CAPÍTULO TRES
Elena se asomó a la ventana y comprobó que la vista desde allí era realmente espectacular.
Era muy pronto, pero ya se había vestido, pues estaba tensa y nerviosa y quería llamar al hospital
para
ver
cómo estaba Bonnie.
No se podía creer lo que había sucedido el día anterior y tampoco se podía creer que hubiera dormido casi ocho horas seguidas, pero lo cierto era que había dormido profundamente. En casa
de
Damon Salvatore. Había intentado no
dormirse, se
había sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared y se había quedado
mirando la puerta
durante horas, pero, al final, los ojos se le habían cerrado, así que había ido al baño a lavarse la cara, pero
al sentir el agua caliente, al
quitarse la ropa interior y envolverse en aquel maravilloso albornoz, no había podido impedir
que el sueño que hacía semanas la
perseguía pudiera
con ella.
Menuda hermana mayor estaba
hecha. No tendría que haber ido, no tendría que haberse
separado de Bonnie...
En aquel momento, oyó la llave en la cerradura y dio un respingo, se giró con
el corazón latiéndole aceleradamente
y vio a Damon Salvatore en la puerta.
Aquel
hombre era
tan guapo que le costaba respirar y le parecía
todavía más guapo a la
luz del sol. Llevaba unos pantalones negros y una camisa gris. Desde luego, era un hombre con mucho estilo, el
perfecto hombre de negocios. Parecía muy
molesto.
Al instante, Elena sintió que la columna vertebral se le tensaba.
Como resultado, sintió una punzada de dolor en la zona lumbar. No debería haber hecho tantas cosas últimamente y, desde luego, no debería haber estado corriendo por el jardín
escondiéndose entre los arbustos. Y, total, todo eso para terminar como un saco de patatas sobre el hombro de aquel hombre.
Al recordarlo, Elena
sintió que se derretía.
—Señor Salvatore...
Damon levantó la mano para que se callara y entró en
la habitación. Llevaba el bolso de Elena y le entregó su teléfono móvil.
Elena se apresuró a mirar la pantalla. Había muchas llamadas
perdidas. Todas del hospital.
Pálida como la pared, se apresuró a
marcar el número.
Dándole la espalda a Damon, pidió que le pasaran con la enfermera jefe de servicio, con la
que mantuvo una breve conversación. Cuando terminó, se giró hacia Damon
Salvatore, quien se sorprendió al ver que tenía
lágrimas en los ojos. No era aquello lo que esperaba y se dijo
que aquella mujer era una actriz maravillosa.
—Me han dicho que mi hermana ha recuperado la consciencia
y que
estaba preguntando por mí, así
que me tengo que ir —le dijo.
—Lo sé —contestó
Damon de manera cortante.
— ¿Cómo que lo sabe? —se sorprendió Elena.
—Sé muchas cosas, señorita Gilbert, y sabré muchas más cuando lleguemos a Inglaterra —
contestó Damon.
Elena sintió un inmenso alivio. Así que Damon la iba a dejar marchar. Por otra parte, había algo contradictorio e incómodo en todo aquello.
— ¿Eso quiere decir que
admite usted que
es
el padre de mi sobrino? Damon negó con la cabeza muy irritada.
—No, está usted muy equivocada. Estoy completamente seguro de que no soy el padre del
hijo de su hermana... suponiendo que esté realmente
embarazada, claro...
Elena
sintió que un tremendo enfado se apoderaba de ella.
—Por supuesto que está embarazada. Mi hermana no miente. Usted es el padre. Ella misma
me lo dijo.
—Pues eso es mentira y esta conversación ya me está aburriendo, así que vámonos —
contestó Damon girándose y saliendo de la habitación.
Elena
se apresuró a recoger
su bolso y a correr tras él.
—Le
digo que mi hermana no miente, señor Salvatore.
Damon se paró en seco al llegar a las escaleras y Elena se chocó contra él. Damon se giró hacia
ella y la agarró de los brazos con fuerza.
