del cuello con
una cadena. –No había vuelto a hablar de ese anillo, ni de lo que significaba para ella, desde hacía
años. Caroline no lo entendía, ya que su madre se había fugado con un camionero. Pero Bonnie, sí.
–¿Dónde lo tienes ahora?
–En el cajón de mi ropa interior. Dejé de llevarlo algunos años después de su muerte. Supongo
que tú también te desharás de las flores cuando haya pasado el tiempo adecuado para ti.
Bonnie asintió con la cabeza y escogió un sujetador blanco con relleno.
–Mira éste.
–Parece resistente. –Elena también sacó uno del perchero y apretó el relleno. Era fuerte y se
preguntó qué pensaría Damon respecto a que su hermana pequeña llevase un sujetador con relleno. Se
preguntó también qué pensaría si ella llevase uno–. Tal vez a Damon no le guste que te compres un
sujetador como éste.
–Qué va, a él le da igual. Probablemente ni siquiera se dé cuenta –dijo haciéndose con cuatro
sujetadores y metiéndose en un probador. Mientras esperaba, Elena agarró todas las bolsas y se
acercó a la sección de bragas.
Tal vez no supiese mucho de sujetadores, pero era toda una experta en bragas. Le gustaban los
tangas. Al principio, los odiaba, pero después comenzó a sentir devoción por ellos. No había que
subírselos como las bragas convencionales pues..., bueno, siempre estaban arriba. Mientras
esperaba, compró seis pares de tangas de algodón y lycra con sus respectivos tops a juego.
Una vez hubo salido del probador, Bonnie dejó un montón de bragas y tres sujetadores en el
mostrador. El teléfono móvil empezó a sonar en su bolso y ella contestó.
–Hola –dijo–. Humm... Sí, creo que sí. –Miró a Elena–. Se lo preguntaré. Damon quiere saber si
tienes hambre.
¿Damon?
–¿Por qué?
Bonnie se encogió de hombros.
–¿Por qué? –le preguntó Bonnie a Damon. Le dio a la dependienta la tarjeta de crédito de su
hermano, después se volvió hacia Elena–. Es su día de cocina. Dice que está cocinando y que, como
vas a venir a entrevistarle, también preparará comida para ti.
Dos cosas acudieron de inmediato a la mente de Elena. La imagen de Damon cocinando y el que ya
no se sentía enfadada con él.
–Dile que tengo mucha hambre.
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