— ¡Ya basta!
No quiero seguir escuchando esas
tonterías. Nos
está esperando un helicóptero para
llevarnos al aeropuerto de Milán —anunció soltándola de repente.
— ¿Eso quiere decir que
me
va a llevar? —se sorprendió
Elena.
—Teniendo en cuenta que ha venido usted sin billete de vuelta, que apenas tiene dinero en
el bolso para pagarse una comida y que supongo que su tarjeta de crédito estará bajo mínimos, no creo que pueda llegar a Inglaterra con la rapidez que esta situación requiere si
no la llevo yo —contestó
Damon bajando las
escaleras—Usted y
su hermana se han
equivocado eligiéndome a mí para estos jueguecitos, señorita
Gilbert.
No pienso volver a
hablar de ese bebé. No pienso permitir que sus absurdas acusaciones hagan
mella en mí, pero lo que sí le aseguro es que no pienso quitarle el ojo de encima hasta que todo esto se haya
solucionado.
Le aseguro que va
a pagar por haber puesto a prueba mi
paciencia.
Elena
se quedó helada
ante sus palabras y, cuando creyó que la
histeria iba a poder con ella,
se
dijo que, por lo menos, no tendría
que preocuparse por cómo iba
a volver a
casa. Damon Salvatore tenía razón. Apenas tenía dinero en la tarjeta de crédito. Ni siquiera había
pensado en cómo iba a volver a Inglaterra, pues su único deseo había sido encontrar a
Damon Salvatore.
Ya lo había hecho y ahora lo seguía escaleras abajo a toda velocidad, como si estuvieran
montados en
el mismo tren y no hubiera
manera de escapar.
Damon miró al otro lado del pasillo de su
avión. El rostro de Elena
Gilbert estaba tenso, al
igual que todo su cuerpo. Estaba mirando fijamente por la ventana como si las nubes fueran
fascinantes.
A Damon le hubiera gustado levantarla de la butaca y obligarla
a pagar por lo que había
hecho, haber irrumpido en su vida y haberlo hecho volver a Inglaterra, país que había abandonado casi un año antes.
Sí, debía pagar, pero, ¿cómo?
Elena no había vuelto a hablar desde que habían salido de su casa, no se había mostrado
sorprendida
al entrar en el helicóptero que los había llevado al pequeño aeropuerto privado
reservado exclusivamente para dignatarios y
hombres de negocios. De
hecho, en el helicóptero no había tenido ni
que explicarle lo que tenía
que hacer pues lo había
hecho ella sola
automáticamente.
Era evidente que estaba acostumbrada a viajar en helicóptero y aquello de alguna manera no encajaba con la imagen que proyectaba. ¿Desde cuándo una joven ataviada con vaqueros
y sudadera sabía comportarse como una
mujer acostumbrada a
una vida lujosa? Damon
tuvo que admitirse a sí mismo que la primera apariencia que daba aquella mujer no parecía ser la
correcta. Al
recordar la gran diferencia que se había obrado en ella cuando se había lavado
la
cara, no quiso ni imaginarse el cambio que daría si se pusiera un vestido bonito que marcara sus maravillosas curvas...
Elena eligió aquel preciso momento para girarse hacia él y lo sorprendió
mirándola intensamente, lo que
hizo que se estremeciera
de
placer y que el corazón le diera un vuelco.
Damon se echó hacia atrás en su butaca y la miró con frialdad.
Elena
no pudo apartar la
mirada, lo que hizo que se ruborizara.
—Explíqueme por qué está usted tan segura de que soy el padre del hijo de su hermana —le pidió Damon a pesar de que
le había dicho que no quería
volver a hablar del bebé.
Elena hizo todo lo que pudo para no perder la
calma. No se podía creer que aquel
hombre estuviera mostrándose tan obtuso. A lo mejor, tenía tantas amantes que no sabía cuál
era cuál. Claro que, por otra parte, parecía
demasiado acostumbrado a seleccionar como para tener un comportamiento así, lo que llevó a Elena a preguntarse de nuevo qué habría visto en
su hermana.
—Estoy convencida porque ella misma me lo dijo y yo la creo. Es mi hermana —contestó—. Es evidente
que no está usted yendo a Inglaterra
porque sí. Lo hace porque
sabe que digo la verdad.
Damon apretó los dientes y se inclinó hacia delante haciendo que Elena se echara hacia atrás.
— ¿Qué
le dijo exactamente?
—Le pregunté quién le había hecho aquello y me dijo que usted, me contó que iba a verlo
cuando tuvo el accidente y también me contó que usted le dijo que no quería
saber nada de ella. Yo sabía que estaba saliendo con un compañero de trabajo, pero no sabía que
fuera usted.
Damon frunció el ceño.
—Según tengo entendido, seguía trabajando para
mí. Nadie la
echó.
—Sí, cuando le he dicho lo de que no quería saber nada de ella me refería al plano personal. Cuando hablamos, estaba muy mal. El accidente que
tuvo fue muy
grave.
Damon sacudió la cabeza como si de repente comprendiera
algo.
Claro, ¿cómo no se había dado cuenta antes?
—Supongo que su hermana está al corriente de la fusión y sabe perfectamente lo mal que
me vendría en estos momentos un escándalo público —recapacitó en voz alta—. Sé
perfectamente lo que se proponen.
Elena
se echó hacia delante
con las manos apretadas y los ojos escupiendo llamas.
—Señor Salvatore. Mi hermana está en estos momentos pasándolo muy mal y le aseguro
que no está tramando nada y, en cuanto a
mí, ¿cree que no tengo nada mejor que hacer que
recorrer Europa
en busca de un millonario seductor y déspota?
—Puede dejar
de fingir —contestó
Damon con frialdad—. Ya no es necesario.
Elena lo miró furiosa, se desabrochó el cinturón de seguridad y se puso en pie iracunda
para
plantarse ante él
con
los brazos en jarras.
—Es usted increíble. ¿De veras se cree que es intocable y que puede ir por ahí tratando a las personas así? ¿Se cree que puede tratar a los demás como si fueran juguetes
con los
que se puede jugar un rato y de los que se puede deshacer cuando se ha aburrido?
A lo
mejor, eso es lo
que ha
hecho durante toda su
vida, pero le
aseguro que a partir de ahora...
En aquel momento, hubo una turbulencia en el avión que hizo que Elena se viera lanzada
hacia delante y aterrizara
irremediablemente
sobre el regazo de Damon
Salvatore.
Elena intentó separarse de él, pero se encontró con que la había agarrado. Al instante,
percibió su
olor
fresco, masculino y almizclado. —Suélteme —le ordenó.
—No —contestó Damon—. Me interesa mucho lo que me estaba diciendo, así que, por favor, siga. Creo que iba
usted a decirme cómo iban a
ser
las cosas a
partir de ahora —añadió.
Elena lo miró los ojos y se arrepintió al instante, pues aquel rostro y aquella boca que
estaba
tan sólo a unos cuantos milímetros de ella...
-Yo...Yo...
¿Por qué tenía que sentirse tan atraída físicamente
por él? Aquel hombre era su enemigo, el hombre que había
dejado plantada a su hermana y que
se negaba a aceptar la
paternidad
de su hijo. Aquel
hombre era lo peor de lo peor.
—La verdad es que no me interesa
lo
que me vaya a contar, lo que me interesa
es
esto.
Y, dicho aquello y antes de que a
Elena le diera tiempo de reaccionar, Damon se apoderó de su
boca
y Elena se sintió
transportada
a la tarde anterior.
Todas las
terminaciones
nerviosas de su cuerpo explotaron y se incendiaron. Aquello era una locura, pero el efecto instantáneo que tenía sobre
ella
era irresistible.
Damon le había deslizado una mano por debajo del suéter y estaba recorriendo su cintura.
Al
instante, Elena sintió que sus pechos se endurecían y se revolvió al sentir deseo en
estado puro pulsando entre sus piernas. Damon
gimió contra
su
boca y Elena sintió que el corazón comenzaba a latirle más deprisa mientras la
realidad se tornaba una nebulosa imposible de controlar.
Una de las manos de Damon se posó sobre uno de los pechos. Con dolorosa lentitud, su
pulgar encontró y comenzó a acariciar el pezón, cubierto
por el encaje del sujetador.
«Más fuerte», pensó Elena mientras
dejaba
caer la cabeza hacia atrás
y cerraba los ojos. Jamás se había sentido así, jamás había sentido aquel fuego inmediato que había dado al
traste con cualquier resistencia. La única vez en la que había estado cerca de sentir aquello
había sido...
Sus pensamientos la hicieron
dar
un respingo y tensarse. La otra mano de Damon estaba buscando su otro pecho y Elena comprobó horrorizada que se había movido para facilitarle
el acceso.
Elena se aferró al recuerdo doloroso y consiguió apartarse de Damon echándose hacia atrás. Lo hizo con tanta
fuerza
que aterrizó sobre la alfombra del
pasillo.
¿Qué demonios le había
pasado?
Elena se puso en pie con la respiración entrecortada, se llevó el reverso de la mano a la boca y lo miró con los ojos muy abiertos.
Cuando se retiró la
mano, Damon comprobó que
estaba
ruborizada, pero no dijo nada.
A Elena le pareció
el hombre más inconmovible del mundo.
—No vuelvas a tocarme. Me das
asco —le escupió, tuteándolo.
Y antes de que pudiera
ver la zozobra que la invadía se giró y corrió al
aseo
que había en la
parte delantera de la cabina, esquivando casi por milagro a
la azafata
que llegaba
con
una bandeja de comida y bebida.
Tras un buen rato echándose agua fría en la cara y en las muñecas, Elena salió del baño. Se
preguntó qué tipo de embrujo había utilizado
aquel hombre con ella y sintió náuseas al
pensar que iba a tener que enfrentarse a su hermana cuando ella tampoco había podido evitar sus encantos.
De repente, deseó que aquel hombre, realmente, no fuera el padre del hijo de Bonnie. Iba a ser la tía del hijo de aquel hombre, no debía olvidarlo. Elena sintió que el estómago le daba
un vuelco y temió vomitar.
Tras echar los hombros hacia atrás, entró en la cabina y, para su sorpresa, se la encontró vacía. La azafata
se giró hacia ella y Elena se preguntó qué habría hecho Damon. ¿Se habría
tirado en paracaídas para escapar de ella?
—El señor Salvatore está en el despacho que hay en la parte trasera del avión atendiendo
una
llamada de negocios. Me ha dicho que, si necesita usted algo, me llame. Aterrizaremos en menos de una hora, señorita
Gilbert —le informó en tono profesional.
Elena asintió.
Evidentemente, Damon
tenía un despacho en aquel avión. Seguro que estaba tan asqueado como ella por lo
que había ocurrido. Elena
se ruborizó al recordarlo prácticamente, se había abalanzado
sobre él y le había
dado pie a que siguiera...
Damon estaba sentado en la parte trasera del avión. La
llamada telefónica había durado
apenas un par de minutos. Todavía sentía
el cuerpo caliente y los pantalones demasiado prietos.
Cuando Elena había aterrizado en su regazo, había tenido muy claro lo que tenía que
hacer: apartarse de ella y decirle que se fuera a su sitio de nuevo, pero sus brazos habían actuado por cuenta
propia y su trasero había encontrado el
sitio perfecto entre sus piernas, como si se conocieran de otra vida, y se había sentido tan bien con su cuerpo entre las manos que había
olvidado lo enfadado que estaba con ella.
Por otra parte, lo que le había dicho no tenía sentido. ¿Cómo se atrevía aquella mujer a asumir cómo había sido su vida? Evidentemente no sabía que Damon se había tenido que abrir paso a codazos y patadas y que por causa de alguna fuerza divina había conseguido mantenerse siempre
del lado de la ley, pero por poco. Si no hubiera
sido por Stefano Arrigi, que los había sacado de las calles, ¿qué habría
sido
de él y de su hermano?
Damon maldijo a Elena por hacerle pensar en aquellas cosas. Por supuesto, sabía que
no
era culpa suya, pues el
pasado estaba ahí
y Damon, aunque tampoco hablaba de él, no lo había negado nunca. Sin embargo, había aprendido por las malas que, cuando uno tiene dinero, los demás se olvidan de cómo lo ha conseguido. Aun así, la acusación de Elena le había dado en punto flaco y no sabía por qué, pues, al fin y al cabo era
una completa desconocida.
Damon no quería
que nadie lo compadeciera. Sobre todo porque no guardaba buenos
recuerdos de lo que había sucedido la única vez que había confiado la verdad a otra
persona,
una mujer.
Damon se puso en pie. Cuanto antes llegaran a Inglaterra y aclararan aquella farsa, mejor.
Y cuanto antes le quedara claro a aquella mujer que no tenía nada que reprocharle, mejor.
Damon se prometió a sí mismo que estaría de vuelta en su casa del lago Como aquel mismo
día y que ninguna de aquellas
mujeres sería una
amenaza para él.
Damon volvió a la cabina principal justo cuando el avión estaba aterrizando y Elena
evitó mirarlo. Temblaba por dentro, así que
se dedicó a mirar
por la ventana cómo iban
apareciendo los campos, los edificios, los coches...
De repente, se dio
cuenta de que estaban en Oxford.
— ¿Cómo
sabías
dónde venir? No te lo he dicho en
ningún momento —comentó.
—Lo sé porque ha
sido
fácil de averiguar
—contestó
Damon abotonándose la
chaqueta.
Elena tuvo que hacer un gran esfuerzo para que sus ojos no se
fueran directamente
hacia sus labios.
-Ah...
—Lo cierto
es que nunca me has dicho para qué querías el dinero exactamente ni tampoco la
cifra... te has limitado a hacer tu teatro para darme pena
y nada más —comentó Damon
en tono aburrido.
Elena sintió que el
corazón
se
le endurecía. Aquel
hombre era
un bastardo. Lo odiaba.
Le había hecho daño a
Bonnie y no pensaba perdonarlo.
Elena intentó mantener la voz
calmada mientras le contaba las lesiones que había
sufrido su
hermana.
—Quiero que la vea el mejor ginecólogo especializado en accidentes
del Reino Unido
y sólo atiende de manera privada. Aunque tuviera el dinero, ese terapeuta pasa consulta en el
centro de Londres, así que nos vamos a
tener que mudar allí para
que mi hermana pueda
ir una vez a la semana ya que no podría aguantar el viaje. La consulta está en Harley Street, así que
calcula —contestó en tono pesaroso.
Sentía ganas de llorar. Maldición. Si Bonnie o el bebé sufrían
por culpa de aquel hombre... Elena se giró desesperada. No le sorprendería que, cuando aterrizaran, la echara
del
avión, cerrara la
puerta
y se
volviera
a Italia.
Damon se quedó mirando a Elena
y se
preguntó si todo aquello formaba parte del juego o si
estaba realmente disgustada. Por un momento, se le pasó por la
cabeza, hacerla bajar del avión en cuanto hubieran
aterrizado, cerrar la puerta y volverse
a casa, pero sabía que no podía hacerlo porque Bonnie Gilbert era una realidad.
Aquella mujer estaba relacionada con él y le sería muy fácil vender aquella historia y no iba
a permitir que algo así sucediera.
Damon recordó la conversación que acababa de mantener con su secretario
en Italia. Su hermano pequeño todavía no había aparecido. Si de verdad Bonnie Gilbert estaba
embarazada, Stefan Salvatore iba a tener
que dar muchas respuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario